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Matrimonio por sorpresa Sander Volakis siempre se salía con la suya. Se había hecho un sitio en el mundo de los negocios sin depender de la fortuna familiar y disfrutaba de libertad para vivir como le complacía. No tenía intención de casarse… Tampoco le interesaban los fines de semana en el campo, pero acudió a Westgrave Manor para hacerle un favor a su padre. Y estaba resultando ser un aburrimiento… hasta que se encontró con Tally Spencer, tan guapa, tan voluptuosa, que no pudo resistirse a la tentación. Sander estaba deseando seducirla, sin saber que su única noche de pasión con la inocente Tally podría ser el fin de su vida de playboy. Tempestuoso reencuentro Tally Spencer era una chica normal, sin experiencia en relaciones sentimentales, y Sander Volakis, un magnate griego increíblemente apuesto. ¿Qué podían tener en común? Poco, salvo una increíble atracción sexual. Pero después de casarse, Tally descubrió que Sander había sido engañado para llevarla al altar. Cuando creían que su apresurado matrimonio se había roto, Tally y Sander volvieron a reunirse y la pasión entre ellos fue tan poderosa como antes. Sin embargo, Sander tenía oscuras razones para quererla en su cama de nuevo, y también Tally ocultaba un terrible secreto…
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Seitenzahl: 348
Veröffentlichungsjahr: 2020
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Lynne Graham
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio por sorpresa, n.º 293 - julio 2020
Título original: The Marriage Betrayal
© 2011 Lynne Graham
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Tempestuoso reencuentro
Título original: Bride for Real
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-1348-742-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Matrimonio por sorpresa
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Tempestuoso reencuentro
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Si te ha gustado este libro…
–No me interesa pasar un fin de semana en el campo –afirmó Sander Volakis, sin la menor vacilación.
Petros Volakis sonrió diplomáticamente, deseando por enésima vez desde la muerte de su primogénito haber dedicado más tiempo y atención a la educación de su hijo pequeño. Después de todo, Lysander, Sander para sus amigos, era un hijo del que cualquier padre estaría orgulloso.
Tremendamente apuesto y atlético, Sander tenía una buena cabeza para los negocios y, gracias a su talento, había levantado una empresa millonaria incluso sin el apoyo familiar. Desgraciadamente, Sander también tenía una cara oscura, un temperamento apasionado y una vena salvaje. Era obstinado como una mula, arrogante y totalmente independiente; un individuo extrovertido en una familia muy conservadora.
Las peleas entre padre e hijo habían sido inevitables porque Sander se salía con la suya… siempre. La desaprobación paterna no significaba nada para él pero tras la muerte de Titos, su hermano mayor, la necesidad de tender puentes había sido ineludible, pensó Petros con tristeza.
–Los padres de Eleni están muy interesados en que vayas. Y no es culpa suya que tu hermano muriese en el accidente y que su prometida sobreviviera…
Sander levantó una imperiosa ceja.
–Eleni Ziakis tuvo suerte de escapar sin cargos de conducción temeraria…
–Estaba nevando, era de noche y la carretera era peligrosa –le recordó su padre–. Ten un poco de compasión por los errores humanos, hijo. Eleni se quedó desolada por la muerte de Titos.
No tan desolada como para no flirtear con su hermano pequeño unas semanas después del funeral, pensó Sander. Pero se guardó esa información para sí, sabiendo que su padre le diría que había interpretado mal la actitud de Eleni.
Aunque sólo habían pasado seis meses desde la muerte de Titos, ese trágico evento había cambiado por completo el futuro de Sander. Como único heredero del famoso armador Petros Volakis, a partir de la muerte de su hermano era considerado mucho mejor partido que cuando era sólo un inconformista que trabajaba por su cuenta.
–La relación entre nuestras familias volverá a ser la misma si aceptas la invitación –insistió Petros.
Sander apretó los dientes. No le gustaba verse obligado a hacer nada. Le gustaba su vida tal y como era y se preguntaba si sus padres tendrían la ridícula idea de casarlo con Eleni para unir las dos navieras. Eleni era una mujer preciosa y llena de talento pero Sander, a los veinticinco años, no tenía el menor deseo de casarse. Y su vida privada, que aparecía a menudo en las revistas del corazón, seguía siendo tan interesante y aventurera como siempre.
–Te lo agradecería mucho, hijo –dijo su padre entonces.
Sander lo observó, notando las arrugas que el dolor por la muerte de su primogénito había marcado en su rostro. Era un cargo de conciencia, pero no quería tener que llenar el hueco que Titos había dejado. Habiendo sido el favorito desde que nació, sería imposible ocupar el sitio de su hermano mayor.
Sander siempre se había negado a competir con él porque desde muy joven había notado que a sus padres les molestaba que tuviera más éxito. ¿Pero qué importaba un fin de semana si eso los hacía felices?
–Muy bien, de acuerdo. Iré… pero sólo esta vez.
–Gracias. Tu madre se sentirá muy aliviada –dijo su padre–. Seguramente te encontrarás con amigos en Westgrave Manor y, sin la menor duda, también harás contactos que te vendrán bien –siguió Petros, sabiendo que eso era lo único que podía animar a su hijo.
Sander subió al segundo piso de la casa de Atenas para visitar a su madre, Eirene. Pero mientras subía sonó su móvil y en la pantalla vio el nombre de Lina, su amante del momento. Era la tercera llamada desde que se marchó de Londres.
Irritado, apagó el móvil, decidido a cortar con ella a la menor oportunidad. Pero su conciencia no lo dejaba tranquilo.
¿Qué era lo que hacía que las mujeres pasaran de divertidas amantes a mujeres predecibles en busca de un compromiso en el que él había dejado claro desde el principio que no estaba interesado?
Como siempre, su madre se lamentó por la muerte de Tito como si hubiera ocurrido el día anterior. Sander soportó que llorase sobre su pecho y le reprochase sus defectos, en comparación con su perfecto hermano mayor, antes de despedirse para ir al aeropuerto y a la libertad que tanto disfrutaba.
Pasarían unos meses hasta que volviese a Atenas; volver a casa siempre era deprimente para él.
–Por supuesto que debes ir. Es una oportunidad para conocer mejor a tu hermanastra –afirmó Binkie, contenta ante la idea de que Tally pudiera disfrutar de un lujoso fin de semana en el campo–. Además, te vendría bien un descanso después de tanto estudiar.
No le sorprendía que Binkie viera la invitación como una oportunidad, pero Tally no le dijo que la llamada de su padre había sido una sorpresa desagradable para ella.
Apartando los rizos rubios de la cara, sus ojos verdes recelosos, dejó escapar un suspiro.
–No es tan sencillo. Tengo la impresión de que mi padre sólo quiere que vaya para que vigile a Cosima y…
–¿Él te ha dicho eso? –la interrumpió Binkie.
–No exactamente.
–Bueno, ¿y no crees que podría ser cosa de tu imaginación? Sí, ya sé que tu padre no suele llamar a menudo, pero no deberías pensar mal de él. Tal vez sólo quiere que sus dos hijas se conozcan más.
–Tengo veinte años y Cosima diecisiete. Si eso es lo que quiere, ¿por qué ha esperado tanto tiempo?
Tally había respondido con cierta brusquedad porque, después de toda una vida de decepciones y rechazos, era relativamente cínica en lo que se refería a su padre.
Binkie suspiró.
–Tal vez se ha dado cuenta de que cometió un error. La gente suele ablandarse con los años.
Para no mostrarse amargada ante la mujer que era lo más parecido a una madre para ella, Tally no dijo nada. Binkie… la señora Binkiewicz, una viuda polaca, había cuidado de ella desde que era niña y pronto se hizo cargo también de la casa en la que vivían.
Anatole Karydas era un poderoso empresario griego que había ignorado la existencia de su hija desde que nació. Odiaba a la madre de Tally, Crystal, y Tally había pagado el precio de esa hostilidad. Crystal era una famosa modelo, comprometida con Anatole cuando se quedó embarazada…
«¡Pues claro que lo había planeado!», había admitido su madre en un momento de honestidad. «Tu padre y yo llevábamos un año comprometidos pero yo no le gustaba a su preciosa familia y me di cuenta de que el compromiso empezaba a enfriarse».
Como, en medio de tan delicada situación, Crystal había engañado a su padre con otro hombre, Tally entendía la actitud de Anatole Karydas.
La verdad era que sus padres eran tan diferentes que no entendía cómo podían haberse comprometido. Anatole, desgraciadamente, jamás había podido perdonarle esa humillación, ni las entrevistas que Crystal había dado después de la ruptura hablando mal de él.
Por supuesto, también había cuestionado la paternidad del hijo que Crystal esperaba y, al final, su madre había tenido que llevarlo a juicio para conseguir una pensión. Y, aunque su padre tuvo que pagar, Tally había cumplido once años antes de que aceptase conocerla.
Para entonces, Anatole se había casado con una mujer griega llamada Ariadne con quien tuvo otra hija, Cosima. Tally siempre se había sentido como una intrusa, sin el apoyo paterno que cualquier niño necesitaba. De hecho, podía contar con los dedos de una mano el número de veces que había visto a su padre.
Pero, nueve años después, a punto de terminar su carrera de Decoración y Diseño de Interiores, Tally era consciente de que Anatole Karydas había pagado su educación y se lo agradecía porque su madre nunca había sido capaz de llegar a fin de mes.
–Te cae bien Cosima –le recordó Binkie–. Te alegraste mucho cuando te invitó a su fiesta de cumpleaños el año pasado.
–Eso fue diferente, entonces yo era una invitada más –replicó Tally–. Pero mi padre me ha dejado claro por teléfono que debo acompañar a Cosima este fin de semana para evitar que se meta en líos. Por lo visto, últimamente bebe demasiado y sale con un hombre que a él no le gusta.
–Cosima es menor de edad. Es normal que esté preocupado.
–Pero no sé qué puedo hacer yo. No creo que Cosima vaya a hacerme caso –Tally suspiró–. Es mucho más sofisticada que yo y mucho más testaruda.
–Pero es estupendo que tu padre confíe en ti, ¿no? Y si a Cosima le caes bien…
–No le caeré nada bien si me meto en su vida, eso seguro.
En realidad, después de un par de encuentros organizados, sobre todo para satisfacer la curiosidad de Cosima, Tally era la que estaba intrigada por su hermanastra, que solía aparecer en las revistas del corazón con los ricos y famosos. No tenían nada en común, ni en aspecto físico ni en personalidad, y vivían en mundos diferentes. Cosima era la hija querida y mimada de un hombre muy rico. Llevaba joyas y vestidos de diseño y acudía a las fiestas más exclusivas.
La dura realidad que había conformado la personalidad de Tally nunca había tocado a Cosima, que había vivido siempre rodeada de privilegios. Cosima nunca había tenido que lidiar con facturas impagadas o con una madre que, cuando la despensa estaba vacía, se compraba un vestido nuevo en lugar de intentar ahorrar dinero. Sólo el techo sobre sus cabezas era seguro porque el ático en el que Tally vivía con su madre y Binkie era una propiedad que su padre les había cedido.
Y allí fue a buscarla una limusina una semana después. Después de darle al chófer su bolsa de viaje, Tally subió al coche y su hermanastra la miró de arriba abajo.
–No me gusta esa ropa –dijo Cosima, mirando el impermeable y los vaqueros con gesto de desagrado.
–Tengo ropa para ir a clase y dos trajes de chaqueta que compré para hacer las prácticas el año pasado –replicó Tally, molesta.
Cosima era una chica muy guapa de largo pelo negro y enormes ojos castaños, su esbelta figura destacada por una minifalda y unos zapatos de tacón de aguja.
–Podrías haberte arreglado un poco más.
–¿Por qué? Vamos al campo.
–Pero algunos de los solteros más cotizados de Londres estarán este fin de semana en Westgrave Manor –replicó Cosima antes de soltar una carcajada–. ¡No pongas esa cara! Sólo estaba imitando a mi padre.
–¿Por qué?
–A mi padre le encantaría casarme con algún tipo rico para dejar de preocuparse por mí, pero ya tengo novio.
–¿Quién es? –preguntó Tally, intentando disimular que la visible diferencia entre su ropa y la de Cosima le avergonzaba.
–Se llama Chaz y es DJ –respondió su hermanastra. Pero luego apartó la mirada, como diciendo que no estaba dispuesta a contar nada más–. ¿Tú sales con alguien?
–No, ahora mismo no –Tally llevaba mucho tiempo sin salir con nadie, pero odiaba que hombres a los que apenas conocía intentasen tocarla, y más todavía cuando esos hombres estaban borrachos. Encontrar un hombre sobrio por la noche, había descubierto, no era tarea fácil.
Haber sido criada por una mujer tan religiosa como Binkie la había colocado un paso atrás con respecto a sus contemporáneas, pero después de haber sufrido la agitada vida amorosa de su madre, Tally prefería la personalidad de Binkie.
Aunque ya había cumplido los cuarenta, Crystal seguía siendo una mujer muy guapa, pero sus relaciones no duraban mucho y Tally había decidido mucho tiempo atrás que ella quería algo más que pasar un buen rato o encontrar un hombre forrado de dinero. Y no le importaba nada dormir sola hasta que encontrase lo que buscaba.
El móvil de Cosima sonó en ese momento y su hermanastra se puso a hablar en griego a toda velocidad. Tally, que a pesar de haberlo estudiado por las tardes durante varios años aún no dominaba el idioma, se dedicó a mirar por la ventanilla.
La limusina estaba entrando por un camino privado cuando por fin Cosima cortó la comunicación y se volvió hacia ella.
–No voy a decirles a mis amigos quién eres –anunció–. Siento mucho si eso te ofende, pero así es la vida. Si mi padre hubiese querido reconocerte como hija, te habría dado su apellido.
En respuesta a un comentario tan hiriente, Tally se puso pálida.
–Entonces, ¿quién voy a ser este fin de semana?
–Seguirás siendo Tally Spencer porque nadie conoce ese nombre. La gente no se acuerda de que mi padre estuvo comprometido con otra mujer y a mí no me gusta airear trapos sucios –su hermanastra se quedó pensando un momento, sin percatarse de lo hirientes que eran sus afirmaciones–. Yo creo que lo mejor sería decir que trabajas para mí.
Tally tuvo que morderse la lengua.
–¿Trabajar para ti como qué? –le preguntó.
Cosima arrugó su delicada nariz.
–Podríamos decir que eres mi ayudante personal.
–¿Tu ayudante personal?
–Sí, claro. Te encargas de las compras, las invitaciones y esas cosas. Algunos de mis amigos tienen ayudantes personales y, además, sólo estás aquí porque mi padre dijo que no podía venir sola –se quejó Cosima, con tono petulante.
Tally asintió con la cabeza. También ella tenía su carácter, pero siempre atemperado por el sentido común y por la intrínseca tolerancia hacia las personalidades más… inestables. Cosima no quería hacerle daño, sencillamente era una niña mimada acostumbrada a que todo el mundo hiciera lo que ella quería y no la habían educado para que viese a Tally como una hermana de verdad.
–Pero como empleada estaré excluida de todas las actividades y no podré cuidar de ti.
–¿Por qué ibas a cuidar de mí? Yo sé cuidarme sola. Además, estarías fuera de tu elemento entre mis amigos.
–Intentaré no avergonzarte –dijo Tally, irónica–. Pero le prometí a tu padre que cuidaría de ti y si no vas a dejar que lo haga, lo mejor es que vuelva a mi casa…
–No, no. Mi padre se pondría furioso –la interrumpió Cosima–. De verdad, no puedo creer que estemos emparentadas. ¡Mira que eres aburrida!
–Yo no soy aburrida –intentó defenderse Tally.
El lujoso coche se detuvo frente a una mansión de estilo victoriano rodeada por acres y acres de precioso jardín.
–¿No es una ironía que me recuerdes a mi padre? Te pareces físicamente a él, además. Tienes su misma nariz y eres bajita y gordita. ¡Menos mal que yo me parezco a mi madre!
¿Gordita? Tally tuvo que apretar los dientes. Ella tenía figura de guitarra; una figura curvilínea de pechos grandes y caderas marcadas, pero no era gordita. Bajita sí, eso era verdad. Medía un metro cincuenta y seis, de modo que no podía llevarle la contraria.
Cuando bajó del coche vio a su hermanastra, más alta y más esbelta, saludando a una elegante chica morena en la puerta.
–Eleni Ziakis, nuestra anfitriona. Tally Spencer, mi ayudante personal –anunció.
Un grupo de risueñas chicas rodeó a Cosima y Tally tuvo que seguir al ama de llaves al piso de arriba. Pero cuando su hermanastra se reunió con ellas y la vio abriendo su bolsa de viaje sobre una de las dos camas de la habitación, se volvió hacia el ama de llaves, indignada.
–¡Yo no voy a compartir habitación con nadie!
La mujer le explicó que ese fin de semana todas las habitaciones estaban ocupadas pero, por fin, ante la insistencia de Cosima, acompañó a Tally al piso de arriba para alojarla con una chica del servicio… que no disimuló su enfado al ver a una extraña invadiendo su terreno.
Sabiendo que no era bienvenida, Tally no se molestó en sacar sus cosas de la bolsa de viaje y se dirigió a la escalera para reunirse con su caprichosa hermanastra.
Cuando llegó al pasillo del segundo piso, un hombre muy alto de hombros anchos y mojado pelo oscuro salió de una habitación. Y Tally se quedó helada porque sólo llevaba una toalla a la cintura.
Lo que no estaba cubierto por la toalla era impresionante. Debía de medir más de metro ochenta y cinco y tenía los abdominales de un atleta. Era, sin la menor duda, el hombre más guapo que había visto nunca: ojos de un tono castaño claro, casi dorado, pómulos prominentes, piel bronceada y una boca de labios sensuales.
Que necesitara un buen afeitado aumentaba su atractivo y Tally se quedó helada al descubrir que no podía apartar los ojos de él.
–Acabo de llegar y estoy demasiado hambriento como para esperar a la hora de la cena. Quiero sándwiches y café –anunció, sus ojos dorados clavados en aquella chica tan guapa, aunque no fuera de su estilo–. ¿Sería posible?
–Seguro que sí, pero…
–No he podido localizar a nadie por el teléfono interior, pero lo he intentado –la interrumpió él, con una sonrisa que lo hacía aún más atractivo.
–Yo no trabajo aquí –dijo Tally por fin.
–¿Ah, no?
Aparte de guapa, parecía simpática. Tenía una piel preciosa y su melena rizada era muy inusual. Sus ojos eran del color de los tréboles, tenía pecas en la nariz y sus labios carnosos eran una delicia. Resultaba muy… natural. Y eso no era algo a lo que estuviera acostumbrado. Además, era evidente que no se tomaba a sí misma muy en serio porque ninguna de sus amigas se pondría esos vaqueros y esa camiseta de color caqui.
Por otro lado, tenía una figura extraordinariamente voluptuosa… donde tenía que serlo. Su mirada oscura se clavó en la curva de sus pechos. Sí, era perfecta. A él le gustaban las mujeres que parecían mujeres, no esas chicas flacas que parecían chicos.
–No trabajo aquí pero tampoco soy una invitada exactamente. He venido para cuidar de una de las invitadas más jóvenes… –Tally tuvo que tragar saliva. No sabía por qué, pero la mirada de aquel hombre le hacía sentir un cosquilleo entre las piernas al que no estaba acostumbrada–. Si veo a alguien del servicio, le diré que suba.
–Soy Sander Volakis, por cierto –se presentó él, sus ojos clavados en ella como los de un halcón en su presa.
Era diferente a las chicas que conocía y, después de haber roto con su última amante debido a sus insistentes demandas de atención, estaba de humor para algo diferente. Alguien menos caprichoso y mimado, una mujer que pudiese apreciar su interés sin querer convertir una simple aventura en el romance del siglo. Una chica trabajadora sería un buen cambio, pensó. Nada que ver con las modelos y aspirantes a actrices con las que solía salir.
Si no tenía interés en los proverbiales quince minutos de fama sería digna de confianza y seguramente no vendería su historia a las revistas como habían hecho otras. Algo que él odiaba profundamente.
Tally asintió con la cabeza. No reconocía el nombre pero le gustaba su acento.
–Encantada, Sander.
–¿Y tú eres…?
–Tally Spencer.
–¿Y Tally es el diminutivo de…?
La gente no solía preguntar y, con desgana, Tally tuvo que admitir:
–De Tallulah.
Sander sonrió, divertido.
–Yo me llamo Lysander –le confesó–. ¿En qué estarían pensando nuestros padres?
Tan sorprendida se quedó Tally después de aquel encuentro que estuvo a punto de chocar con una columna del pasillo. Sacudiendo la cabeza para aclarar sus ideas, bajó la escalera riendo al recordar que se había quedado como hipnotizada por Sander Volakis.
Por lo visto, era más susceptible a los hombres guapos de lo que había pensado. No le hacía mucha gracia la reacción de su cuerpo… no, de hecho le irritaba y le avergonzaba. Ningún hombre la había hecho sentir eso. Pero Lysander Volakis, griego, llamado así por un general espartano y con el físico de un general espartano, no era un hombre como los demás.
Suspirando, encontró a alguien del servicio y le pasó la nota sobre los sándwiches y el café.
Luego se dirigió al salón, donde Cosima estaba en medio de un grupo de chicas. Y no hizo falta la mirada de advertencia de su hermanastra para saber que no había sitio para ella entre ese grupo de niñatas. Todas tenían una copa en la mano y Tally se preguntó si Cosima estaría bebiendo… y si a su padre no le importaría que una chica menor de edad bebiese alcohol. Pero, para no discutir con su hermanastra, decidió salir a explorar el jardín.
Eleni Ziakis, la prometida de su difunto hermano, le llevó café y sándwiches a la habitación… y luego se quedó inmóvil, como si sus piernas se hubieran vuelto de piedra. Tan interesada estaba la morena en atenderlo, pendiente de sus palabras como si fueran el Evangelio, que Sander perdió el apetito.
Aquél empezaba a convertirse en un fin de semana infernal, decidió cuando por fin Eleni salió de su habitación. Los Ziakis no estaban allí para hacer de anfitriones y sólo había una pandilla de adolescentes correteando de un sitio a otro, entre ellas la hermana pequeña de Eleni, Kyra.
Sander se había encontrado con dos ex novias en cuanto llegó y, aunque se alegró de ver a una de ellas, ver a Birgit Marceau no le hizo ninguna gracia. Birgit, la tempestuosa hija de un magnate francés de la construcción, se había tomado su breve aventura del año anterior demasiado en serio y estaba dolida con él. Y aunque Sander sabía que no había hecho nada malo, se sentía incómodo con los ojos tristes de Birgit siguiéndolo por todas partes.
Tally estuvo una hora explorando el jardín antes de terminar en los establos. Los mozos le ofrecieron montar a una yegua muy tranquila, pero tuvo que decir que no porque no sabía montar a caballo. Aunque le encantaría aprender. Crystal había insistido en que hiciera ballet, algo que Tally odiaba, pero se había negado a que su hija, a quien ella veía como un chicazo, tomase clases de equitación.
Como no le interesaban la ropa, el dinero o los hombres, Tally no tenía mucho en común con su madre. Su decisión de vivir dentro de sus posibilidades y sus sueños de tener algún día una empresa de decoración eran algo extraño para Crystal, que odiaba ajustarse a un presupuesto y esperaba que los hombres la mantuviesen. El entusiasmo de Tally por la vida y su energía también eran algo extraño para su indolente madre.
–¿Dónde has estado? –le espetó Cosima cuando entró en el salón.
–Fuera, viendo a los caballos.
Cosima arrugó la nariz.
–¡Desde luego, puedo olerlo!
–Me daré una ducha antes de cenar –Tally se dirigió alegremente a la escalera… justo cuando Sander bajaba, guapísimo con un pantalón de sport y una camisa.
–Veo que has estado dando un paseo.
Estaba despeinada y tenía las mejillas coloradas. Parecía más sensual, más llena de vida que antes. Y le encantaba que no le importase su aspecto.
–He estado saludando a los caballos –le contó Tally, mirando esos ojos dorados rodeados de largas pestañas. De cerca era tan guapo que se le doblaban las rodillas.
–Tal vez ahora que te has tomado un descanso podrías planchar la ropa de Cosima. Mis empleados están muy ocupados este fin de semana –escucharon una voz femenina tras ellos.
Era su anfitriona, Eleni Ziakis.
–¿Por qué iba a planchar la ropa de Cosima? –preguntó Tally–. No soy su criada.
–No, no lo es –dijo su hermanastra.
Sander suspiró, impaciente. Estaba claro que Eleni había notado su interés por Tally y se alejó antes de que su presencia provocase más problemas.
Mujeres, pensó, exasperado, no se podía vivir ni con ellas ni sin ellas. Pero no pudo evitar girar la cabeza para mirar el redondo trasero de Tally mientras subía por la escalera… y la súbita tensión en su entrepierna le dijo que llevaba demasiado tiempo sin sexo.
Pero la sonrisa de aquella chica, y que apartase tímidamente la mirada, le decía que el interés era mutuo. No dormiría solo esa noche, pensó.
–¿De qué conoces a Sander Volakis, Tally? –le preguntó Cosima cuando se quedaron solas.
–Me lo he encontrado antes en el pasillo.
–Pues parece que a Eleni le ha molestado. Estuvo prometida con el hermano de Sander, Titos, pero el pobre murió en un accidente de coche el año pasado. Creo que Eleni sigue interesada en esa familia, pero lo tiene muy crudo porque Sander es un mujeriego.
Tally intentó esconder su interés.
–¿Ah, sí?
–Sale con una chica diferente cada mes. No pierdas el tiempo –le advirtió Cosima–. Todo el mundo sueña con casarse con Sander, pero es imposible.
–Yo no tengo ningún interés en él. Acabo de conocerlo.
No era verdad y saber que estaba mintiendo, algo a lo que no estaba acostumbrada, le molestó. Ella tenía suficiente sentido común como para no sentirse atraída por un hombre rico y arrogante que jugaba con las mujeres.
–No quiero menospreciarte, pero tú no eres su tipo. A Sander le gustan las modelos –siguió Cosima–. Tiene fama de ser…
–Ya te he dicho que no estoy interesada –la interrumpió Tally.
Su hermanastra ni siquiera intentó disimular una expresión de sorna.
–Si yo tuviera alguna posibilidad, no le diría que no. Y a mi padre le encantaría. Sander es un soltero de oro y la chica que lo lleve al altar será muy afortunada.
–Supongo que es rico, claro –dijo Tally, enfadada consigo misma. El orgullo le decía que dejase el tema, pero la curiosidad era más fuerte que ella.
–Dicen que ganó su primer millón antes de terminar la carrera y, además, hay que tener en consideración la fortuna de su familia –respondió Cosima, con un brillo de avaricia en los ojos–. Son armadores, los más ricos de Grecia según dicen.
Tally, de repente, sintió pena por Sander Volakis. Evidentemente, su dinero y su familia lo convertían en objetivo de mujeres ambiciosas y buscavidas de todo tipo. Le parecía una ironía que Cosima, que nunca había tenido que preocuparse por el precio de nada, estuviera tan obsesionada por el dinero de los demás. Pero así eran las cosas; su hermanastra medía a la gente por el estado de su cuenta corriente y estaba claro en qué escalón la colocaba a ella.
En cualquier caso, cuando sacó un vestido arrugado de la maleta, Tally se compadeció de ella. Cosima no había planchado una prenda en toda su vida pero parecía dispuesta a aprender. Por primera vez, Tally se sintió como una hermana de verdad y acabaron muertas de risa con los patéticos esfuerzos de Cosima.
–¿Qué vas a ponerte tú para la cena?
–No lo sé, no tengo muchos vestidos.
–Yo te prestaría alguno de los míos, pero… –su hermanastra hizo una mueca. Cosima era alta y delgada, mientras que ella era bajita y voluptuosa. Jamás podrían compartir ropa.
–No pasa nada.
Habiendo crecido con una madre alta y esbelta que intentó ponerla a dieta a los nueve años, Tally estaba acostumbrada. Binkie, con su habitual tacto, había tenido que convencer a Crystal de que ninguna dieta conseguiría que tuviese el mismo aspecto que ella.
De modo que se puso un vestido negro comprado en las rebajas. Lo había comprado porque servía para cualquier ocasión, pero parecería un cuervo en medio de una bandada de pájaros exóticos.
Y, por primera vez, al mirarse al espejo Tally experimentó cierto anhelo por los atributos que no poseía. ¿Qué cruel jugarreta del destino le había dado una masa loca de rizos, pecas en la nariz y unos pechos como melones en lugar de una melena lisa y proporciones más femeninas?
Binkie había intentado inculcarle que el aspecto físico no era importante, pero Tally sabía que vivía en un mundo donde la apariencia lo era todo. Importaba cuando ibas a una entrevista de trabajo e importaba más cuando querías atraer a un hombre.
¿Quería ella atraer a un mujeriego?, se preguntó. Tally se regañó a sí misma por ser tan superficial mientras bajaba al comedor detrás de su alegre hermanastra.
Sander estaba sentado al lado de Eleni Ziakis, que llevaba un precioso vestido blanco con un hombro al aire, y Tally intentó no animarse al ver que parecía aburrido.
Pero Cosima no era buena compañía precisamente porque no paraba de reír con sus amigas, diciéndose cositas al oído y enviando y recibiendo mensajes de texto todo el tiempo.
Cuando la cena terminó, Eleni anunció que se servirían copas en el salón.
–Yo me voy a dormir –Cosima intentó disimular un bostezo–. Tengo sueño y mañana hay una gran fiesta.
Dejar de hacer el papel de carabina fue un alivio para Tally y, pensando en la novela que había llevado con ella, se dirigía a la escalera cuando Sander se interpuso en su camino.
–Hola…
Tally tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
–Hola.
–Vamos a tomar una copa –sugirió él, mirando sus generosos labios y los voluptuosos pechos que el vestido destacaba.
–Yo estaba pensando irme a la cama… –empezó a decir ella, aunque sentía la tentación de decir que sí.
Pero al ver un brillo de confianza en los ojos dorados, se dio cuenta de que Sander Volakis esperaba que pasara la noche con él. En ese momento, vio a Eleni Ziakis mirándolos desde la puerta del salón y sintió que le ardían las mejillas.
–Gracias, pero no.
Sorprendido por la negativa, Sander frunció el ceño.
–¿Por qué no?
–Me apetece leer un rato antes de dormir –respondió ella.
Como Sander no parecía saber qué decir, seguramente porque nunca le habían dicho que no, Tally subió a su habitación y, agradeciendo que su desagradable compañera de cuarto no estuviera por allí, se metió en la cama con su novela.
Las aventuras de la heroína, que parecía atraer a una innumerable cantidad de hombres, a ninguno de los cuales quería, aburrieron a Tally y, finalmente, dejó a un lado la novela para apagar la luz.
Pero no era capaz de conciliar el sueño. No dejaba de pensar en la invitación de Sander, preguntándose por qué le había dicho que no de manera tan antipática. En fin, lo que estaba claro era que no volvería a pedírselo.
Que se acercase a ella cuando había tantas chicas guapas en la casa le había sorprendido. Ella no llevaba la ropa adecuada, ni tenía el acento adecuado, ni pertenecía a la familia adecuada. ¿Por qué la había elegido a ella precisamente? ¿Podría haber pensado que se sentiría halagada, impresionada? ¿O pensaba eso por su baja autoestima?
Después de todo, un hombre rico, guapo y sofisticado le había pedido que pasaran un rato juntos y ella lo había rechazado porque no estaba preparada y porque, en el fondo, era tan insegura que pensó que tendría algún motivo oculto para hacerlo.
Era patético, pensó, enfadada consigo misma.
Se quedó dormida deseando haber dicho que sí, deseando que Sander volviera a pedírselo…
Tally despertó poco después, sobresaltada, para ver a su compañera de cuarto buscando algo en un cajón.
–Perdona, no quería despertarte…
–No importa –murmuró, medio dormida.
Al sentarse en la cama, Tally vio un neceser en el suelo, al lado de la puerta. Era de Cosima y su hermanastra debía de estar buscándolo, de modo que se levantó de la cama y se puso un albornoz para llevarlo a su habitación.
Llamó suavemente a la puerta con los nudillos y, al no recibir respuesta, asomó la cabeza en la habitación.
–¿Cosima?
La luz estaba encendida, pero su hermanastra no estaba en la cama. Tally dejó el neceser sobre la cómoda y se asomó al cuarto de baño, pero tampoco estaba allí.
Cuando volvía a su habitación le pareció escuchar la voz de su hermanastra en el piso de abajo. Y sonaba extrañamente estridente. Acercándose a la barandilla de la escalera, Tally miró hacia abajo…
Y se quedó helada al ver a Sander Volakis llevando a Cosima hacia la escalera. ¿Habrían estado juntos en el jardín?
«Si yo tuviera alguna posibilidad, no le diría que no», recordó las palabras de Cosima.
¿Le habría dicho que sí cuando ella le había dicho que no?, se preguntó.
Pero no tuvo tiempo para seguir pensando porque Cosima subía parloteando por la escalera. Tenía hipo, se le había corrido el maquillaje y llevaba una falda tan corta que apenas le tapaba los muslos.
Estaba claro que había bebido demasiado y, como resultado, apenas podía caminar.
Atónita, Tally corrió escaleras abajo para averiguar qué había pasado…
–¿Que le has hecho? –exclamó Tally, furiosa.
Sander Volakis la fulminó con la mirada.
–Yo no le he hecho nada. Y no tengo por qué darte explicaciones.
Tally se cruzó de brazos, interponiéndose en su camino.
–Yo creo que sí. Parece que Cosima ha estado bebiendo… ¿es que no sabes que es menor de edad?
–¿No se supone que eras tú la que debía cuidar de ella? –le espetó Sander–. Pues lo estás haciendo de pena.
Tally se sintió mortificada. Evidentemente, Cosima la había engañado al decir que se iba a la cama. Y después de darle esquinazo se había ido de fiesta con Sander.
Eleni Ziakis se acercó entonces y estaba mirándola con una ceja levantada cuando apareció su hermana pequeña.
–Kyra, lleva a Cosima a la cama, por favor. Evidentemente, ha bebido demasiado –dijo Eleni cuando su hermana desapareció escaleras arriba– pero no me parece buena idea montar una escena, señorita Spencer…
Tally apretó los labios.
–No sabía que estuviera montando una escena. Sencillamente, quiero saber qué ha pasado.
–Cosima no está en condiciones de contárselo y sus padres no querrían que esto se supiera –dijo Eleni, mientras Kyra se llevaba a Cosima a la habitación.
Sander abrió una puerta al otro lado del vestíbulo.
–Ven, Tally. Hablaremos aquí.
Evidentemente, se sentía ofendido porque no estaba acostumbrado a que nadie le llamase la atención. Tally sospechaba que tenía un carácter volcánico. Y algo que previamente había odiado en su impulsiva y a menudo porfiada madre de repente le pareció fascinante.
–No es necesario, Sander –intervino Eleni–. La señorita Spencer no tiene derecho a pedir explicaciones.
–Yo me encargo de esto –replico él, haciéndole un gesto a Tally para que entrase con él en el estudio y cerrando la puerta en las narices de su anfitriona.
–¿Adónde has llevado a Cosima? –le preguntó ella.
–No la he llevado a ningún sitio. ¿Por qué iba a hacerlo? Para mí es una niña –Sander dejó escapar un suspiro–. Creo que sus amigas y ella llamaron a un taxi para ir al pub del pueblo. Cuando llegué, el camarero se negaba a servirles más copas sin una prueba de que eran mayores de edad y Cosima estaba discutiendo con él.
–Por favor… –Tally se pasó una mano por la cara– me dijo que se iba a la cama.
–¿Una adolescente en la cama antes de las doce? –replicó él, irónico.
–Sí, bueno… ¿y qué pasó después?
–Tomé una copa en el pub y me marché media hora después. Pero cuando volvía aquí me encontré a Cosima en la carretera, a un kilómetro del pueblo…
–¿Sola?
–Estaba tan borracha que no podía tenerse en pie.
–Dios mío…
–No podía dejarla allí, como te puedes imaginar. Subió a mi coche y empezó a llorar como una histérica… aparentemente, había quedado con su novio en el pub pero él le había dado plantón.
Tally sintió que le ardía la cara cuando Sander clavó la mirada en el cuello del albornoz, el escote del camisón escondiendo apenas el nacimiento de sus pechos.
–No sabía que Cosima hubiera salido –dijo finalmente.
–Y si ha salido de aquí sin decírselo a nadie, no querías que se encontrase precisamente conmigo, ¿verdad?
–No sé qué intentas decir con eso –replicó ella.
–Tú sabes muy bien lo que quiero decir. Te he visto cuando apareciste en la escalera –dijo Sander, mirándola con sus increíbles ojos dorados–. No te ha gustado verme con Cosima porque te has puesto celosa.
Tally lo miró, perpleja.
–Eso es una tontería. No te conozco de nada… ¿por qué iba a ponerme celosa?
–Dímelo tú –Sander sonrió, insolente.
Y era una sonrisa preciosa, tuvo que reconocer Tally. Sander Volakis era un espécimen masculino casi perfecto, tan guapo que no podía dejar de mirarlo.
–Conozco lo bastante a las mujeres como para leer en sus ojos, glikia mou.
–¡Tú no has leído nada en mis ojos porque no hay nada que leer!
–Eso no es verdad.
Tally se puso tan furiosa que, por primera vez en su vida, estaba a punto de darle una bofetada a un hombre. En aquel momento entendía por qué una provocación podía hacer que alguien perdiese los nervios.
–Eres increíblemente arrogante –le espetó, viéndolo moverse por el estudio como un león por su jaula. A pesar de su enfado, no podía dejar de mirarlo, estudiando sus movimientos con una emoción que era nueva para ella–. Ni siquiera me caes bien.
–No necesito caerte bien –dijo él, clavando en ella sus ojos dorados–. Tan sólo necesito que me desees.
Tally sintió un cosquilleo en la piel, como si la hubiera tocado. Una parte de ella quería salir corriendo, pero otra parte quería quedarse. Tenía la sensación de que aquél era un momento importante en su vida; que estaba a punto de experimentar ese algo que había esperado tanto tiempo. Quería darle una bofetada, quería gritarle que era un tipo insoportable, pero todo eso se mezclaba con el poderoso deseo de besarlo.
Sander Volakis exudaba un atractivo masculino que la atraía y la repelía al mismo tiempo.
–Y me deseas –siguió él, aparentemente seguro de sí mismo. Por un momento se había preguntado si estaría equivocado. Después de todo, ella lo había rechazado cuando le pidió que tomasen una copa juntos. Pero al ver el brillo de deseo en sus ojos, se preguntó si la negativa habría sido una argucia femenina para despertar su interés–. Como yo te deseo a ti, glikia mou.
Fue esa admisión lo que rompió las defensas de Tally como la eficiente hoja de un cuchillo. Hasta ese momento ningún hombre la había hecho sentir atractiva y sexy, pero Sander Volakis había conseguido ese milagro con una sola frase.
Mientras la estudiaba, con una intensidad y un ansia que no podía esconder, ella tuvo que sonreír, casi sin darse cuenta.
Al ver esa sonrisa, Sander la apretó contra su pecho y se apoderó de su boca con exigente ardor. Los sabios movimientos de su lengua entre sus labios abiertos le hicieron sentir una punzada de placer, casi como una descarga eléctrica, pero la dulzura inicial fue seguida por una fiera sensación de deseo.
El beso no era suficiente. Dejando escapar un inconsciente suspiro de insatisfacción, Tally puso las manos sobre sus hombros para apoyarse en el duro torso masculino. Necesitaba ese contacto para satisfacer la sensibilidad de sus pezones y el cosquilleo que sentía entre las piernas.
Como respuesta, Sander la envolvió en sus brazos y aplastó su boca, disfrutando del rico sabor a fresa de sus labios. Le gustaría tomarla en brazos y llevarla a su habitación para saciar el loco deseo que despertaba en él…
Excitado como nunca, enredó los dedos en la masa de rizos y echó su cabeza hacia atrás para mirar los gloriosos ojos verdes en contraste con la piel de porcelana. De nuevo, intentó entender aquella poderosa atracción.
¿Era la sinceridad que veía en esos ojos o la salvaje sensualidad con la que se había rendido a sus besos? En la cama, sospechaba, su pasión sería abrumadora.
Un móvil sonó en ese momento y Tally, parpadeando como si estuviera saliendo de un trance, levantó las manos para apartarse de él.
Sander frunció el ceño mientras apagaba el móvil después de mirar la pantalla.
–No seas así.
–¿Qué quieres decir?
Tally sentía que le ardía la cara y las piernas no le respondían. Atónita al descubrir que su albornoz estaba abierto, se abrochó el cinturón con manos nerviosas.
Respiraba con dificultad y sus pensamientos