Mucho ruido y pocas nueces - William Shakespeare - E-Book

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William Shakespeare

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Beschreibung

"Mucho ruido y pocas nueces" (a veces también traducida como "Mucho ruido por nada") es una comedia irónica escrita en 1599 por William Shakespeare. Lanzada de nuevo a la popularidad por la versión cinematográfica que de la obra hiciera en 1993 el actor y director Kenneth Branagh, "Mucho ruido y pocas nueces" fue ya en su día una de las comedias más celebradas de William Shakespeare

Consta de cinco actos y su acción trascurre en la ciudad de Mesina (en el siglo XV) a la que llega don Pedro, príncipe de Aragón, con sus amigos Claudio y Benedicto al terminar una batalla. También acude a la ciudad el hermano bastardo del príncipe, don Juan. Una vez allí, serán recibidos por el gobernador de la ciudad, don Leonato, acompañado de su hija Hero y de su sobrina Beatriz que intercambiará alguna que otra palabra con Benedicto. Ambos personajes a través de estos diálogos en los que ambos dejan muy claro su “desprecio” mutuo, serán los que pongan nombre a la obra de Shakespeare. En lo referente al otro amigo de don Pedro, Claudio, acabará perdidamente enamorado de Hero y el príncipe de Aragón se hará pasar por su enamorado amigo en un baile de máscaras para conseguirle el amor de la dama. Al ser una comedia, ocurrirán una serie de malentendidos entre Leonato, Hero y el príncipe de Aragón, pero finalmente el error se solucionará prometiéndose los dos enamorados, Claudio y Hero.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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William Shakespeare

Mucho ruido y pocas nueces

Tabla de contenidos

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES

Personajes

Acto primero

Escena I

Escena II

Escena III

Acto segundo

Escena I

Escena II

Escena III

Acto tercero

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Acto cuarto

Escena I

Escena II

Acto quinto

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES

William Shakespeare

Personajes

D ON P EDRO, príncipe de Aragón

D ON J UAN, su hermano bastardo

C LAUDIO, joven noble de Florencia

B ENEDICTO, joven noble de Padua

L EONATO, gobernador de Mesina

A NTONIO, hermano suyo

B ALTASARNIO, criado de don Pedro

B ORACHIO, C ONRADO, compañeros de don Juan

D OGBERRY, alguacil

V ERGES, corchete

F RAILE F RANCISCANO

U N E SCRIBANO

U N P AJE

H ERO, hija de Leonato

B EATRIZ, sobrina de Leonato

M ARGARITA, Ú RSULA, doncellas de la servidumbre de Hero

Mensajeros, ronda, acompañamiento, etc.

Acto primero

Escena: Mesina

Escena I

Delante de la casa de Leonato.

Entran L EONATO, H ERO, B EATRIZ y otros personajes, con un M ENSAJERO.

L EONATO.— Veo por esta carta que don Pedro de Aragón llega esta noche a Mesina.

M ENSAJERO.— Debe de hallarse muy próximo, pues no estaba a tres leguas de aquí cuando le he dejado.

L EONATO.— ¿Cuántos caballeros habéis perdido en esta acción?

M ENSAJERO.— Sólo unos pocos de cierto rango, y ninguno de renombre.

L EONATO.— Una victoria vale por dos cuando el vencedor regresa al hogar con las filas completas. Hallo aquí que don Pedro ha colmado de honores a un florentino llamado Claudio.

M ENSAJERO.— Muy merecidos por su parte y justamente otorgados por don Pedro. Ha superado las promesas de su edad, realizando bajo apariencias de cordero hazañas de león. Verdaderamente, ha superado las mejores esperanzas a un extremo que no esperéis pueda deciros cómo.

L EONATO.— Tiene aquí en Mesina un tío que se alegrará muchísimo al saberlo.

M ENSAJERO.— Ya le he enviado unas cartas y ha mostrado sumo júbilo; a un grado tal que el gozo no pudo exteriorizarse con la moderación debida sin una marca de tristeza.

L EONATO.— ¿Rompió a llorar, tal vez?

M ENSAJERO.— Con gran abundancia.

L EONATO.— ¡Un tierno desbordamiento de ternura! No hay rostros más leales que los que así se bañan en llanto. ¡Cuánto mejor es llorar de alegría que alegrarse del lloro!

B EATRIZ.— Por favor, el signior Mountanto ¿ha regresado de la guerra o no?

M ENSAJERO.— No conozco a nadie así llamado, señora. Ninguna persona de viso había en el ejército con semejante nombre.

L EONATO.— ¿Por quién preguntáis, sobrina?

H ERO.— Se refiere mi prima al signior Benedicto de Padua.

M ENSAJERO.— ¡Oh! Ha regresado, y tan jovial como siempre.

B EATRIZ.— Fijó un cartel aquí en Mesina, retando a Cupido al arco; y el bufón de mi tío, al leer el reto, le contestó por Cupido y le desafió a la saetilla de cazar gorriones. Decidme, ¿a cuántos hombres ha dado muerte y se ha engullido en estas guerras? ¿A cuántos ha matado tan sólo? Porque, a la verdad, yo he prometido comerme todo lo que matara.

L EONATO.— A fe, sobrina, que tratáis con excesiva dureza al signior Benedicto; pero él se desquitará con vos, no lo dudo.

M ENSAJERO.— Ha prestado buenos servicios en estas guerras, señora.

B EATRIZ.— Tendríais víveres rancios, y os ayudó a comerlos; es un valentísimo gastrónomo; posee un estómago excelente.

M ENSAJERO.— Es también un buen soldado, señora.

B EATRIZ.— Un buen soldado ante una dama; pero ¿qué es frente a un caballero?

M ENSAJERO.— Un caballero frente a un caballero, un hombre frente a un hombre, adornado con toda clase de honrosas virtudes.

B EATRIZ.— Eso es, efectivamente; no otra cosa sino un hombre adornado; mas, en cuanto al adorno... Bien, todos somos mortales.

L EONATO.— Señor, no toméis en mal sentido las palabras de mi sobrina. Hay una especie de guerra chistosa entre ella y el signior Benedicto. Jamás se encuentran sin que se entable entre ambos una escaramuza de ingeniosidades.

B EATRIZ.— ¡Ay! Nada suele ganar en ello. En nuestra última contienda, cuatro de sus cinco sentidos salieron malparados, y ahora no le queda más que uno para el gobierno de todo su ser. Así que, si le resta ingenio bastante para mantenerse en calor, consérvelo, a fin de distinguirse de su caballo, por cuanto es el único atributo que le queda para pasar por una criatura racional. ¿Quién es ahora su compañero inseparable? Cada mes tiene uno nuevo, que jura ser hermano suyo.

M ENSAJERO.— ¿Es posible?

B EATRIZ.— Y tan posible. Lleva sus fieles amistades a la moda de su sombrero. Varía siempre a tenor del último figurín.

M ENSAJERO.— Noto, señora, que el caballero no está en vuestros libros.

B EATRIZ.— No; si lo estuviese, quemaría mi biblioteca. Pero decidme, os ruego, ¿quién es su íntimo? ¿No hay ahora ningún joven quimerista que quiera hacer con él un viaje a los infiernos?

M ENSAJERO.— Las más veces se acompaña del muy noble Claudio.

B EATRIZ.— ¡Oh Dios! Se pegará a él como una epidemia. Se contagia con mayor celeridad que la peste; y el que la coge, inmediatamente se vuelve loco. Dios asista al noble Claudio. Si ha contraído la enfermedad Benedicto, le costará por lo menos un millar de libras el verse curado.

M ENSAJERO.— ¡Quiero ser de vuestros amigos, señora!

B EATRIZ.— Sedlo, buen amigo.

L EONATO.— ¡Nunca perderéis el juicio, sobrina!

B EATRIZ.— No, mientras no haga calor en enero.

M ENSAJERO.— Don Pedro se acerca.

Entran D ON P EDRO, D ON J UAN, C LAUDIO, B ENEDICTO, B ALTASARNIO y otros.

D ON P EDRO.— Querido signior Leonato, salís al encuentro de vuestra incomodidad. La costumbre del mundo es evitar gastos, y vos vais en busca de ellos.

L EONATO.— Jamás entró en mi casa la incomodidad en figura de vuestra gracia, pues cuando la incomodidad se marcha, el bienestar se queda; pero cuando vos me abandonáis, la tristeza permanece y la ventura es la que nos da su adiós.

D ON P EDRO.— Aceptáis vuestra carga demasiado gustosamente. Supongo que será ésta vuestra hija.

L EONATO.— Muchas veces me lo dijo así su madre.

B ENEDICTO.— ¿Lo dudabais, señor, cuando se lo preguntasteis?

L EONATO.— No, señor Benedicto, pues erais un niño entonces.

D ON P EDRO.— Volved por otra, Benedicto. De aquí conjeturamos lo que sois, siendo ya un hombre. En verdad, la hija no desmiente al padre. Sed feliz, señora, ya que os parecéis a un padre tan honrado.

B ENEDICTO.— Si el signior Leonato es su padre, no quisiera ella por toda Mesina llevar su cabeza sobre sus hombros, por mucho que se le asemeje.

B EATRIZ.— Me asombra que sigáis hablando todavía, signior Benedicto. Nadie repara en vos.

B ENEDICTO.— ¡Cómo! Mi querida señora Desdén, ¿vivís aún?

B EATRIZ.— ¿Es posible que muera el Desdén, cuando puede cebarse en tan buen pasto como el signior Benedicto? La propia galantería se trocara en desdén si estuvierais vos en su presencia.

B ENEDICTO.— Fuera entonces la galantería una renegada. Pero lo cierto es que todas las damas se prendan de mí, exceptuada solamente vos; y quisiera hallar en mi corazón que mi corazón no fuera tan duro; porque, a la verdad, no amo a ninguna.

B EATRIZ.— ¡Qué incalculable dicha para las mujeres! De otra manera se verían importunadas por un pretendiente enojoso. Gracias a Dios y a mi temperamento frío, soy en eso del mismo parecer que vos. Prefiero oír a mi perro ladrar a un grajo que a un hombre jurar que me adora.

B ENEDICTO.— Dios mantenga siempre a vuestra señoría en esa disposición de ánimo. Así se verá libre uno u otro caballero de los infalibles arañazos en la cara.

B EATRIZ.— Si fuese una cara como la vuestra no podrían afearla los arañazos.

B ENEDICTO.— Bien, sois una extraordinaria adiestraloros.

B EATRIZ.— Más vale un ave con mi lengua que un animal con la vuestra.

B ENEDICTO.— Así marchase mi caballo con la rapidez de vuestra lengua y mantuviese tan bien el aliento. Pero seguid vuestro camino, en nombre de Dios; he terminado.

B EATRIZ.— Siempre acabáis con un par de coces. Os conozco de antiguo.