Memorias de una sirena - Hernán Del Solar - E-Book

Memorias de una sirena E-Book

Hernán Del Solar

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Beschreibung

Sabina es una linda y curiosa sirena que, al nacer, devuelve las esperanzas perdidas a las sirenas más longevas con su facultad de encantar a los marinos, desorientándolos y provocando sus naufragios.

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Delfín de Color

I.S.B.N.: 978-956-12-3349-2.

I.S.B.N. digital: 978-956-12-3638-7.

19ª edición: octubre de 2018.

Ilustración de portada: Evangelina Prieto.

Ilustraciones de interior: María Soledad Bertucci.

Obras Escogidas

I.S.B.N.: 978-956-12-3350-8.

20ª edición: octubre de 2018.

Editora General: Camila Domínguez Ureta.

Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.

Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.

Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

©2002 por Sucesión de Hernán del Solar Aspillaga.

Inscripción Nº 125.486. Santiago de Chile.

Derechos exclusivos de edición reservados

para todos los países por

Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.

Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

Teléfono (56-2) 2810 7400.

E-mail: [email protected] / www.zigzag.cl

Santiago de Chile.

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com

[email protected]

ÍNDICE

CAPÍTULO 1Donde revelo mi nombre y hablo de mi tía Tula

CAPÍTULO 2Donde por primera vez me hablan de nuestra historia

CAPÍTULO 3Donde aprovecho mis horas libres

CAPÍTULO 4Donde escapo a la superficie del mar

CAPÍTULO 5Donde las sirenas lloran y me abrazan

CAPÍTULO 6Donde me convierto en cazadora

CAPÍTULO 7Donde un hombre me encuentra

CAPÍTULO 8Donde una moneda resuelve mi destino

CAPÍTULO 9Donde vivo una existencia inimaginable

CAPÍTULO 10Donde se habla de la casa a orillas del mar y de todo lo que sucedió después

Hernán del Solar y sus obras

CAPÍTULO 1DONDE REVELO MI NOMBRE Y HABLO DE MI TÍA TULA

Comprendo perfectamente que soy inexperta y que es una aventura demasiado grande la que ahora emprendo al escribir mis memorias. Pero necesito hacer algo, y me he decidido a contarlo todo.

Me llamo Sabina. Soy una sirena de pelo verde, ojos azules y voz sonora. Cuando me aburro, canto.

Pero apenas he escrito estas pocas palabras me doy cuenta de que no es así como debo comenzar mi historia. De manera que voy a hacer algunas confesiones muy diferentes.

Ante todo, conviene que se sepa la verdad: nací huérfana. No conocí a mis padres. En cambio, apenas abrí los ojos conocí a mi tía Tula. ¡Terrible desgracia que me afligió durante un día entero y muchos otros!

Tía Tula era vieja. Tenía el rostro arrugado, una peca azul en la mejilla izquierda y los ojos tan enrojecidos por la sal del mar, que parecía estar llorando siempre.

–Es una tremenda cosa el haber nacido sirena –decía a menudo–. Nunca he podido acostumbrarme a la sal: me seca la lengua y me enrojece los ojos. Soy la única sirena de agua dulce que existe desde el primer día de la creación.

–¿Tan antigua eres? –le preguntaba yo, con una inocencia purísima.

Me miraba frunciendo la nariz –una mueca que nunca se olvidaba de hacer– y me dejaba sola, porque se alejaba gritando que no volvería a verme. Sin embargo, al poco rato estaba de nuevo conmigo. Me necesitaba. Sin mí, no podía refunfuñar a gusto. Y si no refunfuñaba, se moría.

Cuando la conocí, al abrir por primera vez mis ojos azules tan alabados, tía Tula tenía una edad incalculable. Tal vez cuatro mil años, tal vez más. Nunca he sabido calcular con precisión y no será ahora cuando aprenda.

Pues bien: al abrir los ojos, ahí estaba la cara de tía Tula, inclinada sobre mí, contemplándome con vaga sonrisa y dos lágrimas del tamaño de una ostra. Apenas advirtió que la miraba, se inclinó un poco más y me besó. Entonces supe lo que era el olor a pez. Fue mi primer conocimiento.

–¡Linda, linda, linda! –me dijo.

Era una palabra que silbaba entre sus dientes y hacía burbujas en el agua.

Para no mentir, declaro que este recuerdo es bastante confuso. Una sirena recién nacida no sabe absolutamente nada y tiene que acostumbrarse a mirar y a oír para darse cuenta de las cosas. Pero siempre he estado convencida de que mi tía Tula me dijo:

–¡Linda, linda, linda!

Entonces me puse a pensar: “¿Por qué es tan fea?” No me gustó mi tía Tula. Desde el primer momento sentí que una sirena debía ser hermosa. Es algo muy explicable que yo entiendo muy bien. Se nace sintiendo lo que debe ser una sirena. De modo que cerré los ojos, fingiendo que deseaba dormir. Y mi tía Tula me dio a conocer la primera canción de cuna que he escuchado:

–Duérmete, Sabina,

Duerme que el delfín

Por la arena fina

Camina, camina

Sin fin,

Buscándote a ti.

De buena gana me hubiera sonreído. La canción me había enseñado dos cosas: que me llamaba Sabina y que existían los delfines. No me desagradó mi nombre. En cuanto a los delfines, me prometí salirles al encuentro, cuando fuera grande, para decirles amablemente:

–No me busquen más. Aquí estoy.

La canción calló de repente. Mi tía Tula salió sin hacer ruido, creyéndome dormida. Entonces abrí los ojos y me entretuve mirando todas las cosas. Estaba en un cuarto de coral. En un rincón había un retrato de la tía Tula. Era joven y fea. Tenía un laúd en las manos, estaba sentada en una roca y alrededor de su cabeza volaban unos patos marinos de cuello largo. Más allá había, dentro de un marco de madreperla, una sirena bellísima. Comprendí que era mi madre, que mis ojos eran iguales a los suyos, y lloré calladamente al pensar que no la vería nunca. Ya he dicho que nací huérfana.

Después, durante todo el día, hubo visitantes. Mi tía Tula les hablaba de mí. Todos aseguraron que me parecía a mi madre, y esto me dio a conocer la alegría. Una sirena gorda me tomó entre sus brazos y me puso en la boca un biberón. Así fue como supe que la leche de ballena no es mala.

Y volvieron en seguida a cantarme. Algunas voces eran hermosas y me aficionaron inmediatamente a la música. Quise cantar también. Pero todas las sirenas amigas de mi tía Tula dijeron que estaba llorando y que convenía tranquilizarme y hacerme dormir. Salieron del cuarto y me quedé sola con mi tía, que volvió a cantar entre dientes:

–Duérmete, Sabina,

Duerme, que el delfin...

Para no oírla más, cerré los ojos. Y me dormí apenas se marchó.

El segundo día se pareció al primero. Y muchos otros se parecieron al primero también. Tía Tula me cantaba, me ponía el biberón en la boca, y yo bebía con gusto la leche de ballena, miraba el retrato de mi madre y me dormía.

De pronto comencé a hablar. Deseaba decir muchas cosas y solo articulaba un sonido:

–Aao... Aao...

Esto hacía reír a mi tía Tula y yo me desesperaba agitando mi cola de pez y arrugando mi cara de niña bonita. Pero al poco tiempo sabía decir muchas palabras. Y empecé a inventar mis propias canciones. No andaba todavía, cuando una tarde entró en mi cuarto tía Tula y me dijo:

–Cantas como las sirenas antiguas. Estoy contenta, feliz, jubilosa, llena de dicha. Vas a ser el orgullo de nuestra raza. Contigo resucitarán nuestras magníficas tradiciones.

Y me besó largamente, sentándose después junto a mi cuna de piel de tiburón. Entonces me di cuenta de que había estado cantando en voz demasiado alta y me dije: “no lo hagas otra vez porque tía Tula se llena de recuerdos y no te deja en paz”.

Entretanto había conocido a varias sirenas de distintos tamaños y apariencias. Las unas eran largas y flacas; las otras, gordas y pequeñas; pero también las había de hermoso cuerpo y rostro encantador. Unas me enseñaban a pronunciar las erres sin valerme de la nariz; otras me contaban que la hache era muda y que debía tenerme sin cuidado. También me enseñaron a caminar y, en cuanto supe hacerlo con cierta gracia, me dieron las primeras lecciones de baile. Mi profesora era una sirena muy respetada. Con sus danzas y sus cantos, en un estrecho de aguas bravas, había hundido en otros tiempos a toda una escuadra. Cantaba en italiano y el resto del día hablaba en griego.

Cuando fui capaz de ir de un lugar a otro sin ayuda de nadie, tía Tula me condujo a su cuarto, al fondo de una gruta que tenía el techo decorado de preciosas estalactitas y el suelo cubierto de estalagmitas de diversos colores.

–¡Cuidado! –me dijo al entrar–. ¡No vayas a caerte!

Me senté en una perla gigante y me dispuse a escuchar. Era evidente que mi tía Tula deseaba hablarme.

–Sabina –me dijo–, eres una sirena maravillosa. Desde que naciste he sentido que serás el consuelo de tu tía vieja y de todas las de mi raza. Tienes una voz admirable, una cara muy bella, y estás aprendiendo a bailar con una facilidad que me enorgullece. Pero ya estás en edad de saber ciertas cosas que no debo ocultarte.

Por primera vez mi tía Tula me interesó de veras. Iba a hablarme, seguramente, de todo aquello que muchas veces yo me había preguntado a solas, sin ser capaz de encontrar buenas respuestas.

–Ante todo –me dijo–, has de saber que somos sirenas. No lo olvides nunca.