Mi vida contigo - Sara Orwig - E-Book

Mi vida contigo E-Book

Sara Orwig

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Beschreibung

¿Derretiría el corazón del ganadero? Embarazada, abandonada y perdida en medio de una tormenta de nieve en Texas, Savannah Grayson agradeció que el millonario ganadero Mike Calhoun la rescatase. El viudo, padre de un niño de tres años, le ofreció refugio en su enorme rancho. Decidido a no entregar su corazón a una mujer nunca más, Mike intentó controlar la atracción que sentía por su invitada. Mientras pasaban días helados haciendo muñecos de nieve con su hijo y noches charlando y besándose frente a la chimenea, Mike tendría que luchar contra un corazón que empezaba a descongelarse… una lucha que estaba a punto de perder.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2015 Sara Orwig

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Mi vida contigo, n.º 2048 - junio 2015

Título original: At the Rancher’s Request

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6283-8

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Uno

Mike Calhoun frunció el ceño mientras miraba por el espejo retrovisor a su hijo de tres años, Scotty, en el asiento trasero de la camioneta. Tras comprobar que el pequeño estaba bien, volvió a concentrarse en la carretera. Llovía a cántaros y la visibilidad era casi nula. No se había cruzado con ningún coche ni visto señales de vida en la última media hora, pero, por fin, vio una lucecita brillando a lo lejos y suspiró, aliviado. La gasolinera de Ed era la única estación de servicio entre el pueblo más cercano y su rancho, al oeste de Texas.

Aminoró la velocidad para colocarse bajo el techado que cubría los ocho depósitos de gasolina, pero allí no había nadie. Las luces del interior del local estaban apagadas. Ed se había ido a casa y Mike lo entendía. Nadie pasaría por allí una tarde de sábado lluviosa y gris.

–Vamos a parar un rato, Scotty –dijo, volviéndose a su hijo–. Si esperamos dejará de llover y será más fácil conducir hasta el rancho –añadió, mientras le quitaba el cinturón de seguridad.

Scotty lo miró solemnemente.

–¿Podemos cruzar el puente?

Sonriendo, Mike le revolvió los rizos oscuros.

–Creo que sí, Scotty. Si no podemos cruzar el puente, daremos un rodeo. Tardaremos un poco más, pero llegaremos a casa

Los faros de un coche emergieron entonces entre la lluvia, en dirección a la gasolinera.

–Mira, viene alguien. Puede que sea gente del rancho.

Cuando el coche pasó al lado de la camioneta, Mike vio que salía humo del motor. El conductor se detuvo a un par de metros y cuando salió vio que era una mujer con un anorak y una larga trenza rubia.

–No la conocemos, Scotty. Quédate aquí mientras yo voy a ver si necesita ayuda. Parece que tiene problemas.

Mike se guardó las llaves en el bolsillo, salió de la camioneta y cerró la puerta.

–¿Puedo ayudarla? –le preguntó.

La mujer, rubia y de grandes ojos azules, dejó escapar un suspiro.

–Sí, gracias. No sé qué le pasa a mi coche.

–Mi nombre es Mike Calhoun.

–Savannah Grayson –se presentó ella–. Tenía miedo de quedarme tirada en medio de la carretera. Llevaba muchos kilómetros haciendo ruido y, de repente, ha empezado a salir humo. Menos mal que he visto su camioneta... pero veo que va con un niño y no quiero molestarlo.

Mike saludó a Scotty con la mano y el niño le devolvió el saludo.

–No se preocupe, el niño está bien.

–No sé qué le pasa a mi coche y...

De repente, del motor empezaron a salir llamas y Mike corrió a su camioneta para buscar un extintor mientras Savannah lanzaba un grito. En unos segundos el fuego quedó apagado, pero ella parecía desolada.

–Lo siento. ¿Ha venido a visitar a alguien?

Estaba seguro de que no era de la zona porque de ser así la recordaría.

–No, solo estoy de paso. Voy de camino a California desde Arkansas. No conozco a nadie aquí y veo que la gasolinera está cerrada –la joven frunció el ceño, mirando las luces apagadas del local.

–Cuando deje de llover la llevaré a Verity, allí hay un buen hotel. Llamaré a Ed, el propietario de la gasolinera, para decirle que va a dejar aquí su coche durante el fin de semana. Hasta el lunes no vendrá nadie.

–Gracias –dijo ella con un esbozo de sonrisa.

–Vamos a sentarnos con mi hijo hasta que deje de llover. Es una tormenta tremenda. Hemos tenido muchos meses de sequía y estamos recibiendo toda la lluvia de repente para compensar, pero por el frío que hace me temo que esta noche va a nevar –Mike abrió la puerta de la camioneta y Savannah sonrió al niño.

–Hola.

–Le presento a Scotty, mi hijo. Scotty, te presento a Savannah Grayson.

–Hola –dijo el niño, mirándola fijamente.

Mike se sentó tras el volante mientras ella se quitaba el anorak y volvió a encender la calefacción.

–No sé qué habría hecho de no haberlo encontrado –dijo Savannah–. Seguramente salir corriendo cuando se incendió el motor. Supongo que la lluvia habría apagado el fuego.

Mike esbozó una sonrisa.

–Dice que es de Arkansas, ¿de dónde exactamente? –le preguntó, mirando esos ojos azules como un cielo de verano.

–Little Rock –respondió ella.

De repente, la lluvia se convirtió en granizo y, en unos segundos, el repiqueteo sobre el capó se volvió atronador.

–Menos mal que estamos resguardados –dijo Savannah.

–Yo también me alegro –Mike llamo a Ed para decirle que dejaban el coche en la gasolinera y luego guardó el móvil en el bolsillo–. El lunes vendrá a echarle un vistazo, pero hasta entonces no puede hacer nada. Debería sacar sus cosas y dejar la llave en el buzón de la puerta.

–Muy bien.

–Pero habrá que esperar a que pase esta tormenta de granizo.

–Le agradezco mucho que me lleve a Verity.

–No me importa.

El granizo caía cada vez con más fuerza, rebotando en el capó de la camioneta mientras los relámpagos iluminaban el cielo.

–Perdone un momento, quiero comprobar cómo van las cosas en el rancho –Mike llamó a su capataz para decirle dónde estaba y después de unos segundos cortó la comunicación–. No creo que podamos ir a Verity esta noche porque el riachuelo se ha desbordado y tenemos que cruzar el puente para llegar allí. Además, la temperatura está bajando. Si esto sigue así, las carreteras se helarán en un par de horas.

–Parece que estamos cada vez peor –dijo ella, mirando por el parabrisas.

–Savannah, puedes quedarte en el rancho conmigo –dijo Mike entonces, tuteándola por primera vez–. Puedes llamar al comisario de Verity para pedirle referencias de mí. Tengo su número, es pariente mío. Y si quieres hablar con alguien que no sea un pariente puedo darte el número de mi abogado.

Ella rio.

–Son muchas referencias.

–Voy a llamar al comisario para que hables con él.

–Por favor, no hace falta que lo llames. Creo que la mejor referencia está en el asiento trasero.

Savannah se volvió hacia el niño.

–¿Crees que puedo confiar en tu padre?

–Sí, señora.

Savannah sonrió; una sonrisa seductora que revelaba unos dientes blancos y hacía que aquella tormenta pareciese más soportable.

–Creo que estoy a salvo contigo. No tienes que llamar al comisario. ¿Necesitas llamar a tu mujer para decirle que llevas una invitada a casa?

Mike apartó la mirada. Nadie le había preguntado por Elise en mucho tiempo, aún le seguía doliendo.

–Soy viudo.

–Lo siento –dijo ella.

–Parece que la tormenta ya no es tan fuerte. Vamos a sacar las cosas de tu coche antes de nada. Scotty, no te muevas de ahí.

–Sí, señor –replicó el niño.

En unos minutos cargaron las maletas, el ordenador, dos mochilas y una caja. Luego cerraron el coche y dejaron las llaves en el buzón de la gasolinera.

–No te preocupes, no le pasará nada.

–No estaba preocupada. Es un viejo coche con el motor quemado, no creo que lo quiera nadie. Y muchísimas gracias por tu ayuda.

–No hay de qué.

–Espero no molestar demasiado. Puedo dormir en cualquier parte, en el sofá, en el suelo, me da igual.

Mike sonrió.

–No tendrás que dormir en el suelo. En mi casa hay muchas habitaciones.

Permanecieron callados un rato mientras Mike se concentraba en conducir. Seguía lloviendo con fuerza, pero no era la tormenta de antes y la visibilidad había mejorado.

Casi una hora después, cuando se acercaban al rancho, Mike llamó de nuevo a su capataz. Cuando cortó la comunicación miró por el espejo retrovisor a su hijo, que le devolvió la mirada con sus ojazos castaños.

–Scotty, tenemos que cruzar el puente para llegar a casa, pero llegaremos.

El niño sonrió y Mike miró a Savannah.

–Mi capataz está en el riachuelo que cruza el rancho. No podemos entrar por el sitio habitual, así que tengo que dar una vuelta.

–Haz lo que tengas que hacer. Cualquier cosa es mejor que quedarme en el coche con esta tormenta –dijo ella sonriendo–. No sabes cuánto agradezco estar con gente en este momento.

De repente, la tormenta cobró fuerza, el granizo golpeaba el capó con un ruido ensordecedor.

–Maldita sea –murmuró Mike, al ver la expresión asustada de Scotty.

–Papá, esto no me gusta.

–Parará enseguida, no te preocupes. Y con cada kilómetro nos acercamos más a la casa.

–Mira, yo llevo una linterna –dijo Savannah, buscando en su bolso–. Y esto es una brújula, que indica dónde estamos. W significa Oeste y estaremos más cerca de casa cuando la aguja señale...

–La N –dijo Mike.

–N de norte –añadió Scotty.

–Muy bien –dijo Savannah, volviéndose hacia Mike–. ¿Cuántos años tiene?

–Pronto cumplirá tres, pero siempre está con adultos. Es un niño muy espabilado.

–Puedes mirar la brújula con la linterna –la tormenta se recrudeció en ese momento y tuvo que levantar la voz–. Ah, y también llevo una canica en el bolso. La esconderé en una mano y tú tienes que averiguar en cuál de ellas está.

Savannah había conseguido que Scotty se olvidase de la tormenta mientras miraba sus manos intentando adivinar dónde tenía la canica. Mike se dio cuenta de que estaba apretando el volante con fuerza e intentó relajarse, pero seguía lloviendo a mares y no estaba seguro de poder cruzar el puente.

Mientras Scotty jugaba con la linterna, Savannah se dio la vuelta en el asiento.

–Gracias –dijo Mike.

–De nada. Los niños me divierten.

–¿Tienes hermanos?

–Somos cuatro, yo soy la pequeña. Y tengo un montón de sobrinos.

Le gustaría preguntarle más cosas, pero tenía que concentrarse en conducir. Unos minutos después llegaban a la entrada del rancho, con una puerta de hierro forjado bajo un arco con las letras MC en el centro. Mike aminoró la velocidad y se acercó a un poste de la entrada para pulsar el código que abría la verja.

–Tu hijo se ha dormido –susurró Savannah.

–Ya me lo imaginaba. No te preocupes, no tienes que susurrar.

–No quiero despertarlo.

–No se despertará –Mike dejó escapar un suspiro–. Menos mal que se ha dormido. Tenemos que cruzar un riachuelo desbordado... en la entrada de la casa hay un puente, pero es viejo y seguramente estará cubierto de agua. El puente en esta parte del riachuelo es más alto y será más fácil cruzarlo.

–Se lo has prometido.

Él asintió con la cabeza.

–La confianza es importante para los niños –murmuró, sin dejar de mirar la carretera.

–Imagino que tú te has ganado la suya.

–Espero que así sea, pero él sabe que hay cosas que no puedo controlar.

–Esperemos que cruzar el puente no sea una de ellas.

Savannah agradecía haberlos encontrado. De no ser así, habría tenido que pasar la noche en una solitaria carretera bajo una tormenta de granizo... no quería ni imaginarlo.

Pensativa, estudió el perfil de Mike Calhoun. Llevaba un sombrero negro, una cazadora de cuero forrada de piel, vaqueros y botas. Tenía un aspecto competente, capaz. El niño era una adorable miniatura de su padre, con el mismo pelo negro y ojos oscuros.

Savannah miró alrededor. El rancho debía de ser enorme, porque parecía como si hubiera pasado un siglo desde que cruzaron la verja.

–Ahí está –dijo Mike, como si le hubiera leído los pensamientos.

Savannah vio lo que parecía un río de agua negra. Era más grande que cualquier riachuelo que hubiera visto. El agua se había desbordado y los faros de la camioneta permitían ver a un grupo de hombres con impermeable al otro lado.

–Nunca había visto el riachuelo tan lleno. Jamás.

Asustada, Savannah miró el puente, que estaba prácticamente bajo el agua.

–¿Podremos cruzarlo? –preguntó, aprensiva.

–Vamos a intentarlo –replicó Mike, deteniéndose para llamar al capataz–. Gracias por venir, Ray... –luego hizo una pausa para escuchar–. Creo que lo lograremos, pero me alegro de que estéis aquí.

Savannah vio que los hombres iluminaban el puente con los faros de sus vehículos.

–Han atado cuerdas a los árboles. Si caemos al agua, yo me encargo de Scotty. Tú intenta agarrarte a una cuerda o a cualquier cosa que pueda sujetarte. Alguien te ayudará, no te preocupes. No creo que vaya a pasar nada, pero si es así tendremos ayuda. Si caemos al agua, nada con la corriente e intenta dirigirte a la orilla.

Ella lo miró, horrorizada.

–No quiero que nadie tenga que arriesgar su vida para sacarme del riachuelo, pero no sé si podría nadar con esa corriente tan fuerte.

–Los chicos te sacarán. No podemos volver atrás y tampoco podemos quedarnos aquí toda la noche. No te preocupes. Estoy seguro de que el puente aguantará –dijo Mike, aparentemente tranquilo mientras bajaba las ventanillas–. Si nos hundiéramos sería fácil salir. Y la camioneta flotaría...

–Por favor, no lo digas –lo interrumpió ella.

Conteniendo el aliento, Mike levantó el pie del freno, con una mano en el volante y otra en la portezuela, por si tenía que salir a toda prisa. El agua saltaba sobre el puente, cubriendo los neumáticos, pero lograron llegar al otro lado sin hundirse y Savannah dejó escapar un suspiro de alivio.

–¡Lo hemos conseguido! –exclamó.

Un hombre alto se acerco a la camioneta.

–Gracias, Ray –dijo Mike.

–Me alegro de que hayas podido cruzarlo.

–Y yo también. Ray, te presento a la señorita Grayson. Su coche se ha averiado y lo hemos dejado en la gasolinera de Ed. Va a dormir aquí esta noche.

–Hola, señorita Grayson –la saludó el hombre.

–Savannah, te presento a Ray Farndale, mi capataz.

–Gracias por esperarnos aquí –dijo ella.

–De nada. Me alegro de que nuestra ayuda no haya sido necesaria –respondió el hombre–. Mike, nos vemos por la mañana. Será mejor que nos vayamos antes de que empiece a nevar. Si sigue así, nadie será capaz de cruzar el puente.

–¿Y los animales? ¿Necesitáis ayuda?

–No, lo tenemos todo controlado por el momento. Pero si la temperatura sigue bajando, mañana tendremos otro tipo de problemas.

–Sí, lo sé –Mike subió la ventanilla después de despedirse del capataz.

–No sabes cuánto me alegro de haber cruzado el puente. Y de que Scotty siga dormido –dijo Savannah–. Pero tú estabas tan tranquilo. Parece que no te asustas fácilmente.

–Eso no habría ayudado nada –Mike esbozó una sonrisa–. Bueno, vamos a casa –dijo luego.

–¿Te gusta la vida en un rancho?

–Lo bueno compensa lo malo. Hay algo nuevo cada día, retos constantes. Eso me gusta.

–¿De verdad? Menos mal que puedes conservar la calma en cualquier situación –Savannah pensó en lo dura que era esa vida, tan diferente a todo lo que ella conocía.

Pasaron frente a una especie de hangar enorme. Más allá, Savannah podía ver luces a ambos lados de la carretera. Había varios edificios, seguramente establos y corrales.

–Los chicos van a la casa de los peones. Algunos de ellos tienen casa y familia aquí.

Unos minutos después llegaron a una casa de tres plantas. Mike pulsó un botón en su móvil y las luces se encendieron. El camino de entrada terminaba en una elegante puerta cochera.

–Parece que no tendré que dormir en el suelo –bromeó Savannah, sorprendida por el tamaño de la casa–. ¿Y todo esto de criar vacas?

–No, todo esto porque mis antepasados fueron los primeros ganaderos que se instalaron aquí. Cada generación construyó algo nuevo, hemos sido muy afortunados –cuando empezaron a caer los primeros copos de nieve, Mike dejó de sonreír–. Mira, ha empezado a nevar. Me alegro de estar en casa.

Las luces del salpicadero bañaban el rostro de Savannah en un halo rosado, destacando el brillo de sus ojos azules. Y, de repente, Mike se fijó en ella como mujer. Era como si entre ellos hubiera pasado una corriente eléctrica. Y Savannah parecía sentirlo también, porque la vio tragar saliva.

La sorpresa lo dejó inmóvil. No había mirado así a una mujer desde que perdió a Elise por culpa del cáncer casi dos años antes, un año después del nacimiento de Scotty. Sorprendido por esa reacción, Mike apartó la mirada.

–Scotty es un chico afortunado. Sigue dormido –murmuró Savannah.

–Voy a llevarlo a la cama. Luego volveré a por las maletas.

–No te preocupes por mis cosas. Yo llevaré la bolsa que necesito para esta noche, el resto puede esperar hasta mañana. Encárgate de tu hijo.

–Su niñera ha tenido que irse. Su hija ha tenido un niño y Nell, la señora Lewis, ha ido a echarle una mano unas semanas.

–Yo no tengo prisa, no te preocupes –insistió Savannah, tomando el bolso, una mochila y su ordenador.

Mike le desabrochó el cinturón de seguridad a Scotty y lo tomó en brazos.

–Vamos, la puerta está abierta.

–Tienes una casa preciosa –murmuró Savannah mientras recorrían un pasillo con plantas y cuadros de paisajes y escenas del Oeste. A su derecha vio un cuarto de estar y un comedor con una enorme mesa en la que cabrían veinte personas. A la izquierda, una biblioteca con techo artesonado–. Qué biblioteca tan enorme. ¿Te gusta leer?

Mike asintió con la cabeza.

–Muchos de los libros son viejísimos. Scotty tiene su propia estantería en su habitación, así no rompe valiosas ediciones de la colección familiar.

–Cómo no se pierde en una casa tan grande.

–Parece grande porque no la conoces, pero pronto la conocerás.

–¿Eso significa que va a nevar durante días?

–No te preocupes, encontraremos alguna forma de pasar el rato.

Mike sonreía y Savannah tuvo que reír. ¿Estaba flirteando con ella?

–Este rancho es toda mi vida –dijo él, mientras se dirigían a otro pasillo–. Mis hermanos tienen otros intereses, pero mi mundo está aquí. Mi hermana, la que más se parece a mí, tiene un rancho cerca de aquí. También tengo una casa en Verity que no uso nunca y un apartamento en Dallas al que no suelo ir. ¿Tú vives en un pueblo o en una ciudad?

–En una ciudad –respondió Savannah–. No sé nada del campo y mucho menos de la vida en un racho de Texas.

–Mi habitación está al final del pasillo. Todas las demás están disponibles, puedes utilizar la que quieras. La habitación de Scotty está frente a la mía y su niñera tiene otra al lado. Puedes dormir allí si quieres, así no te sentirás tan apartada.

Mike entró en una habitación y encendió la luz. En realidad era una suite, con una pantalla de televisión, un escritorio de cristal y dos sofás, todo decorado en tonos crema y turquesa, con suelos de madera.

–Detrás de esa puerta están el dormitorio y el baño. Ponte cómoda, en cuanto meta a Scotty en la cama vendré a buscarte y tomaremos un chocolate caliente... o una copa, lo que quieras.