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Novela para niños, que a través del humor, relata las aventuras de una docena de cucarachas ninjas que viajan desde su colonia hasta precisamente la casa del fumigador del pueblo, con el propósito de sustraer la lata de azúcar que deberán llevar a casa. Mediante disímiles peripecias, estos singulares combatientes, deberán poner a prueba su valor, arrojo y espíritu de camaradería. Tendrán la oportunidad de combatir contra tarántulas, sapos, hormigas, construir un globo aerostático y sostendrán un combate aéreo con bichos de la luz y escolopendras gigantes, enfrentan además al terrible gato Rasqui Rás y por supuesto, al fumigador en persona. Narrada con sencillez, es una novela que señala la necesidad del cuidado de los libros, exalta el buen hábito de la lectura y de la limpieza, también la necesidad de tener amigos y el uso que le debemos dar al conocimiento.
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Seitenzahl: 64
Veröffentlichungsjahr: 2025
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2o 1a, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España. Este y otros ebook los puede adquirir en http://ruthtienda.com
Edición: Ian Rodríguez Pérez
Corrección: Belkis González Aguiar
Diseño y composición: Roberto C. Berroa
Ilustraciones: Miguel Pérez Valdés
Conversión a ebook: Madeline Martí del Sol
© Yasmany González Hernández, 2023
© Sobre la presente edición:
Reina del Mar Editores, 2023
ISBN 9789592491274
Reina del Mar Editores
Filial Asociación Hermanos Saíz
Calle 31 # 5004 e/ 50 y 52
Cienfuegos, Cuba.
Tel: (+53) 43556676
email: [email protected]
https://www.azurina.cult.cu
https://www.ahs.cu
A Yeni, porque me escucha con paciencia.
A Mariquita María,porque las cucarachitas sí tienen muelas.
A mis padres y mi hermano,que son la tropa más audaz que conozco.
En el fondo del patio, lo más pegado a la cerca de malla peerless, se encontraba el tronco caído de la palma corcho. A ese sitio no acostumbraba a ir nadie, por lo que el tronco se encontraba allí, desde hacía mucho tiempo. Tanto el patio como el tronco pertenecían al Fumigador del pueblo, tal era el motivo de que, aún clavado a este, se encontraba un cartel, que, en otro tiempo, había sido una muy buena estrategia comercial y decía:
PARA CONOCIMIENTO DE TODO CIUDADANO
Y TERROR DE TODO INSECTO CAPAZ DE LEER
Tenemos muy buenas latas de gas para sofocar bichos.
Si después de todo no han muerto (LOS BICHOS), les aseguro que,
les será más fácil golpearlos con la chancleta.
El Fumigador.
Justo en aquel sitio, estaba la colonia: Cucarachópolis, le decían sus habitantes. Una población de cucarachas que ascendía a unas doscientas y que, durante años habían llenado el interior del árbol de túneles, por donde iban de aquí para allá, sin pensar en las latas de gas. Ahora, sus corredores estaban vacíos y todos los insectos se reunían en el salón central.
La colonia había declarado Fase de Alarma.
El salón estaba decorado con luces de navidad, sustraídas en una misión anterior y que parpadeaban, cuando les venía en gana, porque la mayoría de las veces ni hacían por prender. Las luces brillaban sobre sus alas, que parecían de biscuit.
En medio del salón, elaborada con cajas de fósforos, se encontraba una tribuna y sobre esta, una mesa, que no era más que el doble nueve del dominó. Tras la mesa, el consejo de decanos cucarachiles se dirigía a sus conciudadanos.
Los decanos eran tres insectos viejos, jorobados y casi blancos.
—Estimados y queridísimos insectos, los hemos reunido aquí, para decirles, que nuestras reservas de azúcar se han agotado y, como saben, se acerca el fin de año y el ingrediente principal, para preparar los refrescos con los que brindamos, es el azúcar —comunicó Martina que, luego de enviudar por segunda vez del Ratoncito Pérez, había fundado la colonia y hablaba, además, con muchas pausas, llenando sus oraciones de comas, para dar solemnidad al asunto.
—El único sitio donde podemos encontrarla es en la cocina de la casa. Custodiada por miles de peligros, que, un grupo de guerrilleras se encargaran de traernos en una misión incomible, y tal vez, mortal para todos sus protagonistas —dijo una segunda a la que le faltaba una pata. Famosa por una canción que la había inmortalizado con un estribillo que decía ya no puede caminar... y que gustaba de llenar sus discursos de atributos funestos.
—Nuestros agentes han sido seleccionados dentro de la Unisef: “Unión Noctífuga de Insectos Secretos Especializados en Fruslerías”, nombre que recibe nuestra academia militar de fama internacional. Y podemos asegurarles que son de los mejores —dijo una tercera con barba por la rodilla y agitando su bastón (esta era la más común, aunque tenía la costumbre de enamorarse perdidamente de los escarabajos, sobre todo si estos sabían solfeo).
—El encargado de dirigir tan distinguida operación, es el general Don Lentíssimo, al cual todos conocemos por, haber ganado las batallas de: La Chancleta Fulminante y, El fumigador del lunes toca dos veces —señaló Martina.
—Sin más, le damos la bienvenida.
Entonces apareció un cucarachón gris con botas de charol, bastón militar y grandes bigotes engominados, al igual que las antenas largas y puntiagudas. El general Don Lentíssimo se cuadró en un saludo militar y con un chillido dijo:
—Y a…ho…ra pa…ra re…ci…bir a los he…ro…es que han de sal…sal…sal —dijo el general, que tartamudeaba.
—¡Salvar a la colonia! —gritaron todos los insectos a la vez.
—¡Saltar por la ventana! —soltó de un tirón el general ante el apremio.
Del techo de la colonia descendió una docena de ninjas vestidos de negro. Todos haciendo piruetas y técnicas de karate, judo, aikido y jiu-jitsu. A la orden del general se cuadraron en filas uniformes, saludando a los decanos cucarachiles.
—Per…per…per…per…
—¡Permiso! —gritó la colonia ante la demora del general.
—¡Perderemos la vida para lograr nuestro objetivo! —silbó Don Lentíssimo.
—Señor general, disculpe que interrumpa su fluido discurso, pero, recuerde que no tenemos tiempo. El tiempo no alcanza nunca —señaló el secretario del general Don Lentíssimo que se llamaba Horacio.
—Si tie… tie…ne… us…us…ted toda la… la ra… rara… rara… zón —luego se dirigió a los decanos cucarachiles con una profunda reverencia—. Permiso para reti…reti…retirarnos.
En el acto aquel grupo desapareció en medio de un rumor de alas.
El tiempo, es como un escuadrón de cucarachas: Si te olvidas de que existe y que tienes que vigilarlo para que no haga y deshaga a su antojo, termina por comerte los pantalones. Por eso es siempre mejor llevar un reloj suizo que son los más exactos para zurcir la ropa… perdón, para medir el tiempo.
Aunque esto es un poco extraño: ¿Cómo se mide el tiempo? ¿Con una regla, con una cinta métrica o con los dedos de las manos? (quien tenga manos, que ya esos serían otros cinco pesos) … el tiempo, cuando se mide, ¿se da en centímetros, en metros, en pulgadas? ¿?¿?¿?¿?...
—Pe…pe… pero… se… se… secre…
—Sí mi general, ya sé que lo que se escribe en la bitácora es secreto. Que no debería leerlo en voz alta para que todos lo escuchen.
—No, secretario ¿qué es lo que hace? —silbó—. No po… pode… demos per…perder…
—Hombre, perdón mi general… Cucaracha, claro que no podemos perdernos. Si las indicaciones de la ruta a la cocina son muy claras.
—¡No, no es eso! No podemos perder el tiempo, así que cierre ese diario y continuemos.
—Tiene razón, mi señor. Comencemos la travesía por el patio a oscuras.