Merlín, el gato que quería ser mago - María Saloana - E-Book

Merlín, el gato que quería ser mago E-Book

María Saloana

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Beschreibung

Merlín, el gato que quería ser mago cuenta la historia de un curioso gato con un único y ardiente deseo de convertirse en mago. Mientras persigue su sueño de realizar trucos asombrosos, conoce a los sabios mentores que le mostrarán que la verdadera magia está más allá del mundo de la ilusión y los trucos de escenario, y que, más bien, habita en el corazón de cada uno de nosotros, vibrando al unísono con el campo de infinitas posibilidades para cocrear la realidad deseada. A medida que desarrolla sus habilidades mágicas, Merlín se sumerge en un proceso de autoconocimiento en donde comprenderá la importancia de deconstruir viejas creencias para construir nuevas, desde la mirada del amor y el desarrollo de la intuición. La historia combina elementos de ficción y personajes fantásticos con enseñanzas espirituales, explorando temas como el despertar de la consciencia, las lealtades familiares y la alquimia que transforma el dolor en evolución. Merlín, el gato que quería ser mago es mucho más que un relato fantástico, es una obra que inspirará a aquellos que buscan convertirse en la versión más elevada de sí mismos.

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Seitenzahl: 231

Veröffentlichungsjahr: 2024

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MARÍA SALOANA

Merlín, el gato que quería ser mago

Una historia de magia y transformación personal

María Saloana Merlín, el gato que quería ser mago : una historia de magia y transformación personal / María Saloana. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4765-1

1. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Sinopsis

Merlín, el gato que quería ser mago cuenta la historia de un curioso gato con un único y ardiente deseo: convertirse en mago. Mientras persigue su sueño de realizar trucos asombrosos, conoce a sabios mentores que le revelarán que la verdadera magia está más allá del mundo de la ilusión y los trucos de escenario; más bien, habita en el corazón de cada uno de nosotros, vibrando al unísono con el campo de infinitas posibilidades para cocrear la realidad deseada. A medida que desarrolla sus habilidades mágicas, Merlín se sumerge en un proceso de autoconocimiento en el cual comprenderá la importancia de deconstruir viejas creencias para construir nuevas, desde la mirada del amor y el desarrollo de la intuición. La historia combina elementos de ficción y personajes fantásticos con enseñanzas espirituales, explorando temas como el despertar de la consciencia, las lealtades familiares y la alquimia que transforma el dolor en evolución.Merlín, el gato que quería ser mago es mucho más que un relato fabuloso; es una obra que inspirará a aquellos que buscan convertirse en la versión más elevada de sí mismos.

Índice de contenido

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

CAPÍTULO XIII

CAPÍTULO XIV

CAPÍTULO XV

CAPÍTULO XVI

CAPÍTULO XVII

CAPÍTULO XVIII

CAPÍTULO XIX

CAPÍTULO XX

CAPÍTULO XXI

CAPÍTULO XXII

CAPITULO XXIII

CAPÍTULO XXIV

CAPÍTULO XXV

CAPÍTULO XXVI

CAPÍTULO XXVII

EPÍLOGO

A MI PAPÁ

“HASTA QUE NO HAGAS CONSCIENTE LO QUE ESTÁ EN TU INCONSCIENTE, ESTE DIRIGIRÁ TU VIDA Y TÚ LO LLAMARÁS DESTINO”.

Carl Gustav Jung

“SENTIR ES EL SECRETO”.

Neville Lancelot Goddard

¿Has tenido alguna vez un sueño tan intenso que te quitara el sueño?

CAPÍTULO I

Era de noche y Merlín no podía dormir. En su inquieta cabecita rondaban cientos y miles de pensamientos relacionados con la magia, los trucos, los escenarios… Aparecer y desaparecer objetos, convertir una cosa en otra, brillar en escena con el show más innovador. ¿Qué gran secreto escondería la magia para provocar tanta fascinación en el público? Después de todo, es de amplio conocimiento que los espectáculos son pura fantasía. Cuanto más increíble es el truco, mayor es el asombro. Personas dispuestas a gastar fortuna para que les engañen en la cara. “¿Será que para ser mago hay que aprender el arte del engaño?”, se preguntaba Merlín. Engañar, con la tranquilidad de que el observador está esperando con ansias ser sorprendido en la ilusión… ¿Acaso sería lo mismo engaño que ilusión? Justo Merlín, que era incapaz de la más mínima mentira. ¿Qué oculta razón lo impulsaría a desear convertirse en un artista de la magia? Y es que quizá no había ninguna razón, más bien un deseo que no se razona porque proviene de lo más profundo del alma.

Merlín era un gato muy curioso y aventurero, apasionado por la magia. De apariencia singular, símbolo de equilibrio entre luz y oscuridad; felino de dos colores conocido coloquialmente como “esmoquin”. Negro profundo, su lomo, cabeza y cola contrastaban con sus patitas, barriga y barbilla que eran blancas como el azúcar, al igual que sus encantadores bigotes. Era delgado y su pelaje, suave como la seda. Sus enormes y expresivos ojos verdes contemplaban el mundo con sorpresa y admiración. Vivía en una bucólica aldea llamada Pueblo del Bosque, en una pintoresca cabaña rodeada de hayas a orillas de un río, junto a su mamá, la tortuga María Luna. Sí, una tortuga. Es que María Luna adoptó a Merlín cuando era muy pequeño. Una noche, camino a su casa, escuchó un gemido proveniente del matorral. De inmediato, se acercó al lugar y se topó con un cándido gatito abandonado a su suerte. María Luna no dudó, se lo montó en su caparazón y se lo llevó a vivir con ella. Desde entonces, han sabido convivir en armonía y comunión.

Como cualquier ejemplar de su especie, disfrutaba sobremanera de corretear y retozar por el bosque, a lo que la tortuga, por detrás de él, solía reclamarle: “¡Merlín, espérame, por favor, no te apures tanto!”. Aunque no tuviera un andar tan veloz como el de su hijo adoptivo, era muy vivaz y movía sus patitas con elegante agilidad. Vigorosa y robusta, en el pueblo se rumoreaba que tenía más de cien años, pero ella se negaba a revelar su edad. Era la feliz propietaria de un bar al cual asistía todos los días, junto con Merlín. María Luna amaba cocinar y complacer a sus comensales; a su hijo, en cambio, la comida le importaba poco, él solo quería hacer magia.

Durante su infancia, la mamá tortuga supo acompañar con entusiasmo el sueño de Merlín, motivándolo a practicar sus trucos. Le había obsequiado libros y juegos mágicos a fin de desarrollar su destreza y habilidad. Ambos solían conversar mucho; eran muy compañeros. Una tarde de tantas, un té de por medio, Merlín abrió el diálogo:

—Mamá Luna —que así la llamaba el gato—, ¿por qué será que los trucos de magia, incluso sabiendo que son ficticios, nos llaman tanto la atención?

—¡Ay, tesoro! El mundo de la ilusión es tan sorprendente como enigmático. Pretende desorientarnos constantemente, manipulando nuestra atención sin que podamos apenas percibirlo. Algún día serás tú quien domine la magia, en vez de que ella lo haga contigo.

—Pero ¿qué hay del público que ya sabe que es engañado y manipulado? Como sea, los espectáculos de magia representan una irresistible atracción. ¿Qué extraño motivo habrá detrás? —insistió.

—¿Y qué hay de ti, Merlín?

—Es algo que no consigo explicar. Es un deseo muy fuerte, una pasión. Forma parte de mí mismo. Me define. Habla por mí.

—¡Maravilloso!

—¡Es que yo quiero ser mago! Pero… ¿los espectadores? Ellos son meros observadores, fascinados por cómo se resuelve un truco para que parezca real. Dime, mamá Luna, ¿por qué crees que un espectador disfruta de ver cómo parten al medio un cuerpo con un sable o cómo desaparecen diversos objetos delante de sus ojos?

—Porque sabe que es una falacia. El hecho de saber que no es real es lo que lo vuelve atractivo. La persona que observa el show está segura en su butaca, tranquila y disfrutando. Si fuera verdad lo que ve, significaría que alguien con un poder sobrenatural estaría en capacidad de atentar contra su “ilusoria seguridad”. ¡Su supervivencia correría peligro! ¡Sería terrible! Por lo tanto, saber que todos esos trucos son fantasía… es fascinante y tranquilizador.

—Sí, puede ser, el miedo siempre detrás…

—¡Vamos, Merlín! Serás un prestigioso artista si te lo propones, e incluso mucho más que eso. Si trabajas apasionadamente para lograr tu sueño, este no se cumplirá solo; portará consigo un plus tanto en experiencias como en amistades. Por tanto, ¡déjate sorprender por la vida, que esa sí que tiene magia!

En el pueblo había tres gatos que, más que amigos, eran hermanos para Merlín. Uno de ellos era Rocco, corpulento y peludo, completamente negro como la noche, parecía de terciopelo. Solía estar siempre de buen humor y le encantaban las bromas. El otro amigo era Aurelio, dorado como el ámbar, el típico ganador que sabía engalanar a las gatitas del pueblo; y Benito, de color gris, bohemio y trotamundos por naturaleza, tan bueno como el agua pura.

La aldea Pueblo del Bosque, donde vivían, era una comunidad protegida y elegida para tributar valor al mundo. No habitaban allí seres humanos, solo animales y entidades guardianes de la naturaleza que, con sus fortalezas y debilidades, equivocándose y aprendiendo, iban construyendo un paradigma de vida basado en el amor y la solidaridad, libres del miedo, el pesar y la ira. Eran muchos los que habían decidido elevar su nivel de consciencia. Entre los que lo habían logrado, o bien podían ser maestros de vida e iluminar el camino de quienes aún lo intentaban, o bien podían ser ermitaños y dedicarse de lleno a la meditación. Otros optaban por traspasar las fronteras y cruzar los portales abiertos a realidades paralelas.

Aprovechando ese rayito de sol que invitaba a derretir la nieve, los amigos se reunieron una tarde para intercambiar vivencias. Fue entonces cuando Merlín resolvió poner en palabras lo que guardaba en su corazón:

—Alguna vez, alguno de ustedes, ¿ha tenido un sueño tan intenso que le quitara el sueño?

Todos comenzaron a revolear los ojos cual bolitas de colores y a cruzarse las miradas en un intento de conectar con lo que Merlín estaba preguntando, a este punto, comprendieron que la conversación se estaba tornando seria. El que se animó a romper el hielo fue Rocco:

—¿Cómo que tienes un sueño que te quita el sueño? Si tienes sueño, se te quita durmiendo…

—¡No, no, Rocco! No hablo del sueño que viene a la hora de dormir. Lo que pregunto es si, alguna vez, tuvieron un deseo tan poderoso de hacer algo que no consiguieran siquiera dormir.

—¡Ah, bueno, sí! A veces tengo un intenso deseo del arroz con hongos del bosque que prepara María Luna, pero en realidad no me quita el sueño, sino más bien sueño con ello…

—No, Rocco —esta vez intervino Benito—, lo que Merlín está tratando de explicar es mucho más profundo que un plato de arroz. No tiene que ver con el alimento para el cuerpo, tiene que ver con el alimento para el alma.

—¡Claro, Benito! —exclamó Merlín, feliz de que alguien lo comprendiera—. Se trata de cumplir un sueño en la vida.

—Ah, ¡qué bueno!… ¿Y qué sería “cumplir un sueño”? —preguntó Rocco.

—¡Precisamente! —contestó Aurelio—. Sería realizar eso tan poderoso que no te deja dormir.

—En verdad, es mucho más que eso —explicó Merlín—. Es un ardiente deseo de materializar algo, eso que solo tú puedes hacer y nadie más. ¡Algo que te hace sentir pleno y que no puedes abandonar ni un día de lo feliz que te hace! Cumplir un sueño es aportar valor al mundo, es crecer, es expandirse, es volverse abundante… ¡Es una pasión!

—Creo que ahora sí te interpretamos, Merlín —comentó Aurelio—. ¡Sería conectar con todo aquello que te hace feliz y te inyecta energía!

—¡Bravo, Aurelio! —continuó entusiasmado Merlín—. ¿¡Se imaginan si todos cumpliésemos nuestros sueños!? ¡Tendríamos tanta felicidad y abundancia para regalar!

—Sí, ahora te entiendo, no tanto por tu explicación, sino porque veo el brillo de tus ojos cuando hablas —observó Rocco—. ¡Esa pasión que le pones! Eso me hace comprender.

—Sí —asintió Benito—. Yo también lo veo mucho más claro en tus ojos, Merlín. ¡Y qué lindo eso de regalar felicidad y abundancia!

—¡Así es, Benito! Imaginen un mundo en donde todos y cada uno de nosotros hiciéramos aquello que amamos y nos hace felices. Transmitiríamos pasión, garra, alegría. ¡Nadie estaría nunca de mal humor! —concluyó Merlín.

—¡Caramba, claro!… —reflexionó Rocco—. Por eso nos alejamos de los humanos, porque muchos de ellos solían vivir malhumorados, tristes y quejumbrosos. Mi mamá me contó que, en numerosas ocasiones, nosotros los animales terminábamos siendo el blanco de sus fracasos y víctimas de sus malos tratos.

—Sí, yo también sé de eso —confirmó Aurelio.

—Sí, chicos. Por eso en Pueblo del Bosque estamos protegidos, para poder vivir nuestras vidas y evolucionar en paz y libertad —explicó Merlín.

—Y para poder cumplir nuestros sueños —añadió Benito.

—Por supuesto —afirmó Merlín—. Cumplir un sueño es parte de la evolución. No debemos dejar de expandirnos nunca. ¡No nos convirtamos en humanos incumplidores de sueños!

— ¡Jamás! —aseveraron todos.

—¡Gracias, amigos! Si bien no tienen por qué comprender mi sueño, ni siquiera interesarse por él, con que me acompañen es suficiente.

—Aunque creo podríamos adivinarlo, todavía no nos has dicho: ¿cuál es tu sueño, Merlín? —preguntó Benito.

—¡Sí, es cierto! ¿¡Cuál es tu sueño!? —preguntaron los demás.

—¡¡¡Convertirme en mago!!! —confesó.

—¿Mago mago? ¿De esos que usan varita y hacen aparecer y desaparecer cosas? —preguntó Rocco con los ojos gigantes de asombro.

—Sí, mago, aquel que practica la magia en todas sus formas… —aclaró Merlín.

—¡Excelente decisión, compañero! —opinó Aurelio.

—¡Me encanta tu idea! —dijo Benito—. Casi casi te imagino con la capa, el sombrero, la varita…

—¡Sí, convirtiéndonos a todos en sapos! ¡Ja, ja, ja! —bromeó Rocco y los hizo reír a todos.

Y tras celebrar ese ocurrente momento, los cuatro se unieron para alentar a Merlín en su decisión: “¡¡¡Estamos contigo, amigo, hoy somos todos Merlín!!!”. Y terminaron con los bracitos entrelazados y apretándose fuerte, porque los amigos no siempre entienden todo, pero acompañan y están en cada ocasión que merezca un abrazo.

Como resultado de averiguar e investigar algunas cuestiones, Merlín había creado un plan para convertirse en el mago de excelencia que soñaba ser. Solo tenía que llevarlo a cabo.

Únicamente los gatos negros pueden ser magos.

CAPÍTULO II

Amaneció con un espléndido sol en el cielo y en el alma de Merlín: ¡había llegado el gran día! Visitaría al Gran Mago del bosque, el Maestro de maestros, y por fin le compartiría su gran pasión por la magia, su deseo de formarse en su famosa escuela y su disposición a convertirse en su mejor alumno.

Esa mañana, mientras desayunaban, le comunicó a su mamá tortuga la decisión que había tomado y María Luna se puso loca de emoción. ¡Estaba tan feliz de que su hijo del corazón emprendiera el camino hacia su sueño! Hasta prometió hacer una gran fiesta cuando recibiera su diploma de mago.

Merlín escogió tomar el camino que bordeaba el río. El sol de invierno brillaba cálido como nunca y podía sentir, con cada paso que daba, como se acercaba cada vez más a la vida de sus sueños. Parecía que la magia circulaba por sus venas apropiándose de todo su ser, de su esqueleto, de su carne, de su alma... Transportaba consigo una mochilita con algunas pertenencias, ya que quería aprenderlo todo y no sabía cuánto tiempo le demandaría su formación.

A la distancia, logró divisar la magnífica mansión donde, según había averiguado, vivía el Gran Mago del bosque, y hacia allí se dirigió. Sus patitas le temblaban y su corazón casi casi se le salía del pecho; respiraba profundo para que el aire no le faltara. Cada vez más y más cerca. ¡No lo podía creer! ¡Ya estaba frente al portal de entrada! El llamador era una campana dorada que pendía del techo. Merlín tuvo que estirarse sobremanera hasta lograr alcanzarla y entonces, con sus dos manitas blancas, se prendió del badajo y la hizo sonar. La campana sonó tan fuerte que sus dos orejitas se aplastaron hacia atrás, y de un salto quedó de nuevo parado en el suelo, expectante a que abrieran la puerta.

Despacito, el portal se fue abriendo, provocando un sonido bastante particular. Lo que primero divisó fue un ala blanca, y luego, dos tremendos ojos hundidos en una cara grande y redonda.

—Sííí —dijo lo que parecía ser un ave, más precisamente una lechuza.

—Buenos días, señora Lechuza —saludó con voz temblorosa—. ¿Será posible ver al Gran Mago del bosque, por favor?

—¿Quién es usted? ¿Para qué quiere verlo?

—Bueno yo… me llamo Merlín y tengo el sueño de convertirme en mago y sé que el Gran Mago del bosque es Maestro de maestros y entonces yo…

—Está bien, muchachito —interrumpió—, veré si lo puede atender.

—Muchas gracias, es usted muy amable.

La lechuza, luego de examinar cuidadosamente al inesperado visitante, bajó la mirada, se dio media vuelta y cerró la puerta. Merlín permaneció impaciente esperando fuera.

En lo que parecía el minuto más largo y decisivo de su vida, de nuevo la resonante puerta se abrió y por fin apareció: imponente, majestuoso, gigante, el Gran Mago del bosque y detrás de él, doña Lechuza, como custodiando la escena.

—Buenos días, jovencito —habló el Gran Mago con voz retumbante.

—Bu… bu… buenos días, señor Graaan Mago. ¡Es un honor para mí conocerlo! —tartamudeó Merlín.

—¿Qué te trae por aquí, pequeñito?

—Yo… yo… Como le explicaba a la señora Lechuza, mi gran sueño es convertirme en mago. Es lo que más deseo en este mundo y sé que usted es el Gran Maestro de maestros. Entonces, quería pedirle, si no es mucha molestia, claro, si pudiera hacerme el favor de enseñarme magia y así yo…

Merlín hablaba de manera tan acelerada que casi se queda sin aliento, cuando bruscamente el Gran Mago lo interrumpió:

—¿Cómo te llamas, jovencito?

—Ah, sí, perdón, no me presenté. Merlín, me llamo Merlín.

—Mira, Merlín, cumplo en informarte que solo el nombre tienes de mago. Lamentablemente, debo decirte, con los años de experiencia que yo tengo y que son muchos…

—Sí, más de cien —aseguró doña Lechuza mientras asentía con la cabeza.

—Como te decía, joven felino —continuó, un tanto molesto por haber sido interrumpido—, con la vasta experiencia que yo tengo, te puedo afirmar que únicamente los gatos negros pueden ser magos, debido a que las pociones mágicas se tornan poderosas cuando dentro de sus ingredientes incluyen pelos y bigotes de gato negro, y tú, mi querido “peludito”, eres bicolor y tus bigotes son blancos. No, no, no, definitivamente, no. No será posible que te conviertas en mago.

—Bueno, Gran Mago, en ese caso, no será un problema, ya que mi amigo Rocco es un gato muuuy grande, con muuuchos pelos negros, y sus bigotes también lo son, y estoy seguro de que él me los donará gustoso para poder elaborar las pociones y…

—No, no, no, pequeño felino, me temo que no he sido demasiado claro, porque el dueño de los pelos y bigotes para las pociones mágicas tiene que ser el propio mago, nadie más puede donarte los pelos.

—Pero… pero… —intentaba hablar; sin embargo, un nudo en su garganta se lo impidió.

—Lo siento, joven, mas no será posible que te conviertas en mago; solo los gatos íntegramente negros, pueden serlo.

—Pero ¿no podría hacer una excepción? Le prometo, Gran Mago, que no se arrepentirá, por favor, ¡deme una oportunidad! —suplicó.

—No se trata de mí, se trata de ti. Careces de las condiciones naturales para ser mago, solo los gatos negros las poseen. Lo siento.

—Pero… disculpe, Gran Mago, con todo respeto y espero no lo tome a mal. Usted, ¿cómo hace? —se atrevió a preguntar, mostrando un coraje que desconocía poseer.

—¿Cómo hago qué cosa? ¿A qué te refieres, gatito? —le respondió intimidante.

—Es que… como decir, usted… no es negro…, bueno, ni siquiera es gato… ¿Cómo elabora sus pociones? —Un escalofrío eléctrico le recorrió el cuerpo.

—¡Jovencito, qué insolente! —Los ojos del Gran Mago se abrieron de par en par, iracundos y feroces—. ¡No voy a revelarte a ti cómo elaboro mis pociones mágicas! —Acto seguido, se inclinó deliberadamente hasta alcanzar la trémula figura de Merlín—. Yo digo que, dentro de los de tu especie gatuna, ¡SOLO LOS QUE TIENEN TOOODO EL CUERPO CUBIERTO DE PELOS NEGROS PUEDEN SER MAGOS! —Y clavándole aún más su profunda y oscura mirada, agregó—: ¿¡Te quedó claro ahora, Merlín!?

—Sí, señor, disculpe mi insolencia —respondió amilanado.

Entonces, el Gran Mago se irguió, se pegó la media vuelta revoleando su espléndida capa e ingresó en su mansión, dejando a Merlín solito con su mochila llena y su alma completamente vacía.

Doña Lechuza, testigo de la situación, no pudo evitar conmoverse por Merlín al verlo con sus ojitos inundados en lágrimas, su cabeza gacha y sus bracitos colgando como cuerdas.

—¡Lo siento tanto, minino! El Gran Mago es así, directo, prefiere decirte las cosas de una vez y no hacerte perder el tiempo.

—No se preocupe, señora, le agradezco su sinceridad y que me haya recibido y dado la oportunidad de hablar con él.

—No tienes nada que agradecerme, Merlín. Te deseo lo mejor. Adiós.

Habiendo dicho esto, el ave se retira y cierra la puerta, no sin antes observar a Merlín con insistencia y al detalle, en especial sus ojitos.

Volver a casa con el sueño hecho pedazos, una vida sin propósito no tendría ningún sentido. Con la mente en sombras y el corazón hecho trizas, Merlín no conseguía pensar con claridad. Su plan se había desmoronado. No tenía la menor idea de adónde iría ahora, a quién recurriría, qué camino lo conduciría a su meta. Estaba en cero, con un único y persistente deseo de convertirse en mago.

Apesadumbrado y triste, volvió a la cabaña en donde sabía que estaría solo, pues era el horario en que María Luna trabajaba en su bar. Nunca se había sentido tan miserable y necesitaba estar en soledad para reflexionar. Se suponía que cuando tuvieras un sueño ferviente y poderoso, las estrellas constelarían a favor para ayudarte a cumplirlo. ¿Por qué esta vez las estrellas no pudieron? Ese día, el alegre gatito conoció la tristeza.

Las cosas no son ni buenas ni malas, solo tienes que corregir tu percepción.

CAPÍTULO III

Oscureció temprano en el blanco invierno del bosque. María Luna regresó a su casa cantando, como era su costumbre. Cuando entró, vio a Merlín acurrucado en su cama, hecho un bollito. En el acto dejó de cantar.

—Merlín, hijito mío, ¿se suponía que te quedarías con el Gran Mago? ¿Qué pasó? —preguntó confundida.

—Estuve con el Gran Mago y su secretaria Doña Lechuza —dijo mientras se desperezaba—. Pero no me admitió en su escuela.

—Pero… ¿por qué?

—Porque dijo que, dentro de mi especie gatuna, únicamente los gatos negros podían ser magos…

—¡Pero si eres negro...! Y blanco.

—Por eso, no soy completamente negro, tengo pelos y bigotes blancos, y las pociones mágicas se elaboran con los pelos y bigotes negros del propio mago. Por esa causa, nunca podré convertirme en mago —dijo mientras se le caían las lágrimas—. ¡Ni siquiera me permitió explicarle que lo que a mí más me interesa aprender son los trucos de escenario, no tanto las pociones! En definitiva, me dijo que ser mago no era posible para mí.

—¡Mi ángel! ¡No lo puedo creer! Debe haber otra salida. Simplemente, un camino se ha cerrado, pero siempre hay caminos alternativos a la hora de cumplir un sueño. No bajes los brazos, ya verás que la vida se encargará de mostrarte otra manera de alcanzar tus objetivos —expresó con dulzura la tortuga.

—¡Ay, no sé, mamá Luna! —suspiró Merlín—. Quizá debería quitarme de la cabeza la idea de ser mago.

—Podrás quitártela de tu cabeza, mas no de tu corazón. Mira, tesoro, en la vida suceden cosas que a veces no nos gustan, pero eso no significa que sean malas. Las cosas no son ni buenas ni malas, aunque en ocasiones, preferiríamos que fuesen diferentes, entonces las catalogamos de malas, pero en realidad no lo son. Solo tienes que corregir tu percepción. Con el tiempo te darás cuenta de esto.

—¡Ojalá sea como dices!

—¿¡Sabes que vamos a hacer ahora!? —propuso María Luna con entusiasmo—. Vamos a comer algo sabroso y tú vas a dejar de pensar en el Gran Mago. Mañana, con un nuevo sol, verás la vida diferente.

Merlín no lograba dejar de pensar en lo acontecido. Durante la cena, no hizo otra cosa que hablar del Gran Mago y la señora Lechuza:

—…Y el Gran Mago es alto e imponente. Tiene una larga barba azulada y sus ojos, ¡si vieras sus ojos, mamá Luna!, son enormes y penetrantes. Usa un alto sombrero brillante de color violeta lleno de estrellas y lunas doradas. Su vestimenta es oscura con una gran capa y… y… y la lechuza, ¡si vieras esa señora!, es blanca, bien blanca con unos enormes ojos oscuros. Su cara es redonda como un queso y…

—Merlín…, ¡Merlín! —interrumpió la tortuga—. Quedamos en que no íbamos a hablar más del tema. Mañana, con más claridad, encontraremos una solución. ¿Qué tal si vamos a dormir?

—Sí, perdón, ¡es que si lo hubieras visto! Casi parece un humano, aunque no creo que lo sea…

—Espera, espera, espera… ¿Estás hablando del Gran Mago? ¿Dijiste que es alto e imponente, con una larga barba azulada y luce como humano?

—Sí, exacto. Y tiene una mirada penetrante…

—Pero… entonces…, si el Gran Mago ni es gato ni es negro, ¿cómo prepara las pociones? ¿¡Cómo preparan las pociones los magos que no son gatos!? —reflexionó.

—No lo sé, mamá Luna, el Gran Mago no me lo quiso revelar. Sin más, fundamentó que las pociones, para tornarse poderosas, debían elaborarse con pelos y bigotes negros del propio mago. ¡Y él ni siquiera es gato! Por lo tanto, sí o sí, tiene que recurrir a pelos prestados de algún gato negro para su elaboración. Entonces, ¿¡por qué yo no podría pedirle prestados los pelitos a Rocco!? —preguntó desconcertado—. Sin embargo, cuando me atreví a preguntarle cómo hacía él para elaborar sus pociones, ¡me dijo que era un insolente!

—Ahí el motivo por el cual solo quiere instruir a gatos negros: les usa el pelaje para sus “tontos” brebajes—concluyó la tortuga.

—Pero, mamá Luna, es el Gran Mago del bosque, el Maestro de maestros. Nadie usa la magia como él. ¡Se supone que es un gran sabio evolucionado!

—Merlín, ya está. Debes rendirte ante esta expectativa. Acéptalo, no fue como esperabas. Asume tu responsabilidad de haber depositado en el Gran Mago la concreción del sueño de tu vida y, ¿sabes qué? El Gran Mago, el Maestro de maestros, como tú lo llamas, te acaba de enseñar que es tu responsabilidad y tu error poner expectativas sobre alguien más. Confía solo en tu sueño y en tu propia capacidad para lograrlo, suelta todo lo demás.

—Gracias, mamá Luna, ¡siempre ves todo con tanta claridad! Tus palabras me ayudan mucho. ¿Te puedo abrazar?

—¡Mi chiquito! ¡Obvio que sí! ¡Venga ese abrazo! Sé que estás triste, hijo. Date un tiempo, todo pasa.

Merlín logró dormir toda la noche y al día siguiente, él y su mamá se despertaron temprano y se dispusieron a desayunar.

—Si saben que estás aquí, tus amigos querrán verte, tesoro.

—Sí, ya los veré y les contaré lo que me pasó. Pero primero voy a salir un poquito al sol para aprovechar el día. Luego me reuniré contigo en el bar.

—Me parece muy bien, mi pequeño, tanto el sol como la luna son muy buenos consejeros.

Esa mañana, el gato que soñaba con convertirse en mago salió de su casa y se echó al pie de un robusto árbol.

De improviso, cuando estaba a punto de quedarse dormido, escuchó un extraño chistido.

—¡Chist! ¡Eh, tú! ¡Minino, eh! ¡Chist, chist!

Abrió los ojos y se puso en alerta, pero no consiguió ver nada hasta que…

—¡Eh, Merlín!

¡Vaya susto se pegó! Se volteó y encontró a la lechuza con las alas desplegadas y sus enormes ojos fijos en él.

—¡Doña Lechuza, qué sorpresa! ¡Qué la trae por acá!

—Hola, jovencito, vine a decirte algo que creo pueda interesarte.

—¿A mí? Pero ¿cómo sabía que yo estaba aquí? ¿Cómo sabe en dónde vivo? —le preguntó asombrado.

—Escucha, no tengo mucho tiempo —respondió, haciendo caso omiso a sus preguntas—. Si no cambiaste de opinión y todavía te interesa ser mago, conozco a alguien que te puede ayudar.

—¡No tengo duda de que aún quiero ser mago! ¿Y quién es ese “alguien”?