Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
"Es imposible que un hombre que goza de libertad imagine lo que representa estar privado de ella" (Truman Capote). Las colinas de Veggen, en Helvet, son el muro natural que separa dos mundos. En sus laderas, el milenario bosque de ginkgo será un puente entre el mundo sutil y la realidad tangible. Los habitantes de un lado de la colina, los Adels, lo tienen todo y guardan un secreto ancestral con el que subyugan a los Uren, los que viven del otro lado y no tienen nada. Ninna y un grupo de jóvenes Uren, guiados por las almas de sus ancestros y su sobrenatural conexión con lo místico, deciden hacerle frente a ese sistema autoritario y nefasto. El amor, la amistad y las creencias de cada uno se pondrán en juego en esa lucha silenciosa por la libertad. Libertad que no todos desean. Libertad que muchos creen tener. Laura Repetto nos adentra en un universo salpicado de toques mágicos y esotéricos, que atrapará tanto al joven lector como al adulto. Porque ya sabemos que, en el "mundillo" literario, hay historias que prefieren disfrazarse de fantasía, tan sólo para mostrarnos una posible realidad.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 114
Veröffentlichungsjahr: 2024
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Repetto, Laura
Los Uren y el oscuro secreto de los Adels / Laura Repetto. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2024.
(Biblioteca de autor)
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-8346-79-3
1. Narrativa Argentina. 2. Novelas Fantásticas. I. Título.
CDD A863.9283
© 2024, Laura Repetto
Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.
El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus
Todos los derechos reservados
© 2024, Editorial Bärenhaus S.R.L.
Publicado bajo el sello El guardián literario
Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.
www.editorialbarenhaus.com
ISBN 978-987-8346-79-3
1º edición: abril de 2024
1º edición digital: marzo de 2024
Conversión a formato digital: Numerikes
No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.
“Es imposible que un hombre que goza de libertad imagine lo que representa estar privado de ella”.
Truman Capote
Las colinas de Veggen, en Helvet, son el muro natural que separa dos mundos. En sus laderas, el milenario bosque de ginkgo será un puente entre el mundo sutil y la realidad tangible. Los habitantes de un lado de la colina, los Adels, lo tienen todo y guardan un secreto ancestral con el que subyugan a los Uren, los que viven del otro lado y no tienen nada.
Ninna y un grupo de jóvenes Uren, guiados por las almas de sus ancestros y su sobrenatural conexión con lo místico, deciden hacerle frente a ese sistema autoritario y nefasto. El amor, la amistad y las creencias de cada uno se pondrán en juego en esa lucha silenciosa por la libertad. Libertad que no todos desean. Libertad que muchos creen tener.
Laura Repetto nos adentra en un universo salpicado de toques mágicos y esotéricos, que atrapará tanto al joven lector como al adulto. Porque ya sabemos que, en el “mundillo” literario, hay historias que prefieren disfrazarse de fantasía, tan sólo para mostrarnos una posible realidad.
Nació en Buenos Aires, en 1972. Es escritora y artista visual. Se desempeñó como publicista, diseñadora y ambientadora. Viajar y vivir la naturaleza, es su pasión; la mística, la filosofía y una mirada curiosa del mundo, su inspiración. En la actualidad escribe novelas, poesías, cuentos infantiles y hace libros de artista. Encuentra en ellos la unión perfecta entre imagen y palabra: unen mundos, nos conectan con el otro y con nosotros mismos.
Los Uren y el oscuro secreto de los Adels es su primera novela publicada, que promete transformarse en una saga.
IG: @repetto.laura
A Camilo
y sus preguntas.
Por mostrarme el poder
de enfrentar lo incómodo.
Con amor,
en este y en todos los mundos.
Nunca hubiera imaginado llegar a este punto. Ellos tampoco.
La fila de gente marchando es ancha y larga. Ya no queda nadie en Helvet. Hay hombres y mujeres adultos, sobre todo, muy pocos ancianos y algunos niños. Dejan atrás una pequeña estela de polvo y desde lo alto de la colina se puede oír el lejano bullicio.
Mete una mano en el bolsillo de la chaqueta para asegurarse que su pequeño tesoro siga allí. Es una de las pocas cosas que se lleva. Recuerda con exactitud el instante en el que llegó a sus manos un libro de un tal Epícteto. Un filósofo griego que fue esclavo en Roma la mayor parte de su vida. Encontró el libro por casualidad en el basural mientras buscaba restos que pudieran ser útiles. Un párrafo en especial la impactó profundamente cuando lo leyó, tanto, que lo desgarró del libro, lo guardó y fue su compañero por años: “Engrandecerás a tu pueblo, no elevando los tejados de sus viviendas, sino las almas de sus habitantes”. Lo tomó como un mantra y lo repetía con frecuencia.
Es otoño y el ambiente está teñido de ámbar. Mira sus botas hundidas en el colchón de hojas amarillas y revive el placer de tirarse y agitar las manos y los pies para dejar una imagen dibujada en la ausencia de las hojas muertas.
Inspira profundo, retiene el aire unos segundos y baja corriendo para unirse al grupo. La ciudad despertará en un par de horas y el sol empieza a asomar.
No, nadie puede imaginar lo que va a suceder.
El ruido de la gotera sobre el balde de latón no la deja dormir. A pesar del fastidio se pregunta cómo puede ser tan perfectamente rítmica. Cada siete segundos cae una maldita gota. Cuando cubre su cabeza con las frazadas para atenuar el frío, el sonido parece más lejano y siente cierto alivio. Pero cada tanto se sofoca, se destapa hasta la nariz para renovar el aire y el repiqueteo vuelve amplificado. Mira de reojo el despertador y maldice: quedan veinte minutos de descanso. No pasó una buena noche. El frío y la gotera la despertaron cada vez que lograba dormirse. Mira la salamandra vacía: esta semana el dinero no alcanzó para la leña.
Se levanta de un salto, no tiene sentido agonizar deseando un poco más de tiempo en la cama. Recoge una de las mantas y la pone sobre sus hombros mientras camina hacia la mesita alta de madera. Vuelca una parte del agua del aguamanil en un vaso y el resto en la jofaina. Toma una pastilla de jabón de lavanda y hunde las manos en el agua helada, se lava rápido. Cepilla sus dientes y se detiene unos segundos: ve su reflejo, la cara partida al medio con el costado derecho distorsionado hacia abajo. Piensa con ironía que quizás un espejo partido y viejo como este, fuera la fuente de inspiración para algunas obras de Picasso. Aunque su vida dista mucho de la de aquel genio que tanto la intrigaba cuando hojeaba los libros de arte junto a la abuela Celestine. Se permite por unos segundos darle espacio a una ráfaga de angustia y se pregunta si eso es vivir.
Basta con tomar un día cualquiera y multiplicarlo hasta el infinito para tener una muestra. No es que sea una esclava, como esos que cuentan los libros de historia que lee por las noches a pesar del cansancio. A esos esclavos los tomaban por la fuerza, tenían dueño, podían comprarlos o venderlos como si fueran mercancía, no tenían derechos y su vida estaba dedicada a trabajar de sol a sol. No es ese tipo de esclava. Pero trabaja entre doce y catorce horas diarias para tener algún dinero que le permite apenas sobrevivir. Los de su clase, los Uren, tienen derechos, por supuesto. Sólo se complica un poco a la hora de reclamarlos. No hay ley que les prive estudiar. Simplemente, si estudian, no comen.
A pesar de la gran pobreza, sus padres le dejaron el mejor legado: María le enseñó a leer y escribir; Sacristán, a cuestionar todo, a pensar profundo. De alguna forma ella conoció el mundo y a los hombres que lo habitan leyendo lo que los del otro lado de la colina tiran.
Su casilla es una bendición, aunque en invierno hace de heladera y en verano de horno, le brinda algo de privacidad. Otros más desgraciados duermen a la intemperie con un cartón como cama y papel periódico para taparse. Esta casilla perteneció a sus abuelos y luego a sus padres, todos muertos como consecuencia de la gran epidemia. Se la ve miserable, pero está impregnada de historia familiar en cada rincón: el más cálido es la pequeña biblioteca llena de antiguos volúmenes de hojas gastadas de tanto leerlos, el silloncito de pana que alguna vez fue verde rescatado del basural con la manta tejida de lana gris esperando para cobijarla y acompañarla en las noches de lectura, a la luz del viejo farol de aceite que cuelga del techo. Nunca lo intentó, pero le hubiera gustado darle una alegría a la abuela Celestine aprendiendo a tejer, aunque sea una bufanda, pero no era paciente en absoluto: prefiere, si tiene algún tiempo, hacer cosas que tuvieran inicio y fin el mismo día.
En otro rincón, cerca del pequeño armario fabricado por Sacristán donde guarda su poca y austera ropa, colocó un estante, casi un altar por lo sagrado de los objetos que lo habitan: una petaca de metal forrada en un cuero ajado y reseco con restos de agua ardiente y el nombre de su bisabuelo, al que no llegó a conocer, grabado a mano: Cristoph. El cubilete con dados de hueso del abuelo, que tenían la particularidad de tener los puntos que representan los números levemente hacia afuera para poder sentirlos con los dedos. El abuelo quedó casi ciego por cataratas cerca de los cincuenta años. Él mismo los fabricó con lo poco que le quedaba de visión un tiempo antes. Jugaban ocasionalmente los sábados y se divertían juntos. Pero lo mejor era consultarle sobre el futuro: con largos dedos de sabio sacaba los dados del cubilete, los echaba al aire y en medio de quién sabe qué conjuro que pronunciaba en voz baja escogía uno y muy solemne anunciaba la suerte según el número que había salido. Comenzó haciéndolo para la familia, pero poco tiempo después lo visitaban curiosos y desahuciados esperando su vaticinio. Atesora también una escueta colección de campanas de cerámica que fue completando con los años la abuela y un pequeño incensario de piedra con forma de cubo de sus papás.
Tiene que salir en unos minutos para no perder el tren. Cierra hasta el cuello el overol gris, se pone botas y un poncho negro que abriga lo suficiente. Para hacer pis debería salir a la letrina. Lo piensa un poco, no tiene tantas ganas. Capaz, llegue al baño del trabajo. Un recuerdo se le cruza y tuerce la boca en una especie de sonrisa: alrededor de los cinco años, temía que cuando el frío era intenso, el pis se congelara mientras salía y quedar sentada sobre una roca alta y amarilla sin saber cómo bajar.
Toma una infusión caliente de romero y manzanilla, receta de la abuela para empezar el día con energía y chequea cómo está el tiempo mirando por el agujero en la chapa que se cree ventana. Aún no amanece y la lluvia se vuelve más tenue. Cierra los puños con enojo: seguramente las calles serán un lodazal. ¿Por qué no podían ser empedradas como las del otro lado?, piensa. Ve el perfil de la colina que se eleva bien definido en el paisaje. Las colinas de Veggen cubiertas de bosques de ginkgo, en esta época desnudos y soportando algo de nieve en sus ramas, funcionan como el muro que divide, sin quererlo, dos realidades. La de los Uren y la de los Adels.
Sale y deja la casilla que la esperará de regreso por la noche. Camina por la calle siete. Sube la capucha del poncho buscando algo de calor y esconde las manos en los bolsillos. Sus pies se hunden en el barro y bufa con fastidio lanzando una bocanada de vapor. Con el abuelo al lado contando historias y jugando a fumar la pipa, ese humo de agua tenía otro encanto. El chasquido de sus botas despegándose del barro a cada paso corta el silencio. Una llovizna gris desdibuja los perfiles de las casuchas. El límite entre el cielo y el suelo es confuso, dando a los caminantes la sensación de estar en el purgatorio. Lo único que se distingue a la distancia son los chapones con números que cuelgan de los frentes de las casas de las esquinas, dando un orden a las callejuelas en un intento fallido de urbanización. Ve cómo las luces mortecinas de las casas se van apagando y nuevas sombras salen de ellas mientras bajan por la pendiente; pronto el grupo se hace enorme y se transforma en una especie de masa parduzca que fluye como un río hacia la estación. Caminan en silencio. La marcha de cientos de botas en el barro es hipnótica y rítmica. Escucha el silbato del guarda anunciando la partida. Suben al tren que los lleva del otro lado de la colina, intentan ser amables unos con otros, pero son tantos que el ingreso resulta tedioso. Hay un olor intenso y rancio, una mezcla de ropa húmeda, sudor y leña quemada. Entre empujones termina apretada cerca de una ventanilla. Observa cómo las gotas de lluvia distorsionan de formas caprichosas el paisaje a través del vidrio y recuerda cómo, cuando era pequeña, creía que realmente lo que cambiaba era el paisaje. Matorrales que mutaban a monstruos de caras amorfas, nubes que bajaban a la tierra transformadas en castillos o miles de caras variopintas acercándose al cristal. Fue una de las partes feas de hacerse adulta, el perder la magia de las formas inciertas.
En medio de la oscuridad cruzan el túnel que atraviesa la colina. Cuando el tren sale a la luz nuevamente, se detiene y ella baja empujada por la marea humana.