Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio - Michelle Douglas - E-Book

Luz de alegría - El novio perfecto - Un buen novio E-Book

MICHELLE DOUGLAS

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Beschreibung

Luz de alegría Michelle Douglas El atractivo Rico D'Angelo se dedicaba a ayudar a jóvenes con problemas. Abrir su propia cafetería benéfica debería haberle ayudado a superar los traumas de su adolescencia, pero ni siquiera el día de la inauguración consiguió sentirse satisfecho. Hasta que entró por la puerta Neen Cuthbert, su nueva empleada, trayendo consigo un inesperado soplo de alegría y optimismo. El novio perfecto Sharon Kendrick Holly Lovelace lo tenía todo dispuesto para el día de su boda. Incluso había reservado el vestido de novia perfecto. Lo único que necesitaba era un novio. Entonces conoció a Luke Goodwin, un hombre rico, encantador y tremendamente sexy… que no estaba interesado en campanas de boda. Un buen novio Barbara Hannay Cuando tan solo faltaban cuatro días para la boda de Tessa, Isaac Masters volvió a casa. El hombre con el que siempre había pensado en casarse se había labrado un porvenir excelente, poseía una gran seguridad en sí mismo y era, además, tremendamente atractivo. Cuando durante el ensayo de la ceremonia Isaac sustituyó a Paul, el prometido de Tessa, esta comprendió que se iba a casar con la persona equivocada.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 513 - noviembre 2020

 

© 2013 Michelle Douglas

Luz de alegría

Título original: The Redemption of Rico D’Angelo

 

© 1998 Sharon Kendrick

El novio perfecto

Título original: One Bridegroom Required!

 

© 1999 Barbara Hannay

Un buen novio

Título original: The Wedding Countdown

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2014, 1999 y 2000

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-942-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Luz de alegría

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

El novio perfecto

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Un buen novio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

 

 

 

 

 

 

A mi maravillosa sobrina Abbey, a quien le gustan los libros tanto como a mí.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

RICO volvió a mirar la solicitud de trabajo que tenía ante sus ojos y se hundió en el sillón soltando un suspiro. Se había hecho muchas ilusiones con ese proyecto, y albergaba la esperanza de encontrar a alguien tan entusiasta como él.

Frunció los labios. No solo tendría que ser entusiasta, sino también disponer de una buena titulación profesional y aportar una sólida experiencia al puesto. Sin embargo, tras un día y medio de entrevistas, había llegado a la conclusión de que tendría que despedirse de la idea.

Se enderezó y apretó un botón del interfono.

–Lisle, ¿ha llegado ya Janeen Cuthbert? –bramó.

–Todavía no, pero no estaba citada hasta dentro de diez minutos.

–Gracias.

¿No existía una norma implícita que recomendaba llegar con diez minutos de antelación a una entrevista de trabajo? Contempló la pared que tenía frente a él frunciendo el ceño. Quizá los gerentes de restaurantes tenían su propio horario. Y, desde luego, no parecía que los gerentes de restaurantes de la ciudad de Hobart hubieran peregrinado hasta su puerta ante la oportunidad de regentar una cafetería benéfica.

Cerró bruscamente la carpeta de Janeen Cuthbert y se apretó el puente de la nariz con el índice y el pulgar, respirando hondo para calmar las palpitaciones que le martilleaban las sienes. Trató de concentrarse. Pensaba que encontraría un gerente de restaurante espabilado e interesado en los asuntos de la comunidad en aquella maldita ciudad. Y no es que fuera ambicioso: tan solo necesitaba una persona. ¿Por qué le estaba resultando tan difícil?

Había conocido a algunas personas preocupadas por la comunidad, claro. Eran simpáticas, listas y concienzudas, buena gente en suma, pero sin experiencia alguna. Y sabía perfectamente cómo acabaría la cosa: los chicos las tratarían mal y ellas se desmotivarían en seguida. Habría lágrimas y berrinches, y luego se marcharían dejándole en la estacada. Y aquel proyecto era demasiado importante como para arriesgarse.

Miró su reloj. Quedaban cinco minutos para que dieran las dos. Si Janeen Cuthbert no llegaba a las dos en punto podía volverse por donde había venido. Tenía experiencia en hostelería, pero él necesitaba a alguien que se tomara seriamente su trabajo, alguien que se comprometiera firmemente a hacer funcionar la cafetería.

Durante los cinco minutos siguientes, se dedicó a aporrear el escritorio con los dedos. No se giró para mirar por la ventana la transitada carretera que cruzaba Hobart; no tenía la suerte de disponer de una oficina con vistas al puerto. Algo que no le importaba demasiado, pues pasaba poco tiempo allí. Como jefe de proyectos, ni siquiera tenía secretaria propia, y compartía a Lisle con otros dos funcionarios. Esto tampoco le importaba, pues hacía mucho que había llegado a la conclusión de que para que las cosas funcionaran, era mejor hacerlas uno mismo.

Volvió a mirar el reloj. Las dos en punto. Estaba a punto de apretar el botón del interfono cuando oyó la voz de Lisle.

–Rico, ha llegado Janeen Cuthbert para la entrevista de las dos.

Él apretó los dientes y tragó saliva.

–Hazla pasar.

Contó hasta tres y oyó que llamaban a la puerta con suavidad. Lanzó un juramento en voz baja. Aquel golpe era demasiado suave, lo que indicaba falta de carácter. Empuñó las manos. Había conocido a demasiados candidatos simpáticos, dulces y poco eficientes. Hizo un esfuerzo por suavizar el gesto.

–Adelante.

Pero en cuanto vio a la penúltima candidata, reconsideró su opinión. La señorita Cuthbert no parecía estar falta de carácter. De hecho, parecía furiosa, como si estuviera a punto de explotar. Lo disimulaba bien, pero él había trabajado lo suficiente con jóvenes problemáticos como para reconocer los signos: los ojos brillantes, las mejillas arreboladas, las fosas nasales ensanchadas. Por más que tratara de ocultarlo todo bajo una sonrisa cortés.

Se la quedó mirando y relajó ligeramente los hombros. Aquella chica podía ser muchas cosas, pero ciertamente no dócil y sumisa.

–¿Señor D’Angelo?

Él se incorporó tras el escritorio.

–Sí, soy yo.

–Encantada de conocerlo. Me llamo Neen Cuthbert.

Se dirigió hacia él con la mano extendida. La tenía muy roja, como si acabara de fregar algo con mucha energía. Él se la estrechó brevemente y dio un paso atrás. La chica no llevaba medias y él se dio cuenta de que también tenía las rodillas muy rojas. Pero no fueron sus manos o sus rodillas lo que más le llamó la atención, sino las cuatro huellas equidistantes que adornaban su traje gris claro: dos en los muslos y dos encima del pecho. Unas huellas que no desaparecerían por mucho que restregara. Por primera vez en dos días, se encontró reprimiendo una sonrisa.

Cuando volvió a mirarla a la cara, vio que ella levantaba la barbilla, como desafiándole a que dijera una sola palabra sobre las huellas.

–Un placer, Neen. Sospecho que ha tenido una tarde tan estresante como la mía.

Su rostro se iluminó momentáneamente.

–¿Tan obvio es? –Bajó la mirada hacia las huellas y frunció los labios–. Ha sido una tarde difícil, sí.

–Tome asiento, por favor –dijo él señalando una silla. Y apretando el interfono, añadió–: Sé que es mucho pedir, Lisle, ¿pero nos podrías traer un café?

–Ahora mismo –respondió la chica de buen humor.

En su opinión, los otros dos jefes de proyectos abusaban de la secretaria. Rico no consideraba que preparar café formara parte de los deberes de Lisle, pero en aquel caso, decidió hacer una excepción.

–Es muy amable de su parte, pero no es necesario –dijo Neen.

Él agitó la mano en el aire.

–Puede que no me lo agradezca cuando lo pruebe. Pero, para serle sincero, necesito un chute de cafeína.

–¿No le han ido bien las entrevistas?

Se puso rígido al oír la pregunta y pensó que estaba dando una imagen poco profesional. Se agitó en su asiento tratando de no fruncir el ceño. Había bajado la guardia y no recordaba la última vez que le había pasado. Sacudió la cabeza: necesitaba unas vacaciones. Volvió a sacudirla: no tenía tiempo para vacaciones.

–No me sorprende –intervino ella malinterpretando el gesto de Rico–. Busca a un gerente de restaurante altamente cualificado y con experiencia, pero el sueldo que ofrece no es lo que se dice atractivo.

–Y, sin embargo, usted lo ha solicitado.

Ella señaló la carpeta que había sobre el escritorio.

–Como sin duda habrá leído en mi currículo, no tengo mucha experiencia.

–¿Y, a pesar de ello, ha solicitado el empleo?

–Y usted ha accedido a entrevistarme.

Definitivamente, era una chica con carácter. Quizá no fuera jovial o concienzuda, pero tenía personalidad, y eso era más importante, por lo menos, para ese trabajo en cuestión.

Lisle entró con dos tazas de café humeante y se marchó.

–¿Qué ha ocurrido? –preguntó él señalando las huellas con un gesto vago, pues no quería que ella pensara que se estaba fijando en su pecho. No pensaba preguntarle, pero el comentario que Neen había hecho acerca del sueldo le llevaron a dejarse de delicadezas.

Por otro lado, aquellas huellas eran las culpables de que hubiera sufrido un lapsus momentáneo, y cuanto antes se aclarara el misterio, antes podría concentrarse en la entrevista y volver a tomar la riendas de la situación.

Ella fue a tomar la taza, pero al oír su pregunta la soltó bruscamente con un golpe.

–Hoy nada me está saliendo como tenía planeado. Tenía preparado un discursito sobre por qué soy la mejor candidata para el puesto, y en su lugar, me dedico a hacer comentarios sarcásticos sobre el sueldo… –hundió los hombros momentáneamente, antes de volver a enderezarlos–. Estoy decidida a disfrutar del café. Me imagino que nada de lo que diga a partir de ahora importará mucho, y después del día que llevo no pienso mortificarme al respecto.

Se equivocaba si pensaba que había quedado fuera de la carrera, si bien él no tenía intención de decírselo todavía.

–¿Y bien? –preguntó él arqueando una ceja.

Ella acunó la taza con las manos y cruzó las piernas, proyectando una de sus rojas rodillas hacia él.

–Mi vecina, que tiene mucha cara, me ha hecho cargar con su perro mientras se va a Italia por tiempo indefinido a ejercer de modelo. Dice que «me lo regala», ¿no le parece increíble?

–¿Entonces el perro…? –preguntó él volviendo a hacer un gesto vago.

–Montgomery.

–¿… le hizo eso?

–Y mucho más. Debería de ver el estado de mi traje azul marino y mis medias.

Se llevó la taza a los labios y bebió un sorbo de café. La miró fascinado mientras ella cerraba los ojos con satisfacción. Soltó el aliento que había estado conteniendo sin darse cuenta y relajó los hombros un poco más.

–Claro, que Monty no tiene la culpa. Audra nunca lo adiestró y es muy pequeño, solo tiene catorce meses.

Él miró las huellas.

–¿Cómo de pequeño?

–Es un gran danés –respondió ella con un gesto de fastidio–. ¿Audra con un chihuahua monísimo o un caniche de juguete? No, por favor, eso está demasiado visto. A ella le gustaba más la imagen de la modelo con un gran danés; pensaba que las fotos quedarían fabulosas.

–¿Por qué accedió a hacerse cargo de él?

–Bueno, porque ella se metió en mi apartamento sigilosamente mientras yo estaba en la ducha y me dejó una nota explicándomelo todo antes de marcharse al aeropuerto.

–¿Qué va a hacer con Monty?

¿Llamaría a la perrera? No la juzgaría por ello, pero…

–Me imagino que tendré que buscarle un hogar –de pronto le lanzó una sonrisa tan dulce que Rico se quedó momentáneamente sin aliento–. Señor D’Angelo… tiene usted toda la pinta de necesitar un perro.

Él vaciló momentáneamente antes de recuperar el sentido.

–No paso el suficiente tiempo en casa, no sería justo.

«¡Qué picaruela!», pensó para sus adentros. Toda la dulzura de la que ella había hecho gala hacía un momento se desvaneció.

–Ojalá fueran así de previsores todos los que deciden tener perro –murmuró–. Debería haber un examen que certificara si la gente está capacitada para tener mascotas.

–Lo mismo podría decirse de los que tienen hijos.

Ella se lo quedó mirando.

–Lo dice por los jóvenes problemáticos de los que se ocupa, ¿no?

–Desfavorecidos –la corrigió.

–Lo que sea.

–No digo que no tengan problemas, pero lo único que necesitan es una oportunidad en la vida. El objetivo de la cafetería es formar a jóvenes marginados como camareros y cocineros, para que posteriormente puedan encontrar empleos permanentes en el sector de la hostelería.

Ella terminó de beberse el café, depositó la taza sobre la mesa y se inclinó hacia él con expresión sincera.

–Señor D’Angelo, le deseo todo lo mejor en su proyecto. Y también le agradezco el café y el rato agradable que hemos pasado.

–Neen, no está descalificada.

Ella, que había comenzado a incorporarse, se dejó caer de nuevo en la silla.

–¿Ah, no? –preguntó, boquiabierta.

–No.

Neen entornó los ojos.

–¿Por qué no?

Él soltó una inesperada carcajada. Una dosis sana de suspicacia no vendría mal en ese trabajo, y Neen parecía tener todas las cualidades necesarias.

–No todos los solicitantes han sido desastrosos –le aseguró–. Hay un par de ellos que tienen posibilidades…

–¿Pero?

–Dudo de su dedicación.

Ella cruzó los brazos.

–¿Y no duda de la mía?

Él respondió sin meditarlo mucho.

–Es usted sincera, algo que valoro en un empleado. También tiene agallas y sentido del humor, lo que sospecho será útil en este trabajo en cuestión.

–¿Así que no va a ponérmelo bonito y a decirme que esta es una oportunidad única en la vida?

–Será un desafío, pero gratificante.

–Humm… –Neen no parecía muy convencida ante esto último.

–Además, le gustan los perros.

Eso era importante. Los amantes de los perros solían llevarse bien con los niños, y…

–No, no me gustan.

Él parpadeó.

–Los odio. No los aguanto: son ruidosos y estúpidos, y además huelen fatal. Preferiría mil veces tener un gato.

–Pero está intentando encontrar un hogar para Monty; no lo ha llevado a la perrera.

–No es culpa del pobre perro que su dueña lo haya abandonado.

Él se inclinó hacia ella.

–Neen Cuthbert, eso significa que es usted una persona íntegra. Algo que me parece muy importante.

El día le parecía de pronto mucho más luminoso.

–¿Y qué hay de mi falta de experiencia?

Aquello era un problema pero… Tomó su currículo y lo leyó.

–Veo que ha desempeñado trabajos diversos en el sector de la hostelería desde que terminó el colegio hace ocho años.

Ella asintió.

–He sido camarera, he preparado comida rápida y he trabajado para dos empresas de catering bastante conocidas.

Pero nunca había regentado un restaurante.

–Veo que hace poco hizo un curso sobre pequeñas empresas.

–Mi sueño es abrir mi propia cafetería algún día.

–Es usted ambiciosa.

–Es bueno tener grande sueños, ¿no cree?

Él estaba de acuerdo.

–¿Qué cree que podría aportar usted al puesto, Neen?

Su mirada volvió a iluminarse.

–¿Además de sinceridad, agallas, sentido del humor e integridad?

Tenía razón. Fue a decir algo, pero hizo un esfuerzo sobrehumano por cerrarla. Todavía le quedaba una persona por entrevistar, y él no era muy dado a las decisiones y gestos impulsivos.

Ella lo miró con seriedad.

–Trabajaré duro, señor D’Angelo. Eso es lo que puedo ofrecerle.

Lo dijo como si fuera la aportación más valiosa del mundo. Y Rico pensó que quizá lo era.

–He hecho de encargada muchas veces en la mayoría de los establecimientos en los que he trabajado, pero nunca he desempeñado el cargo como tal. Me interesa la experiencia que este empleo podría aportarme. A cambio, trabajaría duro y no le dejaría en la estacada.

Él la creyó. Solo quedaba una pregunta por hacer. Más bien dos.

–¿Por qué no tiene trabajo actualmente?

Ella vaciló.

–Por razones personales.

Él se recostó en el asiento y esperó a que se los contara. Neen lo miró tratando de decidir si era necesario que conociera la verdad y si podía confiársela. Al final, se encogió de hombros.

–A principios de año, heredé un dinero y decidí hacer realidad mi sueño de abrir mi propia cafetería –explicó–. Pero el testamento ha sido impugnado.

–Lo siento.

–Cosas que pasan. Pero hasta que se solucione el problema, lo mejor será que encuentre un empleo.

Él dio varios golpecitos con el bolígrafo en la carpeta.

–Una última pregunta. ¿Estaría dispuesta a firmar por dos años?

–No –respondió sin dudarlo un instante.

Él volvió a sentir un peso sobre los hombros y el día se oscureció.

–Podría firmar un contrato por doce meses.

Algo es algo, pensó él. Pero no lo suficiente. Una pena, porque Neen Cuthbert podría haber sido la candidata ideal.

 

 

A la mañana siguiente, Rico examinó la lista de los tres candidatos preseleccionados. Llamó para pedir referencias personales de los dos primeros.

Al primero, que era el que tenía más experiencia, lo descartó tras hablar con su antiguo jefe.

Que fuera un buen repostero con cinco años de experiencia como encargado no compensaba el hecho de que tuviera un carácter irascible y temperamental. Para aquel proyecto necesitaba a alguien que fuera capaz de crear un entorno alentador y que a la vez no tolerara las tonterías. Aquello le hizo pensar inmediatamente en Neen Cuthbert, pero se la sacó de la cabeza y comprobó las referencias proporcionadas por la otra candidata preseleccionada. Eran impecables.

Siguiendo un impulso, sacó la ficha de Neen y llamó a las personas que podían dar referencias suyas. Sus testimonios fueron muy halagüeños. Si él no le daba el trabajo, ellos volverían a emplearla sin pensarlo dos veces. Rico mordió la punta del boli paseando de un lado a otro de la oficina. Aquel trabajo era demasiado importante para emplear a la persona equivocada. Volvió al escritorio y puso los tres currículos uno al lado del otro. La rival de Neen tenía un poco más de experiencia pero… ¡Qué diablos! ¿Por qué dudaba tanto? Helen Clarkson estaba dispuesta a firmar un contrato por dos años. Eso sí demostraba compromiso.

Recogió las solicitudes y las metió en una carpeta. A continuación, salió de la oficina.

–Lisle, ¿podrías llamar a Helen Clarkson y decirle que el puesto es suyo? Si acepta, le…

–Acabo de hablar con ella ahora mismo. Ha aceptado un empleo en Launceston.

¿Cómo? ¿Y la charla que le había dado sobre el compromiso? Mentiras, todo mentiras. Neen, en cambio, no había mentido.

–Está bien –espetó–. Ofrécele el trabajo a Neen Cuthbert. Dile que venga a firmar el contrato a lo largo de la semana.

–Entendido, Rico.

Volvió a su oficina dando un portazo. Tenía una montaña de papeles que revisar, y varios informes que escribir, por no mencionar las solicitudes de subvenciones que debía rellenar. Conseguir financiación para sus proyectos era un desafío continuo y no le convenía rezagarse.

Al cabo de una hora, soltó el bolígrafo. Tanta burocracia le ponía nervioso. Cruzó el despacho y abrió la puerta con brusquedad.

–¿Conseguiste hablar con Neen Cuthbert? –bramó.

–Acepta el puesto encantada.

–Magnífico –dijo mirando su reloj–. Vive en Bellerive, ¿no?

Lisle hojeó sus archivos. No tenía por qué molestarse pues Rico había memorizado los datos de Neen hasta el último detalle.

–Sí, vive allí –respondió Lisle sosteniendo en alto una de las carpetas.

Él se la quitó de la mano.

–He quedado para comer con el director del centro comercial Eastlands. La cita es en ese lado del puerto, así que le llevaré el contrato yo mismo.

Lisle le dio una copia del contrato sin decir una palabra; estaba acostumbrada a sus maneras de elefante en una cristalería.

–Supongo que sabes que van a anunciar el trabajo de Harley la semana que viene. Deberías solicitarlo, Rico.

–Soy de más ayuda donde estoy, Lisle.

–Estás malgastando tu talento.

–Aquí soy feliz.

Lo que él hacía era muy importante. Y la felicidad no tenía nada que ver con ello.

 

 

–Por el amor de Dios, Monty, para ya –murmuró Neen entre dientes mientras subía el volumen de la radio con la esperanza de ahogar los ladridos del perro. Apretó con fuerza el pimiento rojo que había empezado a cortar. Solo necesitaba media hora para terminar con la parte más complicada de los preparativos de la cena, y entonces le dejaría entrar en casa. Neen sabía que se sentía solo y que echaba de menos a Audra. El pobre solo quería un poco de compañía. Si tuviera alguna garantía de que el perro se contentaría con echarse a sus pies y mordisquear un hueso… Miró los muebles mordidos y meneó la cabeza. Decidió abrir la ventana de la cocina, que daba al patio.

–¡Eh, Monty!

El perro acudió a toda prisa sin parar de ladrar.

–Si te pones así, ¿cómo vas a oír lo que te tengo que decir?

Él se quedó momentáneamente en silencio mientras la radio bramaba estrepitosamente. Ella suspiró. Por alguna razón, tenía buena mano con los perros.

–Tenemos que decidir qué tipo de casa te conviene más. ¿Tienes alguna opinión al respecto? Creo que mejor una en la que no haya niños pequeños, porque los tirarías al suelo. Lo que necesitas es una casa grande en la que puedas correr hasta hartarte…

Monty seguía ladrando sin cesar. Ella empezó a cortar las verduras más despacio y lo miró. El perro estaba mirando a un punto situado detrás de ella y… Se le erizó el vello de la nuca. En el reflejo de la ventana vio que algo se movía.

Se dio la vuelta bruscamente blandiendo el cuchillo. Todos y cada uno de sus músculos estaban en tensión y listos para el ataque.

Una imponente silueta masculina se dibujaba en el umbral de la puerta de la cocina. Sintió el corazón en la garganta mientras una corriente de adrenalina le recorría el cuerpo. Agarró el cuchillo con fuerza.

La silueta puso las manos en alto en un gesto de no agresión y a continuación retrocedió por el pasillo hasta alcanzar la puerta de entrada. Fue entonces cuando su atribulado cerebro reconoció quién era: Rico D’Angelo, su nuevo jefe.

El corazón siguió latiendo con fuerza y sus manos no dejaron de apretar con fuerza el cuchillo.

–¡Calla, Monty! –gritó mientras bajaba el volumen de la radio.

El animal la obedeció.

–Neen, siento haberla asustado.

Ella se dio cuenta de repente de que seguía blandiendo el cuchillo y lo tiró a la pila. Se llevó las manos a la cintura tratando de calmar su temblor y tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta.

–Señor D’Angelo –dijo sin dejar de temblar–. Yo… Esto… Pase.

Él meneó la cabeza.

–No creo que sea buena idea. Solo quería dejarle esto –explicó sosteniendo en el aire un fajo de papeles.

Monty comenzó a ladrar de nuevo taladrándole la cabeza.

–¿Por qué no lo saca a pasear? Me imagino que este es Monty, ¿no? Da la sensación de que necesita salir.

Poco a poco, su ritmo cardiaco recuperaba la normalidad.

–Seguro que tiene muchas cosas que hacer.

–He venido para que firme el contrato y hablemos de varias cosas. Sé que debería haberla llamado primero, pero tenía una cita por la zona y pensé que a lo mejor estaba usted en casa.

Neen necesitaba salir de allí y tranquilizarse.

–¿Está seguro de que tiene tiempo?

–Lo tengo.

–Iré por la correa de Monty.

Sujetó la correa al collar y tras salir de la casa, cerró con llave la puerta principal. Evitó mirar el cobertizo, donde estaba su coche con las cuatro ruedas pinchadas, con la esperanza de que su enigmático jefe no reparara en ellas.

–Me alegro de que haya aceptado el puesto de encargada, Neen. Tengo muchas esperanzas puestas en la cafetería y sé que usted es la persona ideal para regentarla.

Su sonrisa era demasiado amable, demasiado compasiva… como si «supiera». Ella reprimió un suspiro.

–Ha visto las ruedas, ¿verdad?

Monty eligió ese momento para tirar con fuerza de la correa. Sin decir nada, Rico estiró el brazo y le quitó la correa de las manos. Olía a aire frío y a menta.

–¿Ha ocurrido hoy?

Ella cruzó los brazos y asintió. Habría jurado que dejó cerrada la puerta mosquitera, pero era evidente que no. Qué estupidez. Cerró los ojos y suspiró. Desde que se enteró de que habían impugnado el testamento de su abuelo, no daba pie con bola.

–¿Ha informado a la policía?

–Sí –tragó saliva y lo miró–. Señor D’Angelo, siento mucho haber… Estoy un poco nerviosa últimamente.

–Mire, Neen, soy yo el que tiene que disculparse. No debería haberme presentado como lo hice. Lamento haberla asustado.

Su mirada se había oscurecido y ella no dudó de su sinceridad.

–Golpeé la puerta varias veces; podía verla al final del pasillo. La llamé.

–Pero entre Monty y la radio, no le oí. No es culpa suya, señor D’Angelo. No tiene por qué disculparse.

–Llámame Rico –le pidió él.

El nombre le quedaba bien en cierto modo, dado su aspecto de italiano guapo y moreno. Pero Rico sonaba jovial y despreocupado y Neen no creía haber conocido nunca a alguien menos despreocupado. Era un hombre entregado a una misión; una misión importante. Y, como todos los tipos dispuestos a salvar el mundo, llevaba todo el peso de este sobre sus hombros. Eran unos hombros fuertes, pero nadie podía aguantar ese peso indefinidamente.

Él se detuvo de pronto y se giró hacia ella.

–Mira, no he podido evitar darme cuenta de que el tuyo era el único coche que tenía las ruedas pinchadas. ¿Pasa algo, Neen? ¿Ocurre algo que yo debería saber?

Neen sintió un nudo en la garganta al darse cuenta de que, en aras de la seguridad de los empleados de la cafetería, tendría que contárselo. Temía que él decidiera retractarse y retirar su oferta de trabajo. Durante unos instantes, se quedó sin habla. Finalmente, señaló en dirección a la playa.

–Vayamos allí, donde pueda soltar a Monty.

Cuando llegaron a la arena, soltó al gigantesco perro, que echó a correr a toda velocidad hacia el agua y empezó a salpicar en todas direcciones.

Rico sacudió la cabeza.

–Te va a llenar la casa de arena.

–La arena la puedo aspirar, y prefiero eso a que muerda los muebles. Una hora por aquí hará que se comporte como un corderito el resto de la tarde.

Él se giró hacia Neen con las manos en las caderas y ella se encogió de hombros. No tenía sentido retrasar la inevitable conversación.

–Lo de las ruedas no ha sido un incidente aislado. La policía está al tanto, pero no puede hacer mucho al respecto –suspiró hondo–. Hace cuatro meses rompí con un chico que, por lo que parece, no sabe aceptar un no por respuesta.

–¿Te está acosando?

–No tengo pruebas de que lo de las ruedas haya sido cosa suya –aunque su instinto le decía que así era–. Tiene una orden de alejamiento.

¡Parecía mentira que aun así se hubiera dejado la puerta principal abierta!

Capítulo 2

 

 

 

 

 

–NEEN.

Rico le tocó el brazo y ella dio un respingo.

–Lo siento, estaba distraída.

Bajo la formal camisa de algodón sintió un brazo firme y cálido, y apartó los dedos con desgana. Durante unos preciosos segundos, la solidez que él emanaba le recordó que en el mundo había algo más que sus problemas y tribulaciones. Si seguía centrada en sus preocupaciones se perdería un montón de cosas: diversión, amistad, la alegría de la juventud. Había solicitado el trabajo en la cafetería de Rico para distraerse; Chris acabaría por aburrirse y dejarla en paz.

Rico la observaba con los ojos entornados y ella trató de sonreír.

–Hacía tiempo que no ocurría ningún… incidente y se ve que he bajado la guardia. Pero…

–¿Pero qué?

El oscuro cabello de Rico refulgía bajo el sol de primavera, adquiriendo una tonalidad rojiza. Se había quitado la chaqueta del traje, pero la corbata seguía perfectamente anudada al cuello.

–Caminemos un poco –propuso ella, porque estar ahí parada mirándole le pareció, de repente, absurdo.

–¿Qué ibas a decir?

Ella se encogió de hombros mientras trataba de recordar qué había hecho al volver del supermercado. Había abierto la puerta con llave, Monty se le había abalanzado, ella había cerrado la puerta mosquitera para evitar que el perro se escapara y…

–Estoy segura de que cerré la puerta mosquitera con llave.

Era algo que hacía instintivamente.

–¿Crees que alguien forzó la cerradura?

–Seguro que estoy paranoica, nada más. Una semana después de que Chris y yo rompiéramos volví a casa una noche y me encontré todo abierto: la puerta principal, la trasera, todas y cada una de las ventanas… Seguro que todavía tenía una llave. Esa fue la primera vez que me mudé. La segunda fue cuando me desperté una mañana y vi que la casa en la que vivía de alquiler estaba cubierta de pintura roja.

Rico empuñó la mano derecha y se quedó mirándola unos instantes antes de dirigir su mirada al mar.

–Tengo pestillos en todas las puertas y ventanas, pero no en la puerta mosquitera. Normalmente no dejo las puertas abiertas, pero hoy hacía tan buen día que…

–Deberías poder dejar la puerta abierta sin miedo a que te ataquen –dijo él, virulento.

–Hoy he estado distraída porque he conseguido el trabajo –dijo ella sonriendo para tranquilizarlo, pero sin conseguir su objetivo–. Y esta noche tengo una cena que me está estresando bastante; necesito que todo salga bien. Por eso mandé a Monty al patio. Necesitaba treinta minutos para hacer los preparativos.

–Y después de lo de las ruedas estabas alterada; es comprensible.

No hizo mención de su exagerada reacción. No tuvo que hacerlo, flotaba en el ambiente. Aquella tarde, durante unos terroríficos segundos, ella había pensado que tendría que luchar por su vida. La boca se le secó al recordarlo. Empuñó las manos, decidida a no permitir que aquel hombre jugara con ella. No podía controlar las acciones de Chris, pero sí las suyas propias, y aunque no pensara bajar la guardia otra vez, tampoco permitiría que él controlara su vida.

–Hacía tiempo que no ocurría nada y pensé que quizá se había cansado. Además, no puede acercarse a menos de veinte metros de mí; en caso de que lo hiciera caería en él todo el peso de la ley y dudo mucho que quiera arriesgarse. Sin embargo, parece que sigue al pie del cañón, así que ¿preferirías que rechazara el puesto de gerente?

–¿Por qué iba a hacer algo así? –preguntó frunciendo el ceño–. ¿Crees que te acosaría en tu nuevo lugar de trabajo?

–No tengo ni idea de qué se le pasa por la cabeza, pero es una posibilidad, ¿no?

–No voy a permitir que un sociópata abusador determine a quién empleo o dejo de emplear y sé que tú eres la persona adecuada para este trabajo. Pero por el amor de Dios, Neen, ¿cómo se te ocurrió salir con alguien como él?

Lo había hecho porque estaba desesperadamente necesitada de amor. Chris se centraba plenamente en ella como nadie lo había hecho antes, aparte de su abuelo. Y ella lo había aceptado con entusiasmo, porque era débil y estúpida. Sus celos y su posesividad no salieron a la luz hasta más tarde. Si ella no hubiera estado tan necesitada a lo mejor se habría dado cuenta antes y habría puesto fin a la relación. Pero no lo hizo, y ahora estaba pagando el precio.

–Cometí un error. ¿Tú nunca cometes errores? –lo miró, pero en lugar de su rostro, vio un máscara oscura.

–Sí –asintió él bruscamente antes de darse la vuelta y emprender el camino de vuelta.

Ella miró en derredor, Monty seguía chapoteando en el agua, y se apresuró para alcanzar a Rico.

–Lo siento, no era mi intención desviar el tema hacia ti.

–Soy yo el que lo lamenta. A veces los inocentes pagan un precio muy alto, y es injusto.

Ella observó la pulcra corbata y los lustrosos zapatos y se preguntó qué errores del pasado lo atormentarían.

–Piensa en los jóvenes con los que trabajo. Ellos están pagando por los errores de otras personas. Ellos no tienen la culpa de ser hijos de madres adolescentes o de padres alcohólicos o drogadictos.

–¿Y tú quieres marcar la diferencia?

–¡Voy a marcar la diferencia! –dijo con ojos relampagueantes

Sus palabras, o quizá el tono en el que fueron proferidas, la estremecieron.

–¿Algunas vez has dado clases de defensa personal, Neen?

–No.

–¿Y por qué no? Es una de las primeras precauciones que deberías tomar.

Ella apartó la mirada de él y la dirigió hacia el mar y el monte Wellington, que dominaba la ciudad de Hobart.

–¿Neen?

–Esperaba que no fuera necesario, que la amenaza no llegara a ser física. Me imagino que me espía, que me sigue, y no quiero darle ideas.

Rico la miró y le dio un vuelco al corazón. De pronto le pareció pequeña y frágil. Se enfureció al pensar que alguien pudiera hacerle daño. Era importante que fuera capaz de protegerse en caso de agresión física.

–Las clases de defensa propia acaban de convertirse en obligatorias para el puesto que te he ofrecido esta mañana, Neen. Es una de las cosas de las que vine a hablarte.

Ella se quedó boquiabierta.

–Rico D’Angelo, menuda bola acabas de soltar.

–Se me olvidó comentártelo esta mañana cuando te entrevisté. La cuestión es que vas a trabajar con jóvenes desfavorecidos y algunos de ellos se han criado en ambientes agresivos.

–¿Y pueden ser violentos?

–Sin duda.

Él no tenía la intención de contratar en la cafetería a ningún maleante, pero…

–No creo que lleguemos a tener problemas, pero vas a lidiar con adolescentes.

–Y los adolescentes tienen un comportamiento hormonal e impredecible.

–El presupuesto para la cafetería cubrirá el coste de tus clases de defensa personal –ella hizo un gesto de protesta y él levantó una mano–. Insisto. Yo me encargaré de elegir al instructor, que me dará parte de tus progresos.

–Entonces esperaré a que me pases los datos –se giró para vigilar a Monty–. Este perro tiene una energía increíble.

Monty seguía revolcándose en las olas. La alegría física que desprendía por el hecho de estar vivo maravilló a Rico. Pero no tardó en volver a la realidad: estaba demasiado ocupado para nadar y holgazanear en la arena, algo que no echaba de menos en absoluto. Se giró hacia Neen.

–Mientras tanto… te convendrá practicar un poco ahora. Recuerda que si alguien te ataca tu primer objetivo es inutilizar al agresor el tiempo suficiente para escapar. Nunca te quedes a luchar con alguien más fuerte y experimentado que tú.

–Entendido.

–Si te atacan de frente, como estoy haciendo yo –explicó agarrándola por los hombros–, apártale los brazos así. Luego lo agarras por la camisa, le pegas un rodillazo en la ingle con todas tus fuerzas y gritas lo más alto que puedas.

La mayoría de las veces, el miedo a ser descubierto hacía huir al agresor.

–Ahora date la vuelta.

Ella obedeció.

–Si te atacan por la espalda, así, –dijo tomándola por los hombros y tirando de ella hacia sí mientras le inmovilizaba los brazos junto a los costados–, quiero que…

Se detuvo al ver que un perro furioso avanzaba velozmente hacia ellos. Rico comprobó, fascinado, que Monty se había convertido en una bestia asesina en un abrir y cerrar de ojos. Neen se apartó de él y vociferó «¡No!» al tiempo que mantenía la mano extendida frente a ella como si fuera un guardia de tráfico. El perro se detuvo en seco.

–¡Túmbate! –le ordenó con voz alta y dura, gesticulando con la mano.

Monty gimió y pateó la arena.

–¡Túmbate! –exclamó ella repitiendo el gesto.

Monty se tumbó en la arena y apoyó el morro sobre sus patas delanteras sin quitarle a Neen la vista.

–Los perros se rigen por un sistema de jerarquías –le explicó con una voz mucho más suave.

–Ajá –repuso él mientras su ritmo cardiaco aminoraba.

–Tengo que hacerle ver que tú estás más arriba que él en la cadena alimentaria, para que aprenda a respetarte.

Él tragó saliva.

–Estréchame la mano.

Él obedeció.

–Ahora, sin soltarla, inclínate hacia mí para que pueda darte un beso en la mejilla.

Él hizo lo que ella le pidió y se vio abrumado por su olor, una mezcla de fresas, madera… y perro. Los labios frescos de Neen rozaron su mejilla y él sintió que renacían estrepitosamente los impulsos de chico malo que llevaba diez años tratando de reprimir. Ella se apartó, pero no soltó su mano.

–Monty –dijo con voz suave al tiempo que hacía chasquear sus dedos. El perro se incorporó inmediatamente y le acarició la mano con el hocico–. Rico, acerca tu mano para que la huela, la recuerde… y te pida disculpas.

Rico hizo lo que decía, sin temor a que Monty le mordiera. La confianza de Neen se le había contagiado, y sabía que no era el tipo de mujer que pondría a alguien en peligro. Monty no tardó en lamer la mano de Rico.

–Buen chico –dijo Neen, soltando finalmente la mano de Rico y rascando el lomo del animal.

–¿Cómo es que sabes tanto de perros? –preguntó tratando de quitarse de la cabeza la curva de sus caderas en los vaqueros que llevaba puestos.

–Crecí con ellos.

–Creí que no te gustaban.

–Eso es verdad.

Vio que ella sacaba una pelota de tenis del bolsillo.

–Bueno, Monty, vamos a ver si te cansamos de verdad –dijo al tiempo que lanzaba la pelota. Rico meneó la cabeza.

«Mis chicos no saben lo que les espera».

 

 

A la mañana siguiente, cuando Neen regresaba a casa desde la playa, se encontró a un grupo de albañiles esperando junto a su puerta. Sintió un sudor pegajoso en las palmas de las manos. Miró en derredor, pero nada parecía fuera de lo normal.

–¿Es usted la señorita Cuthbert? –preguntó uno de ellos. Cuando Neen asintió, él añadió–: Nos han contratado para instalar nuevas puertas mosquiteras y sistemas de seguridad en los cinco apartamentos.

–¿Quién les ha contratado?

–La agencia inmobiliaria responsable de la propiedad –respondió el hombre.

–¿Puedo verlo?

Él le dio el formulario de pedido. El nombre de la agencia aparecía en el recuadro del solicitante, pero ella no dudó ni por un momento de que Rico estaba detrás de todo aquello.

–Yo vivo en el apartamento número tres –dijo devolviéndole el formulario–. ¿No deberían empezar por el uno?

–El residente del apartamento uno está fuera, y el agente inmobiliario no podrá abrirnos su casa hasta mañana. Tenemos entendido que el número dos está vacío, por lo que tendremos que esperar al agente.

Era el apartamento de Audra, o por lo menos, el que había ocupado antes de marcharse.

–Me han dicho que llame a la agencia inmobiliaria si tiene alguna pregunta. ¿Le importa que nos pongamos a trabajar ya? Nos llevará una hora, dos como máximo.

–En absoluto –no iba a mirarle el diente al caballo regalado. Abrió la puerta principal y los invitó a pasar con un gesto–. Adelante.

Se sentó en el patio con un taza de té mientras Monty sesteaba bajo el sol primaveral. Siguiendo un impulso, sacó el teléfono y marcó el número que le había dado Rico.

–D’Angelo –bramó una voz sin más preámbulo, lo que por alguna razón le hizo sonreír.

–Hola, Rico, soy Neen.

–¿Va todo bien?

–Sí, gracias.

Hacía tiempo que no se sentía tan cuidada por alguien. Agarró con fuerza el teléfono. Su deseo de ser cuidada, amada, era lo que la había metido en ese lío.

–Esto… solo quería darte las gracias. No sé cómo te las has arreglado para organizarlo en tan poco tiempo, pero la empresa de seguridad ya está aquí.

Él permaneció callado y a ella le invadió un sentimiento de vergüenza.

–¿Rico? –la vergüenza dio paso a algo más siniestro. Si se trataba de una de las triquiñuelas de Chris…–. Si no has sido tú el que ha pedido que me instalen una nueva puerta y un sistema de seguridad, más vale que me lo digas ya.

Tendría que llamar a la agencia para asegurarse de que todo estaba en orden, que era lo que debía haber hecho en un primer momento. ¿Qué demonios le había hecho llamar a Rico?

–El agente de la agencia inmobiliaria que se encarga de tu bloque de apartamentos me debe un favor, y decidí cobrármelo.

–Bien… –dijo ella tragando saliva–. Muy amable por tu parte. Solo quería… darte las gracias.

–Me limito a proteger mi inversión. ¿Has tenido tiempo de leer el contrato?

Neen notó sus intentos por poner distancia entre ellos y frunció el ceño. No es que esperara que las confidencias del día anterior los hubiera convertido en amigos de toda la vida, pero siempre había entablado amistad con sus jefes y no entendía por qué con Rico tenía que ser diferente.

–He leído el contrato y he cambiado una cosa.

–¿Qué?

–No voy a firmar por dos años, Rico. Creí que lo había dejado claro. Lo he cambiado a doce meses.

Él no dijo nada.

–Un descuido, sin duda, aunque me gustaría que lo reconsideraras. Cuando tomo una decisión, me gusta poner las cosas en marcha lo antes posible y se me olvidó cambiar esa línea.

–¿Por qué este proyecto significa tanto para ti?

–Tan pronto como abra la cafetería y obtenga buenos resultados, podré solicitar capital para abrir más cafeterías en otras zonas de la ciudad.

–¿Quieres crear una cadena de cafeterías benéficas?

–¿Por qué no?

A ella no se le ocurrió ninguna razón, aunque…

–¿Nunca te paras a disfrutar de la vida?

Él no contestó, y ella se estremeció al darse cuenta del atrevimiento de su pregunta. ¡No debía hacer preguntas personales ni mostrar curiosidad! La curiosidad estaba a un paso del interés, y ella no estaba interesada en ningún hombre. Punto.

–¿Estás ocupada hoy? –preguntó él–. Sé que oficialmente no empiezas hasta el lunes, pero me gustaría enseñarte el local y saber qué opinas de él.

Una corriente de emoción recorrió su cuerpo. Era la primera vez que se interesaba por un tema profesional desde que recibió los papeles de impugnación del testamento.

–Me encantaría, Rico. Pero la empresa de seguridad tiene para una hora más o menos. En estos momentos no me siento cómoda dejando que alguien cierre la puerta de mi casa.

–Claro que no. ¿Qué hay de tu coche?

–Le están cambiando las ruedas. Estará listo en algún momento de la mañana.

–¿Estarás libre por la tarde?

–Libre como los pájaros.

–Estupendo. Puedo enseñarte la cafetería y quizá presentarte a un par de aprendices.

–¿Dónde quedamos?

–Si vienes a la oficina a eso de la una y media, podemos ir juntos.

–Allí estaré.

–Por cierto, Neen –dijo él antes de colgar–. ¿Cómo fue la cena de ayer, por la que estabas tan estresada?

Le conmovió que se acordara, pero sintió un vuelco en el estómago: la noche anterior había sido un auténtico desastre.

–¿Neen?

Ella salió de su ensimismamiento y trató de inyectar algo de humor en su voz.

–Teniendo en cuenta la semanita que llevo, no fue exactamente como yo esperaba.

Había sido verdaderamente horrible.

–Siento oírte decir eso. Pero bueno, la semana no ha ido del todo mal. No olvides que has conseguido un trabajo interesante.

–Eso es verdad –convino ella antes de colgar.

Así que un «trabajo interesante». Suspirando, se preparó otra taza de té. El tiempo lo diría, pero aunque fuera verdad, no le compensaba no poder cumplir su sueño de abrir su propia cafetería. Esperaba no tardar mucho en hacerlo. Miró al cielo y musitó:

–Crucemos los dedos, abuelo.

 

 

–Nos han dejado el alquiler tirado de precio por un periodo de dos años –dijo Rico mientras abría con llave la puerta del local situado en Battery Point.

–¿Cómo demonios has conseguido eso en este lugar? –se asombró Neen–. Está prácticamente junto al mar, a tan solo un par de calles del Mercado de Salamanca. ¡Los alquileres en esta zona son astronómicos!

Rico se encogió de hombros. Aquel hombre era prodigioso.

–¿Te debían un favor?

–El propietario es el director de una granja lechera de la zona. Le he prometido hacerle publicidad en los folletos y en los menús.

–Eres un buen relaciones públicas.

Rico encendió las luces.

–Eso es lo mismo que pensó él.

Neen admiró la amplitud de la parte delantera del local, con sus dos magníficos ventanales que daban a la calle. Era una pena que no tuviera vistas al mar, aunque si fuera así, el alquiler no sería tan barato.

–Obviamente nos encargaremos de las obras de mantenimiento necesarias.

No cabía duda de que había mucha limpieza por hacer.

–¿Qué opinas?

–Creo que puede quedar genial. Bastará con una mano de pintura y un poco de trabajo duro –dio un paso atrás–. Calcula que aquí caben cómodamente unos sesenta comensales.

–Eso era lo que esperaba oír. Ven a ver la cocina.

Ella pasó una mano por el mostrador y las vitrinas de madera que se extendían por la pared del fondo. Se los imaginó pulidos y brillantes, exhibiendo una amplia selección de deliciosas tartas y pasteles. Sonrió por dentro. Era perfecto; no podría haber elegido un sitio mejor para la cafetería de sus sueños y… Se enderezó y, saliendo de su ensimismamiento, siguió a Rico hasta la cocina. Era más pequeña de lo que había imaginado.

–¿Has organizado ya una inspección de riesgos?

–Todavía no, ¿por qué? –bramó–. ¿Ves algún problema potencial?

Ella comenzó a señalar cosas.

–Hay cableado al descubierto ahí, ahí y ahí, y aquel enchufe podría provocar un incendio. Ese ventilador de techo no me hace sentir segura. Pero el horno quedará bien una vez esté limpio –abrió un armario e hizo una mueca cuando vio una cucaracha correteando en su interior–. Esta parte es muy oscura, lo que puede ser muy problemático. Necesitaremos tiras de iluminación en toda esta zona. Una buena visibilidad es importante cuando hay hornillos al rojo vivo y cuchillos afilados. No pondría en peligro a gente con experiencia, y mucho menos a novatos.

–¡Los chicos ya aprenderán!

–Por supuesto que lo harán, pero el proceso será más rápido y seguro con una buena iluminación –dijo mientras pasaba el dedo por una bancada y lo inspeccionaba con cara de asco.

Él soltó un suspiro.

–Eso costará una fortuna.

–¿Me has traído aquí para que te dé mi franca opinión o para que te dé unas palmaditas en la espalda y te diga que estás haciendo un trabajo fabuloso?

Él la miró con el ceño fruncido y Neen comprendió que estaba calculando frenéticamente el presupuesto del que disponía.

–Ahora entiendo por qué el alquiler es tan barato –gruñó.

–¿Cuánto estás pagando?

Él le dijo la suma y ella se encogió de hombros.

–Estamos en plena zona turística de Hobart. Has hecho un buen negocio.

Él no dijo nada y Neen dudó que la hubiera oído.

–¿Qué hay por ahí?

–El almacén, los servicios de los empleados y la puerta trasera.

Él le indicó el camino y abrió bruscamente la puerta del almacén. Una criatura peluda le rozó los tobillos y Neen soltó un grito.

–¿Qué…? –dijo él girándose hacia ella.

–¡Salgamos por la puerta trasera ahora mismo!

Salieron precipitadamente al patio encementado y ella pateó el suelo estremeciéndose.

–¡Qué asco!

Rico la miró como si se hubiera vuelto loca.

–¿Qué demonios estás haciendo?

Ella le señaló con el dedo.

–Puedo soportar los ratones, e incluso las cucarachas, ¡pero no estoy dispuesta a tolerar ratas!

El gesto de Rico se ensombreció.

–Aquí no hay ratas.

–¿Ah, no? –señaló algo detrás de él–. ¿Entonces qué es esa cosa que hay en el escalón?

Capítulo 3

 

 

 

 

 

RICO lanzó un enérgico juramento. El roedor bajó correteando los escalones y se escabulló detrás de unos cubos de basura.

Una rata. ¡Maldita sea! El departamento de Sanidad se pondría las botas con aquello. Su visión de una próspera cadena de cafeterías benéficas quedó empañada durante unos instantes. De pronto parecía fuera de su alcance. Con la cabeza baja y los hombros vencidos, pensó que estaba exhausto de tener que pelear cada subvención, cada céntimo de dinero gubernamental, cada… Se puso derecho.

«Ya basta, D’Angelo. No tienes razones para quejarte».

Se le llenó la boca de esa bilis tan familiar. Alzó la cabeza y enderezó los hombros. Neen lo observaba con los ojos entornados y los labios fruncidos.

–¿Estás al día con la vacuna del tétanos?

La pregunta lo sorprendió.

–Sí.

Ella señaló la puerta.

–Entonces entra por esa puerta, apaga las luces y cierra con llave. Te espero en la parte delantera. ¡Ah! ¿Te importaría traerme el bolso? Lo he dejado en la encimera de la cocina –dicho esto, desapareció.

Con el ceño fruncido, él obedeció y se reunió con ella en el caminito de entrada a la cafetería. Le dio el bolso tratando de decir algo jovial, pero no se le ocurrió nada. Puso rumbo al coche, pero ella lo tomó del brazo.

–Ven conmigo.

–¿Adónde?

–Vamos a celebrar una reunión de emergencia.

–¿Una qué? ¿Dónde?

–En el pub que hay a la vuelta de la esquina.

 

 

–¿Qué te apetece beber?

Ella alzó la barbilla con aire desafiante.

–He tenido una semana de aúpa, y tengo sed.

Rico no supo por qué, pero sintió ganas de sonreír.

–¿Te apetece una buena jarra de cerveza?

–Será mejor que me la pidas sin alcohol. No quiero ponerme tontorrona y que me dé la risa floja. Pide también una bolsa de patatas fritas con sal y vinagre. Estaré ahí mismo –dijo señalando una mesa en el rincón.

Cuando regresó, se la encontró sentada frente a un boli y un cuaderno. Le dio un sorbo a la cerveza que él le tendía y, abriendo la bolsa de patatas, se llevó una a la boca.

–Tenemos que hacer una lista de tareas y organizarlas por orden de prioridad.

Él depositó con brusquedad su limonada encima de la mesa. Tenía que haber empezado a pensar en posibles soluciones a los problemas, como había hecho Neen, en lugar de desesperarse. Debería de haber sido más proactivo. Normalmente era tan…

El cumpleaños de Louis. Se desplomó sobre una silla. Aquel día habría sido el cumpleaños de Louis; la idea lo había hostigado desde el momento en que abrió los ojos aquella mañana, rodeándolo de oscuridad y de desprecio por sí mismo. Dio un respingo en el asiento al darse cuenta de que Neen lo observaba atentamente.

–¿Cuándo fue la última vez que dormiste a pierna suelta? –le preguntó.

«Hace diez años», pensó.

–Yo podría preguntarte lo mismo –dijo él observando las bolsas negras bajo sus ojos–. ¿Qué pasó en la cena de anoche?

Ella alzó una ceja.

–Lo siento, no es asunto mío.

–Terminó en acusaciones y palabras airadas. Lo que esperaba.

Las manos de él agarraron con fuerza el vaso.

–¿No invitarías a ese ex tuyo que…?

–¿Crees que soy idiota?

Lo fulminó con la mirada, y él se sintió aliviado.

–Lo siento, es que… tengo mucha experiencia con mujeres atrapadas en el ciclo de la violencia doméstica.

–¿Experiencia personal?

–No.

No había sido testigo de ella de niño, ni tampoco la había sufrido en sus carnes.

–En el trabajo. Sería horrible ver a la madre de uno pasar por eso.

Bastante duro era verlo en las familias de los chicos a los que trataba de ayudar.

–¿Te acuerdas que te conté lo del testamento impugnado?

Él asintió.

–La cena de anoche era con la otra parte interesada.

¿Y había terminado con acusaciones y palabras airadas?

–Lamento que no fuera bien.

–Te lo agradezco, pero no tiene nada que ver con el trabajo. Lo que necesitamos ahora es idear un plan de acción.

Rico estaba tan acostumbrado a que la gente le pidiera, o más bien le exigiera, ayuda que la actitud decidida de Neen lo dejó perplejo. En el buen sentido.

–Creo que lo más importante es, lo primero, fumigar el local, y lo segundo, llamar a un electricista para que compruebe el estado del tendido. Las ratas se lo comen todo.

–Conozco a uno que estará dispuesto a ayudarnos a cambio de publicidad.

–¿Cómo de grandes van a ser nuestros menús, Rico?

Él soltó una carcajada.

–No tengo contactos en el sector del control de plagas.

–Es obvio que te preocupa el presupuesto.

Neen se llevó la cerveza a los labios y él se dio cuenta de pronto de lo bonita que era. No era llamativa o vistosa; nadie diría que era bella, pero la mata de espeso pelo castaño, la naricilla respingona y la boca ancha la convertían definitivamente en una chica atractiva.

Ella se llevó la mano a la cara.

–¿Qué pasa?

¿Qué estaba haciendo? No tenía tiempo de ponerse a ponderar atributos femeninos, ni de coquetear, ciertamente no con una empleada. Estaba cansado, no se había tomado vacaciones desde hacía… diez años.

–Es normal preocuparse por el presupuesto.

–Mira, esto va a ser una cafetería benéfica. Un programa para formar a los jóvenes menos favorecidos y ayudarlos a encontrar trabajo, ¿no? Seguro que si conseguimos que la comunidad lo apoye el radio de acción será mucho mayor.

–Eso es lo que pretenden todas y cada una de las iniciativas benéficas. Y la comunidad está… un poco harta de estas iniciativas. La generosidad de la gente tiene un límite.

Rico lo comprendía, pero si pudiera involucrar a unas cuantas empresas más… El problema era que sus chicos no eran graciosos y adorables. Eran desgarbados, malhumorados y respondones, lo cual no ayudaba a la hora de hacer publicidad.

–Hace un tiempo una familia perdió su casa a causa de una tormenta. No sabían que el seguro no lo cubría. Una emisora de radio hizo un llamamiento para que gente de diferentes oficios ofreciera su ayuda. Se vieron inundados de ofertas. Por lo visto, la publicidad que recibieron compensó el trabajo que hicieron. Nosotros podríamos hacer algo parecido.

–Tengo un contacto en una de las emisoras.

El corazón de Rico comenzó a latir rápidamente. Si pudieran conseguir a un fumigador y un electricista gratis… Durante unos instantes sintió la tentación de tomar el rostro de Neen entre las manos y besarla, pero en lugar de eso le dio un trago a su bebida.

–¿También tienes contactos en la televisión local? –preguntó ella removiéndose en el asiento con los ojos brillantes.

–¿Estás pensando en que nos entrevisten a ti, a mí y a algunos de los chicos?

–Yo preferiría pasar desapercibida.

Rico recordó lo de su exnovio y apretó los puños por debajo de la mesa.

–Entiendo. Mira, Neen, he hablado varias veces con los medios, y a mí no me plantea ningún problema. Pero algunos de los chicos se expresan fatal.

–¿Por qué no hacemos algo divertido, usando el humor?

–¿Como qué?

Ella rio de repente, y él se dio cuenta de que olía al fresco aire alpino del parque nacional del suroeste de Tasmania. Un lugar que no había visitado en más de… diez años.

–Podríamos mostrar a un grupo de adolescentes caminando por la calle en actitud amenazadora y una voz en off que dijera: «¿Le gustaría ver a estos chicos merodeando por su calle?». También unos viejecitos metiéndose en sus casas a toda prisa y cerrando la puerta con llave. Luego, enfocaríamos la cafetería, donde estarían todos los chicos trabajando y sirviendo café y tartas deliciosas a los vecinos que antes estaban atemorizados. La voz en off podría decir algo así como: «Ayúdenos a apartarlos de la calle y a encontrarles un empleo».

Rico no pudo evitar reír al imaginar la escena.

–Costaría dinero… y tiempo.

–¿Pero, y si hace que la gente se fije en nuestra causa?

En eso tenía razón.

–Bueno, pasemos al siguiente punto. Tú te encargas de la campaña publicitaria.

–Una vez obtengamos la aprobación del departamento de sanidad y riesgos laborales, podríamos organizar una jornada de trabajo. Podríamos pedir ayuda a través de la radio. ¿Crees posible convencer a tus adolescentes de trabajar a cambio de nada?

–A algunos, sí.

Algunos deseaban una oportunidad desesperadamente.

–Si ayudan a pintar y a decorar la cafetería se sentirán más involucrados en el proyecto. Sobre todo si reciben pizza gratis a cambio.

–Es un plan excelente.

–También tendríamos que promocionar la apertura de la cafetería. ¿Crees que podríamos sortear tickets para el almuerzo el día de la inauguración?

–Creo que es una idea estupenda, pero me gustaría que ese día siguiera siendo el miércoles de la semana que viene.

–Pues vamos a tener unos días de lo más ajetreados, ¿no crees?

–Totalmente. Yo preferiría anunciar un evento para dentro de dos meses, e invitar a propietarios de restaurantes y hoteles, a encargados de empresas de catering…, a cualquiera que pudiera estar interesado en contratar a nuestros aprendices.

Ella aplaudió.

–Podríamos organizar un almuerzo para la Copa Melbourne. Para entonces los chicos tendrán algo de experiencia.

–¡Genial!

Él se acomodó en el asiento. Después de tanto trabajo duro e interminables trámites burocráticos, Rico comenzaba a apreciar el lado divertido del proyecto y a convencerse de que podrían hacerlo funcionar. Miró a Neen y de nuevo sintió la necesidad de inclinarse hacia ella y besarla. Por pura gratitud, nada más. Terminó su limonada de un trago.

–Neen, estoy impresionado. Desde el momento en que entraste en mi oficina supe que eras la persona adecuada para el trabajo.

–¿Pero?

–Pero no me había dado cuenta hasta ahora de hasta qué punto. Cuando te negaste a firmar un contrato por dos años, dudé de tu compromiso, pero me equivoqué. ¿De dónde salen tanta energía y tantas ideas?

Los ojos de Neen se llenaron de lágrimas súbitamente.

–¿Qué…? –preguntó, angustiado–. Te estaba piropeando. ¿Qué he dicho de malo?

Ella quiso decir que nada, que eran tonterías suyas, pero las palabras se negaron a salir. Además, no le apetecía mentir, no a Rico.

–Me has preguntado que de dónde saco tanta energía y tantas ideas…

–Era una pregunta retórica; solo quería alabarte.

–Lo sé, y te lo agradezco. Me has hecho sentir que estaba haciendo un buen trabajo.

–¿Pero…?

Ella se inclinó hacia él y estuvo a punto de tocarle la mano, pero se retractó en el último momento.

–Rico, mi sueño es abrir mi propia cafetería. Durante tres meses y medio pensé que estaba a punto de hacerse realidad. Busqué locales, diseñé menús, hablé con gente de posibles empleados. La cabeza me hervía de ideas, pero…

No pudo seguir. Su sueño se había aplazado indefinidamente, quizá para siempre, y… Sintió que algo se desplomaba dentro de ella, amenazando con aplastar algo bueno y puro en su interior. Enderezó la espalda y combatió el deseo de enterrar la cara entre sus manos.

–¿Pero has tenido que posponerlo hasta que se solucione el asunto del testamento?

–Exacto.

–Y mi cafetería se está beneficiando de tu desengaño…

Él le tomó la mano, inundándola de calidez y algo más que no supo definir.

–Neen, no es más que un retraso. Al final, conseguirás tener tu propia cafetería. Eres lista y capaz, y…

–Rico –no quería darle la impresión de estar sumida en la autocompasión–. Te agradezco que me hayas dado una oportunidad. Si no puedo llevar a la práctica mis planes de abrir mi propia cafetería, dirigir la tuya es la mejor alternativa. No quiero que pienses que no estoy entregada al cien por cien, o que te voy a dejar en la estacada. Pase lo que pase con el testamento, te he prometido un año.

–No dudo de tu compromiso, Neen.

–Pero tampoco quiero que pienses que te estoy prometiendo más que eso.

Él se echó hacia atrás y le soltó la mano.

–Comprendo –dijo con rostro inexpresivo.

Neen lamentó su retraimiento, pero se dijo que era mejor así. No quería darle la impresión de haber hecho suya su causa. Ella tenía sueños, sueños que sin duda la gente entregada a una causa consideraría egoístas. Sintió un sabor acre en la boca; eso era exactamente lo que le habían dicho sus padres la noche anterior. Eran demasiado fanáticos para reconocer sus propias obsesiones. Trató de sacudirse los recuerdos de la cena de la víspera; regodearse en ellos no le hacía ningún bien.

–¿Cuándo conoceré a los chavales?

Él miró su reloj.

–Les he pedido a varios de ellos que vengan al centro comunitario esta tarde.

¿El centro comunitario? No parecía mal sitio; mejor que una pista de patinaje o de baloncesto.

–¿Suelen reunirse allí?