Misfit - Elle Kennedy - E-Book

Misfit E-Book

Elle Kennedy

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Beschreibung

El instituto Sandover abre sus puertas: ¿serás capaz de resistir la tentación? RJ Shaw tiene dieciocho años, es un hacker inadaptado y acaba de descubrir que su madre se va a casar con un hombre rico al que él no ha conocido todavía. Por si fuera poco, la cosa empeora cuando deciden enviarlo junto con su hermanastro a Sandover, el instituto privado donde se preparará para entrar en la universidad. Está claro que RJ no encaja en un internado para delincuentes ricos y pronto descubre que no tiene sentido intentar llevarse bien con nadie… hasta que conoce a Sloane Tresscott en el bosque que hay a las afueras del campus. Guapa y de lengua afilada, Sloane es pura tentación. Solo que Sloane es la única chica a la que tiene prohibido tocar: es la hija del director. Menos mal que RJ no cree en las reglas… ¿Estás dispuesto a entrar en Sandover y descubrir los secretos de sus profesores y estudiantes?   Disfruta de la nueva novela de Elle Kennedy, autora best seller de Amor prohibido y Los Royal

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Misfit

Elle Kennedy

Traducción de Gemma Benavent

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Epílogo
Sobre la autora

Página de créditos

Misfit

V.1: abril de 2023

Título original: Misfit

© Elle Kennedy, 2022

© de la traducción, Gemma Benavent, 2023

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2023

Todos los derechos reservados.

Se declara el derecho moral de Elle Kennedy a ser reconocida como la autora de esta obra.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imágenes de cubierta: Freepik - gbart

Corrección: Marta Araquistain, Alicia Álvarez

Publicado por Wonderbooks

C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª

08009, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-51-3

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Misfit

El instituto Sandover abre sus puertas: ¿serás capaz de resistir la tentación?

RJ Shaw tiene dieciocho años, es un hacker inadaptado y acaba de descubrir que su madre se va a casar con un hombre rico al que él no ha conocido todavía. Por si fuera poco, la cosa empeora cuando deciden enviarlo junto con su hermanastro a Sandover, el instituto privado donde se preparará para entrar en la universidad.

Está claro que RJ no encaja en un internado para delincuentes ricos y pronto descubre que no tiene sentido intentar llevarse bien con nadie… hasta que conoce a Sloane Tresscott en el bosque que hay a las afueras del campus. Guapa y de lengua afilada, Sloane es pura tentación. Solo que Sloane es la única chica a la que tiene prohibido tocar: es la hija del director. Menos mal que RJ no cree en las reglas…

¿Estás dispuesto a entrar en Sandover y descubrir los secretos de sus profesores y estudiantes?

Disfruta de la nueva novela de Elle Kennedy, autora best seller de Amor prohibido y Los Royal

«¡Este libro me ha encantado! Es una lectura young adult con personajes increíbles, una dinámica fantástica, bromas y mucha química, y también incluye una historia de amor prohibida. Me cautivó por completo de principio a fin, ha sido una gran lectura.»

The Escapist Book Blog

«Hay algo en los dramas de niños ricos que me devuelve a la época en que me obsesionaban Crueles intenciones, Gossip Girl y Sensación de vivir. Este libro es como una mezcla de todas estas series y películas y mientras lo leía, ¡estaba muy enganchada! […] Misfit es una mezcla de drama y romance para chuparse los dedos. Este libro es un gran indicador de que nos espera un fantástico viaje con esta serie, y estoy deseando que lleguen más entregas.»

Dirty Girl Romance

«Misfit me llamó la atención de la mejor manera. Entré instantáneamente en la historia y sentí curiosidad por saber adónde iría. Me encantó la idea de un internado para adolescentes ricos y problemáticos.»

A Novel Glimpse

#wonderlove

Capítulo 1

RJ

—Come, cariño. Me voy a casar.

Esas han sido las primeras palabras que han salido de la boca de mi madre cuando he entrado en la cocina esta mañana. Como es evidente, he creído que estaba soñando. No podía ser mi madre la que estaba cocinando tortitas y charlando tranquilamente sobre su matrimonio espontáneo. Estaba claro que me había sumergido en uno de esos sueños excéntricos donde nada tiene sentido.

Pero no, estaba despierto. Muy despierto y, al parecer, en medio de la crisis de los cuarenta de mi madre. Sabía que había estado saliendo con un tipo nuevo estos últimos meses, pero no le había dado demasiadas vueltas. Las relaciones de mamá nunca duran.

Y, aun así, aquí estoy, apenas ocho horas después, enfundado en un esmoquin que no es de mi talla mientras muevo pedazos de salmón por mi plato junto a un extraño, tan sorprendido como yo, al que creo que debo llamar «hermanastro».

Mientras tanto, nuestros respectivos y presuntos adultos se meten mano en la pista de baile para crear material de pesadilla al ritmo de una canción R&B lenta y gráfica de los noventa.

Que me peguen con un mazo. 

—Quizá es el pescado —dice Fennelly a mi lado; la cara se le ha puesto un poco verde—, pero me siento como si algo se hubiera arrastrado hasta mi estómago y se hubiera muerto allí.

O quizá es el hecho de que su padre esté manoseando a mi madre en una sala llena de camareros que no cobran lo suficiente para soportar esta mierda. 

—Cuando llegue el apocalipsis —murmuro entre dientes ante esta tortura lenta y dolorosa— y un tipo con un bate se plante ante mí y me pregunte cuáles son mis últimas palabras, le diré que he mirado a la oscuridad a los ojos y que el miedo ya no me afecta. 

Fenn sonríe ligeramente y se bebe otra copa de champán de un trago, como si llevara tomándolo desde que su madre le daba el pecho. Deberían traerle una manguera. O una vía. 

Aún no he decidido qué pienso de él. Nos hemos conocido en el altar hace una hora, cada uno de pie en su lado del pasillo mientras nuestros padres recitaban sus votos ante una sala vacía. Sigo intentando descifrar a este rubito al que se le dibuja el perfil de una petaca a través del pantalón. 

Se llama Fennelly Bishop, que es un nombre absurdo, pero no soy quién para hablar. Como yo, se rebela contra su nombre y me ha pedido que lo llame «Fenn». Creo que es atleta o, al menos, se le dan bien los deportes, porque tiene esa constitución alta y musculosa que no parece producto de un gimnasio. Aunque supongo que podría tener un entrenador personal supercaro a su servicio: un tipo fornido que se presenta en su enorme mansión y al que le pagan doscientos mil dólares al año para mantener al niño rico de ojos azules en excelente forma. Fenn y su padre son gente de pasta. Emanan riqueza. Lo digo por la forma en que estira el meñique y cómo se recuesta en la silla con las piernas separadas, como si todos estuviéramos aquí para servirle e impresionarlo con nuestros pintorescos talentos de campesinos.

—Cuando escriba mi biografía —dice mientras se desanuda la pajarita alrededor del cuello—, recordaré este día como aquel en el que aprendí qué es lo contrario al porno. 

Me río con disimulo. Debo admitir que es gracioso. 

Fenn apenas tiene que alzar la copa vacía para que uno de los seis camareros vestidos con esmoquin que merodean entre las sombras de la sala de baile de este club de campo pijo venga a servirle. Es el tipo de lugar donde la cubertería es de verdadera plata. Alguien se apresura a ofrecerle una copa de champán, pero Fenn le arrebata la botella en su lugar. Una parte de mí se pregunta si tendré que pasar por un detector de metales al marcharme. El club de campo está en Greenwich, al parecer no muy lejos de la mansión de David, que supongo que será un palacio, teniendo en cuenta lo cara que es la membresía de este lugar. Estamos alejadísimos de los suburbios de clase media baja en los que mamá y yo vivimos en el lado opuesto del estado. 

—¿Ves a esa tía? No te quita la mirada de encima. —Fenn hace un gesto con la cabeza, señalando a mi espalda. 

Nadie me ha tachado nunca de educado, así que me doy la vuelta para seguirle la mirada. Una morena bajita, vestida de camarera, me lanza una leve sonrisa antes de alzar una ceja. 

Me giro de nuevo. 

—No me interesa —le digo. 

—No sé, tío. —Fenn inclina la cabeza para evaluarla—. Es mona. No creo que nadie se diera cuenta si te la llevaras al aparcamiento de los carritos de golf o algo así. 

Lo último que tengo en mente ahora es enrollarme con alguien. Me va a llevar semanas olvidar el sexo vertical que nuestros padres están practicando. Fenn debe de leer mi expresión, porque se ríe y me acerca una copa llena de algo. 

—Ya. —Niega con la cabeza—. No es ni el momento ni el lugar. Es como hacerme una paja cuando sé que mi padre está en la habitación de al lado. No se me pondría dura. No parece correcto, ¿sabes? 

Este chico comparte demasiada información personal. 

—Tengo suerte de que no pase mucho tiempo en casa —añade mientras se encoge de hombros. 

Mi madre nos saluda desde la pista de baile. Entonces, se olvida de golpe de nuestra presencia cuando el padre de Fenn le agarra el trasero por encima del vestido de satén. Le da un pequeño apretón y casi vomito. Por lo que a bodas respecta, esta es un affaire sutil. Hay más miembros del personal que invitados. Solo estamos los cuatro, vestidos y arreglados para este cómodo y pequeño ensayo de guerra psicológica. 

—Esto es doloroso —gruño dentro del vaso de lo que sea que no saboreo mientras trago—. Es como ver una escena de sexo en la televisión junto a tus padres. 

—No, es como ver a tus padres en una escena de sexo en la televisión a su lado. —Aunque es obvio que está asqueado, Fenn no aparta la mirada, extrañamente fascinado. Se deshace del pensamiento con un trago de champán. 

—Estoy tan avergonzado como repugnado conmigo mismo. 

En un acto de compasión, Fenn me pasa la botella.

—Toma, tío. Nunca es tarde para desarrollar mecanismos negativos para afrontar los problemas. 

Inclino la botella hacia mis labios. 

—Salud.

Lo que ocurre con el champán caro es que es fácil de beber. Apenas me percato de que Fenn sustituye la botella vacía por una segunda. Nuestros padres siguen restregándose el uno contra el otro, lentamente, al ritmo de una banda sonora retro que da escalofríos. Entretanto, el sádico del DJ está mirando Twitter en el móvil, ajeno a nuestro dolor. 

—Esto es raro, ¿verdad? —Fenn está ocupado haciendo papiroflexia deforme con una servilleta de tela bordada—. Quiero decir, si ambos murieran ahora mismo… Si la lámpara de araña del techo cayera sin piedad alguna sobre ellos mientras nosotros estamos aquí sentados y una esquirla de cristal volara por los aires y me rasgara la yugular y casi me desangrara antes de entrar en coma, tendrías poder legal para decidir si me desconectan o no. 

—¿De qué coño hablas? 

El tío se bebe una botella de champán y ya se cree Nietzsche. 

—Digo que eso es mucha responsabilidad. Ser familia. ¿Qué sabemos el uno del otro? —Hace una pausa y estudia mi rostro durante tanto tiempo que me siento incómodo y me aparto. Los borrachos son conocidos por sufrir arrebatos repentinos—. Ya me he olvidado de tu nombre —dice, sorprendido—. Mierda, te juro que lo he olvidado. 

No puedo evitar sonreír. 

—RJ —le concedo, y una nueva canción lenta llena el salón. Señor. Ya basta. Quiero asesinar al DJ. Debe de estar haciéndolo a propósito.

—¿Es la abreviatura de algo? —pregunta Fenn.

—¿Crees que mis padres escogieron sus letras favoritas del abecedario mientras el doctor me sostenía bocabajo por los pies?

—¿Lo hicieron?

—No. Es la abreviatura de Remington John. 

Saco el móvil, cubro un poco la pantalla y me aparece un MacBook en la lista de redes wifi. Consideradlo una hipótesis fundamentada, pero creo que la máquina llamada «Grandmaster Gash» pertenece al tipo con cascos que está poniendo la música. 

—¿Remington John? —Fenn resopla con fuerza—. Es muy de obrero —remarca, y el trasfondo de niño rico y capullo por fin sale a la superficie.

Distraído, abro Spotify en segundo plano e intento recordar de qué estábamos hablando.

—A mi padre le gustaba David Carradine en los ochenta. No sé. ¿Qué tipo de nombre sacado de Sonrisas y lágrimas es?

Se encoge de hombros, sin inmutarse.

—Mi padre diría que es un nombre típico en la familia, pero estoy bastante seguro de que mi madre lo sacó de un blog de bebés. 

En medio de una exhibición especialmente tórrida al ritmo de «Wicked Game» de Chris Issac, Weird Al suena de pronto por el sistema de audio. 

El DJ lanza los cascos y casi se cae del taburete mientras intenta averiguar por qué no puede controlar la reproducción.

—¿Qué narices acaba de pasar? —Fenn me mira y después al teléfono—. ¿Has sido tú?

Pongo los ojos en blanco.

—Ojalá. Solo estoy revisando algunos mensajes.

Me desconecto de la red wifi y guardo el teléfono para permitir que el DJ recupere el control de la música al tiempo que mamá y David caminan tranquilamente hacia nosotros. Sudados, felices y sin un ápice de remordimientos por lo que acaban de hacer. 

—Es la hora de cortar la tarta, ¿no creéis? —La sonrisa de mi madre es sincera y alegre, y se abre paso por una grieta de mi amargo cinismo ante este cambio repentino en nuestras vidas. Entonces, se percata de las dos botellas vacías de champán y alza una ceja en mi dirección. 

Le devuelvo un gesto como diciendo «¿qué le vamos a hacer?» a modo de respuesta. Lo siento, pero no. Quiero decir, mierda, deberían haber repartido paracetamol a modo de recuerdo. La coreografía en la pista de baile ha sido como una tortura por ahogamiento del KGB. 

—Tenías razón. —David, el nuevo talonario de cheques articulado de mi madre, acepta el whisky escocés con hielo que un camarero diligente le pone entre las manos. Da un trago rápido—. Deberíamos haber contratado a una banda. 

—Nunca es tarde para montar una juerga en el jet e ir a Las Vegas —dice Fenn con tono burlón.

No se me pasa por alto que haya dicho jet. No «un» jet cualquiera. Ha dicho «el» jet, lo que indica que los Bishop poseen su propio avión privado. Joder. ¿Qué mundo es este y cómo he terminado aquí?

Cuando Fenn alza la botella vacía para pedir otra, su padre le hace un gesto al camarero para que no le haga caso. Fenn entrecierra los ojos. 

—¿Qué? ¿No estamos de celebración?

David le lanza una breve mirada a su hijo. 

—Creo que ya lo has celebrado bastante. 

—Voy un momento al servicio —dice mamá. Se acerca un poco para apartarme una pelusa de la solapa del esmoquin y se entretiene demasiado tiempo conmigo, con ojos vidriosos. No soporto cuando se pone sentimental. No va conmigo. Sobre todo siempre que me arrastra hacia sus caprichos pasajeros de desgracias autocomplacientes—. Chicos, comportaos mientras no estoy. 

No. Me niego fervientemente a que se refiera a nosotros como «sus chicos».

Una vez se ha marchado, David se queda ahí de pie, incómodo; primero, consulta su reloj, y luego, el teléfono. Escanea la habitación como si buscara algo que requiera su atención inmediata, pero no caerá esa breva. Está atrapado con nosotros, dos jóvenes desencantados que esperan a que se aleje para tomarse una última botella de champán. 

—Así que… —Tío, se está hundiendo. Esto se está volviendo vergonzoso para todos—. ¿Os lleváis bien? ¿Os estáis conociendo?

—¿Vosotros dos os estáis conociendo? —le espeta Fenn.

Casi tengo que mirar dos veces por el veneno en su voz. Durante las dos últimas horas, Fenn se ha mostrado despreocupado y ha sido fácil hablar con él. Pero, tal vez, esa actitud relajada y la sonrisa fácil solo las reserva para todo aquel que no sea su padre.

David tose y se ajusta los botones del esmoquin.

—Sí, bueno. Sé que ha sido repentino…

—La diarrea explosiva es repentina —lo interrumpe Fenn, cuyos ojos azul claro se tornan fríos como un glaciar—. Has tenido tiempo para pedir las flores, lo que significa que también lo has tenido para recuperar el sentido común. —Me observa—. No te ofendas. 

Me limito a encogerme de hombros. Eh, tío. Solo soy un testigo desafortunado de este tornado.

—Escucha, Fennelly. Entiendo…

—Estoy aquí, ¿vale? —Fenn le lanza una mirada gélida a su padre con expresión seria y tono desdeñoso, y ahora me siento como un intruso entre lo que sea que ocurre entre ellos—. No finjamos que esto no es un desastre nacido del egoísmo. 

Cada línea y músculo en el rostro de David se tensa. El parecido con su hijo resulta sorprendente. Tienen el mismo físico, los mismos ojos, azules y fríos, así como el cabello rubio. Y David es uno de esos tipos que apenas envejece. Podría pasar por el hermano mayor de Fenn. Del mismo modo que la gente siempre confunde a mi madre con mi hermano mayor gracias a ese pelo largo y oscuro y la piel perfecta.

—Fennelly. —David suspira, mirando a su hijo—. Podrías esforzarte, ¿no? ¿Solo un poco? Durante un par de horas más. 

Fenn saca el teléfono para revisar los mensajes. 

—Lo que tú digas. 

David fija su atención en mí. No sé si busca compasión o solidaridad, pero, cuando no le ofrezco ninguna de las dos, tensa la mandíbula y desaparece para comprobar cómo va la tarta.

Todavía no sé qué pienso de David Bishop. Por lo que respecta a las primeras impresiones, este no es el mejor comienzo. Hasta hace unas horas, no había pensado demasiado en él. Solo era el nuevo tipo con el que mi madre salía y a quien no esperaba conocer. Antes de que mamá me pusiera en las manos un juego de gemelos comprados en unos grandes almacenes, no había tenido motivos para pensar que este tío sería distinto a la letanía de relaciones, breves pero intensas, que había acumulado y perdido en una rápida sucesión. Dejé de intentar conectar con ellos o incluso recordar sus nombres hace mucho tiempo. 

—Lo siento —me dice Fenn—. Supongo que te ha resultado incómodo. 

¿Supone? Resoplo con fuerza.

—Veo que os lleváis genial. 

—Tío. Nada me podía dejar más claro que se ha olvidado de mí como el hecho de enviarme el avión privado a las cuatro cuando la boda es a las seis. Había un sastre con una puñetera máquina de coser que me estaba arreglando el dobladillo del pantalón a nueve mil metros de altura. 

—Qué duro. —Dejo escapar un suspiro—. Te preguntaría qué intenciones tiene tu padre con mi madre, pero creo que hemos saltado directamente a ¿quieres la litera de arriba o la de abajo?

—Oh, mierda —contesta, y finge una arcada—. Me acabo de dar cuenta de que seguro que tu madre era una de las azafatas del avión. Quizá me hice una paja en el mismo baño en el que ellos follaron.

—Por favor, Bishop. Guarda tus traumas para ti, ¿vale? 

Voy a necesitar terapia después de esta condenada boda.

Fenn toma un trago de la petaca. 

—Entonces, ¿cuál es tu rollo?

—¿Cuál es mi rollo? 

—Claro. ¿Qué te gusta? ¿Qué haces cuando no te obligan a asistir a una boda de penalti?

—Ni se te ocurra bromear. —Como mi madre me diga que está embarazada, me subo a un tren hasta la costa oeste. 

Los camareros se acercan para cambiarnos los cubiertos. Descorchan una nueva botella de un vino de postre que huele muy dulce y Fenn se presta a catarlo.

—También vas a cursar el último año, ¿verdad? —insiste—. ¿A qué instituto vas?

Es un poco más complicado que eso.

—Técnicamente, no voy al instituto. 

—Oh, mierda. No serás uno de esos niños educados en casa, ¿verdad? —Se echa hacia atrás para alejarse de mí como si acabara de recordar que ambos hemos puesto los labios en la misma botella de champán—. Tendrás todas las vacunas puestas, ¿no?

—El semestre pasado asistí a un instituto público en Windsor, pero me sugirieron que me tomara unas vacaciones de verano por adelantado. 

—Te expulsaron. —Parece algo impresionado—. ¿Lo merecías?

—Todo depende de cómo se mire. —La directora había ido a por mí desde el día que puse el pie en los pasillos del centro. Echó un vistazo a mi expediente y se formó su opinión sobre mí. Aunque tampoco hice mucho para que la cambiase.

—¿Qué hiciste?

—Mi amigo Derek robó el coche de un profesor en el aparcamiento del instituto durante un simulacro de incendio. 

Fenn sonríe. 

—Genial.

—Un grupo subimos al coche y lo condujimos por el vecindario hasta que el oficial de recursos escolares montó un control policial delante del Taco Bell. 

—¿Con pistolas y todo eso?

—Colocaron una barrera de pinchos que Derek casi esquivó, pero, aun así, pinchamos una rueda. 

—La vida suburbana es salvaje. 

También es una absoluta mentira. 

Ni siquiera conozco a un chaval llamado Derek. 

Pero no confío en nadie que quiera conocerme y no voy a otorgarle ese tipo de munición a un desconocido. Un certificado de matrimonio no nos convierte en aliados. 

Cuando mamá vuelve, ella y David nos guían para que nos pongamos alrededor de un pastel de boda blanco de dos pisos y nos hacen ver cómo se dan de comer el uno al otro. Se hacen más declaraciones de felicidad monstruosa que les hacen saltar las lágrimas y quedarse sin habla, mientras yo solo pienso en cómo llevarme a uno de los camareros a la parte trasera, porque alguno debe de tener un porro a mano. Aunque, llegados a este punto, me decantaría por una cucharada de arsénico.

—Jamás había imaginado que estaría aquí —empieza a decir mamá mientras alza su copa. 

Hago un gran esfuerzo por no irme de la lengua.

Consigo no decir nada, pero venga ya. Mamá ha tenido más novios que calcetines. Se pasó toda mi infancia quedando con hombres que no estaban interesados en pedirle matrimonio. A pesar de sus esfuerzos, la relegaban al papel de amante o jugaban con ella hasta que encontraban a otra que tenía más «madera de esposa». El trabajo de mamá como azafata de vuelo estaba bien pagado, pero muchos tíos no están interesados en casarse con una mujer con equipaje. En este caso, el equipaje es un servidor. Después de toda la mierda que ha tragado por culpa de los hombres a lo largo de los años, supongo que tiene sentido que se haya casado con el primero que se lo ha ofrecido. Y sospecho que la parte de «conocerlo desde hace menos de tres meses» se compensa con la de «es asquerosamente rico».

No estoy diciendo que mi madre sea una cazafortunas; no puedo negarle un poco de estabilidad financiera, pero tiene un tipo. Y dudo que nos hubiéramos plantado aquí tan pronto si David no poseyera el equivalente al PIB de una isla pequeña. 

Aun así, no es que no me guste verla más feliz de lo que ha estado en mucho tiempo. Quizá sea la iluminación o el vestido blanco de fiesta, pero esta noche está especialmente guapa. Para una mujer trabajadora y soltera que ha soportado al delincuente que soy durante dieciocho años, conserva un gran atractivo. Así que es posible que no deba negarle un poco de autocomplacencia espontánea.

—Aún no me creo que esté pasando. —Se limpia con una servilleta por debajo de los ojos y se aclara la garganta—. Estoy emocionada de tener un nuevo hijo, Fennelly. Y no puedo esperar a conocerte mejor. 

Entonces, comienza a hablar sobre la familia y el amor y me dice que David y yo nos vamos a convertir en los mejores amigos y que es una figura paterna maravillosa, aunque Fenn podría disentir.

Vamos a frenar un poco. Es la primera vez que veo a este tío. Parece bastante normal. Majo, supongo. Está forrado, por supuesto. Pero todavía no he realizado el trabajo preliminar necesario para descubrir sus trapos sucios, así que aún no voy a empezar a llamarlo «papá». 

—Jamás imaginé que me volvería a casar —dice David cuando le toca hablar mientras acerca a mi madre hacia él y le lanza una mirada a Fenn—. Entonces, me sonreíste, me guiñaste el ojo y fue como volver a enamorarme por primera vez. Cada vez que te miro, cada vez que escucho tu voz, me enamoro de ti por primera vez. 

Sentado en la silla, Fenn pone los ojos en blanco y espeta, arrastrando las palabras:

—Si mamá hubiera sabido que era un obstáculo en tu búsqueda del amor verdadero, se podría haber ahorrado los once agonizantes meses de quimio, ¿verdad?

—Fennelly —gruñe David con brusquedad.

Me dispongo a esquivarlo cuando mamá agarra a David por las solapas de la camisa y lo mantiene a su lado.

—Está bien, cielo —la oigo murmurar. Se vuelve para dirigirse a Fenn—. No imagino lo difícil que tiene que ser pasar por algo así —le dice con una sonrisa triste—. Sé que tu padre conserva el recuerdo de tu madre y yo jamás le faltaría al respeto. Espero que podamos ser amigos.

Fenn evita el contacto visual. Está aislado. No tengo ni idea de qué lo mantiene pegado a la silla cuando es evidente que estaría dispuesto a saltar por una ventana con tal de salir de aquí. 

—Será un cambio —comienza a decir David de nuevo—. Lo resolveremos juntos. Aun así, espero que ambos entendáis lo mucho que Michelle y yo os queremos. —Hace un gesto hacia un camarero que aparece por la esquina de la habitación con una bandeja de plata. Sobre ella, hay dos cajas de cuero verde—. Ya que el día de hoy es para nosotros, he pensado en haceros un pequeño regalo para conmemorar la ocasión.

David nos tiende una caja con una corona grabada en relieve. La miro con cautela y lucho contra la necesidad de decir «no, no hace falta» hasta que veo que mamá me lo implora con la mirada. Reprimo un suspiro y abro la cajita. A mi lado, un hastiado Fenn hace lo mismo. Dentro de las cajas, hay dos relojes Rolex a juego.

La emoción de David compensa la falta de entusiasmo por mi parte y la de Fenn.

—La esfera es de meteorito y oro blanco con una hebilla de metal recubierta de un elastómero negro y flexible —nos explica, como si yo entendiera algo de lo que dice. Está hablando en chino—. Los diseñan para los pilotos de coches de carreras de resistencia, pero pensé que serían más prácticos e informales para dos jóvenes. 

—Ya, son muy prácticos, papá. —Fenn cierra la caja y se detiene antes de lanzarla por encima de su hombro—. ¿Cuánto crees que durará en el instituto público de RJ antes de que le apunten con una pistola en el comedor?

Suelto una risotada y me gano una mirada fulminante por parte de mi madre. 

—¿Qué? No se equivoca. —Entonces, recuerdo que se supone que debo comportarme lo mejor posible—. Quiero decir, gracias. Eh, tendré cuidado. 

Mamá y David intercambian una mirada rápida y desesperada. Ahora mismo, se están esforzando para que todo salga bien mientras Fenn y yo nos volvemos más revoltosos debido a que se nos acaba la paciencia. Ninguno de los dos quiere estar aquí y creo que ambos nos preguntamos por qué lo hemos tolerado durante tanto rato. 

—Sobre eso —dice David antes de hacerle un gesto con la cabeza a mi madre—. Tengo otra sorpresa, si te parece bien. 

Mamá le sonríe y se le vuelve a iluminar el rostro. 

—Oh, cielo, ¿qué has hecho? 

—Bueno, he hecho algunos arreglos y he logrado asegurarle un hueco a RJ en el instituto privado Sandover para el semestre que viene. 

¿Está de broma?

¿Instituto privado?

Ya, no creo que eso vaya a funcionar. ¿Estar rodeado de un montón de capullos pijos vestidos con pajaritas y bebiendo lattes hechos con la leche del pecho de su niñera? No, gracias. De pronto, me pregunto si es demasiado tarde para subirme a ese tren que sale de la ciudad. O parar un autobús. Encontraría un lugar entre la gente de la pista de skate de la playa de Venice, quizá puliría mis técnicas de carterista mientras navego por la red wifi pública de la cafetería en busca de blancos fáciles. Cualquier cosa es mejor que enviarme a un centro para capullos. 

—¿En serio, David? Es maravilloso. —Mamá está demasiado emocionada con esto cuando se topa con mi mirada con insistencia desesperada—. ¿No es genial, RJ? Será una gran oportunidad para ti. 

En otras palabras, ¿podrías intentar que no te expulsen esta vez?

—Oh, sí, es una auténtica oportunidad —se burla Fenn, a quien parece divertirle la noticia—. El instituto Sandover es conocido por sus calificaciones estelares y estudiantes modelo y, uy, espera, tonto de mí. Debo de estar pensando en otro instituto. —Mira a mi madre, que ahora parece preocupada—. Perdona que sea yo quien te informe de ello, mujer nueva de papá, pero a Sandover es adonde se envía a todos los delincuentes. —Riendo, se señala el pecho—. Como, por ejemplo, a mí.

Mamá mira a David, que interviene enseguida.

—Fennelly exagera. Sandover es una de las mejores escuelas de la costa este. Sus alumnos incluyen a dos expresidentes y docenas de académicos premiados con la beca Rhodes. Te prometo, RJ, que recibirás la mejor educación posible y tendrás garantizada la entrada a la universidad que quieras.

Mientras David tranquiliza a mi madre, Fenn se inclina hacia mí con una sonrisa amarga y ligeramente burlona.

—Enhorabuena, hermano. Bienvenido al instituto de los fracasados. 

Capítulo 2

Sloane

Hace semanas que no cae una sola gota de lluvia en Nuevo Hampshire. Hasta la hierba está sin aliento. Mientras camino a paso ligero, la tierra, seca y quebradiza, cruje bajo mis zapatillas. Es como correr sobre papel de arroz. Los árboles en cada lado del camino proporcionan sombra, pero poco alivio. Penny y Bo, nuestros golden retriever, están en forma, aunque ahora estén jadeando más de lo normal.

—Quizá deberíamos tomar el camino corto, ¿no?

Cuando no contesto, mi hermana me da un codazo y me saca de mis pensamientos.

—Perdona —le digo—. Me he dejado llevar por un segundo. 

—El sol la ha vuelto loca —se burla Casey, que me sigue el ritmo. 

La ola de calor es implacable. Casi noto cómo la materia gris se derrite dentro de mi cráneo mientras corremos por el camino desgastado de tierra que recorre los terrenos arbolados de Sandover. En unos días, este lugar estará repleto de adolescentes masculinos y sus travesuras pubescentes. Hasta entonces, tenemos exclusividad para correr por la zona; es nuestra finca particular de jardines verdes, ladrillo y hiedra. 

Sin embargo, con el campus vacío, es fácil sentirse como un fantasma que embruja los patios abandonados, apartado de la vista y fuera de alcance, sin estar seguras de si somos reales hasta que los coches de lujo lleguen y los silbidos me persigan por la colina y entre los árboles. 

—Y pensar —digo, y doy unas palmadas hacia Bo y Penny para que mantengan el ritmo cuando bajan la cabeza. Se acercan a Casey como si yo fuera la hermanastra mala— que hay chicas ahí fuera que les cortarían el cuello a su mejor amiga por vivir en un campus exclusivamente masculino. 

Casey resopla.

—Les cedo el puesto. Les doy una semana antes de que salgan corriendo por el olor. 

No se equivoca. A partir de septiembre, hay un hedor distintivo que se pega a estas paredes, a cada habitación y pasillo, sin importar la de conserjes y cubos de amoniaco que traigan hasta aquí. Los chicos son animales y no hay más que decir. 

Aun así, de vez en cuando, las vistas no están mal. 

—¿Qué te parece St. Vincent? —le pregunto a mi hermana—. ¿Crees que estás preparada?

—Claro. —Su respuesta es demasiado rápida.

—No pasa nada si…

—Ya lo sé. Da igual, ¿vale? —Me lanza una sonrisa y se limpia el sudor de la frente—. Un nuevo comienzo. Estoy emocionada. Solo quiero que empiece ya. Estoy expectante. 

No estoy segura de si dora la píldora más por ella o por mí. El hecho es que ambas estamos aliviadas de alejarnos de la Academia Ballard y toda su mierda. No he hablado con Mila ni con ninguna de mis antiguas amigas en todo el verano. No es que estuviera esperando una disculpa. Por lo que a mí respecta, ella y las demás pueden atragantarse con sus barritas de proteínas veganas y sin gluten. 

—No pasa nada por admitir que no estás bien —le digo a Casey. A pesar de lo que dice, sé que no lo está. Asistir a St. Vincent puede ser una solución, pero los rumores y los cotilleos no acaban en Ballard. Duele saber que la seguirán. 

Me dedica una sonrisa radiante y única como Casey. 

—Te preocupas demasiado. 

No sé cómo sigue sonriendo. Ni de dónde viene ese rayo de sol ni cómo ha protegido su resplandor después de todo. Si yo hubiera pasado por lo mismo que ella, me habría hundido en un pozo tan hondo y oscuro que habrían encontrado a mineros atrapados antes que a mí. 

—Lo disfruto. Es casi una afición. Igual que coleccionar piedras o algo similar. Saco mis preciosas perlas de preocupación de la funda y las pulo.

Casey se ríe y me vuelvo a entristecer. Aunque su risa parece la misma, no puedo dejar de pensar que es mentira. No quiere que su hermana mayor vea sus grietas, no cuando se ha pasado meses recomponiendo los pedazos.

—Eres agotadora. —Me saca del camino cogiéndome por los hombros y les silba a los perros antes de esprintar y llenarme la cara de polvo—. Te echo una carrera.

Me vibra el móvil, así que dejo que se adelante mientras lo saco del bolsillo trasero. Supongo que será papá, que querrá saber por qué he arrastrado a su preciosa y dulce Casey hacia el ardiente calor, pero, cuando miro la pantalla, veo que la persona que llama es aún más irritante. 

Mi ex.

Ignorando mi buen juicio, respondo.

—¿Qué quieres, Duke?

—Así que no has bloqueado mi número. —Es esa certeza en su tono de voz lo que me recuerda por qué he ignorado sus mensajes. Duke es el tipo de capullo insufrible que te guiña el ojo con la boca llena de sangre mientras pide más.

—Eso puede cambiar, si lo prefieres. —Me aseguro de sonar lo más tranquila e indiferente posible.

—Te he echado de menos —contesta, decidido—. No puedo esperar a verte cuando vuelva.

Ja. Como si debiera sentirme halagada. He oído su tono seductor otras veces, con el que llama a las tres de la madrugada para convencerme de que me cuele en su dormitorio. Dos años de relación intermitente me han inmunizado contra sus incitaciones. Ahora mismo, no estamos juntos, y tengo intención de que siga así. Duke está bueno, pero somos tóxicos el uno para el otro. Hay un límite de sexo de reconciliación que puedes practicar antes de empezar a preguntarte si quizá es posible hacerlo sin una ruptura de por medio a cada minuto. 

—Lo siento —le informo—. Tendrás que guardar tu emoción para las nuevas alumnas de Ballard y las chicas de la zona. 

—Eh, no seas así. Estoy siendo majo. 

—Ya no estamos juntos, Duke. Supéralo. —Casey vuelve a por mí y pone los ojos en blanco cuando se da cuenta de con quién estoy hablando. 

—Eso dices ahora —insiste él—. Pero ambos sabemos que no puedes estar lejos de mí. Nos vemos pronto, cariño. 

Le cuelgo y le gruño al teléfono. Este tío es un personaje. 

—Habréis vuelto para la hora de cenar —me dice Casey. 

—Que le den. 

—Ya lo he oído antes. 

—El gran amor de Duke es él mismo. Jamás se divorciará. 

—Eso también lo he oído. 

Esta vez, le gruño a ella, lo que le hace reír. 

A pesar de lo que piense Casey, he terminado con él. Una chica solo puede montar ese tiovivo una cantidad determinada de veces. De hecho, creo que este año voy a pasar del parque temático entero. No quiero saber nada de chicos. Me voy a desintoxicar. Ahora soy alumna de último año. Todo ha sido juegos y diversión, pero ha llegado la hora de ponerme seria con las notas y conseguir una beca. Bastante bien no es lo suficientemente bueno si quiero tener la oportunidad de correr en primera división en la universidad. Y solo Dios sabe que a un representante de admisiones no le interesa mi récord de beber de un barril de cerveza boca abajo ni todos mis títulos de jugadora estelar de beer pong. Este año necesito centrarme. 

Lo que significa que se acabó Duke.

Y escaparme y salir de fiesta con Silas y los chicos.

Se acabó hacer lo mínimo en clase porque estoy demasiado impaciente para salir a la pista.

Acabo de cumplir los dieciocho. Soy casi una adulta o, al menos, lo intento. Y no puedo permitirme ninguna distracción este curso.

Cuando llegamos a casa, los perros se nos adelantan para entrar por la puerta y casi chocan con los cuencos de agua.

—¿Chicas? —La voz de papá llega al recibidor desde la cocina.

Casey me mira.

—Oh, oh. ¿Qué se está quemando?

Nos quitamos los zapatos y seguimos el olor acre hasta las volutas de humo que salen del horno. Papá está de pie junto a los fogones: hay una sartén en cada uno.

—Es posible que las patatas se me hayan ido de las manos —dice arrepentido. Le da un beso a Casey en la mejilla mientras ella saca una botella de agua de la nevera—. Estás un poco pálida, cariño. ¿Te encuentras bien?

—Estoy bien. —Casey le da unos tragos al agua—. Hace mucho calor fuera.

Entonces se centra en mí, al otro lado de la encimera.

—No deberías forzarla tanto. No puedes esperar que te siga el ritmo.

Me encojo de hombros.

—Ha sido ella la que ha querido echar una carrera de vuelta.

—Te tenía. —Casey realiza un bailecito para mofarse y su cola de caballo color pajizo va de un lado al otro. 

—No tenías nada. Te habría ganado corriendo hacia atrás. 

—Sloane. Espero que puedas ser un poco más considerada. —La cara de papá se tiñe de amargura. Es el único que tiene un problema, pero, de algún modo, es mi culpa—. No quiero que nadie vuelva a esta casa con un golpe de calor.

Ambos sabemos que con «nadie» se refiere a Casey porque es el bebé. La niña frágil a quien no han destrozado y endurecido sin remedio.

—En serio, papá —Casey trata de intervenir—. Relájate. Alguien debe mantener a Sloane fresca para las pruebas. 

—Ven y dime qué te parece esto. —Le ofrece la cuchara e ignora por completo su tono insolente. 

A ojos de nuestro padre, Casey está hecha de cristal y yo, de piedra, y nadie puede convencerlo de lo contrario. Incluso antes del accidente de mi hermana, daba por sentado que yo no necesitaba mimos, que siempre lo aguantaría todo y sería la fuerte. Por desgracia, la presión de ser siempre «la fuerte» es insoportable. Me siento como si asumiera toda la carga, aparte de mis propios problemas, mientras él se ofende ante cualquier muestra de vulnerabilidad por mi parte como si de un ataque personal se tratara. 

No es un statu quo sostenible y estoy muy cansada de ello.

Por suerte, la universidad está cada vez más cerca. Un año más y, por fin, podré pensar primero en mí. Poner algo de distancia con el escrutinio constante y descubrir qué es ser yo misma de nuevo.

Me vibra otra vez el móvil en el bolsillo, y no tengo que mirarlo para saber que es Duke con otro patético intento de ganarme por agotamiento.

Esta vez, no.

Año nuevo, plan nuevo.

Sin distracciones. Y, desde luego, sin chicos.

Capítulo 3

RJ

—Así que te marchas, ¿eh?

Julie se pone unos bóxers que, en algún momento, debieron de ser míos y una camiseta que le va grande. No deja de mirarme a los ojos en ningún momento. Quiere que vea cómo se viste. Es su forma de poner los puntos sobre las íes. De dejar las cosas claras entre nosotros.

—Eso me han dicho. —Me siento en el borde de la cama y me pongo los vaqueros.

—Vaya mierda.

Rebusca un mechero por la habitación y abre una cajita de caramelos de donde saca un porro. Enciende una punta y sopla las brasas antes de pisotearlas en el suelo de madera. Siempre me ha gustado su aspecto cuando cierra los ojos e inhala.

Suelta el humo hacia la ventana abierta y me ofrece una calada. Mientras fumo, ella se muerde el labio y me barre el pecho desnudo con esos ojos marrón chocolate. No hace ni diez minutos que estaba deslizando la lengua por cada centímetro de él.

—Aún no me he aburrido del todo de este trato —admite.

Exhalo por la ventana.

—Todo lo bueno…

Me quita el porro de los labios y se sienta en la cama contra el cabecero mientras yo busco mi camiseta y me pongo los zapatos.

—Sí, vale —contesta—. Sé cuándo alguien me está mandando a paseo.

—Lo que tú digas. Ambos sabemos que apenas me echarás de menos. —Jamás ha sido del tipo sensible y no espero que comience ahora. Solo me está molestando.

—Podría —protesta, y le sonrío—. Es una mierda que no vayas a estar en el último año.

—Sí. Bueno, ya se encargaron de ello cuando me expulsaron.

—Fue una decisión estúpida. —Se ríe—. Digna de un puto aficionado.

—Tranquila, guapa.

Julie se mofa de mi advertencia.

—Oh, mírame, soy un estudiante de suficientes y voy a hackear mis notas para ponerme excelentes. Espero que nadie se dé cuenta.

—Vale, me pasé de codicioso. Lo admito. Lección aprendida.

Sinceramente, no pensé que unos profesores saturados y mal pagados, con tres trabajos y doscientos estudiantes, se percatarían. O ni siquiera que les importaría. No es como si lo hubiera hecho por mí, la verdad. Creí que sería un buen regalo de cumpleaños para mi madre. La habría hecho sentirse bien consigo misma, como si yo no fuera un completo desastre. Debería haberme limitado a comprarle flores. O, al menos, no haber alterado las notas de la clase que impartía un profesor que me odiaba más que cortarse con un papel.

—Hazte un favor. —Julie apaga el porro y enciende una barrita de incienso en la mesilla—. Trata de no meterte en problemas.

Me encojo de hombros.

—Eso es imposible.

Nos despedimos con un abrazo. Es mejor así. Limpio y rápido, sin fingir que esto nos afecta en serio. Aunque no fuera solo sexo, me he cambiado suficientes veces de colegio como para saber cómo marcharme. Cuando te mudas a menudo, aprendes a no atarte demasiado a la gente. Todo termina.

Apago el motor del viejo Jeep delante de nuestra pequeña casa en la avenida Phillips para ver a los hombres de la mudanza cargando un camión aparcado en la calle. Antes de llegar a la puerta de entrada, oigo el crujido de la cinta de embalar al sacarla del rollo. Mudarse es casi un ritual en esta familia. El aroma del cartón. Las habitaciones vacías. Pequeñas partículas de polvo en el aire iluminadas por los rayos inclinados de sol. Estas cosas me resultan más familiares que la sopa de pollo.

—Oh, RJ, ahí estás. —Mamá aparece entre las torres de cajas. Mira su reloj y frunce el ceño—. Los de la mudanza llevan horas aquí. ¿Dónde estabas?

—Despidiéndome.

—Bueno, pues date prisa. —Me planta un rotulador negro y grueso en la mano—. Necesito que decidas qué te quieres llevar a Greenwich, qué hay que mandar a Nuevo Hampshire y qué vas a donar.

—¿Donar? —No sabía que estábamos de liquidación.

—Claro. —Mamá se aparta el pelo de los ojos con un bufido y se limpia el sudor de la frente. Desprende una energía vertiginosa y casi frenética que me empieza a alterar—. David ya tiene muebles mucho más bonitos que estos, viejos y raídos. Vamos a empezar de nuevo. Como un lienzo en blanco.

—Vale, bueno, os dejo a ti y a tus clichés que volváis al trabajo. Voy a meter algo de ropa en una mochila y ya está.

—No, en serio. Necesitas hacer algo más que eso. —Me arrastra hasta mi habitación que los de la mudanza han comenzado a desmantelar en cajas abiertas—. Etiquetas. En todo, ¿vale? Asegúrate de que marcas todo lo que quieras mandar a Sandover.

—Vale. ¿Qué pasa con los cinturones y los cordones de los zapatos? ¿Lo tengo que mandar por barco? No quiero que me los confisque un guarda.

Me mira con seriedad y, en ese momento, sé que he cruzado la línea. A veces no pretendo ser tan capullo. Sobre todo, no con ella.

Mamá suaviza el tono.

—¿Es así como te sientes? Sé sincero, ¿estás enfadado porque te voy a mandar a un internado?

—Era broma. Estoy bien.

—No. Habla conmigo. —Me agarra del brazo y me sienta a su lado en la cama.

Cuando no digo nada, me echa el pelo hacia atrás en busca de mi rostro. Señor. Siempre es extraño cuando se pone maternal conmigo. No es su estado natural, lo que no significa que sea una mala madre. Siempre nos hemos llevado bien. Pero, en lo que a vínculos familiares se refiere, los nuestros nunca han sido los más fuertes; siempre ha pasado mucho tiempo fuera y suele interesarse más por sí misma que por cualquier cosa que me pase a mí.

Aun así, lo entiendo. No querría tener un hijo a los diecinueve. Los problemas ocurren. Que no me abandonase en un autobús o en la puerta de un parque de bomberos ya es más que lo que hizo mi padre. Así que no me puedo quejar. Pero no está en nuestra naturaleza mantener conversaciones francas. Cuando, extrañamente, eso ocurre, es como si estuviéramos interpretando a los personajes de una serie de televisión.

—Esto no es un castigo, lo sabes, ¿verdad? No quiero deshacerme de ti. David pensó que sería una buena experiencia. Quizá para evitar que te metas en problemas —añade con cuidado.

—En serio, no pasa nada. —Si me dan a elegir, prefiero no estar atrapado en esa mansión, con los dos acostándose a todas horas, y preocupado por si se acaba de tirar a mi madre sobre la encimera del desayuno—. Además, estoy acostumbrado a estar solo.

Mi infancia es un cementerio de cenas recalentadas en el microondas y cajas de pizza. Cuando tu madre trabaja por todo el país como azafata de vuelo, aprendes rápido a ser autosuficiente. Yo estaba descongelando sobras mientras ella ligaba con los solteros que viajaban en primera clase.

Supongo que, después de todo, eso le ha funcionado.

—Bueno, por suerte, no estarás solo en Sandover. Tendrás a Fennelly allí contigo —añade con alegría—. Te lo podrá enseñar todo.

Estoy bastante seguro de que el único sitio que me enseñará ese niño bonito será el armario de los licores.

—E intenta ser paciente con él, ¿vale? —continúa—. David dice que Fennelly sigue enfadado por nuestro matrimonio.

No puedo evitar reírme.

—¿Enfadado? Mamá, es posible que ese tío se haya pasado todas las noches en vela desde la boda buscando cómo conseguir una anulación sin que lo sepáis.

Su sonrisa flaquea.

—Ya se le pasará. ¿No? —No sé si me lo pregunta o me lo dice.

—Claro —miento—. En algún momento.

—Quizá puedas ocuparte de él y hacerle ver que este nuevo acuerdo no está tan mal. —Arquea una ceja—. Y, en lo que a ti respecta, tal vez podrías rebajar un poco esa actitud de inadaptado solitario e intentar hacer amigos.

—Tengo amigos —gruño.

—La gente de internet no cuenta, RJ. ¿Tanto te cuesta ser un poco más sociable?

¿Sociable? ¿Para qué? Prefiero mil veces la vida del «inadaptado solitario» tal como ha dicho. En serio, ¿qué tiene de malo? Consigo dinero por internet. Soy lo bastante atractivo como para que no me cueste ligar, así que no me faltan líos. No necesito hacerme amigo de mis compañeros de clase ni fingir que me importan sus equipos deportivos y planes para la universidad. Por supuesto que algunos pensarán que tengo problemas para confiar en los demás, pero que les den. Soy un lobo solitario. Siempre lo he sido y siempre lo seré.

—Lo harás genial, hijo. —Me besa en la sien y me estruja la cara—. Tengo un buen presentimiento sobre esto, ¿vale?

Le dedico la sonrisa tranquilizadora que desea. Ante todo, porque no tengo el valor de decirle que, si nuestra historia es algún tipo de indicador, tenemos entradas reservadas en taquilla para presenciar el próximo desastre.

Capítulo 4

Fenn

Todos los raritos y demonios asisten a la fiesta de fin de verano. He visto más piercings en pezones que partes de arriba de bikini y estoy bastante seguro de que Lawson estaba siguiendo a las hermanas Sear hasta el asiento trasero del Mercedes Clase G de su padre con una botella de mezcal y una bolsa de cocaína. Si sobrevivimos a esta noche, el último año va a ser absurdo.

Aunque lo conozco desde hace varios años ya, solo he estado un par de veces en la casa de Southampton de Lawson. Creo que ni siquiera he visto todas las habitaciones. La mansión es inmensa; una construcción de familia adinerada de estilo americano con todos los lujos palaciegos. Cuenta con dos piscinas, por el amor de Dios. Hasta hoy, nadie ha conseguido una respuesta clara sobre a qué se dedica su padre. Bueno, aparte de ser un grandísimo cabrón. Por lo que he averiguado, el señor Kent es una especie de consultor legal, que también tiene nociones sobre finanzas, y ha aconsejado a dos administraciones de la Casa Blanca. Toca muchos ámbitos.

—¿Has perdido la bebida? —Mi amigo Silas me encuentra de camino hacia el sonido de las voces que provienen de uno de los once baños por los que he tenido que pasar en busca de uno vacío. Me coloca un vaso de cristal en la mano—. Alguien ha forzado la puerta de la bodega.

Me río.

—Tío, el padre de Lawson le va a quitar diez años de vida.

—Y que lo digas. En cualquier caso, ¿dónde narices está? No lo he visto desde que ha encendido esa hoguera en la pista de tenis.

—Está en el garaje, en medio de un sándwich Sear.

Silas asiente sin mostrar ninguna sorpresa. No es que al tío no le guste pasarlo bien, pero es lo más cerca que hay a un carabina en este tipo de fiestas. No hay forma de evitar un poco de destrucción de la propiedad o las quejas por ruido, pero Silas trata de mantener el daño físico y las mutilaciones al mínimo si puede. Y también que Lawson tome decisiones que pueda lamentar. Como si eso fuera una posibilidad. El sueldo y el horario son una mierda, pero Silas sigue trabajando. Es un buen tío, que ya es mucho más de lo que puedo decir del resto de nosotros.

Hacemos rondas por la casa y cada habitación es una exploración de la condición adolescente al estilo Lynch. Un par de chicas de Ballard con pantalones cortos y tatuajes nos invitan a jugar al ajedrez de tamaño real con las carísimas esculturas que han recogido por la casa. Silas casi se atraganta por la ansiedad al intentar alejarse de ellas.

—No puedes salvarlo de sí mismo —le recuerdo a Silas. Lawson es una criatura del caos. No hay forma de amainar esa tormenta.

—Tal vez, pero no tengo por qué contribuir a empeorarlo.

Acabamos en la piscina de entrenamiento donde se está realizando una competición casera de jóvenes desnudos. Para que deje de darle vueltas a la cabeza, le presento a los nuevos talentos.

—¿Dónde estudiáis? —les pregunto a las dos rubias casi idénticas. Para ser sincero, no veo del todo bien. Con esta luz, solo veo los pechos y el color del pelo.

—En Dalton —dice una.

—En la ciudad.

Me llevo el vaso a los labios.

—¿En qué curso estáis?

Veo que tienen la intención de mentirnos antes de que una de ellas pierda la compostura y lo suelte.

—Somos estudiantes de segundo.

Silas me lanza una mirada de advertencia como señal para que aborte la misión.

—¿De qué conocéis a Lawson? —pregunto con recelo.

Las chicas se miran entre ellas y se ríen en ese místico y secreto idioma de las mujeres.

—De la ciudad.

Joder. Lawson ya ha estado aquí. No es que no nos hayamos cruzado antes, por así decirlo, pero no puedo interesarme por ellas cuando sé que han estado con él.

—Conoce a todo el mundo —contesto—. Silas no es tan hablador, por cierto. Siento que esté monopolizando la conversación.

Me hace la peineta con una sonrisa sarcástica.

En teoría, Silas tiene novia, pero no está aquí, y jamás he estado muy convencido de que siquiera sean compatibles. Son más como un matrimonio que lleva casado tanto tiempo que divorciarse es demasiado esfuerzo como para que merezca la pena.

—¿Qué tal el verano? —pregunta Silas de mala gana para romper el hielo cuando le doy un codazo. Puede odiarme si quiere, pero necesita relajarse.

—Yo me lo he pasado obsesionada con las Olimpiadas —dice una de las chicas—. Me pasé seis horas seguidas viendo el tiro con arco coreano o como se diga. Es adictivo.

—Eh, ¿sabes que Silas es nadador? —le cuento—. Enséñale tus abdominales, tío.

—Para —me reprende.

Ella pone los ojos como platos.

—¿En serio? Los nadadores son muy sexys.

Siento cómo gruñe en su cabeza. Casi espero que me empuje hacia la parte honda de la piscina, pero veo a una morenita con un bikini negro que me mira desde el otro lado y desconecto de la conversación hasta que Silas tira de mí para fingir que vamos a rellenar los vasos al barril.

—Ha sido muy violento —gime, y se pasa las manos por el pelo cortado al ras—. ¿Me haces un favor? Para.

—Oh, vamos. Solo es para matar el gusanillo. No tienes que acostarte con ella. ¿Qué es una mamada entre desconocidos?

—Tío, en serio, búscate una afición.

—¿Dónde está Gabe cuando lo necesitamos? No serías tan aguafiestas si estuviera aquí —hablo sin pensar y, al instante, me arrepiento. No necesito que me recuerden que la vida ha sido una mierda desde que mandaron a Gabe fuera. Jamás habíamos pasado tanto tiempo sin hablar y es totalmente surrealista que no esté aquí ahora mismo. Hemos estado muy unidos desde educación infantil.

—¿Aún no has sabido nada de él? —Silas ladea la cabeza para estudiarme.

—No. Le escribí a su padre la semana pasada y me contestó hace un par de días para decirme que me dieran por culo y que borrara su número.

—No lo entiendo. —Silas también ha intentado contactar con él, pero no ha conseguido nada más que ninguno de nosotros—. Está claro que el señor Ciprian jamás ha sido tu mayor fan. Pero aun así es increíble que ni siquiera nos diga dónde está. Qué le ha pasado. Por lo que sabemos, podría haberlo atropellado un autobús. Ahí un día, muerto al siguiente.

Un chasquido fuerte y húmedo me atraviesa los tímpanos con tanta fuerza que me estremezco. Jesse Bushwell acaba de tirarse en plancha desde el tejado de la caseta de la piscina. Se produce un silencio de estupefacción cuando su cuerpo permanece ahí, flotando, por un segundo. Entonces, lo sigue una erupción de vítores cuando levanta la cabeza y alza los brazos con aire triunfante. Su estómago parece el trasero de una actriz porno en un vídeo de azotes.

—Al menos, sabemos que sigue vivo, ¿verdad?

Miro a Silas de nuevo y asiento.

—Conseguí contactar con su hermano en verano, pero hasta Lucas desconoce dónde enviaron a Gabe. No ha estado en casa.

—A ver, sabes que a mí también me importa lo que le pase. —Silas no se percata de su tono de desaprobación moralista—. No quiero parecer frívolo, pero lo habrían acabado pillando por traficar con drogas.

Nos vuelven a interrumpir, esta vez porque alguien sube el volumen de la música del sistema de audio integrado en el suelo. Ya estaba fuerte, pero ahora es ensordecedor. Un momento más tarde, Lawson reaparece vestido con nada más que un bañador y una sonrisa arrogante. Las hermanas Sear no están por ninguna parte, pero no importa, nuestro colega no pasa ni medio segundo solo antes de que una chica se dirija hasta él. Un momento después, le está pasando las uñas con la manicura recién hecha por el pecho desnudo. Lo juro, el tío liga hasta cuando no lo intenta.

Silas sigue mi mirada y niega con la cabeza cuando vemos que ella le tiende la palma para ofrecerle a Lawson la droga de la que sea que esté disfrutando. Con un brillo en los ojos grises, se pasa una mano por el pelo revuelto para apartárselo de la frente antes de mostrar la pastillita que tiene bajo la lengua y le pasa un brazo musculoso a la chica por la cintura. Se acaba de enrollar con dos chicas y ya está yendo a por la tercera, y apenas es pasada la medianoche. Casanova no sirve ni para empezar a describir a Lawson Kent.

—Gabe está a punto de recibir un nuevo compañero de habitación en el agujero que sea que su padre lo ha metido —dice Silas con un suspiro. Parece que esta noche ha soltado la correa y se ha resignado a que Lawson corra desenfrenado. A veces, uno debe admitir la derrota.

Me tomo el resto de la bebida y me vuelvo a sentir triste.

—Que le den al padre de Gabe. Joder, que les den a todos los padres.

—Oh, sí. —Una sonrisa burlona se dibuja en mis labios—. ¡Se me había olvidado! ¿Qué tal fue la boda? ¿Has pillado el nombre de tu madrastra antes de que dijeran los «sí, quiero»?

—¿Missy? ¿Michelle? Quién sabe. Estaba colocado cuando llegué y borracho para cuando me marché. Le pedí a la secretaria de mi padre que me lo anotara en un papel.

La mujer me pareció bastante simpática para ser una azafata de vuelo que ha aparecido de la nada. Llamadme loco por mostrarme un poco escéptico ante lo rápido que ha ido este matrimonio. Lo único que puedo decir es que espero que mi padre se haya asegurado de firmar un contrato prenupcial antes de casarse con su maldita azafata.

—¿Y qué tal tu nuevo hermanastro?

—No está mal, supongo. Tranquilo. Algo distante. Resulta que le han dado la plaza de Gabe en nuestra residencia, así que vamos a ser compañeros de habitación.

Silas sonríe y creo que no me gusta que se ría a mi costa.

—No hay nada como obligar a forjar vínculos para unir a una familia. ¿Qué ha hecho para acabar en la isla de los Niños Inadaptados?

—El típico robo de coches —digo y le guiño el ojo—. Así que seguro que os lleváis genial.

—Ya, que te den.

La sonrisa se desvanece del rostro de Silas. Se pone sensible cuando recuerda que lo expulsaron de Ballard por emborracharse y estampar el coche del director contra la portería del campo de fútbol. Cómo se las ingenió para estrellar el vehículo contra el objetivo más pequeño del campo, lo desconozco. Cuestión de suerte, supongo.

Me suena el teléfono y lo saco para ver un mensaje que hace que se me acelere el pulso.

Es de Casey. «¿Cuándo vuelves al campus? Tenemos que quedar».

—¿Es tu nuevo compañero? —se burla Silas.

—No. Es Casey. —Una vez más, hablo sin pensar y olvido que mis amigos no saben nada sobre esta amistad en particular.

—¿En serio? —Silas enarca una ceja. Mierda, no es para nada divertido estar al otro lado de esas miradas.

—¿Qué?

—Que te den con el «¿qué?». Es una buena chica, Fenn. Y está en tercero.

—No es eso. —Me encojo de hombros—. Hemos estado hablando un poco durante el verano, ya está. No es nada serio.

—¿Así que ahora sois amigos?