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Cuando la herencia de J. T. Stone pendía de un hilo, a Violet Fontaine se le ocurrió la solución perfecta. La heredera de Las Vegas decidió echarle una mano a su atractivo rival empresarial, proponiéndole un matrimonio de conveniencia. La única condición era que ese trato no llegara al dormitorio… aunque él no estaba nada de acuerdo en verse privado de una de las ventajas más dulces del matrimonio.
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Seitenzahl: 195
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Catherine Schield
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Más que negocios, n.º 2015B - diciembre 2014
Título original: A Merger by Marriage
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4895-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
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Con el brazo estirado a lo largo del respaldo del sofá negro de cuero, J. T. Stone bebía uno de los cócteles de Rick y contemplaba a una mujer.
Esa noche Violet Fontaine llevaba un vestido negro, corto y ajustado con las mangas largas y un escote que le ocultaba las delicadas clavículas. A pesar del corte ceñido, el vestido parecía recatado si se veía desde delante. Pero la parte de atrás. Oh, la parte de atrás. Un amplio escote en forma de V dejaba ver su piel bronceada, adornada con tiras finas que iban desde la nuca hasta la cintura. Como probablemente pretendería el diseño, J. T. deslizó la mirada a su trasero prieto y redondeado.
Apretó los dedos al imaginarse agarrando aquellas curvas con las manos. Antes de conocer a Violet seis años atrás, había sido un admirador de los pechos y de los muslos. En cambio, últimamente le costaba encontrar un trasero que fuese mejor que el suyo. Por suerte ella no tenía ni idea de lo mucho que le provocaba, de lo contrario podría perder algo más irremplazable que a su camarero favorito.
Rick, el coctelero del bar Baccarat, ubicado en el hotel Fontaine Chic, era un genio a la hora de crear cócteles únicos. Su excusa para presentarse allí seis noches por semana era intentar convencer a Rick para que regresara al Titanium, donde estaba su lugar.
J. T. se terminó el cóctel. ¿A quién estaba engañando? Desde que Rick cambiara de trabajo un año antes, J. T. pasaba allí casi todas las noches porque Violet estaba allí a las once y cuarto y se quedaba a charlar con la clientela.
–¿Otra copa, J. T.? –le preguntó la camarera con una sonrisa cálida.
–Claro –¿por qué no? Señaló con la cabeza hacia Violet–. Y lo que ella esté bebiendo.
Charlene siguió la dirección de su mirada.
–Ya sabes que no bebe cuando trabaja.
–Tal vez esta noche haga una excepción por mí.
–Tal vez.
–¿Quieres decirle que venga?
El ritual de cada noche hizo que la camarera sonriera con ironía.
–Claro.
Fue la propia Violet la que le llevó la copa y la dejó frente a él.
–Rick me ha dicho que esta noche estás bebiendo esto.
–¿No quieres tomarte algo conmigo?
–Estoy trabajando.
–Y yo soy tu mejor cliente.
–Eres admirador de Rick, no del Fontaine Chic.
–Soy admirador tuyo –murmuró él, y ella abrió los ojos desmesuradamente, como si le sobresaltara aquella confesión. ¿Sería posible que fuese ajena a su interés? Ninguna de las camareras pensaba que iba allí todas las noches solo a beber.
No servía de nada recordarse a sí mismo que le gustaban las mujeres curvilíneas, rubias y simpáticas. Recordarse que, con su figura delgada heredada de su madre vedette y con el cabello castaño y ondulado de su padre, Violet no era su tipo. Tampoco servía de nada saber que su fuerte personalidad había sido cultivada por su tío, Tiberius Stone, padre adoptivo de Violet. Un hombre que culpaba al padre de J. T. de haber hecho que le desheredaran.
–Puedes tomarte un par de minutos libres –dijo él señalando el asiento vacío a su lado.
Ella arqueó las cejas, pero se sentó a un lado del sofá y cruzó las piernas.
Con el dedo de su zapato de tacón de aguja a escasos centímetros de la pernera de su pantalón, Violet colocó el codo en el respaldo del sofá, apoyó la mejilla en la palma de su mano y esperó a que él hablara. Siempre con una sonrisa en los labios, era la persona más optimista que había conocido. Siempre cercana, siempre intocable.
J. T. dio un sorbo a su cóctel y la observó por encima del borde de la copa. Las bolsas bajo sus ojos indicaban que había estado trabajando más que nunca desde que Tiberius fuera asesinado varias semanas antes.
–Deberías tomarte tiempo libre –le sugirió, consciente de que lo que hiciera no era asunto suyo.
–¿Y hacer qué? ¿Quedarme sentada llorando? Sé que es lo que hace casi todo el mundo cuando pierde a un padre, pero a mí no se me ocurre manera mejor de honrar el recuerdo de Tiberius que trabajar.
–Estoy seguro de que a él le parecería bien.
Aunque su segundo nombre fuese Tiberius, por el hermano pequeño de su madre, J. T. no había podido conocer a su tío hasta hacía escasos meses, aunque conocía su reputación. J. T. se había criado en Miami, donde se encontraban las oficinas centrales de Propiedades Stone. Tiberius apenas salía de Las Vegas. Y el rencor entre Tiberius y su cuñado, Preston Rhodes, padre de J. T., hacía que cualquier relación entre su tío y él fuese imposible.
El resentimiento entre Tiberius y Preston se remontaba a veinticinco años atrás. Según lo que J. T. había sabido por amigos de la familia, Preston había acusado a Tiberius de malversar con fondos de Propiedades Stone y había convencido a James Stone de que despidiera a su hijo. Cinco años más tarde, James había muerto y el padre de J. T. había usado su influencia con su esposa, Fiona Stone, para lograr que la junta directiva votara a favor de convertirle en director y presidente ejecutivo.
–Gracias por venir al funeral esta mañana –dijo Violet–. Sé que Tiberius y tú no estabais muy unidos, pero últimamente hablaba de lo mucho que lamentaba los años en los que te había mantenido apartado de su vida, y decía que le hubiera gustado conocerte.
–No sabía que Tiberius pensara eso.
Al llegar a Las Vegas para hacerse cargo de las operaciones familiares en la zona, su opinión sobre su tío era la que se había formado escuchando a su padre y a su abuelo. Aunque la relación entre su tío y él había sido tensa durante muchos años, después de ver lo mucho que Violet lo admiraba, J. T. había empezado a sospechar que, si Tiberius había hecho lo que decía su padre, habría sido por una buena razón.
–En lo referente a tu familia, podía ser muy testarudo –dijo Violet con una sonrisa débil–. Y odiaba a tu padre.
–El sentimiento era mutuo.
–Últimamente mencionaba que creía que tú harías un gran trabajo dirigiendo Propiedades Stone.
–Voy a dejar la empresa.
J. T. se sorprendió al oírse decir eso. No le había contado su decisión a nadie. Ni siquiera a su primo, Brent, a pesar de ser como hermanos.
–¿Por qué ibas a hacer eso? –preguntó Violet mirándolo fijamente.
–Cuando cumplí treinta años hace dos meses, tuve acceso a mi fondo fiduciario y al treinta por ciento de las acciones de Propiedades Stone, que mi madre me dejó al morir. Esto me permitió husmear en la contabilidad y ver lo que ha estado haciendo mi padre últimamente.
–¿Y?
–Las propiedades están sobre endeudadas. Mi padre ha tomado demasiado prestado en un intento por expandirse y, con cada propiedad que se construye, nuestros recursos se van acabando.
–No tenía ni idea. ¿Y les has dado a conocer tu preocupación a tu padre?
No era propio de él compartir sus dificultades con nadie, y menos con alguien tan ligado a la competencia como Violet. Pero ella no era cualquiera. Era especial. Mediante ella, J. T. estaba unido a una parte de la familia que no había conocido, y estar junto a ella le hacía sentir menos solo.
–No me hará caso y, dado que controla la mayoría de las acciones, yo no tengo poder para cambiar la política actual.
–Si abandonas Propiedades Stone, ¿qué piensas hacer?
Nunca le había gustado mostrar sus cartas, pero la atención de Violet hacía que fuera fácil confiar en ella. Actuaba como si tuviera todo el tiempo del mundo para escuchar sus preocupaciones y ofrecerle consejo.
–He estado contactando con inversores –respondió–. Voy a montar un negocio por mi cuenta. Mi tío no necesitó el negocio familiar para triunfar y yo tampoco.
–¿Estás seguro de que es la mejor idea? Tiberius permitió que tu padre le echara del negocio y nunca dejó de lamentarlo.
–Nadie le echó –matizó J. T.–. A Tiberius le pillaron robando dinero de la compañía y le despidieron.
–Fue una trampa –dijo ella–. Se la tendió tu padre.
Una persona normal se habría precipitado a defender a su padre, pero J. T. había visto los números de la empresa y sabía que su padre no se lo había contado todo a los accionistas. Eso le convertía en un mentiroso. Y tampoco iba a idolatrar a su padre después de cómo Preston había tratado a su madre.
Pero tampoco iba a empezar a difamarlo. Por muchos conflictos que tuviera con su padre, valoraba la lealtad.
–Si eso es cierto –dijo en tono neutral–, razón de más para romper con la empresa y con mi padre.
–O podrías quedarte y luchar por lo que es tuyo –contestó ella con determinación.
–No me gusta ser incapaz de impedirle que destroce todo lo que mi abuelo construyó.
–Lo comprendo. ¿Y con esto quieres decir que vas a irte de Las Vegas?
¿Esperaba que no lo hiciera? La idea de no verla todos los días le entristecía. ¿Le pasaría a ella lo mismo?
J. T. buscó las respuestas en sus ojos, pero solo vio curiosidad. Con Violet, lo que veía era lo que había. Su franqueza le fascinaba. Nunca parecía protegerse frente al dolor o las decepciones.
Por eso nunca había intentado ir detrás de ella.
Poco después de llegar a Las Vegas, se había encontrado con su tío y con ella en un acto benéfico. A pesar de su atracción instantánea por ella, que por entonces tenía veintitrés años, supo que no debía hacer nada al respecto. La mala relación entre el padre adoptivo de ella y su padre biológico era una barrera importante. También lo era su estilo de vida de mujeriego.
Antes de mudarse a Las Vegas, J. T. se había hecho un nombre en la escena social de Miami. Había llevado una vida desenfrenada, ya fuera con barcos, coches caros o mujeres inaccesibles. No le había importado a quién hiciera daño siempre y cuando desagradase a su padre.
Violet le gustaba demasiado como para someterla a su insana dinámica. Además, no era una buena elección. Al contrario de las mujeres con las que salía normalmente, ella esperaría cosas de él. Cosas que no podría darle. Franqueza. Alegría. Confianza. Para estar con ella tendría que renunciar a las defensas que amortiguaban sus emociones y le protegían del dolor y de las desilusiones. Le sacaría de la oscura cueva en la que tan cómodo se encontraba y le pediría que encontrara la felicidad. ¿Cómo iba a hacer eso cuando no había logrado las herramientas necesarias en la infancia?
Su padre creía que cualquier cosa que se interpusiera con el negocio era mala. De niño, a J. T. le habían metido esa filosofía en la cabeza. Su madre se había vuelto débil por su necesidad de amor. La indiferencia del marido dominante al que adoraba había convertido su vida en un infierno, y ya había empezado a refugiarse en las drogas y el alcohol cuando Tiberius se marchó de la ciudad. Para cuando cumplió doce años, J. T. estaba acostumbrado a que sus padres le ignorasen y a que su abuelo se olvidara de él. Tampoco tenía familia por parte de su padre. La única persona que había mostrado algo de interés en él era su abuela, y ella pasaba el tiempo entre Miami, Virginia y Kentucky.
J. T. nunca había tenido una familia tradicional.
Estar junto a Violet le hacía ver lo que podía ser la vida de una persona normal. El amor que sentía por sus hermanas, por su madre y por Tiberius le hacía desear que le incluyera en su círculo. Pero no podía dar los pasos necesarios para lograrlo. La necesidad de tener contacto estaba ahí. Era una tentación. Uno de sus oscuros secretos.
Así que visitaba el Fontaine Chic noche tras noche y se sentaba en el bar. Ansiaba tener una relación con Violet, pero no sabía cómo. En términos de casino, estaba apostando el mínimo. Nunca ganaría mucho, pero tampoco iba a perderlo todo. Jugar sin riesgo no era su manera de vivir. Disfrutaba entregándose al peligro, pero apostar su corazón era otra historia.
–No sé lo que me deparará el futuro –respondió al fin–. ¿Me echarás de menos si me voy?
–Echaré de menos tu gestión –respondió ella con una sonrisa. Después descruzó las piernas para indicar que la conversación había terminado.
–Violet –J. T. le agarró la mano antes de que pudiera levantarse. Aquel contacto le produjo una reacción en cadena en su interior. La deseaba. No había duda. Pero lo que yacía bajo ese deseo era algo peligroso–. Siento mucho lo de Tiberius.
Le apretó la mano con cariño y después la soltó. Lo que deseaba hacer realmente era estrecharla entre sus brazos y dejar que llorara. Sabía que eso era imposible. No compartían esa intimidad. Eso resultaba un alivio y una frustración al mismo tiempo.
–Gracias –contestó ella. Se secó el rabillo del ojo y capturó las lágrimas con los nudillos–. Estoy hecha un desastre.
–Creo que estás preciosa.
Una afirmación tan sencilla en boca de un hombre tan complicado. Se sintió afectada por las palabras. Necesitaba un minuto para recomponerse, así que se excusó y se dirigió a la barra a por un par de servilletas para secarse las lágrimas. Cuando recuperó la compostura, regresó junto a J. T.
–¿Estás bien?
El hombre de negocios duro e implacable había vuelto. Violet asintió con la cabeza y suspiró aliviada. Lo poco que había visto de él le hacía un hombre mucho más interesante. Y eso era un problema.
Hacía tiempo que había aceptado que con solo una mirada de J. T. las hormonas se le disparaban. Podía controlar el deseo. Era una chica moderna a la que le gustaba el sexo. Tal vez no lo disfrutara con mucha frecuencia, pero eso no significaba que no tuviera interés. Era cuidadosa.
Lo que le preocupaba era que el corazón se le aceleraba cada vez que veía a J. T. Albergar ideas románticas acerca de un hombre tan inaccesible solo podía provocarle dolor. Y había visto de cerca los efectos de ese tipo de tristeza. Su madre había sido abandonada por su amante y había tenido que criar sola a un bebé. Ross Fontaine había tomado todo lo que Lucille Allen podía darle y se había marchado sin mirar atrás. Y a pesar de todo, su madre seguía queriendo a Ross y sería así hasta el día en que muriera.
No. Violet era demasiado lista para acabar como su madre. En cuanto pensó aquello, se arrepintió. Quería mucho a su madre, pero, siendo hija suya, había tenido que crecer demasiado deprisa. De no haber sido por Tiberius, no habría tenido infancia.
Cuando Violet entregara su corazón, sería a alguien accesible. Le impresionaba su reputación de hombre de negocios justo e inteligente, pero, en lo referente a las relaciones personales, nunca se implicaba del todo.
Tampoco le había dado razones para creer que la veía como algo más que una competidora que le había robado a su camarero favorito. Pero esa noche eso había cambiado. Le había preguntado si le echaría de menos si se iba y había parecido como si su próximo aliento dependiera de su respuesta.
Violet desechó aquellas ideas ridículas, pero no pudo ignorar cómo se le había acelerado el pulso al sentir la fuerza de su mano. Era deseo. Nada más. Era un hombre alto y fuerte. Guapo, con aquel pelo negro y esas cejas pobladas, con esos labios ligeramente caídos y ojos de un azul profundo.
–Será mejor que me vaya o me retrasaré –dijo, aunque no se movió. Algo había cambiado entre ellos esa noche, y alejarse de J. T. le resultaba difícil.
–Será mejor que yo también me vaya –respondió él mirando el reloj–. Si necesitas algo, espero que me llames.
Más sorpresas.
–Claro –contestó, aunque no sabía para qué iba a poder necesitar su ayuda. En general era bastante autosuficiente. Había tenido que serlo desde pequeña–. Es muy amable por tu parte.
–No es ser amable –dijo él en tono neutral–. Somos familia.
Su declaración fue la guinda de un pastel lleno de sorpresas.
–¿A qué te refieres?
–Puede que no sea un parentesco tradicional, pero eras la hija de mi tío.
–No legalmente.
–¿Crees que eso le importaba a Tiberius?
–No –Violet ladeó la cabeza y se quedó mirándolo–. Pero creía que a ti sí te importaría.
–¿Por qué?
–La verdad es que no lo sé.
–Tendrás una razón para decir eso –insistió él.
No le gustaba admitir sus defectos, pero sentía que le debía una explicación a J. T. después de haber sido tan amable con ella.
–No me gustó crecer siendo la hija ilegítima de Ross Fontaine –explicó–. Que la familia Fontaine me tratara como si no existiera fue un peso para mí.
–Eso ha cambiado ahora. Henry Fontaine no solo te reconoció como su nieta, sino que te dio un hotel que dirigir y la oportunidad de dirigir el negocio familiar.
–Y casi todos los días eso me asombra. Pero a veces vuelvo a ser esa niña de once años a la que ridiculizaban sus compañeros de clase por presumir de ser la hija de Ross Fontaine, cuando todos sabían que él no quería saber nada de mí.
–Entiendo que eso fuera duro.
Le costaba creer que J. T. pudiera empatizar con su situación. Siendo el único heredero de Propiedades Stone, había crecido sabiendo quién era y cuál era su lugar.
–Así que crees que somos familia –dijo con lo que intentó que fuera una sonrisa cálida. A juzgar por la expresión de J. T., no consiguió su objetivo.
–No tuve oportunidad de conocer a mi tío –explicó él–. Creo que me he perdido mucho. Tú le conocías mejor que nadie. Por medio de ti me siento en contacto con él.
–Tu tío era mi padre en todos los aspectos menos en el legal. Supongo que eso nos convierte en primos.
–Supongo que sí. Buenas noches, Violet.
Abandonó el bar sin volver a tocarla y a Violet le inquietó su decepción. Podría acostumbrarse a sentir sus manos. ¿Sería eso un tanto siniestro ahora que habían acordado que eran primos?
Violet continuó con su paseo habitual y pensó en lo que opinarían sus hermanas de su conversación con J. T. Harper le ofrecería consejos sensatos. A pesar de ser algunos meses menor que ella, era la viva imagen del pragmatismo. Le diría que se mantuviese alejada de un hombre tan complicado. Su relación con Tiberius le convertía en enemiga de Preston Rhodes, el padre de J. T. Si J. T. y ella entablaban un contacto más profundo, eso complicaría la que ya de por sí parecía una relación difícil con su padre.
Mientras que Harper apelaría a su razón, la opinión de Scarlett apelaría a su corazón. Hacía algunas semanas, Scarlett había señalado que la presencia diaria de J. T. en el bar se debía a algo más que a Rick. Ella le diría que intentase conocerlo mejor; estaría convencida de que surgiría algo entre ellos.
El sexo con J. T. sería explosivo. Aquella noche, cuando le había apretado la mano, había estado tentada de acercarse y darle un beso en los labios. Sintió un escalofrío al pensarlo y negó con la cabeza. No podía ir por ese camino. Ni siquiera debería pensarlo. El problema era que, cuando estaba cerca de J. T., era incapaz de pensar con claridad.
La angustia y la pasión parecían bullir bajo aquellos trajes caros y esa apariencia profesional. En los seis años que hacía que le conocía, ocasionalmente había atisbado en él un dolor profundo y su instinto le había dicho que le ofreciera consuelo o ayuda. Pero J. T. era un hombre que se resistía a admitir cualquier vulnerabilidad o debilidad. Gracias a Tiberius, Violet sabía que la infancia de J. T. no había sido ideal. Su padre era un hombre de negocios despiadado que había manipulado a su suegro para desheredar a su propio hijo. Sus ansias de poder le habían hecho desatender a su esposa.
La madre de J. T. no se tomó bien el destierro de su hermano. Recurrió al alcohol y a las pastillas. Tiberius se mantuvo al corriente de su vida por amigos, pero no pudo hacer nada más que mantenerse al margen y ver cómo iba apagándose. Lo que Violet nunca había comprendido era por qué no se habría divorciado de Preston. De haberlo hecho, tal vez hubiera podido ser feliz.
Violet terminó el paseo y regresó a su despacho. A pesar de que fueran las tres de la mañana, no esperaba dormir. Tenía informes que revisar.
Las oficinas del hotel ocupaban una pequeña parte del tercer piso. Ella pasaba poco tiempo allí. Prefería estar abajo, donde sucedía la acción.
Era lo que había aprendido siguiendo a Tiberius por el Lucky Heart. Sintió un nudo en la garganta al contemplar la avenida principal de Las Vegas y ver el pequeño hotel y casino. Construido en los años sesenta, no contaba con las comodidades de los hoteles modernos. Tenía los techos bajos y había que cambiar la moqueta. La clientela iba por las copas baratas y se quedaba por las tragaperras defectuosas. Pero para ella siempre sería un hogar.
Por eso le había sorprendido la reacción de Tiberius cuando Henry Fontaine le había sugerido que fuese a trabajar para él. Violet había imaginado que Tiberius la desalentaría para que no se uniera al negocio familiar. Pero había sido al contrario. Tiberius sabía lo duro que había resultado para ella ser la hija ilegítima de Ross Fontaine. Al contrario que Scarlett, la otra hija ilegítima de Ross, ella había crecido en Las Vegas a la sombra de los lujosos hoteles y casinos propiedad de la dinastía Fontaine.
Cuanto mayor se hacía, más se frustraba siendo una forastera. Sin el apoyo de Tiberius, tal vez nunca hubiera aceptado que no necesitaba la aprobación de los Fontaine para ser feliz.
Quizá por eso empatizaba con J. T. Si su abuelo no hubiera muerto cuando tenía diez años, Preston nunca se habría hecho cargo de Propiedades Stone ni habría expulsado a su cuñado. La empresa habría seguido en manos de los Stone. Primero con Tiberius y después con J. T.
Asistir al funeral de su tío aquel día debía de haber sido duro para él. De lo contrario, no entendía por qué habría compartido con ella sus preocupaciones por la empresa. No era propio de él ser tan directo.
Sonrió al imaginárselo reprendiéndose a sí mismo hasta llegar al Titanium.
Era una propiedad espectacular. Había pasado sus dos primeros años en Las Vegas reconstruyendo el hotel y casino. Era más grande que el Fontaine Chic y el Fontaine Richesse juntos, con una zona de convenciones y un campo de golf de dieciocho hoyos. Como ella admiraba el estilo del hotel, había contratado a los mismos diseñadores para dar vida a su proyecto para el Fontaine Chic.