Pasión inagotable - Un riesgo justificado - Charlene Sands - E-Book

Pasión inagotable - Un riesgo justificado E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

Pasión inagotable Sophia Montrose había vuelto al rancho Sunset para reclamar su parte de la herencia. Logan Slade no había olvidado el apasionado beso que se dieron en el instituto, pero no podía sentir por ella más que desprecio y aversión; al fin y al cabo, era una Montrose y no se podía confiar en aquella despampanante belleza. Sophia tampoco había olvidado aquel beso... aunque se tratara de una cruel apuesta para ponerla en ridículo. Quince años después, se encontraba de nuevo ante los fríos ojos negros de aquel vaquero y estaba decidida a no dejarse intimidar. Pero ¿sería capaz de mantenerse firme cuando volvieran a prender las llamas de una pasión insaciable? Un riesgo justificado Jackson Worth, vaquero y empresario, se despertó en Las Vegas con un problema. Sammie Gold, dueña de una tienda de botas, era su nueva socia y la única mujer que debería haber estado vedada para él. Sin embargo, la dulce Sammie tenía algo que le impedía quitársela de la cabeza. Trabajar con ella era una tortura, como lo eran también los recuerdos de su noche de pasión en Las Vegas. Jackson era muy atractivo, pero completamente inalcanzable para Sammie. Si ella quería conseguir su final feliz, tendría que seducir de una vez por todas a aquel soltero empedernido...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 442 - marzo2020

 

© 2013 Charlene Swink

Pasión inagotable

Título original: Sunset Surrender

 

© 2012 Charlene Swink

Un riesgo justificado

Título original: Worth the Risk

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2013

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiale s, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-906-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Pasión inagotable

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Un riesgo justificado

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Rancho Sunset, Nevada

 

Sophia Montrose miró los fríos ojos negros del vaquero, cuyos labios se torcían en una mueca de mofa.

–No podías esperar para presentarte aquí, ¿verdad?

No era una bienvenida precisamente cordial al rancho Sunset, pero Sophia tampoco se la esperaba de Logan Slade. Hacía mucho que había decidido mantenerse firme y no dejarse intimidar por él. No había vuelto a verlo desde que se marchó del rancho con quince años, y había olvidado las reacciones que podía provocarle su aspecto duro y varonil. La madurez lo había hecho aún más atractivo, pero Sophia no podía olvidar hasta qué punto él la despreciaba.

–¿Está Luke en casa? –le preguntó, confiando en ver pronto el rostro jovial y amistoso del hermano menor de Logan.

–No. Llegará mañana. ¿Quieres volver para entonces?

Sophia negó con la cabeza. No tenía adonde ir. Había dejado su pequeño apartamento de Las Vegas y había conducido durante horas para llegar al rancho.

–He venido a por las llaves de la casa.

–Las tendrás.

Logan le había dicho a su abogado que no le facilitara las llaves. Quería que Sophia fuese a buscarlas personalmente. Así hacía él las cosas. Quería verla sufrir, o al menos, que se sintiera incómoda en cuanto entrase en su propiedad.

Ella levantó una mano con la palma hacia arriba.

–Por favor. Me gustaría instalarme cuanto antes.

Él la observó por unos segundos, antes de darse la vuelta.

–Sígueme.

Sophia se quedó en el umbral con la mano extendida. La bajó rápidamente al costado y entró en la casa con la cabeza bien alta.

Nada más entrar se le formó un nudo en la garganta al encontrárselo todo tal y como lo recordaba. ¿Cuántas veces había jugado allí con Luke? ¿A cuántas fiestas de cumpleaños y otros eventos había asistido allí con su madre? Una oleada de calor y nostalgia la invadió, barriendo los intentos de Logan por arruinar su regreso.

Siguió a Logan por el largo pasillo hacia el despacho de su difunto padre. Sus relucientes botas negras resonaban en el suelo de madera pulida y presentaba un aspecto impecable también por detrás, con unos vaqueros nuevos y una camisa azul. No hizo el menor intento por dirigirle la palabra, y en cualquier caso ella no esperaba recibir conversación por su parte.

Se imaginaba su reacción al conocer la última voluntad de su padre. El señor Slade había incluido a Sophia en el testamento. Debió de tomar la decisión en el último momento, porque nadie se lo esperaba. Cuando Luke la llamó para comunicárselo, Sophia percibió su gran asombro y desconcierto. Pero Luke le aseguró que estaba impaciente por volver a verla después de tantos años, a pesar de las circunstancias.

La mayor sorprendida fue ella, al descubrir que Randall Slade le había dejado en herencia la mitad del Sunset Lodge, el hotel rústico situado en el rancho. La única condición era que debía ocuparse del establecimiento durante un año antes de poder vender su parte.

Habían pasado doce años desde que viviera allí. Su madre, la gerente del Sunset Lodge, se había marchado de repente, había roto todos los lazos con la familia Slade y le había pedido a Sophia que hiciera lo mismo. Entre otras muchas cosas, Sophia perdió la amistad con Luke.

–Es lo mejor –le había asegurado su madre, pero Sophia no podía entenderlo. A Sophia la habían sacado del instituto en su primer año sin avisarla ni explicarle nada. Había dejado atrás a todas sus amistades e ilusiones y se había pasado los meses siguientes llorando desconsoladamente.

Su madre había muerto de cáncer y Sophia había vuelto al rancho para reclamar una herencia inesperada. Randall Slade siempre había sido muy bueno con ella, la había tratado como si fuera de la familia y había sido lo más parecido a un padre que Sophia había tenido después de que el suyo la abandonara cuando tenía tres años.

–Pasa –le dijo Logan, y Sophia lo siguió al interior del despacho–. Siéntate –le indicó un sofá. Miró a su alrededor y advirtió que toda la habitación había sido renovada.

–No, gracias –respondió, ganándose un gruñido de Logan. Sonrió para sí misma. Se aferraría a las pequeñas victorias.

Le habría gustado que fuese Luke el que la recibiera. Pero se había visto obligada a adelantar su llegada unos días, y quizá fuera mejor encontrarse con Logan cuanto antes en vez de postergar el inevitable enfrentamiento. De ese modo, cuando volviera a ver a Luke no sería bajo la sombra de su hermano mayor.

–Siento lo de tu padre –dijo–. Era un buen hombre. Debes de echarlo mucho de menos.

Logan permaneció inalterable.

–No estamos aquí para hablar de tu relación con mi padre.

–¿Ni siquiera puedo expresar mis condolencias? Tu padre siempre se portó muy bien conmigo.

Logan se sentó en el sillón giratorio de cuero, que crujió bajo su peso.

–Se portó muy bien con las mujeres Montrose… a costa de mi familia.

A pesar de estar sentado y ella de pie, la penetrante mirada de Logan la hizo sentirse pequeña. Tragó saliva para deshacer el nudo que se le había formado en la garganta al pensar en la muerte de su madre. Logan podía odiarla cuanto quisiera, pero no iba a permitirle que hablara mal de su madre.

–Mi madre murió hace unos meses, Logan. La echo terriblemente de menos, como seguro que tú echas de menos a tu padre. Te pediría que te guardes para ti mismo lo que creas saber.

–Conozco la verdad, Sophia. Y no se puede endulzar con palabras –su voz expresaba una convicción irrefutable–. Tu madre tuvo una aventura con mi padre, en las propias narices de mi madre. Louisa solo quería su dinero, pero él estaba tan cegado por su belleza que no se daba cuenta. Nuestra familia nunca volvió a ser la misma. Aquella traición casi acabó con nosotros.

Sophia miró por la ventana hacia los jardines y establos, donde se criaban espléndidos caballos para ser vendidos. El resto del complejo se destinaba a albergar huéspedes que deseaban probar la vida en un rancho.

Los hermanos Slade: Justin, Luke y Logan, se habían apoyado los unos a los otros para superar la muerte de sus padres, mientras que Sophia estaba completamente sola. Sentía el sufrimiento padecido por los Slade, pero lo que había trascendido entre su madre y Randall no podía explicarse fácilmente.

–Mi madre salvó el matrimonio de tus padres –observó, recalcando la palabra matrimonio.

–Lo de exhibirte medio desnuda en los escenarios de Las Vegas se te ha subido a la cabeza.

Remachó el comentario con una mirada triunfal. No debería sorprenderla que Logan supiera que había trabajado como showgirl. Sophia había llevado una vida decente y discreta, pero cuando su madre enfermó de cáncer no le quedó más remedio que tomar medidas drásticas para cuidar de ella. Y no se avergonzaba. Casi todo el mundo en Nevada sabía lo de su escandaloso matrimonio con un anciano multimillonario. Había acabado llenando las páginas de la prensa amarilla. Incluso en Las Vegas, que una showgirl de veintiséis años se casara con un magnate del petróleo de setenta y uno era todo un notición.

–De modo que lo sabes…

–Leo los periódicos, Sophia.

–Mi matrimonio y mi trabajo no son asunto tuyo –replicó ella suavemente. No le quedaba espacio en su corazón para albergar más dolor. La esperaban muchas batallas, pero no quería discutir con Logan en aquel momento.

Él volvió a mirarla de arriba abajo, en esa ocasión con más detenimiento. Observó los largos mechones negros que se le habían escapado del recogido en la nuca, antes de escrutar sus ojos, color ambarino, y sus carnosos labios. Mantuvo la vista fija en ellos y Sophia se preguntó si recordaría el beso que se habían dado en el instituto. El beso que la había dejado sin aliento y deseosa de recibir más. El beso que Logan había empleado para humillarla. Sophia nunca lo había superado, su primer beso de verdad, ni el dolor que le provocó.

–Eres preciosa, Sophia –la había apretado contra su cuerpo y besado con una increíble mezcla de dulzura y pasión, y Sophia se había rendido al torrente de sensaciones desconocidas que brotaban en su estómago. Se había abrazado a su cuello por instinto y él había seguido besándola hasta que los interrumpieron las risas al otro lado de la pared. Logan se separó con brusquedad, la miró muy serio por un instante congelado en el tiempo y luego se marchó para reunirse con sus amigos, dejándola aturdida y embobada.

Al día siguiente toda la escuela hablaba de la apuesta que Logan había hecho con sus tres compañeros de clase… Que Sophia no lo rechazaría si intentaba besarla porque era una chica tan fácil como su madre.

Ladeó la cabeza y lo miró fijamente mientras intentaba reprimir las sensaciones que le suscitaba el recuerdo. Desearía no haberse sentido nunca atraída por el hermano mayor de Luke, pero era imposible olvidar aquel beso e ignorar lo que su ardiente mirada la hacía sentir. Era como si Logan la hubiese marcado de por vida.

Él continuó con su asalto visual, recorriéndole con la mirada el escote de su recatado vestido veraniego y posándola en el busto. Por mucho que Sophia lo intentara, no podía ocultar el tamaño ni la forma de sus pechos. Se pusiera lo que se pusiera, atraía todas las miradas.

La mirada de Logan descendió finalmente por sus piernas y Sophia se arrepintió de no haberse sentado cuando tuvo la oportunidad. El implacable escrutinio de Logan la hacía sentirse tensa y vulnerable.

–¿Qué le hiciste al viejo? –le preguntó cuando volvió a mirarla a los ojos–. ¿Le provocaste un infarto en la cama?

Sophia ahogó un gemido de indignación. Era evidente que Logan pretendía ofenderla.

–Sigue vivo, gracias a Dios. Pero estamos… divorciados.

Logan la observó en silencio unos segundos.

–Muy poco ha durado vuestro matrimonio… ¿Fue Gordon Gregory lo bastante listo para firmar un acuerdo prenupcial?

–No es asunto tuyo, pero fui yo la que exigió firmarlo.

Logan se recostó en el sillón y soltó una carcajada.

–A mí no me engañas, Sophia. Eres igual que tu madre.

–Gracias. Lo tomaré como un cumplido. Mi madre era una mujer extraordinaria.

La sonrisa se borró del rostro de Logan. Se echó hacia delante y la miró fija y seriamente a los ojos.

–Te propongo un trato. ¿Qué te parece si te compro tu mitad del rancho sin que tengas que esperar un año? Mi abogado encontrará la forma de sortear esa cláusula, y estoy dispuesto a hacerte una oferta muy generosa.

–No.

–¿No quieres saber la cifra? –agarró un bolígrafo, preparado para escribir una suma.

–Ninguna cifra será suficiente.

Logan no pareció muy convencido.

–Te pagaré dos veces su precio.

Aquella oferta fue como una puñada directa al corazón. Quería librarse de ella a toda costa, pero Sophia no iba a permitir que nada la detuviese. Fuera cual fuera su oferta, no iba a renunciar a sus derechos legales sobre el rancho.

–Voy a quedarme y a encargarme del Sunset Lodge.

Aquel rancho había sido su hogar durante doce años. Le había encantado vivir en la casa de campo y nunca había querido vivir en otro sitio. Ni Logan Slade ni nadie iba a echarla de allí. Se quedaría en el rancho y sería una encargada tan eficiente como lo había sido su madre.

–Por favor, Logan… las llaves.

 

 

Logan acompañó a Sophia a su coche. El viejo y abollado Camry ofrecía un aspecto lamentable con los neumáticos desgastados y la pintura descascarillada. Aquel amasijo de metal debía de tener quince años, por lo menos. No era la clase de coche que conduciría una showgirl de Las Vegas casada con un viejo forrado.

Apretó las llaves de la casa en la mano, deseando que su padre no hubiera incluido a Sophia en su testamento. Era demasiado guapa. Tenía unos preciosos ojos dorados, un pelo negro azabache y una piel que relucía al sol de Nevada. Era la clase de mujer que hacía perder la cabeza a los hombres, y él no quería pensar en los problemas que podría provocar su presencia en el rancho. Todos sus trabajadores besarían el suelo que pisara, igual que habían hecho con Louisa. Bastaría con una simple sonrisa para tenerlos a todos comiendo de su mano. Sophia Montrose se había convertido en la viva imagen de su madre. Era incluso más atractiva que Louisa, por mucho que Logan odiara admitirlo.

–¿Te importa explicarme por qué quieres vivir en este lugar infestado de moscas y que apesta a estiércol?

Sophia puso los ojos en blanco y respiró profundamente. La tela del vestido se estiró sobre sus grandes pechos y Logan sintió una dolorosa reacción en la entrepierna.

–El rancho Sunset también fue mi casa, Logan. Aquí pasé los doce mejores años de mi vida, trabajando con mi madre en una propiedad de la que ahora poseo la mitad gracias a la generosidad de tu padre. ¿Por qué no iba a querer vivir aquí?

Logan se frotó la nuca. No podía entender por qué su padre le había dejado a Sophia la mitad del rancho en herencia.

–¿Es que no te gustaba vivir en Las Vegas? ¿A una mujer como tú?

–No tienes ni idea del tipo de mujer que soy, Logan –replicó ella, entornando los ojos.

Sabía que era la clase de mujer sin escrúpulos que se acostaba con un viejo por su dinero. El viejo debía de haber entrado en razón antes de que ella lo desplumara, con o sin contrato prenupcial.

–No puedo cambiar el pasado –continuó ella–. Pero he venido para empezar una nueva vida.

–En la tierra de los Slade.

–Sí, en la tierra de los Slade. Y ahora ¿puedes darme las llaves o vas a seguir meneándolas delante de mí?

Logan miró las llaves que tenía en la mano.

–Nadie ha vivido en esa casa desde que te marchaste.

–¿Quieres decir que sigue estando igual?

Él asintió.

–Mi padre no permitió que nadie la ocupara. Fue otra victoria para Louisa, y como te podrás imaginar a mi madre no le sentó nada bien. Los oía discutir por la noche.

–Eso no fue culpa de mi madre. Ni mía.

–Tendrás que dejar que se vaya la gerente actual.

–¿Que se vaya? ¿Qué quieres decir?

–Quiero decir que va a perder su empleo. El rancho no puede permitirse tener a dos gerentes a jornada completa. La señora Polanski tendrá que marcharse.

–No esperarás que la despida, ¿verdad?

–Bueno, si no quieres despedirla, puede quedarse y tú venderme tu parte. Así todos contentos.

Sophia lo fulminó con la mirada.

–Vete al infierno.

Logan sonrió. Hasta ese momento Sophia había mantenido la compostura, pero su atractivo aumentaba cuando echaba chispas por los ojos y se le encendían las mejillas.

–Solo te estoy exponiendo la situación, Sophia. La señora Polanski se ha encargado de todo durante ocho años. Lo hace muy bien y los huéspedes están encantados con ella.

–Y dejas que sea yo quien la despida… Qué considerado por tu parte.

–Algo hay que hacer. Parece que mi padre no tuvo en cuenta todos los detalles cuando renunció al rancho.

–Yo solo poseo la mitad. No renunció a todo.

–Seguro que te habría gustado que lo hiciera…

Ella levantó su perfecta barbilla en gesto desafiante.

–Desde luego que sí. Me habría gustado ser la propietaria de todo el rancho.

Logan la miró con asombro. No se había esperado que lo admitiera.

–De esa manera no tendría que tratar contigo –continuó ella–, ni despedir a una empleada.

Fue el turno de Logan para irritarse.

–El rancho ha pertenecido a la familia Slade durante generaciones. Después de la Segunda Guerra Mundial solo era una pequeña pensión para vagabundos y soldados sin blanca, hasta que mi abuelo la transformó en lo que es hoy. ¿Puedes decirme qué pintas tú en este lugar?

Sophia levantó los brazos en un claro gesto de impaciencia.

–No sé por qué tu padre fue tan generoso conmigo, Logan, pero es evidente que confiaba en mí para hacer el trabajo. Y a eso he venido. Si tengo que despedir a alguien lo haré, pero… –lo apuntó con un dedo– que sepas que no olvidaré que me has obligado a hacerlo.

–Así quiero que me recuerdes, Sophia. Como el tipo que te pondrá continuamente a prueba. No perteneces a este lugar, pero no me interpondré en tu camino si haces bien tu trabajo. Y no temas… Voy a cederle a Luke todas mis responsabilidades en el rancho y será con él con quien te entiendas desde ahora en adelante –dejó caer las llaves en su mano–. Empiezas mañana.

Ella cerró las manos alrededor de las llaves.

–No quería empezar de esta manera, Logan.

Él le abrió la puerta del coche y trató de conservar la calma.

–La casa está a un kilómetro por la carretera. Seguro que recuerdas cómo llegar hasta allí.

–Sí, lo recuerdo muy bien –al pasar junto a él para meterse en el coche le rozó el torso con los pechos. El tacto, duro y firme, junto a la erótica fragancia de su perfume, lo dejó momentáneamente aturdido, como si hubiera recibido un puñetazo en la cara.

Cerró la puerta del coche y vio cómo se alejaba mientras se le escapaba una retahíla de maldiciones entre dientes.

 

***

 

En cuanto perdió de vista a Logan por el espejo retrovisor, Sophia dejó caer los hombros y aflojó las manos en el volante. Levantó el pie del acelerador y dejó que el coche avanzara lentamente por el camino que conducía al hotel Sunset Lodge. No quería volver a pensar en Logan Slade. La irritaba, pero también le provocaba una emoción que no quería sentir y que, por más que lo intentaba, no lograba erradicar.

No tendría problemas para evitarlo mientras viviera allí. El rancho Sunset se extendía varios kilómetros a la redonda formando un perímetro en forma de diamante. Al día siguiente, cuando Luke llegara a casa, reanudarían su amistad y discutirían todo lo relativo a sus responsabilidades. Al menos podría contar con un amigo en el rancho Sunset.

–No te preocupes, cariño –le había dicho él–. Me aseguraré de que tengas una cálida bienvenida a casa.

Había olvidado la belleza y la tranquilidad del rancho en primavera, con aquel cielo de color índigo salpicado de nubles blancas. Era un paisaje muy diferente al tráfico, las marquesinas y las luces de Las Vegas.

Lo primero que vio fueron los establos, y el corazón se le comprimió al pensar que su madre no volvería a verlos. A Louisa le encantaba cuidar a los caballos en su tiempo libre.

A medida que se acercaba, el hotel fue llenando su campo de visión. Estaba rodeado por un exuberante manto de hierba donde crecían las flores silvestres. Para el personal era un privilegio ocuparse de la propiedad y trabajar en los establos, y los Slade siempre habían mantenido relaciones duraderas con sus empleados.

Sophia se sentía muy incómoda por tener que despedir a la señora Polanski, y decidió que no podía enfrentarse aún a una situación tan difícil y embarazosa. Primero se instalaría en la casa, y al día siguiente hablaría con Luke sobre el tema.

La casa estaba lo suficientemente apartada del hotel como para ofrecer la intimidad que Sophia tanto necesitaba. El revuelo mediático que había originado su matrimonio y la prolongada agonía de su madre le habían pasado factura. Necesitaba recomponerse y volcarse en un trabajo que le gustara. Y sobre todo, tenía que demostrarse algo a sí misma.

Toda su vida había dependido de su aspecto. Nunca había tenido la ocasión de ir a la universidad. Cuando su madre cayó enferma, Sophia se valió de su talento natural para el baile y empezó a actuar en los casinos. Fue su aspecto, y no su cerebro, lo que le hizo ganar el dinero suficiente para mantenerlas a las dos.

Y por fin, en aquel rancho, se le presentaba la oportunidad para dar de sí todo lo que podía dar.

–¡Hola, señorita Montrose!

Un jinete a lomos de una espléndida yegua alazana apareció junto al coche. Sophia se percató entonces de lo despacio que estaba conduciendo y bajó la ventanilla.

–Soy Ward Halliday. ¿No se acuerda de mí?

Sophia miró al vaquero jefe de Slade.

–Señor Halliday… Sí, claro que me acuerdo. ¿Cómo está?

–Viejo y gruñón –respondió él con una sonrisa mientras cabalgaba al paso del coche–. Pero verla aquí me ha alegrado el día.

–Muchas gracias. Es estupendo estar aquí. Echaba mucho de menos este lugar.

El vaquero dejó de sonreír y asintió seriamente.

–Siento lo de su madre.

Sophia frenó suavemente.

–Gracias. Fue muy duro…

–Me lo imagino –dijo él, tirando de las riendas de la yegua–. Era una mujer estupenda. Solía hacer galletas para mi hijo, Hunter… Ese pequeño diablo.

–Lo recuerdo muy bien. Yo la ayudaba, señor Ward.

Él volvió a sonreír.

–Ya no tiene quince años. Puede llamarme Ward. Mire, ahí viene Hunter –se giró en la silla hacia el joven que se acercaba a caballo–. Era solo un crío cuando usted y su madre se marcharon del rancho. Ahora trabaja conmigo y está pensando en ir a la universidad en otoño.

Sophia apagó el motor y salió del coche. El sol brillaba con tanta intensidad que tuvo que protegerse los ojos con la mano para mirar al joven.

–Así que tú eres el pequeño Hunter… Me alegro de volver a verte.

–Ya no soy tan pequeño, señorita –repuso él, pero sin ofenderse lo más mínimo. Y ciertamente era más alto y robusto que su padre–. ¿Va a instalarse ahora?

–Sí. Iba de camino a la casa.

Ward echó un vistazo a las bolsas que había en el asiento trasero.

–¿Necesita ayuda? Hunter puede ayudarla a descargar las cosas.

–Bueno… me vendría bien un poco de ayuda, pero si estás ocupado…

–En absoluto –dijo Hunter–. El señor Logan me ha hecho venir para ayudarla.

Sophia se sorprendió.

–En ese caso, te lo agradezco.

–Bienvenida a casa, señorita Montrose –le dijo Ward, tocándose el ala del sombrero.

–Llámame Sophia –le pidió ella antes de que espoleara a la yegua.

–Lo haré –respondió él por encima del hombro.

Sophia sonrió y volvió a subirse al coche.

–Te veré en la casa –le dijo a Hunter.

Hunter consiguió llegar antes que ella. Desmontó y se acercó para abrirle la puerta del coche.

Sophia introdujo la llave en la cerradura con el corazón desbocado, y Hunter pareció leerle el pensamiento.

–Seguro que está todo como lo recuerda.

–Eso espero…

Abrió la puerta sin más preámbulos y entró en la casa. Miró alrededor para asimilarlo todo rápidamente.

–Está tal y como la recuerdo.

Hunter también recorrió la estancia con la mirada.

–¿Dónde quiere las cajas?

Sophia entró en el dormitorio principal, que había pertenecido a su madre, e intentó que no la invadiera el sentimentalismo. No quería ponerse a llorar delante de Hunter.

–Aquí, creo.

Él la siguió y dejó las cajas en el suelo, junto a la cómoda. La luz del sol proyectaba un resplandor dorado en la habitación. Terminó de descargar el coche. Sophia le agradeció su ayuda y, una vez sola, se sentó en la cama.

Todo estaba en un estado impecable, sin una sola mota de polvo. Alguien debía de haberse preocupado por mantener la casa impoluta, y ese alguien debía de haber sido Randall Slade.

Incluso desde la tumba seguía velando por ella.

Media hora más tarde sonó el timbre de la puerta. El mismo tono musical que ella recordaba. Miró por la mirilla y vio a una mujer mayor con un jarrón lleno de rosas.

Abrió la puerta.

–¿Señorita Montrose?

–Sí… soy Sophia Montrose.

–Soy Ruth Polanski. He venido a darle la bienvenida a Sunset Lodge.

Sophia se estremeció. Ruth Polanski, la gerente del hotel… La mujer a la que tendría que despedir. No estaba preparada para ello.

–¿Quiere pasar?

–Solo un momento –respondió la mujer de cabello plateado–. No quería molestar, pero quería conocerla y darle algo para decorar la casa –le entregó el jarrón con flores–. Bienvenida –sus ojos destellaron al sonreír.

Sophia sostuvo el jarrón con una mano y la invitó a entrar con la otra. El corazón le latía frenéticamente.

–Gracias. Son preciosas.

–Espero que no le importe que me haya pasado a verla tan pronto. Hunter me ha dicho que había llegado y estaba impaciente por conocerla. Llevo ocho años ocupándome del hotel, ¿sabe?

–Eh… sí. Logan me lo ha dicho. Pero tutéame.

–No te imaginas lo contenta que estoy. Bueno… estoy muy triste por la muerte del señor Slade. Era un buen hombre, severo pero bueno, y le hice una promesa cuando su corazón empezó a fallar el año pasado.

–¿Ah, sí?

Ruth Polanski se detuvo en el centro del salón, aparentemente aliviada de compartir aquella información.

–Me hizo prometer que seguiría siendo la encargada hasta que vinieras tú a hacerte cargo. En el rancho todos saben que estoy impaciente por jubilarme. Tengo tres nietos y mi marido se jubiló el año pasado. Pero mantuve mi promesa y no le dije nada a nadie. Así lo quiso el señor Slade. Siempre fue muy bueno conmigo, y Logan… es un santo.

Si Sophia hubiera estado bebiendo, se habría atragantado al oírla.

–¿Me estás diciendo que quieres dejar tu trabajo? –la indignación hizo que la sangre le hirviese en las venas.

–Pues claro. ¿No te lo ha dicho Logan? Estaba esperando a que llegaras. Pero no te preocupes, no te dejaré en la estacada. Me quedaré hasta que sepas cómo va esto.

–Gra-gracias.

–De nada. No ha cambiado mucho desde cuando vivías aquí. El hotel sigue siendo famoso por el servicio y las instalaciones, y en primavera y verano organizamos las mismas actividades y festejos que siempre. Cuando estés lista, te lo enseñaré todo. Y cuando me vaya, Logan se encargará de responder cualquier duda que tengas.

Sophia sonrió. Logan iba a cansarse de ella muy pronto. A ella no le gustaba hacer de víctima, y encontraría la manera de vengarse de él por haberla engañado. En lo sucesivo no volvería a bajar la guardia.

–Sí, señora Polanski. Cuando te marches, Logan tendrá que responderme a muchas preguntas…

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

El sol de la mañana se filtraba a través de las margaritas estampadas en las cortinas y saludaba alegremente a Sophia. Estaba en el viejo dormitorio de su madre y aquel día comenzaba su nueva vida.

Le había costado conciliar el sueño, y todo por culpa de Logan Slade y su desagradable bienvenida. Estaba decidida a tener éxito en su difícil tarea, pero las dudas la acosaban sin tregua.

Seis semanas antes, no se habría imaginado de vuelta a la propiedad de los Slade, viviendo en la casa donde había crecido y siendo propietaria de la mitad del Sunset Lodge. El señor y la señora Slade habían muerto con unos meses de diferencia y a Sophia le gustaba pensar que sus almas se habían fundido en un amor inmortal. Aquel pensamiento la reconfortó mientras se ponía la bata de seda y se dirigía a la cocina.

Siempre le había encantado aquella cocina abierta y espaciosa. Conocía hasta el último detalle de aquella cocina. Todo se había mantenido igual.

Miró por la ventana y vio un perro corriendo junto a la casa, llevaba en la boca una espátula de madera de la que chorreaba algo que parecía merengue de limón. Tras él corría un niño.

–¡Ven aquí, Blackie!

Sophia se rio con la cómica escena y salió al porche. Vio el rabo negro de Blackie antes de que desapareciera tras la esquina. Parecía estar disfrutando como loco de la carrera; el niño, en cambio, tenía las mejillas rojas y jadeaba por el esfuerzo.

Sophia bajó los escalones y esperó pegada a la pared, junto a la esquina. Cuando oyó las pisadas del animal, se agachó y lo sorprendió. Pero Blackie fue más rápido y la esquivó en el último segundo.

–¡Quieto, Blackie! –le ordenó ella en tono severo.

El perro se detuvo al instante y la miró con sus grandes ojos marrones, comprendiendo que el juego había acabado.

El niño apareció en la esquina y se detuvo a unos pasos de distancia. Respiraba agitadamente y miró a Sophia con una mezcla de recelo y temor.

–Tranquilo –le dijo amablemente–. Soy Sophia Montrose y vivo aquí. Voy a trabajar en Sunset Lodge.

El chico asintió y le lanzó una mirada fugaz al perro. Blackie había decidido sentarse a tres metros de ellos y los observaba fijamente con la espátula aún entre sus dientes. De vez en cuando sacaba la lengua para lamer el limón.

–¿Cómo te llamas? –le preguntó Sophia.

Él tardó unos segundos en contestar, y su voz, aguda e inocente, le dijo a Sophia que era más joven de lo que aparentaba.

–Edward.

–Hola, Edward. ¿Cuántos años tienes?

–Di-diez. ¿Y usted?

–Yo tengo casi veintiocho. Parece que Blackie tiene algo que quieres recuperar.

–Sí, señora. La-la espátula no-no es mía. Bla-Blackie la robó de la co-cocina de la abuela. Se va a po-poner muy fu-furiosa. No-no deja que Bla–Blackie entre en la co-cocina.

–Entiendo. Bueno, seguro que si seguimos hablando y no le hacemos caso, Blackie acabará acercándose y entonces podremos quitársela.

El niño miró otra vez al perro y encaró de nuevo a Sophia con expresión dubitativa.

–¿Vives por aquí cerca? –le preguntó ella.

Él asintió con vehemencia, haciendo que sus mechones castaños le cayeran sobre los ojos.

–Vivo con mi a-abuela en el hotel. Es la co-cocinera.

Sophia se tranquilizó al comprobar que el tartamudeo del niño no se debía al miedo. No parecía importarle que las palabras le salieran a trompicones, como si se hubiera acostumbrado a aquella forma de hablar.

–Pronto la conoceré. Hoy empiezo a trabajar en el hotel.

–Sí, se-señora.

–¿Blackie es tu perro?

El niño negó con la cabeza.

–Es del se-señor Slade. Yo le doy de comer y lo sa-saco a pasear. Es mi tra-trabajo.

–Ya veo. ¿Es de Luke o de Logan?

–De Logan Slade –parpadeó varias veces–. No… no se lo di-dirá, ¿verdad?

–No, no se diré –le aseguró con una sonrisa–. Pero quizá deberías decírselo a tu abuela.

–De-dejé abierta la pu-puerta trasera y Bla-Blackie se coló dentro para de-desayunar conmigo. Cu-cuando mi a-abuela regresó se pu-puso a gritarle y Bla-Blackie agarró la e-espátula y salió co-corriendo.

–Parece que a Blackie le gusta el merengue de limón. Y no le culpo. Yo solía lamer el cuenco cuando mi madre hacía merengue.

–Mi a-abuela tam-también me deja la-lamer el cuenco.

El perro dejó caer finalmente la espátula al suelo y se acercó trotando a Edward.

–¿Lo ves? –dijo Sophia–. Ha venido a ti él solito.

Edward acarició la cabeza del perro.

–Nor-normalmente es mu-muy buen perro.

–Estoy segura –Sophia también lo acarició y el perro la miró agradecido, con la lengua fuera. Ya no era una enemiga que intentara arrebatarle el botín, sino una admiradora deseosa de hacerle carantoñas–. Voy a por algo para lavarlo. Espera aquí.

Entró en la casa y volvió a salir con un trapo empapado de agua caliente.

–Toma, para que borres las huellas del delito –le entregó el trapo a Edward y recogió la espátula del suelo, agarrando con dos dedos el extremo de madera menos sucio–. Creo que tu abuela va a tener que tirarla a la basura…

–Sí, se-señora.

–¿Y si intentas compensarla de alguna manera?

–¿Có-cómo?

–¿Le gustan las flores?

–No-no lo sé.

–A casi todas las mujeres les encantan las flores. Seguro que a tu abuela también. Si le llevas un ramo de violetas y le prometes que Blackie no volverá a robar nada de la cocina, se quedará muy satisfecha.

El chico lo pensó un momento, asintió con la cabeza y Sophia le puso la espátula en la mano.

–Te veré más tarde en el hotel, Edward.

–Es-está bien.

Se marchó con el perro y Sophia entró en casa para ducharse y elegir cuidadosamente la ropa para su primer día de trabajo. Un vestido coralino de seda ceñido a la cintura con un amplio cinturón de ante, una chaqueta ligera arremangada y unas botas de piel conferían una imagen profesional y típica. Después de vestirse, engulló un tazón de cereales y sorbió el café, dispuesta e impaciente por comenzar la jornada.

Tenía algo que demostrar a Logan Slade. Pero sobre todo a sí misma.

 

 

Media hora más tarde, entró en el Sunset Lodge. Intentó no dejarse dominar por la nostalgia y por la incredulidad que le suscitaba ser la dueña del establecimiento, y cruzó el bonito vestíbulo y giró a la izquierda hacia el despacho del encargado.

La puerta estaba abierta y Sophia se detuvo un momento en el umbral. Se disponía a llamar con los nudillos cuando la voz de Ruth Polanski la invitó a entrar.

–Bienvenida, Sophia. Pasa, por favor –se levantó y rodeó la mesa para abrazarla en vez de estrecharle la mano.

A Sophia se le encogió el corazón. Nadie la había abrazado desde que murió su madre.

–Me alegro de verte aquí. ¿Cómo ha sido tu primera noche en el rancho Sunset?

–Estupenda –le dijo Sophia. No tenía por qué confesarle lo poco que había dormido por culpa de Logan–. La casa está igual que la recordaba.

–Estupendo, querida. Podemos empezar cuando quieras, pero antes me gustaría enseñarte el hotel y presentarte al personal. Quizá recuerdes a algunos de los empleados.

A Sophia le encantó pasearse por las instalaciones y ver las caras familiares. Muchos de los empleados la recordaban de cuando era niña y le ofrecieron sus condolencias por la muerte de su madre. Fue como abrir el baúl de los recuerdos, pero también se concentró en los cambios realizados y en los que quedaban por hacer. Tomó muchas notas en el cuaderno que llevaba consigo, y de regreso al despacho de Ruth, que en lo sucesivo sería su despacho, las discutió con ella para saber su opinión.

–Tus llaves –le dijo Ruth al final de la jornada, poniéndole un juego de llaves en la mano–. Para que cierres el despacho cuando quieras.

Sophia la miró con asombro y Ruth negó con la cabeza.

–No me marcho todavía, tranquila. Me quedaré hasta el final de la semana que viene. Si necesitas que me quede más tiempo, lo haré con mucho gusto. Pero no parece que vayas a necesitar mucha ayuda. Estoy impresionada por la rapidez con que te has puesto al día.

–Gracias. Ha hecho que mi primer día sea muy agradable.

–Creo que estás sobradamente preparada para este trabajo y así se lo diré a Logan.

–Querrá decir a Luke… Me han dicho que será él con quien trate en lo sucesivo.

–Oh, sí, desde luego. Aunque ninguno de los dos hermanos te dará nunca problemas.

Sophia optó por callarse.

 

 

De vuelta a casa, se quitó las botas y la chaqueta y se dejó caer en el sofá con un vaso de té helado. Siguió disfrutando de la tranquilidad unos minutos más hasta que oyó el motor de un coche acercándose a la casa. Se levantó tan rápido que derramó el té sobre el vestido.

Unos segundos después llamaron a la puerta. Abrió y se encontró con un Luke Slade maduro e increíblemente atractivo.

–¿Qué tal? –la saludó él–. Pensé que te vendría bien contar con un amigo en estos momentos.

Fue un alivio inmenso descubrir que su viejo amigo no había cambiado nada, salvo para convertirse en un hombre adulto, seguro de sí mismo y arrebatadoramente atractivo. Estaba muy contenta de verlo y se permitió bajar la guardia para hablar con él con toda naturalidad.

Luke se sentó en el extremo del sofá, con el talón de una bota descansando sobre la rodilla, bebiendo té helado. Su sonrisa y el brillo de sus ojos seguían siendo los mismos, pero ya no era el joven tímido y desgarbado que ella había conocido.

–Echo mucho de menos a mi madre, Luke. Durante muchos años solo nos tuvimos la una a la otra, y ahora que se ha ido me siento perdida.

–No, cariño. De nuevo has encontrado tu sitio. El rancho Sunset es ahora tu casa.

Se inclinó hacia delante y la agarró de las manos. Ella bajó la mirada a sus dedos entrelazados, agradecida por su amistad. Luke siempre la había entendido y apoyado, incluso a una edad en la que ser amigo de una chica se veía como algo ridículo. Sophia le apretó la mano y esperó que una chispa prendiera entre ellos. Que le sudaran las palmas. Un hormigueo en la piel…

Pasaron los segundos.

Nada.

Siempre se había preguntado qué sentiría por Luke si alguna vez regresaba al rancho, y si podría haber algo más que una amistad entre ellos.

Le soltó la mano y lo miró a los ojos. Luke sonreía. Era evidente que se estaba preguntando lo mismo. Sophia se puso colorada, pero sin que hubiera la menor tensión entre ambos. Y ese era el problema.

–Estás hecha un bombón, Sophia.

–Y tú estás para chuparse los dedos, Luke.

Los dos se echaron a reír.

Eran amigos y nada más. Sophia se alegró de que hubieran aclarado aquel punto. Los últimos años habían sido un infierno, teniendo que casarse con un hombre mucho mayor que ella para poder pagar el tratamiento de su madre y rezando por un milagro. Y había tenido que pagar un precio muy alto por sus esperanzas e ingenuidad.

–Gracias, Luke. Siempre sabes cómo hacer que me sienta mejor.

Él le hizo un guiño.

–Encantado de poder ayudar… Bueno, dime, ¿qué planes tienes?

Sophia se recostó en el sofá y dobló las piernas bajo el vestido.

–Espero tomar pronto las riendas del negocio. Ruth cree que estaré preparada al final de la próxima semana, pero yo tengo mis dudas –ladeó la cabeza y adoptó un tono de reproche–. Y por cierto, gracias por no haberme avisado de que ella quería jubilarse.

Luke la miró con expresión inocente.

–No pensé que fuera un problema. Ella estaba impaciente por dejar el trabajo.

–Sí, ya me lo dijo. Pero tu hermano me hizo creer que tendría que despedirla para ocupar su puesto.

Luke guardó un largo silencio y se frotó la nuca.

–Vaya… así que Logan ha intentado fastidiarte.

–Y no lo ha hecho para gastarme una broma.

Luke dejó el vaso en la mesa.

–No permitas que eso te afecte, Sophia. Logan está muy molesto por lo que ocurrió en el pasado, pero no tardará en superarlo.

–¿De verdad lo crees? –le preguntó ella sin poder camuflar su anhelo. Lo único que quería era vivir tranquilamente en el rancho Sunset.