Matrimonio de papel - Joss Wood - E-Book

Matrimonio de papel E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

¡Su esposa de conveniencia quería negociar el nacimiento de un heredero! El matrimonio sobre el papel de Millie Piper con el director ejecutivo Benedikt Jónsson le supuso poder controlar su vida. Ahora deseaba tener un hijo, así que lo correcto era pedirle a Ben que se divorciaran. Pero cuando se quedó atrapada en la casa de Ben por una tormenta, descubrió la atracción que sentía por su esposo de conveniencia.A Ben, un lobo solitario, la petición de divorcio que le hizo Millie le provocó un peligroso deseo. La intimidad de tenerla consigo en su lujosa casa en Islandia amenazaba su implacable dominio de sí mismo, pero no fue nada comparado a la conmoción que le causó lo que le pidió después: ¡que fuera el padre de su hijo!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Joss Wood

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Matrimonio de papel, n.º 3082 - mayo 2024

Título original: A Nine-Month Deal with her Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411808880

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Prólogo

 

 

 

 

 

Doce años antes

 

–Lamento molestarte.

Benedikt Jónsson levantó la vista y vio a Millie, la hija de Magnús, su socio, que entró en el despacho a toda velocidad.

Llevaba el cabello, teñido de negro, recogido en dos trenzas y los verdes ojos maquillados con khol.

–Va a acusarme de robo y, si me condenan, tendré antecedentes penales.

A él le había dado la noticia esa mañana el abogado de la empresa, que había dedicado mucho tiempo a las travesuras de Millie. Según Lars, Millie se había apropiado del Ferrari de su padre para irse de juerga a medianoche con sus amigos.

Benedikt deseaba que la adolescente dejara de meterse en líos. Ese mes la habían fotografiado saliendo de tres discotecas distintas, tres noches seguidas, de madrugada y con los zapatos de tacón en la mano. Asimismo se había «olvidado» de pagar una blusa en una tienda de lujo y se decía que tenía una aventura con un famoso batería veinte años mayor que ella.

Los artículos publicados en la prensa informaban de que era la hija descarriada e incontrolable de Magnús Gunnarsson, viudo de Jacqui Piper, la fundadora de la empresa PR Reliance, la mitad de la cual era propiedad de Ben. Millie generaba mala prensa para la empresa, y sus competidores, encantados, se frotaban las manos.

Ben le dijo que se sentara, pero ella se puso a deambular por el despacho.

–Llevarte el Ferrari fue una estupidez, Millie.

¿Por qué lo había hecho? ¿Intentaba sacar de quicio a su padre porque era lo que hacían los rebeldes de dieciocho años? ¿Y por qué había ido a hablar con él?

Apenas tenían relación. Él solo era el socio de su madre, al que únicamente había visto una cuantas veces a lo largo de las años. Jacqui, antes de su muerte, siempre había separado la vida personal de la profesional.

–Siéntate –repitió él.

Ella suspiró y lo hizo en el borde de una silla.

–¿Qué quieres?

Podía intentar convencer a Magnús de que retirara la denuncia, pero no creía que fuera a conseguirlo. A Magnús le encantaba llevarle la contraria porque siempre le había molestado la estrecha relación entre Jacqui y él. Si Benedikt decía blanco, Magnús inmediatamente decía negro. La relación con él durante los tres años desde la muerte de Jacqui había sido una infierno. Y lo peor era que la empresa se limitaba a mantenerse, sin progresar.

Y tendría que seguir con Magnús otros siete años, porque Millie solo accedería a la mitad de las acciones de PR que había heredado cuando cumpliera veinticinco años. La idea lo ponía enfermo.

Millie lo miró a los ojos y él vio en ellos desesperación. Para él, la muerte de Jacqui había sido un duro golpe, pero no era comparable a que Millie hubiera perdido a su madre a los quince años. Probablemente, los numerosos escándalos fueran desesperadas llamadas de atención, un intento de que su padre reaccionara, para bien o para mal.

–Tengo algo que proponerte –dijo ella.

Fuera lo que fuese, tendría que negarse. No hacía tratos con adolescentes, por mucha madurez y determinación que viera en sus ojos.

–Quiero casarme.

Benedikt asintió, desconcertado.

–Magnús no es mi verdadero padre –dijo ella bajando la vista.

Benedikt se preguntó de qué hablaba.

–¿Por qué lo dices?

–Hace poco, Magnús me lo soltó durante una bronca. Me dijo que se alegraba de que no tuviera su ADN porque se avergüenza de mí. No debía habérmelo dicho, porque le había prometido a mi madre que no lo haría, pero creo que se ha quitado un peso de encima.

Ben se frotó la mandíbula sin saber qué decir ni qué tenía aquello que ver con su deseo de casarse.

–Eso explica que él y yo no nos llevemos bien.

Ben no entendía por qué Millie le contaba todo aquello. Dirigía la empresa, no era su confesor.

–¡Ojalá supiera por qué me mintió y por qué no me dijo quién es mi padre!

Era evidente el dolor en sus ojos. Benedikt tuvo ganas de abrazarla y ofrecerle el consuelo que claramente necesitaba, pero la conocía muy poco. No eran amigos, sino simples conocidos.

Se preguntó por qué había personas, como Millie y él mismo, a las que les tocaba en suerte un mal progenitor.

–Es obvio que Magnús no quiere que forme parte de su vida y que yo no quiero formar parte de la suya.

A Benedikt también le gustaría perderlo de vista, pero no veía el modo de hacerlo. Vio que los ojos de Millie brillaban con el mismo brillo que los de su madre cuando estaba urdiendo un plan.

–Magnús tiene una amante desde hace años. No sé si la relación comenzó antes o después de que mamá enfermara, pero está perdidamente enamorado de ella, o de su dinero.

Benedikt sabía de su existencia.

–Quiere marcharse a Italia con ella, pero, a causa del testamento de mamá, no puede irse de Islandia. Debe quedarse y velar por mis intereses hasta que cumpla veinticinco años. El único modo de marcharse y librarse de mí es renunciado a ser mi fideicomisario.

–Pero para eso tendrá que esperar siete años.

–Puede suceder antes, si me caso. He leído el testamento de mi madre. Si me caso, mi esposo puede convertirse en mi fideicomisario.

–¡Eso es una locura, Millie!

Ella se recostó en la silla y se cruzó de brazos.

–Creo que un matrimonio de conveniencia sería lo adecuado. Solo sería un documento legal. Quiero irme a estudiar al Reino Unido, salir de la vida de Magnús y comenzar de nuevo. Sé que él estará encantado. Puede que incluso no me denuncie por haberle robado el Ferrari.

–Esa denuncia no prosperará.

–Tal vez, pero será otro escándalo.

–Me has dicho cómo saldréis ganando Magnús y tú, si te casas, pero ¿y el hombre con quien pretendes casarte? A él también le concierne.

Benedikt reconoció la astuta sonrisa de Millie. La había heredado de su madre.

–Sé que has pensado en alguien, Millie –afirmó sintiendo compasión por la víctima.

–Así es. Se librará de Magnús y podrá dirigir la empresa sin interferencias ni suyas ni mías. Y viviría como lo hacía antes: ambos fingiremos no estar casados y no nos impondremos condiciones mutuamente.

Él era la víctima. Fue como recibir un puñetazo en el estómago.

–Quiero estudiar Arte y ser diseñadora de joyas. Cuando me haga cargo de las acciones y de mi parte de la empresa, te la venderé. Lo único que tendrás que hacer es seguir casado conmigo hasta entonces.

Si se casaba con Millie, obtendría el control completo de PR Reliance y podría poner en práctica todo lo que Magnús había vetado: expandir la empresa, introducirse en nuevos mercados y correr determinados riesgos que merecían la pena. Sería libre profesionalmente y, si había entendido bien a Millie, también en su vida personal.

Desde su ruptura con Margrét, Ben solo había tenido relaciones ocasionales con mujeres. No tenía intención de casarse ni de volver a aceptar ninguna clase de compromiso. Casarse con Millie no le alteraría la vida, pero revitalizaría su labor profesional.

Una vez superada la sorpresa, no halló ningún defecto en el plan de Millie.

Salvo la diferencia de edad, era pan comido. Pero si iba a tratarse de un acuerdo comercial, ¿qué importaba que se llevaran ocho años? Ella sabía dónde se metía y lo que quería de aquel trato.

–Entonces, ¿qué te parece? –preguntó ella.

–Quiero poner dos condiciones.

Ella cerró los ojos y negó con la cabeza.

–Por supuesto –murmuró– aunque creía haberlo pensado todo. ¿Cuáles son?

–La primera es que dejes de proporcionar titulares a la prensa; la segunda, que me dejes dirigir la empresa sin injerencias.

–No me interesa la empresa de mi madre, así que estoy de acuerdo. Pero prométeme que no me mentirás.

Era una promesa fácil para él, ya que prefería la verdad, por dura que fuese, a la mentira.

Agarró un bloc y su pluma. Miró a Millie y asintió.

–Muy bien, vayamos a los detalles.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

En la actualidad

 

En Reikiavik, delante del hotel del centro histórico en que había reservado habitación la semana anterior, Millie se bajó del taxi y aspiró una bocanada de aire helado. ¡Qué frío hacía! Y aunque solo eran las tres de la tarde, estaba oscureciendo. Les dio las gracias al conductor y al botones que estaba sacando la maleta del portaequipajes.

Se tapó el rostro con la bufanda mientras subía los escalones que conducían a la puerta del hotel.

A pesar de haber estado en la calle solo un minuto, estaba aterida. Saludó al portero, se dirigió a la chimenea y acercó las manos al fuego.

Se había olvidado de que Islandia estaba muy al norte y del frío que hacía allí. La vida en Londres la había ablandado.

Se quitó la bufanda y se desabrochó el abrigo. Llevaba unos ajustados vaqueros, botas de tacón y un jersey rojo. Se pasó la mano por el cabello, que llevaba recogido en una cola de caballo.

Mataría por un café.

Echó una ojeada al vestíbulo. El hotel parecía una moderna casa de campo, con cómodos sofás y cuadros en las paredes. Se preguntó dónde estaría la recepción.

–¿Señorita Piper?

Millie saludó al hombre alto, delgado y nervioso que se había dirigido a ella.

–Me sorprende verla aquí, señorita Piper.

Ella miró el nombre en la chapa que llevaba en la solapa: Stefán, director general. ¿Por qué se sorprendía? Había reservado una habitación.

Una joven se acercó a Stefán y le tocó el brazo.

–¿Puedes venir? Es urgente.

–Disculpe, señorita Piper. Enseguida vuelvo.

Millie asintió y lo observó mientras cruzaba el vestíbulo y desaparecía tras un puerta. Vio que habían dejado su maleta al lado de un tiesto e hizo una mueca. Esperaba que no hubiera problemas con la reserva.

Aunque no tenía calor, se quitó el abrigo y se sentó en un sofá. En un rincón había un enorme árbol de Navidad. Solo faltaban tres semanas para las fiestas navideñas, que no la emocionaban.

Al no tener familia, eran más una dura prueba que una celebración. Las últimas Navidades en que se lo había pasado bien habían sido las de sus catorce años, un año antes de la muerte de su madre.

Las dos habían adornado la casa de Reikiavik, se habían tomado muchas tazas de chocolate y cantado villancicos a voz en grito tocando el piano, mientras fuera nevaba.

Fueron unas buenas fiestas, sobre todo porque Magnús había estado fuera casi todo diciembre.

A los catorce años, creyó a su madre cuando le dijo que su padre estaba trabajando en un zona horaria diferente, por lo que no podía llamarla. Y que Magnús la quería.

Pero ella no dejaba de preguntarse por qué nunca la abrazaba ni le demostraba la más mínima señal de afecto, como sí hacían los padres de sus amigas. A Magnús no le interesaba ella ni su vida. Y a pesar de lo que le decía su madre, durante mucho tiempo creyó que tenía algún defecto que impedía que la quisieran.

Al perder a su madre, Magnús se alejó aún más de ella, hasta el punto de que le pareció que vivía con un desconocido, con alguien que de vez en cuando utilizaba el dormitorio que había compartido con su madre.

Hasta tal punto deseaba que le prestara atención, que decidió hacerse notar. Comenzó a hacer pellas, a montar escenas y a vestirse de forma extraña y alternativa.

Buscaba pelea para ver si lograba romper la máscara de su frío desdén. Tardó años, pero la máscara se quebró cuando tomó prestado su coche. Le dijo que era una sanguijuela y que no la soportaba. Había tenido que compartir a Jacqui con ella y lo molestaba la atención que su madre le había dedicado.

«Pero también soy tu hija», había protestado ella.

«¡Afortunadamente, no lo eres! ¡Odiaría que un ser tan inútil, llorica y lamentable como tú llevara mi ADN!».

Millie por fin entendió sus casi veinte años de falta de afecto por ella. Se puso furiosa y se sintió muy dolida, pero, como era hija de su madre, tuvo suficiente orgullo para buscar una solución y expulsar a Magnús de su vida. Y había funcionado muy bien.

Ahora, su padrastro era un lejano recuerdo, pero seguía sin entender por qué su madre le había mentido y había muerto sin decirle la verdad, que no habría averiguado si Magnús no hubiera perdido los estribos.

Seguía preguntándose quién sería su padre y por qué a su madre le había parecido tan importante mantener su identidad en secreto.

¿Sabía él de su existencia? ¿Se le parecía? ¿Tenía hermanos?

A veces odiaba a su madre por haberla dejado con tantas preguntas sin contestar, por haberla abandonado. La muerte era la forma definitiva de abandono.

La muerte de Jacqui, sus secretos y la falta de afecto de Magnús le habían cambiado la vida. Le resultaba muy difícil confiar en alguien. Tenía amigas, pero ninguna íntima. Nadie sabía que tras la famosa diseñadora de joyas se escondía una mujer amargada con graves problemas familiares y de confianza en los demás.

Solo confiaba totalmente en una persona, que nunca le había mentido ni fallado: su esposo, con el que llevaba casada doce años y al que quería ver en Reikiavik sin haberlo avisado de su llegada.

Ese día sería su segunda reunión. A él le parecería tan inesperada como la primera, y ella esperaba que fuera igual de bien.

Su propuesta de que Benedikt y ella se casaran fue un palo de ciego, pero a los pocos días él ya había hecho que un abogado redactara un acuerdo prematrimonial.

Habían especificado los detalles del acuerdo en su despacho y, a pesar de que no era un documento legal, era el más importante. Millie recordaba las condiciones: su matrimonio sería de nombre y Benedikt no la controlaría, si no se buscaba problemas legales ni salía en la prensa. Como su esposo y fideicomisario, él aceptó que utilizara parte del dinero de la herencia para estudiar lo que quisiera donde quisiera, siempre que obtuviera un título. Y cada uno viviría su vida por separado.

Cuando ella cumpliera los veinticinco, hablarían del divorcio y ella le ofrecería la compra de sus acciones de PR Reliance International.

Diez años después, Magnús murió. Ella no fue al funeral ni se sorprendió al enterarse de que le había dejado todo en herencia a su amante.

Y tras haber estudiado diseño de joyas, se convirtió en diseñadora. Dos años después, llevaba casada doce con Ben, aunque solo fuera de nombre.

Había llegado el momento de divorciarse.

Aunque nunca había querido casarse, deseaba ser madre y tener la estrecha relación con su hijo que ella había tenido con su madre, recuperar la sensación de ser parte de un equipo, esa sensación de «nosotros contra el mundo».

También estaba muy cansada de estar sola. Quería compartir la vida con alguien y un hijo era un apuesta más segura que un amante, al que era peligroso entregar su amor.

Había tenido relaciones más o menos largas. Pero cuando la pareja comenzaba a exigirle más, cuando comenzaba a hablar de amor y de compromiso, de ir un paso más allá, ella siempre hallaba un motivo para romper.

Su matrimonio con Benedikt era una unión de conveniencia. Sabía que él había tenido muchas relaciones a lo largo de los años. Nadie sabía que estaban casados.

Pero, si ella tenía un hijo, todo cambiaría.

Millie tocó la pantalla del móvil y apareció la página web de un banco de esperma que había estado consultando.

Su intención era tener un hijo aprovechando la tecnología. Por si acaso algo salía mal, había congelado algunos óvulos, por lo que ahora solo necesitaba un donante de esperma para formar una familia.

Había muchos hombres en la base de datos del banco, y no sabía cuál elegir para ser el padre biológico de su hijo. Ser inteligente y atlético era importante, no tanto su aspecto, aunque le gustaría que fuera guapo.

La imagen de Benedikt le surgió en el cerebro. Millie frunció el ceño. ¿Por qué pensaba en su guapo esposo, solo de nombre? En teoría, sería un excelente donante, ya que era muy inteligente, muy atlético y, dado que había convertido la empresa en un imperio internacional y los había hecho increíblemente ricos a ambos, muy ambicioso. Pero sabía tanto de él como de los donantes del banco de esperma.

Necesitaba conocer la personalidad de los donantes, saber si iba a elegir a un hombre poco comunicativo, narcisista, egoísta… Si el padre de su hijo sería extravertido, sensible o impulsivo.

Por eso no se decidía. Le importaba que su hijo no heredara los defectos del padre. Ella no era perfecta, desde luego, pero intentaba ser amable y buena persona.

Suspiró. Aunque se decidiera por un donante, no le parecía bien quedarse embarazada mientras estuviera casada con Benedikt. Quería dejar el pasado atrás, con todas sus mentiras. Su madre no le había contado la verdad sobre su padre biológico y Magnús lo había aceptado porque Millie suponía que quería a Jacqui.

El amor estaba corrompido por mentiras y engaños. Para ella, la sinceridad era el valor máximo, pero no se fiaba de que nadie fuera a ser completamente sincero con ella.

El amor, formar una pareja y criar a un hijo requería transparencia y un nivel de confianza que a ella le parecía imposible alcanzar y en el que no creía. Era mejor criar sola a su hijo.

Por eso había vuelto a Islandia. Mandar un correo electrónico a Benedikt pidiéndole el divorcio le parecía un modo de escaquearse. Necesitaba, como mínimo, reunirse con él.

El director del hotel volvió.

–Lamento la interrupción.

–No se preocupe. ¿Pasa algo con mi reserva?

–Supongo que no ha leído el correo electrónico que le mandamos ayer.

Millie no iba a contarle que no se molestaba en leer los correos personales. Les había echado una ojeada el día anterior, había visto uno del hotel y supuso que sería para darle la bienvenida.

–Le sugeríamos que, a no ser que se tratara de una emergencia, retrasara el viaje. Va a haber una tormenta de nieve. Su avión ha sido el último en poder llegar. Hay huéspedes que no pueden marcharse y andamos muy escasos de habitaciones.

–Me he criado en este país. Una tormenta de nieve no es para tanto –dijo Millie, mientras el alma se le caía a los pies.

–Entonces debería saber la influencia de la meteorología en los viajes, sobre todo en invierno, así como la necesidad de estar bien informado.

Millie tuvo la sensación de ser una colegiala que recibía una reprimenda de un profesor, pero Stefán tenía razón: debería haber consultado la previsión del tiempo. Pero al llegar al aeropuerto y comprobar que el avión saldría a su hora creyó que no había problemas.

–Va a ser una de las peores de los últimos veinte años. Hemos anulado su reserva porque no nos ha confirmado que venía y necesitábamos la habitación.

Millie maldijo para sí.

–Dice que se ha criado aquí. ¿No hay nadie que pueda alojarla?

Sí, Benedikt. Pero no. No iba a pedir a su esposo, un desconocido, que le dejara pasar la tormenta con él. ¿Y si vivía con una amante? Tener a su esposa en la habitación de invitados sería, en el mejor de los casos, problemático.

–Voy a intentar buscarle alojamiento, señorita Piper, pero tendrá que compartir habitación con una de nuestras huéspedes.

Millie no estaba dispuesta a encerrarse en una habitación con una desconocida.

–Voy a hacer una llamada.

–Gracias –contestó Stefán–. Yo no empezaré a buscarle alojamiento hasta saber si ya lo ha conseguido. Espero que así sea.

Millie también lo esperaba. Había ido a Islandia a pedirle el divorcio a su esposo, pero ahora iba a tener que pedirle ayuda.

Debía llamarlo. Le hizo una videollamada, cosa que nunca había hecho. Él le había dado un número de móvil el día de la boda y era la primera vez que iba a usarlo.

–¿Estás bien, Millie?

Ella parpadeó al oír su voz, que era especialmente profunda. Contempló su rostro en la pantalla y reconoció los familiares rasgos, los altos pómulos y la sensual boca. Tenía los ojos azules, con destellos violetas y le habían salido algunas canas en el rubio cabello. Las arrugas de los ojos eran más profundas que antes. Millie se preguntó dónde se habría puesto moreno y se lo imaginó haciendo surf con el sol y el agua del mar sobre sus anchos hombros y musculosos brazos.

Lo miró a los ojos. Parecía mayor, estaba más guapo y su rostro era aún más inescrutable que hacía doce años.

–Hola, Benedikt, me alegro de que este número siga operativo.

–¿Estás bien, Millie? –volvió a preguntar él.

–Claro que estoy bien. ¿Por qué no iba a estarlo?

Él suspiró y se recostó en la silla.

–Perdona, pero, como es la primera vez que recibo una llamada de mi esposa, he pensado que algo iba mal.

–No se me había ocurrido.