Madame Bovary - Gustave Flaubert - E-Book

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Gustave Flaubert

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Beschreibung

"Lo que le reprochamos [a Flaubert] es no haber sabido darles interés verdadero a ninguno de sus personajes. Madame Bovary resulta repelente, y Monsieur Bovary, Monsieur Homais, Monsieur Rodolphe y Monsieur Léon son todos repelentes, muy comunes, almaceneros, burgueses. Es la vida, dirán; peor para ustedes si es así; yo prefi ero la vida de una novela bien falsa, bien fantástica, llena de imaginación y de quimeras, en la que encuentre con felicidad, si no el mundo que me rodea, al menos los sueños que me consuelan". Anatole Claveau, Courrier franco-italien, 1857 "No hay calificación, no hay crítica para las obras de este tipo. El arte cesa en el momento en que nos invade la basura. Ha sido necesario el espantoso desarreglo de los espíritus, su libertinaje, su insolencia, sobre todo su incurable estupidez, para que un hombre que lleva un nombre recomendable e ilustre, según dicen, haya osado reivindicar públicamente el honor que puede conferir una publicación tal". León Aubineau, L'Univers, 1857

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MADAME BOVARY

GUSTAVE FLAUBERT

Ser un clásico, como dijo el crítico George Steiner, “es ser leído constantemente, seguir siendo inagotable y provocar profundos disensos… pero, también, es ser mal leído”.

“Lo que le reprochamos [a Flaubert] es no haber sabido darles interés verdadero a ninguno de sus personajes. Madame Bovary resulta repelente, y Monsieur Bovary, Monsieur Homais, Monsieur Rodolphe y Monsieur Léon son todos repelentes, muy comunes, almaceneros, burgueses. Es la vida, dirán; peor para ustedes si es así; yo prefiero la vida de una novela bien falsa, bien fantástica, llena de imaginación y de quimeras, en la que encuentre con felicidad, si no el mundo que me rodea, al menos los sueños que me consuelan”.

ANATOLE CLAVEAU, Courrier franco-italien, 1857

“No hay calificación, no hay crítica para las obras de este tipo. El arte cesa en el momento en que nos invade la basura. Ha sido necesario el espantoso desarreglo de los espíritus, su libertinaje, su insolencia, sobre todo su incurable estupidez, para que un hombre que lleva un nombre recomendable e ilustre, según dicen, haya osado reivindicar públicamente el honor que puede conferir una publicación tal”.

LÉON AUBINEAU, L’Univers, 1857

Madame Bovary

Costumbres de provincia

GUSTAVE FLAUBERT

Traducción, introducción y notas de Jorge Fondebrider

INTRODUCCIÓN

La primera traducción que leemos de una novela clásica, como la primera grabación que oímos de una pieza de música clásica, “es” y sigue siendo esa novela, esa sinfonía. Subsecuentes intérpretes tal vez tengan una mejor comprensión de la lengua, o toquen la pieza en instrumentos de época, pero esa versión inicial siempre exige algún cambio.

 

JULIAN BARNES, “Writer’s Writer and Writer’s Writer’s Writer”, en London Review of Books, Vol. 32, Nº22, 18 de noviembre de 2010.

 

En uno de los muchos diálogos que Jorge Luis Borges mantuvo con Osvaldo Ferrari, se lee: “[T. S.] Eliot pensó que sólo puede darse un clásico cuando un lenguaje ha llegado a una cierta perfección; cuando una época ha llegado a cierta perfección. Pero yo creo que no: creo que un libro clásico es un libro que leemos de cierto modo. Es decir, no es un libro escrito de cierto modo, sino leído de cierto modo; cuando leemos un libro como si nada en ese libro fuera azaroso, como si todo tuviera una intención y pudiera justificarse, entonces, ese libro es un libro clásico”.1 Por su parte, Italo Calvino, entre las muchas definiciones que propone, señala que “los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado (o más sencillamente, en el lenguaje o en las costumbres)”.2 Entonces, si nos atuviéramos apenas a la montaña de versiones traducidas a los más diversos idiomas y publicadas una y otra vez por las más variadas editoriales del mundo entero,3 a los miles de estudios y trabajos exegéticos dedicados a Madame Bovary y a Gustave Flaubert, no queda otro remedio que concluir que es uno de los clásicos más importantes de la historia de la literatura mundial y que, pese a los ciento cincuenta y siete años que trascurrieron desde su publicación original, seguirá siendo leído y releído por las generaciones presentes y futuras.

Ahora bien, lo dicho hasta aquí bastaría para justificar una nueva versión en nuestra lengua a la que, provisoriamente, con sus aciertos y errores –todas los tienen– se consideraría, al menos por un tiempo, “la última”. Esas “últimas” versiones tienen sobre las anteriores la ventaja que les ofrece el paso del tiempo. Digamos que, hoy en día, todo traductor que quiera honrar al original en la lengua a la que traduce podrá considerar y acaso servirse de versiones anteriores. También tendrá a su disposición, de manera casi inmediata, bibliotecas e, Internet mediante, los nuevos documentos que periódicamente salen a la luz y que, en el caso de Flaubert –de quien se han conservado la casi totalidad de los manuscritos, carnets de escritura y borradores, además de una inmensa correspondencia–, han dado lugar a invalorables estudios críticos genéticos –vale decir, basados en el examen de esbozos y planes manuscritos, como los de Gabrielle Leleu, Jean Pommier, Claudine Gothot-Mersch, Pierre-Marc de Biasi, Jacques Neefs, Jeanne Goldin e Yvan Leclerc, para mencionar acaso a los más notables– que en no pocas oportunidades han arrojado luz sobre pasajes complejos, llegando incluso a modificar el sentido de una página.

Luego, accederá asimismo a una inmensa bibliografía cada vez más exhaustiva que le permita detenerse en tal o cual aspecto del texto que decida destacar. Si el traductor en cuestión, además de lidiar con las dificultades de uno de los textos menos ingenuos de toda la historia de la literatura, logra sobreponerse a semejante volumen de información, podrá hacer con ella algo al menos correcto, logrando durante un tiempo convertir la suya en una edición de referencia. Inútil ocultar que todos los traductores deseamos eso, incluso conociendo la desproporción de nuestras expectativas respecto de la desmesura de la tarea. Vuelvo entonces al principio: esta nueva traducción y sus muchas notas pretenden dar cuenta no de una, sino de un notable número de maneras de leer Madame Bovary, desde su publicación a la fecha, justificando así su reputación de gran clásico de la literatura.

Madame Bovary son los padres

Nada más fácil que servirse de una frase ingeniosa y un tanto ambigua, atribuírsela a alguien famoso y esperar que el tiempo haga su trabajo para generar un lugar común y un malentendido de proporciones, que la historia convertirá en saber de locutores. La vida está llena de ejemplos. Y la historia de la literatura, también. Por lo tanto, es éste el momento de decir que Flaubert nunca escribió ni dijo “Madame Bovary soy yo”. Según demuestra Pierre-Marc de Biasi, el rumor tuvo su origen en un comentario dudoso de René Descharmes (1881-1925), uno de los primeros grandes especialistas en la vida y obra de Flaubert. “Él lanza la primicia –dice De Biasi– en Flaubert, sa vie, son caractère et ses idées avant 1857 (París, Ferroud, 1909): ‘Una persona que ha conocido muy íntimamente a Mlle. Amélie Bosquet [1815-1904], la amiga por correspondencia de Flaubert, me contó últimamente que, habiéndole preguntado ésta al novelista de dónde había sacado al personaje de Madame Bovary, él le habría respondido de manera muy clara, y repetido varias veces: «¡Madame Bovary soy yo! –Según me parece»’”.4 De Biasi observa sagazmente que “es bastante curioso que Amélie Bosquet, ella misma escritora y periodista, no haya dicho jamás nada en vida, reservándole la revelación a una amiga anónima antes de desaparecer”.5 Según el crítico, resulta bastante verosímil que Descharmes haya creado con todas las piezas una falsa verdad adecuada para decir algo cierto sobre la obra desde su particular punto de vista: “Había allí una ventaja nada despreciable: reconstituir la legitimidad de una aproximación biografista que las declaraciones intempestivas del autor (‘Nada en este libro ha sido sacado de mí’) habían puesto en jaque peligrosamente”.6

Lo cierto es que ese lugar común de la crítica, y posteriormente del público, empezó a rodar y, ya para 1935, fue retomado por Albert Thibaudet, otro de los grandes críticos flaubertianos, sostenedor también de la postura biografista. Y de Thibaudet pasó a René Dumesnil, autoridad indiscutida en Flaubert, quien también abonó la frase, como asimismo harían, con mayor o menor buena fe, Jacques Nathan y, posteriormente, René Girard, Hubert Juin, Maurice Nadeau, André Maurois, etc. Para entonces, mediante la invocación al criterio de autoridad, profesores y maestros, como periodistas y presentadores de televisión, ya andaban gritando a los cuatro vientos que Flaubert había dicho lo que, hasta que no se pruebe lo contrario, nunca dijo. “Sólo Gérard Genette, en Bardadrac, [una suerte de escritos personales de naturaleza fragmentaria, que se publicó en 2006] tuvo el mal gusto de plantear sus dudas –dice De Biasi–, por otra parte bastante aproximativas y un tanto circunstanciales, sobre la autenticidad del famoso eslogan: ‘Que Flaubert haya dicho o escrito: «Madame Bovary soy yo» es algo que lo sabe todo el mundo […]. Pero lo que se sabe menos es a quién se lo dijo, o escribió, y por qué causa: porque lo que no se sabe en absoluto es que quizás jamás lo dijo ni lo escribió. Evidentemente me costaría mucho probarlo, pero desde hace tiempo espero que alguien me pruebe justamente lo contrario’”.7

Lo cierto es que, por más que muchos vayan a sufrir la misma desilusión que cuando se enteraron de que los reyes magos eran los padres, la frase no fue dicha ni escrita por Flaubert en ningún lado, y el único sustento que se tiene hasta ahora para sostener esa creencia es lo que contó René Descharmes, en 1909, a partir de un chisme sin mayor sustento.

Una historia trivial

Ahora bien, si Flaubert no dijo lo que dijo, ¿de dónde salió Madame Bovary? Curiosamente, muchos de los críticos que, como De Biasi, cuestionan las lecturas e interpretaciones biografistas comienzan por señalar que del mismo Flaubert. Así, suele indicarse que ya en Passion et Vertu (1837), como en Mémoires d’un fou (1838) y en Novembre (1843), hay elementos que prefiguran y esbozan la trama y el trasfondo de Madame Bovary. A eso, claro, como en el caso de casi cualquier escritor, se suman algunas de las circunstancias y experiencias de la vida de Flaubert que, como podrá verse en muchas de las notas a esta edición, están directamente ligadas a lo que les ocurre a los personajes.

También deben considerarse circunstancias de otra naturaleza ya que, como en casi todo libro, las fuentes de Madame Bovary son múltiples. En primer lugar habría que pensar en la poderosa sombra de Honoré de Balzac (1799-1850), el gran narrador francés de la primera mitad del siglo XIX y el modelo con el que todo joven novelista debía medirse. Su influencia, en este caso, está representada por el ensayo Physiologie du mariage ou méditations de philosophie éclectique, sur le bonheur et le malheur conjugal, publiées par un jeune célibataire (1829), que trabaja sobre el tema de la mujer mal casada, y, fundamentalmente, por la novela La Muse du département (1837), de la serie Scènes de la vie de province, donde se refleja la monotonía, el aburrimiento y la estrechez de miras presentes en la vida de los pueblos.

Otra influencia literaria que se suele mencionar es Don Quijote: así como el personaje de Cervantes es víctima de sus lecturas de novelas de caballería, a Emma le pasa otro tanto con la literatura romántica. Por supuesto que no es algo que le ocurra a ella de manera exclusiva, pero a diferencia de otros y otras lectoras de la época, en su caso, según señala Nora Catelli, leer todo “como si fuese una vasta novela romántica” tendrá sobre su vida consecuencias catastróficas.8

Sin embargo, llegados al punto de referirnos a las fuentes concretas de la historia, dos son las fundamentales. La primera tiene su origen en una noticia policial que Mario Vargas Llosa resume en estos términos: “Eugène Delamare estudió medicina en Ruán, figuró entre los discípulos del padre de Flaubert en el Hôtel-Dieu, y, apenas recibido de officier de Santé –título inferior al de cirujano, pero que daba derecho a ejercer la medicina–, se instaló en Ry, a unos veinte kilómetros de Ruán. Allí, en abril de 1836, se casó con una mujer mayor que él, apellidada Mutel, de la que quedó viudo al año siguiente. Veinte meses más tarde se casó con una muchacha de diecisiete años, Delphine Couturier, hija de granjeros acomodados. El matrimonio tuvo una niña. Delphine murió el 6 de marzo de 1848 (la partida de defunción no indica la causa de la muerte) y recibió sepultura cristiana en el cementerio de Ry. Eugène murió en 1849”.9 Vargas Llosa señala la coincidencia con los hechos de la vida de Charles Bovary, pero aclara que Flaubert no eligió ese modelo por Charles, sino por Emma, “como lo indica la carta a [Maxime] Du Camp del 23 de julio de 1853 en la que le pregunta si va a escribir l’histoire de Mme. Delamarre [sic] qui est bien belle [que es muy bella]”.10 Aparentemente, todo lo que se sabe de esa historia proviene de una serie de rumores. “En el mundillo de Ry y alrededores –anota Vargas Llosa–, Delphine dio mucho que hablar por sus travesuras amorosas y la gente aseguraba que se había suicidado. A principios de siglo, el doctor Brunon, director de la Escuela de Medicina de Ruán, localizó a una mujer que había sido sirvienta de los Delamare. Según la anciana, Delphine escandalizaba a las gentes de Ry por sus aires de grandeza y por sus excesos suntuarios; las cortinas amarillas y negras de su salón, sobre todo, provocaban envidias. Como Emma, había sido una voraz consumidora de las novelas que presentaban las bibliotecas de Ruán. En cuanto a sus amantes, René Dumesnil identifica a dos: el primero, un granjero poderoso, Louis Campion, a quien arruinaron el juego y las mujeres y que se mató de un balazo en una calle de París; el segundo, un pasante de notario, que murió hacia 1905 en el departamento de l’Oise”.11

Por su parte, Béatrice Didier invoca la introducción de René Dumesnil a su edición de Madame Bovary de 1958: “El nombre Yonville corresponde a un villorio de Déville-les-Rouen, comuna en la cual el doctor Flaubert poseía una casa de campo. En cuanto a la identificación de Ry y de Yonville, la cuestión no presenta duda alguna ya que, entre los papeles de Flaubert, se ha encontrado un plano manuscrito, por él trazado, que lleva a modo de indicación los emplazamientos de las casas de Bovary, Homais, Guillaumin y Lheureux, y que coincide exactamente con el plano de Ry, con el río que corre paralelamente a la calle principal y bordeando los jardines”.12 Sin embargo, luego de citarlo a Dumesnil, Didier nos dice que la cosa no es tan simple, ya que hoy se sabe que Flaubert no ha dejado un plano, sino tres con sus respectivas variantes.13 Cita entonces a Claudine Gothot-Mersch: “Yonville no será ni la transposición literaria del pueblo de Ry –en el que habían vivido los Delamare– ni de la pequeña ciudad de Forges-les-Eaux, como lo sostiene Monsieur René Herval. Es un lugar inventado por las necesidades de la historia de Emma y está hecho a su medida. A tal punto que vemos cómo Flaubert lo presenta ya sea como un ‘pueblo grande’ cuando trata de explicar por qué Emma lo prefiere a Tostes, ya sea como un pueblito e incluso un ‘pueblito pobre’, cuando la joven languidece ahí de aburrimiento”.14 Didier concluye señalando que Flaubert “ha sabido hacer que el lector comparta el punto de vista de la heroína; los lugares son vistos por sus ojos y por eso cambian de aspecto en el curso de la novela”.15

Herbert Lottman, en cambio, haciéndose eco de las investigaciones de Gabrielle Leleu, anota: “Si reducimos el éxito de esta obra a su argumento, podemos hallar sus fuentes (y ya se ha escrito mucho a este respecto) en el asunto Delamare ya citado, y en algún que otro caso más. La más sugestiva de dichas fuentes es un curioso manuscrito titulado Mémoires de Madame Ludovica, ingenuo informe sobre la vida, los amores adúlteros y las deudas de Louise Pradier, escrito por una confidente de ella. El relato da abundantes detalles sobre la manera en que una mujer puede acumular deudas sin saberlo su marido; hallamos en este libro incluso un embargo judicial como en Madame Bovary; además, cuando la confidente de Ludovica la amenaza con informar al marido de todas sus deudas, la esposa infiel habla de suicidarse. Estas Mémoires de Madame Ludovica figuraban entre los manuscritos encontrados en casa de Flaubert después de su muerte, acompañados de notas sobre las técnicas que ella empleaba para obtener dinero y que, a su vez, utilizó Emma Bovary”.16 “Son cuarenta páginas manuscritas al derecho y al revés –señala Vargas Llosa–, con una sintaxis y ortografías primarias, cuya autora se presenta como esposa de un carpintero y persona próxima a Madame Ludovica. La identificación del personaje que se oculta tras el apodo de Ludovica no es difícil, pues la autora del manuscrito, que al comienzo solo pone una P. para el apellido, olvida luego esa precaución y lo escribe completo: Pradier. Se trata de Louise d’Arcet, hermana de un compañero de colegio de Flaubert e hija de un químico destacado, amigo del doctor Flaubert. Louise d’Arcet, luego de enviudar muy joven de un primer matrimonio, se casó con el escultor James Pradier. Fue una mujer extravagante y fácil; tuvo multitud de amantes y llevó a la ruina a su marido, quien obtuvo de ella la separación legal en 1845. Las Mémoires de Madame Ludovica narran –el verbo es generoso para la mala intención y la torpe prosa, convendría decir denuncian– la truculenta historia de Louise d’Arcet desde su primer matrimonio hasta su divorcio de Pradier, insistiendo en sus locos amoríos y en sus trampas y apuros de dinero”.17

La escritura de Madame Bovary

Madame Bovary es menos una historia que una manera perfecta de contarla, y para alcanzar esa perfección hizo falta realmente mucho trabajo. En una famosa carta, fechada en Croisset, a fines de noviembre de 1857 y dirigida a su amigo Ernest Feydeau –escritor, director de periódicos, corredor de bolsa y arqueólogo–, Flaubert le comentaba las dificultades que le significaba la redacción de Salammbô. Lo primero, era encontrar la nota justa, que “se obtiene por una condensación excesiva de la idea, de manera natural, o a fuerza de voluntad”.18 Luego, señalaba la necesidad de dejar reposar lo escrito para retomarlo más tarde, porque “los libros no se hacen como los niños, sino como las pirámides, con un diseño premeditado, y agregando grandes bloques uno encima del otro, a fuerza de cintura, de tiempo y de sudor”.19

En ese sentido, Flaubert ha sido absolutamente fiel a su idea ya que, gracias al esfuerzo de Gabrielle Leleu –y, algo más tarde, a la colaboración de ésta con Jean Pommier–, la crítica cuenta hoy con los distintos scénarios (“argumentos”)20 sobre los que Flaubert trabajó antes de comenzar la redacción de Madame Bovary. Según comenta Jacques Neefs, los apuntes para el argumento de Madame Bovary fueron tomados entre agosto y septiembre de 1851.21

Están luego las proverbiales etapas de escritura y corrección, sobre las cuales el mismo Flaubert ha dejado numerosos testimonios en su correspondencia. Trabaja exactamente como lo hace un poeta. Se sabe que odiaba las repeticiones y las cacofonías; que algunas páginas le tomaban más de quince días, al cabo de los cuales quedaban en barbecho para, luego, seguir siendo corregidas; que todo eso era vivido con un sufrimiento sólo comparable a su ambición de lograr un libro impar; que, justamente por ello, nada es ingenuo en ese libro.

Mario Vargas Llosa comenta que el comienzo de la redacción propiamente dicha debe situarse en la noche del viernes 19 de septiembre de 1851, concluyendo la labor definitiva el 30 de abril de 1856, “fechas autógrafas que figuran en los cartones que protegen el manuscrito, lo que da una duración de cuatro años, siete meses y once días”.22 De acuerdo con el cálculo que se desprende de los manuscritos y de la correspondencia, la primera parte –según señala Geneviève Winter– le exigió a Flaubert once meses de trabajo; la redacción de la segunda parte, más de dos años; la tercera parte, aproximadamente un año, concluyéndose a fines de 1855 y siendo enviado al copista en abril de 1856.23

Para señalar la naturaleza de la obsesión de Flaubert por su novela, Vargas Llosa agrega: “No cuento las correcciones y supresiones que hizo en todas las ediciones publicadas durante su vida, que en algún caso fueron muy importantes: así, la primera edición en un volumen hecha por Lévy, en 1862, contiene 208 cambios introducidos por Flaubert a la edición original, descubiertos por Madame Claudine Gothot-Mersch”.24

De la primera edición en forma de libro, publicada en dos volúmenes por Michel Lévy en 1857, a la segunda, también publicada por el mismo editor en 1862, hubo 135 variantes; de esa segunda edición a la tercera, también de Lévy, publicada en 1869, hubo otras 48 variantes más; se llega, finalmente, a la llamada edición de Charpentier et Cie., de 1873, a la cual deben agregarse otras 90 variantes. Esta edición, la última publicada en vida de Flaubert, se considera definitiva y sobre ella se basan todas las ediciones posteriores.25

Lecturas e interpretaciones contemporáneas

A las definiciones de Borges y Calvino con que comenzaba esta introducción, debe sumarse ahora la de George Steiner. Interrogado por Ramin Jahanbegloo sobre qué es ser un clásico, respondió: “Es ser leído constantemente, seguir siendo inagotable y provocar profundos disensos… pero, también, es ser mal leído”.26

Steiner no se equivoca: Madame Bovary fue leída desde muy diversas perspectivas; prueba de ello es el mosaico de juicios que reproducimos a continuación, cuyo análisis puntual no es pertinente aquí, como tampoco vamos a contextualizar las polémicas que generaron, tarea que trasciende el propósito de esta introducción.

Cronológicamente, habría que comenzar por considerar las lecturas realizadas a lo largo de 1856, cuando la novela se publica por entregas en la Revue de Paris. Allí fue leída por el fiscal Ernest Pinard, quien, durante el proceso comenzado en enero de 1857 contra Flaubert y sus editores por ofensas a la moral pública y religiosa, dijo que el libro “atentaba contra las buenas costumbres y la religión”. En el otro extremo está Marie-Antoine-Jules Sénard, el abogado defensor, quien, a los efectos de ganar, le atribuye a su defendido haber dicho que, desde la primera a la última línea, Madame Bovary estaba regida por un espíritu moral y religioso que puede traducirse como la incitación a la virtud mediante el horror del vicio. Es posible que, más allá de las argucias legales de uno y de otro, haya habido lectores que leyeran la obra siguiendo esas pautas de lectura.

El escándalo desatado por el juicio multiplicó la publicidad. Auguste Villemot, por ejemplo, en L’ndépendance Belge de los días 3 de enero y 7 y 14 de febrero de 1857, llevó a cabo la crónica del proceso y de la posterior absolución.27

La primera crítica fue anterior a la publicación de la novela. Refiriéndose a la edición mutilada, publicada por la Revue de Paris, el novelista y crítico de arte Louis-Edmond Duranty, en la revista Réalisme del 15 de marzo, atacó el extremo detallismo de Flaubert y lo que él interpretó como falta de emoción, de sentimiento y, en suma, de vida, por lo cual se eximía de entrar en detalle ya que “los defectos precedentes le quitan todo interés”.28

Sin embargo, con la publicación en forma de libro –que tuvo lugar en abril de 1857, con una primera tirada de seis mil ejemplares– hubo tal diversidad de opiniones que, ciñéndonos solamente a ese año, vale la pena revisar qué se dijo. Alfred Darcel, por ejemplo, el 21 de abril de 1857, escribió en el Journal de Rouen, que “por ser una primera obra, el libro publicado por M. G. Flaubert tiene la marca de un espíritu maduro por el doble estudio de los maestros y de la naturaleza”. Charles de Mazade, en la Revue des Deux Mondes del 1º de mayo, acusó a Flaubert de imitar a Balzac: “Imita por lo menos todos sus procedimientos, sus descripciones minuciosas, sus pretensiones de análisis y de disección, sus neologismos extraños y bárbaros: pero no alcanza a asimilar ese arte que a veces les ha dado un sello tan vigoroso a los potentes o groseros esbozos del autor de Père Goriot”. Dos días después, Alfred Dumesnil escribió en La Chronique artistique et littéraire que “Madame Bovary, como libro, es menos el análisis de un carácter que la historia lógica de un temperamento”, dedicándose luego a enumerar los muchos defectos de la obra.

Llegó entonces el turno de Charles-Augustin Sainte-Beuve, el mayor y más respetado crítico de la época, quien, en un largo artículo publicado por Le Moniteur Universel del 4 de mayo de 1857, dice que en Madame Bovary cree reconocer signos literarios nuevos: “Ciencia, espíritu de observación, madurez, fuerza, un poco de dureza”.29

No fue ése el juicio de Anatole Claveau, quien, en Courrier franco-italien del 7 de mayo, dijo: “Lo que le reprochamos [a Flaubert] es no haber sabido darles interés verdadero a ninguno de sus personajes. Madame Bovary resulta repelente, y Monsieur Bovary, Monsieur Homais, Monsieur Rodolphe y Monsieur Léon son todos repelentes, muy comunes, almaceneros, burgueses. Es la vida, dirán; peor para ustedes si es así; yo prefiero la vida de una novela bien falsa, bien fantástica, llena de imaginación y de quimeras, en la que encuentre con felicidad, si no el mundo que me rodea, al menos los sueños que me consuelan”. A su vez, el periodista monárquico Alfred Cuvillier-Fleury, en el Journal des Débats, burlándose de Sainte-Beuve, calificó el estilo de Flaubert de vulgar y presuntuoso.30 A diferencia de éste, Edmond Texier, en L’Illustration del 9 de mayo, acusaba a Flaubert de falta de contrastes y de debilidad en la composición. Un día después, Paulin Limayrac, en Le Constitutionnel, equiparaba a Flaubert con Alexandre Dumas hijo, y a ambos les atribuía un talento de segundo orden. El 15 de mayo, un tal Deschamps, en Librairie et Beaux Arts, se lamentaba de que nadie le hubiera dicho a Flaubert que a su novela le sobraban de cien a ciento cincuenta páginas, y concluía: “Al autor no le falta talento, pero sí parecen faltarle inteligencia y amigos sinceros e ilustrados que puedan aconsejarlo”. Un día más tarde, tanto Nestor Roqueplan, en La Presse, como Louis Ulbach, en Le Courrier de Paris, coinciden con Sainte-Beuve y elogian la novela. Otro tanto ocurre con Émile Desdemaines, en Rabelais del 23 de mayo. Y también con un entusiasta Alexandre Dumas, quien el 28 de mayo sostiene en el número 6 de Le Monte-Cristo: “Madame Bovary es uno de esos libros que no se juzgan con un compás y una escuadra, sino con su temperamento. Madame Bovary es un acontecimiento literario”.

Con un encono francamente sorprendente y en vertiente mucho más crítica se ubica Armand de Pontmartin, quien, coincidiendo con la segunda impresión de la novela –esta vez con una tirada de quince mil ejemplares, lo que da cuenta de su progresivo éxito–, sostuvo, en Le Correspondant del 25 de junio, que “Madame Bovary es la exaltación enfermiza de los sentidos y de la imaginación en la democracia descontenta”. Tampoco se queda atrás Léon Aubineau, que publicó en L’Univers del 26 de junio que “No hay calificación, no hay crítica para las obras de este tipo. El arte cesa en el momento en que nos invade la basura. Ha sido necesario el espantoso desarreglo de los espíritus, su libertinaje, su insolencia, sobre todo su incurable estupidez, para que un hombre que lleva un nombre recomendable e ilustre, según dicen, haya osado reivindicar públicamente el honor que puede conferir una publicación tal”. En cierto modo a ambos les contesta J. Habans, en un artículo publicado por Le Figaro, el 28 de junio: “Los críticos indignados y sus frágiles lectores que ven en todo escrito un atentado a su pudor deben tomar partido por Madame Bovary: ésta es una novela que no corromperá a nadie. El talento de M. Flaubert no se cuestiona, salta a la vista”. En el mismo sentido va George Sand, quien el 8 de julio de 1857 publica en Le Courrier de Paris que la obra de Flaubert está más allá de las polémicas entre realistas e idealistas a la orden del día en ese momento, y concluye diciendo: “En todas las artes, la victoria será siempre de algunos privilegiados que se permitirán ser ellos mismos, y las discusiones de escuela pasarán como pasan las modas”.31 Paralelamente, y en forma privada, Victor Hugo, acaso el escritor más admirado de la época, le escribía a Flaubert, felicitándolo calurosamente por la novela: “Usted, señor –lo anima Hugo–, es uno de los espíritus conductores de la generación a la que pertenece”.32

Con gran sentido común, Albert Castelnau, en La Revue philosophique et religieuse del 1° de agosto, razona en estos términos: “El libro de M. Flaubert llama la atención de los espíritus reflexivos como un estudio clínico pleno de sinceridad. El autor no desmiente su origen. Tiene ojo de médico en su diagnóstico: el caso que observa es curioso y repulsivo a la vez. Pero si no es cuestión que el novelista cure como el médico, al menos tiene que mostrar que odia el mal en la individualidad que describe. No le pidamos a M. Flaubert esos odios vigorosos. Tomemos su notable estudio social sólo por lo que es”. En cambio, Xavier Aubryet, en L’Artiste del 20 de septiembre, defiende a Flaubert, casi como una excusa para desmentir la descalificación de Armand de Pontmartin. Pero si éste había sido duro, mucho más severo fue el escritor y periodista Jules Barbey d’Aurevilly, quien publicó su reseña en Le Pays del 6 de octubre. Este ferviente católico, hijo de la aristocracia normanda venida a menos, acusa allí a Flaubert de “indigencia de sensibilidad, de imaginación, e incluso, de sentido moral y poético”.33 Y agrega algo ambiguamente: “No conocemos composición literaria de un talento más real y, al mismo tiempo, más desprovista de entusiasmo, de corazón más vacío, de sangre fría más cruel”.34 Finalmente, anota: “En cuanto al estilo […], el de Madame Bovary es el de un artista literario que maneja su propia lengua, colorida, brillante, relumbrante y de una precisión casi científica. Hemos dicho antes que Monsieur Flaubert tenía una pluma de piedra. Esa piedra es a menudo de diamante: pero el diamante, a pesar de su resplandor, es duro y monótono cuando se trata de matices espirituales del escritor. Monsieur Flaubert carece de espiritualidad”.35 Tanta saña va a ser refutada nada menos que por el poeta Charles Baudelaire, quien, en L’Artiste del 18 de octubre, publicó una encendida defensa de Flaubert y, por qué no, de sí mismo:36 “Varios críticos habían dicho: esta obra verdaderamente bella por la minuciosidad y la viveza de las descripciones, no contiene ni un solo personaje que represente la moral, que hable como la conciencia del autor. ¿Dónde está el personaje proverbial y legendario que tiene la misión de explicar la fábula y de dirigir la inteligencia del lector? En otras palabras, ¿dónde está el fiscal? ¡Qué dislate! ¡Eterna e incorregible confusión de las funciones y de los géneros! Una verdadera obra de arte no necesita fiscal. La lógica de la obra se basta para todas las exigencias de la moral, y es el lector quien debe sacar las conclusiones de la conclusión”.37

El mismo día que Baudelaire publica su punto de vista, Michel Tony-Révillon hace lo propio en la Gazette de Paris. Juzga a Madame Bovary como “un panfleto contra la humanidad escrito por un escéptico, que hace de la virtud una cuestión de temperamento. Es el sello de una individualidad potente; aunque así la presenten, no es una obra moral. El gran aliento del talento que allí corre de punta a punta hace de esta novela una obra peligrosa, ¿una obra de desesperanza? La calificación es de Alfred de Musset”.

Por supuesto que las discusiones no terminaron en 1857: hubo comentarios un tanto ambiguos de Jean-Jacques Weiss (en la Revue Contemporaine del 15 de enero de 1858, retomados posteriormente en Essais sur l’histoire de la littérature française, de 1865), del reaccionario Adolphe Granier de Cassagnac, quien el 16 de enero de 1858 escribió en Le Réveil que considerando “el daño espantoso que esta novela le ha causado a la moral pública, la vergüenza que les ha impreso a las letras y la aberración que le ha impuesto al gusto, hemos tenido que resignarnos a sondear intrépidamente la llaga más sanguinolenta, a ir derecho al más alto montón de bosta”.38 También, de un despistado Jules Janin, quien en el Almanach de la littérature du théâtre et des beaux arts de 1858, equivoca el nombre de Flaubert y lo rebautiza “M. Flauguergues”.

Todo esto, en cierta forma, ya había sido entrevisto por Flaubert en 1855. El 30 de septiembre de ese año, le escribe desde Croisset a su amigo Louis Bouilhet en los siguientes términos: “Siento contra la estupidez de mi época flujos de odio que me ahogan. Me sube mierda hasta la boca… Hasta la boca, como cuando se estrangula una hernia. Pero quiero guardarla, fijarla, endurecerla; quiero hacer con ella una pasta para embadurnar al siglo XIX, como se doran con bosta de vaca las pagodas indias y ¿quién sabe? ¿Tal vez eso dure lo suficiente? ¡Sólo se necesita un rayo de sol! ¡La inspiración de un momento, la suerte de un sujeto!”.

Un desplazamiento en el eje de la recepción

Dos años después de la publicación de Madame Bovary, Gustave Vapereau publicó un artículo sobre el desarrollo de la novela moderna en L’Année littéraire et dramatique (Paris, Librairie de L. Hachette et Cie, 1859), donde analiza y critica duramente la novela por lo que podría considerarse una de sus mayores virtudes: el continuo desplazamiento del punto de vista. “Creo que al lector se lo lanza por evoluciones inesperadas del relato a una continua incertidumbre –dice–; no siempre sabe dónde está, sabe incluso menos dónde va”.

Luego hay un famoso artículo de Gustave Merlet, en la Revue Européenne del 15 de junio de 1860, donde la discusión se lleva a otro campo, fogoneando la polémica sobre Flaubert y el realismo. Ahí el crítico convierte al escritor en cabeza del movimiento.39 Sobre el tema, Mario Vargas Llosa apunta: “La guerra entre ‘realistas’ y ‘formalistas’, que ven por igual a Madame Bovary como un libro precursor, es algo que empezó en vida de Flaubert”.40 Para otros las cosas no pasan por la estética, como para el Abbé Joseph-Jean-Baptiste Sagnier, canónigo de Beauvais, profesor de retórica y autor de Les Variations du goût littéraire au dix-neuvième siècle (1862), donde a propósito de Madame Bovary escribe: “Si las cosas están en este punto, las letras se acabaron: volvemos a la barbarie”.41 También, pero por otras razones, opinaron negativamente Théophile Silvestre (en Le Figaro del 9 de enero de 1863) y un tal Valéry Vernier (quien en la Revue du mois littéraire et artistique, t. III, Lille, marzo de 1863, repitió de todas las formas posibles que Flaubert era impiadoso). Contrastan con estas opiniones las de Jules Lemaître, quien, el 11 de octubre de 1879, publicó en la Revue politique et littéraire, “Les romans de mœurs contemporaines” [“Las novelas de costumbres contemporáneas”], un muy agudo ensayo sobre Madame Bovary, L’Education sentimentale y Un cœur simple.

Ahora bien, más allá de las opiniones a favor y en contra de los críticos, lo que sobre todo importa aquí es destacar la aceptación y la enorme influencia que Madame Bovary ejerció sobre muchos de los más talentosos contemporáneos de Flaubert. Ya se mencionaron los testimonios de George Sand, Alexandre Dumas hijo y Charles Baudelaire. Luego, Vargas Llosa señala: “La influencia más inmediata que ejerció la novela fue sobre la generación de [Alphonse] Daudet, [Émile] Zola, [Guy de] Maupassant, [Joris-Karl] Huysmans, escritores que la tuvieron como modelo del tipo de realismo que ellos entronizaron oficialmente en la literatura francesa”.42 A esa breve lista con la que se cierra el siglo XIX, corresponde sumar a Edmond y a Jules de Goncourt, amigos y confidentes de Flaubert.

Luego de un prolongado hiato –apenas interrumpido a lo largo del siglo XX por Émile Blémont, Geneviève Bollème, Georges Dubosc, Henri Guillemin, Marcel Proust, François Mauriac y, fundamentalmente, Albert Thibaudet–, Jean-Paul Sartre lo tuvo presente en El ser y la nada (1943), ¿Qué es la literatura? (1948) y en los tres tomos de El idiota de la familia (1971-1972), su monumental ensayo inconcluso sobre Flaubert. Por su parte, Nathalie Sarraute, Michel Butor, Alain Robbe-Grillet y Jean Ricardou atribuyeron a Flaubert la prefiguración del Nouveau Roman. También Raymond Queneau reconoció públicamente la influencia de Flaubert sobre Le Chiendent (1933) y Les Derniers jours (1936). Y, más próximo en el tiempo, Georges Perec hizo otro tanto, cuando puntualizó qué partes de Les Choses (1965) y de La Vie mode d’emploi (1978) provienen de Flaubert.43 Por su parte, Maurice Nadeau sostuvo: “Cien años después de su desaparición, novelistas como Michel Tournier, J. M. G. Le Clézio, Patrick Grainville declaran que todavía tiene importantes cosas que decirnos”.44

Desde la última parte del siglo XIX, se ha ido multiplicando e internacionalizando el número de lectores de Flaubert, que lo consagraron definitivamente como uno de los más grandes escritores de todas las épocas. Novelas como El primo Basilio (1878), del portugués José Maria Eça de Queiroz, El marido de Elena (1882), del italiano Giovanni Verga, La Regenta (1884-1885), del español Leopoldo Alas (Clarín) y Effi Briest (1895), del alemán Theodor Fontane, fueron escritas en la estela de Madame Bovary. Por otra parte, entre sus admiradores se cuentan Ivan Turgueniev, Henry James, Joseph Conrad, y ya en el siglo XX, James Joyce, Franz Kafka, Miguel de Unamuno, Gertrude Stein, Ford Madox Ford, Ezra Pound, T. S. Eliot, Francis Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Jorge Luis Borges, Vladimir Nabokov, Samuel Beckett, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Saul Bellow, Juan José Saer, Julian Barnes, J. M. Coetzee y la lista podría ser interminable.

Como ya fue dicho, Madame Bovary ha sido leída desde muy diversas perspectivas. Hubo lecturas ideológicas, como por ejemplo la de Gilbert Highet, quien señala que Flaubert “detestaba la moral del siglo XIX, despreciaba el cristianismo contemporáneo como cosa inadecuada para las personas inteligentes, y decía que el mundo había pasado por tres etapas, la última de las cuales era la más baja: paganismo, cristianismo y ‘patanismo’; la era en que él vivía estaba gobernada por los patanes. Su principal queja contra la era del patanismo es su mezquindad. Nadie puede vivir una vida auténtica, plena. Todos son esclavos de mentiras de segunda categoría, creadas por ellos mismos (como la mujer del doctor de provincia que inventaba sueños novelescos) o recogidas en los periódicos y otras fábricas de basura”.45 También hubo lecturas estrictamente políticas y sociológicas (como las realizadas por György Lukács y Pierre Bourdieu), psicoanalíticas (como las de Maryse Choisy, Ion K. Collas, Louise Kaplan, Ignês Sodré, etc.), feministas (como las de Michèle Breut, Rita Felski, etc.). Y otras lingüísticas, estadísticas, etc. Y nada nos impide imaginar que Madame Bovary seguirá siendo asediada desde todas las perspectivas imaginables.

Esta edición

Para esta edición se ha seguido escrupulosamente la publicada por Jacques Neefs, quien, a su vez, ha seguido la edición de Charpentier & Cie. En la nota que justifica a su edición, Neefs aclara que ha actualizado la ortografía de algunas palabras, pero que ha respetado la muy singular puntuación de la edición de 1873. Ésta, que no se atiene a las normas usuales de la lengua francesa, es parte constitutiva del estilo de Flaubert y ha sido largamente estudiada por los especialistas. Con todo, esta particularidad ha desatado en el pasado todo tipo de acalorados debates, que llevaron incluso a discutir si Flaubert sabía o no escribir.46 Por su importancia, he mantenido esas peculiaridades en esta edición, forzando la lógica de la puntuación castellana.

Por otra parte, si bien habrá lectores que prefieran leer la novela de corrido, sin interrupciones, lo cual es una lectura lícita y su prerrogativa, ésta es una edición anotada; vale decir, una nueva traducción de la obra acompañada expresamente por un gran número de notas que permitan, eventualmente, una mejor comprensión no sólo de la historia, sino también de la cultura y las condiciones de la época en que transcurre, la forma en que fue contada, los problemas que Flaubert tuvo que sortear para escribirla, lo que la crítica ha dicho sobre cada momento de este libro a lo largo de los últimos ciento cincuenta y siete años. Todas esas notas responden a muy diversas bibliografías y tienen diferentes propósitos. Por un lado, repiten lo que a lo largo del tiempo han consignado en diferentes ediciones de la obra y en distintos estudios sobre ésta algunos de los mayores especialistas en Flaubert y en Madame Bovary. Como podrá verse, sus nombres han sido respetuosamente incluidos en cada ocasión. Por otro, remiten a lo que el propio Flaubert decía –en su Correspondencia, en los carnets de escritura– a medida que iba escribiendo la novela. Luego, indican qué pasajes fueron suprimidos por la Revue de Paris, medio en el que la novela se publicó por entregas antes de su definitiva publicación en libro. Finalmente, en aquellos casos en que no se consigna la fuente, las notas surgen de la labor del traductor. Estas últimas, muchas veces derivadas de la utilización de diccionarios como el de la Academia Francesa o el de Émile Littré, así como de enciclopedias, libros de historia y textos dedicados al estudio de la historia cultural, intentan reponer para el lector actual el marco de referencias correspondiente a los lectores contemporáneos a la aparición de la novela. Salvo que se consigne especialmente, en todos los casos la versión castellana corresponde al traductor.

 

JORGE FONDEBRIDER,

Buenos Aires, 20 de abril de 2014

1 Jorge Luis Borges, “Los clásicos a los 85 años”, en Borges en diálogo. Conversaciones de Jorge Luis Borges con Osvaldo Ferrari, Buenos Aires, Grijalbo, 1985.

2 Italo Calvino, “Por qué leer los clásicos”, en Por qué leer los clásicos, traducción de Aurora Bernárdez, Barcelona, Tusquets, 1992.

3 Ver Apéndice.

4 Pierre-Marc de Biasi, Gustave Flaubert. Une manière spèciale de vivre, París, Grasset/Le Livre de Poche, 2009.

5 Ibíd.

6 Ibíd.

7 Ibíd.

8 Nora Catelli, “La biblioteca falseada”, en Testimonios tangibles. Pasión y extinción de la lectura en la narrativa moderna, Barcelona, Anagrama, 2001.

9 Mario Vargas Llosa, La orgía perpetua, Barcelona, Seix Barral, 1975.

10 Ibíd.

11 Ibíd.

12 Béatrice Didier, “Notes”, en Gustave Flaubert, Madame Bovary, Édition établie présentée, commentée et annotée par Béatrice Didier. Préface de Henry de Montherland. París, Le Livre de Poche, 1983.

13 Pueden consultarse en flaubert.univ-rouen.fr [última consulta: 24/6/2014].

14 Didier, ob. cit.

15 Ibíd.

16 Herbert Lottman, Gustave Flaubert, traducción de Emma Calatayud, Barcelona, Tusquets, 1991.

17 Vargas Llosa, ob. cit.

18 Gustave Flaubert, Correspondance II (1851-1858), edición presentada, fijada y anotada por Jean Bruneau, París, Éditions Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1980.

19 Ibíd.

20 Gustave Flaubert, Plans et scénarios de Madame Bovary, presentación, transcripción y notas de Yvan Leclerc, París, CNRS et Zulma, 1995.

Los manuscritos de esos argumentos y otros papeles igualmente importantes para el estudio genético de la obra a partir de 2013 pueden ser consultados, gracias a la labor de Yvan Leclerc y Danielle Girard, en www.bovary.fr/ [última consulta: 24/6/2014], sección incluida en Les manuscrits de Madame Bovary, en el Centre Flaubert, en el sitio de la Université de Rouen.

21 Jacques Neefs, “Préface”, en Gustave Flaubert, Madame Bovary, prefacio, notas y dossier de Jacques Neefs, París, Le Livre de Poche, 1999.

22 Vargas Llosa, ob. cit.

23 Gustave Flaubert, Écrire Madame Bovary. Lettres, pages manuscrites, extraits, selección y dossier de Geneviève Winter, Gallimard, Folio Plus, 2009.

24 Ibíd.

25 Puede consultarse en flaubert.univ-rouen.fr [última consulta: 26/6/2014].

26 George Steiner y Ramin Jahanbegloo, Entretiens, París, Éditions du Félin, 1992.

Esa idea ya estaba presente en Presencias reales (traducción de Juan Gabriel López Guix, Barcelona, Ediciones Destino, 1991). De hecho, en “Una ciudad secundaria”, el ensayo que abre su volumen originariamente publicado en 1989, anota: “La literatura secundaria sobre Madame Bovary es legión, y prescindible. Se han realizado comentarios biográficos, estilísticos, psicoanalíticos y decontructivos sobre casi cada uno de los párrafos del texto de Flaubert pero, en nuestra ‘fiel’ ciudad, acudimos a otra novela en busca de interpretación y análisis creativos. Anna Karénina es, con todas las connotaciones de la palabra, una ‘revisión’ de Flaubert”.

27 Cuando se citen autores que publicaron reseñas en 1857 y la fuente exacta no esté consignada en la correspondiente nota al pie de página, debe considerarse que sus artículos se encuentran disponibles, en orden cronológico, en la sección “Madame Bovary, réception contemporaine” (http://flaubert.univ-rouen.fr/etudes/madame_bovary/ [última consulta: 26/6/2014]), del Centre Flaubert, parte del laboratorio CÉRÉdI (Centre d’études et de recherche Éditer-Interpréter), de la Université de Rouen.

28 Louis-Edmond Duranty, [Sur Madame Bovary], en Didier Philippot (ed.), Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, París, Presses de l’Université París-Sorbonne, 2006.

29 Charles Augustin Sainte-Beuve, “Madame Bovary par M. Gustave Flaubert”, en Didier Philippot (ed.), Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, ob. cit.

30 Citado en Lottman, ob. cit.

31 George Sand [Le Réalisme], en Didier Philippot (ed.), Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, ob. cit.

32 Citado en Lottman, ob. cit.

33 Jules Barbey D’Aurevilly, “Madame Bovary par M. Gustave Flaubert”, en Didier Philippot (ed.), Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, ob. cit.

34 Ibíd.

35 Ibíd.

36 Recuérdese que Les fleurs du mal se publicó el 23 de junio de ese 1857, motivando la acusación del fiscal Pinard –el mismo que había acusado a Flaubert– por ofensas a la moral religiosa, a la moral pública y a las buenas costumbres. Mal defendido por el abogado Gustave Chaix d’Est Ange, el 20 de agosto, Baudelaire fue absuelto de lo primero y condenado por lo segundo, con lo cual tuvo que pagar una multa de 300 francos y eliminar de su libro los poemas 20, 30, 39, 80, 81 y 87.

37 Charles Baudelaire, “Madame Bovary de Gustave Flaubert”, traducción de Carlos Pujol, en Escritos sobre literatura, Barcelona, Bruguera, 1984.

38 Citado en Guy Bechtel y Jean-Claude Carrière, Dictionnaire de la Bêtise et des erreurs de jugement, París, Éditions Robert Laffont, 1981.

39 Gustave Merlet, “Le roman physiologique. Madame Bovary, par M. Gustave Flaubert”, en Didier Philippot (ed.), Gustave Flaubert. Mémoire de la critique, ob. cit.

40 Vargas Llosa, ob. cit.

41 Citado en Bechtel, Guy y Jean-Claude Carrière. Dictionnaire de la Bêtise et des erreurs de jugement, ob. cit.

42 Vargas Llosa, ob. cit.

43 Georges Perec, “Emprunts à Flaubert”, en la revista L’Arc, nº 79, 1980.

44 Maurice Nadeau, Gustave Flaubert écrivain, París, Les Lettres Nouvelles, 1969 y 1980.

45 Gilbert Highet, La tradición clásica, traducción de Antonio Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1954.

46 Entre 1919 y 1921, Flaubert fue motivo de una extraña disputa más bien retórica –y, por cierto, muy francesa– entre críticos y escritores a propósito de si el autor de Madame Bovary sabía o no escribir. Participaron en ella, según el orden en que fueron apareciendo sus artículos, Louis de Robert, Paul Souday, Jacques Boulenger, Henry Céard, Albert Thibaudet, André Suarès, Marcel Proust, Camille Mauclair y Michel Puy. La polémica fue presentada por Gilles Philippe en Flaubert savait-il écrire? Une querelle grammaticale (1919-1921), Grenoble, ELLUG, Université Stendhal, 2004.

AGRADECIMIENTOS

Esta traducción comenzó con una beca otorgada por el Centre National des Lettres, en 2011, lo que me permitió trabajar por tres meses en París, donde pude investigar y terminar de definir el tipo de libro que quería hacer.

Como en otras tantas oportunidades, quiero agradecerles a Jean y a Françoise Gerard nuestra profunda y sostenida amistad de más de treinta años, que en la ocasión, además de todo lo de siempre, también incluyó una muy ilustrativa visita a Ruán y a Croisset.

También quiero dejar sentada mi gratitud a mis amigos Éliane Chambert-Loir, Jean-Pierre y Pascale Maret, Arnaldo y Monique Calveyra, Pierre y Nicole Kalfon, Jorge Dana, Marilú Marini, Rodolfo de Souza, Tomás Gubitsch y Jorge Aulicino, quienes de muchas formas posibles me escucharon y me alentaron, ofreciéndome todo tipo de consejos y sugerencias, además de sus muy queridas presencias.

Denise Bottmann y Luci Collin, así como Ilide Carmignani, Sabine Schlickers, Sasja Janssen y Gerður Kristný me brindaron una enorme ayuda a la hora de explorar las diferentes versiones de Madame Bovary en portugués, italiano, alemán, holandés e islandés, respectivamente. Por su parte, Jorge Mara me hizo conocer las reflexiones de Lydia Davis, narradora y traductora de Flaubert al inglés. Luis Chitarroni, en cambio, me proporcionó el trabajo de Gilles Philippe sobre la polémica generada alrededor de los conocimientos gramaticales de Flaubert, así como el muy interesante texto de Constantino Bértolo sobre los minutos robados al lector en Madame Bovary. Por su parte, Nora Catelli me hizo llegar “Esplendores y miserias de la lectura extensiva”, su ensayo sobre el papel que le correspondió en el siglo XIX a las mujeres lectoras.

Magdalena Cámpora merece un párrafo aparte por su inu-sual combinación de conocimientos, rigor académico y buen humor, circunstancias que hacen de ella la cómplice perfecta de este tipo de aventuras. A través de ella, también le agradezco a Mariana Di Ció porque ambas comparten las mismas virtudes.

Dejo asimismo constancia de lo importante que fue para mí la charla que mantuvimos con Jacques Neefs, uno de los mayores especialistas en Flaubert. A su enorme sabiduría y sentido común, debo también sumar su calidez y buena disposición para compartir sus conocimientos con un paracaidista llegado del otro lado del mundo.

Agradezco también a Pablo Braun quien, a cambio de mi propuesta de traducción de los Tres cuentos, sugirió esta nueva traducción de Madame Bovary, y a Leonora Djament, por ser la editora ideal y la magnífica compinche que todo autor y traductor desean tener.

Por último, y como siempre, a la extremadamente bella y paciente Vivian Scheinsohn, así como a Ana y a Alejandro Fondebrider, quienes matizaron estos dos años y medio de trabajo con humor, como cuando Alejandro –por ese entonces de 11 años–, me preguntó si era verdad que Flaubert se había casado con Madame Bovary y que ambos habían tenido como hijo a Georges Perec, algo de lo cual, como todos saben, no cabe duda.

Nota: Pese a los esfuerzos de los exégetas por hacer coincidir Tostes y Yonville-l’Abbaye con poblaciones existentes, ambos pueblos son invenciones de Flaubert.

MADAME BOVARY COSTUMBRES DE PROVINCIA47

Dedicatoria

AMARIE-ANTOINE-JULES SÉNARD48

Miembro del Foro de Abogados de París,

ex presidente de la Avvsamblea Nacional

y antiguo ministro del Interior

Querido e ilustre amigo:

Permítame inscribir su nombre a la cabeza de este libro e incluso antes de su dedicatoria, porque es a usted, sobre todo, a quien debo la publicación. Al pasar por su magnífico alegato, mi obra ha adquirido para mí mismo algo así como una autoridad imprevista. Acepte, entonces, aquí el homenaje de mi gratitud, que, por grande que pueda ser, jamás estará a la altura de su elocuencia y de su devoción.

GUSTAVE FLAUBERT,

París, 12 de abril de 1857

A LOUIS BOUILHET49

47 Para Pierre-Marc de Biasi, “Madame Bovary le debe mucho –y no es un misterio– a la herencia balzaciana. El subtítulo Costumbres de provincia es visiblemente para Flaubert una manera de demostrar la filiación; vale decir, de admitirla denunciándola: Balzac es nombrado a la vez como modelo y como contra-modelo. Son numerosas las semejanzas con La Muse du département (una de las novelas tituladas justamente por Balzac ‘Escenas de la vida de provincia’) para todo lo que concierne a la evocación de la vida provinciana: la monotonía, el tedio, la estrechez de las vidas, el horizonte limitado de los destinos. El interés de Flaubert por ese tema venía quizás, por una parte, de que él mismo era hombre de provincia, pero mucho más seguramente de sus lecturas balzacianas. En cuanto al segundo gran tema de la novela de Flaubert –la mujer mal casada–, se vincula directamente a otra obra de Balzac: Physiologie du mariage, donde el novelista había analizado, tal como va a hacerlo Flaubert, las etapas de una descomposición progresiva de la pareja casada. El estudio comparado de los dos textos fue hecho [por Claudine Gothot-Mersch en La Genèse de «Madame Bovary»]: las concordancias son elocuentes”.

48 Para comprender esta dedicatoria conviene tener presente que, pese a que Jules Sénard (1800-1885) fue un abogado y político natural de Ruán, quien tuvo a su cargo la presidencia de la Asamblea Nacional entre el 5 y el 29 de junio de 1848 y el Ministerio del Interior entre junio y octubre de ese mismo año, su nombre sobrevive hasta hoy por haber sido el abogado defensor de Gustave Flaubert durante

el juicio que Ernest Pinard, fiscal imperial y representante del Ministerio Público, llevó a cabo contra el escritor, Léon Laurent-Pichat (gerente de la Revue de Paris) y Auguste Alexis Pillet (su impresor).

Apenas publicada por entregas en la Revue de Paris y pese a la censura de la que había sido objeto ya en esa ocasión, el Estado consideró que Madame Bovary atentaba contra las buenas costumbres y la religión. Para Pinard, la novela era francamente escandalosa. Durante el proceso, antes de proceder a citar algunos fragmentos que juzgaba especialmente significativos, anunció que “El color general que le da el autor, permítanme decirlo, es el color lascivo, antes, durante y después de esas caídas”. Luego de la lectura de los fragmentos en cuestión, Pinard pidió una cierta clemencia para Laurent-Pichat y para Pillet, reservando todo el rigor de la ley y la condena para Flaubert. “Jules Sénard no era un profesional desconocido –señala Herbert Lottman–. Aquel ruanés de cincuenta y seis años había sido presidente de la Asamblea Nacional y ministro del Interior. Sénard estuvo hablando cuatro horas seguidas. Desde el instante en que se levantó, adoptó el tono de un hombre ultrajado. Su cliente no sólo había escrito un libro honesto, un libro cuyo mensaje religioso y moral era ‘el excitar a la virtud mediante el horror al vicio’, sino que el mismo autor era un hombre honorable. Sénard había conocido al ilustre padre de Flaubert y sus propios hijos eran amigos de los Flaubert. ‘Al dejarles una considerable fortuna y un nombre intachable, su padre les dejó asimismo la obligación de ser hombres inteligentes y generosos, de ser hombres útiles’. Uno de aquellos hijos era médico y el otro ‘había dedicado su vida al estudio, a las letras’. Su retrato no podía ser el que había hecho el ministerio fiscal, ayudándose con quince o veinte citas, describiéndolo como ‘un hacedor de cuadros lascivos’”. La elocuencia de Sénard le sirvió para desmontar uno a uno los argumentos del fiscal, logrando la absolución de su defendido.

49 Poeta y autor dramático, Louis Bouilhet (1821-1869) fue uno de los amigos más íntimos de Gustave Flaubert y, en muchos sentidos, su alter ego. “[Flaubert] reencuentra a este antiguo compañero de escuela en 1846 –escribe Maurice Nadeau–, en el Hôtel-Dieu de Ruán, donde Bouilhet continuaba indolentemente sus estudios de medicina, que al final abandona para consagrarse a la literatura y, para sobrevivir, porque es pobre, al latín y al francés. Ambos tienen la misma edad, las mismas preocupaciones, el mismo ideal artístico. Entablan una amistad fraterna que durará veintitrés años, hasta la muerte del poeta. Se someten mutuamente sus escritos y no hay, en particular, una sola línea de la Bovary que no haya pasado por el cedazo de Bouilhet, quien visitaba a su amigo todos los domingos en Croisset. Flaubert lo considera como su conciencia literaria, vigilante, exigente y, luego de aprobar, hacia fines de 1853, que Bouilhet se instalase en París, hace lo que puede para consolarse de su ausencia. Sus relaciones no sufren ningún enfriamiento. Al contrario: antes de que [Maxime] Du Camp siquiera considere la publicación de Madame Bovary en la Revue de Paris, Flaubert solicita el imprimatur de Bouilhet. Por su parte, hace el elogio de las producciones de Bouilhet a sus amistades parisinas, les da los consejos necesarios para que reciban una pieza de su amigo en el Odéon. Bouilhet se alegra del éxito de Madame Bovary como si hubiera sido propio. Había contribuido a su escritura de manera decisiva. Ni envidia ni celos del uno hacia el otro. Forman una pareja literaria como raramente se ha visto, respetuosos ambos de la personalidad del otro, se dispensan una ayuda mutua sobre la base de una confianza recíproca […]”. De hecho, el 29 de julio de 1869, once días después de muerto Bouilhet, Flaubert le escribe a Jules Duplan: “Me digo: ‘¿Para qué escribir ahora, ya que él no está acá?’. Se acabaron las buenas peleas, los entusiasmos en común, las obras futuras que soñamos juntos”. Entre las obras poéticas de Bouilhet se mencionan Miloenis (1851) y Festons et astragales (1859). Su producción dramática incluye Madame de Monlarcy (1856), Hélène Peyron (1858), L’Oncle Million (1860) y Conjuration d’Amboise (1866), entre otras piezas. Flaubert publicó los poemas póstumos de su amigo en 1872.

PRIMERA PARTE

I

Estábamos50 en el Salón de Estudios, cuando entró el Director, seguido de un nuevo51 vestido de calle y de un bedel que traía un gran pupitre. Los que dormían se despertaron, y todos nos pusimos de pie, como si nos hubieran sorprendido en pleno trabajo.

El Director nos indicó con una seña que otra vez nos sentáramos; luego se volvió hacia el maestro:

–Monsieur Roger –le dijo a media voz–, le recomiendo a este alumno, entra en quinto. Si su trabajo y su conducta lo hacen meritorio, pasará con los grandes, lo que por su edad le corresponde.

En un rincón, detrás de la puerta, desde donde apenas se lo veía, estaba el nuevo, un muchacho campesino, de unos quince años y más alto que cualquiera de nosotros. Tenía el pelo cortado recto sobre la frente como un integrante del coro de pueblo y un aire discreto y muy incómodo. A pesar de que no era ancho de espalda, su saco de paño verde con botones negros debía quedarle chico de sisa y dejaba ver, a través de las aberturas de los puños de las bocamangas, las muñecas enrojecidas, acostumbradas a estar descubiertas. Sus piernas, con medias azules, surgían de unos pantalones amarillentos muy estirados por los tiradores. Tenía unos zapatos resistentes, mal lustrados y tachonados de clavos.52

Comenzamos el recitado de las lecciones. Las escuchó muy atentamente, como si fueran un sermón, sin siquiera animarse a cruzarse de piernas ni a apoyarse sobre el codo y, a las dos horas, cuando sonó la campana, el maestro tuvo que indicarle que se pusiera en la fila.

Al entrar a clase, teníamos por costumbre tirar nuestras gorras al piso para así tener las manos más libres; había que lanzarlas debajo de los bancos desde el umbral de la puerta, de manera que golpearan contra la pared levantando polvo; se hacía así.

Pero, ya fuera que no hubiera notado esa maniobra o que no se hubiese animado a realizarla, la lección había terminado y el nuevo seguía con la gorra sobre las rodillas. Era una de esas gorras de tipo compuesto, en las que se encuentran elementos del gorro de piel, de la chapska,53 del sombrero melón, del gorro de nutria y del de algodón, en fin, uno de esos engendros cuya muda fealdad posee la misma profundidad de expresión que el rostro de un imbécil. Ovoide e hinchada de ballenas, empezaba en tres cilindros; luego, separados por una banda roja, se alternaban rombos de terciopelo y de pelo de conejo; después venía una especie de bolsa que terminaba en un polígono acartonado, cubierto con un complicado bordado en trencillas, de donde colgaban, al cabo de un cordón largo y demasiado delgado, hilitos de oro a manera de borla. Era nueva, le brillaba la visera.

–De pie –dijo el profesor.