Memorias del alma - Luz Gracia - E-Book

Memorias del alma E-Book

Luz Gracia

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Beschreibung

Las historias que contiene este libro están llenas de psyché, vivencias en que la fuerza poderosa de las emociones prevalece por encima de cualquier cultura, rango o estigma. Balanceada desde la crueldad, el amor, la mordacidad o la dramática soledad. Tratan de ser ejemplos que aporten un punto de luz a la cuestión de sí hay vida tras la muerte o si existe la transmigración de las almas, concretándose en siete relatos en los que sus personajes viven experiencias físicas y álmicas transcendentales.  Muestran desde las terribles y traumáticas vivencias de Selena, en una remota vida anterior, que repercuten somáticamente, ochocientos años después, en el cuerpo en el que se ha reencarnado su alma; hasta la entrañable historia de Tuyen y Thien, dos hermanas gemelas vietnamitas de muy corta edad. Historia narrada por una voz llena de sentimientos y emociones, la del abuelo de las niñas, y que cuenta cómo nacieron y crecieron felices junto al rio Kien Giang, en el que Thien muere ahogada. Cien años después las almas de ambas niñas vuelven a encontrarse reencarnadas en una abuela y su nieta, y es la abuela quien narra, con no menos sentimiento y emoción, el gozoso reencuentro. Pasando por una historia de amor, como lo es la de Lona y Aiyana, dos jovenes cherokees que viven un amor limpio y puro, pero él es inicuamente asesinado, y aún así siguió amándola y protegiendo los sucesivos cuerpos en los que ella, a través de los tiempos, se fue reencarnando, intentando el espíritu de él con todas sus fuerzas evitar que fuesen tocados por otros hombres. Todas y cada una de las siete historias desembocan en un lugar común: la sanación, bien mediante un proceso de regresión o autosuperación.

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Luz Gracia

Memorias del Alma

1ª edición en formato electrónico: octubre 2023

© Luz Gracia

© De la presente edición Terra Ignota Ediciones

Diseño de cubierta:

Montaje de cubierta: TastyFrog Studio

Terra Ignota Ediciones

c/ Bac de Roda, 63, Local 2

08005 – Barcelona

[email protected]

ISBN: 978-84-127720-4-3

THEMA: VXPR 2ADS

Las ideas y opiniones vertidas en este libro son responsabilidad exclusiva de su autor.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 45)

Luz Gracia

Memorias del Alma

Agradecimientos

Introducción

Prólogo

Selena y los cátaros

Tienes que ayudar a mi papá

Donde perdí la sonrisa

El decreto de Lona

Palabras de Miguel Ángel Darshan

La indomable

Dos mujeres y una esencia

Mi hermanita

A la familia del Alma

Agradecimientos

Doy las gracias a mis cuerpos físicos de vidas pasadas por aceptar, sin ser conscientes de ello, todo tipo de experiencias terrenales. Y permitir, a través de la transmigración de mi alma, ahondar y sanar las memorias que quedaron inconclusas en mis registros personales, vida tras vida, hasta llegar aquí. A mis ancestros de sangre y de alma, cuya fuerza me ha sostenido en el propósito de este libro.

Deseo expresar mi gratitud de manera especial a mi mentor, José María Sánchez-Bustos, por todo lo aprendido con él en estos años. Por su apoyo incondicional y acompañamiento en la preparación y ejecución de este ejemplar. A Martine Rast Boillat por introducirme y documentarme en el mundo de las regresiones de forma amorosa, como es ella misma. A mi maestra Miqui, siempre presente en mi vida.

A mis hijas y nietos, ya que, a través de su amor, me han transmitido una energía fresca y una mente abierta y renovada. A mi amada y extensa familia de sangre por contar siempre con su respaldo.

A mis parientes y amigos de alma, a todas las personas que creyeron en mí y me contagiaron con su alegría, haciendo suyas mis ilusiones. A los que escucharon de mi voz pequeños fragmentos de algún relato, impacientes de querer saber más. Gracias. Paz y Amor para todos. Un brindis por la Vida y por el Alma que nos habita, y que sigan yendo de la mano.

Introducción

¿Qué es una regresión?

Para poder entenderlo primero debemos comprender que tenemos tres tipos de ADN. El físico, que justifica nuestra altura, color de ojos y pelo, enfermedades genéticas, etc. El emocional, que registra todas las emociones, como su nombre indica, y el energético, que refleja nuestro ser.

Dentro de nuestro ADN emocional encontramos a todos nuestros antepasados del linaje del cuerpo actual; dentro del ADN energético encontramos los registros de otras vidas dónde nuestra esencia ha vivido en otros cuerpos físicos.

Toda esta información está dentro de nosotros, dentro de nuestro consciente e inconsciente. Son como archivos antiguos que están escondidos detrás de nuestra pantalla principal y no los vemos. Afectan inconscientemente a nuestro día a día y es importante poder detectarlos y limpiarlos.

Una vez limpiados a través de una regresión, nos hacemos conscientes de esta información. No se borra; al contrario, allí se quedará para siempre en nuestra biblioteca personal. No puede borrarse, porque es energía y la energía no se destruye, solo se transforma, como dijo Albert Einstein. Esta transformación se logra a través de la aceptación y del entendimiento de lo vivido; cuando comprendemos, ya no es necesario perdonar. Nos liberamos del peso de la rabia, impotencia, culpa y otras emociones que entendemos como negativas. Esto nos permite soltar lastres que ya no nos sirven, y vivir en paz para evolucionar en nuestras vidas.

Este precioso libro nos hace viajar en diferentes regresiones, viviendo a través de cada relato experiencias que podrían ser tuyas o de cualquier ser humano. Solo debemos mirar atrás en la historia: ¡allí estuvimos todos! Todos creamos injusticias al igual que bendiciones, dependiendo de la misión que eligió nuestra alma (energía). Somos responsables de lo que ocurrió en el pasado, y aquí y ahora, venimos a sanarlo.

Nuestras energías son infinitas, no mueren, solo nuestros cuerpos físicos sucumben. Volvemos a encarnar en otros cuerpos para permitir que la humanidad aprenda de los errores del pasado, así de sencillo. Hemos venido a ayudar a que las personas evolucionen para crear un mundo mejor.

En una larga trayectoria haciendo terapias regresivas, me sigo sorprendiendo con cada una de ellas. Es maravilloso ver cómo las personas se liberan, toman consciencia, y avanzan hacia el nuevo camino que eligen, aquí y ahora. El camino es el amor, y la regresión es una terapia que sana y devuelve el amor hacia uno mismo, y hacia el mundo.

Martine Rast Boillat

Psicología y terapias holísticas

Terapias regresivas

Prólogo

Animula, vagula, blandula,

Hospes comesque corporis

Quae nunc abibis in loca

Pallidula, rígida, nudula, [...]

P. Aelius Hadrianus Imp.

La Historia Augusta, una colección de biografías de algunos emperadores romanos, recoge ese poema en latín atribuido al emperador Adriano, el cual me atrevo a traducir:

Alma, errante y cariñosa,

huésped y amiga del cuerpo.

¿Dónde irás ahora,

pálida, fría y desnuda? [...]

Dicen que lo escribió en su lecho de muerte, cuando las fuerzas ya lo abandonaban, después de una vida intensa —según subrayó Margarite Yourcenar en un volumen de la correspondencia de Flaubert—. Los dioses ya no existían y Cristo no había aparecido aún, en un momento único, desde Cicerón hasta Marco Aurelio, en que solo estuvo el hombre.

Son las palabras de un hombre ante la muerte, entendida como un tránsito, y que entrañan una pregunta universal: ¿qué hay más allá? Y digo universal en el sentido de que puede y pudo ser formulada por cualquier ser humano, en cualquier tiempo y en cualquier lugar.

Este pequeño gran libro de relatos trata de arrojar algo de luz que nos permita vislumbrar la respuesta a esa pregunta, pero también a otra, no menos transcendente: ¿qué hubo antes? No en vano, su autora lo ha titulado Memorias del alma, todo un acierto, pues en él se condensa el tema general y el hilo argumental del conjunto de historias narradas: la transmigración del alma, de cuerpo en cuerpo, vida tras vida, arrastrando en la memoria la impronta inefable que han dejado los acontecimientos vividos, que en ocasiones puede aflorar mediante técnicas regresivas.

Puede que algunos digan: «yo no creo en esas cosas, después de la muerte no hay nada, y antes tampoco». Pero, en cualquier caso, Luz, la autora, ha colmado estas Memorias del alma de literatura, con honestidad y sinceridad, habiendo antes hecho el gran esfuerzo personal de formarse como escritora durante tres años, en los que he tenido la satisfacción de ser su tutor en Punto y Coma Taller de Escritura. Para ella no ha sido fácil, yo lo sé bien, pero siempre se creció ante las dificultades. Ahora es el momento de recoger sus frutos, estos siete relatos, en los que hay intriga, tensión dramática, conflictos, detalles insospechados, gozos y sombras, y dolor, mucho dolor, pero también amor, mucho amor. Elementos todos ellos que caracterizan la escritura de Luz Gracia y que sin duda harán disfrutar al lector.

Estos siete relatos son los primeros hitos del largo camino que ha emprendido Luz con decisión, pues todavía está fresca la tinta en las páginas de este libro y ella ya está pensando en el próximo.

José María Sánchez-Bustos

El alma no tiene raza, no tiene religión.

Solo conoce el amor y la compasión.

Todos somos seres divinos.

Hace miles de años que lo sabemos,

pero lo hemos olvidado.

Y para volver a casa,

tenemos que recordar el camino.

Brian Weiss

Selena y los cátaros

¿Una vida es toda la eternidad?

Veo a una joven de dieciséis o diecisiete años. Su cuerpo se encuentra completamente desnudo. Está atada a una gran piedra, de ninguna manera podría levantarse. Una grotesca correa unida a una especie de casco que le oprime severamente la cabeza, ridiculizándola, le rodea el cuello. Sus manos y pies están quemados. Un fino granulado de color rojo le cubre la piel, y le provoca espantosos picores en su cuerpo. Cada vez que los hombres orinan encima de ella, el escozor y picor se le hacen insoportables. Su rostro está desencajado. Sufre muchísimo. Es más fuerte que una humillación. Rabia. Impotencia. Dolor. Es una muerte lenta. Aterradora, inhumana.

Esa joven soy yo misma, lo sé. Siento sus mismos tormentos en mis carnes y en mi espíritu. Estoy completamente segura. Una terrible angustia me comprime la garganta. No puedo articular palabra, y noto como un nudo me está retorciendo el plexo solar. Un brutal dolor abrasa mis manos y las plantas de los pies. ¡Es una vida pasada! ¡Quiero saber más! ¿Qué pasó en aquella vida? ¿Por qué se manifiesta de forma tan espantosa? ¿Qué hice para merecer aquel castigo? ¿Una vida es toda la eternidad? ¿Tenemos que arrastrar memorias dolorosas vida tras vida? ¿Se pueden sanar y borrar esas memorias?

Unos meses atrás, me sometí a una terapia regresiva por sufrir una alergia severa en mis manos. Se inflamaban, enrojecían y hasta sangraban, no existía nada que las pudiera sanar. La pesadilla duraba ya tres años consecutivos. Soy terapeuta holística y manual con años de experiencia en bioenergética, y hubo épocas en las que estaba desbordada por el trabajo. Iba por encima de mis posibilidades físicas. Mis manos eran las grandes protagonistas que somatizaban todo el sobreesfuerzo, o eso es lo que pensé durante aquel tiempo. La medicina oficial no pudo dar respuesta al problema con ninguno de los tratamientos y pruebas a los que me sometieron. Tampoco funcionaron los métodos energéticos ni terapias alternativas y naturales que me recomendaron. Paliaban en cierta medida los picos tan brutales, pero no se erradicaba el problema.

Al final, cuando me encontraba de vacaciones en el sur de Francia, se manifestó un gran rebrote en mis manos. Desesperada, contacté con una canalizadora, especialista en terapias regresivas, que me recomendó una querida amiga. Nada más entrar en su consulta, la terapeuta empezó a sentir picores en su cuerpo. Conectó inmediatamente, sin saber aún nada de lo que vendría más tarde. El tiempo que duró la sesión estuvo inmersa en una evocación extrema y constante de calor que le hacía rememorar vívidamente mi propia experiencia pasada. A partir de ahí se abrió la caja de Pandora.

Vinieron a mi mente recuerdos vividos hace más de ochocientos años. Se mostraron ante mí como una película de manera secuencial. Ahora soy consciente de que eran experiencias de una vida anterior en el sur de Francia, en el seno de una familia cátara.

En la aldea Duilhac-sous-Peyrepertuse, en la región francesa de Occitania, la vida transcurría con asombrosa laboriosidad, todos aportaban a la comunidad, su esfuerzo y trabajo personal. Eran trabajadores incansables y abarcaban un amplio abanico de oficios. La mayoría de los habitantes del pueblo estaban unidos por creencias cátaras. Fieles descendientes de María Magdalena, seguían su legado a través de la Iglesia del Amor. Hombres y mujeres buenos, que se ayudaban entre sí, aunque sus ocupaciones resultaran contrapuestas. El panadero ayudaba al sacerdote en la liturgia eclesiástica, en la capilla de piedra ubicada en una gran explanada a las afueras de la población. El herrero colaboraba con los hombres de leyes en el local de la judicatura. Y así sucesivamente. Se respiraba tranquilidad y armonía en sus calles de tierra, y en sus casas construidas con piedras. Los perros ladraban libres de correas y bozales, y los gallos, en los amplios corrales, corrían implacables detrás de sus gallinas preferidas. La vida proseguía, y yo empecé a marcar mi propio ritmo, despertando consciencia en mí y en los demás.

Sobre una cresta rocosa de cientos de metros cuadrados se sitúa la parte más elevada del castillo con el mismo nombre: Peyrepertuse. La imponente fortaleza está cercada por varios kilómetros de murallas. Desde su camino de ronda se puede observar su grandeza arquitectónica; más que un bastión parece una gran villa medieval. Altaneras lucían sus torres que, según la posición del sol, llegaban a cubrir con sus sombras la tranquila aldea que descansaba a sus pies. Desde mi pequeñez miraba atónita su impenetrable opulencia, que no sabía muy bien cómo calificar. Estaba habitado por señores feudales, por entonces permisivos con la filosofía cátara, en pleno siglo XII, o eso es lo que daban a entender. Pero no era oro todo lo que relucía.

En la casa de mis padres, convivía con mis nueve hermanos varones, y yo era la única chica. Contaba entonces trece años. No me gustaba nada aquella situación porque mi condición de mujer me exigía cuidar de ellos. Se olvidaban de los preceptos cátaros, en los que la igualdad entre los dos sexos era un hecho, y eso, siendo más pequeña que algunos.

—¡Ordenad vuestros camastros y limpiad la estancia! ¡Ya estoy harta! ¡No soy vuestra sierva! —les gritaba, pero ellos reían y me provocaban.

Me hacían enojar por sus gamberradas en aquellos momentos, pero enseguida retomaba mi buen humor. Comprendía que era un juego de niños. En ocasiones se escondían detrás de las hermosas cortinas que pendían del techo, ornamentadas por mi padre, para delimitar nuestros espacios de descanso; y me tiraban calcetines usados a la cara, en forma de pelota, para hacerme enfadar. Reíamos a carcajadas. Las asperezas y roces, habidos durante el día, se solucionaban cuando nos reuníamos para comer en torno a la grandiosa mesa, con un refinado mantel hecho por las hábiles manos de mi padre, y en la que no faltaban risas y conversaciones entremezcladas de doce personas. Era una verdadera y bendita locura estar allí. Había una receta sencilla que hacía mi madre, y que nos gustaba especialmente a todos, llamada porrada, una crema realizada con puerros o cebolla. A mi hermano Wade le encantaba añadir leche de almendras al plato, almendras recogidas por nosotros mismos en las inmediaciones del bosque. Aunque, sin lugar a dudas, lo que más disfrutábamos era la exquisita empanada de pescado que preparaba mi madre. Cuando hacíamos alguna excursión familiar, siempre estaba presente en nuestro pícnic. Ella se explayaba en la cocina para deleitarnos con sabrosas recetas de verdura y pescado. Los frutos secos y semillas nunca faltaban en casa. Con su delantal blanco, impoluto, nos presentaba las bandejas de alimentos para abastecer a toda su prole, como una auténtica profesional de la gastronomía. No en vano, quisieron contratar sus servicios en el castillo. Pero declinó el ofrecimiento por servirnos a nosotros. Nos sentíamos muy afortunados de ser hijos de Isolde.

—Voy a escaparme al bosque a investigar —les decía muchas veces a mis hermanos, y me llamaban loca.