Un reencuentro inesperado - Joss Wood - E-Book

Un reencuentro inesperado E-Book

Joss Wood

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Beschreibung

Cuando un momento impulsivo lleva a otro. Aunque han pasado nueve años desde que el matrimonio de Finn Murphy terminó, su atracción por la marchante de arte Beah Jenkinson nunca había disminuido. Cuando las obligaciones laborales los juntaron en un hotel londinense, Finn esperaba que una aventura casual satisficiese sus anhelos. Sin embargo, lo que comenzó como una simple chispa en Londres, pronto se convertiría en una llama incontrolable cuando ambos fueron a Boston con el fin de organizar la boda de sus mejores amigos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2020 Joss Wood

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un reencuentro inesperado, n.º 222 - marzo 2024

Título original: Back in His Ex’s Bed

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411806565

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Beah Jenkinson se bajó del taxi en la entrada del lujoso restaurante y, tras pagar al taxista, se colocó el bolso de diseño bajo el brazo y respiró hondo. Podía hacerlo, tenía que hacerlo.

Solo era una cena con uno de los coleccionistas de arte más importantes y escurridizos del mundo.

Y con su excuñado Carrick y su exmarido Finn.

Que también eran dos de sus tres jefes.

Nada del otro mundo. No había nada que temer…

Beah sonrió al portero vestido de negro y, antes de traspasar las puertas, dejó que su abrigo se abriera y resistió el impulso de girarse y comprobar su reflejo en los cristales, para asegurarse de que su vestido de cóctel azul cobalto, ajustado y con volantes en el dobladillo, era el adecuado.

Sabía que tenía buen aspecto; siempre lo tenía, y su vestido era una combinación perfecta de elegancia para los negocios y sensualidad para la cena.

A sus treinta años parecía lo que era, una mujer segura de sí misma y de su aspecto. Tenía una carrera increíble y una vida maravillosa. Pero el hecho de tener que reencontrarse con su exmarido Finn Murphy hizo que se sintiera como la joven insegura y desesperada por ser amada que había sido nueve años atrás.

Se metió en el aseo de señoras y se sentó en un taburete forrado de terciopelo. Necesitaba tranquilizarse un poco.

Sacó el teléfono de su bolso de mano y llamó a su mejor amiga. Contuvo la respiración hasta que por fin respondió.

–¡Hola, Bee!

La voz de Keely la tranquilizó al instante. Se habían conocido a través de los hermanos Murphy y habían congeniado enseguida. Y cuando Beah y Finn anunciaron su divorcio, Keely apareció en la puerta de su casa con vino, bombones y los brazos abiertos.

–¿Qué haces aquí? –le había preguntado Beah, con lágrimas en los ojos–. Creía que Finn había obtenido tu custodia en el divorcio.

–Él ya tiene a sus hermanos. Y tú necesitas a alguien.

Ahora vivían cada una a un lado del océano Atlántico, pero estaban más unidas que nunca.

–¿Beah? ¿Estás bien? Di algo, cariño.

–Estoy sentada en el baño de señoras del Claridge’s.

–¿Qué sucede?

Beah giró la cabeza hacia la derecha, vio su reflejo en el enorme espejo y arrugó la nariz. Estaba pálida como un fantasma.

–Estoy a punto de tener una cena de trabajo con Finn, Carrick y Paris Cummings.

–Entiendo. ¿Y estás nerviosa?

–Ni siquiera sé qué me pasa. Soy buena en mi trabajo, Keely, y estoy más que acostumbrada a este tipo de reuniones con los clientes. Hablo con Carrick y Ronan un par de veces a la semana. Y con Finn…

–¿Con Finn, qué? –preguntó Keely con tono divertido.

–Con Finn…

–Espera un segundo, Bee. Mi asistente tiene algo que preguntarme.

Beah agradeció la interrupción porque le dio tiempo a pensar. Los recuerdos de cuando tenía veintiún años y se había marchado de Londres a Nueva York, entusiasmada por trabajar en una ciudad nueva, se agolparon en su cabeza. Licenciada en Económicas y Bellas Artes, consiguió unas prácticas en Murphy International, una casa de subastas de arte de fama mundial. A los pocos días de estar trabajando allí ya se había quedado prendada del brillante y guapísimo Finn Murphy. Y su atracción fue tan grande que a los pocos meses ya se habían casado.

A Beah le aterrorizaba la posibilidad de que, al volver a encontrarse cara a cara con él, su atracción irrefrenable volviera a despertarse.

Desde que se divorciaron, ambos se habían esforzado por evitarse, a pesar de que los dos seguían trabajando para Murphy International. Vivir en dos continentes distintos ayudaba y, en las pocas ocasiones en que había necesitado la opinión experta de Finn sobre un cuadro o un objeto de arte, ella se había limitado a enviarle fotografías detalladas o concertado una cita para que el cliente se reuniera con él directamente.

–Mira, sé que es imposible que estés nerviosa por tener una reunión de negocios, porque ya no queda nada de la chica temerosa que solías ser –dijo Keely, retomando su conversación–. Eres jefa de adquisiciones, responsable de asesorar a los clientes más ricos de Murphy. Eres lista, divertida y guapísima. Piensa en lo lejos que has llegado, las cosas increíbles que has hecho, Bee.

Beah cerró los ojos, contenta por tener una amiga como ella.

–Te divorciaste y poco después te mudaste a Londres para trabajar en la oficina de Reino Unido. Te dejaste la piel subiendo cada peldaño por ti misma hasta convertirte en una de las personas más poderosas de la empresa. Murphy International tiene suerte de contar contigo, Bee, y por eso te pagan tanto dinero, porque saben que los clientes confían en ti y que se irán si tú te vas. ¡Demonios!, podrías abrir tu propia empresa de consultoría artística ahora mismo y tendrías una lista de clientes tan larga como tu brazo.

–Eeeh…, eso me recuerda algo que he querido contarte desde hace tiempo –dijo Beah, y luego le pidió que cambiaran a una videollamada.

Cuando el rostro de Keely apareció en la pantalla, sonrió a su amiga de ojos marrones y pelo rubio.

–¿Qué ocurre? ¿Has conocido a alguien? –preguntó con impaciencia.

Beah puso los ojos en blanco.

–No tengo tiempo para citas.

–No tienestiempo para citas porque utilizas tu apretada agenda laboral como excusa. Crees que si te mantienes ocupada no tendrás tiempo de sentir nada por nadie.

Vale, se acercaba demasiado a la realidad y no era algo en lo que quisiera pensar en ese momento…

–¿Quieres oír lo que tengo que decirte o no?

–Está bien… –dijo Keely con una sonrisa–. Pero volveremos a ese tema más adelante.

No si Beah podía evitarlo…

–Michael Summers. ¿Has oído hablar de él? –Después de que Keely negara con la cabeza, Beah continuó–: Es un destacado asesor, consultor y marchante de arte. Uno de los más respetados del mundo. Quiere jubilarse y busca a alguien que lleve su negocio, que empiece a hacerse cargo de su lista de clientes.

–¿Tú?

–Exacto –dijo Beah, asintiendo con la cabeza–. Es una gran oportunidad, Keels. Ese hombre es una leyenda y es un honor que quiera que me una a él. Pero…

–Pero significaría dejar Murphy International. –Keely se golpeó la mejilla con el dedo–. ¿Y no podrías seguir trabajando con Murphy International al mismo tiempo? ¿O serías persona non grata?

Beah sintió pánico de repente. Murphy International era el único lugar donde había trabajado, lo único que conocía. Trató de ahuyentar el miedo; solo le asustaba lo desconocido. Los cambios nunca eran fáciles y ella no había firmado un juramento de sangre ni un contrato de por vida para trabajar en Murphy International.

–No sé cómo se lo tomarían, pero serían estúpidos si me echaran, porque muchos de los clientes de Michael compran arte a Murphy International. Se estarían fastidiando a sí mismos.

–Y no serías la primera empleada que se va de Murphy International…

–Claro, eso pasa todo el tiempo.

–Y Murphy International ha sobrevivido igual, ¿no? –insistió Keely–. Así que, en este contexto, no estás pensando en ti misma como una empleada, sino como una Murphy, como la mujer de Finn.

–Exmujer –corrigió Beah, sintiendo una punzada de dolor en el pecho.

–Si estuvieras trabajando para cualquier otra empresa, ¿tendrías dudas? –preguntó su amiga, tan directa como siempre.

–Probablemente no. Es una gran oportunidad. Aunque también tendré mucho más trabajo. Es un gran compromiso.

–Mmm, interesante.

Beah miró su reloj e hizo una mueca.

–Vamos, Keels, dime lo que piensas de una vez o llegaré tarde.

–¿Por qué no has aceptado la oferta de Michael si es tan increíble como dices? Sospecho que es porque estás dejando que tus sentimientos personales por tu ex y su familia nublen tu juicio, lo cual es extraño, porque dices que ya tienes muy superado lo tuyo con Finn…

Beah lo había superado. Después de nueve años, tenía que haberlo hecho.

–Además, aparte del prestigio de trabajar para alguien de su talla, la oferta de Michael también te intriga porque estarías tan ocupada que no tendrías tiempo para pensar, para sentir, para tener citas. Sería otra excusa más para no tener vida propia.

¿Otra vez con lo mismo? Beah quería a Keely, de verdad, pero su mejor amiga se pasaba de testaruda y obstinada. Y, a veces, un ataque era la mejor defensa.

–¿Y tú qué? ¿Estás saliendo con alguien?

–Esta conversación es sobre ti, no sobre mí. –Keely se aclaró la garganta y continuó–: Siento que tú y Finn os quedarais heridos por vuestro divorcio, pero creo que en muchos sentidos fue algo bueno para ti, Beah. Aprendiste a valerte por ti misma y a perseguir tus objetivos. Aunque a veces pienso que te has vuelto demasiado independiente.

–¿Eso es posible?

–Lo diré de otra manera… Me preocupa que alejes a la gente, que no permitas que nadie se acerque.

Porque eso era lo que Finn había hecho.

–¡Pero si tú y yo tenemos una relación cercana! –protestó Beah.

–Porque yo insisto y sigo aporreando la puerta cuando tú la cierras de golpe.

No podía discutir con Keely.

Durante los últimos nueve años, ella había sido su estrella polar, su brújula, su piedra angular. No necesitaba nada más que saber que estaba de su lado.

–Te tengo a ti, Keels…

–Pero por muy fabulosa que yo sea…, no tengo un par de brazos grandes, una voz grave y un punto de vista masculino. Necesitas amor, Beah Jenkinson, y también necesitas sexo. ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una cita? Y no me digas que la última persona con la que tuviste sexo fue Finn Murphy…

No era tan patética. Había tenido sexo desde que se divorció de su ex. Aunque no muy a menudo, ni tampoco nada del otro mundo.

Beah miró el reloj e hizo una mueca. Si no se daba prisa, llegaría tarde, y ella nunca llegaba tarde. Se levantó y se guardó el bolso bajo el brazo. Era una excusa fantástica para poner fin a esa frustrante conversación.

–Tengo que irme, Keely. Paris Cummings odia la impuntualidad.

–Supongo que debería saber quién es Paris, pero no lo sé –dijo Keely, con tono enfadado.

–Es un coleccionista de arte muy importante y con mucho dinero. También es algo peculiar y gruñón –dijo dirigiéndose ya hacia la puerta. Paris Cummings era un coleccionista al que llevaba años persiguiendo, y era muy importante asistir a esa cena y ganarse a ese hombre tan obstinado.

Aunque eso significara sentarse a la misma mesa que su exmarido y fingir que no habían pasado años evitándose el uno al otro.

Le lanzó un beso a Keely a través de la pantalla y volvió a guardar el teléfono. Se colocó el bolso bajo el brazo y esbozó una sonrisa despreocupada hacia el espejo.

Ya no era la chica impulsiva que, a la semana de conocer a Finn Murphy, se había mudado a su lujoso apartamento y se había casado con él en Las Vegas.

Ahora era una mujer exitosa. Tenía confianza en sí misma y el control de su vida…

Al entrar en el restaurante de lujo, entregó su abrigo al maître con una sonrisa. Conteniendo el impulso de comprobar si estaba bien peinada, echó un vistazo al comedor. Como guiada por un imán, no tardó ni un segundo en encontrar a Finn entre las mesas. Él se giró en ese momento y sus miradas se encontraron.

Llevaba unas gafas de montura fina que enmarcaban sus ojos dándole un aire interesante. Su barba estaba cuidadosamente recortada y su cabello rubio oscuro lucía un poco más largo de lo que estaba acostumbrada a verle. Y su figura alta y musculosa se mostraba imponente en el traje a medida.

Se puso de pie con un gesto torpe, su camisa negra sin corbata contrastando con el verde de sus ojos, que la miraban con una intensidad abrumadora, como solía hacerlo en la intimidad, como si ella fuera un enigma que no comprendía pero que anhelaba resolver…

–¿Señora Jenkinson? El señor Murphy y sus acompañantes la están esperando –dijo el maître, indicándole con un gesto con la mano que podía pasar a la sala.

Haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma, Beah cruzó la estancia manteniendo una expresión neutra, aunque sabía que Finn Murphy no estaría precisamente encantado con su presencia. Tampoco es que a ella le hiciera mucha gracia el reencuentro…

 

Quince minutos antes

 

Tan solo era una cena más con un cliente en un restaurante elegante. Aunque la idea no le entusiasmaba, Finn había asistido a muchas similares como propietario de Murphy International.

No había razón para estar nervioso.

Levantó la mano de forma instintiva para aflojar la corbata que se le había olvidado ponerse, y maldijo en silencio al darse cuenta de que llevaba el cuello de la camisa abierto.

No estaba nervioso. Quizá estresado, debido a la inminente subasta de arte que su empresa estaba organizando, una de las más grandes de las últimas décadas. Era su responsabilidad garantizar que cada objeto, desde cuadros de grandes maestros antiguos hasta valiosas colecciones de jade, estuviera impecable y libre de dudas sobre su autenticidad. Había que revisar la procedencia de unos ochocientos artículos.

Si nunca se había puesto nervioso al saltar desde edificios altos o al esquiar en pistas difíciles, tampoco debería estarlo esperando a uno de los coleccionistas de arte más ricos del mundo.

Y a su esposa.

Exesposa, se corrigió a sí mismo.

Agarró su vaso de agua, pero lo dejó de nuevo en la mesa y tomó su copa de vino tinto, acercándola a los labios. Evitó mirar a Carrick, su hermano mayor, sabiendo que él podía ver más allá de su fachada despreocupada y detectar el caos que habitaba en su interior.

No quería admitir que la idea de ver a Beah, aunque solo fuera en una cena de negocios, lo ponía nervioso. Hacía años, habían estado unidos de forma muy íntima; ahora, eran poco más que conocidos que vivían cada uno a un lado del Atlántico.

–Respira hondo, Finn –le aconsejó Carrick–. Pareces un mono enjaulado…

–Estoy bien –respondió Finn, apretando los dientes y frunciendo el ceño–. Pero ya sabes que prefiero mantenerme al margen de estas cenas con clientes. No soy bueno para las charlas superficiales.

No mentía. Carrick y Ronan podían ser encantadores y persuasivos, pero Finn solía ser demasiado directo. Su franqueza era bien conocida en Murphy International, y había una razón por la que prefería trabajar en solitario, sumergiéndose en libros e investigaciones. Los objetos de arte, a diferencia de las personas, no respondían.

Y se enorgullecía de su reputación de cerebrito y solitario de Murphy.

–Estás aquí porque Cummings quiere conocerte. Al parecer, es fan de tu trabajo –dijo Carrick, mirándolo con una determinación que no admitía réplica.

Finn resopló con escepticismo.

–¿Fan? Ni que yo fuera una estrella de rock.

–Quedó impresionado por tu negativa a ceder, a pesar de las críticas de todos los especialistas en D’Arcy que insistían en que estabas equivocado.

Finn puso los ojos en blanco. Aquel asunto, en el que se había atrevido a desafiar la autoría de Ladrón en la noche, seguía persiguiéndolo. Recién graduado de la universidad con un doctorado en Historia del Arte, se atrevió a ir en contra de la corriente. Recibió críticas de todo tipo, pero se mantuvo firme en su postura. Las críticas no le afectaron entonces ni ahora. Su convicción era sólida y el tiempo demostró que tenía razón tras un año de análisis forenses. Aunque el propietario del D’Arcy no compartía su entusiasmo, Finn estaba seguro de que su lealtad debía estar siempre con la verdad y el arte, no con los propietarios.

–Cummings quedó fascinado por tu rigor y tu capacidad para soportar la presión –añadió Carrick.

Finn hizo girar el vino en el interior de su copa.

–No lamento haberme mantenido firme, aunque podría haberme ahorrado algunas tensiones innecesarias –admitió, recordando la arrogancia que lo caracterizaba en el pasado. Años atrás, alardeaba de su doble titulación y su fluidez en varios idiomas. Su actitud condescendiente no había sido de ayuda tampoco; más bien, había sido un tanto imprudente.

Con el paso del tiempo, un matrimonio fallido y años de reflexión, había aprendido a ser más humilde. Aunque seguía sobresaliendo en lo académico y deportivo, había reconocido su ineptitud en el terreno emocional. Los conceptos le eran sencillos, pero las personas… eran un enigma para él.

Al observar a su hermano, Finn notó la chispa entre Carrick y Sadie, la investigadora de arte con la que su hermano se había comprometido. La energía que fluía entre ellos era innegable y sus intercambios de miradas más que intensos. Ronan, el mediano de los Murphy, también se encontraba distraído por su atracción, según él inapropiada, hacia Joa, la niñera de sus hijos.

Las respectivas relaciones amorosas de sus hermanos los mantenía distraídos de las arriesgadas aficiones de Finn –como el salto BASE, el buceo con tiburones… –, lo cual le venía bien. No entendían su sed de adrenalina ni su impulso de ir más allá de lo convencional.

Él tampoco comprendía sus juegos con el amor y el compromiso, especialmente después de haber experimentado la pérdida y el desamor. Para Finn, entregar el corazón era la apuesta más arriesgada que uno podía hacer.

Había probado el amor con Beah, pero no se había atrevido a apostarlo todo. Como resultado, su matrimonio no había sobrevivido.

Carrick consultó la hora en su reloj.

–Cummings querrá hablar sobre arte contigo; está obsesionado con el tema. Mantén la calma con él. Solo intervendré si te noto… impaciente –le aconsejó Carrick, aunque Finn percibió que el término que realmente quería usar era «irritado».

Mantener un debate intelectual con un acaudalado coleccionista en presencia de Beah –quien todavía protagonizaba sus fantasías más íntimas– representaba un gran desafío para él.

–Me he enterado de que planeas irte de vacaciones en breve. ¿A dónde irás? –preguntó Carrick, dando un giro a la conversación.

–Iré a Colorado; a hacer escalada en el hielo.

Tres, dos, uno…

–¿Y eso es seguro? –preguntó Carrick, arrugando la frente con preocupación.

Para Finn, la seguridad era relativa. Si la escalada no implicara riesgos, probablemente no le interesaría. El atractivo de los deportes extremos residía en la incertidumbre, en el vértigo del peligro. Su corazón podía permanecer resguardado, pero su espíritu aventurero no conocía límites. En el filo del riesgo, se sentía plenamente vivo; la adrenalina, la concentración exigida, ayudaba a calmar su mente, proporcionándole un escape.

El subidón de dopamina era, simplemente, adictivo.

–¿No tienes miedo de que te suceda algo?

La pregunta de Carrick hizo que Finn reflexionara un momento. Claro que el riesgo era un factor presente, pero nunca permitía que el temor dictara sus acciones.

–Sabes que no podemos controlar el futuro, Carrick. Las cosas malas suceden –respondió con una filosofía curtida por experiencias pasadas.

Su hermano guardó silencio mirándolo fijamente; Finn sabía que en ese momento él estaría recordando todas las adversidades a las que los Murphy se habían enfrentado. A pesar de las riquezas y el éxito, las tragedias habían dejado cicatrices profundas en la familia. Sin embargo, habían sido capaces de superarlas manteniéndose unidos, forjando una resistencia que de manera individual no hubieran alcanzado.

Las experiencias del pasado habían moldeado a Finn, quien prefería el aislamiento emocional al riesgo de la vulnerabilidad que conlleva el amor. Mantener distancias era menos peligroso que entregarse por completo a alguien.

Finn relajó los hombros y regaló a su hermano una sonrisa que buscaba transmitir confianza.

–No te preocupes tanto, Carrick. Nada es seguro en la vida, así que lo mejor es vivir el presente sin temor al futuro. Además, planeo quedarme por aquí mucho tiempo, aunque solo sea para seguir dándoos a ti y a Ronan dolores de cabeza.

–Cummings ha llegado –indicó Carrick, levantándose–. Muéstrate diplomático.

Finn se puso de pie y se ajustó la chaqueta, ensayando una expresión amigable mientras su mirada seguía a la figura esbelta que cruzaba la sala. Pero fue la visión de una pelirroja conversando con el maître lo que capturó su atención. Los rizos rebeldes de Beah estaban recogidos en un moño apretado, su maquillaje impecable ocultaba las pecas que solían salpicar su rostro, y su silueta se veía más esbelta que hacía unos años.

Un nudo se formó en el estómago de Finn al verla. Beah se había transformado en una mujer de negocios de Londres, elegante y madura, exudando un atractivo indomable. Parecía diferente…

No pudo evitar preguntarse si quedaría algo de su impulsiva y creativa esposa.

«Exesposa», tuvo que recordarse Finn.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Beah recibió con una sonrisa el beso que Carrick depositó en su mejilla mientras le decía «buen trabajo» al oído. Ella había conseguido persuadir a Paris Cummings para que confiara en Murphy International para trasladar sus obras de arte, convenciéndolo de que eran la empresa ideal para desprenderse de algunas piezas, entre las que se incluía un Lowry.

Si bien aún no contaban con un contrato firmado, en el ámbito del arte los acuerdos más significativos y osados a menudo se sellaban con un simple apretón de manos. La confianza era la moneda de cambio.

Al día siguiente, Paris, Finn y ella examinarían juntos la colección en la residencia de Hyde Park, para decidir qué obras estaría dispuesto a vender Cummings y calcular los posibles beneficios que se sacarían. Sí, tendría que enfrentarse de nuevo a Finn, pero Beah estaba dispuesta a reunirse hasta con el mismísimo diablo con tal de asegurar un cliente de esa talla.

Siguió a Carrick y a Paris con la mirada mientras ambos se alejaban, sintiendo la presencia de Finn demasiado cerca, con el roce de su traje contra su hombro desnudo. El aroma familiar de Finn la envolvía, esa mezcla de frescura y peligro que le revolvía el estómago.

«Es por la segunda copa de prosecco», pensó. Pero en su fuero interno sabía que no era el vino lo que le embargaba los sentidos, sino la cercanía de Finn, su exmarido.

Mantener la compostura durante la cena había sido un suplicio. A duras penas había tocado la comida, hipersensible a la penetrante mirada de él, que la seguía en cada movimiento. No paraba de recordar cómo se sentía el tacto de sus manos sobre su piel… Sus anchos hombros, la camisa negra marcando un torso que conocía demasiado bien… La turbación que él le causaba –las aceleradas palpitaciones, el calor abrasador que le recorría el cuerpo– era exasperante. Ya no era la jovencita que se deleitaba en la pasión. No debería sentir nada por él. Ya no.

De manera instintiva, Beah comprobó su moño. Detestaba su cabello cuando estaba suelto, pues la hacía parecer más joven, desenfrenada. Recordaba a Finn enredando sus dedos entre sus rizos, respirando su esencia. Un recuerdo odioso y, al mismo tiempo, querido. Pero ahora siempre lo llevaba recogido, era más sencillo de controlar. Y el control era crucial.

–Estás guapa, Beah –dijo Finn, rompiendo el silencio.

Al oír el elogio, ella alzó la vista y sus ojos se encontraron con los de él. A simple vista parecía tranquilo, sofisticado y distinguido. Pero Beah podía percibir la tensión en su sonrisa forzada y en cómo se tensaban sus hombros. Sabía que él detestaba ese tipo de eventos tanto como ella, aunque por razones distintas.

Intentó devolverle el cumplido, pero se contuvo. ¿Para qué? Intercambiarían unas palabras y rápidamente se quedarían sin conversación. Nunca habían destacado por su habilidad para el diálogo.

–No hay necesidad de trivialidades –dijo ella finalmente.

La mirada de Finn se ensombreció de irritación.