Matrimonio con beneficios - Kat Cantrell - E-Book

Matrimonio con beneficios E-Book

Kat Cantrell

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Beschreibung

El exmarido ideal Lucas Wheeler, un magnate texano del negocio inmobiliario, eludía el compromiso, pero el falso matrimonio de seis meses de duración con Cia Allende les convenía a los dos. Cia tendría acceso al dinero de su fideicomiso para construir un refugio de mujeres, y él recuperaría su reputación de playboy. Sin compromisos ni romance. Sin embargo, Lucas tenía intención de seducir a su supuesta esposa. Iba a ser una batalla de voluntades y Cia iba a perder… Pero la rendición sería deliciosa, y el divorcio que tanto necesitaba se convertiría en la última de sus prioridades.

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Seitenzahl: 170

Veröffentlichungsjahr: 2013

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Katrina Williams. Todos los derechos reservados.

MATRIMONIO CON BENEFICIOS, N.º 1929 - julio 2013

Título original: Marriage with Benefits

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3433-0

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Capítulo Uno

Otras solteras de veinticinco años soñaban con solteros de oro y finales felices, pero Dulciana Allende soñaba con un divorcio. Y Lucas Wheeler era el hombre que podía darle lo que quería.

Cia miró a ese rubio de espaldas anchas que estaba al otro lado del abarrotado vestíbulo. El despliegue de lujo y ostentación rozaba el mal gusto. La mujer que estaba a su lado llevaba un anillo lo bastante caro como para dar de comer durante todo un año a las mujeres que vivían en el refugio donde trabajaba como voluntaria.

Pero si hubiera tenido la habilidad de sacarles dinerales a los benefactores, no hubiera tenido por qué acudir a esa fiesta de la alta sociedad de Dallas. Y tampoco hubiera tenido que poner en marcha el plan B.

No había plan C.

Se bebió el último trago de la bebida que algún camarero le había puesto en la mano. Después de haberse esforzado tanto para asegurarse una invitación de última hora a la celebración del cumpleaños de la señora Wheeler, lo menos que podía hacer era dejarse llevar un poco y tomarse esos brebajes carísimos con los que la jet set fingía beber alcohol. Si lograba sacar adelante la negociación, la señora Wheeler se convertiría en su suegra. Tenía que impresionar.

Pero la señora Wheeler también sería su futura exsuegra, así que quizás la impresión que causara no importaba tanto.

Un hombre que estaba cerca de la barra la miró con insistencia, pero ella siguió adelante. Esa noche solo le importaba un hombre; el que estaba junto a su madre, saludando a los invitados. Los tacones y el vestido súperceñido la hacían caminar más despacio entre la multitud.

–Feliz cumpleaños, señora Wheeler –dijo, estrechándole la mano a la señora con una sonrisa–. La fiesta ha sido todo un éxito. Soy Dulciana Allende. Encantada de conocerla.

La señora le devolvió la sonrisa.

–Cia Allende. Dios mío… ¡Cómo pasa el tiempo! Conocía a tus padres. Fue una tragedia perderlos a los dos a la vez.

La sonrisa de Cia se quebró durante una fracción de segundo.

–Lucas, ¿conoces a Cia? –dijo la señora, dirigiéndose a su hijo–. Su abuelo es el dueño de Manzanares Communications.

Cia miró al hombre con el que tenía planeado casarse y fue como si acabaran de darle un puñetazo en el estómago. Era tan… hermoso.

–Señorita Allende.

Lucas le dio un beso en la mano.

–Wheeler –Cia la retiró rápidamente–. Creo que nunca he conocido a nadie que se parezca tanto a Ken, el novio de Barbie.

Afortunadamente la señora Wheeler estaba ocupada saludando a otras personas y no llegó a oírlo. La boca de Cia ya empezaba a trabajar más rápido que su cabeza. Las habilidades sociales no se le daban demasiado bien, sobre todo cuando se trataba de hombres.

Lucas ni parpadeó. La miró de arriba abajo y arqueó la ceja con un gesto burlón.

–Bueno, creo que yo le saco ventaja a Ken: me doblo por todos lados.

Cia soltó el aliento y se rio al mismo tiempo. No quería que Lucas Wheeler le cayera bien. No quería encontrarle ni remotamente atractivo. Le había escogido por eso, porque había dado por hecho que no iba a gustarle. Según había leído en la prensa, era como esos casanovas con los que había salido en la universidad: guapísimo y tonto.

No era más que un tipo para pasar un buen rato, un tipo que podía salvar la vida de cientos de mujeres. El matrimonio que tenía en mente ayudaría a mucha gente, pero si ese aliciente no era suficiente, también podía darle otros incentivos.

Ese pensamiento le dio el coraje que le faltaba. Esbozó su mejor sonrisa. Los negocios con Lucas Wheeler no eran más que eso, negocios.

–Bueno, es justo decir también que los trajes te quedan mejor que a Ken.

–Vaya. Yo juraría que eso ha sido un cumplido –Lucas ladeó la cabeza y se inclinó un poco hacia ella–. Si nuestros padres se conocían, ¿cómo es que no nos conocemos nosotros?

Su voz, estimulada por el whisky, tenía un ligero deje tejano, perezoso y sugerente; un acento que sonaba a vaqueros y paseos a caballo bajo un sol de justicia. Cia le miró a los ojos.

–No salgo mucho.

–¿Te gusta bailar? –señaló la pista de baile.

Decenas de invitados bailaban al ritmo de una suave melodía de jazz.

–En público no.

Lucas guardó silencio un momento. La indirecta había surtido efecto.

–¿Seguro que nunca nos hemos visto?

–Seguro que no.

Y si las cosas hubieran sido distintas, jamás se hubieran conocido. Los hombres como Lucas, expertos en engatusar y enamorar, eran peligrosos para las románticas como ella. Pero estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio para abrir ese refugio de mujeres y ver el sueño de su madre hecho realidad.

–En realidad nos hemos conocido hoy porque tengo una propuesta que hacerte.

Una sonrisa lenta y letal le tensó los labios a Lucas Wheeler.

–Me gustan las propuestas.

–No se trata de eso. No tiene nada que ver con eso que veo en tus ojos.

–Bueno, ahora sí que solo hay dos posibilidades. O voy a estar muy interesado, o no me va a interesar en absoluto –se acercó–. No sé qué va a ser.

–Estarás interesado –le dijo ella, y retrocedió.

Tras haber llevado a cabo una meticulosa investigación previa, sabía con seguridad que Lucas Wheeler no podía permitirse no estarlo. Había pensado en decenas de candidatos, pero ninguno encajaba tan bien en el perfil.

–Bueno, voy directa al grano. Muchas mujeres sufren violencia machista hoy en día y yo tengo la idea de construir un lugar donde puedan empezar una nueva vida, lejos de esos hombres que las usan como sacos de boxeo. Los refugios de esta zona están repletos y hace falta uno nuevo, uno muy grande, y caro. Ahí es dónde entras tú en juego.

Ya habían admitido a más mujeres de las que cabían en el refugio, y solo era cuestión de tiempo que se llegara a saber que la capacidad del centro se había visto superada. Lucas Wheeler iba a cambiar el futuro.

Lucas sacudió la cabeza.

–Mi dinero no entra en esta discusión. Te has confundido de ricachón.

–No quiero tu dinero. Ya tengo el mío. Solo necesito tener acceso al mismo para construir el refugio a mi manera, sin necesidad de benefactores, inversores o préstamos.

–Bueno, cielo, entonces parece que no me necesitas. Si decides hacerme otra clase de propuesta, no dudes en llamarme –Lucas se alejó. Avanzó hacia una esbelta señorita vestida con un traje rutilante.

Sin duda la chica estaba esperando a que el soltero más codiciado de la fiesta le regalara unos minutos.

–No he terminado –dijo Cia, cruzándose de brazos y yendo tras él. Fulminó a la joven del vestido brillante con una negra mirada–. Mi dinero está sujeto a un fondo fiduciario. Para acceder a él, tengo que tener treinta y cinco años, para lo cual me falta una década, o casarme. Mi marido puede pedir el divorcio una vez hayan pasado seis meses desde la boda, y el dinero será mío. Sí que te necesito porque me gustaría que tú fueras ese marido.

Lucas se echó a reír.

–¿Cómo es que todas las mujeres están obsesionadas con el matrimonio y con el dinero? Me he llevado una pequeña decepción al ver que eres como todas las demás.

–No soy como las demás. La diferencia es que tú me necesitas tanto como yo a ti. La cuestión es… ¿estás dispuesto a admitirlo?

Él puso los ojos en blanco.

–Esa es otra forma de verlo. Me muero por conocer todos los detalles.

–¿Has vendido alguna propiedad jugosa últimamente, Wheeler?

Lucas se puso rígido de inmediato.

–¿Y qué tiene eso que ver con tu fondo fiduciario?

–Estás en un pequeño aprieto. Tienes que salvaguardar tu reputación. Yo necesito un divorcio. Podemos ayudarnos mutuamente y yo me aseguraré de que merezca la pena.

Ningún otro soltero daba el perfil. Además, no tenía agallas para acercarse a otro extraño. Solía asustar a los hombres rápidamente, lo cual le ahorraba muchos dolores de cabeza, pero la dejaba sin práctica en el ejercicio de las armas de mujer. Y todo eso significaba que debía ofrecer algo que el futuro marido no pudiera rechazar.

–Un momento –Lucas le hizo señas a un camarero y agarró dos copas de la bandeja–. Tienes mi atención, durante otro minuto más. Vámonos fuera; necesito aire fresco.

Se abrió paso entre la multitud. Su hermano, Matthew, levantó la vista al verle pasar con tanta prisa. Su sonrisa aduladora hablaba por sí sola.

Lucas se la devolvió. Tenía que guardar las apariencias. Un encuentro sexual furtivo y rápido en un rincón oscuro de un balcón era una de sus especialidades, pero en ese momento era lo último que tenía en la cabeza.

–¿Algo de beber? –le dijo a Cia cuando llegaron a la terraza situada al fondo del local.

Ella aceptó la copa.

–Gracias. Mucho mejor que el cóctel insulso que agarré la última vez –bebió un sorbo de bourbon, ganando así un par de puntos a los ojos de Lucas Wheeler–. Bueno, ahora que tengo tu atención, escúchame con cuidado. Lo que te ofrezco es un trato de negocios. Nada más. Nos casamos y dentro de seis meses me pides el divorcio. Eso es todo. Seis meses es tiempo suficiente para recuperar tu reputación, y yo consigo acceder a mi fondo fiduciario.

Reputación. Lucas hubiera querido echarse a reír y decir que le daba igual lo que otra gente pensara de él. Pero era un Wheeler. Su tatarabuelo había fundado Wheeler Family Partners un siglo antes y, casi sin ayuda, había dibujado el paisaje del norte de Tejas. Tradición, familia, comercio… El apellido Wheeler era sinónimo de todas esas cosas. Nada más importaba.

–Estás de broma, ¿no? Mi reputación está perfectamente. No necesito una varita mágica. Gracias.

–¿En serio, Wheeler? ¿Vas a jugártela con esa carta? Si este matrimonio falso va a funcionar, tienes que saber una cosa: no se me da muy bien ser perrito faldero, y no me va a temblar el pulso si tengo que decirte cómo son las cosas y cómo van a ser. Y por último, he hecho bien mis deberes. Perdiste el contrato con el edificio Rose ayer, así que no finjas que tus clientes no se están yendo con otras empresas donde los socios saben mantener la bragueta cerrada. Escoge otra carta, ¿quieres?

–No sabía que estaba casada.

Nada más hablar, Lucas deseó no haber dicho nada. Había sido un idiota, un tonto que no había sabido leer las señalas. Lana iba a verle muy de vez en cuando, le sugería lugares apartados para comer y nunca se quedaba por la noche. Debería haber sido capaz de juntar las piezas del puzle…

–Pero lo estaba. Te ofrezco un pequeño respiro, una forma de poner distancia y alejarte del escándalo con una esposa estable y simpática que desaparecerá de tu vida en seis meses. Insisto en que firmemos un acuerdo prematrimonial. No te estoy pidiendo que te acuestes conmigo. Ni siquiera quiero caerte bien. Simplemente tienes que firmar un papel y después firmar otro dentro de seis meses.

Lucas empezó a notar una vena que le palpitaba en la sien. Incluso un matrimonio ficticio tendría sus consecuencias. Las cosas no serían tan fáciles como firmar dos documentos. A su madre le daría un ataque al corazón si se divorciaba seis meses después de la boda. Casi había terminado en el hospital al morir Amber, la esposa de Matthew, y solo llevaban un año casados.

–Cariño, no eres mi tipo. A este Ken de carne y hueso no le gusta Barbie.

–Bueno, precisamente por eso es un trato tan atractivo. No habrá ninguna tentación posible, ni compromisos embarazosos. Es un arreglo de negocios temporal entre dos socios respetables. No me puedo creer que estés rechazando esta oportunidad.

–Que conste que me quita el entusiasmo saber que el factor tentación se sitúa en cero. No puede ser tan sencillo como dices. ¿Y si alguien averigua que no es real? ¿Consigues el dinero igual?

–Nadie lo sabrá. No se lo voy a decir a nadie. Y tú tampoco. Solo tenemos que fingir que estamos locamente enamorados unas pocas veces cuando estemos rodeados de gente, para que mi abuelo se lo crea. De puertas para adentro podemos hacer lo que nos dé la gana.

–¿Cómo es que no puedes conseguir el dinero a menos que te divorcies? Esa es la cláusula más rara que he visto.

–Ya veo que eres muy curioso.

Él arqueó una ceja.

–Bueno, cielo, acabas de hacerme una proposición de matrimonio. Creo que tengo derecho a hacer unas cuantas preguntas.

–Mi abuelo es muy conservador. Cuando mis padres murieron… Mi abuelo quiere asegurarse de que alguien me cuide y, en su mente, eso significa que tengo que tener marido. Se supone que tengo que enamorarme, casarme y tener niños, no divorciarme. El dinero es un colchón de seguridad por si el marido me deja en la estacada, y me costó mucho esfuerzo convencer a mi abuelo para que incluyera la cláusula.

–Tu abuelo te conoce, ¿no? –Lucas sonrió–. Llevo cinco minutos contigo y jamás cometería el error de pensar que no sabes cuidar de ti misma. ¿Por qué treinta y cinco? No me parece que seas de las que se gastan el dinero en cocaína y en la ruleta.

–Doné todo el dinero que heredé de mis padres para el refugio donde trabajo. Y no pienses que estoy buscando donaciones. Mi abuelo creó el fondo fiduciario, y deposita los intereses directamente en mi cuenta. Tengo más que suficiente para vivir, pero no es bastante para construir un refugio. Él espera que a los treinta y cinco ya haya perdido el interés en esas mujeres de vidas destartaladas.

–Bueno, es evidente que eso no va a pasar.

–No. Y no me gusta que me obliguen a casarme. Mira, no es que te esté pidiendo que inviertas en la construcción de una pirámide, o en una perrera. Esto va a salvar vidas humanas. Se trata de mujeres que sufren abusos en el hogar, y no tienen adónde ir. La mayoría de ellas no tiene mucha educación y tienen que trabajar muy duro para alimentar a sus hijos. Piensa en ello como caridad. ¿O es que eres demasiado egoísta?

–Oye… Estoy en el gabinete directivo de Habitat for Humanity. Dono mi diez por ciento religiosamente. Dame un respiro, ¿quieres?

A través de la mampara de cristal que separaba el balcón de la sala de baile, vio bailar a sus abuelos. Una esposa mediática podía servir para mantener a raya al marido de Lana… Y probablemente era una buena idea mantenerse alejado de las féminas durante un tiempo, pero… La idea era una locura.

–Tu propuesta resulta muy interesante, pero me temo que tengo que decir que no.

–No tan rápido, vaquero. Te estoy confiando esta información. No me decepciones o te pasarás los próximos seis meses en los juzgados. Mi abuelo va a vender la filial de telefonía móvil de Manzanares y se va a llevar el resto del negocio a un emplazamiento más pequeño. Seguro que conoces la localización actual.

Se trataba de cuatro edificios que rodeaban un parque central. Estaba situado en una zona muy céntrica y la edificación no tenía más de diez años. El diseño era de Brown & Worthington y había recibido varios premios de arquitectura.

–Puede.

–Mi abuelo estaría encantado de firmar el contrato de venta con mi marido.

Esperó unos segundos, pero Lucas ya había realizado los cálculos mentales pertinentes.

La comisión que podía llevarse con el edificio Manzanares cuadruplicaba lo que hubiera podido sacar con el edificio Rose. Además, el prestigio que se llevaría con un negocio de ese calibre sin duda atraería a muchos clientes nuevos.

–Si contemplara esta idea estrambótica como algo factible, ¿puedo llamarte Dulciana?

–Me llamo Cia, lo cual, para que lo sepas, no se parece en nada a «cielo». ¿Cuento contigo o no?

–¿Por qué yo?

–Juegas bien y a menudo, pero mis investigaciones demuestran que tratas con respeto a las mujeres. Eso es importante para mí. Además, todo lo que he leído sobre ti me lleva a pensar que mantendrás tu palabra. No puedo ser yo quien pida el divorcio, así que tengo que recurrir a ti.

–¿No tienes un novio o un varón incauto que muerda el anzuelo?

–No tengo a nadie. Desde mi experiencia, te digo que los hombres solo sirven para una cosa –le miró de arriba abajo con descaro–. Para mover muebles.

–Tú ganas. Te llamaré Cia.

–Enseña tus cartas, Wheeler. No tienes nada que perder y muchas cosas que ganar. ¿Sí o no?

Lucas guardó silencio uno segundos.

–No.

–¿No? ¿Me estás rechazando?

–No se me da muy bien ser perrito faldero. Tú quieres hacer negocios, así que lo haremos en mi despacho mañana por la mañana. A las nueve en punto. Con abogados, sin alcohol y no llegues tarde, cielo.

Cia se quedó blanca. La temperatura parecía haber bajado unos cuantos grados. Asintió una vez.

–Hecho –dijo y echó a andar hacia la puerta.

Capítulo Dos

Cia llevaba veinte minutos esperando cuando Lucas Wheeler entró en las oficinas de Wheeler Family Partners a las nueve y ocho minutos de la mañana del día siguiente.

–Señorita Allende –sonrió, como si le resultara de lo más normal encontrar a mujeres sentadas en el sofá de la sala de espera. Se inclinó sobre el mostrador de la recepcionista–. Helena, ¿puedes cambiar la hora de la tasación de las nueve y media y mandarle a Kramer la oferta revisada que te envié por correo electrónico? Dame cinco minutos para ir a por un café y entonces haces pasar a la señorita Allende.

La recepcionista sonrió y murmuró una respuesta. Al ver que Cia se acercaba al mostrador, abrió los ojos.

–Tengo otros compromisos hoy, Wheeler. Sáltate el café y te acompaño a tu despacho.

Nada más hablar, Cia se arrepintió de lo que había dicho. No solo se trataba de una falta de armas de mujer… Había dejado que Lucas Wheeler la sacara de quicio.

Por suerte, él decidió ignorar el comentario. Le dedicó una mirada aguda, calculadora.

–Claro, cielo. Helena, ¿te importa?

Condujo a Cia por el pasillo, cubierto por una mullida alfombra turca. Atravesaron una puerta doble. Cia leyó las inscripciones de las placas: Robert Wheeler y Andrew Wheeler. La puerta siguiente estaba abierta. El despacho era igual que las salas anteriores, pero él lo llenaba con su presencia poderosa y masculina.

Cia tomó asiento frente al escritorio. Tenía que mantener los pies sobre la tierra.

–Mi abogada no pudo cancelar todos sus compromisos matutinos. Espero que pueda ayudarnos en cuanto lleguemos a un lugar común.

En realidad no la había llamado. Gretchen estaba muy ocupada con un caso de custodia de una de las mujeres del refugio. No podía molestarla con algo a lo que Lucas ni siquiera había accedido todavía.

–Los abogados siempre están muy ocupados –dijo él y se sentó junto a ella en vez de hacerlo tras el escritorio.

Recogió un bolso de cuero del suelo y sacó un montón de papeles. Se los entregó a ella. En ese momento entró la recepcionista con una taza.

Lucas agarró el recipiente rápidamente y aspiró hasta llenarse los pulmones. Bebió un sorbo.

–Perfecto. ¿Crees que podría pagarle para que viniera a vivir conmigo y me hiciera el café todas las mañanas?

Cia resopló. Trató de esconder el ligero temblor que tenía en la voz.

–Probablemente lo haría gratis… Ya sabes… Si hubiera otros beneficios…