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Concebida por muchos como el punto más alto del pensamiento trágico de Shakespeare. Los cinco actos de esta obra logran una tensión dramática inédita, la experiencia de valores morales invertidos, una secuencia cronológica y trama impregnadas de crueldad, cinismo, aflicción y remordimiento. Editorial Universitaria, a partir de la edición Oxford de Wells y Taylor, publica esta versión a cargo del poeta y ensayista Armando Roa Vial, a quien corresponde también la nota introductoria.
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Seitenzahl: 113
Veröffentlichungsjahr: 2022
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822.33
S527mShakespeare, William, 1564-1616.
Macbeth / William Shakespeare; traducción y
nota preliminar Armando Roa Vial.
2a ed. –Santiago de Chile: Universitaria, 2019.
125 p.; 13,5 x 21,5 cm. – (El mundo de las letras)
ISBN Impreso: 978-956-11-2612-1
ISBN Digital: 978-956-11-2723-4
1. Drama inglés.
I. t.II. Roa Vial, Armando, 1966-., tr.
© 2011, ARMANDO ROA VIAL.
TRADUCCIÓN Y NOTA PRELIMINAR.
Inscripción Nº 202.761. Santiago de Chile.
Derechos de edición reservados para todos los países por
© Editorial Universitaria, S.A.
Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.
Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada, puede ser reproducida,
transmitida o almacenada, sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o
electrónicos, incluidas las fotocopias, sin permiso escrito del editor.
Texto compuesto en tipografía Berling 11/13
Se terminó de imprimir esta
SEGUNDA EDICIÓN
en los talleres de Editora e Imprenta Maval Spa.,
Rivas 530, San Joaquín, Santiago de Chile,
en enero de 2019.
DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN
Yenny Isla Rodríguez
CUBIERTA
William Blake
Nebuchadnezzar,
Boceto en lápiz y acuarela. 44,6 x 62 cm
Tate Gallery, Londrés.
www.universitaria.cl
Diagramación digital: ebooks [email protected]
ÍNDICE
NOTA PRELIMINAR
LA TRAGEDIA DE MACBETH
NOTA PRELIMINAR
Eliot afirmó que “el poeta, al explorar, testimonia el talante de su tiempo”. Shakespeare es, al respecto, un referente ejemplar: siendo el “cronista de la Inglaterra isabelina”, la ausculta hasta en sus rincones más íntimos, desnudando esplendores y caídas, plenitudes y miserias. Digamos que Shakespeare respira la atmósfera de la Europa de Bacon, Lutero y Galileo, un continente agrietado en su composición espiritual y política, pero que al mismo tiempo, merced a los descubrimientos y revoluciones de las ciencias, alienta una creciente e insoslayable fe en las bondades del método experimental para dominar una realidad asimilada a patrones cuantificables, bajo las categorías de la extensión y el movimiento, aun cuando el modelo estaba subterráneamente erosionado por su imposibilidad de ceñir el “pantanoso corazón” del hombre a un esquema indubitado, claro y distinto. Dicho de otra manera: los tentáculos del triunfante “espíritu científico” tropezarán en los claroscuros del alma humana, allí donde hay “un fondo sin fondo”, inmune a legalidades de orden racional, y donde nada es estable o concluso. Será este universo pluridimensional (“una disonancia hecha carne”, según la célebre afirmación de Nietzsche), el gran escenario y paisaje del teatro de Shakespeare, aventurero infatigable de caracteres y móviles humanos, cuyas “múltiples aristas y alturas”, al decir de Goethe, fueron “agotadas” por nuestro autor.
Personalmente considero a Shakespeare, a contracorriente del optimismo posrenacentista, como uno de los precursores de la así llamada “filosofía del malestar existencial”, que somete al ser humano y su quehacer a un bastidor subterráneo de pulsiones y apetitos, que son los que en definitiva van tejiendo y destejiendo los hilos de la historia. La tragedia de Macbeth, escrita en los albores de la modernidad filosófica, encierra el presentimiento de los firmamentos enrarecidos que siglos más tarde deslumbrarán Hamann, Schopenhauer, Mainlander y Nietzsche. Repacemos ciertos elementos que subrayan esta intuición. El mandato sombrío de la ambición –una ambición tortuosa, implacable, encarnada en la avidez enfermiza de Macbeth– mancillando la soberanía algo escuálida de la conciencia, que miente y disfraza; la oleada de predestinación trágica que es puesta en escena por las hermanas fatídicas, intérpretes de un hado cuyos engranajes son inescrutables, más allá de toda tentativa humana, hasta transformar el drama en un luctuoso laberinto y, por contrapartida, la rebelión nihilizante ante la indiferencia despiadada del universo, cuyo “rencor inagotable”, asociado a la hiel y a la sangre, se transforma en el hilo conductor que va agriando la leche nutricia de todo sentimiento superior destinado a ennoblecer y embellecer la existencia.
La teodicea “hospitalaria y predecible” de los contemporáneos de Shakespeare es desfigurada por la apuesta de Macbeth y Lady Macbeth, donde el mal alcanza el estatuto de una fuerza devoradora que se divierte con nosotros sometiéndonos a su arbitrio brutal. Hay matices, además, que refuerzan la mirada de Shakespeare. Por ejemplo, la pérdida progresiva que sufre Macbeth de esa dimensión humana que reclama el horror para transformarse en tal, al aflojarse en el protagonista las estocadas de la conciencia individualizadora de la culpa. El contrapunto que desafía lo anterior lo aporta Lady Macbeth, cuyos arteros propósitos incitan la ruina de su marido; mujer sin escrúpulos, despiadada, que reclama la inspiración “de los ministros del crimen” y que, hacia el final de sus conjuras y maquinaciones, amortiguada la crueldad por la aflicción, termina ahogada por la tragedia que instigó. El mal, en ella, ya no es un resorte mecánico; la congoja, la “memoria de los dolores arraigados”, la bruñen aún en medio de lo “más tenebroso del infierno”. Mario Praz ha dicho que Lady Macbeth “sólo es fría en el propósito; que al llegar el momento de la acción su temple falla, desgarrado por la atrición”. Y Kenneth Rexroth precisa: “Macbeth se aleja del bien y el mal para sumergirse en un universo de valores morales invertidos. La realidad se envilece para que el infierno, triunfal, se haga palpable, tangible. Las secuencias cronológicas, los personajes, los lugares y los objetos se van desfondando, como bajo un hechizo alucinatorio, impregnados de oscuridades y violencias”.
La tragedia de Macbeth, escrita en la primera década del siglo XVII, posee una trama veloz, muy cohesionada. Su lenguaje es sobrio, aunque muy expresivo; la secuencia de imágenes se va desarrollando en un fino tejido contrapuntístico donde lo visual y lo táctil van dibujando atmósferas, lugares y caracteres. Entre las diversas fuentes consultadas por Shakespeare destacan las Crónicas de Inglaterra, Escocia e Irlanda de Holinshed, la Rerum Scoticarum Historiae de Héctor Boetius, aparte de muchos guiños y alusiones al “Antiguo Testamento”, particularmente “El libro de Job” y “Los Salmos”, como asimismo a los tratados y epístolas morales de Séneca. El argumento no está situado en un contexto histórico o político muy preciso, aunque percibimos ecos del drama por la sucesión al trono que marcó a fuego a la Inglaterra del siglo XVI, desde el reinado de Enrique VIII hasta el ascenso de los Estuardo, con todo su trasfondo de reformas religiosas, guerras civiles, intrigas y persecuciones. Como han advertido diversos comentaristas, el pulso de lo sobrenatural, desplegándose con una enorme carga dramática, envuelve el libreto del drama al crear un mundo de admoniciones que encontrará resabios más tarde en el universo de Milton, Blake y los románticos, enconados adversarios del cientificismo racionalista, portavoces, al igual que el maestro de Stratford upon Avon, del sentimiento de que la vida, más allá de vivisecciones de la filosofía, la religión o la ciencia, es sólo “una sombra errante, un burdo actor/ que pasa su hora pavoneándose y agitándose/ sobre el escenario y que luego no es oído nunca más,/ o un cuento repetido por un idiota,/ lleno de ruido y de furia que nada significan”.
Para esta edición he utilizado la versión que publicara hace años en Editorial Norma, revisada y corregida –así como la Nota Preliminar–, por lo que éste viene a ser el texto final. Mi trabajo ha buscado recrear la fluidez del original, apelando a un lenguaje de factura concentrada, alejado de malabarismos prosopopéyicos que empañen el vigor de la expresión natural. La edición empleada corresponde a la de Wells y Taylor, la llamada Oxford, que incluye la escena quinta del tercer acto, omitida por quienes la consideran apócrifa, hija de la pluma de Thomas Middleton y no de Shakespeare. He tenido a la vista las traducciones al castellano de Valverde, Astrana, Vilariño y Gutiérrez, admiradas y aprovechadas, con las cuales me siento muy en deuda, así como también los notables ensayos sobre Shakespeare del malogrado poeta norteamericano John Berryman.
Termino esta nota agradeciendo a Editorial Universitaria la oportunidad y el interés por publicar esta versión definitiva de mi traducción.
ARMANDO ROA VIAL
Mayo
LA TRAGEDIA DEMACBETH
PERSONAJES
R
EY
D
UNCAN
de Escocia.
M
ALCOLM
y D
ONALBAIN
sus hijos.
U
N CAPITÁN
del ejército de Duncan.
M
ACBETH
barón de Glamis,luego barón de Cawdor y rey de Escocia.
U
N PORTERO
del castillo de Macbeth.
T
RES ASESINOS
al servicio de Macbeth.
S
EYTON
sirviente de Macbeth.
L
ADY
M
ACBETH
esposa de Macbeth.
U
N DOCTOR
U
NA DAMA DE COMPAÑÍA
de lady Macbeth.
B
ANQUO
barón escocés.
F
LEANCE
su hijo.
M
ACDUFF
barón de Fife.
L
ADY
M
ACDUFF
su esposa.
H
IJO DE
M
ACDUFF
.
L
ENNOX
barón escocés.
R
OSS
barón escocés.
A
NGUS
barón escocés.
C
AITHNESS
barón escocés.
M
ENTEITH
barón escocés.
S
IWARD
conde de Northumberland.
E
L JOVEN
S
IWARD
su hijo.
U
N DOCTOR
inglés.
H
ÉCATE
reina de las brujas.
Seis
BRUJAS
.
Tres
APARICIONES
: una cabeza armada, un niño ensangrentado y un niño coronado.
Un
ESPÍRITU
con forma de gato.
Otros
ESPÍRITUS
.
U
N VIEJO
.
M
ENSAJEROS
.
A
SESINOS
.
S
IRVIENTES
.
Un festín con ocho reyes; señores y barones; sirvientes, soldados y tamborileros.
1.1.Truenos y relámpagos. Aparecen tres brujas
PRIMERA BRUJA:
¿Cuándo nos reuniremos otra vez
bajo truenos, relámpagos o lluvia?
SEGUNDA BRUJA:
Cuando el alboroto haya terminado,
cuando la guerra se gane y se pierda.
TERCERA BRUJA:
Eso será antes que anochezca.
PRIMERA BRUJA:
¿Dónde?
SEGUNDA BRUJA:
En el brezal.
TERCERA BRUJA:
Con Macbeth iremos a encontrarnos.
PRIMERA BRUJA:
Voy, mi demonio.
SEGUNDA BRUJA:
Esa alimaña está llamando.
TERCERA BRUJA:
¡Pronto!
TODAS:
Lo justo apesta; sólo lo vil es bello.
Vamos a rondar la niebla y el aire roñoso.
1.2.Al asalto. Entran DUNCAN, el REY; MALCOLM;
DONALBAIMy LENNOX, todos ellos con sus servidores,
y se encuentran con un capitán ensangrentado.
REY DUNCAN:
¿Quién es este hombre que sangra?
A pesar de su apariencia
podrá referirnos qué novedades hay de la revuelta.
MALCOLM:
Éste es el soldado
que luchó como un buen y robusto guerrero
en contra de mi cautiverio. ¡Te honro, valiente amigo!
Refiere al Rey los pormenores de la batalla.
CAPITÁN:
No se había definido,
como cuando dos nadadores extenuados que se
/apoyan uno a otro
malogran sus habilidades. El despiadado MacDonald,
siempre presto a la rebelión –porque para eso
en él medran las múltiples abyecciones de la naturaleza–,
fue provisto de tropas con armas ligeras y pesadas
traídas desde las islas occidentales.
La fortuna quiso sonreírle en la infausta disputa,
mostrándose como la ramera de un rebelde.
Pero todo es tan exiguo, pues el bravo Macbeth,
que bien ganada tiene su fama,
desdeñó al destino cuando enarboló el acero,
rebosante de sangre fresca,
y, predilecto del valor,
desplegó su coraje para encarar al lacayo.
No le extendió la mano ni lo conminó a partir:
antes lo desgarró desde el ombligo a las quijadas
y empaló su cabeza sobre nuestras almenas.
REY DUNCAN:
¡Valiente primo, ilustre caballero!
CAPITÁN:
Tal como cuando el primer destello de sol
desata pavorosos truenos y tormentas que estragan
/navíos,
así también desde el manantial donde creímos surgiría
/la paz
cundió la inquietud. Atención, Rey de Escocia, prestad
/atención:
cuando la justicia, premunida de valor,
impulsó a esos raudos escuadrones a confiar en sus
/talones,
el señor de los noruegos, adivinando la ventaja,
con sus armas bruñidas y la provisión de refuerzos,
inició una renovada ofensiva.
REY DUNCAN:
¿Y todo aquello no consternó a nuestros
capitanes, Macbeth y Banquo?
CAPITÁN:
Sí, como el gorrión al águila o la liebre al león.
Siendo honesto, debo advertiros que eran
como cañones reforzados con doble estallido,
cuyas descargas sacudían dos veces al enemigo.
Ignoro si querían bañarse sobre heridas que ya
/apestaban
o si acaso deseaban revivir un nuevo Gólgota.
Ah, estoy agobiado; mis heridas claman auxilio.
REY DUNCAN:
Tus palabras abrazan esas heridas.
Ambas te distinguen. Entregadlo a los cirujanos.
(Salen el Capitán y sus asistentes)
Entran ROSS y ANGUS.
¿Quién es el que viene?
MALCOLM:
El ilustre barón de Ross.
LENNOX:
¡Qué premura se trasluce en sus ojos!
Parece dar noticia de eventos extraordinarios.
ROSS:
¡Dios salve al Rey!
REY DUNCAN:
¿De dónde venís, ilustre Barón?
ROSS:
De Fife, gran rey,
donde las enseñas de Noruega desdeñaban al cielo
desplegándose como abanicos que enfriaban a nuestros
/hombres.
Noruega misma, con terrible número de soldados,
amparada por el más desleal de los traidores,
el barón de Cawdor, inició una mortífera batalla
en la que el novio de Bellona, blindado hasta los dientes,
lo desafió a luchar punta contra punta, brazo contra brazo,
humillando al impetuoso rebelde
y prodigándonos la victoria.
REY DUNCAN:
¡Qué gran regocijo!
ROSS:
Sveno, el rey de los Noruegos, ansía una tregua;
pero no le dejaremos que entierre a sus caídos
mientras no nos entregue, en San Columba,
el equivalente a diez mil dólares para disfrute nuestro.
REY DUNCAN:
El Barón de Cawdor no volverá a engañar
nuestros intereses. Id, proclamad su sentencia
y saludad con su título a Macbeth.
ROSS:
Así lo haré.
REY DUNCAN:
Todo cuanto hemos perdido
el noble Macbeth lo ha de ganar.
Salen