Mi vecino, Jaxon - Candela Muzzicato - E-Book

Mi vecino, Jaxon E-Book

Candela Muzzicato

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Beschreibung

"Él es el único que hace palpitar mi corazón y bombear mi sangre. El único que enciende mis venas con un calor abrasador, como si la leña estuviera ardiendo en mi interior. Es todo por él. Para él" Dolor. Siempre había dolor. De alguna u otra manera las noches de Trish Trainor se convertían en su peor pesadilla. Su padre la usaba como saco de boxeo, la mantenía encerrada en su propia casa para complacer sus deseos de control, fingiendo que tenía todo el derecho de tratarla como basura desde que su madre murió. Estaba acostumbrada a ello. Sin embargo, cuando el problema empeoró fue su pequeño hermanito quien la salvó de ser devastada en mente, cuerpo y alma. Tuvieron que correr, era su única opción o su padre arremetería contra Devan. Era solo un niño. Así que lo hicieron, y solo bastó una caída y una enorme herida en su pierna para aterrizar en la vida de su vecino. Jaxon Daniels fue testigo de cómo lentamente sus padres se destruían a sí mismos. De cómo la droga y el alcohol los empujaban a una inminente destrucción, convirtiéndolos en cáscaras vacías que deambulaban y apenas se alimentaban. Lo dejaron solo a cargo de todo, de su hermanita en muletas y el recuerdo de su gemelo fallecido a la edad de seis años. Sin ningún asomo de apoyo o cariño, sus padres lo abandonaron cuando apenas era menor de edad. Jaxon Daniels cuidó de su hermanita por sus propios medios, sin pedir ayuda. Hizo cosas de las que nunca antes se había creído capaz y, con el máximo esfuerzo posible, salió adelante. Pero ahí estaba ella, un alma tan desesperada como la de él, que buscaba ayuda. Entonces, la repentina reaparición de Trish Trainor en su vida cambió todo y ahora tenían que vivir escondidos para que el padre de Trish no sospechara. Jaxon Daniels fingió llevar una vida normal mientras sus sentimientos por la exniñera de su hermanita crecían y los peligros de tenerla en su casa crecían cada vez más. Los protegería. Eran suyos, su familia. Y todo lo que pudo hacer Jaxon fue zambullirse en el laberinto, en busca de una salida de la miseria que llevaba en su alma rota y la salvación de las personas que amaba. Trilogía Mío #2

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Publicado por:

www.novacasaeditorial.com

[email protected]

© 2022, Candela Muzzicato

© 2022, de esta edición: Nova Casa Editorial

Editor

Joan Adell i Lavé

Coordinación

Edith Gallego Mainar

Cubierta

Yamuna Duarte

Ilustraciones

Ash Quintana

Maquetación

Meritxell Matas

Corrección

Mario Morenza

Impresión

PodiPrint

Primera edición: julio de 2022

Depósito Legal: B 12764-2022

ISBN: 978-84-18726-13-2

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 917021970/932720447).

cANDELA mUZZICATO

Mi vecino, Jaxon

Trilogía Mío #2

Nota de advertencia al lector: en esta obra de ficción titulada Mi vecino, Jaxon, nuestra autora Candela Muzzicato narra y describe de forma explícita escenas subidas de tono de alto contenido sexual. Asimismo, ciertos personajes antagonistas tienen conductas reprochables como violencia de género y doméstica, abusos físico y psicológico e intentos de violación.

A todas las Trish, que luchan contra sus demonios internos y que hacen un esfuerzo por salir adelante día a día. Son fuertes, no lo olviden.

Para ustedes, los Jaxon, que, sin importar sus errores del pasado, dan todo por ayudar a los demás y reivindicarse.

Todos estamos podridos por dentro, pero siempre tenemos la opción de elegir el rumbo y la calidad de nuestra vida.

Yo elijo ser feliz.

U N O

El comienzo de un futuro devastador

Trish

A los diez años.

Mamá no había tenido tiempo para despedirse de nosotros, se había ido tan rápido que ninguno siquiera pudo registrarlo cuando la llamada llegó. Yo sabía lo que estaban diciéndole a mi padre, el teléfono dejaba que el sonido se escuchara más alto que cualquier otro aparato. Pude escuchar todas las palabras que mi padre recibía sobre lo que había pasado, pero en mi cabeza nada cuadraba. Era como si estuvieran hablando de otra persona y no de mi madre. Mi mami.

No había lágrimas, no había sollozos ni temblores. Solo entumecimiento, un desgarrador entumecimiento que permaneció todo el tiempo en el que la otra persona le hablaba a mi padre. Cuando cortó la llamada, no pude siquiera moverme. Quizá ni siquiera parpadear porque todos los movimientos de papá me parecían importantes. Pero él… Él tampoco se había movido. Había pestañeado solo cuatro veces después de cortar la llamada, y luego nada.

Pero, al instante siguiente, su cuerpo se desplomó contra la mesada de su cocina, sus manos cubrieron su rostro mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Entonces, gritó por la pérdida, por el dolor desgarrador de haber perdido a la persona que más amaba en el mundo. Yo también quise llorar, patalear ante la noticia, negarlo a los vientos e ir a buscar a mi mamá, pero lo único que pude pensar en ese momento fue en Devan. Él no podría conocer a su madre, era tan solo un bebé de menos de un año. No podría verla reír, cantar ni cocinar, ni siquiera retarnos por algo que hicimos mal. La vida de mi madre se había ido y lo único que iba a tener Devan era a nosotros.

Finalmente, lenta y dolorosa, una lágrima se derramó por mi mejilla mientras todo en mi interior se partía. Nada parecía existir excepto mis pensamientos y el llanto de mi padre. Caminé hacia él a paso lento, desganado y triste de una niña de diez años a la cual todo le fue arrebatado. Pero tenía que ser fuerte por mi papi. Él no podía solo.

—Papi —dije suavemente, estando a tan solo unos metros de él. Lo vi levantar la mirada, sus iris llorosos apenas me registraron.

—No. —Él negó y cubrió su rostro con sus manos—. No puedo verte, no puedo verte.

Repitió una y otra vez, sin mirarme. Aquello me dolió incluso más en ese momento.

—Ve con tu hermano.

Y así, me dejó ir. No quise hacerlo, quería subirme a su regazo y esconderme en la curva de su cuello mientras él me decía que todo iba a ir bien, pero no hizo ningún amague de agarrarme, sostenerme mientras llorábamos juntos. No hizo nada. Me alejó para lidiar con su dolor por sí solo sin importarle los míos. Pero para mí, era normal. Él estaba destrozado, y no podía cuidar a mi hermanito. Así que lo comprendí, y me dirigí hacia las escaleras mientras lo escuchaba sollozar por lo alto y golpear lo que parecía ser madera. Entonces, los ruidos fueron peores, sillas volando en distintas direcciones, vidrio estampándose contra el suelo… Corrí hacia arriba, sin entender aquel arrebato de furia. Mi padre nunca había hecho eso. Todo en la casa siempre estaba ordenado y limpio, el trabajo de la vida de mi madre, y él lo estaba destruyendo todo. Asustada, corrí hacia la habitación de mis padres, esperando encontrar algo con lo que mantenerla viva y olvidar que la casa está destruyéndose. Que todo lo que mi madre siempre había hecho estaba siendo golpeado en ese momento. Busqué cualquier cosa, todo lo que veía que mi madre llevaba siempre mientras lloraba con fuerza. Hasta que encontré un álbum de fotos debajo de la cama, llamando que lo mirara para seguir manteniéndola presente, allí conmigo. Lo abrí, los rostros de mis padres jóvenes me devolvieron la mirada. Estaban abrazados, sonriendo mientras se miraban. Eso sacó una sonrisa llorosa de mí antes de voltear la página nuevamente para encontrarme más y más fotos de ellos. Verlos felices me devolvió la fuerza, aunque la tristeza aún se mantenía allí. La mujer con la que pasaba prácticamente todo el día se había ido, y nadie sabía cómo lidiar con ello. Nadie estaba preparado, pero yo sabía que debía de llevar el papel que ella había llevado. La casa, el cuidado de mi hermanito. Mi padre trabajaba todo el día y siempre llegaba para la cena. ¿Quién más podría hacerlo sino yo? No me gustó la idea, pero la acepté porque haciéndolo… Tal vez… Pudiera sentirme más cerca de mi madre.

La puerta de la habitación se abrió de golpe, asustándome.

—¡¿Qué demonios haces?! —me gritó tan fuerte como nunca lo había escuchado mientras me tomaba del brazo y me jalaba para ponerme de pie—. ¡No toques nada, no entres aquí! —Sus ojos furiosos me miraron, haciéndome temblar mientras comenzaba a llorar más fuerte. Mi brazo ardía demasiado como para poder soportarlo—. ¡Te he dicho que fueras con tu hermano! ¡Haz lo que te digo!

—Papi —sollocé, gimiendo su nombre para que me soltara. El dolor era insoportable.

—¡Obedéceme!

Entonces, me dejó ir, empujándome hacia la puerta, sin pedirme perdón ni consolarme para que lo perdonara por sus actos. Solo se tiró en la cama para seguir llorando más y más fuerte. Pero no me quedé para verlo, todo me dolía, no solo físicamente. ¿Por qué me había lastimado mi padre? Él jamás puso sus manos en mí de esa manera, y no se sentía nada bien. Sin embargo, no me quedé más tiempo allí por las dudas de ganarme otra reprimenda. Corrí hacia la habitación de mi hermanito, esperando que no se hubiera despertado para llorar. Pero no tuve tanta suerte. Se encontraba en su cuna, sollozando y gimiendo mientras agarraba con fuerza las mantas a su alrededor, pidiendo a su mami.

Pero su mami ya nunca iba a poder sostenerlo.

Solo me tenía a mí, y esperaba que fuera suficiente para hacerlo feliz.

—Yo te cuidaré, Devan. Solo tú y yo, por siempre hermanos.

D O S

Un desayuno con el dueño de mis pesadillas

Trish

En la actualidad.

El dolor en mi cabeza logra despertarme de aquel sueño indeseado, pero mis ojos aún no se abren. Soy consciente de mi cuerpo, la punzada de dolor de cada zona afectada y el ardiente rastro de las heridas abiertas que llenan mi piel. A estas alturas lo único que puedo llevar puesto son vestidos largos hasta el suelo y lo más amplios posible para que no rocen ningún sitio afectado por las palizas de mi padre. Me había desmayado, al parecer, junto al sillón. El bastardo ni siquiera pudo levantarme y colocarme en la comodidad de los cojines. Pero, después de todo, nunca lo hacía. Aquello no era raro. Luego de darme duro con sus puños, él se desentendía y volvía a la oscuridad de su habitación, dejándome por mi cuenta con mis heridas, sin importarle si mi hermanito se levantaba antes de que yo recuperara la conciencia y me viera ensangrentada en medio de la sala de estar.

Devan sabe lo que sucede la mayoría de las veces, me había encontrado en mi habitación cuidando de mis lastimaduras y cortes, pero jamás me vio realmente luego de una paliza. Vio solo lo que yo permitía que viera, y no una mujer destrozada, sangrando por todos lados, tirada en el suelo mientras intentaba respirar y enfocar su mirada. Solo veía a su hermana desinfectándose, con el cabello arreglado y sus heridas anteriores cubiertas con pomada. No puedo dejar que él me vea de otra manera, mi hermanito de diez años podría no resistirlo. Apenas puedo lidiar con él y su complejo de héroe queriendo colocarse en mi lugar para que yo no saliera lastimada, no quiero realmente sumarle la furia de encontrarme así o quizá un acto impulsivo contra mi padre. Él no tendría problemas con pegarle a Devan, pero llegamos a un acuerdo silencioso de que nunca le pondría una mano encima.

Pero hasta un tonto sabría que, si Devan hace algún movimiento estúpido contra mi padre, recibiría su merecido. Y los puños de mi padre no son ligeros. Habiendo tenido un entrenamiento como cualquier policía, sabía cómo moverse y cómo golpear a una persona.

Pero yo nunca dejaría que él pusiera sus manos en mi hermanito. Me mataría primero a mí, porque no dejaría que él arruinara a Devan como me arruinó a mí. Devan podía ser feliz, o algo así, sin recibir la furia de mi padre. Y me da pena, porque el único afecto que él tuvo fue el mío. Mi madre murió cuando él tenía menos de un año y nunca sabrá cómo era vivir con ella dándole luz y alegría a la familia. Devan conocía a un padre abusivo, golpeador, y a una hermana tímida y miedosa, tan cuidadosa con sus pasos que era alarmante y sorprendente a la vez. ¿Es eso lo que yo quiero para mi hermano? Por supuesto que no, pero todavía no puedo hacer nada para sacarlo de aquí. Cada opción que se me viene a la cabeza es rápidamente descartada. Mi padre siendo policía no ayuda, se enteraría de cada paso que diera fuera de casa, y luego me encontraría, me mataría y dejaría a Devan sufriendo lo que yo sufrí.

Prefiero mil veces no arriesgarme y mantenerlo vivo, sin ser tocado. Una y otra vez elegiría eso, sin importarme cuan lastimada yo saliera. Su vida es más valiosa que la mía, pero sin mí él no podría sobrevivir. No siendo tan joven.

Con extremo cuidado, levanto mi destrozado cuerpo del duro suelo de madera. El sillón es demasiado útil para ayudarme con la tarea. Nunca pasaba demasiado tiempo entre golpizas, así nunca puedo olvidarme de cómo se sienten en mí. Lo máximo que he pasado sin una fueron tres días, y solo porque mi padre había dejado a uno de sus compañeros quedarse a dormir cuando su esposa lo echó de su casa por una discusión. Y a pesar de haber tenido que servirles como mula en cada momento, sin tener realmente un descanso satisfactorio, fueron los mejores momentos de mi vida luego de la muerte de mi madre. ¿No es eso algo deprimente? Sin embargo, ¿qué me cambiaba a mí si, después de todo, mi vida consistía en servirle a mi padre cada antojo que tuviera?

Añadir a otra persona a la ecuación no lo cambiaba mucho.

La punzada que pincha mi estómago cuando intento incorporarme casi me hace doblar y todo dolor en conjunto se estrella contra mí al segundo siguiente, dejándome sin aliento. Cierro mis ojos, intentando ahuyentar aquel dolor, pero nada funciona. A los diez años, después de ser golpeada por primera vez, había pensado que luego de muchos años no podría sentir dolor cuando los golpes llegaran, pero para mi desgracia aún sigo sintiéndolo tan vivo como aquella primera vez. Ninguna defensa, nada que impida no sentir apareció. Simplemente… Todo sigue igual. Tan solo… Callo la agonía. Y solo porque a él le gusta escucharme llorar, gritar y gemir de esa manera, recibiendo lo que me da. No le daría la satisfacción de disfrutarlo aún más, mucho menos sabiendo que mi hermanito podría despertarse y escucharme.

Movimientos en las habitaciones hacen que me alarme. Pasos ligeros se escuchan desde una de las habitaciones, y ni bien un estornudo se hace presente, me permito respirar con tranquilidad al darme cuenta de que es solo Devan despertándose. La luz del día que entra por la ventana no hace nada por mejorar mi estado de ánimo. Si me hubiera despertado más temprano, podría haber disfrutado de un corto sueño antes de tener que levantarme para preparar el desayuno y empezar mi día. Pero me mantuve inconsciente toda la noche y ahora tengo que sobrepasar el día con dolores en su pleno apogeo.

Gimo en silencio, una vez más intentando moverme erguida, en mi interior pensando que estoy cada vez más cerca de perder los intestinos y algunas costillas a manos de mi padre. Y lo peor es que no puedo ser llevada al médico para recuperarme, mi padre no se arriesgaría a ser denunciado por violencia doméstica. Con cada paliza que él me daba, intentaba moverme para que no me diera en lugares claves donde mi cuerpo podía salir gravemente herido sin posibilidad de una rápida y no dolorosa curación.

Por supuesto, él lo notaba. Le convenía y era solo por eso que me dejaba salirme con la mía. Si no fuera así, a él le encantaría romperme las costillas o ver uno de mis brazos dado vuelta, de una forma tan extraña e irreparable. ¿Por qué era así? Él tenía una maldad tan destructiva en su interior que ya su mente lo había convencido de que producir dolor era placentero. A él le encantaba saber que la otra persona sufría tanto como él lo hacía emocionalmente. Él ya no era el hombre que yo conocía. Tal vez nunca existió y ahora aprovechaba la oportunidad para mostrarse tal cual es. Su verdadera cara.

Y es tan horrible como todas aquellas historias de la infancia.

Una vez sobre mis pies, a pesar de tambalearme un poco, intento caminar hacia el baño para ver el desastre, sabiendo que probablemente estoy peor que el ayer. Siento en mi rostro lágrimas secas, mis ojos hinchados y mis labios partidos. Tal vez incluso tenga la mejilla tan morada que ni siquiera tenga permitido salir de casa hasta que sea lo suficiente invisible. El espejo del baño me refleja la imagen de todos los días. Mi cabello en un nido lleno de nudos creados por las manos fuertes de mi padre que hacían fuerza para sostenerme donde él quería. Mi piel blanca está tan roja como si hubiera estado al sol sin bloqueador solar, pero no es aquello si lo ves de cerca. La sangre cubre cada parte de esta, los moretones y cortes debajo siendo notorios también. Y mi rostro, algo totalmente destruido, años y años de recibir golpes hicieron que verme destrozada y más fea de lo normal fuera cotidiano. Mis ojos claros pueden hasta combinar con el color de los moretones y mi cabello quedar bien con el tono bordó de la sangre.

Suspirando, comienzo con mi rutina. Me doy un baño corto de agua caliente, y luego desinfecto todas y cada una de mis heridas como puedo, dejando de lado las que no puedo alcanzar. No había visto la hora todavía, pero mi suposición es que faltan cuarenta minutos para que mi padre se levante y comience con su día. Había tenido que aprender a calcular todo movimiento para no llegar tarde con los horarios. No podría tardar mucho en la ducha por las mañanas, no debía de estar inconsciente cuando mi padre se levantara y definitivamente debía de tener el desayuno listo cuando él abriera sus ojos. Y eso solamente por las mañanas, porque el resto del día son cosas diferentes. Pero mientras, voy con lo primero.

Me envuelvo en una bata y, caminando en puntas de pie, intentando ignorar la punzada en mi tobillo izquierdo, y voy a mi habitación. Mi armario tan solo tiene cosas de mi difunta abuela, prendas tan grandes que podrían entrar tres personas fácilmente, y vestimentas que usaba cuando tenía trece.

Suspirando con decepción, noto que otro de los camisones de mi abuela había desaparecido. Ya son dos esta semana, y queda poco para que solo me queden las prendas de mi preadolescencia. El robo de mi ropa había empezado el año pasado, al principio cosas sutiles, pero a medida que pasaba el tiempo se hizo más evidente porque fue sacando en gran cantidad. No servía ni siquiera un poco intentar esconder algo de aquella ropa porque mi padre siempre la encontraba, y yo recibía más palizas.

Entonces, dejé de esconderla y como castigo sacó de allí la mitad de mi armario de un tirón, mis pantalones de pijama desapareciendo, mis jeans y calzas yéndose con ellos también. Solo quedaron los recuerdos de mi abuela y la ropa de mi niñez que estaba guardada en el sótano. No sé por qué la había guardado, pero menos mal que allí estaban o pronto sería una exhibicionista. No es que yo quisiera eso, pero allí estaba yendo mi padre.

Las lágrimas llenan mis ojos al pensar en cuánto empeoró mi vida desde mi tardía pubertad. Mis senos habían tomado un exuberante tamaño, mis caderas crecieron redondeadas y mi trasero y muslos se convirtieron el lugar donde mi cuerpo dejaba ir toda la comida. Probablemente las chicas de mi edad hubieran envidiado lo que tenía, a pesar del ligero estómago que puede notarse.

Pero teniendo un padre como el mío, una desearía tener un cuerpo que no querrían los demás. Tal vez así mi padre no robaría miradas cuando yo estoy en la misma habitación que él, ni intentaría acercarse a mí cuando miramos todos juntos una película sin que Devan lo notara, ni pondría sus manos sucias llenas de pecado en mi cuello y mejillas para acariciarlas tiernamente luego de una golpiza. Era asqueroso, pero ¿qué podía hacer yo más que acurrucarme con miedo e ignorarlo lo mejor posible?

No tengo más opciones y aunque prefiera recibir sus puños en vez de su cariño lujurioso, sé que recibiendo golpes solo por negarme podría llevarme cada vez más cerca de la muerte. Si fuera por mí, sucumbiría, pero no podía dejar a Devan. Solo por él aguanto lo que recibo. Mi padre tiene a todos controlados, la policía inclusive. ¿Cómo haría yo para escaparme y comenzar una vida nueva? No tengo dinero, ni trabajo, ni amigos. ¿Qué espero encontrar allá afuera, sino a alguien que me denuncie por secuestro premeditado por llevarme a mi hermanito conmigo?

Las lágrimas finalmente se derraman, tan cargadas de emociones, de tanta tristeza como ningún otro ser humano tendría que sentir. Y mientras sorbo mi nariz, tomo uno de los camisones y me lo coloco sobre mi piel desnuda. Había renunciado a tener ropa interior, porque de un día para el otro, mis cajones estaban vacíos. Ahora solo falta que me quite todo para estar desnuda frente a él mientras hago los deberes de la casa. ¿Por qué es así? ¿Por qué desea verme con tan poca ropa? Y a su propia hija.

Cierro lentamente el armario y me coloco mis pantuflas antes de atar mi cabello en una cola de caballo. Lo único que deseo en este momento es en realidad dejarme caer en mi cama y dormir por horas. Pero como sé que eso será imposible hasta que todos hayamos terminado la cena, ni siquiera le dirijo una mirada cuando me doy la vuelta y salgo hacia el pasillo en dirección a la habitación de mi hermanito. Aún quedan veinticinco minutos para que mi padre se levante, por lo que puedo cambiar rápidamente a Devan de su ropa de colegio y preparar el desayuno.

—Mira, Trish, me vestí yo solito. —Su voz angelical, suave y tierna flota hacia mis oídos. Hay tanta inocencia en él que prefiero mantenerla intacta, aislarlo de todo mal y tenerlo protegido de todo el infierno en el que esta casa se ha convertido. Pero yo hago todo lo posible, todo lo que tengo a mi alcance para evitar que vea esta realidad.

Casi rio por lo ridículo que se ve, pero tan solo sonrío para que mi padre no se despierte por mis carcajadas. Devan tiene el pantalón y los zapatos al revés, aunque tenía que darle crédito porque su remera estaba bien puesta, lástima que no fuera la correcta del colegio. Me acerco a él y beso su mejilla.

—Buenos días, mi rey —le susurro, acomodando su cabello lo mejor posible.

—Hola, Trish. —Su mirada me recorre el rostro ni bien me arrodillo frente a él, notando las nuevas marcas sobre mi piel, pero no dice nada y se limita a besar cada una de ellas como todas las mañanas. Es lo único que me reconforta, sentir que me da el cariño que necesito para seguir existiendo. Odio que me vea así, pero nada puedo hacer. Las únicas veces que oculto mis marcas son cuando salgo de casa.

—Te ayudaré a colocarte bien la ropa e iremos abajo a desayunar, ¿te parece? Antes de irnos te lavarás los dientes.

Él asiente, obediente. Tener una familia como la nuestra obligó a Devan a ser diferente en su niñez. Casi nunca lloraba de niño, ni gritaba ni hacía berrinches. Y yo no sé si es porque no está en su naturaleza, o porque se ve obligado a ser así porque sabe que luego seré yo quien salga lastimada. Su voz cada vez que está nuestro padre es baja, casi nunca pide nada y la mayoría de las veces se encierra en sí mismo mientras papá habla sobre él… Y más sobre él.

Pero nadie podía quejarse sobre ello, o como de costumbre, volarían puños.

—Bien, levanta tus brazos —digo, estirándome para tomar la camiseta adecuada para su colegio y me vuelvo nuevamente hacia él. Devan hace lo que digo y rápidamente hago el cambio en su ropa—. Necesitamos apurarnos, papá se levantará pronto.

Nos movemos rápido, en sintonía, sabiendo que, si no tenemos el desayuno listo, seré castigada, y por hoy no creo poder soportar otro golpe. Quisiera decir que mi padre solo es malvado en sus horas de borrachera, o que ingiere drogas antes de maltratarme. Pero él no es así, no usa esa excusa. No es necesario. Él no bebe en casa, y las drogas prácticamente nunca tocaron su cuerpo. Él es así conmigo… Porque… No lo sé. Realmente no sé, y dudo que alguna vez él me lo diga.

—¿Qué desayunaremos hoy? —Devan toma mi mano para bajar las escaleras lentamente, intentando no ser ruidosos en el proceso. Cuando llegamos a salvo a la cocina, suelto un suspiro y me pongo cómoda con el entorno antes de comenzar mi rutina, a pesar de que mis movimientos son lentos y cansados.

—¿Quieres wafles?

—Trish, ¡eso no se pregunta! —dice emocionado, sin levantar la voz mientras pone los platos, la taza preferida de mi padre y los cubiertos.

—No te olvides de las servilletas. Papá odia no tener con qué limpiarse luego de comer —le recuerdo, y él hace lo que le digo.

Me pongo manos a la obra, apurándome con el café mientras intento preparar todo a la vez como cada las mañanas. El tocino y los huevos son algo que no debe de faltar, pero lo otro puede variar a medida que pasan los días. Ayer fueron tortillas, hoy son wafles. Y quizá mañana sean simples cereales con leche.

Me encuentro tan distraída terminando de cocinar todo que apenas noto los pasos de mi padre mientras entra a la cocina. Mi espalda se tensa cuando lo siento detrás de mí. Me toca el hombro, acercándose para ver lo que estoy cocinando, dándome una caricia suave donde su dedo pulgar se encuentra apoyado, y huele aquel rico y apetitoso olor. Intento no gemir cuando su pecho se pega a mi espalda, acorralándome con disimulo mientras sus dedos acarician con delicadeza mi hombro. Como si lo de anoche no hubiera sucedido, como si me acariciara con cariño y amor. Pero sus toques no se sienten de esa manera, realmente no. No desde el año pasado. Deja posar sus labios suavemente en mi piel, dejándome paralizada en mi lugar, sin respirar siquiera ante el nuevo toque. Jamás me había besado, ni siquiera en la mejilla. Y ahora… Él lo está haciendo en mi cuello como si fuera tan normal como inhalar oxígeno. Contengo la respiración, sin querer hacer nada que pudiera enojarlo, aguantando mis ganas de vomitar y esperando que aquello esté a su gusto.

—Huele delicioso, pequeña. —Su voz ronca por el sueño casi me hace estremecer. Parece que durmió tan placenteramente anoche que se levantó con el pie derecho. Lástima que no me dio el mismo privilegio, pero después de todo, es así siempre. Otro día con el mismo demonio.

—Gra… Gracias —tartamudeo, bajando mis ojos hacia la sartén, sabiendo que él odia cuando soy descortés.

Entonces, se aleja, y lo escucho sentarse en el asiento entre medio de Devan y mi silla. Cierro mis ojos y, por un momento, me permito respirar. Estoy feliz de haberme levantado a tiempo para preparar todo antes de que él despertara. Aquel buen humor podría haberse ido por el caño si estuviera en el suelo, inconsciente.

—¿Tienes tus cosas listas para el colegio? —le pregunta a Devan mientras espera el desayuno. Me apresuro a servirle primero a mi padre, y luego a Devan antes de servirme a mí. Me siento lentamente, mis piernas chillan con cada movimiento. Mi cadera duele como si me hubiera golpeado con el borde de una mesa.

Porque así fue, en realidad.

No dejo que mi padre lo note, y me concentro en mi comida, sabiendo que mi padre está viendo cada uno de mis movimientos, o tal vez, mis moretones y cortes. Casi no tengo apetito, nunca lo tengo, pero siempre me obligo a comer. No solo porque a él le molesta la idea de que yo esté delgada, sino porque me da fuerzas para llevar mi día a día y hacer mis quehaceres. No puedo permitirme estar débil si llega el momento y tengo que escapar.

—Sí, papá —murmura mi hermanito, sonriéndole al demonio como si no supiera lo que me sucedió ayer, como si todo en la familia estuviera bien. Mi corazón arde al saber que siempre tendremos que mentir sobre cómo nos sentimos o lo que pensamos, pero él debía de aprender que simplemente no podíamos ser libres en aquel lugar, no cuando nuestro padre nos tenía controlados de tantas maneras.

—Estupendo. Tu hermana irá hoy al supermercado, aprovecha a dile las cosas que quieres que ella compre para comer.

—Está bien.

Por lo único que se preocupaba papá era que tuviéramos una buena alimentación. Si veían que su hijo estaba delgado a más no poder y su hermana con moretones, todos comenzarían a cazar las fichas una por una con el tiempo. Así que nos mantenía tan gordos como podía.

Él se voltea a verme mientras lleva un poco de comida a su boca.

—Te dejaré dinero antes de irme. Revisa si falta algún artículo en el baño y cómpralo si es necesario. Volveré a la misma hora esta noche.

Asiento, bajando mi mirada hacia el plato frente a mí. Mi estómago se revuelve, pero me obligo a seguir comiendo.

—Hoy prepara lasaña. Y deseo fresas con chocolate de postre.

Solo significaba una sola cosa; menos tiempo para dormir. Postre significaba extender nuestra hora de dormir y acostarnos una hora y media más tarde de lo normal luego de una película familiar, y solo si tengo suerte él no encontrará ninguna excusa para golpearme.

—Está bien.

Me detengo antes de decirle papá, él dejó muy en claro que no quería que le dijera más así hace años. El único que podía llamarlo de esa manera era Devan. Sigo sin encontrar el motivo para aquella prohibición, pero nada se me ocurre.

Él nunca tarda en terminar el desayuno y siempre nos observa comer los últimos bocados de nuestros platos antes de levantarse de la mesa e ir a vestirse para el trabajo, dejándonos solos para recoger la mesa y lavar los trastes.

—Devan, ve a cepillarte los dientes mientras yo lavo. Antes de bajar, agarra tu mochila o llegarás tarde.

Asintiendo, corre a hacer lo que digo. Todos los días es lo mismo, pero para mí es necesario recordarle las cosas. Si olvido algo y mi padre lo nota, más palizas vendrán. Mi cuerpo aún no está listo para más. Mi tobillo duele, mis costillas arden y mi rostro se encuentra tan magullado que no sé cómo lograré ocultarlo con maquillaje. Cuando termino de limpiar, me apresuro al baño donde están mis suministros. Con los años tuve que aprender a maquillarme, no porque realmente quisiera, sino más bien porque era necesario para disimular los moretones. Aprendí a jugar con los correctores y a destacar otras zonas para que nadie se fije más de lo necesario en mis labios y mejillas. Probablemente, las otras personas piensen que soy una exagerada al colocarme tanto maquillaje como aquellas mujeres en las revistas, pero ¿qué más puedo hacer? Es la única forma de cubrir todo.

Lo más gracioso es que nada de lo que llevo puesto encaja con el maquillaje. Un conjunto de noche haría que se viera hermoso. Pero llevando un camisón grande como el que tengo puesto y un pequeño abrigo que llega a mi cintura, me hace ver ridícula.

—¡Hora de irse! —La voz molesta de mi padre resuena por toda la casa. Rápidamente guardo los artículos y me apresuro a tomar de la mano a Devan, quien ya tiene su mochila sobre su espalda—. Ya era hora. Llegarán tarde, váyanse.

Sin mirarlo, paso junto a él, pero de reojo veo que saca algunos billetes y los deja sobre la mesa ratona frente al sillón. Es casi siempre la misma cantidad, lástima que nunca logre guardar algo del dinero para mí. Él siempre se asegura de contar el vuelto que le traigo junto con el recibo que detalla cada compra. Y ¡demonios!, si pierdo un solo dólar él me golpeará. Una vez fue suficiente para que yo aprendiera la lección, luego de eso me aseguro de guardar bien el dinero hasta llegar a casa y dejarlo en el cofre sobre el librero.

—Quiero que compres condones —agrega en voz más baja mientras Devan abre el portón. Me tenso, porque es la primera vez que me pide algo tan personal. Siempre supe que él tenía amantes. En ocasiones, llegaba una hora más tarde a la cena y tenía sobre él el perfume de una mujer. Pero jamás me pidió que comprara suministros de condones—. Normales, pero con sabor a chocolate. Dos paquetes.

¿Normales? ¿Qué demonios significaba? ¿Es que había más estilos?

¿Y cómo demonios existían de chocolate?

No revelo ninguna de aquellas preguntas y me limito a asentir mientras me encamino a la vereda para encontrarme con Devan. Mi padre se adentra en el auto de policía mientras nosotros emprendemos el viaje a pie.

Solo cuando su auto desaparece en la distancia, me relajo y respiro profundamente.

Queriendo pretender que tengo una familia normal.

T R E S

En la noche todo se vuelve más oscuro

Trish

Ir al supermercado es como todas las veces anteriores. Es una rutina. Cada dos semanas hago las compras generales y entre medio hago una breve escapada cuando a mi padre se le ocurre alguna cosa extra. Los empleados son cordiales, tan amables como pueden serlo con un comprador que va todo el tiempo, pero nunca lo son demasiado. Toda la ciudad sabe que mi padre es policía y ninguno quiere arriesgarse a hacer algo malo por las dudas fueran presos. Aquello me hace feliz, mi padre se pondría furioso si se entera de que me dan miradas indecentes y la única que pagaría el precio sería yo.

Ahora que lo pienso, llevar camisones gigantes no es del todo malo. Aparta los ojos de cualquiera que por casualidad se atreva a verme con lujuria.

Bajo los ojos hacia el piso, noto que algunos turistas me echan miradas curiosas, tomo uno de los carritos y me encamino por los pasillos. Los artículos que tomo son siempre los mismos. Mi padre tiene una leve obsesión por obtener las mismas marcas para cada producto. Es así de controlador, pero a él no le importa. Siempre espera que todo se haga como él quiere y eso es lo que le doy. Sin embargo, hay ocasiones que aquello no es suficiente y vienen más golpizas.

Suspirando, dejo los paquetes de pasta sobre el carro, aún sin levantar la vista. Pero cuando doy un paso a la izquierda hacia el estante de otro tipo de pasta, una pared enorme se interpone repentinamente en mi camino. Choco contra ella con un golpe que me deja mareada y con un dolor tremendo en mis costillas previamente magulladas. Gimo por lo bajo, cerrando mis ojos por un momento antes de intentar recomponerme.

—¿Trish? —Una voz dura, gruesa y ronca flota con sorpresa hacia mis oídos, casi logrando que me incorpore con rapidez. Pero para mí desgracia mi cuerpo no se encuentra listo para un movimiento brusco y tengo que recomponerme con lentitud.

Mis ojos se abren, la mirada verde de Jaxon Daniels me da una especie de calidez, como todas aquellas veces que nos hemos visto. Intento olvidar mis dolores porque sé que él percibiría que algo anda mal conmigo y coloco una suave sonrisa en mis labios mientras lo miro. Su cabello oscuro se encuentra despeinado y su cuerpo alto, grande y fornido se encuentra tapado por capas de ropa ligera. Nunca había visto tanta belleza dura en un hombre, pero él es la excepción. Tiene esa aura dura alrededor, alejando las miradas que recibe casi al instante. Pero es bueno con la gente que le cae bien y es un amor de persona con su hermanita. Son el uno para el otro. Jaxon cuida de su pequeña hermanita en muletas y ella le llena los días de color.

Sus labios se curvan mientras levanto la vista hacia sus ojos. Chispea con alegría de verme, tal vez porque hace mucho tiempo que no nos cruzamos. Un sonrojo repentino cubre mis mejillas cuando me doy cuenta de que una de sus manos está apoyada en mi cintura para mantenerme erguida. Él siempre fue hermoso, inalcanzable y peligroso, pero algo hay allí adentro que lo hace cariñoso con determinada gente. ¿Por qué soy una de esas personas?

Sigo preguntándome aquello desde que lo conozco, pero nunca hay respuestas.

Lastimosamente, no lo conozco tanto, de todas formas, no como quisiera. Hemos sido vecinos desde hace mucho tiempo y apenas nos vemos. Si mi padre se entera de que algunas veces terminé mis quehaceres con mucha más rapidez de lo que lo hago normalmente y me escapé durante dos horas para cuidar la hermanita de Jaxon, me mataría, o simplemente comenzaría a colocarle llave a todas las puertas. La última vez que cuide a su hermanita fue el año pasado, antes de que el último de mis vaqueros y playera común desaparecieran repentinamente. Y no es como si realmente hiciera algo para verlo a propósito. Se mantiene yendo al instituto toda la mañana y por la tarde supongo que trabaja. Su hermanita se hace cada vez mayor y supongo que consiguió anotarla en algún lugar para no necesitar niñera en un año.

¿Cómo de agradecida puedo estar con ello?

Él probablemente me hubiera pedido ser su niñera por las tardes, y no sé cómo podría responderle como excusa. ¿Lo siento, tengo que trabajar? ¡Oh!, por supuesto, trabajo en mi casa y mi pago semanal son varios golpes.

Casi rio ante aquel pensamiento, lo que es realmente deprimente es la verdad en aquellas palabras.

Suspiro, guardando mi curiosidad para mí. No es el momento para preguntarle sobre cosas cotidianas, no tengo tiempo. Y si alguien le dice que estuve hablando demasiado con él a mi padre… No quiero siquiera pensar en ello.

—¿Trish? —dice de nuevo, sacándome de mi ensoñación. Su melodiosa y dura voz flota con suavidad y deleita mis tímpanos. ¿Cómo de raro es eso? No me importa, es la única persona que alguna vez me habló y no fue intimidado por mi padre. Los del instituto habían sido advertidos cada mañana cuando iba al colegio en el auto de papá. Su mirada penetrante siempre lo decía todo.

—Hola, Jaxon. —Vuelvo a ruborizarme ante lo bien que suena su nombre al decirlo, y aparto la mirada mientras intento cubrirme más con la chaqueta. Nunca me vio con camisón y espero que ahora no lo note.

Fui afortunada e inteligente por no salir por las mañanas mientras él salía de su casa para ir al instituto ni cuando él volvía por las tardes. Lo escuchaba salir y entrar cada día, pero nunca me atrevía a mirarlo por la ventana. Si me descubría probablemente estaría curioso y vendría a preguntar por qué nunca me ve por ningún lado.

—Hace mucho que no nos vemos, Trish. ¿Cómo te encuentras?

Mi boca se abre mientras incómodamente parpadeo cuando no espero esa pregunta. Qué demonios se supone que le responda que no sea mentira.

—Eh, yo…

Pero no puedo terminar lo que voy a decir porque un cuerpo me choca desde atrás y me hace caer sobre el amplio, demasiado amplio, pecho de Jaxon.

Joder.

La tela de su camiseta es suave y huele a él, tan masculino como lo es su aspecto y el sonido de su voz. Se encuentra caliente al tacto, o yo muy fría en comparación, pero se siente bien. Muy bien. Retengo la respiración y me quedo quieta, pensando que aquel incidente podría volverlo loco. Pero luego recuerdo, cuando subo la mirada hacia sus verdes iris, que él no es mi padre. Nada de Jaxon siquiera se parece. Ahora, en sus brazos, me siento reconfortada y cálida, alrededor de mi padre solo hay vacío, soledad y frialdad. Jaxon es la primera persona que toco aparte de mi hermanito y mi padre en más de un año. Y se siente tan…

—¿Te encuentras bien? —pregunta él, aún sosteniéndome como si no pesara nada. Pero por todo lo que mi padre me hace comer, sé que estoy pesando varios kilos de más de los que tendría que tener en mi cuerpo. Asiento ligeramente, aún sin mediar palabra mientras él se gira hacia el chico que, al parecer, me había chocado—. Ten más cuidado—le gruñe apretando la mandíbula, como si se estuviera conteniendo de hacer algo loco. Pero su cuerpo se mantiene relajado en comparación con su rostro y me siento bien apoyada en él.

¿Qué me está pasando?

Me aparto rápidamente cuando recuerdo lo que estoy haciendo en el supermercado y lo que mi padre me haría si descubre que estuve en los brazos de un hombre y tarde demasiado en llegar a casa.

—Lo… Lo siento —digo sin mirarlo y tomo con más fuerza mi carrito de compras antes de intentar sonreírle en despedida y seguir mi camino.

—Oye, espera, Trish.

Dios, mi nombre suena tan bien cuando él lo dice.

No subo la mirada, sabiendo que volvería a sonrojarme, pero me detengo.

—Hace realmente mucho tiempo que no sé de ti, y realmente me encantaría que nos pongamos al día…

Rápidamente mi cabeza se mueve de un lado al otro con pánico. No, no, no. No podemos.

—No, yo… No puedo, Jaxon. Lo siento.

Entonces, me giro y rápidamente me escapo de su presencia, escondiéndome en otro pasillo para recobrar la compostura y respirar hasta relajarme. Quería decirle que sí, si no fuera por todo lo que estaba sobre mí, el riesgo que estaría corriendo si acepto esa charla para ponernos al tanto. No importa cuando intente pensar que sí, mi vida no es mía, no la controlo. Retengo las lágrimas. Estoy en un momento de mi vida donde todo se vuelve más complicado. Mi ropa desaparece, mis tareas son cada vez mayores y las exigencias que mi padre me da son aún más elevadas de lo que eran antes. Quiero saber el motivo de esto, si él pretende llegar a algún lugar haciendo todo esto o si simplemente lo hace por diversión sabiendo que puede hacer cualquier cosa conmigo con tal de no hacerle daño a mi hermanito. Él ya me tiene en la palma de su mano tan solo abriendo su boca y diciéndolo, nunca fueron necesarias las palizas, pero a él le gustan. Es dominante, exigente y maltratador, alguien que necesita el miedo antes que el respeto.

Lo peor de la historia es que así es él, sin necesidad de las drogas o del alcohol para convencerse de lastimarme.

El sonido de pasos alejándose me hacen voltear, justo al momento de ver a Jaxon alejarse hacia otro lugar del supermercado, su enorme espalda dándome el único adiós. Sorprendentemente, la tristeza me embarga, me rodea como cadenas entrelazas, tan firmes y resistentes que ni siquiera con tirones de millones de manos podría romperla. Me aprieta, me arrincona y me hace debilitar con las emociones que de repente siento al verlo desaparecer, sabiendo que probablemente no vuelva a verlo o a escuchar su voz. Quisiera no preocuparme, no entristecerme por aquello. Pero lo hago, mi corazón se marchita muy lentamente como una bonita flor que con el tiempo pierde sus pétalos y va quedándose sin vida.

Nuevamente mi padre está haciendo que pierda a la gente que me preocupa, sin ni siquiera estar presente. Jaxon probablemente podría considerarse un conocido remoto más que un amigo, pero para mí era algo. No había tenido amigas, nadie que se preocupara por mí, excepto Devan. Pero allí esta esa mirada verde, tan brillante y chispeante, viéndome con preocupación sincera, queriendo mantener algún tipo de contacto conmigo y saber cómo me encuentro.

Y solo lo alejé, le impedí darme lo que tanto tiempo llevo anhelando.

Jadeo en busca de aire, cierro nuevamente mis ojos y me permito relajarme, evitar pensar en aquello. Intento no sentir nada cuando estoy en casa, porque en realidad no hay nada que sentir más que odio y rencor, pero cuando estoy afuera, es como si pudiera percibirlo todo. Sin embargo, nunca fue igual que ahora con Jaxon. Me derrumbé y entré en pánico cuando sentí tanto. Todo.

Y no sé si me gusta. Me debilita, y le da a mi padre algo con lo cual chantajearme si se entera. No puedo volver a permitirlo. Mis deseos de un amigo se evaporan mientras me alejo con mis compras del supermercado y me encamino a mi casa, una vez más sola. La peor parte de todas es que la pena se intensifica con cada paso que doy más cerca de casa. Ante el silencio que constantemente me hace compañía, es inevitable pensar en lo que nunca lograré tener. Amor, amistad y felicidad. Pero es lo que es, a otras personas les tocó la vida perfecta, pero no soy una de ellas.

Incomodidad me llena cuando paso por enfrente de la farmacia y me detengo para mirarla desde afuera, deseando no entrar. Pero si mi padre ve que no conseguí sus condones… Dios, qué vergüenza.

Suspiro, entro al local con mis compras pesando en mis manos. La mujer que me ve entrar se acerca a la casilla con una sonrisa, como si estuviera por pedir algo que no da vergüenza. Pero con timidez, miro hacia la pared detrás de ella, evitando su mirada y le digo mi pedido.

—Uhmm… Yo… Me llevaré unos condones. —Me remuevo en mi lugar, sin estar lista para darle la descripción que me dio papá—. Normales con… Eh… Sabor a chocolate.

Por el rabillo del ojo puedo verla sonreír, como si aquello se lo hubieran pedido un centenar de veces. ¡Condones con sabor a chocolate, de dónde mierda sacaron eso! Mientras se aleja, me doy cuenta de que allí adentro está desolado, y estoy realmente aliviada de no tener que hacer mi pedido en voz alta para que cualquiera pueda escucharla. Tan solo espero no tener que volver muy pronto a comprar otra caja.

Cuando vuelve, aún no puedo mirarla. Le pago con manos temblorosas y bien recibo el cambio, salgo volando de allí sin ni siquiera mirar hacia atrás.

Jesús, los chocolates son deliciosos, pero ¿en un condón?

No tengo ni ganas ni fuerzas para pensar más sobre eso, así que, en mi vuelta a casa, intento pensar en la lista de todo lo que me toca hacer hoy y logro distraerme hasta que llego a la puerta y entro. La imagen que me da la sala de estar es deprimente porque casi todo está en su lugar excepto el sillón y la mesa ratona, que se encuentran ligeramente corridos por mi cuerpo ayer a la noche. Si alguien entrara nunca creería que allí mismo fui golpeada tantas veces que no puedo recordarlo, que es uno de los tantos rincones donde vivo sufriendo golpizas que dan comienzo a pesadillas cuando logro dormir y no desmayarme.

Suspiro, dejo las compras en la cocina. Lo último que deseo es limpiar y ordenar y comenzar a cocinar. Tengo tanto cansancio que en algún momento del día me desmayaré. Dios, espero que no. El humor de mi padre en la mañana había sido bueno, incluso satisfactorio, y espero no hacer algo para empeorarlo ni bien vuelva a casa. Al paso en el que voy no podría soportar otra paliza, ni siquiera pude recuperarme de la de anoche. Mi cuerpo arde ante el recuerdo, pero me tomo algunas pastillas para tener la fuerza necesaria y soportar los dolores. Tal vez algunos piensan que la vida como ama de casa es fácil, pero es el trabajo más agotador de todos. No es como si yo hubiese trabajado en algún momento de mi vida en otra cosa, pero creo que se entiende el punto. Todos los días a la misma hora empieza mi rutina, preparando el desayuno, acompañando a Devan al colegio, haciendo mandados y luego poniéndome manos a la obra con todo el desorden que hay aquí. Lo que sigue es simplemente deducible, es incluso más fácil llevarlo a cabo si mi espalda y rodillas no me dolieran tanto.

Durante las siguientes horas remuevo cada mueble y cada microscópico pedazo de suciedad que hay en las superficies de todo el lugar. Como todos los días, el suelo brilla, los muebles se ven como nuevos, y el ambiente es agradable y acogedor, con un olor a tulipanes tan divino que podría disfrutarlo todo el día. Sin embargo, no tengo mucho tiempo para seguir porque hay otra parte de la lista de tareas que falta seguir. El primer piso se encuentra extremadamente limpio, tan puro como nunca lo fue en realidad, ahora solo faltan dos cosas en mi lista.

El piso de arriba es una de las cosas. Las habitaciones están a los laterales de un pequeño pasillo que una vez había tenido fotos de todos como una familia feliz, hasta que mi madre murió y toda la calidez del lugar se fue por el desagüe. Ahora no hay nada de ello, solo unas paredes lisas que atormentan los momentos felices de mi niñez.

Atando nuevamente mi cabello dos un respiro antes de seguir con las tareas, y me sorprendo a mí misma cuando termino con mi habitación y la de Devan en tan solo una hora. Siempre intento no desordenar mi habitación cuando estoy en ella porque más tiempo tardo en ordenar toda la casa y ponerme a cocinar la cena. Por lo que estoy constantemente evitando mover las cosas de su lugar o manchar el suelo. Aunque teniendo a Devan entrando y saliendo todo el tiempo es realmente difícil mantenerlo intacto.

El pasillo es uno de los pocos lugares a los que no le tengo que prestar tanta atención, porque muy pocas veces se encuentra sucio, así que es un alivio notar que en tan solo unos cinco minutos logro deshacerme de las pelusas en el suelo. Entonces, me encamino hacia la habitación de mi padre. Es triste pensar que las únicas veces que entro aquí solo es para limpiar. Mi padre, desde aquel día que recibimos la llamada confirmando la muerte de mi madre, me prohíbe entrar si no es para ordenar y limpiar todas las superficies. No hubo ni una noche donde él me permitiera acostarme con él en su cama para calmar mis pesadillas cuando era niña, o simplemente para disfrutar de una siesta. Ni siquiera para mirar los dibujos animados juntos. Él simplemente me alejó, me dio órdenes e hizo mi vida imposible.

Todo ser humano comete errores y son perdonados cuando admiten la culpa y piden perdón con sinceridad. Pero mi padre nunca lo hará porque en él no se alberga ni una pizca de arrepentimiento.

Es un monstruo, no un ser humano.

Como cada mañana, su cama está destrozada, las sábanas y colchas tiradas en el suelo, el cubrecama habiéndose salido de su enganche y todo el suelo lleno de ropa sucia. Parecía que lo hacía a propósito, como si le gustara la idea de tenerme aquí ordenando su porquería más de dos horas. ¿Qué le costaba mantener su cama lo suficientemente arreglada? O tirar su ropa en el canasto de la ropa sucia junto a su armario. Parecía que le divertía pensar en mí como su mucama y lastimosamente así era trata, una mujer dispuesta a complacer sus malditos caprichos sin quejarse de nada. ¡Oh!, y por supuesto, sin pagarle un mísero dólar.

Mis ojos se cierran. Estoy constantemente intentando no pensar en que pasaré el resto de mi vida de esta manera, en que quizá nunca tenga un novio, o hijos, o una casa propia, o un trabajo, o… Amigos.

No tengo nada.

Nunca tendré nada.

Y llegará un punto donde mi cordura, mis ganas de seguir intentando, se esfumen y ya no seré alguien que pueda sobrevivir a nada más. Tan solo espero que mi cerebro no se apague de esa forma antes de que Devan tenga su mayoría de edad. No quiero dejarlo solo para seguir luchando contra mi padre. Cuando él tenga dieciocho años nos iremos y nunca miraremos atrás. Mi padre podrá buscarnos e incluso encontrarnos, pero no podrá hacer nada para traernos de vuelta.

Aquello suena realmente bien, y es lo único que mantengo vivo en mi mente mientras supero mi día y termino todas mis tareas del hogar, incluso lavar la ropa sucia que mi padre claramente no había usado y aun así había echado al suelo.

Habiendo terminado la limpieza, me permito descansar unos minutos en la cocina. Distraerme con la limpieza no logró que me olvidara de los dolores de mi cuerpo, pero ahora pudiendo descansar, aquello se intensifica en doble. Mi cabeza comienza a doler de una manera insoportable y mi cuerpo no da más de tanto moverse por toda la casa, después de toda una noche recibiendo golpes.

Tan solo te falta recoger a Devan y cocinar la cena, y tal vez seas libre de ir a la cama temprano, pienso.

Pero sé que aquello no sucederá. Mi padre dejó muy claro hoy a la mañana que desea postre, y aquello conlleva una noche de película los tres juntos. Lo cual significa poco tiempo para dormir.

Todo está yendo de mal en peor y no sé qué demonios hacer al respecto. Mi cuerpo no va a durar tanto al ritmo en el que van las cosas.

Un suspiro sale de mí mientras lentamente me pongo de pie y comienzo a prepararme para ir a buscar a Devan. Tengo tiempo de sobra para no tener que apurarme, pero pensar en caminar lento y tardar aún más en regresar a casa se me hace tedioso. Prefiero aquel pequeño tiempo para utilizarlo en una diminuta siesta y no en caminar despacio. Sin embargo, no hago ninguna de las dos cosas. Para mi desgracia se me hace imposible salirme de mi rutina, así que la siesta queda totalmente descartada y mis pies se mueven a la misma velocidad de siempre cuando comienzo a caminar por entre las calles que me llevan hacia el colegio.

Los niños corren de un lado al otro cuando llego, y puedo distinguir rápidamente a mi hermanito porque siempre es aquel que se aísla, el que mira hacia los costados más de la cuenta, y desconfía de todos. No logro ver nunca una sonrisa, o a sus amigos intentando llamar su atención. Esta cosa con mi padre lo afecta socialmente, y a pesar de que es un niño genial en casa, en el colegio se retrae hasta el punto de no abrir la boca. He ido a más reuniones de las que pretendía para hablar del tema con sus profesores. Me irrita el hecho de tener a alguien frente a mí preguntando qué demonios pasa con mi hermanito, de que si tiene algún problema psicológico o algún trauma que necesite supervisión. ¡Tan solo llevamos una maldita vida de mierda! ¡Eso es lo que le pasa al niño y no puedo hacer nada para remediarlo!

Lástima que nunca he podido contestarles aquello y solo me limito a decirles que tan solo es un niño tímido y callado.

Saludo a Devan con mi mano para que me vea, y dos minutos después lo tengo frente a mí, sus ojos brillando con alivio. Parece que todos los días espera con ansias de que yo lo venga a buscar. A él le gustaba, porque apenas llegamos a casa le preparo siempre su merienda mientras hace su tarea y hablamos y le permito ver muchos dibujos animados en la televisión. Considero que aquellos son los únicos momentos que Devan logra ser un joven común y corriente, como todos los demás. Eso hasta que la llegada de mi padre explota la burbuja y Devan se esconde en sí mismo, dando respuestas cortas y ligeras para la satisfacción de mi padre.

Me toma la mano y tira de mí para salir de aquel lugar, sin mirar atrás.

—Te he hecho un dibujo —anuncia, aún caminando con rapidez para dejar más y más distancia de su colegio. Su humor se encuentra mejorando con cada paso que damos, más lejos de allí.

—¡Oh!, ¿en serio? ¡Ya quiero verlo! —digo con energía. A él le encanta pintar cosas que podrían gustarme y adora la idea de que yo los guarde en mi Caja mágica de recuerdos bonitos. Así es como siempre lo llamamos los dos, porque cuando alguno se encuentra triste o deprimido, aquella caja nos permite deleitarnos con cosas que hicimos en algún momento de nuestras vidas y nos recuerda buenos momentos. Así que mantenemos la tradición de guardar como mínimo una cosa por semana. A veces son piedras bonitas que él encuentra, otras, pulseras que logro hacer con hilo encerado, o dibujos, cartas—. Sí. Nos dieron papeles de colores, polvos brillantes y pegamento para hacer algo nuevo. Cuando lo hice, pensé en ti, Trish.

La mirada inocente y feliz, tan esperanzada de que a mí me guste lo que hizo, hace que mi corazón se apriete. Estos son los mejores momentos que tengo con él, y si pudiera comprar tiempo, lo haría con tal de tener más de esto todos los días con Devan.

—Estoy ansiosa por verlo.

—Quizá cuando nos vayamos podamos pegarlo en la puerta del refrigerador.

Y allí está él, pensando en grande, llevando sus ilusiones en la mochila con él todo el tiempo, pensando que realmente yo soy tan fuerte que lo tomaría a él y me iría. Si tan solo mi padre no tuviera recursos para encontrarnos y nosotros tuviéramos dinero para mantenernos, lo haría. Me iría con él y nunca vería atrás de nuevo.

Pero no es tan fácil.

En el momento en el que llegamos a casa, él se escapa a cambiarse de ropa y dejar sus cosas mientras hago unos livianos sándwiches. Cuando vuelve, trae con él el dibujo colorido que me hizo hoy.

—¡Es hermoso, Devan! —lo era en realidad. Estaba aprendiendo a prestar más atención al dibujo para no salirse de las líneas cuando pinta con lápiz. Este dibujo demuestra su esfuerzo.

Él se sonroja, pero sonríe ampliamente mientras se escapa a guardar el dibujo en nuestro lugar secreto.

—¡Lávate las manos antes de bajar!

Sonriendo para mí, tomo el pan, los ingredientes que le gustan a Devan en su sándwich y preparo dos. A pesar de no estar muy hambrienta, me obligo a prepararme uno. Devan odia que yo evite comer y siempre termina sintiéndose mal. La mayoría de las veces se pone triste y se preocupa por mí, tanto que intenta no comer también. ¿Cómo puedo ser buena imagen para un niño si no hago determinadas cosas frente a él? Devan sabe en qué momentos se come y en qué momentos no. No es un niño tonto, incluso se puede considerar más maduro que sus compañeros, más astuto e inteligente. Y por ese hecho debo de darle una imagen específica de mí, él no puede dejar de comer solo porque me ve evitando algunas comidas a lo largo del día.

Simplemente… No está bien. Así que cuando está él, tomo pequeños bocados intentando parecer entusiasmada y hambrienta. Lo cual en este momento es prácticamente insoportable.

—¿Puedo llevar las cartas? —grita aún desde arriba.

—Primero trae tu tarea y luego jugaremos a las cartas.

Si fuera un niño normal, tal vez podría escucharlo maldecir en este momento, pero siendo un niño especial gracias a toda esta situación con mi padre y su estricta prohibición de blasfemias, él nunca lo haría. Sin embargo, me lo imagino rodando los ojos y excavando en su mochila con desgana hasta encontrar su cuaderno de clases y sus lápices.

—Bien, traje todo —anuncia, entrando a la cocina y dejando caer todo sobre la mesa.

Coloco su plato con el sándwich frente a él y me siento a su lado, ayudándolo a sacar sus deberes.

—¿Tienes mucho?

—No. Si me ayudas podemos jugar un rato.

—Bien, pero luego me podré a cocinar. No podemos tardar mucho —le advierto, pero él lo sabe con certeza. La comida debe de estar lista antes de que mi padre llegue. A veces, incluso cuando llega temprano a casa, logro hacerle ver que si él hubiera dicho que iba a llegar temprano yo podría haber comenzado la cena con mucha más antelación.

—De acuerdo.

Y con eso, lo hago feliz. La tarea se encuentra finalizada media hora después y el juego de cartas ya en su pleno apogeo. Cuando terminamos la primera ronda, le permito convencerme de jugar una más, solo porque se me hace imposible resistirme a sus pucheros.

Entonces, al terminar, habiendo empatado, comienzo a preparar la cena, sin ánimos ni ganas de pensar en toda la mierda que tengo encima. Así que enciendo la radio y me permito deambular con ligereza mientras la música me traslada a mi lugar feliz, aquel donde pienso que puedo relajarme y disfrutar de una linda melodía. Lástima que aquel sitio solo se encuentra en mi cabeza. Un lugar tan fácil, tan limpio y puro no podría existir en la Tierra, no teniendo monstruos que están dispuestos a destruirlos.

Escucho a Devan tararear mientras se inventa un juego de cartas para jugar solo, y es aquello lo que me hace salir de mi lugar especial y disfrutar el momento en su compañía.

Así que de esta forma paso el resto de la tarde, el cansancio dominando mis movimientos y la fuerza que me inspira Devan para mantenerme firme haciéndome sobrevivir el resto de la noche.

Cuando estamos terminando de colocar los platos en la mesa, el chasquido de la puerta de entrada cerrándose me hace saber que mi padre llegó a casa justo a tiempo, sin darme ninguna posibilidad de mentalizarme tan solo cinco minutos por lo que tengo que sobrellevar hoy en la noche. Debo quedarme despierta hasta muy tarde y no puedo ni siquiera quedarme dormida en el sillón porque él podría enojarse por no apreciar el tiempo en familia.

Dios, qué vida dura.

Como si no hubiera sido extraño su comportamiento hoy en la mañana con sus toques, caricias y besos, lo que hace ahora es simplemente más raro aún. Una sonrisa decora su rostro cuando entra a la cocina y nos ve a Devan y a mí terminando de colocar todo en su lugar.

—Hola, familia —dice, y en realidad parece auténticamente feliz, solo que… Algo en sus ojos… Lo hace parecer ansioso. No sé si eso es bueno o malo.

—Hola. —Mi voz se pierde gracias a la estupefacción en la que me encuentro.

—Hola, padre.

Al parecer, Devan también nota lo extraño de la situación.

Mi padre se adentra más en la cocina y mientras me tiende su bolso de trabajo, se acerca a mi mejilla y deja allí un beso.

—Hola, cariño —susurra, su aliento chocando con mi mejilla.