Magia ígnea - Joshua Khan - E-Book

Magia ígnea E-Book

Joshua Khan

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Beschreibung

Cuando Lily Sombra, nuestra querida princesa de las tinieblas, y Thorn, el extraordinario jinete de murciélagos, viajan al Sultanato de Fuego, las cosas salen terriblemente mal. En lugar de celebrar una afable reunión con su viejo amigo K'leef, nuestros amigos se ven envueltos en una muerte real, una misión épica y una fiera disputa por el trono. Mientras investigan aquella misteriosa muerte, Lily descubre secretos estremecedores que podrían destruir todo lo que ha logrado. Sin embargo, entre las ruinas de su pasado, ella tiene la oportunidad de convertirse en alguien más grande… y más aterrador. Thorn y el magnífico murciélago, Hades, se unen al tímido K'leef y al vanidoso príncipe Gabriel Solar en una búsqueda para hallar un fénix. Estas aves de fuego son la clave para salvar al Sultanato, pero anidan dentro del desierto de Las Esquirlas. Los chicos deben derrotar, no sólo a los monstruos de esta tierra mágica, sino también a sus rivales, ansiosos por reclamar el trono para ellos y hundir los Nuevos Reinos en una oscuridad sin tregua.

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A mi esposa e hijas

Estrellas, oculten sus fuegos;

no permitan que la luz vea mis negros

y ocultos deseos.

—De Macbeth por William Shakespeare

CASA DE LOS SOMBRA

Lilith Sombra, gobernante de Gehenna, bruja

Barón Sable, su consejero y leal noble

Mary, doncella

Thorn, escudero

Iblis, padre fantasma de Lilith

CASA DE DJINN

Sa’if, príncipe, y futuro sultán

Jambiya, príncipe ciego, conocido como el Legislador

K’leef, príncipe amigo de Lilith y Thorn

Ameera, hermana gemela de K’leef

Samira, hermana de K’leef

Gabriel Solar, prometido de una de las princesas de Djinn

Kali, sayón

LAS ESQUIRLAS

Kismet, líder de una tribu nómada

Nasr, guerrero de la tribu Escorpión

Merriq, humilde sirviente

BESTIAS Y MONSTRUOS

Hades, murciélago gigante

Pazuzu, ifrit, criatura de fuego

Farn, ifrit

La mantícora, uno entre muchos depredadores de Las Esquirlas

UNO

—¡Hey! ¿Tienen zombis en cubierta? —gritó la chica desde su pequeño bote—. ¿Me dejan ver uno?

Thorn se asomó por la borda.

—¿Qué?

La chica remó su viejo esquife junto al barco y levantó un mango.

—Te puedes quedar con esto si me dejas ver uno.

Thorn extendió la mano. Ella le lanzó la fruta.

Ah, cómo había extrañado el aroma a mango fresco. Era una dulzura pura y tibia. Se había terminado sus provisiones en Castillo Penumbra meses atrás, y desde que lo reclutaron para el viaje al Sultanato de Fuego, la idea de conseguir un nuevo cajón de esa fruta dorada no dejaba su mente… o su estómago, que rugió gentilmente.

—Se supone que debes comerlo, no besarlo —vociferó la chica mientras esperaba abajo—. Entonces, ¿puedo subir?

—No soy el capitán —le respondió Thorn con un grito. Luego volvió la atención al mango.

La cáscara era de color naranja dorado, estaba perfectamente maduro e impregnado de un aroma que hacía agua la boca. Lo haría puré y lo metería en el emparedado. No se podía desperdiciar un mango, pero era casi una lástima tener que pelarlo. Casi.

—¡Hey! —gritó la chica—. ¡Déjame subir o devuélveme el mango!

—Permiso para abordar concedido.

La chica ató su pequeño bote, luego trepó por las gruesas sogas con la habilidad de un marinero. Subió por la borda y miró alrededor.

—¿Y dónde están los zombis?

Thorn cortó una rebanada de mango. Comérselos tenía su gracia, para asegurarse de no perder una sola gota de jugo.

—En el otro barco.

Inclinó la cabeza hacia la nave más grande, de velas negras, que estaba unos cuantos kilómetros detrás de ellos.

Thorn peló la fruta con los dientes. Vaya. Sabía incluso mejor de lo que recordaba.

La chica lo miró con gesto adusto.

—Me mentiste. Dijiste que tenías zombis.

—Yo no lo dije.

El jugo dorado se deslizó por su garganta. Su barriga respondió con ronroneos de agradecimiento.

La chica apuntaló sus ágiles piernas sobre la cubierta que se balanceaba suavemente. Llevaba una camisa corta, con muchos parches y deslavada, y unos pantalones que le llegaban a la pantorrilla, atados con un cinto igual de pardo y remendado. Un pañuelo brillante rodeaba su largo cuello, se había sujetado el cabello grueso y rizado con una bandana, y tenía los ojos delineados con un negro incluso más oscuro que sus ojos. Esos ojos estaban furiosos.

—Eso te costará un dinar.

—¿Un qué?

—Una moneda de plata.

La chica extendió la mano.

Tenía los dedos delgados pero rudos. Una típica rata de embarcadero. Nacida y criada en los muelles. Y ésa era una vida dura. ¿Cuántos años tenía? Era difícil saberlo. Su piel exhibía un color moreno vibrante, y era de complexión delgada y correosa. Medía una cabeza más que Thorn, y él no era bajo, así que supuso que tendría alrededor de dieciséis años. Tenía los dos dientes de enfrente cubiertos de oro, quizá la única joya que poseía.

—¿Querrás decir una corona? —dijo Thorn con un bufido—. Con una corona conseguiría un cajón. Una pieza vale un par de peniques, en el mejor de los casos.

—Una corona —insistió ella—. Considéralo impuesto de exportación.

Uno de los marineros rio.

—Te atrapó, chico. Más vale que escupas la moneda.

Sonrojándose, Thorn rebuscó en su morral y le extendió, muy a regañadientes, una de sus preciadas coronas.

—Eres una ladrona, ¿sabes?

La chica se encogió de hombros y metió la moneda plateada en su cinto, luego se sentó en el pasamanos y colgó las piernas sobre el agua.

—¿La Reina Bruja está en el otro barco?

Thorn resistió el impulso de empujarla por la borda. Su morral se sentía mucho más ligero sin esa corona.

—¿Así la llaman aquí en el sur?

—Así la llaman en todos lados —la chica se arrimó la pierna a la boca y se arrancó una uña del pie de un mordisco—. ¿Tú le sirves?

Pobre Lily. No le agradaría el apodo “Reina Bruja”, sin importa qué tan cierto fuera.

—Trabajo para Lady Sombra de Gehenna. Soy escudero.

Había más en su relación, pero iba a contarle la historia de su vida a esta chica.

Ella lo miró.

—Pero no eres de Gehenna. Tienes demasiado color en la cara. La gente de allí tiene la piel del color de la leche diluida.

—Ahora lo soy.

—Pues suenas como si vinieras de los Ducados Libres. Del bosque de Herne, quizá.

Lo olfateó.

—Sí. Hueles a corteza.

Thorn resistió la tentación de olerse el sobaco, pero estaba bastante seguro de que no era el caso. Ahora que era escudero, se remojaba en un barril de agua una vez a la semana. Incluso dos veces por semana.

La chica columpió las piernas para delante y para atrás.

—Estás lejos de casa, niño del bosque.

A Thorn no le gustó como estaba hurgando en él esta chica, como si intentara desenmarañarlo. Se acabó el mango.

—¿No tienes que irte a algún lado?

—Sí. Ahí —apuntó hacia el puerto más adelante—. Pero ahí van ustedes de todos modos.

Thorn se dio por vencido. La chica no se movería hasta que se le antojara. Metió el hueso del mango en su boca y empezó a chuparlo para dejarlo limpio. Así era imposible hablar. Alcanzó a la chica en la borda.

El viaje casi terminaba. Gracias a los Seis.

Habían pasado dos meses viviendo como ovejas, amontonados sin espacio para extenderse, atrapados por el ruido y la peste de cincuenta y tres hombres bufando, roncando, maldiciendo y sudando mientras el velero navegaba hacia el sur, por la Esclusa, más allá de las Islas de Lava y hacia el Mar de Sirenas, cada día más cálido que el anterior.

El capitán había mantenido ocupada a la tripulación y el barón Sable había hecho lo mismo con Thorn y los demás escuderos. Habían pasado los días colgados de la jarcia, enrollando y desenrollando velas, y las noches remendando esas mismas velas. En el tiempo entre una cosa y otra, habían aprendido nudos y de navegación y vigilado el agua en busca de peligros y deleites.

Una noche oyeron a las sirenas cantar. A la mañana siguiente, se descubrió que faltaban dos marinos en cubierta.

Los habían seguido unos jinetes de tiburón por dos días, acechando en su estela hasta que el capitán terminó por lanzarles, a regañadientes, una carcasa de vaca completa.

—Más vale pagarle su cuota al rey Coral, antes de que pida todo el barco —había dicho el barón.

A Thorn no le había molestado el trabajo, pero se había sentido incómodo durante la mayor parte del viaje. No se trataba sólo del constante vaivén ni de los camarotes hacinados. Después de todo, como escudero, estaba acostumbrado a vivir en espacios estrechos. Pero el olor a brea caliente y a soga mojada, y el rumor del crujir de las vigas y del sacudir de las velas le traían malos recuerdos de la última vez que había navegado. En ese entonces, había estado encadenado y obligado a vivir bajo cubierta con otros cautivos. Esta vez, acompañaba a una joven reina, y por suerte no como esclavo.

Añoraba la tierra firme. Poder caminar hacia un horizonte que no se meciera ni se inclinara, oler árboles y tierra y cualquier otra cosa que no fuera sal ni los tristes platillos del cocinero, ese tufo que quedaba suspendido sobre toda la nave como un nubarrón venenoso. ¡Sesenta días de sólo estofado de cabeza de pescado!

Era claro que las gaviotas sentían otra cosa por su cocina. Volaban en círculos alrededor de la cofa del vigía y peleaban entre sí mientras mantenían un ojo en el cubo de desechos.

—Estamos llegando a Los Gemelos —dijo la chica—. Mira.

Su nave, Sirena de ébano, navegó junto a las salientes rocosas hasta llegar a una bahía más adelante. La ciudad de Nahas estaba dentro de la bahía de medialuna, protegida por altos acantilados y accesible sólo a través de un pequeño hueco entre Los Cuernos, el punto donde terminaba cada escarpa. Y sobre cada cuerno se alzaba un dragón.

Los ojos de los dragones gemelos irradiaban una luz brillante, y de sus narices y fauces parcialmente abiertas brotaba humo. El sol del atardecer arrojaba una luz rojiza sobre las escamas doradas y las alas plateadas, recogidas cerca de sus musculosos cuerpos. Las bestias debían medir más de treinta metros de altura, y se balanceaban sobre colas enroscadas y garras traseras, listas para lanzarse hacia las nubes.

—¿Realmente los construyó gente? —preguntó Thorn—. ¿O fue hechicería?

La chica se encogió de hombros.

—¿Acaso no tienen faros en Gehenna?

—No como éstos —estiró el cuello para mirar la cabeza monstruosa de la bestia más cercana. ¿Qué tan grande era? ¡Los establos del castillo cabrían en su boca!

El Sirena de ébano pasó bajo las poderosas e inmóviles garras de los dragones, y Nahas apareció a lo lejos.

Thorn entrecerró los ojos para vislumbrar el puerto en el horizonte.

—Parece como si ardiera.

El puerto comenzaba con un pequeño conjunto de bodegas, casas de un piso y tabernas, apiñadas a lo largo de los muelles. Luego, gradualmente, a medida que la ciudad se iba levantando sobre una cuesta natural —la pared de un volcán humeante—, los edificios se iban volviendo más altos, más extravagantes, más amplios, hasta que, en la cima, envuelto por el sol poniente, estaba el Palacio de Djinn, rodeado de torres delgadas como espigas, con domos dorados que remataban los grandes salones y recintos. Los edificios resplandecían y parecían moverse, tan inquietos como la luz de una hoguera.

La chica se estiró y bostezó ante lo que, para ella, eran vistas cotidianas.

—Ardía, alguna vez. Allá en los tiempos de los grandes hechiceros, los muros y torres estaban tallados de fuego. Hoy en día, la gente rica recubre de metal los muros para que parezcan llamas. El palacio entero está hecho de azófar.

—¿Has subido ahí?

—Me muevo bastante.

Por toda la ciudad y a lo largo de los acantilados, centelleaban incontables fogatas que mezclaban el aire salado con el humo.

El sultán de Djinn había muerto. Durante el periodo de luto de cien días, la costumbre de la gente era quemar regalos para él, para que pudiera disfrutarlos en el más allá. Algunos cremaban extravagantes figuras y efigies de papel. En un pasado más cruel, las esposas, esclavos y animales habrían ido al fuego para seguir a su amo.

Lily se había deleitado explicándole a Thorn eso, y mucho más, en las pocas ocasiones en que lo invitó a abordar su nave.

A él no le habían molestado sus clases ni un poquito. El Filo de sombra estaba más grande y cómodo que el Sirena de ébano, más adecuado para la elevada posición de Lily. Y su cocinero era infinitamente más talentoso que el tipo que le había tocado a él, que parecía estar próximo a ser condenado por envenenarlos. Thorn siempre había disfrutado aprender cosas nuevas. Su problema era recordarlas al día siguiente.

No todo se lo había enseñado ella a él, sin embargo. Thorn conocía las estrellas. Cómo la punta de la Cola de la Mantícora siempre apuntaba al norte. Que la Escoba de la Bruja giraba con las estaciones, y que la altura de los Seis Príncipes en el horizonte te decía cuántas horas quedaban antes del amanecer. Pequeños trucos que no aprenderías viviendo en Castillo Penumbra, lugar sin ventanas, pero que todos en el bosque de Herne conocían. Lily estudiaba sus libros; él, el mundo exterior.

Ahora la rata de embarcadero parecía estar fascinada con su amiga. La chica echó un vistazo hacia atrás, hacia el Filo de sombra.

—Dicen que tiene atrapado al fantasma de su papá en las catacumbas debajo de su castillo, Perturba.

—Es Castillo Penumbra, y en realidad no es así. Su papá está… medio atorado en la biblioteca, pero eso es porque…

—Y me contó un marinero de Lumina que encerró a su propio hermano en una torre de telarañas.

—Sí, pero ésa no es la historia completa. Tuvo que…

—¿Y qué hay de los trolls? Dicen que hasta el rey de los trolls le teme. ¿Y que su propia hija está obligada a servir de criada?

—A Dott nadie la obliga —dijo Thorn—. Le gusta trabajar para Lily… digo, para Lady Sombra.

—Un juglar cantó el relato de cómo ella no soporta a los vivos, que hasta su mascota es uno de los muertos vivientes.

—Natilla es un cachorro bastante único —respondió Thorn, consciente de lo poco convincente que sonaba—. Y está bastante contento como, eh, fantasma.

La chica se estremeció.

—¿Cómo puedes soportarlo? ¿No te da miedo que te transforme en algún tipo de monstruo?

—¿Qué tienes en contra de los monstruos?

Ella frunció el ceño.

—¿Qué?

Thorn reflexionó sobre qué —o quién— dormía bajo cubierta.

—Algunos de mis mejores amigos son monstruos.

Aunque, es cierto que come gente…

Por encima estalló una pelea mientras unos recién llegados confrontaban a las gaviotas escandalosas.

Los murciélagos salían en manada desde las cuevas dentro de las paredes del acantilado y los techos y desvanes de los edificios cercanos. Fue creciendo su cantidad en el cielo, y no tomó mucho tiempo para que las gaviotas emprendieran la huida.

—Por lo general, los murciélagos no salen hasta los barcos —comentó la chica.

Un chillido sacudió la nave. Se elevó desde la bodega: un bramido diabólico que perforaba el cráneo.

—Por todos los Fuegos ¿qué fue eso?

La chica retrocedió hacia la borda, temblando.

Los murciélagos volaron más bajo sobre la cubierta, y la chica empezó a exclamar mientras trataba de alejarlos.

—¡Están por todos lados! ¿Qué…?

Se oyó otro grito aterrador desde abajo, y algo pesado golpeó contra la escotilla, haciendo que temblara la cubierta.

Thorn soltó un grito ahogado.

—¡Se está soltando!

—¿Qué? ¿Qué es?

Thorn casi cayó de espaldas.

—No, se suponía que debía dormir más tiempo… si se suelta… —volteó hacia ella mientras volvía a sacudirse la cubierta—. ¡Sálvate! ¡Tenemos que saltar!

La chica se echó un clavado. Se lanzó entre las suaves olas y un momento después salió a la superficie, a unos cinco metros del barco.

—¡Vamos! ¡Salta! ¡Antes de que se suelte!

Thorn soltó una carcajada.

—Nop. Creo que mejor me quedaré seco un rato más.

—¿Y qué hay del monstruo?

Thorn pisoteó sobre la cubierta.

—¡Vamos, silencio!

Los chillidos se detuvieron. En su lugar, se oyó un gruñido malhumorado que prometía que Thorn la pagaría después. Bueno, después sería. Quería sacar el máximo jugo a este momento. Thorn se asomó por la borda.

—Ahí está. Todo sereno.

—¿Fue un truco? —la chica golpeó el agua—. Eres un sucio, asqueroso…

Thorn no entendió lo siguiente, ya que todo salía en la furiosa lengua Djinn, pero luego ella continuó en su idioma.

—Hey, ¿y mi bote? ¡Todavía está atado a tu nave!

—¿Bote? Pensaba que sólo era un poco de madera de balsa.

Thorn la despidió con un movimiento de la mano mientras el Sirena de ébano pasaba flotando.

—Lo puedes recoger en los muelles. ¡Disfruta tu baño!

—Eso me pareció un poco cruel —dijo el barón Sable mientras alcanzaba a Thorn para admirar la vista—. Falta como kilómetro y medio para los muelles.

—¿Cruel? Cruel es que me estafen con una corona por un solo mango.

—Además, de vez en cuando llegan tiburones a la bahía.

—Ah. Eso no lo sabía —Thorn se encogió de hombros—. Aun así, una corona entera. Equivale a toda una semana de sacar estiércol de caballo a palazos de los establos.

Sable se torció los extremos del mostacho para dejarlos en puntas.

—Nahas es todo un espectáculo, ¿no te parece? Llevaba demasiado tiempo sin venir.

—Su esposa debe estar feliz de ver a su familia otra vez, después de tantos años.

Por decir lo menos. La baronesa Suriya había cargado el Sirena de ébano con cajones, baúles y cajas hasta que ya no quedaba espacio ni para las ratas de la nave bajo cubierta. Había dejado su ciudad natal hacía dos décadas y estaba decidida a ponerse al día.

Thorn suspiró.

—A Wade le habría encantado esto.

El barón lo miró con gesto adusto.

—Eres un idiota, Thorn.

Thorn se sonrojó. Wade era un escudero, su mejor amigo allá en casa, y el cuarto hijo del barón. Pero no era hijo de la baronesa. Así que Wade se quedó en el norte mientras la baronesa venía al sur. Así era más fácil para todos. Menos para Thorn.

¿Qué encontraría en Nahas? Nobles presumidos y cortesanos de barriga prominente de todos los seis Nuevos Reinos.

Suspiró más profundamente. Esto sería justo lo opuesto a la diversión.

Ahora que había bajado el sol, el calor del día comenzaba a disiparse, gracias a los Seis. No estaba acostumbrado al pesado aire del sur. Y los marineros decían que todavía no era verano. ¿Qué tanto calor podría llegar a hacer?

Estás en el Sultanato de Fuego. ¿Qué esperabas?

Aparecieron los muelles a la vista.

La última vez que Thorn había navegado hasta un puerto estaba en cadenas. Esto estaba mucho mejor.

Por la brillante agua azul llegaban oleadas de cantos, gritos y carcajadas mientras los estibadores cargaban, los mercaderes negociaban y las bestias, grandes y pequeñas, luchaban por encontrar espacio entre toda la gente.

—¿Qué es eso? —Thorn parpadeó y su corazón dio un vuelco. ¡Había un gigantesco monstruo de piel gris caminando a paso lento por el malecón!—. ¡Le está saliendo una cola de la cara!

El barón soltó una risita burlona.

—Es un elefante. Son básicamente inofensivos.

—¡Pero, esos colmillos!

—Comen hojas.

¿Comen hojas? ¿Cómo podría algo así de grande sobrevivir sólo de hojas?

¿Cómo lograría acostumbrarse a este lugar?

De los colmillos de marfil colgaban campanas, y las orejas —unas cosas enormes que aleteaban— estaban pintadas con diseños florales. Tenía una plataforma sobre la espalda, y encima se encaramaba una familia elegantemente vestida que miraba a las multitudes desde las alturas.

Thorn respiró profundamente. Ya era escudero de Gehenna, y no sólo un ratón de campo. No debería sorprenderse tanto por la primera visión extraña. Habría muchas más.

Llegó un pum desde abajo.

Sable arqueó una ceja.

—Está aburrido.

Thorn sonrió de oreja a oreja.

—El cielo ya oscureció lo suficiente. Más vale que vaya bajo cubierta.

Hora de soltar al monstruo.

DOS

Uno de los marineros, Salmón, detuvo a Thorn al fondo de las escaleras.

—¿Lo vas a soltar? —preguntó con ansiedad.

—Lleva suficiente tiempo atrapado allá abajo, va a estar de malas.

—¿Y qué significa eso, exactamente? —Salmón tragó saliva.

En vez de responder, Thorn se cubrió la nariz. La bodega apestaba.

La grieta de la escotilla sobre él dejaba entrar un poco de luz del atardecer, lo suficiente para dejarlo ver la enorme curva del monstruo durmiente. Estaba cubierto de redes… no para inmovilizarlo, sino para evitar que se deslizara de un lado a otro.

Un par de iracundos ojos rojos brillaban en la oscuridad. La figura siseó.

—Voy lo más rápido que puedo —dijo Thorn mientras desenganchaba las redes.

Thorn se dirigió hacia una mano que estaba enganchada contra la pared. La piel vieja y arrugada estaba cubierta de cera, y las puntas de los dedos estaban negras. Uno de éstos, un pulgar, estaba encendido todavía. Una pequeña llama titilaba en la punta, produciendo un débil hilo de humo. Con razón se había despertado la criatura.

La Mano de la Gloria: así la llamaba Lily, pero Thorn no lograba verle lo glorioso a esa cosa grotesca. Era magia antigua, algo que Lily había encontrado en las profundidades de la Biblioteca Sombra. Después de unas cuantas noches de estudios, había logrado iluminarla y tejer quién sabe qué magia oscura necesaria para hacerla funcionar. El humo provocaba sueño. Cada uno de los cinco dedos habían estado encendidos al inicio del viaje, pero ahora sólo el pulgar ardía. Thorn apagó la llama de un pellizco. El dedo envejecido soltó vapor, y el humo se dispersó.

La bestia bostezó.

Thorn acarició su mejilla peluda.

—Vamos, Hades. Hora de estirarte.

El movimiento de un ala enorme volteó a Thorn de cabeza. Chocó contra el montón de redes y terminó colgando boca abajo.

Thorn enfrentó la mirada adusta del enorme murciélago.

—Muy divertido. Ahora sácame.

Hades ignoró la solicitud. Sacudió el cuerpo, comenzando con las orejas y moviéndolo todo hasta llegar a las garras, tan largas como sables, que habían rasgado profundas muescas en el piso de madera de la nave. Se mordisqueó un mechón de pelo sobre el hombro.

Thorn se soltó.

—Te cepillaré bien cuando salgamos de aquí. Y —le frotó la barriga peluda al murciélago— tengo esperando un premio especial para ti.

Hades hizo una pausa.

—Oh, sí —susurró Thorn—. Un premio delicioso. Hades, fingiendo obedecer a Thorn en vez de a su estómago, bajó el ala izquierda para dejar al chico subir a su espalda.

Thorn se acomodó entre las alas y enganchó los talones sobre los hombros del murciélago. Acarició su lugar favorito entre las orejas de Hades.

—Te extrañé, muchacho.

Hades soltó un bufido.

Thorn rio.

—Vamos, entonces. Muéstrame lo que tienes.

La escotilla se abrió con un crujido y reveló la vasta nube de murciélagos en el cielo. Y también al barón Sable, quien se asomaba al interior.

—¿Están listos?

¿Cómo sabían los murciélagos que había llegado su rey?

—¿Entonces, muchacho?

Giraban por encima de la nave, eran miles. Más pequeños que los que estaban allá en Gehenna —nadie criaba murciélagos como ellos—, pero de alguna manera habían percibido a Hades y ahora se agrupaban en el cielo nocturno para recibirlo.

Hades siseó.

—Sí, creo que estamos listos. ¿Qué tal si…?

Thorn sintió que el estómago se le caía hasta los tobillos mientras Hades despegaba. Con media aleteada de sus inmensas alas ya estaba por encima del Sirena de ébano, desperdigando a sus hermanos más pequeños en todas las direcciones.

Thorn se aferró al grueso pelo alrededor del cuello de Hades mientras los murciélagos fluían como un río detrás de ellos. Hades soltó un chillido y extendió las alas en toda su envergadura. Otra fuerte aleteada, y debajo de ellos la nave se encogió hasta verse del tamaño de un barco de juguete.

El corazón de Thorn latía rápidamente mientras Hades se alzaba. Dos meses habían sido demasiado. Casi había olvidado cómo era esto.

Hades se bañó en la luz carmesí del sol poniente, inclinándose hacia un lado y el otro para recibir calor en sus viejas alas. Sobrevoló el Filo de sombra y Thorn intentó ver a Lily, pero volaban demasiado alto para poder divisar a alguien en cubierta.

¿Cómo se sentía eso? Todos querían saberlo, pero Hades nunca dejaba que alguien más se acercara lo suficiente para intentar montarlo.

La gente decía que Hades era su mascota, pero ésa era una idea estúpida. Thorn no comandaba a este monstruo. Era la decisión de Hades dejarlo acompañarlo. Tenían una comprensión mutua, una sociedad de algún tipo, pero Thorn sabía que ese viejo murciélago apestoso era el que estaba a cargo. Y también Hades lo sabía.

—Nos esperan en palacio —gritó Thorn por encima del viento—. ¡El edificio grande en la cima de la colina!

Hades se echó hacia atrás, mostrando su vientre al cielo, y luego cayó en picada.

Thorn y Hades a menudo volaban sobre las aldeas que rodeaban Castillo Penumbra. A Thorn le encantaba ver a los aldeanos salir y saludarlos. Algunos incluso les llevaban comida cuando Hades tomaba un descanso. Una vez, en Tumbara, una familia había horneado un pastel con forma de murciélago para él, completamente bañado de chocolate. Thorn se preguntó qué cosas especiales le esperaban aquí. Según Lily, las delicias Djinn eran los mejores dulces del mundo…

Bestia y muchacho aullaron al unísono mientras se clavaban hacia los muelles.

Y la gente gritó.

Cundió el pánico.

No era exactamente la reacción que Thorn había esperado.

Un burro muerto de miedo se soltó de su cuerda y embistió un puesto de frutas. Los caballos salieron corriendo, tras tirar a sus jinetes. La gente corrió para ponerse a salvo. Algunos se apuraron bajo las puertas, otros se echaron al mar para escapar. Y el elefante…

Barritó y trató de golpear con la trompa. Hades se deslizó a un lado con grácil desdén y siseó emocionado. Se levantó sobre la bestia, aleteando para ponerse en posición…

—¡No! —gritó Thorn—. ¡No puedes comértelo!

Debió haber planeado esto un poco mejor. Hades tenía hambre, y aquí había, en su opinión, un verdadero festín.

—¡No! —Thorn jaló las dos orejas de Hades. Por lo general, era suficiente para captar su atención.

Pero no esta vez.

El elefante se levantó sobre las patas traseras, lanzando a sus pasajeros al agua, y soltó un trompetazo con rabia. Hades intentó acercarse lo suficiente para aferrarlo, pero era un elefante macho grande, viejo y mañoso, con colmillos más largos que los de Hades. Y su trompa era un arma adicional para usar contra el monstruoso murciélago.

Aunque no era que Hades fuera a darse por vencido.

—¡Ya basta! —exclamó Thorn, dirigiéndose a ambas bestias.

El elefante golpeaba a Hades con las patas delanteras, pero Hades logró moverse hacia atrás lo suficiente, poniendo a prueba sus garras. Luego el elefante escapó y destrozó las rejas mientras se largaba arrasando con todo.

Thorn frunció el ceño. Eso se lo descontarían del sueldo. Quedaría endeudado hasta la vejez.

—¡Mira lo que hiciste!

Hades se encogió de hombros, como diciendo: Los monstruos estamos hechos para aterrorizar.

El murciélago se acomodó en el muelle vacío y devoró una pila de pescado abandonado. Por las ventanas y los huecos de las puertas se asomaban los rostros.

—¡Es inofensivo, en verdad! —gritó Thorn—. ¡Salgan y véanlo ustedes mismos!

Entonces divisó a los soldados: hombres con lanzas o ballestas y gesto adusto. Trepaban por encima de los puestos rotos y cajones abandonados, los lanceros por delante, los ballesteros detrás.

—Nos vamos, Hades.

Con un movimiento de sus grandiosas alas, se elevaron muy alto, y se fueron.

Rodearon una torre que tenía dos veces la altura de La Aguja de Castillo Penumbra. Hades le gruñó a la estatua dorada de un ave en el techo que tenía las alas tan anchas como las suyas. Luego, en una mancha negra y plana entre dos enormes salones revestidos de azófar, empezó a surgir un patrón de luz. Era fuego que dibujaba letras onduladas, y las llamas mismas se elevaban desde las manos de un chico vestido con túnica roja.

—T-H-O… —Thorn le dio un empujoncito con las rodillas a Hades—. ¡Ahí! ¡Ve ahí abajo!

Hades voló en círculo por encima de las llamas. El chico lo saludo con la mano desde abajo.

Thorn respondió con un saludo.

—¡K'leef!

Hades dio una vuelta sobre los jardines y las letras de fuego. Luego, a su propio ritmo —porque tenía dos siglos de vida y no iba a ser apurado ni por Thorn ni por nadie— volvió a posarse en la tierra.

Thorn se apeó del murciélago y fue corriendo hacia su amigo, quien extinguió las llamas con un batido de palmas. Los dos rieron mientras se abrazaban.

K'leef se enderezó el turbante dorado.

—¡Ten cuidado! ¿Tienes la menor idea de cuánto costó esto?

—Hueles raro —dijo Thorn.

Era cierto. El chico tenía un aroma a rosas.

K'leef arrugó la nariz.

—Tú también. Y no en el mejor sentido.

Thorn no estaba dispuesto a perder tan pronto.

—¿Estás bien? Es que está saliendo una oruga por tu nariz.

La mano de K'leef subió hasta su bigote delgado y esponjoso. Su ceño fruncido se transformó, fácil y velozmente, en una gran sonrisa.

—Se llama moda, algo que un campesino como tú nunca entendería —se acercó a Hades y le hizo cosquillas al monstruo bajo la barbilla—. ¿Estás ayudando a Thorn para que no se meta en problemas?

Hades soltó un bufido.

—Debe tener hambre —dijo Thorn, con la esperanza de que K'leef no hubiera presenciado ese desastre en los muelles—. Pero lleva los últimos dos meses dormido. Podría merecerse un tentempié.

K'leef señaló hacia un redil de borregos que estaba unos cuantos niveles más abajo del palacio.

—¿Crees que con eso baste?

Hades salió disparado.

Thorn se quedó mirando a Hades partir.

—Le estaré sacando lana de los dientes el resto de la semana.

—Se me ocurrió que quizá tú también tendrías un poco de hambre —K'leef señaló hacia una mesa de bronce cargada de fruta—. ¿Dónde está Lily?

No era cualquier fruta: eran mangos incluso más dorados que el que le había costado una corona. Thorn escogió el más gordo.

—¿Mmm?

—¿Dónde está Lilith Sombra, Gobernante de Gehenna, Descendiente del Príncipe de las Tinieblas, Señora de las Pesadillas, Amiga de los Trolls, la Reina Bruja, cuyo nombre es temido por los Siete Duques del Infierno?

—¿Sólo siete? —Thorn gesticuló hacia la gran nave negra que todavía estaba en el mar—. Mareada. No le sentó bien el viaje. Pronto bajará a tierra. Cuando esté más oscuro.

—¿Más oscuro? ¿Por qué?

—Ha cambiado, K'leef.

K'leef frunció el ceño.

—Supe que todo su cabello se volvió blanco…

—¿Eso? La mitad de las chicas de Gehenna se tiñeron el cabello de blanco. Se llama moda —dijo Thorn a medio bocado.

Charlaron mientras comían. Se sentía como si no hubieran estado lejos ni siquiera un día, menos seis meses. K'leef se llenó los oídos de las victorias contra Lumina, y Thorn le contó de los nuevos pasteles que había inventado la cocinera: algunos los había empacado para K'leef, y otros ya se los había comido. Luego el sol se hundió bajo el horizonte, el cielo se tornó púrpura oscuro, y las primeras estrellas despertaron titilando.

—Supongo que ya oscureció lo suficiente —dijo Thorn.

Como si hubiera dado la señal, se arrugaron las sombras atrapadas entre dos edificios, y entre ellas pasó soplando un viento frío. Una neblina blanca y siniestra se arremolinó dentro de la creciente negrura.

—Por los Seis… —susurró K'leef.

Unos zarcillos de sombra salieron serpenteando del hueco entre la luz y la oscuridad, entre este mundo y otro, formando ondas sobre el suelo de mármol. Se marchitaron las plantas en torno a ellos; el pasto se ajó y murió. El frío se volvió más profundo, y calaba los huesos.

—Yo daría un paso atrás si fuera tú —advirtió Thorn.

Las sombras abrieron paso a una figura de cabello blanco y túnica color ébano, enjoyada con anillos, collares y brazaletes, que llevaba puesta una alta tiara hecha de plata y hueso.

K'leef parpadeó con incredulidad.

—¿Lily?

—Hola, K'leef —Lily Sombra entró al jardín y miró alrededor. Señaló un balde de madera—. ¿Alguien la está usando?

—No, no lo creo.

—Gracias —la levantó—. Es sólo que creo que voy a devolver el estómago.

TRES

Debí haber esperado hasta la medianoche.

Pero llevaba dos meses metida en esa nave y, una vez que apareció la ciudad, no pudo esperar más tiempo.

Guarda la magia más grandiosa para la noche, cuando las sombras estén más profundas, le advertía su padre a menudo. A esa hora será menos pesado para ti.

Lily cerró los ojos, en un intento por obstruir el caos que la rodeaba y por menguar la agitación de su estómago.

Sonrió para sí. Cruzar a través de las sombras siempre era un asunto riesgoso, pero Lily había aparecido justo donde lo había planeado. Le había ayudado enfocarse en Thorn, y aparecer afuera del palacio era mucho más fácil que aparecer dentro: éste tenía defensas arcanas contra la hechicería, y quién sabe dónde podría haber terminado si hubiera intentado aparecer en el Salón de Fuego.

—Ten —dijo K'leef, pasándole una copa de algo blanco y escarchado—. Es granita.

Lily bebió el líquido helado y afrutado. El sabor a limón agrio era delicioso, y pareció calmar su estómago. Lily chasqueó los labios.

—¿Tienes más?

—Te estás volviendo como Thorn, ¿sabías? —pero K'leef llenó otra vez su copa.

—¿Dónde está? —Lily miró alrededor. Estaba ahí hace apenas unos minutos.

—¿Dónde crees? Fue a ver a Hades, para asegurarse de que la bestia no se haya comido a un caballerango por error.

Típico. Ese chico amaba al viejo murciélago más que a cualquier otra cosa. Ella acababa de llegar, había practicado algo de magia de alto nivel —imposible para cualquiera, salvo para los hechiceros más poderosos— y él desaparecía.

Perfecto. Que pase la noche con el murciélago apestoso.

—Qué entrada tan impresionante. Nunca antes había visto a alguien cruzar a través de las sombras.

K'leef la llevó hacia sus aposentos.

Las habitaciones eran enormes, en especial si se tomaba en cuenta que K'leef era el cuarto hijo del viejo sultán. Las alcobas de los padres de Lily eran más pequeñas que éstas.

El Palacio de Djiin no podría haber sido más distinto de Castillo Penumbra. Todo aquí era luminoso y estaba ventilado. Los techos eran altos y abovedados, levantados por columnas tan delgadas como varitas de sauce. Había trébedes en los que ardía incienso, y su humo rosado aromatizaba el aire con dulzura.

Se extendían espirales de llamas en los mosaicos por todo el suelo. El piso relumbraba como si el fuego estuviera por estallar en cualquier momento. Las mesas de bronce estaban cubiertas de libros, pues la lectura era el pasatiempo favorito del príncipe, y la mirada de Lily cayó sobre uno en particular. Uno con páginas de metal…

—¿Te gusta el lugar? —preguntó K'leef.

Lily se retiró la tiara, ajustó los pliegues de sus faldas, y se acomodó en uno de los múltiples cojines mullidos. No podía permitirse aparentar estar demasiado impresionada por un palacio ajeno.

—Te hacen faltan unas cuantas gárgolas más.

—¿Viajas a través del Crepúsculo, cierto? ¿Cómo es eso?

—Bastante horrible —Lily se acabó la segunda porción de granita, igual de sabrosa que la primera.

K'leef se sentó junto a ella.

—Cuéntamelo.

—Hace frío. El tipo de frío que cala en los huesos. Y es triste. El Crepúsculo es un lugar de arrepentimientos y anhelos, K'leef. Es un reino entre reinos, ni para los vivos ni para los muertos. No te gustaría.

—Y también entraste al Tiempo del Sueño.

—Sí. A veces veo a mi padre ahí.

—He escuchado historias sobre ti, Lily.

Lily sonrió.

—¿Son muchas?

—Sí.

K'leef se removió, incómodo.

Lily podía adivinar por qué. La mayoría de esas historias no eran muy amables con Lady Sombra. Por lo general, los miembros de su familia eran los villanos de los cuentos que se relataban en las posadas y tabernas. No era tan sorprendente, dada la cantidad de vampiros, zombis y nigromantes perversos que llevaban el nombre de los Sombra. Aun así, ya era extraño encontrarse en tan legendaria compañía.

—¿Cómo está Lord Iblis? —preguntó K'leef—. Eh, ¿aparte de etéreo como un fantasma?

¿Cómo estaba? Lily no lo sabía. Se reunían en el Tiempo del Sueño o en la Biblioteca Sombra para que ella pudiera continuar sus estudios con él, pero el fantasma de su padre se estaba volviendo más tenue con cada visita.

Apartó ese pensamiento.

—Está bien.

—Entonces, el Crepúsculo y el Tiempo del Sueño. ¿Adónde más?

—¿A qué te refieres?

K'leef se incorporó, emocionado.

—Vamos, Lily. Tus ancestros fueron mucho más allá. A la oscuridad más profunda. Al Abismo, al infierno, a todos los reinos del inframundo.

Lily sacudió la cabeza.

—No soy suicida. No me sienta bien viajar. Pasé la mayor parte de esta travesía mareada.

Pero cuando estaba en el Crepúsculo, a veces percibía atisbos de reinos más profundos y de sus habitantes. Más de una vez sintió —no, supo— que la estaban observando.

Se terminó la tercera porción de granita e hizo una pausa para examinar el recipiente vacío. El bronce estaba grabado con estrellas diminutas, y el borde estaba incrustado de plata delgada como el papel de seda. Lily no tenía algo igual en Castillo Penumbra.

Miró su tiara, que ahora yacía sobre la mesa. Era la pieza más fina de joyería que tenía, pero nada era comparada con los numerosos tesoros esparcidos por la habitación.

Lily se aclaró la garganta. No estaba ahí para envidiar la riqueza de K'leef.

—Lamento mucho lo de tu padre. El mío siempre habló muy bien de él. Decía que era un hombre de honor, una virtud escasa hoy en día.

K'leef dio vueltas a uno de sus múltiples anillos.

—Me enseñó todo lo que sé.

Lily se sentó junto a él.

—¿Qué pasó? Tus cartas no mencionaban que estuviera enfermo.

K'leef se puso serio.

—La guerra con Lumina… fue demasiado para él. Estaba viejo, Lily. No debió haber salido en campaña. Pero era orgulloso. Creo que quería un último día de gloria.

—Y eso consiguió. Derrotó al duque. Supe que quemó la Ciudad Plateada hasta los cimientos.

—Una exageración, Lily. No deberías creer todo lo que se cuenta —la miró—. Yo no lo hago.

—¿Eso qué significa?

Los ojos oscuros de K'leef se entrecerraron y Lily se movió, de pronto incómoda bajo la mirada de su amigo.

—Yo fui el primero en enseñarte a usar magia, ¿lo recuerdas? En la Biblioteca Sombra.

—Por supuesto que lo recuerdo —respondió Lily. Ella, K'leef y Thorn habían entrado a escondidas a la biblioteca de Castillo Penumbra. Ella no había creído, en realidad no, que llevara cualquier tipo de hechicería en la sangre, pero tras su intento inicial había invocado un fantasma: su cachorro recién fallecido, Natilla.

Ésa era su magia: el control de la oscuridad.

—Te debo todo, K'leef.

—Y ahora mírate —dijo—. La Reina Bruja. A quien todos temen. Pero no hay razón para eso, ¿o sí?

A ella no le gustó la manera en que él la miraba tan intensamente. Era como si realmente tuviera miedo. ¿Pero de qué? Todos tenían un poco de oscuridad en ellos.

Lily se levantó e inspeccionó el libro con las páginas metálicas. Las letras, en la lengua ancestral de Djiin, estaban incrustadas en plata y oro, pero su mirada se sentía atraída por el ave enjoyada con alas extendidas en la portada.

—Éste es el Agni Kitab, ¿no es así?

K'leef sonrió de oreja a oreja.

—Por supuesto que sabrías eso.

—Es magia poderosa. Tú también has avanzado mucho desde que estuviste en Gehenna.

K'leef se ruborizó, y centellearon llamas alrededor de sus orejas.

—Estoy trabajando en ello. Sa'if me está ayudando. Pero nunca seré tan bueno como él, ni como cualquiera de mis hermanos.

—Vamos, K'leef. El Agni Kitab no es para principiantes. Tienes muchas cosas a tu favor. Eres un hechicero, un príncipe, y mi mejor amigo.

—¿Mejor amigo? —dijo K‘leef socarronamente—. ¿Se lo digo yo a Thorn, o se lo dices tú?

—Uno de ellos —se corrigió Lily—, y Thorn es uno de los tuyos, así que todos somos mejores amigos por igual.

K'leef era tan parecido a ella. Venían del mismo mundo. Él llevaba magia en la sangre, al igual que ella, así que se entendían el uno a la otra. Eran expertos en el conocimiento de los nobles Casas, en quiénes eran los enemigos y quiénes podrían ser aliados. Sabían que los Seis Príncipes habían creado el mundo tal como era, y que ellos, como sus descendientes, tenían el deber de cuidarlo.

Thorn era el otro mejor amigo de Lily precisamente porque no era ninguna de esas cosas. Su conocimiento de su árbol genealógico llegaba sólo hasta su abuelo. No le importaba el pasado y tampoco tanto el futuro, más allá de lo que hubiera para cenar, y se reía, burlaba y comportaba como si no tuviera una preocupación en el mundo. No tenía mucho respeto —ni temor— por las grandes familias, la magia o los Seis Príncipes. Era tan vivificante.

Lily frunció el ceño, molesta consigo por comparar a K'leef con Thorn. No había necesidad de hacerlo, pero no podía evitarlo. ¿Por qué?

Levantó la jarra de granita, queriendo pensar en otra cosa, algo más seguro.

—Esto es de Lumina, ¿cierto? ¿Botín de guerra?

—Volvimos con cien carretas de tesoro, en parte mágico. El duque lo entregó a cambio de no destruir el Palacio de los Prismas. Una pila de tesoros y algunos… huéspedes nobles.

—¿Rehenes, querrás decir? —ése era el trato usual. No había algo más efectivo para obligar a los nobles a comportarse que resguardar a unos cuantos de sus parientes—. ¿Alguien que yo conozca?

Los ojos de K'leef se iluminaron.

—Oh, sí.

—Tienes que estar bromeando. ¿Él?

—Lo comprometieron con una de mis hermanas, Nargis.

Lily soltó una carcajada.

—Éste es su tercer compromiso en un año.

—¿El tercero? —preguntó K'leef—. Entonces, ¿es cierto que estaba comprometido con una troll?

—Dott, hija del rey troll, así que una verdadera princesa. Ya estaba organizada la boda y todo estaba avanzando muy bien, hasta que el rey se comió a uno de los heraldos por error. Pensaba que era uno de los aperitivos. Deberíamos habernos dado cuenta de lo que estaba ocurriendo cuando le cubrió la cabeza con salsa al pobre hombre —no pudo evitar sonreír por el recuerdo—. Fue bastante gracioso.

K'leef se veía más descompuesto que divertido.

—Eres de la Casa de los Sombra. Tu sentido de lo “gracioso” es distinto que el de la mayoría.

—Te habría hecho gracia si hubieras estado ahí —Lily chasqueó los dedos y hurgó en su bolsillo—. Casi lo olvidaba. Tengo un regalo para tu hermano. Tal vez no tendré oportunidad de verlo hasta después de la coronación, así que ¿te lo puedo dar a ti?

Le tendió un pequeño libro incrustado de gemas.

—¿Qué es?

—Un libro de hechizos Djinn, Los pensamientos de Niran. Nunca sabré cómo fue que acabó en la Biblioteca Sombra. Tiene un hechizo que te permite hacer fuego a prueba de agua. Puede ser útil cuando intentas encender una hoguera en la lluvia, supongo.

—¿Uno de los libros de Niran? Un tesoro único —lo tomó con cuidado—. ¿No debería ponerme guantes para manipularlo?

Lily soltó una carcajada.

—¿“Temed a los Sombra, aunque traigan regalos”?

—La historia de tu tía abuela Gorgona Sombra se ha extendido hasta el sur. ¿Quién fue… su prometido?

—Exprometido. Estaba enamorada de sir Ébano, un famoso hechicero, pero éste terminó por casarse con alguna chica de cabello dorado de la Casa de los Solar. Lady Gorgona le dio un libro de hechizos como regalo de bodas, para mostrar que no estaba enojada. El libro era viejo y tenía las páginas pegadas, así que Ébano tuvo que lamerse los dedos para pasar cada una. Comenzó a leerlo de noche, y para la mañana ya estaba muerto.

—Lo mató la tinta envenenada —agregó K'leef. Tamborileó los dedos sobre el pequeño libro—. Vaya reputación tiene tu familia, ¿cierto?

—No es peor que la de cualquier otra Casa noble. Mejor en muchos sentidos, de hecho. Tenemos que serlo. Es difícil salirte con la tuya cuando la víctima puede volver de la tumba y cazar a su asesino.

K‘leef guardó el libro en su túnica y se puso en pie.

—Tengo algo, a alguien, que te quiero mostrar —caminó hacia un brasero. Los carbones siseaban dentro de un alto trébede de bronce; unas tenues llamas titilaban por la superficie. K'leef le dio un golpecito—. Paz, despierta. Tenemos invitados. Ya sabes, de quien te conté.

El silbido sonó más fuerte. K'leef golpeó con más fuerza.

—¡Paz! ¡Ya llegó!

Los carbones se sacudieron mientras Lily observaba. Rodaron y se juntaron, y… se levantaron.

El humo se volvió más espeso alrededor del bulto negro, y el siseo se convirtió en voz.

—Ya me levanté. ¿Qué passsa?

—Sólo saluda y luego puedes regresar a tus sueños.

Los carbones se juntaron en una figura vagamente humanoide, de apenas treinta centímetros de altura. Sus ojos eran dos huecos fulgurantes, y ráfagas de humo surgían de su boca cada vez que hablaba.

—¿Sssueñosss? Ya no hay oportunidad de essso ahora, ¿o sssí? No tienesss el menor ressspeto por tusss mayoresss. Debería hablar con Faisssal. Él sssabe cómo tratarme.

—El tío abuelo Faisal lleva más de setenta años siendo ceniza, Paz.

Brincaron llamas de la cabeza de la criatura.

—¿Muerto? —suspiró, mientras el humo le brotaba de cada hueco—. Ussstedesss losss mortalesss. ¿Qué sssentido tiene? Essstán aquí un momento, y desssaparecccen al sssiguiente. Como una… una…

—¿Vela? —sugirió Lily.

Las llamas de la criatura crecieron.

—Vaya boca tan inteligente tiene ésssta. ¿Esss amiga tuya?

K‘leef sonrió con orgullo.

—Sí. Ésta es Lilith Sombra, de Gehenna. Lily, éste es Pazuzu.

Lily se acercó más. No mucho, porque Pazuzu ardía.

—No sabía que la Casa de Djinn todavía tuviera un ifrit.

Los ifrit eran espíritus de fuego, seres de Las Esquirlas. En el pasado, la Casa de Djinn había comandado miles. No pequeños duendes como éste, sino enormes gigantes de fuego. Durante la Batalla del Mar Hirviente, un batallón había destrozado a la flota entera del capitán Mazotesta. Lily le sonrió a Pazuzu.

—Es un gusto conocerte.

—¿Lo esss? Quizzzá lo sssea para ti —dijo el ifrit—. ¿Asssí que tú eresss Lilith Sssombra? El chico no para de hablar de ti. Cada vezzz que recccibe una de tusss cartasss, me la lee. Lasss tiene guardadasss, atadasss con un lissstoncccito tan bonito…

K'leef saltó entre ambos.

—Suficiente, Paz. Lily no quiere saber qué hago con mi correo.

—Ah, me parece que sí quiero. Entonces, Paz, ¿dónde guarda K'leef mis cartas, exactamente?

Las puertas se abrieron de golpe, y la estancia se inundó de seda, joyas y docenas de chicas gritando. Paz titiló y desapareció en una espesa nube de humo.

K'leef gimió.

—Oh, no….

Las chicas revolotearon alrededor de Lily, todas hablando a la vez. Hablaban en Djinn, la lengua de Gehenna y una docena de idiomas más. A Lily le empezó a dar vueltas la cabeza al intentar seguir siquiera la mitad de la charla. Suspiraban, soltaban risitas y se empujaban y jalaban unas a otras, peleando por ser la primera en hablarle a la invitada de K'leef.

Se había pasado el mensaje de que había llegado la Reina Bruja.

—¡Bienvenida, Lilith Sombra!

—¡Me llamo Sami! ¡Puedes quedarte en mis aposentos! ¡Mandé pintar las paredes de negro!

—¡No! ¡Quédate conmigo! ¡Yo tengo calaveras en el mío!

—¡No va a vivir arriba de las letrinas! ¡Vivirá conmigo! ¡Tengo vista de la luna! ¡A ella le gustará eso!

—¡Yo no vivo sobre las letrinas! ¡Eso que apesta es tu perfume!

—Lady Sombra, ¡mi gato murió! ¿Lo puedes traer de vuelta, por favor?

—¡Ay! ¡Deja de jalarme el pelo!

Una de las princesas se abrió paso a empujones entre la multitud.

—Ella se quedará en sus propios aposentos, ¡y todas ustedes lo saben! —la chica hizo a un lado a una de sus hermanas para llegar a Lily, y luego fulminó a las demás con la mirada—. ¡Alto! ¡Todas! ¡Ya!

Se oyeron murmullos, una que otra maldición silenciosa y algunos movimientos incómodos de los pies, pero obedecieron.

La que estaba a cargo se sacudió el cabello con un gesto imperial.

—Así está mejor. Compórtense. Son princesas de la Casa de Djinn, no un montón de ninfas de cerebro reblandecido, y Lady Sombra es nuestra huésped —se giró hacia Lily e hizo una reverencia—. Me llaman Ameera. Es un placer conocerla, gran reina.

—¿Ameera? ¿La gemela de K'leef?

Sonrió, sorprendida, y tomó suavemente la mano de Lily.

—¿K'leef te habló de mí?

—Por supuesto —dijo Lily—. Dijo que le has estado dando órdenes desde que estaban en la cuna.

Ameera soltó una carcajada.

—¡Cierto! Es mi trabajo ver que se comporte, Lily. ¿Te puedo llamar Lily?

Lily asintió y buscó entre la multitud para encontrar a la más animada, la favorita de K'leef.

—Tú eres Samira…

La chica pegó brincos de la emoción.

—¡Pero me puedes llamar Sami! Así me dicen todas mis hermanas.

—Tú eres Nargis —inclinó la cabeza hacia la chica mayor—. K'leef me dice que acabas de comprometerte. Felicidades.

Nargis soltó risitas detrás de las manos. Ameera entrelazó su brazo con el de Lily.

—Tu Djinn es excelente, por cierto. ¿Quién te enseñó?

La sonrisa de Lily se puso tensa.

—Mi tío. Pasó unos cuantos años aquí, usó este lugar como base cuando exploraba Las Esquirlas.

—¿Tu tío, Pandemonium Sombra? ¿Lo mandaste al exilio, cierto?

—Sí. Él… rompió la ley.

Lo que en realidad Lily quería decir era: Mató a mis padres y hermano, e intentó asesinarme a mí también. Todos en Castillo Penumbra hubiesen querido que colocara su cabeza sobre una pica en la Colina de los Lamentos, así que fue misericordioso de mi parte concederle el exilio. Pero el dolor persistía. Pan había sido su héroe alguna vez. Había sido el brillante espadachín y explorador valiente que volvía de sus emocionantes aventuras cargado de historias salvajes y una multitud de regalos. Nada que ver con sus padres, que rara vez ponían pie fuera de Gehenna, debido a sus obligaciones.

Ameera apretó su brazo.

—Lo siento. Fue desconsiderado de mi parte mencionar eso.

Lily habló con cada princesa por turnos, obteniendo detalles relevantes y anécdotas. Como era natural, había estudiado a cada miembro de la familia de K'leef de camino a su reino. ¿Qué otra cosa tenía que hacer? Aparte de enseñarle las letras a Thorn. Y vomitar por la borda.

Pero había una chica a la que no reconoció. Merodeaba hasta el fondo, vestida más como criada que como princesa, con tonos opacos e incoloros.

—Lo siento, ¿y tú eres…?

La chica hizo una reverencia.

—Kali, Lady Sombra.

¿Kali? ¿Pero ése no era el nombre de…?

—¿La sayón?

La chica sonrió.

—Me halaga que haya oído hablar de mí.

Lily notó el tono burlón.

—Tienes una amplia reputación para ser tan joven.

—Se podría decir lo mismo de usted.

Algunas personas son enemigas natas. Lily reconoció en Kali a una de ellas.

Kali venía del lejano sur, de uno de los reinos que pagaban tributo al Sultanato. Su piel era tan brillante y negra como el aceite en la medianoche. Tenía tatuajes de calavera alrededor del delgado cuello, y había frialdad en sus ojos, a pesar de su sonrisa. El único color brillante lo tenía en las uñas, que estaban teñidas con un intenso rojo sangre.

—Ay, ignora a Kali —declaró Ameera—. No tiene modales.

Ameera extendió la mano y pasó sus dedos enjoyados por el cabello blanco de Lily.

—Estás muy hermosa, Lily. K'leef no me había contado eso.

Lily rio.

—A mí sí me contó eso de ti.

Ameera era preciosa. Tenía ojos oscuros grandes e intensos, piel morena y un cabello brillante más oscuro que el negro azabache, pero todas las hermanas tenían esas facciones. Todas eran igual de ricas, también, y estaban adornadas de modo similar con oro y gemas. Ameera llevaba aretes que colgaban hasta sus hombros, y una gran pieza de rubí perforaba su nariz. Exhibía collares y gargantillas de oro, y sus brazos desnudos estaban forrados desde la muñeca hasta el hombro con bandas de oro y plata incrustadas de piedras preciosas. El hilo de rubíes que tenía en el cabello hacía que los diamantes negros de Lily lucieran opacos en comparación. Lily se jaló los puños del vestido. Junto a esta princesa Djinn, se sentía tan harapienta como una campesina.

La belleza de Ameera iba más allá de lo físico, sin embargo. Tenía una calidad extraña e indefinible, una presencia que era imposible de ignorar. Incluso cuando estaba rodeada de sus hermanas, era ella quien atraía la mirada.

K'leef le había contado a Lily historias de su hermana en sus cartas. Cómo la habían cortejado grandes nobles, y cómo cuatro hermanos habían luchado a duelo entre sí por ella, eliminando a media generación de una sola familia. Pero, hasta donde sabía, Ameera se rehusaba a comprometerse. Lily había supuesto que estas historias eran exageraciones imaginarias, pero ahora, frente a ella, podía fácilmente creer que hubiera hombres dispuestos a morir por alguien como Ameera.

¿Qué le había dicho mamá alguna vez? La sonrisa de una mujer puede destruir reinos.

—He oído decir que las princesas Djinn son las más hermosas de todos los Nuevos Reinos —prosiguió Lily—, y ahora veo lo cierto que es.

Ameera se abanicó.

—Seremos las mejores hermanas, ¡estoy segura! Y ahora, tenemos preparados tus aposentos. Ven conmigo. ¿Trajiste algún criado?

—Sólo unos cuantos zombis —dijo Lily.

La habitación se sumió en el silencio. Lily recordó, demasiado tarde, que no todos sentían lo mismo por los zombis que ella.

—Pero tienen instrucciones muy estrictas de no comerse ningún cerebro mientras estén aquí.