Memoria de chica - Annie Ernaux - E-Book

Memoria de chica E-Book

Annie Ernaux

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Beschreibung

«He querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir no querer escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. Nunca lo he conseguido.» En Memoria de chica, Annie Ernaux se sumerge en el verano de 1958, el de su primera noche con un hombre. Una noche que le iba a le dejar una marca indeleble, que iba a perseguirla durante años. Hasta la valiente decisión de reconstruirla escribiéndola, ayudada por fotografías y cartas recuperadas, sumida en una búsqueda: la de sus antiguos amigos y amigas, la de Él, ese primer hombre, pero sobre todo la de sí misma, aquella Annie del 58 que tanto le cuesta entender a la Annie actual, en un vaivén implacable entre el ayer y el hoy. Autora ganadora del Premio Nobel de Literatura 2022.

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MEMORIA DE CHICA

PRIMERA EDICIÓNseptiembre 2016TÍTULO ORIGINALMémoire de fille

Publicado porEDITORIAL CABARET VOLTAIRE [email protected]

©2016 Éditions Gallimard©de la traducción, 2016 Lydia Vázquez Jiménez©de esta edición, 2016 Editorial Cabaret Voltaire SL

IBIC: FAISBN-13: 978-84-19047-01-4DEPÓSITO LEGAL: B 18183 -2016Producción del ePub: booqlab

Dirección y Diseño de la ColecciónMIGUEL LÁZARO GARCÍAJOSÉ MIGUEL POMARES VALDIVIA

FotografíasCubierta: Ella, 2007 ©Gerhard RichterGuarda: Annie Ernaux. Fotografía de Catherine Hélie©Éditions Gallimard

Bajo las sanciones establecidas por las leyes, quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización por escrito de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento mecánico o electrónico, actual o futuro -incluyendo las fotocopias y la difusión a través de Internet- y la distribución de ejemplares de esta edición mediante alquiler o préstamo públicos.

 

 

I know it sounds absurd but please tell me who I am

SUPERTRAMP

Una cosa más, dice ella. No me avergüenzo de nada de lo que he hecho. No hay que avergonzarse por amar y por decirlo.

No era verdad. La vergüenza de su debilidad, de su carta, de su amor, seguiría devorándola, consumiéndola hasta el fin de su vida.

¡Después de todo, tampoco dolía tanto! No tanto como para no poder soportarlo en secreto, sin que se note. Todo eso era experiencia. Algo saludable. Podría escribir un libro ahora, Roddy sería uno de los personajes; o bien se dedicaría a la música; o bien se mataría.

ROSAMOND LEHMANN

Polvo

Hay seres que se ven anegados por la realidad de los otros, su manera de hablar, de cruzar las piernas, de encender un cigarrillo. Atrapados en la presencia de los otros. Un día, más bien una noche, se dejan arrastrar por el deseo y la voluntad de un único Otro. Lo que creían ser se desvanece. Se disuelven y miran cómo obra, cómo obedece, arrastrado por el curso desconocido de las cosas, su reflejo. Van siempre por detrás de la voluntad del Otro. No la alcanzan nunca. Les lleva siempre un tiempo de ventaja.

Ni sumisión ni consentimiento, solo el asombro ante la realidad que hace que uno se diga simplemente «qué me sucede» o «me está sucediendo a mí», salvo que en esa circunstancia ya no hay un yo, o ya no es el mismo yo. Únicamente existe el Otro, amo de la situación, de los gestos, del momento siguiente, que solo él conoce.

Luego el Otro se va, has dejado de gustarle, ya no te encuentra el menor interés. Te abandona a la realidad, por ejemplo la de una braga manchada. Solo se ocupa de su propio tiempo. Estás solo con lo que ya es tu costumbre, la de obedecer. Solo en un tiempo sin amo.

A otros les resulta entonces fácil embaucarte, precipitarse en tu vacío, no les niegas nada, apenas los notas. Esperas al Amo, que te conceda la gracia de tocarte al menos una vez. Lo hace, una noche, con los plenos poderes sobre ti que todo tu ser ha implorado. Al día siguiente ya no está. Qué más da, la esperanza de volver a encontrarte con él se ha convertido en tu razón de vivir, de vestirte, de cultivarte, de aprobar los exámenes. Volverá y serás digno de él, más aún, lo dejarás boquiabierto con la diferencia de belleza, sabiduría, seguridad, entre tú y el ser indiferente que eras antes.

Todo lo que haces es para el Amo que has elegido en secreto. Pero, sin darte cuenta, al trabajar para acrecentar tu valor, te alejas inexorablemente de él. Te das cuenta de tu locura, no quieres volver a verlo nunca más. Te juras olvidarlo todo y no contárselo a nadie jamás.

Fue un verano sin particularidad meteorológica, el del retorno del general De Gaulle, el del franco nuevo y una nueva República, el de Pelé campeón del mundo de fútbol, de Charly Gaul vencedor del Tour de Francia y de la canción de Dalida Mon histoire c’est l’histoire d’un amour (Mi historia es la historia de un amor).

Un verano inmenso como lo son todos hasta los veinticinco años, antes de acortarse en veranillos cada vez más rápidos cuyo orden confunde la memoria, dejando que subsistan solo los veranos de sequía y canícula.

El verano de 1958.

Como los veranos precedentes, una pequeña porción de la juventud, la más afortunada, bajó con sus padres al sol de la Costa Azul, otra, la misma, pero escolarizada en el instituto o en los salesianos de Saint-Jean-Baptiste-de-La-Salle, cogió el barco en Dieppe para perfeccionar seis años de inglés balbuceante aprendido sin hablarlo en los manuales. Y otra, que disponía de vacaciones largas y poco dinero, constituida por alumnos de instituto, estudiantes universitarios y maestros, marchó a ocuparse de los niños de las colonias instaladas un poco por todas partes del territorio francés, en casonas y hasta castillos. Fueran donde fueran, las chicas metían en la maleta un paquete de compresas preguntándose, entre temerosas y deseosas, si sería ese verano la primera vez que se acostarían con un chico.

Aquel verano también marcharon miles de soldados de reemplazo a Argelia para restablecer el orden, a menudo lejos de sus casas por primera vez. Escribieron decenas de cartas donde contaban el calor, el jebel, los duares, los árabes iletrados que no hablaban francés después de cien años de ocupación. Enviaron fotos suyas en pantalón corto, riéndose, con los amigos, en medio de un paisaje seco y rocoso. Parecían boy scouts en plena expedición, se diría que estaban de vacaciones. Las chicas no les preguntaban nada, como si las «incursiones» y las «emboscadas» relatadas en los periódicos y la radio concernieran a otros que no eran ellos. Encontraban ellas natural que cumplieran con su deber de chicos y que, como se rumoreaba, echaran mano de una cabra atada a una estaca cuando la necesidad apretaba.

Volvieron de permiso, trajeron collares, manos de Fátima y una bandeja de cobre, se marcharon de nuevo. Cantaban «La blanca por fin vendrá» con la melodía de la canción de Gilbert Bécaud Le jour où la pluie viendra (La lluvia por fin vendrá). Y regresaron por fin a sus casas en los cuatro puntos cardinales de Francia, forzados a echarse amigos nuevos que no habían ido a los bleds, las aldeas argelinas, que no hablaban de los fellouzes del FLN o de los moracos, los sidis o crouillats. Los vírgenes de la guerra. Y se encontraron desfasados, condenados al mutismo. Y no sabían si habían hecho bien o mal, si debían sentirse orgullosos o avergonzados.

No hay ninguna foto suya del verano de 1958.

Ni siquiera una de su cumpleaños, sus dieciocho años que celebró allí, en la colonia —la más joven de los monitores y las monitoras—, su cumpleaños que cayó en día de fiesta, así que pudo ir a la ciudad a comprar unas botellas de espumoso, unos bizcochos de soletilla y unos Chamonix de Lu rellenos de naranja, pero solo pasó un puñado por su cuarto a beber y picar algo, antes de eclipsarse a toda velocidad —quizá ya intratable, o simplemente ininteresante porque no había llevado a la colonia ni discos ni tocadiscos.

De todos los que la frecuentaron aquel verano de 1958 en la colonia de S, en el departamento del Orne, ¿hay alguno que se acuerde de ella, de aquella chica? Sin duda, nadie.

La han olvidado como se olvidaron los unos de los otros, dispersados todos a finales de septiembre, de vuelta a sus institutos, a su Escuela Normal de Magisterio, a su Escuela de Enfermería, a su Centro de Educación Deportiva, u obligados a incorporarse con su reemplazo al contingente en Argelia. Satisfechos la mayoría por haber pasado unas vacaciones pecuniaria y moralmente rentables ocupándose de unos niños. Pero ella, olvidada seguramente más deprisa que los otros, como una anomalía, una infracción a la sensatez, un desorden —algo risible que resultaría absurdo almacenar en la memoria—. Ausente de sus recuerdos del verano de 1958, reducidos quizá hoy a siluetas difusas en lugares vagos, a ese Combat de nègres dans une cave durant la nuit (Combate de negros en una cueva durante la noche de Alphonse Allais), que constituía, junto con Relâche (Descanso de Erik Satie), su broma preferida.

Desaparecida pues de la conciencia de los otros, de todas esas conciencias imbricadas en ese lugar preciso del departamento del Orne, en ese verano preciso, esos otros que evaluaban los actos, los comportamientos, la seducción de los cuerpos, del cuerpo de ella. Que la juzgaban y la rechazaban, se encogían de hombros o levantaban la vista al cielo al oír su nombre, a propósito del cual uno de ellos presumía de haber dado con el juego de palabras Annie qu’est-ce que ton corps dit (Annie, qué cuerpo, di), «Annie Cordy», ¡ja, ja!

Definitivamente olvidada por los otros, fundidos en la sociedad francesa o en otros lugares del mundo, casados, divorciados, solitarios, abuelos jubilados de cabellos grises o teñidos. Irreconocibles.

Yo también he querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir no querer escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. Nunca lo he conseguido.

Una y otra vez esas frases en mi diario, alusiones a «la chica de S», «la chica del 58». El texto siempre por escribir. Siempre postergado. El agujero incalificable.