Mentir por amor - Charlene Sands - E-Book

Mentir por amor E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

El jefe ponía las reglas Joe Carlino regresó al valle de Napa para ayudar a dirigir la bodega familiar, no para verse distraído por su bella secretaria, Ali Pendrake. Joe ya había cometido el error de tener una relación con una de sus empleadas y no quería repetirlo, pero Ali lo atraía de un modo irresistible. Cansada de que su jefe la juzgara por su explosivo aspecto físico, Ali cambió radicalmente su imagen y, al convertirse en una chica normal y corriente, captó de verdad la atención del acaudalado soltero. Sin embargo, empezó a preguntarse si Joe sería algún día capaz de amar a la verdadera Ali.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Charlene Swink. Todos los derechos reservados.

MENTIR POR AMOR, N.º 1895 - Enero 2013

Título original: Seduction on the CEO’s Terms

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-2605-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

CapítuloUno

Ali Pendrake estaba sentada en su despacho de Carlino Wines, tecleando rápidamente en el ordenador. En la clase de mecanografía de su escuela, siete años atrás, había sido la más rápida y la que menos errores cometía. Aquel día, sin embargo, no estaba tan centrada como era habitual y las faltas abundaban.

–Maldita sea, Ali. Eres tonta –se decía en voz baja. Decididamente, aquel día había perdido la concentración.

Miró a Joe Carlino, su jefe, y suspiró. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de pensar en Joe. Había llegado a conocerlo bastante bien el año anterior, cuando trabajó con él en una importante empresa de software. Alto, de cabello oscuro, guapo y con gafas, Ali admiraba su inteligencia, su dedicación y su ética de trabajo más que su físico. Joe siempre la había tratado con respeto y eso era algo que Ali agradecía.

Habitualmente, los hombres la miraban y descartaban que tuviera intelecto y habilidad. Lo único que veían era una pelirroja algo pechugona, con buenas piernas y un bonito rostro. Para ellos, quedaba descartado que pudiera tener cerebro. La mayoría de sus jefes jamás le había dado una oportunidad. Habían fingido que la contrataban por su capacidad de trabajo, pero no tardaban en insinuársele de un modo muy poco profesional.

Lo último que Ali quería era ser como su madre. Muchos novios y cinco maridos más tarde, Justine Holcomb, que fue en su momento Miss Oklahoma, adoraba la atención de los hombres. Jamás perdía la oportunidad de relacionarse con hombres ricos y poderosos para manipularlos y tratar de conseguir que se casaran con ella.

Ali solo quería un hombre. Uno bueno y de verdad. Precisamente el que no se fijaba en ella.

–Ali, ¿podrías venir?

Cuando Joe sacó la cabeza por la puerta de su despacho, las gafas se le habían deslizado hasta la punta de la nariz, al estilo de Clark Kent. Al escuchar su voz, la excitación se apoderó de Ali. Siempre había tratado de que no se le notara lo que sentía por Joe. Le había gustado mucho trabajar con él en Nueva York. Entonces, el padre de Joe murió y él había tenido que regresar a casa para ayudar a dirigir el imperio vinícola de la familia.

Lo último que había hecho para él como su asistente personal había sido llevarle en coche al aeropuerto de LaGuardia. Allí, él la tomó entre sus brazos y le dio un beso de despedida. Ali no podía olvidar la exquisita presión de la boca de Joe sobre la de ella y cómo la había estrechado entre sus brazos. En aquel instante, todo su ser había subido de temperatura. Su cuerpo rezumaba deseo. Y, al mirarlo a los ojos, había descubierto el brillo del deseo en los de él.

Se habían estado mirando fijamente durante un largo instante sin decir nada. Ali no había sabido qué decir y, evidentemente, él había sentido la misma incomodidad. La había dejado allí, de pie, preguntándose qué era lo que había ocurrido.

Desde entonces, no había pasado un día sin que Ali pensara en él y, para su sorpresa, aquellos pensamientos no habían tenido un contenido apropiado para todos los públicos. De hecho, su traidor cerebro conjuraba imágenes sexuales de Joe que la dejaban sin aliento.

Por lo tanto, cuando él la llamó y le ofreció la oportunidad de cambiar de vida y marcharse a trabajar para él a California, no le había costado mucho decidirse. Se había imaginado que tendría otra oportunidad con Joe y, sin dudarlo, había dejado la vida acelerada de la Gran Manzana.

Sin embargo, no había sido así.

–Claro, Joe. Voy enseguida –respondió. Tomó el cuaderno y la BlackBerry y se dirigió a su despacho.

Joe esperó a que ella tomara asiento antes de sentarse él al otro lado del escritorio. La cálida sonrisa de Joe ejercía un efecto devastador sobre ella.

–Me he dado cuenta de que no te he preguntado cómo te sientes aquí en Napa –dijo.

–Genial, jefe –replicó ella también con una sonrisa–. Es diferente, pero ya sabes lo que se dice: Una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer.

–¿Cómo es eso? –le preguntó Joe mientras la mirada con curiosidad por encima de la montura de las gafas.

Ella se encogió de hombros.

–Bueno, me gusta trabajar para ti –contestó con sinceridad–. Me alegro de estar aquí. Creo que hacemos un buen equipo.

–Te lo agradezco –dijo Joe–. Entonces, ¿no tienes ningún problema? ¿Ninguna pregunta?

–En realidad, no. Al menos sobre el trabajo, pero me gustaría conocer más la zona de Napa. He pensado en empezar a salir de excursión los fines de semana.

–Parece un buen plan.

Joe la miró fijamente durante un instante. Ella permaneció sentada, esperando que él le dijera la razón que le había llevado a requerir su presencia en el despacho. El hecho de que él se mantuviera en silencio le creó dudas.

–¿Estoy haciendo algo mal?

–No, no –replicó Joe–. Eres la mejor empleada que tenemos.

–Gracias.

–Esa es la razón por la que te he pedido que vengas. Yo... bueno, tengo un favor que pedirte. Si no me puedes ayudar, no te lo tendré en cuenta.

–Pues tú dirás, Joe.

–Me he ofrecido para organizarle a Rena y a Tony un banquete de bodas. Ya conoces a mi hermano y a mi cuñada, ¿verdad?

–Sí. Son muy agradables.

–Es una larga historia, pero se casaron en secreto hace un tiempo y bueno, ahora quieren renovar sus votos y celebrar un banquete de bodas.

–¿Y tú te has ofrecido a organizárselo?

–Más bien mi hermano Nick me empujó a que lo hiciera. ¿Y qué sé yo sobre planear un banquete de bodas? Ahí es donde entras tú. Necesito tu ayuda, pero lo comprenderé si estás demasiado ocupada para ayudarme con esto...

–¿Estás de broma? –repuso Ali poniéndose de pie. Se sentía muy emocionada con el proyecto–. Me encantan las fiestas. No tendrás que pedírmelo dos veces. ¿Cuánto tiene que estar preparada?

–Cuanto antes mejor. Tony mencionó que lo quería hacer lo antes posible. ¿Qué te parece dentro de tres semanas?

–Es posible.

–¿De verdad? –preguntó Joe. Se puso también de pie al tiempo que una expresión de alivio se reflejaba en su rostro–. Podría significar que tendríamos que trabajar juntos algunos fines de semana, es decir, si no estás demasiado ocupada.

–Claro que no.

–Podrías no tener mucho tiempo para ir a visitar la zona...

–Mira, te propongo un trato. Si te yo te ayudo a preparar el banquete de bodas y todo sale bien, tú luego podrías enseñarme la zona. Creo que es justo, Joe.

Joe se colocó las gafas sobre el puente de la nariz.

–Te puedo enseñar el funcionamiento interno de un ordenador mejor de lo que podría enseñarte el valle de Napa.

–Joe –dijo ella. No estaba dispuesta a dejarlo escapar–, tú creciste aquí. Conoces esta zona.

Aquella era su oportunidad de ver a Joe fuera del trabajo. Quería llegar a conocerlo mejor. Su reciente relación con Dwayne Hicks le hacía sentir mucha cautela con respecto a los hombres. Dwayne había buscado en ella mucho más que sus habilidades como secretaria y las cosas habían terminado poniéndose muy feas. Joe era el único hombre con el que había creído tener una oportunidad. Y a Ali le encantaban las fiestas.

–¿Trato hecho?

–De verdad que te lo agradezco mucho. Sí, trato hecho.

Después de regresar a su despacho, Joe tomó el teléfono y marcó el número de Nick. Su hermano no tardó en contestar.

–Hola, Joe. ¿Qué te cuentas?

–El banquete de bodas de Tony ha empezado a prepararse en estos momentos.

–Me alegra oír eso. Sabía que te animarías.

–En realidad, yo no estoy haciendo nada. No soy yo quien lo va a organizar. Se lo he encargado a una mujer y sé que ella hará un trabajo fantástico.

Cuando su padre murió, Tony llamó a Nick y a Joe para que regresaran a casa y se dispusieran a cumplir la última voluntad de Santo Carlino. Los tres hermanos debían ponerse al mando de Carlino Wines durante un periodo de seis meses para decidir cuál de los tres estaba más capacitado para tomar las riendas del imperio familiar. Aquel había sido el deseo de su padre, por lo que Joe había abandonado la vida que llevaba en Nueva York para ayudar a Nick y a Tony. Sin embargo, jamás se habría imaginado que organizar una boda formaría parte de sus obligaciones laborales.

Tony se había casado en secreto con su primer amor, Rena Fairfield, su novia del instituto, poco después de la muerte de su padre para salvar la bodega de ella y ocuparse del hijo que ella estaba esperando. Después de que los dos volvieran a enamorarse, Rena decidió contar su secreto. Como Tony no quería que nadie de fuera de la familia se ocupara de la ceremonia de renovación de votos y del banquete, les había encargado a sus hermanos ese honor.

Joe respiró aliviado. Con la ayuda de Ali, sabía que todo saldría a la perfección. A ella le encantaban los desafíos y Joe estaba seguro de que ella haría un trabajo fantástico.

–¿Y vas a tenerlo preparado todo justo a tiempo?

–Sí, estoy seguro de ello –replicó Joe.

–Has convencido a tu guapa secretaria para que te ayude, ¿verdad?

–Nick –suspiró Joe–, se llama Ali Pendrake y sí, ella se va a hacer cargo del proyecto. Necesitamos el punto de vista de una mujer y ella es una persona muy capaz.

Nick se echó a reír.

–Eso me lo has dicho ya cientos de veces. Pues la belleza y la inteligencia es una combinación letal en una mujer, Joe.

–Supongo –dijo él. No le gustaba la dirección que estaba tomando aquella conversación.

–¿De verdad que no te interesa? –le preguntó Nick.

–No. Por supuesto que no. Es mi empleada. Pensé que lo había dejado muy claro.

Joe decidió no pensar en el único instante en el que había tomado a Ali entre sus brazos y la había besado. Su gesto de despedida en el aeropuerto de Nueva York aquel día se le había escapado un poco de las manos, pero, en aquellos instantes, tenía los sentimientos fuera de control. Su padre acababa de fallecer y él tenía que regresar a su casa. Su vida acababa de cambiar drásticamente y Ali estaba a su lado, prestándole apoyo y dándole consuelo. Aquel beso había sido fruto de un impulso, pero había sido tan agradable que le había hecho perder la cabeza.

Después de eso, no había podido dejar de pensar en ella. Tras la traición de Sheila, su asistente personal y exprometida, había decidido cerrar las puertas a una relación con una mujer con la que trabajara. Sheila le había roto el corazón cuando lo dejó por otro hombre. Joe tenía una voluntad de hierro y, aunque Ali era muy hermosa y tenía muchos rasgos que él admiraba, sabía que lo único que podría haber entre ambos era una relación laboral. Le había ofrecido un trabajo en Napa porque sabía que podía trabajar con ella sin implicarse emocionalmente. Para sus dos hermanos resultaba difícil de comprender que él, simplemente, no veía a Ali así.

–Entonces, ¿no te importaría que le pidiera que saliera conmigo? –le preguntó Nick.

Joe frunció el ceño. Aquello no lo había previsto. Nick salía con muchas mujeres. No solía pasar las noches solo, pero con Ali... Joe no se los imaginaba juntos. Apretó la mandíbula y se paró a pensarlo un momento.

–Joe, ¿me has oído?

–Te he oído, hermanito.

–En lo que se refiere a las mujeres, nunca nos hemos pisado el terreno, pero si de verdad no te interesa Ali...

–Por supuesto que no.

–Entonces, ¿puedo invitarla a salir?

–No, no puedes.

–¿No? ¿Por qué?

–No te ofendas, pero no dejaría que ninguna de mis empleadas saliera contigo, y mucho menos Ali. Seguramente le romperías el corazón y, entonces, ella se marcharía de la ciudad y yo me quedaría sin una secretaria excepcional.

–No me das ningún crédito.

–La historia no miente.

–Tal vez yo haya cambiado.

–Tal vez, pero no quiero que te pongas a prueba con una de mis empleadas.

Nick se echó a reír.

–Vaya, veo que no tienes muy buena opinión sobre mí, ¿verdad?

–En cualquier otra faceta de tu vida, eres un tío estupendo, pero no en lo que se refiere a las mujeres –dijo Joe. Entonces, decidió cambiar de tema–. ¿Cuándo te marchas a Europa?

–Dentro de unos días, pero no tengas miedo. Estaré de vuelta para el fiestón. No me perdería la boda de Tony por nada en el mundo.

–Sí, tu sentido de la oportunidad es impecable. Me dejas a mí que me ocupe de todos los detalles mientras tú te largas a...

–Vender vino, a ganarme a los clientes y a asegurarme que Carlino Wines sigue en lo más alto.

–Entre otras cosas –murmuró Joe.

–Te veré en casa esta noche –dijo Nick.

–Me voy a quedar a trabajar hasta tarde con Ali.

–¡Eh! No puedo culparte a pesar de lo mucho que tú lo niegas.

Joe colgó el teléfono y sacudió la cabeza. Justo en aquel momento, Ali entró en el despacho con un calendario en las manos.

–Joe, creo que es mejor que pongamos fecha para el banquete de bodas.

En aquel momento, el tirante de la blusa blanca que llevaba puesta se le deslizó por el hombro. Joe se quedó mirando fijamente al suave hombre. Ali tenía una piel tan cremosa... Joe habría tenido que estar ciego para no darse cuenta.

Cada día con Ali era como un baile de disfraces. En aquella ocasión, parecía una princesa cíngara. En Nueva York, jamás se había fijado mucho en su estilo, pero, en aquellos momentos, con la insistencia de Nick y Tony, le estaba resultando muy difícil.

Sin embargo, cuanto más se fijaba, más decidido estaba a mantenerla alejada. De todos modos, ella no era su tipo de mujer. Con su rápido ingenio, su llamativa naturaleza y su sentido de la aventura, le recordaba demasiado a Sheila. Durante la relación que tuvo con esta, había estado jugando con fuego y no estaba dispuesto a volver a quemarse.

–Creo que es buena idea. Siéntate y repasaremos alguna de las fechas. Entonces, se lo consultaré a Tony para asegurarme de que a ellos les parece bien.

–Ya estoy en ello. Acabo de hablar con Rena. Va a venir hoy a la ciudad y vamos a almorzar juntas. Se lo consultaré a ella cuando tú y yo hayamos decidido una fecha que sea factible.

Joe sonrió y se reclinó en el asiento. No se arrepentía de haberle pedido a Ali que fuera a trabajar para él. Ella le demostraba una y otra vez que contratarla había sido lo más inteligente que había hecho en su vida.

–Me alegro de que aceptaras mi oferta para venirte a Napa, Ali.

Los ojos verdes de Ali se iluminaron.

–¿De verdad?

–Sí. Eres candidata para convertirte en la empleada del año.

Ali bajó los ojos para mirar el calendario.

–Qué bien.

Joe frunció el ceño. Ali no se había puesto contenta con aquella declaración. De algún modo, la había desilusionado, pero no entendía cómo. Si había alguien que entendiera la ética de trabajo honrada, esa era Ali Pendrake.

Había creído que a ella le gustaría que él reconociera sus muchas habilidades.

Rena Carlino lucía un hermoso embarazo. En el momento en el que entró en la oficina, Ali se dio cuenta de cómo la felicidad le iluminaba el rostro y de lo ligera que caminaba a pesar de su abultado vientre.

Por lo que Joe le había contado, Rena no había tenido una vida fácil y Tony había sido el causante de la mayoría de sus problemas. Dejó a Rena hacía años para perseguir su sueño de ser piloto de carreras. Con el corazón roto, Rena se casó con David Montgomery, el mejor amigo de Tony. Rena incluso había llegado a culpar a Tony de la prematura muerte de David, haciéndole responsable de su sufrimiento y de las terribles cosas hechas para arruinar la bodega de su familia.

Sin embargo, cuando Tony regresó a Napa doce años después y honró la promesa que le hizo al moribundo David de casarse con su esposa embarazada, todos los problemas desaparecieron entre ellos. Había que reconocer que, al final, Tony se había portado muy bien y, en aquellos momentos, adoraba a la futura madre y al bebé. La prueba de ese amor relucía en los ojos de Rena.

–Hola, Ali.

Ali se puso de pie y sonrió.

–Hola –dijo mientras rodeaba el escritorio para abrazar a Rena–. Tienes un aspecto fabuloso.

Rena se frotó el vientre y sonrió.

–Gracias. La mayoría de los días, estaría en desacuerdo contigo, pero hoy he hecho un esfuerzo extra, dado que me iba a reunir contigo para almorzar.

–Eso no me lo creo.

–Pues créetelo. Me siento bien, pero ahora me cuesta tanto moverme... Estoy acostumbrada a trabajar mucho. Siempre me levantaba temprano y trabajaba mucho en la bodega, pero ahora llevo un ritmo de vida mucho más lento. Era de esperar. Y Tony se muestra tan protector que no me deja levantar nada que pese más que mi bolso.

Ali soltó una carcajada, pero experimentó una ligera envidia. Tony adoraba a Rena. Se preguntó cuándo llegaría el momento en el que ella pudiera experimentar aquella clase de amor por parte de un hombre.

–Me han dicho que el bebé está estupendamente.

–Sí. ¿Sabes ya que es un niño?

–¿Otro Carlino en el mundo? Me dan pena la próxima generación de niñas.

Rena sonrió.

–Sé lo que quieres decir. Los Carlino son unos hombres indomables. Yo doy fe de ello.

Ali admiraba mucho a Rena. Esta había tenido que enfrentarse a muchas cosas últimamente y lo había hecho sin amilanarse. Había aceptado convertirse en la esposa de Tony sin abandonar su propio sueño de proteger el legado de su familia, la Bodega Purple Fields. Sin embargo, lo más sorprendente era que había perdonado a Tony por todo el sufrimiento que él le había causado y lo había aceptado como padre de su hijo.

Ali tomó su bolso y el maletín y se dirigió al despacho de Joe.

–Perdona un momento, Rena. Voy a decirle a Joe que me marcho a almorzar.

Justo en aquel momento, él salió por la puerta y se chocó de frente contra Ali.

–¡Ah!

Joe le agarró los brazos para sujetarla. El contacto de los dedos de él contra su piel le provocó a Ali una extraña vibración por todo el cuerpo. Estaba tan cerca de él que los alientos de ambos se mezclaban. El sutil aroma de la colonia de Joe era una fiesta para sus sentidos.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó él con preocupación.

Ali asintió.

–No te había visto. Sí, estoy bien. ¿Y tú?

Joe se estiró. Para ser un genio de los ordenadores, no tenía ni un solo gramo de grasa en todo su cuerpo.

Joe la soltó, parpadeó y dio un paso atrás.

–Ya te diré más tarde si esto me ha provocado dolor de cabeza.

–Lo siento mu...

Ali se detuvo en seco al darse cuenta de que Joe estaba bromeando, algo que raramente hacía. Entonces, vio cómo se acercaba a Rena para darle un beso.

–Hola, cuñada. ¿Cómo te trata mi hermano?

Rena suspiró.

–Como a una reina. No tengo queja alguna, Joe. Jamás podré agradeceros lo suficiente que os hayáis hecho cargo de los preparativos de la boda. Me temo que con todas las obras que estamos haciendo en la casa, a Tony y a mí nos resulta imposible.

–No te preocupes –dijo Joe–. Con la ayuda de Ali, todo debería salir a la perfección –añadió.

Cuando Joe la miró, a Ali le dio un vuelco el corazón.

–Puedes venirte a almorzar con nosotras si quieres, Joe –le sugirió Rena–, pero te advierto que tan solo vamos a hablar de la boda y del bebé.

El miedo se reflejó en los ojos de Joe durante un instante.