Me derrito por el Ártico - Erwan Seznec - E-Book

Me derrito por el Ártico E-Book

Erwan Seznec

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Embárcate en esta gélida expedición llena de humor y sorprendentes aventuras rumbo al Polo Norte. Antoine y otros tres estudiantes han ganado un concurso, cuyo premio es pasar un mes recorriendo el Ártico en un buque científico para conocer aquellas remotas y peligrosas latitudes. ¿Llegarán los ganadores a buen puerto? Entre el capitán del barco, que por una extraña enfermedad no lleva bien el timón, una expedición rival que le pone zancadillas y los osos polares que rondan allí, ¡este viaje a Groenlandia tiene grandes riesgos de convertirse en un auténtico desastre!

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Seitenzahl: 102

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Edición en formato digital: septiembre de 2020

 

Título original: Les fondus de l’Arctique

Texto de Erwan Seznec

Ilustraciones de Vincent Bourgeau

© 2017, l’école des loisirs, Paris

Publicado bajo acuerdo con

Isabel Torrubia Agencia Literaria

© De la traducción, Ana Romeral Moreno

Diseño gráfico: Ediciones Siruela

© Ediciones Siruela, S. A., 2020

 

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

 

Ediciones Siruela, S. A.

c/ Almagro 25, ppal. dcha.

www.siruela.com

 

ISBN: 978-84-18436-15-4

 

Conversión a formato digital: María Belloso

Índice

Cúmulo de circunstancias

¿Quién no tiene sus defectillos?

Medio Protestón vale por un capitán entero

La ira del Gratton

El pijo

El bichero

Gracias, rebozados Celsius

Ichlo siento

La ruta de las Galápagos

La evidencia científica de la idiotez

Se le cae el moco

Epílogo. Veinticinco años después

 

A todos los metepatas de la Tierra

Cúmulo de circunstancias

—Consolémonos, la situación podría ser peor —dijo Joris, bajando sus prismáticos.

A mí no se me ocurría cómo, teniendo en cuenta que el trocito de banquisa sobre el que estábamos los cuatro iba a la deriva por el océano Ártico. Pero Joris levantó su dedo índice hacia un punto gris que avanzaba por la superficie del agua.

—Oso polar. Ursus maritimus. Carnívoro. Teniendo en cuenta la dirección del viento, aún no ha debido de fijarse en nosotros.

 

 

 

Efectivamente, la situación podía ser peor.

En aquel momento maldije la publicidad. Porque justo por culpa del nuevo anuncio de rebozados Celsius, supuestamente menos ricos en grasa y más ricos en sabor, mi madre había decidido probar algo diferente a los Crujiñam. Había comprado los Celsius la semana en que esta marca organizaba un gran concurso dirigido a alumnos de instituto. Primer premio: ¡un mes en Groenlandia a bordo de un buque científico! Simplemente había que redactar un «ensayo de opinión sobre el Ártico en 2045».

Pensé que los demás candidatos hablarían de osos polares, focas y esquimales. Pero yo quería un tema más original. El domingo anterior, había visto un documental sobre el plancton, base de la cadena alimentaria. Prodigiosamente aburrido. A veces me pregunto si no ponen estos reportajes el domingo a eso de las tres de la tarde para incitar a los estudiantes a hacer sus deberes. En cualquier caso, ya tenía mi tema original: seis páginas sobre el plancton.

Tres semanas después, un correo me comunicaba que formaba parte de los cuatro ganadores.

 

 

 

Y fue así como en las vacaciones de Semana Santa me encontré en un muelle, en El Havre, con mis padres, frente al navío polar La Sospechosa.

Un marinero nos hizo subir a bordo. Los motores ya rugían, el buque temblaba.

—¡Todos los visitantes a tierra! —soltó un oficial al pasar junto a nosotros.

 

 

 

Mis padres se despidieron de mí, y el oficial me condujo hasta el camarote donde me esperaban los otros tres ganadores: uno alto y delgado llamado Joris; una morena de pelo rizado y ojos verdes, Marie; y un retaco de pelo castaño, Julien.

 

 

 

Tras un incómodo silencio, me giré hacia el delgado y le pregunté por el tema de su ensayo. Se inclinó hacia mí, clavando sus ojos como platos en los míos:

—Te conozco, bacalao.

—¿Perdona?

—Por supuesto. ¡Mi ensayo de opinión! He hablado del agotamiento de recursos por culpa de la sobrepesca. Lo he contado a través de la mirada del último bacalao.

Hice un gesto de admiración. ¡Era superoriginal! Joris me contó que la biología era su pasión y que, más adelante, esperaba llegar a ser científico. En cuanto a Marie, se había imaginado Groenlandia transformada por el calentamiento global, el fin de los icebergs y los pescadores inuit reciclados al turismo. Yo dije que me había empollado el plancton. Joris y Marie asintieron. Les parecía que no se hablaba de él lo suficiente. Entonces Marie se giró hacia Julien, que no había abierto el pico, y le preguntó:

—¿Y tú? ¿Sobre qué has escrito tu ensayo?

—Sobre nada.

—Qué interesante —observó Joris, arqueando las cejas.

—No he escrito nada de nada —precisó Julien.

—En ese caso, ¿cómo has llegado hasta aquí? ¡¿Has hecho trampas?!

Julien le hizo un gesto para que hablara más bajo. Lanzó una mirada a la puerta y después se inclinó hacia nosotros antes de continuar con voz sorda:

—Escuchad, no nos conocemos, pero vamos a compartir camarote durante un mes, así que prefiero ser franco con vosotros. No me llamo Julien y no he ganado. De hecho, no como rebozados y me horroriza el pescado. Estoy ocupando el lugar de mi hermano. Fue él quien participó en el concurso...

Como lo mirábamos atentamente, desconcertados, prosiguió:

—¡No me miréis así, que no lo he lanzado a un pozo! Vi la carta de rebozados Celsius en el buzón y la robé. Estaba seguro de lo que me iba a encontrar al abrirla. Mi hermano es un tipo... ¿Cómo describirlo? Estudia, es educado, lo hace todo bien, ñiñiñí ñañañá... ¿Sabéis a lo que me refiero?

—Por supuesto —dijo Marie con voz glacial.

—Cuando se embarcó en este concurso —continuó el falso Julien—, ¡se leyó todo lo que encontraba en internet! Le llevó horas. ¡Incluso escribió a investigadores! ¡Le propuso una presentación sobre el Polo Norte a su profe de ciencias naturales! ¡En el colegio estudia voluntariamente! Increíble, ¿no? Sacó un diez más un punto extra. ¡Un once!

—Lamentable —murmuró Marie, con los dientes apretados.

—¡Exacto! Iba a ganar el concurso, yo lo sabía; y mi familia solo iba a hablar de ello, un infierno. Exploté. Cogí la carta y llamé al número indicado. Me dijeron que viniera tal día, a tal muelle, con una maleta, un calzoncillo térmico y unas manoplas.

—¿Y el pasaporte?

—He tomado prestado el suyo. Nos parecemos mucho.

Le pregunté cuál era su verdadero nombre. Prefería no decirlo para evitar meteduras de pata. Yo aún tenía una pregunta:

—¿Y tus padres?

—Creen que voy a estar en casa de un amigo el fin de semana.

—Pero el lunes se van a enterar, ¡se preocuparán!

—Será demasiado tarde. Mirad, ya salimos.

Era verdad. El muelle se movía.

—En media hora, ¡nada de cobertura, nada de móvil! Ni siquiera podrán echarme la bronca por teléfono.

—Te van a matar a la vuelta.

—Es solo un mal trago. Además, habré visto icebergs, osos polares, banquisas. Eso no tiene precio.

—Lo que no tiene precio es tu gilip... —comenzó Marie, pero no le dio tiempo a terminar la frase. Un miembro de la tripulación llamó a la puerta. Nos estaban esperando en el salón.

 

 

 

Joris y el falso Julien salieron primero, yo me quedé atrás con Marie. Los miró alejarse antes de mascullar, con los ojos clavados en el falso Julien:

—No, señor... No estás a punto de ver tus icebergs...

—¿Qué vas a hacer?

—Delatarlo a los organizadores. Lo dejarán en un puerto, hay unos cuantos en el canal de La Mancha.

—Ha confiado en nosotros, ¡no podemos traicionarlo!

—A él no le ha importado traicionar a su hermano.

—¿Y si nos agrede?

—No se atreverá a pegar a una chica.

—Yo soy chico.

—Eres más alto que él.

—Por eso, me jorobaría tener que pegarme con alguien más bajito que yo.

—¿Tienes miedo?

Afortunadamente, Joris nos llamó desde el fondo de la crujía. Eso me libró de tener que reconocer la verdad.

El comedor de un buque se llama sala común. Era ahí donde se había reunido toda la expedición. Anselme Celsius, el dueño de los rebozados, vino hacia nosotros con las dos manos tendidas.

 

 

 

—¡Bienvenidos a bordo! ¿Usted es Marie? Muy buena su visión de Groenlandia en 2045. ¿Y usted? ¡Joris! «Te conozco, bacalao», ¡excelente! ¿Y usted? ¡Antoine! ¡El plancton! Muy importante, el plancton, ¡no se habla de él lo suficiente! Y usted, entonces, es Julien. ¡Ah, Julien! ¡Un experto en hierba! ¡Ha debido de trabajar como un loco!

Julien respondió con modestia que su hermano le había ayudado un poquito. Sin dejar de sonreír, Marie se las apañó para aplastarle los dedos del pie con el tacón de su zapato. Impasible, Julien añadió que su hermano le había prestado sus botas forradas que le quedaban demasiado grandes.

El señor Celsius soltó un «bien, bien», y después se dirigió hacia el resto de los asistentes. Con un breve discurso, dio las gracias al capitán de La Sospechosa, Roger Protestón, así como al responsable científico de la misión, Ernest Shackleton. Recordó que el objetivo del viaje era demostrar que los rebozados Celsius apoyaban la investigación, y que la empresa se tomaba muy en serio la salud de los océanos, al contrario de lo que se podía leer en periódicos mal informados. Después nos invitó a pasar a la mesa, precisando que Celsius se sentía feliz de obsequiarnos con un mes de pescado.

La mandíbula de Julien descendió dos centímetros.

—Sesenta comidas de pescado —resumió Marie, sentándose a la mesa.

—Me importa un bledo —murmuró Julien—. Desayunaré fuerte.

 

 

 

En el momento en el que nos servían unos suflés de sardinas, el barco comenzó a tambalearse. Pero Le Tallec, el primer oficial, nos tranquilizó:

—Todo en orden. Estamos saliendo del puerto de El Havre, es oleaje de alta mar.

—¿Y suele ser así? —preguntó Julien, cuyo tono de piel se iba volviendo verde.

—Esto no es nada. En el mar del Norte podemos encontrarnos olas de seis metros. ¿Es la primera vez que navegan?

Julien respondió que había subido dos veces al barco pirata de Disneyland París, pero que, por lo general, era más bien terrestre. Acto seguido, salió pitando al baño. Sin interrumpir una conversación muy animada con Shackleton, Joris extendió uno de sus largos brazos para apoderarse del suflé de sardinas de Julien, que se comió en dos bocados.

Durante el plato principal, el agua se movía en los vasos. Durante el postre, los vasos ya no se tenían en pie sobre la mesa. Siguiendo el consejo de Le Tallec, nos retiramos a nuestro camarote.

 

 

 

Marie lo estaba pasando mal, yo también, pero nada en comparación con Julien. La cabeza le colgaba de la litera y se movía en todas direcciones, como la de uno de esos perros de plástico de detrás de los coches.

—¡Come patatas fritas o paté! —le sugirió Joris, con la boca atiborrada—. Con la barriga llena se reduce el mareo, ¡está comprobado científicamente! Ha sido Ernest el que me ha dado el truco en la mesa. Cuando esto se tambalee, ventílate de postre unos arenques con mayonesa.

La evocación de la mezcla arrancó gemidos a Julien.

—Era tu última bolsa para vomitar —dijo Joris—. ¿Quieres que vaya a buscarte más?

Sin esperar la respuesta, salió corriendo por el pasillo.

Señalando a Julien con el mentón, le solté a Marie:

—¿Ves?, ¡bastante castigo tiene! No merece la pena delatarlo.

Julien levantó la cabeza, intrigado.

—Antes de la comida, quería contarle la verdad sobre ti al capitán para que te bajaran del barco —le explicó Marie.

—Ah... ¿Y no querrías hacerlo ahora? —preguntó Julien, con voz quejumbrosa—. Sería realmente amable.

—Prefiero no moverme —respondió Marie, con los ojos entornados.

—No pasa nada —dijo Julien, intentando incorporarse—. Iré a delatarme yo mismo.

En ese momento, Joris abrió la puerta con un cargamento de bolsas de papel en la mano y cara de felicidad. ¡El barco se inclinaba tanto que había conseguido andar con un pie en el suelo y otro en la pared! Julien se dejó caer hacia atrás.

 

 

 

—Le Tallec me ha dado un mensaje para ti, Julien —prosiguió Joris—. Acaban de recibirlo por radio, de parte de tus padres.

Mientras Julien leía el mensaje, Marie felicitó a Joris: ¡menudo marinero! Joris se puso rojo de modestia: ¡era solo una cuestión de paté! Nos propuso abrir una lata.

—Nunca entre comidas —replicó Marie—. Sin embargo, como pareces en plena forma, ¿podrías, quizá, ir a ver al capitán?

Ella le describió la situación. Joris exclamó que sí, que con mucho gusto, que estaba dispuesto a delatar a un amigo si con ello podía ayudarlo. Pero sin garantía de éxito, porque La Sospechosa no era un autobús. Nos dimos la vuelta hacia Julien, que acababa de terminar su carta. Seguía verde, pero más pálido.

—¿Y bien? —preguntó Joris—. ¿De verdad quieres volver?

Julien echó un último vistazo al mensaje de sus padres y después respondió que tampoco había que exagerar.