Más que una noche - Heidi Rice - E-Book

Más que una noche E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

Comportarse bien acaba siendo tan aburrido… Nick Delisantro era famoso por sus guiones, su atractivo y su aspecto de chico malo. Eva, sin embargo, había pasado desapercibida toda su vida. Ahora debía reunirse con aquel hombre alto, pensativo y moreno y aprovechar la única oportunidad que tenía para conseguir un ascenso. Nick no podía dejar de mirar a la mujer tímida y misteriosa que vestía de manera provocativa pero que se paralizaba ante su mirada. ¡Estaba deseando descubrir qué se ocultaba tras su aspecto inocente! Pero Nick iba a conseguir más de lo que esperaba: Eva tenía la llave del secreto de su pasado y, además, no había nada más adictivo que una buena chica volviéndose salvaje...

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Seitenzahl: 181

Veröffentlichungsjahr: 2012

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Heidi Rice. Todos los derechos reservados.

MÁS QUE UNA NOCHE, N.º 1884 - noviembre 2012

Título original: The Good, the Bad, and the Wild

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-1156-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

–No mires. Ya está aquí, justo detrás de nosotras.

Eva Redmond sintió que le daba un vuelco el corazón cuando oyó las palabras de Tess, una antigua amiga de la universidad, entre el bullicio que inundaba la famosa galería de arte de San Francisco.

–¿Estás segura?

Tess miró por encima del hombro derecho de Eva.

–¿Es alto? Sí. ¿Con el cabello oscuro? Sí. ¿Atractivo? También. ¿El único que no lleva traje? Sí –sonrió a Eva–. Sin duda es el guionista rebelde que estás esperando. Y tienes suerte. Además de que ha venido solo, es mucho más atractivo de lo que parece en su foto.

Eva contempló el enorme lienzo que tenía delante y que se titulaba La explosión de los sentidos, y tragó saliva para intentar deshacer el nudo de aprensión que sentía en la garganta desde que se había subido al avión en Heathrow aquella mañana.

–¡Pues qué bien! –murmuró ella.

Tess le dio un empujoncito.

–No te entusiasmes tanto.

–¿Por qué iba a estar entusiasmada? –preguntó Eva con un susurro, casi convencida de que el intenso atractivo de Nick Delisantro no iba a ser favorable para ella. Si al menos fuera un académico aburrido… Conformarse con lo que uno conoce puede ser aburrido, pero tiene sus ventajas.

–¿Por qué no ibas a estarlo? –le preguntó Tess–. Para mí, tener que darle la noticia a un hombre tremendamente atractivo de que es el heredero de una gran fortuna, es algo formidable.

Eva se resistió para no mirar por encima de su hombro.

–Sí, pero yo no soy tú –comentó mirando a su amiga.

Tess parecía muy segura de sí misma y estaba muy elegante con el vestido de seda de color azul y los zapatos de tacón que llevaba. Además, aparentaba sentirse muy cómoda en el ambiente sofisticado de la inauguración que se celebraba en una galería de Union Square, en San Francisco. Y no era de extrañar. Tess había pasado los tres últimos años creándose una reputación formidable como organizadora de eventos. Mientras tanto, Eva había pasado los años desde que terminó sus estudios en Cambridge examinando polvorientos documentos antiguos y datos informáticos. No era capaz de socializar y nunca se había sentido tan fuera de lugar como en ese ambiente tan elegante, rodeada de gente que había convertido las relaciones sociales en un arte.

La invadió un sentimiento de soledad. Intentó no pensar en ello. No estaba sola, su vida era tal y como ella deseaba que fuera. Tranquila, segura, satisfactoria. Hasta dos días antes, cuando Henry Crenshawe, su jefe, le había pedido que viajara a la otra punta del globo para que la humillaran en público.

–Y no es tan sencillo como decirle que podría ser el nieto del Duca D' Alegria. También tendré que decirle que el hombre que él creía que era su padre biológico no lo es –Eva se puso tensa ante la idea de tener una conversación tan íntima con un desconocido. Un desconocido tremendamente atractivo que había ignorado todos los intentos de contactar con él durante casi un mes–. No debería haberte permitido que me convencieras para que le pidiera una cita aquí. No es lo correcto.

Tess se encogió de hombros.

–Pues no se lo preguntes directamente. Primero coquetea con él. Será mucho más agradable. Te lo garantizo.

Eva tenía sus dudas al respecto. No sabía coquetear y aquel hombre era un maestro en el tema. Era una de las cosas que había descubierto durante el extenso estudio que había hecho sobre el nuevo cliente de la empresa, Niccolo Carmine Delisantro, el hombre que ella había deducido que era el nieto ilegítimo por el que Don Vincenzo Palatino Vittorio Savargo De Rossi, el Duca D´Alegria, ofrecía una pequeña fortuna a quien lo localizara.

Los detalles de la vida de Delisantro no le habían dado mucha información acerca de cómo era como persona, salido de North London para convertirse en un exitoso guionista de Hollywood, que residía en San Francisco y que cinco años antes había escrito el guion del mayor éxito de taquilla de la década, y que además tenía mucho éxito con las mujeres y protegía su intimidad como si fuera un halcón.

–Echa un vistazo y verás a quién te vas a enfrentar –comentó Tess señalándolo con la copa de champán–. Kate Elmsly lo ha acorralado –añadió, mencionando a la animada propietaria de la galería de arte que las había saludado un poco antes.

Eva se volvió y, al notar que se le cortaba la respiración, bebió un sorbo de champán. Aquello era peor de lo que esperaba.

Tess tenía razón. La foto que ella había encontrado en Internet no hacía justicia a Nick Delisantro.

Ningún ser humano tenía derecho a mostrar ese nivel de perfección. Los mechones de su cabello castaño y ondulado llegaban hasta el cuello de la cazadora de piel desgastada, a juego con el jersey y los pantalones vaqueros. Tenía los pómulos prominentes y la tez bronceada de color aceituna que evidenciaba su origen italiano. Era alto y musculoso y destacaba entre la multitud de celebridades y dignatarios locales. Su intenso atractivo captaba la mirada de todas las mujeres, incluida la suya. Y la manera relajada, casi insolente, de apoyarse en una columna mientras la dueña de la galería hablaba con él lo hacía parecer más interesante. Serio, sexy, magnético y cautivador, Nick Delisantro era el prototipo perfecto para asegurar la supervivencia de la especie.

Eva suspiró y se estremeció. Ella era el prototipo perfecto para asegurar la extinción de la especie. Una estudiosa cuyo conocimiento de los hombres y del sexo se resumía en unos pocos y torpes encuentros y una pasión secreta por las novelas históricas románticas que mostraban hombres semidesnudos de torso musculoso en la portada.

Bajó la vista para mirar el elegante vestido que le había prestado Tess, y murmuró:

–Esto no va a funcionar. Me veo ridícula.

El vestido escotado de terciopelo rojo le quedaría perfecto a su amiga, pero Eva era un poco más baja y tenía mucho más pecho. Al probárselo se había entusiasmado, pero después no se encontraba cómoda vestida así.

Eva no era una de esas bellas damiselas en apuros, con largas trenzas y suficiente carácter para hacer que un capitán pirata se arrodillara ante ella. Solo era una mujer con aversión al riesgo y un armario lleno de ropa aburrida, que seguía siendo virgen a los veinticuatro años.

Tess le acarició el antebrazo para tranquilizarla y le dijo:

–No estás ridícula. Estás espléndida.

Eva se cruzó de brazos.

–Enseñarle mis senos no creo que sea lo que hay que hacer –dijo, sintiéndose cada vez más incómoda–. Lo que debería hacer es ir mañana a la oficina de su agente y pedirle una cita –eso sería lo más sensato, y había sido su intención hasta que Tess descubrió a través de sus numerosos contactos que Nick Delisantro asistiría a la inauguración y consiguió un par de invitaciones.

Lucir escote nunca es mala idea cuando se trata de hombres –aseveró Tess–. Y dijiste que este asunto era importante. Si su agente no te da cita, ¿qué le vas a decir a tu jefe?

Eva no tenía respuesta para eso. El señor Crenshawe le había dicho con toda claridad que el encargo de De Rossi era muy valioso para Roots Registry y que si Eva lograba entregar al heredero perdido antes de que otra de las compañías rivales que el duque había contratado lo localizara también, ella podría obtener un ascenso.

Ese era un incentivo poderoso. Eva adoraba su trabajo. Sumergirse en diarios, documentos y periódicos y relacionarlos sus datos con los de los certificados de nacimiento, matrimonio y defunción le permitía imaginar las vidas que otros habían vivido en otras épocas, sus pasiones, sus penas, sus triunfos y sus tragedias. Y el ascenso por el que tanto se había esforzado podía darle por fin la seguridad laboral que tanto anhelaba.

Tess alzó la vista por encima de Eva.

–Parece que se ha librado de Kate. ¡Adelante! –animó a Eva con un codazo–. Ve hacia el bar y pasa rozándolo. El vestido hará el resto.

–¿Y si no funciona? –preguntó Eva.

Tess se encogió de hombros.

–Entonces, no pierdes nada. Regresaremos a mi casa y mañana podrás probar el otro plan.

–Está bien –Eva respiró hondo–. Pasaré a su lado cuando me dirija hacia el baño, pero después nos marcharemos.

Le entregó a Tess la copa de champán vacía y se pasó las manos por el vestido. Se concentró para no caerse al caminar con los zapatos de tacón alto que le había prestado Tess. Cuando llegó a su lado, lo miró convencida de que él ni siquiera se habría fijado en ella. Y se quedó de piedra.

Niccolo la miraba con sus ojos color chocolate, tan atrevidos e insolentes como él. A Eva le recordó a Rafe, el capitán pirata de su novela favorita. Se quedó cautivada por el brillo de su mirada. El color le resultaba sorprendente, pero muy familiar. Era la misma mirada que tenía él cuando acudió a sus oficinas de Londres para entregarles el diario de su difunto hijo.

Niccolo puso una media sonrisa, como si disfrutara de una broma privada, y la miró fijamente.

Eva notó que se le aceleraba el corazón.

–¿La conozco? –preguntó él con un tono ligeramente sarcástico.

Eva negó con la cabeza.

–Entonces, ¿por qué ha estado espiándome con su amiga?

Eva se quedó sin respiración. No era posible que las hubiera oído con tanto ruido. Se habría percatado de que Tess lo había mirado, no era nada discreta.

–No hemos podido evitarlo –dijo ella, pensando una buena excusa–. Es mucho más interesante que el arte.

–¿De veras? –arqueó una ceja, provocando que a ella se le acelerara el corazón–. No estoy seguro de que eso sea un cumplido. Una pastilla de jabón sería más interesante que lo que hay aquí –dijo con desdén–. ¿Por qué le parezco tan interesante? Eva sintió que empezaba a darle vueltas la cabeza.

¿Estaba coqueteando con ella?

–No encaja mucho en este ambiente –tartamudeó ella–. Pero no le importa. Eso es extraño. Lo normal es querer participar. Formar parte de la multitud. Por eso resulta interesante.

Se calló al ver que él sonreía mirándola con curiosidad.

Él separó el cuerpo de la columna y apoyó el brazo en ella, inclinándose hacia Eva. Estaba lo bastante cerca como para que ella pudiera oler el aroma a jabón y a cuero que se desprendía de su cuerpo. Y para ver la cicatriz que tenía en la mejilla, ensombrecida por su barba incipiente. La fantasía del pirata apareció de nuevo en su cabeza, provocando que se le acelerara el corazón.

–¿Has descubierto todo eso en tan solo unos minutos? –preguntó él.

Un sentimiento de culpa la invadió por dentro.

«No exactamente», pensó.

–Me dedico a eso. Soy antropóloga. Estudio a las personas y sus comportamientos. Cómo interactúan social y culturalmente –no era una completa mentira y tenía un título para demostrarlo.

–Una antropóloga –dijo él, saboreando la palabra como si fuera un whisky especial. La miró de arriba abajo, provocando que se le endurecieran los pezones–. Nunca había conocido a una antropóloga.

«Y ahora tampoco la conoce», pensó ella, apartando la mirada. Era el momento perfecto para decirle la verdad, que era la mujer a la que no le había contestado las llamadas ni los mensajes de correo electrónico durante tres semanas y media. Pero en lugar de aprovechar la oportunidad para pedirle una cita, dudó un instante.

Nunca había tenido la oportunidad de coquetear con un hombre así. Nunca la habían mirado de esa manera tan intensa, generando en ella un efecto más potente que el de cualquier droga.

–La antropología puede ser fascinante –murmuró ella.

–Estoy seguro de ello –dijo él–. Aunque se equivoca en lo que a mí respecta –se fijó en el moño que Tess le había peinado durante una hora–. Encajo perfectamente en este lugar –acercó la mano y le acarició uno de los mechones que se le habían salido del moño–. Sin embargo, usted no encaja para nada –le acarició la mejilla con el dorso de la mano y ella se sobresaltó.

Él se rio.

–¿De qué tiene miedo?

Sintió un fuerte calor en la entrepierna al oír su pregunta. No tenía miedo de él, era solo que nunca la habían acariciado de esa manera, como si considerara que tenía derecho a hacerlo.

–No tengo miedo –soltó ella, y deseó salir corriendo–. Tengo que ir al baño.

Él le colocó el mechón de pelo detrás de la oreja y dijo:

–Hablaremos de antropología cuando regreses.

La idea la inquietó aún más. Quizá fuera una novata en el tema, pero tenía la sensación de que aquella conversación no tenía nada que ver con la antropología.

Asintió y se marchó deprisa, consciente de que él había clavado su mirada en la piel desnuda de su espalda, con la paciencia y el instinto depredador de un león cazando una gacela.

Al pensar en ello, se le cortó la respiración. Tenía que salir de allí antes de que perdiera el juicio por completo. Tendría que pasar al siguiente plan, aunque fuera más aburrido, porque ese era demasiado excitante y aterrador.

Nick soltó una risita mientras miraba cómo la sexy antropóloga se abría paso entre la multitud y observó el movimiento de sus caderas.

¿Cuándo había sido la última vez que había conocido a alguien tan interesante, y sobre todo en uno de esos tediosos actos sociales?

Tendría que enviarle una nota de agradecimiento a Jay, su publicista, por insistir en que aquella noche se separara de la pantalla del ordenador. Aunque en realidad no había asistido a la inauguración gracias a la insistencia de Jay, sino porque estaba aburrido de estar todo el día delante de una pantalla.

Se apoyó en la columna y cerró los ojos para tratar de silenciar su pensamiento, confiando en que nadie se acercara a él mientras esperaba a que regresara la mujer de rojo.

Ella lo había cautivado, y eso le parecía curioso. No le gustaba que lo observaran o susurraran sobre él, y eso era lo que ella y su amiga habían hecho. Pero había algo en la manera en que ella lo había mirado, sin la seguridad que él solía observar en las mujeres que solían acercarse a él. Y cuando se fijó en ella con más detenimiento, sintió que se alteraban todos sus sentidos, como si fuera un adolescente cargado de hormonas.

Manteniendo los ojos cerrados trató de recordar su aspecto. ¿Tenía la tez de color crema y casi translúcida? ¿Los ojos azules de un color tan intenso que parecía casi violeta? ¿Unos mechones sueltos que se habían desprendido del moño que llevaba? ¿Un pronunciado escote que revelaba sus senos redondeados? ¿Olía a jabón y a primavera? ¿Y hablaba con un marcado acento londinense, algo que él no había oído en años?

Cualquiera de esas cosas podría haberlo excitado. Al fin y al cabo, era hombre. Pero su belleza no era la convencional. No era demasiado alta, tenía los ojos un poco demasiado grandes, el mentón ligeramente prominente, y había hecho unos inquietantes comentarios sobre él. Aunque pudieran estar basados únicamente en suposiciones.

No encontraba explicación para la atracción tan poderosa que sentía. Aunque, ¿quizá…?

Abrió los ojos y se volvió para mirar hacia la puerta de los aseos.

Entonces, se percató de que lo que más le había atraído de ella había sido su inesperada reacción. Nada más detenerse frente a él se le había acelerado la respiración y se le habían dilatado las pupilas. Él siempre se había sentido indiferente cuando se trataba de mujeres. Incluso de niño. Después, descubrió que el sexo le gustaba tanto como a cualquier hombre, pero únicamente lo consideraba como un alivio físico. Y como consecuencia, en los últimos años, desde que The Deadly Touch lo había convertido en una de las adquisiciones más ardientes de Hollywood, había desarrollado cierto cinismo hacia las mujeres con las que había salido y, aunque las relaciones sexuales le parecían satisfactorias, cada vez le parecían menos emocionantes.

Él sabía exactamente qué tenía que hacer para atraer a las mujeres que deseaba pero ¿cuándo había sido la última vez que una mujer había reaccionado ante él de manera tan instintiva y con tan poca precaución? Su reacción había sido tan transparente, y la conexión entre ellos tan intensa, que estaba convencido que debía de haber fingido. Aunque fuera así, lo había cautivado. Y se sentía intrigado. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había sentido ese nivel de atracción. Miró a su alrededor y sonrió ante su propia impaciencia. La vio junto a la puerta de los aseos hablando por el teléfono móvil. Aunque más bien parecía que estaba suplicando. Cerró el teléfono, lo metió en el bolso y corrió hasta la puerta trasera de la galería.

Él estaba tan asombrado que le costó un instante darse cuenta de que se había marchado. Salió tras ella, abriéndose camino entre la multitud.

¿Dónde diablos tenía que ir tan deprisa? Ni siquiera sabía su nombre. Y tampoco había terminado con ella.

Capítulo Dos

–¡Eh! ¡Espera!

Eva volvió la cabeza al oír que alguien gritaba detrás de ella. Se detuvo de golpe y se tambaleó al reconocer la silueta del hombre alto iluminada por la luz que se filtraba a través de la puerta abierta.

Una mano fuerte la agarró para estabilizarla.

–¿Estás bien?

La puerta de emergencia se cerró de golpe y el callejón quedó en semioscuridad.

–Sí –murmuró ella, sonrojándose una pizca–. Gracias. No estoy acostumbrada a estos tacones.

Le acarició el brazo y ella se estremeció.

–Siempre me pregunto por qué las mujeres llevan esos taconazos.

–Para que nuestras piernas parezcan más largas.

Él soltó una risita.

–¿De veras? A ti no te hacen falta –comentó él, en tono bajo.

Ella se abrazó al sentir que se le ponía la piel de gallina, y no solo por el frescor del aire otoñal. ¿Estaba coqueteando con ella otra vez? ¿Por qué la había seguido? ¿Y por qué le resultaba aterrador el hecho de que se hubiera fijado en ella?

–Supongo que tienes razón –dijo ella–. Teniendo en cuenta que un tobillo roto es menos atractivo que unas piernas cortas.

–¿Dónde vas? –preguntó él.

–Yo… –ella se atragantó. No tenía respuesta. Su necesidad de escapar de él le parecía incluso más ridícula que su intento de conversación–. Necesitaba aire fresco. El ambiente estaba muy cargado ahí dentro –mintió ella.

Por desgracia, su mentira no pareció creíble cuando se estremeció.

–Tienes frío –él se quitó la chaqueta y le retiró el bolso del hombro–. Toma –el calor de la chaqueta de piel le envolvió los hombros.

Eva tuvo que apretar los labios para no suspirar al inhalar el aroma de su cuerpo, impregnado en la chaqueta.

–Vamos a dar un paseo.

–¿Perdona? –tartamudeó ella.

–Un paseo –metió las manos en los bolsillos traseros y asintió hacia el callejón–. Tengo mi moto a la vuelta de la esquina y estaba buscando una excusa para escapar.

–¿Una moto?

Él colocó la mano sobre la espalda de Eva y la guió hasta el final del callejón.

–Es una manera estupenda de ver la ciudad.

Eres de Londres, ¿verdad? Como yo.

–Sí –dijo ella, aturdida por la sensación que la había invadido al sentir su mano en la espalda.

–¿Y cuándo has llegado?

–Yo… –hizo una pausa. Debía decírselo, pero se le trabó la lengua. Esta tarde. He venido a visitar a mi amiga Tess.

–¿La otra cotilla?

–Sí, lo siento.

–No te preocupes –dijo él al llegar hasta una enorme moto negra con un emblema plateado sobre el faro delantero–. Me gusta que las mujeres bellas hablen de mí.

–Ah –dijo ella, dudando de cómo tomarse el cumplido. ¿Intentaba ser gracioso? Esa noche tenía buen aspecto, pero nadie la llamaría bella a menos que fuera miope.

Él abrió el maletín de la moto y sacó un casco.

–Póntelo.

Ella agarró el casco sin pensarlo y observó cómo se montaba en la moto.

Él la miró:

–Sube.

–Pero llevo vestido –dijo ella. Nunca había montado en moto antes, y menos con un hombre como él–. Y tacones –añadió–. ¿Y si me caigo?

Colocándole una mano en la cadera, la volvió para que lo mirara. Agarró el casco y se lo puso.

–No te caerás –le colocó los mechones de pelo dentro del casco–. Siempre y cuando te agarres a mí con fuerza.

Le abrochó la cinta del casco y le acarició la mejilla. Ella se estremeció y se humedeció los labios.

–¿Dónde quieres ir? –murmuró él, mirándola fijamente.

«Donde quieras llevarme», pensó ella.

Eva se contuvo para no decir lo que estaba pensando y trató de controlar la excitación que sentía.

No debería hacer aquello. No solo era algo impulsivo, sino también imprudente e inapropiado. Y ella nunca había hecho algo así.