Mi camino de sanación - Marisa Cohen - E-Book

Mi camino de sanación E-Book

Marisa Cohen

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Beschreibung

«En ese preciso momento, desde Punta del Este me escribió una prima para vernos y recuerdo que le escribí: "Mi hijo murió". Lo escribí para decírmelo a mí misma».   La autora, Marisa Cohen, debió afrontar una situación trágica. Este libro guarda las palabras con las que ella fue nominando las diversas emociones y sentimientos que vivió desde entonces.   Este libro muestra el camino que ella emprende a partir de ese momento disruptivo. Cuando, ante la desazón, ella elige andar este camino, comprende que también debe desandar otros ya recorridos. Así, desde el dolor del presente, Marisa recurre a postales de su infancia, al afecto de su hogar, a las tradiciones compartidas. Revisita amistades, anhelos, viajes, la familia que ella misma formó. Con todo eso se arma, se protege, porque el presente se muestra atroz e impiadoso. "Los días me dolían", confiesa.   Este libro da lugar a aquellas preguntas que no tienen respuesta. Que emanan de la impotencia como una fuente de agua que continuamente repite una misma parábola. Marisa las trae porque entiende que hay otras personas que, como ella, también sienten el dolor de los días. A ellas también les habla cuando pone en palabras. Por eso este libro.   El tiempo es esa arena inasible, pero no así la memoria. Este libro se ampara en la memoria, y lo hace con absoluta potestad porque su escritura no ha sido otra cosa más que un acto de amor.

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MI CAMINO DE SANACIÓN

Marisa Cohen

EN PRIMERA PERSONA

Cohen, Marisa

Mi camino de sanación / Marisa Cohen. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Metrópolis Libros, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8924-79-3

1. Autoayuda. I. Título.

CDD 158.1

© 2022, Marisa Cohen

Primera edición, diciembre 2022

Foto de cubiertaNatalia Zaiat

Diseño y diagramaciónLara Melamet

Corrección Martín Vittón y Marcela Codda

Conversión a formato digital Libresque

Hecho el depósito que establece la ley 11.723. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin la autorización por escrito de los titulares del copyright.

Editorial PAM! Publicaciones SRL, Ciudad de Buenos Aires, Argentina

[email protected]

www.pampublicaciones.com.ar

La vida es tiempo, es energía,

y se compone de muchos momentos.

 

Este libro está dedicado a mis queridos hijos,

Naty y Diego, y mi hermoso nieto, Valentín.

Agradecimientos

Agradezco a quienes me acompañaron en este camino de escritura. Gracias a Vivian Lofiego, mi maestra en el arte de escribir y compañera en mi sentir. Gracias a las personas que siempre están en este proceso, familia, amigos, maestros, mi compañera de trabajo, que sin ella no hubiera podido seguir con mi labor de escribana.

En especial debo agradecer a mi compañero de vida y a mi hija, que me dan motivos para seguir, y a mi mamá, que es un ejemplo de amor y fortaleza. Cada uno me enseña de un modo diferente, cada uno sabe quién es aun sin nombrarlo.

Gracias a la vida. Soy quien soy por todas las experiencias vividas, las llamadas buenas y las difíciles. Todas me ayudan a crecer, y de eso se trata vivir.

INTRODUCCIÓN

Camino de sanación: mi búsqueda

Nacemos y lo primero que hacemos es respirar. Luego, naturalmente nos sale el llanto, son nuestras primeras lágrimas. Está escrito en el Talmud que, una vez abiertos, los portones de las lágrimas nunca se cierran. A través de ellas expresamos el primer dolor a causa de nuestra separación del vientre materno, y es así cómo comienza la vida. El llanto expresa emociones y es privativo de los seres humanos. Las lágrimas sanan, y reprimirlas es dañino.

Está escrito que las lágrimas de todo aquel que las derrama por el fallecimiento de una persona digna, Dios las cuenta y las guarda como un tesoro. Pero ¿qué significa esto? Que la persona que llora debe regresar a Dios y aprender de lo sucedido. Hay una enseñanza, y entonces, una vez aprendida, esas lágrimas serán verdaderas y útiles.

Me tocó llorar, y mucho. Perdí a mi hijo, joven, sano y hermoso. Algo verdaderamente inexplicable. Mi vida cambió su rumbo y las lágrimas hoy son parte de mí. Sin embargo, a pesar del dolor, no quise quedarme en el llanto, y fue entonces cuando decidí escribir. Necesité secar mis lágrimas y atravesar y expresar lo que sentía con palabras sanadoras, contando mi historia, eligiendo la vida.

Todo lo que viví determina quién soy hoy. Recordarlo me da fuerzas para confiar en el futuro. Por eso aquí repaso mi vida desde los buenos momentos, para no quedarme detenida en el dolor. El pasado pasó y el futuro es incierto. Lo que persiste es el bien verdadero, lo único tangible y moldeable.

A través de estas páginas busco y me acerco a los recuerdos que hicieron que hoy yo sea quien soy: mi familia, amigos, amores, anécdotas, aprendizajes, intentos, aciertos, errores, dolores y alegrías.

Todo queda en la memoria y forma parte de mí, tanto lo llamado bueno como lo malo. Acepto llorar para limpiar el alma y no para detenerme en el dolor. Desde esas lágrimas que Dios cuenta y guarda, sigo la vida con coraje y amor.

En este libro expreso sentimientos, emociones, y con ello tal vez pueda ayudar a alguien a pensar juntos. Esta es una historia de vida más. Algunos se sentirán identificados a través de estas reflexiones y estos cuestionamientos.

Desde que comencé a escribir, no soy la misma persona: desde que mi hijo Diego no está físicamente, todo es diferente. Mi forma de ver la vida y mis compañías cambiaron. Aquello que creía seguro, ya no lo es. Me di cuenta de que todo es incierto y efímero. Miro hacia adelante para seguir, mi vida continúa modificándose. Es un viaje con muchas curvas, nada es lineal ni perfecto. Solo es, y por eso no me detengo a cumplir al pie de la letra planes, dejo o trato que las cosas sucedan, confiando en que aún puedo vivir buenos momentos.

Escribir resultó un modo de sanar. Fue la forma que encontré para poner distancia a las emociones. Me permitió distinguir lo que ya no tenía solución de lo que sí la tiene, y entonces tratar de aceptar mi realidad, incluso cuando no haya sido una opción para mí.

¿Y ahora? ¿Y ahora qué…? Esa es la gran pregunta que hoy me hago. Ahora voy a tener que convivir con lo que sucedió y sucederá, y seguir adelante. ¿Cómo hacer? Me respondo que debo buscar un camino —o varios— para sanar esta herida abierta y profunda que creo que quedará para siempre, y lograr que con el tiempo pueda transformarse en una cicatriz curada a través del amor.

Durante este proceso me encontré con un aprendizaje de los japoneses, quienes han sobrevivido a desastres naturales y guerras. Ellos utilizan la técnica de Kintsugi como forma de resiliencia. Consiste en reparar aquellas vasijas rotas en pedazos con un barniz de resina mezclado con polvo de oro. ¿El resultado? Un nuevo objeto, con una belleza distinta y una historia que lo hace más especial y más fuerte.

Utilizaré esa técnica para sanar y mi oro será el amor.

PARTE UNO

Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.

 

La vida es lo individual, yo en el mundo y ese mundo es un escenario porque la vida es tragedia o drama algo que el hombre hace y le pasa con las cosas.

ORTEGA Y GASSET

 

 

La vida es aquello que te va sucediendo mientras estás ocupado haciendo otros planes.

JOHN LENNON

 

 

Nací en un hogar bien constituido de judíos sefaradíes de Argentina, una familia numerosa con tradiciones fuertes, mucho amor y también mandatos. Mi vida transcurrió de un modo alegre, rodeada de amor. Me puedo considerar una privilegiada, ya que no recuerdo que me haya faltado nada. Crecí con buenos padres, dos hermanos más grandes, muchos primos y tíos y abuelos presentes, sabores propios, tradiciones, palabras cariñosas y también críticas. Me casé enamorada de Pino, tuve dos hijos sanos y hermosos, Naty y Diego. Estudié, trabajé y tuve éxito en mi profesión de escribana.

Mi hijo menor, Diego, se casó con su novia de siempre, a quien amaba muchísimo. Festejamos esa unión hace muy poco, con alegría, y de ellos nació mi gran amor actual, que es mi nieto Valentín. Mi mamá, que aún vive, a sus noventa y cuatro años es una mujer hermosa y lúcida. Mi papá vivió hasta sus ochenta años, y fue maravilloso el tiempo que lo tuve conmigo. Nada me fue muy difícil, y mi mirada hacia la vida siempre fue optimista. Mi actitud me acompaña y me hace apreciar el lado bueno de las cosas, o por lo menos así trato, aun en momentos difíciles.

Reconozco que fui muy perfeccionista y controladora, y que me exigí mucho. A veces me quejé, pero después de la queja siempre estuvo la búsqueda de la solución. ¡Pero me quejé! La queja es energía desperdiciada, pero eso también fui yo y debo reconocerlo. Al revisar mis escritos de hace unos pocos años descubrí que repetía constantemente que no estaba bien. Leo en esos relatos una insatisfacción y una preocupación centradas en mi familia, que era poco comprensible y exagerada. Muchas expectativas, sueños, desde una perspectiva muy estructurada. Creía que todo debía ser según lo planificado, tenía miedos y no fluía nunca. ¿Sería premonición, ansiedad o control?

 

 

Diciembre de 2018

El 21 de diciembre fuimos con mi marido, Pino, a Punta del Este con el objetivo de alquilar un departamento para el mes de enero y así veranear en familia. Paramos en un hotel muy lindo, con vista al mar, y caminamos por una zona hermosa alejada del centro. Era por Manantiales, donde solo hay casas bajas, muy pintorescas, y donde desde cualquier lugar se ve el sol. Los atardeceres son conmovedores. Estaba muy ilusionada, sentía que todo estaba bien y quería festejar el 8 de enero mi cumpleaños número 60 junto a mi familia y mis amigos. Mis expectativas eran muchas: quería un cumpleaños pero no sabía muy bien qué hacer, deseaba festejar con los que amaba y quería ser homenajeada por haber llegado a esa edad con lo que yo consideraba muchos logros. Merecía una linda fiesta y celebrar mi vida.

Ese mismo fin de semana, el 23 de diciembre, Celia, mi suegra, sufrió una caída que no parecía grave. Como teníamos pasaje para el 25, quedamos en ver a Diego con su familia, que llegaba el 24, en especial a Valentin, mi nieto, que me tenía enloquecida de amor. Nos encontramos apenas llegaron. Pasamos un hermoso día de playa, almorzamos, y abracé mucho a Valentín, que con sus nueve meses ya sonreía y hacía sus primeras gracias. Ellos iban a pasar ese mes en Punta del Este junto con los suegros de Diego, quienes los habían invitado. Se los veía felices. Pino y yo reservamos un lindo departamento, se vislumbraba un buen veraneo. Mi hija Naty iba a ir junto con una amiga a quedarse con nosotros, en especial para mi cumple. El 25 de diciembre tuvimos que adelantar el horario de nuestro de viaje, ya que Celia se había vuelto a caer, pero esta vez se rompió el fémur. Pobrecita, estaba sufriendo, y nosotros estábamos muy preocupados. Cuando llegamos, fue internada en el sanatorio porque debía operarse de inmediato, de manera que cancelamos nuestro viaje.

Fueron semanas extrañas, en las que sentía que todo lo que había soñado no se iba a concretar. Me sentía con bronca por no poder seguir adelante con el plan de mi cumpleaños. Estaba sumergida en un mar de olas altas y torrentosas, pero decidí surfearlas y dejarme llevar por la corriente, y cuidar a mi suegra, a quien yo quería mucho.

Finalmente, el día de mi cumpleaños me encontró en Buenos Aires, y en forma espontánea mi familia y mis amigas me realizaron un hermoso festejo, rodeado de amor. Estaba plena, tranquila. Diego interrumpió sus vacaciones y apareció de sorpresa en el restaurante donde estaba festejando y me abrazó de un modo muy especial. Recuerdo ese momento como un tesoro que queda en mí para siempre. Fue muy hermoso. Hacía mucho que no lo sentía tan cerca. Cuando lo vi, mi corazón saltó de alegría: él se fue acercando despacio y filmó mi reacción. Fue un abrazo emocionante y puro. Al final, mi cumpleaños fue muy genuino y alegre. Esa noche solo me faltó darle un beso a Valentín, mi hermoso nieto, pero estuvo presente con un videíto que junto con su mamá me enviaron. Me regalaron un libro con fotos de mi vida, y todos los que yo quería escribieron algo sobre mí. Todo fue muy emotivo. El libro se llama Celebrando la vida. Tiene dos capítulo y al final dice: “Seguirá”… Entre otras cosas, Diego escribió: “¡Relajate y disfrutá!”.

Verano de 2019

El fin de semana del 17 al 21 de enero todo estuvo genial. Mi suegra había mejorado y la habíamos llevado a un lugar para que iniciara su rehabilitación. Teníamos el plan de alquilarle un departamento cerca de casa para que viviera al lado y así poder cuidarla. Con Pino y Naty viajamos a Punta del Este para estar con Diego, su mujer y Valentín. Fuimos a un apart hotel que a Diego le pareció hermoso, incluso dijo que le gustaba para volver otro año él con su mujer y su hijo. Hay fotos en la que se nos ve disfrutando mucho, y así fue.

Sin embargo, recuerdo tirarme a la pileta en uno de esos días en que estábamos todos juntos y felices, y al sumergirme sentí que algo estaba mal. Incluso me enojé conmigo misma: “¡Ufff, qué pesada soy! ¿No puedo disfrutar?”. Creo que tuve miedo, pero no sabía por qué. ¿Acaso no merecía estar enteramente feliz? Estábamos muy bien y se veía venir un año hermoso. Todos pensábamos en el festejo de un año de Valentín. Lo único que Diego dijo sobre el cumple, y a modo de broma, fue: “Ojo con disfrazar a mi hijo de marinerito”.

Hicimos planes para viajar juntos en abril a Miami, y Diego aceptó. Estábamos todos cómodos en familia. Logramos entendernos como hacía tiempo no sucedía. Yo quería festejar mi cumple con una linda fiesta en marzo, y Diego me decía entre risas: “¿Te da paja? Ja, ja, ja…”, era su modo de decir que me daba fiaca celebrar, y un poco sí, porque mi sueño era solo viajar con mi familia y disfrutar del nieto divino que comenzaba a crecer. La cena con la familia y el té con amigas realizados por mi cumpleaños en enero habían sido suficientes y muy agradables.

Lo único que noté extraño fue que Diego estaba un poco angustiado por su trabajo. Él tenía locales de ropa en Flores y parecía que le iba muy bien. Sin embargo, había realizado un mal negocio con un cordobés que le debía mucho dinero. Traté de calmarlo y le comenté que iba a solucionarlo, porque él tenía muy buen trato y comprensión hacia su deudor. Me miró medio enojado cuando le dije eso, recuerdo siempre esa cara de impotencia, y claramente era una preocupación fuerte, pero en ese momento no le di mayor importancia. Pensé que si había estado un mes de veraneo, no debía ser tan grave.

Estaba contenta mirando a mis hijos sanos y a un nieto hermoso, no me iba a detener en un tema de negocios. Pensé: “En Buenos Aires charlaremos y seguro que con Pino lo vamos a poder ayudar”.

Muchas veces yo iba a sus negocios, pero igual no me daba mucha bolilla, estaba bien y eso creíamos todos. Aún así, me encantaba visitarlo, le llevaba caramelos y me los agradecía mucho. Decía que cuando se los llevaba vendía más. En poco tiempo había logrado tener tres locales. Era muy organizado, trabajador y prolijo. Su buen modo lo distinguía. Era muy querido por el respeto y la alegría con que se dirigía a todos los que trataban con él.

Sus empleados lo adoraban, él confiaba mucho y no entendía cuando alguien lo defraudaba aprovechándose de su bondad. Creía en las personas y le molestaba mucho deber dinero. Era ambicioso y deseaba crecer económicamente, pero no a costa de cualquier cosa y menos aún renunciando a tiempo de disfrute con su familia y amigos.

Diego volvió a trabajar el 20 de enero, después de su veraneo. El día 21 hizo de todo: fue a ver a su abuela Celia, se sacó una foto con ella, nos contó que ella estaba mejor y que tenía ganas de vivir, e iría a verla dos veces por semana para ayudarla a recuperarse. También fue a trabajar, buscó a Orson, su bulldog francés, en el refugio en el que lo habían dejado. Fue a un cumple de un año y hasta cenó con sus amigos de siempre y jugó al truco. Me escribió para preguntarme si podía cuidar a Orson el martes y le contesté que sí pero a la tarde porque a la mañana yo tenía una firma programada. Le pedí que se ocupara de llevarlo a bañar, me respondió que haría todo al día siguiente.

Pino, Naty y yo volvimos a Buenos Aires el 21 de enero por la noche, muy contentos. Fue un fin de semana reparador, días de familia, mucho sol y playa.

El 22 de enero, alrededor de las 8 o 9 de la mañana, sonó el portero eléctrico de mi casa. Estaba dormida y me levanté con pesadez. En ese momento pensé que había venido el repartidor de agua o el fumigador, pero había sucedido lo peor, algo inexplicable. Se trataba de un policía que me preguntó si conocía a Diego Zaiat. De inmediato pensé: “Es uno de esos ladrones que quieren sacar dinero”. Sin comprender del todo la situación, le dije que sí. El policía me respondió que tenía que decirme algo y allí empecé a temblar: me dijo entonces que Diego había tenido un accidente. Me vestí rápido, y también me lavé los dientes y la cara, me miré al espejo y pensé que no podía ser nada malo, era ridículo. No comprendía, temblaba. Bajé por el ascensor los trece pisos. Me sentía como mareada, como si todo formara parte de una película extraña. Junto al policía estaba el arquitecto del edificio de Diego, que es vecino mío, y me informaron que mi hijo se había caído del noveno piso de la calle Olleros. Sentí que ingresaba en otro mundo, que no me hablaban a mí, que era un error. No sabía qué pasaba, no era cierto. Llamé a Pino y no respondía, llamé a Naty y apareció en cinco minutos. Ella decía que era mentira, y salió corriendo no sé adónde. Yo le explicaba al policía que se habían equivocado de persona, que Diego no podía ser. También le grité al arquitecto, le dije que ese balcón estaba mal hecho. Me subí al patrullero y el policía me llevó al departamento de Olleros, que era nuevo y recién decorado con tanto amor; hacía solo dos meses que se habían mudado. Diego estaba ilusionado con vivir muchos años allí y construir su familia. No podía ser verdad.

Como en las películas, había una carpa que tapaba una escena. Pero lo que cubría no era parte de una ficción, sino que era el cuerpo de mi hijo. Mientras yo seguía sin comprender, mi mente estaba nublada y me repetía que no podía ser Diego. Era incomprensible. Mi nene alegre y feliz, no podía ser. Me sostuvieron para que no me acercara al lugar. Antes había llegado un amigo de Diego, fue él el que lo reconoció. Pobrecito, estaba blanco y atónito. No pudo acercarse a mí, pero recuerdo su dolor. Desde aquel día, cuando lo encuentro siempre deseo abrazarlo, pero no puedo, ni él ni yo podemos hacerlo.

Volvieron a afirmarme que era Diego y en eso llegó Pino, en medio de gritos y llantos. Nos abrazamos. Yo no me sentía ahí. Naty estaba acompañada, pero no sé por quién. Yo seguía perdida. En ese preciso momento, desde Punta del Este me escribió una prima para vernos y recuerdo que le escribí: “Mi hijo murió”. Lo escribí para decírmelo a mí misma.

Comenzó a llegar mucha gente: primos, amigos, desconocidos, mientras me sumía en un dolor inaudito. Les dije que buscaran al perro, que nadie escuchaba y que no ladró. Yo sostenía que el balcón estaba mal hecho y que Diego se había tropezado, no existía otra explicación. Al rato lograron sacar a Orson, quien me abrazó con su amor animal, y enseguida alguien se lo llevó, no sé adónde. Tenía que ser una pesadilla, una película de terror. La gente seguía llegando, los autos pasaban, hasta hubo una pelea entre un automovilista y un ciclista, pero yo miraba todo como si fuera una serie de televisión en la que era la protagonista. ¿Era una ficción? No, era verdad, era mi vida que se rompía en pedazos, no entendía, me era incomprensible. ¿Y el futuro? ¿Cómo íbamos a hacer para seguir? Tenía dos caminos: o hundirme en el llanto y morir con él, o continuar. La decisión desde el primer momento fue elegir la vida.

No era la primera vez que me enfrentaba a una tragedia, pero en este caso era mi tragedia, y enseguida recordé a Celia y cómo conocí a Pino y a su familia.

Febrero de 1979

También fue un verano, pero hace unos cuarenta años. Estaba de novia recientemente con Pino, él fue a verme de sorpresa a Punta del Este, donde yo estaba veraneando con mi familia y, tal como en 2019, todo parecía genial. Estábamos comenzando una hermosa relación, estábamos enamorados, pero un día nos llamaron para contarnos que alguien de la familia de Pino había tenido un accidente. Él se volvió desesperado, acompañado por amigos. Yo me quedé esperando noticias, ya que mi papá no me dejaba volver, y me contaron que quien había fallecido en un accidente de auto volviendo de Brasil era la única hermana de Pino: Silvia, a quien él adoraba. Silvia salió despedida del auto como consecuencia de que un camión los hiciera volcar al chocarlos. Tenía veintiséis años, estaba casada, embarazada de seis meses y con un hijo de dos años y medio, Damián, mi querido Damián. Entonces, desobedeciendo mandatos, viajé para estar con Pino.