Mitos griegos - Isabel Gaviño - E-Book

Mitos griegos E-Book

Isabel Gaviño

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Beschreibung

A lo largo de estas páginas conoceréis las innumerables y divertidas peripecias de los dioses del Olimpo, sus amoríos y metamorfosis, sus ataques de celos y sus terribles venganzas… Para hallar respuesta a lo que no entendía –el paso de las estaciones, el más allá, la muerte…–, el hombre ha sido capaz de imaginar bellos relatos que conocemos hoy en día como mitos. Entre ellos, los de la Antigua Grecia han sido, sin duda, cuna de nuestra historia y cultura. En esta selección, el lector –joven y no tan joven– podrá encontrar una selección de los más divertidos, amenos e interesantes Mitos griegos: la guerra de Troya, los dioses y el Olimpo, los grandes héroes, como Teseo o Ulises, el rapto de Europa y un largo etcétera, iluminados todos ellos con maravillosas ilustraciones. Incluimos una guía de ejercicios para la comprensión de la lectura.

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En nuestra página web: https://www.edhasa.es encontrará el catálogo completo de Edhasa comentado

Diseño gráfico: RQ

Primera edición impresa: 2014

Primera edición en e-book: septiembre de 2023

© de la adaptación: María Isabel Calviño, 2014

© de las ilustraciones: Carles de Miguel, 2014

© de la presente edición: Edhasa, 2023

Diputación, 262, 2º 1ª

08007 Barcelona

Tel. 93 494 97 20

España

E-mail: [email protected]

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita descargarse o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra. (www.conlicencia.com; 91 702 1970 / 93 272 0447).

ISBN: 978-84-9740-486-0

PROEMIO

LAS MUSAS

Comencemos nuestro libro por las musas, que son las que enseñan a los poetas su canto, para que a lo largo de estas páginas y guiados por ellas conozcáis las innumerables y divertidas peripecias de los dioses del Olimpo, sus amoríos y metamorfosis, su ataques de celos y sus terribles venganzas.

Eran las musas hijas de Zeus, el padre de los dioses y de los hombres, quien se unió nueve noches seguidas a Mnemósine, la diosa de la Memoria, subiendo a su lecho sagrado muy lejos de los inmortales.

Cuando llegó el momento, después de cumplirse muchos días, nacieron en la más alta cima del nevado Olimpo nueve jóvenes interesadas sólo por el canto, que debían servir de olvido de los males y remedio de preocupaciones para los mortales, pues si alguien, atormentado por sus sufrimientos, escucha la voz de los poetas servidores de las musas, al punto se olvidará de sus penas y ya no se acordará de ninguna desgracia.

Estas eran la nueve musas: Clío, la que ofrece gloria, protegía la historia; Euterpe, la muy placentera, se encargaba de la música; Talía, la festiva, presidía la comedia; Melpómene, la melodiosa, la tragedia; Terpsícore, la que deleita en el baile, cuidaba de la danza; Erato, la amable, tenía encomendada la poesía lírica; Polimnia, la de muchos himnos, se hacía cargo de la pantomima; Urania, la celestial, velaba por la astronomía; y Calíope, la de bella voz, la primera en dignidad, que aconsejaba a los reyes palabras convincentes y les otorgaba la dulzura, con el fin de atraerse el amor de sus súbditos, era la musa de la poesía épica y la elocuencia.

Allí, en el monte Parnaso, formaban alegres coros junto al dios Apolo, y habitaban en suntuosos palacios, mientras dejaban oír una voz deliciosa para deleite de los dioses y airosamente bailaban con sus pies delicados en torno a fuentes de cristalinas aguas.

EL REPARTO DEL UNIVERSO

Debéis saber que primero existió Caos, un vacío muy muy sombrío y sin fondo sobre el que no había ni noche ni mañana. Sin saberse muy bien cómo sucedió, de pronto, ¡plaf!, nació Gea, la Tierra de amplio pecho. Un poco más tarde, Gea, sin tener relación alguna con nadie, dio vida ella solita al estrellado Urano, el cielo, a las montañas, morada de las ninfas y al Mar, de profundas corrientes. Luego se acostó con Urano y alumbró a los doce titanes, a los tres cíclopes y a los tres hecatonquiros. Todos estos hijos eran seres portentosos, por su aspecto y por su fuerza. Los cíclopes tenían un solo ojo en medio de la frente y a los hecatonquiros les salían sobre los hombros –no os lo podéis ni siquiera imaginar– ¡cien brazos y cincuenta cabezas!

Pero Urano temía que alguno de sus hijos lo destronase, por eso los retenía ocultos en el interior de Gea sin dejarlos salir a la luz. La diosa, que estaba a punto de reventar, maquinó una trampa cruel. Fabricó una hoz de acero y se ganó la ayuda de Cronos, el menor de los titanes. Cuando el poderoso Urano fue de nuevo a echarse sobre ella, Cronos salió de su escondite, cortó los genitales de su padre y los lanzó al mar. De las gotas de sangre de Urano nacieron los Gigantes, y de sus genitales, caídos en el ancho mar, la dorada Afrodita. Entonces Cronos tomó por esposa a su hermana, la titánide Rea, y se sentaron en el trono los dos juntos, gobernando los cielos y la tierra.

Igual que le ocurrió a Urano, también el dios Cronos temía a sus hijos, no fuera a ser que alguno de ellos se sublevara contra él y le arrebatara el poder. Por eso, a los cinco hijos que le dio su esposa se los tragó según iban viniendo al mundo: la soberana Hera, la fructífera Deméter, la venerable Hestia, el soberano Poseidón y el poderoso Hades. Por esta monstruosidad Rea sufría terriblemente, de modo que, cuando fue a nacer Zeus, su último hijo, Rea ocultó el parto y al recién nacido. Le dio a Cronos una piedra envuelta en pañales que éste cogió con ambas manos y se la introdujo en el estómago. ¡Desgraciado! No se dio cuenta de que quedaba vivo Zeus, el hijo que habría de vencerle y reinar entre los inmortales.

Así fue salvado Zeus, quien creció en la isla de Creta y juró vengarse de su padre. Cuando se hizo mayor, su madre dio a Cronos una pócima que le hizo vomitar primero la piedra y luego a los hermanos, uno tras otro. Al frente de ellos y con ayuda de sus tíos los cíclopes y los hecatonquires, a los que liberó de sus cadenas, Zeus inició una larga y terrible lucha de diez años contra su padre, Cronos, y el resto de los titanes, la titanomaquia, hasta hacerse con el poder. Los cíclopes fabricaron el tridente para Poseidón; para Hades, fijaos bien, un casco que lo hacía invisible, y los rayos para Zeus. Armados con estas armas, el universo conoció violentas sacudidas, la tierra retumbó con gran estruendo, mientras volaban de la poderosa mano de Zeus abundantes truenos y relámpagos. Los tres hecatonquiros lanzaron con sus cien brazos cada uno trescientas rocas sin respiro, con sus M poderosas manos, y abatieron a los titanes, quienes fueron encadenados en las profundidades de la tierra.

Terminada la batalla, los dioses echaron a suerte el universo. A Hades le tocó el reino de las sombras, a Poseidón el salobre mar, y a Zeus el cielo. Con el paso del tiempo y las uniones de unos dioses con otros fueron naciendo los demás: Atenea, diosa de la sabiduría; Ares, dios de la guerra; Hefesto, dios de la fragua; Apolo, dios de la música y de la adivinación; Artemisa, diosa de la cacería; Hermes, dios mensajero y Dioniso, dios del vino. Estos dioses vivían hermosos y fuertes en las cumbres del Olimpo, y se alimentaban de néctar y ambrosía. Bajo la dirección de Zeus proporcionaban los bienes a la humanidad y representaban el orden en el universo.

ZEUS Y HERA

Zeus, el padre de los dioses y de los hombres, era el soberano del universo, el dios del cielo, de la luz y del día. A él obedecían todos los dioses del Olimpo y todos los seres de la tierra, pues fue él quien liberó a sus hermanos del vientre de su padre, el dios Cronos, que se los había tragado para evitar ser destronado por alguno de ellos y él fue también quien los dirigió en la lucha que sostuvieron contra los titanes. Por eso, como era lógico, en el reparto de poderes se quedó con la mayor parte. Pero esto es ir muy deprisa.

Inmediatamente, Rea tomó a su hijito Zeus y se lo llevó a una cueva de la isla de Creta, donde lo confió al cuidado de la ninfa Amaltea, que tenía una cabra, con cuya leche fue amamantado el dios. Un día que éste estaba jugando con la cabra, le rompió un cuerno sin querer y, mostrándose agradecido con la ninfa, se lo regaló y le prometió que ese cuerno siempre se llenaría de forma milagrosa de todos los frutos que ella quisiera. Ese es el Cuerno de la Abundancia que muchas veces vemos en las obras de arte. Zeus aprovechó también la piel de la cabra cuando esta murió, y con ella se fabricó su armadura, la égida, que solía agitar cuando estaba enfurecido y retumbaban el cielo y la tierra. Rea consiguió incluso que unos geniecillos, los curetes, bailaran alrededor de Zeus entrechocando sus armas y formando tal bullicio que los llantos del niño no llegaban a oídos de su padre; así creció sin que Cronos supiese nada.

Una vez que derrotó a su padre con ayuda de sus hermanos y se hizo con el poder supremo, después de unirse a diferentes diosas, tomó en justo y solemne matrimonio legítimo a su hermana mayor, la diosa Hera, que también había sido tragada por Cronos y liberada por Zeus, como el resto de los hermanos. La Tierra, la diosa Gea, obsequió como regalo de bodas un precioso árbol que daba manzanas de oro y Hera lo colocó en un jardín que tenía en el Occidente, al borde del océano, al pie del monte Atlas, donde las ninfas del atardecer, las hespérides, se encargaban de vigilarlo para que nadie robase sus manzanas, ayudadas por un dragón de cien cabezas.

Zeus y Hera engendraron varios hijos: Ares, dios de la guerra; Hebe, diosa de la juventud, e Ilitía, protectora de los partos. A veces, también se les añade Hefesto, dios de la fragua, aunque en otras ocasiones se dice que este dios era hijo exclusivo de Hera, envidiosa de que Zeus hubiese tenido él solo a Atenea.

Hera protegía a las mujeres casadas, a pesar de que su propio matrimonio tuvo que sufrir en numerosísimos casos las infidelidades amorosas de Zeus, de ahí que se mostrara como una diosa celosa y vengativa y que Zeus, para evitar ser descubierto por ella al unirse con alguna divinidad o alguna mortal, transformase su aspecto ya en toro manso, ya en lluvia de oro, ya en cisne blanco.

Una vez el dios Zeus se enamoró de la princesa Leda, que estaba casada con el rey Tindáreo y, para ocultar sus amores, Zeus se transformó al punto en un hermoso cisne blanco y así pudo conseguir los abrazos de la princesa. Pero esa misma noche Leda recibió la visita de su esposo. Inmediatamente, Leda quedó embarazada y, pasado el tiempo, no pudo hacer otra cosa más que poner dos huevos. En uno de ellos se gestaba el doble fruto de su relación con Zeus y, en el otro, el doble fruto de su relación con su marido. De este modo, de un huevo nacieron Helena y Cástor, los hijos de Zeus, y del otro Clitemnestra y Pólux, los hijos del esposo. ¡Importante prole la descendencia de Leda! Cástor y Pólux fueron divinizados por Zeus y dan vida a los hermanos que vemos en la constelación de Géminis. Clitemnestra se casó con Agamenón, rey de Micenas, quien asedió durante diez años la ciudad de Troya, que luego arrasó bajo las llamas. Respecto de Helena, ¿qué decir de esta mujer cuyo honor se comprometieron a defender por juramento los innumerables pretendientes que se presentaron a pedir su mano, subyugados por su divinal belleza?

Atenea, Apolo, Artemisa, Perséfone, Ares, Hebe, Ilitía, Hefesto, Dioniso, Hermes, las nueve musas, Heracles, Perseo, Minos, Helena, Cástor y muchos otros descendían, pues, de Zeus, el padre de los dioses y de los hombres, el que agita en sus manos la égida, se complace con el águila y lanza sus truenos y rayos fulminantes sobre los mortales mientras acompaña a su legítima esposa, la diosa Hera, en el carro que ella posee tirado por hermosísimos pavos reales.

POSEIDÓN

Poseidón, el dios que bate y ciñe la tierra, era el soberano del mar. Era hermano del soberano Zeus y de Hades, el dios de los muertos. Con ellos se repartió el dominio del universo cuando vencieron en tremenda lucha a los titanes, las divinidades anteriores todopoderosas, y entre ellos a Cronos, su propio padre. Su poder era enorme, pues desencadenaba las tempestades, provocaba los terremotos, con su tridente golpeaba las rocas de las costas haciéndolas añicos, e incluso hacía brotar manantiales en la tierra.

Este dios tomó por esposa a una divinidad marina, Anfitrite, una de las cincuenta hijas que tuvo el viejo dios del mar Nereo. Anfitrite, la diosa de plateados pies, era precisamente la que dirigía el coro de sus hermanas, las nereidas, innumerables como innumerables son las olas del mar. Cuentan que Poseidón la vio un día mientras danzaba con sus hermanas, se enamoró de ella y la raptó para convertirla en su esposa. Se decía también que engendraron a Tritón, un ser que, como sus padres, vivía en el mar, pero era de aspecto extraordinario, pues la parte superior de su cuerpo presentaba rasgos humanos, pero la parte inferior tenía forma de pez. A Tritón le gustaba soplar las caracolas marinas a modo de trompeta y, rodeado de peces, delfines y sus tías, las nereidas, acompañaba el carro de su padre, que era arrastrado por animales monstruosos, mitad caballos mitad serpientes, mientras sobre él iba sentado majestuoso el dios del mar, blandiendo Hércules, una vez traspasado el Mediterráneo para llegar al océano.

Tenía Poseidón también otros hijos, pues tuvo numerosos amores. Engendró a Pegaso, el caballo alado, que, nada más nacer, voló al Olimpo para ponerse al servicio de Zeus llevándole los rayos, pero que conservaba parte del poder de su padre, pues tenía la facultad de hacer brotar una fuente al golpear la tierra con sus cascos.

Polifemo, el cíclope, era también hijo de Poseidón. De aspecto terrible, ya que era un ser gigantesco con un solo ojo en medio de la frente, pastoreaba su rebaño en una isla perdida a la que llegó el astuto Ulises cuando regresaba a su patria, Ítaca. El cíclope fue cegado Ulises y éste se granjeó la cólera de su padre, el dios Poseidón, le envió todo tipo de tempestades con el fin de alejarlo de su patria.

A pesar de su poder, el pobre dios Poseidón resultó vencido por otras divinidades cuando decidieron escoger ciudades en las fueran veneradas de manera especial. En el caso de Atenas, quedó derrotado por la diosa Atenea, quien regaló un olivo, frente al lago de agua salada que el dios había hecho brotar. Encolerizado por la derrota, inundó la región de los atenienses. El Sol le ganó la ciudad de Corinto, Apolo le ganó Delfos y así otros dioses se hicieron con otras ciudades.

Sin embargo, era el señor de una isla maravillosa y extraordinaria, la Atlántida, una isla que se extendía más allá de las Columnas de Hércules, una vez traspasado el Mediterráneo para llegar al océano. La isla era enormemente rica, pues tenía en abundancia oro, cobre, hierro y metales que brillaban como el fuego, y disponía de magníficas ciudades, llenas de subterráneos, puentes, canales y pasos complicadísimos. Allí Poseidón vivió su amor con una doncella que le dio diez hijos, el mayor de los cuales se llamó Atlante, quien ejercía su poder desde la montaña central de la isla. Los habitantes de la Atlántida intentaron subyugar al mundo pero fueron vencidos totalmente por los atenienses. Misterioso lugar esta isla, que se dice que quedó sumergida bajo las aguas en algún punto del océano a la espera de que un aventurero intrépido o apasionado de las leyendas del pasado desentrañe sus riquezas.

Hay muchos lugares en Grecia en los que todavía hoy es posible sentir la presencia de este dios, pues el mar propició la vida de ese pueblo en otros tiempos y sigue constituyendo una fuente inagotable de riqueza y de inspiración para quienes aman la belleza de las cosas. Las aguas azules y cristalinas del mar Egeo y los atardeceres sobre el templo del dios Poseidón en el cabo Sunion, junto a la ciudad de Atenas, no pueden ser más que regalos de esta divinidad a los seres humanos.

HADES Y PERSÉFONE

El poderoso Hades, de corazón implacable, era el dios del inframundo y habitaba mansiones subterráneas. Este era el reino que le había correspondido en el reparto del Universo que realizó con sus hermanos Zeus y Poseidón, cuando consiguieron vencer en terrible lucha a los titanes. Como sus hermanos, Hades era hijo del titán Cronos y la diosa Rea y había vivido una experiencia tremenda, casi increíble, pues había sido devorado por su propio padre nada más nacer. En el vientre de Cronos pasó Hades sus primeros años hasta que fue liberado por su hermano menor, el dios Zeus.