Magallanes - Zweig Stefan - E-Book

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Zweig Stefan

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Beschreibung

Esta es la historia de Fernando de Magallanes, también conocido como Hernando de Magallanes (en portugués: Fernão de Magalhães; Sabrosa, Región Norte, Portugal, primavera de 1480-Mactán, Islas Filipinas, 27 de abril de 1521). Fue un militar, marino y navegante portugués de linaje noble, nombrado por la Monarquía Hispánica adelantado, capitán general de la «Armada para el descubrimiento de la especería» y caballero de la Orden de Santiago y comendador en la misma.Al servicio de Carlos I, descubrió el canal natural navegable que hoy recibe el nombre de estrecho de Magallanes, siendo el primer europeo en pasar navegando desde el océano Atlántico hacia el océano Pacífico, hasta entonces denominado mar del Sur. Inició la expedición que, capitaneada a su muerte por Juan Sebastián Elcano, lograría hacer la primera circunnavegación de la Tierra en 1522.

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Stefan Zweig

Magallanes

Stefan Zweig

MAGALLANES

El hombre y su gesta

Greenbooks editore
ISBN 978-88-99637-29-3
ediciòn digital
abril 2016
ISBN: 978-88-99637-29-3
Este libro se ha creado con StreetLib Write (http://write.streetlib.com)de Simplicissimus Book Farm

indice

MAGALLANES El hombre y su gesta

INTRODUCCION

​"NAVIGARE NECESSE EST"

MAGALLANES EN LAS INDIAS

MAGALLANES SE EMANCIPA

UNA IDEA QUE SE REALIZA

UNA VOLUNTAD CONTRA MIL OBSTACULOS

LA PARTIDA

BUSCANDO EN VANO

LA SUBLEVACIÓN

EL MOMENTO SOLEMNE

MAGALLANES DESCUBRE UN REINO PARA SÍ

LA MUERTE ANTE EL TRIUNFO

LA VUELTA SIN EL CAUDILLO

LOS MUERTOS NO TIENEN RAZÓN

MAGALLANES

El hombre y su gesta

INTRODUCCION

Los libros pueden tener su origen en los más variados sentimientos. Se escriben libros al calor de un entusiasmo o por un sentimiento de gratitud, pero también la exasperación, la cólera y el despecho puede, a su vez, encender la pasión intelectual. En ocasiones, es la curiosidad quien da el impulso, la voluptuosidad psicológica de explicarse a sí mismo, escribiendo, unas figuras humanas o unos acontecimientos; Pero otras veces ‑demasiadas ‑ impelen a la producción motivos de índole más delicada, como la vanidad, el afán de lucro, la complacencia en sí mismo. En rigor, el que escribe debería dar cuenta de los sentimientos, de los apetitos personales que le han motivado a escoger el asunto de cada una de sus obras. El íntimo origen del libro que aquí veis se me aparece a mí mismo con toda claridad. Nació de un sentimiento algo insólito, pero muy penetrante: la vergüenza.

Sucedió de este modo: el año pasado tuve por primera vez la tan anhelada oportunidad de un viaje a América del Sur. Sabía que en el Brasil me esperaban algunos de los paisajes más bellos de la tierra, y en la Argentina un círculo de camaradas intelectuales cuya compañía sería para mí un inigualable gozo. Y a esta anticipación, que por sí sola me hubiera hecho el viaje delicioso, uniéronse las circunstancias inmediatas del mismo: un mar tranquilo, la natural distensión en el holgado y rápido transatlántico, el sentirse libre de todas las ataduras y de las cotidianas vejaciones. Gocé infinitamente de los días paradisíacos que duró la travesía. Pero, de pronto ‑esto fue en el séptimo u octavo día ‑, me sorprendí en flagrante impaciencia. Siempre el mismo cielo azul y el mismo mar azul en calma. ¡Qué largas me parecían las horas de viaje en medio de aquella súbita reacción! Deseaba íntimamente haber llegado al término y me alegraba la idea de que el reloj, incansable, iba acortando el tiempo. Ahora, el flojo, el indolente placer de la nada, me molestaba. Las mismas caras de unas mismas personas llegaban a hastiarme, la monotonía del movimiento de a bordo me excitaba los nervios, precisamente por la tranquila regularidad del pulso. ¡Adelante, adelante! ¡Más aprisa, más aprisa! De pronto, el bello transatlántico, tan lujoso, tan cómodo, no andaba con la suficiente velocidad.

Tal vez sólo faltaba ese minuto en que se me reveló mi estado de impaciencia para que inmediatamente me avergonzara de mí mismo. Estás haciendo ‑me dije, airado‑las más galana de las travesías en el más seguro de los buques; tienes a tu disposición todo el lujo que se puede alcanzar en la vida. Si, llegada la noche, la atmósfera refresca excesivamente en tu camarote, no tienes más que dar vuelta con dos dedos a una llave y el aire se calienta. Si el mediodía en el ecuador te resulta demasiado bochornoso, tienes a un paso los ventiladores, que refrescan el aire, y diez pasos más allá te espera la piscina. En la mesa de este hotel, el mejor provisto, puedes escoger el plato o la bebida que se te antojen, pues de todo hay en este mundo encantado, como traído por manos de los ángeles. Si así te acomoda, puedes estar solo y leer libros, o bien hacer una partida dejuego, o gozar de la música y de la sociedad hasta saciarte. Se te brindan todas las comodidades y toda seguridad. Sabes el término de tu viaje, a qué hora llegarás y que serás acogido amablemente. Y los habitantes de Londres, París, Buenos Aires, Nueva York conocen también, hora por hora, en qué punto del universo se encuentra el buque. Te basta subir unos pocos peldaños, dar unos veinte pasos, y la dócil chispa salta del aparato de telegrafía sin kilos y lleva tu pregunta, tu saludo, a cualquier punto de la tierra, y al cabo de una hora, desde donde sea, tu mensaje es correspondido. ¡Acuérdate, impaciente; acuérdate, descontentadizo, cómo era en otro tiempo! Compara un momento este viaje de hoy con los de antaño, sobre todo con los primeros viajes de aquellos temerarios que descubrieron, en beneficio nuestro, estos mares inmensos y un mundo nuevo, y avergüénzate en su memoria. Intenta representártelos partiendo en sus frágiles barcas de pescador hacia lo desconocido, ignorantes de los derroteros, perdidos en lo infinito, continuamente expuestos al peligro, al capricho de las inclemencias del tiempo y a todas las torturas de la escasez. Sin luz en la noche, sin más bebida que el agua tibia de las cubas y la que recogieran de las lluvias; sin más comida que la sosa galleta y el tocino rancio, y aun faltos días y días de esta somerísima alimentación. Ni una cama, ni el oasis de una tregua, infernal el calor, sin misericordia el frío, y además laconciencia de la soledad, del desamparo en el desierto cruel del agua. Allá, en los hogares, durante meses y años, nadie sabía dónde estaban; ni ellos mismos sabían adónde iban. La escasez era su compañera, la Muerte los cercaba de noche y de día en mil formas, por mar y tierra; no podían esperar más que peligros, así de los hombres como de los elementos, y durante meses y años la soledad más espantosa rodeaba sus míseras embarcaciones. Sabían que nadie saldría a su socorro, que no encontrarían un solo barco durante meses y meses en aquellas aguas no surcadas, que nadie los sacaría del apuro y del peligro, ni podrían hacer saber su muerte, su fracaso. Así revivían en mi interior los primeros viajes delos conquistadores del mar, y hube de avergonzarme de mi impaciencia.

Una vez experimentado, este sentimiento de vergüenza no se borró de mí en toda la travesía. El pensamiento de aquellos héroes anónimos no me dejó un instante. Y quise saber más de quiénes fueron los primeros en afrontar a los elementos, y leer sobre los primeros viajes por los océanos inexplorados, cuya descripción ya me había impresionado en los años de mi infancia. Entré en la biblioteca del transatlántico y cogí al azar unos volúmenes. De entre todas las figuras y todas las rutas, mi admiración se asió a los hechos del hombre que, en mi sentir, llegó a lo más extraordinario en la historia de los descubrimientos geográficos: Fernando Magallanes, el que salió de Sevilla con cinco barcas de pescador para dar la vuelta a toda la tierra. Tal vez en la historia de la humanidad es la odisea más magnífica esta partida de los doscientos sesenta y cinco hombres decididos, de los cuales sólo dieciocho volvieron a sus lares en los míseros barcos castigados, pero con la bandera de la gran victoria en el mástil. No eran muy abundantes las noticias, para mi deseo al menos, en aquellos libros. De vuelta a mi hogar, leí e investigué más y más, asombrándome a cada paso de lo poco digno de crédito que se había expuesto hasta entonces sobre aquella realización heroica. Como ya me ha sucedido otras veces, no hallé mejor ni más eficaz modo para aclararme a mí mismo el hecho que darle forma y describirlo para los otros. Así nació este libro, causándome sorpresa a mí mismo, si he de decir honradamente la verdad. Mientras describía (ajustándome a los documentos fidedignos a mi alcance, fiel a la realidad) esta segunda Odisea, tenía continuamente la singular sensaci6n de contar algo inventado, uno de los más altos anhelos, una de las sagradas leyendas de la Humanidad. ¡Nada hay más excelente que una verdad que parece inverosímil! Siempre se adhiere a las grandes gestas de la Humanidad algo de inconcebible, porque, en realidad, se elevan muy por encima del nivel medio. Es precisamente en lo increíble que ha llevado a cabo como la Humanidad remoza la fe en sí misma.

​"NAVIGARE NECESSE EST"

En el principio eran las especias... Desde que los romanos, a través de sus viajes y sus campañas, empezaron a hallar gusto en los ingredientes estimulantes, calmantes o embriagadores de Oriente, las tierras occidentales no saben ya prescindir de la especiería de las drogas índicas, tanto en la cocina como en la bodega. Hasta muy entrada la Edad Media, la alimentación nórdica resulta sosa hasta lo inconcebible, y aun las hortalizas hoy día más comunes, como las patatas, el maíz y los tomates, tardarían todavía mucho en adquirir carta de naturaleza en Europa; el limón como acidulante y el azúcar para endulzar son todavía una vaguedad, y los sabrosos tónicos, el café y el té, no se han descubierto aún. Hasta entre los príncipes y la gente distinguida, la burda voracidad es el desquite de la monotonía sin espiritualidad de las comidas. Y aparece el prodigio: un solo gramo de un condimento indico, un poco de pimienta, una flor seca de moscada, una punta de cuchillo de jengibre o de canela mezclados en la más grosera de las viandas, bastan para que el paladar, halagado, experimente un raro y grato estímulo. Entre el tono mayor y el menor de lo ácido y de lo dulce, de lo cargado y de lo insulso, aparecen de pronto una serie de ricos tonos y semitonos: los nervios del gusto, todavía bárbaros, de la gente medieval nunca se satisfacen bastante con los estimulantes nuevos: un plato no está en su punto si no lo cargan de pimienta; llegan a echar jengibre a la cerveza y refuerzan el vino con especies molidas, hasta que cada sorbo quema en la garganta como la pólvora. Pero no se limitaba a la cocina el uso de abundantes masas de especiería. La vanidad femenina es también cada vez más exigente respecto a los aromáticos de Arabia, y va del almizcle voluptuoso al ámbar sofocante y al dulce aceite de rosas; los tejedores y tintoreros hacen elaborar para ellas las sedas chinas y los damascos de la India, y los orfebres, montar las perlas blancas de Ceilán y los azulados diamantes de Narsingar. Más imperiosamente todavía, la Iglesia católica impulsa el consumo de los productos orientales, pues de los millares de millones de granos de incienso que levantan el humo de los incensarios movidos por los celebrantes en los millares de iglesias, ni uno solo ha salido de tierra europea; cada uno de esos millares de millones de granos de incienso llegaban por mar, embarcados en tierras de Arabia. También los boticarios son asiduos clientes de los tan celebrados específicos de Indias, tales como el opio, el alcanfor, la tan estimada resina, y saben por experiencia que para el enfermo no hay bálsamo ni droga que parezcan tan activos como los que en los botes de porcelana que los contienen llevan en letras azules las palabras mágicas Por su carácter de cosa selecta y rara, y quizá también por lo elevado del precio, todo lo oriental ejercía una atracción hipnótica en los europeos. Como en el siglo dieciocho lo francés, los atributos árabe, persa, indostánico, se identificaban en la Edad Media con los conceptos de exuberante, refinado, distinguido, cortesano, costoso y precioso. Ningún artículo tan apetecido como la especiería. Era como si el aroma de las flores orientales hubiera enajenado con su mágica influencia el alma de Europa.

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