Mucho ruido y pocas nueces - William Shakespeare - E-Book

Mucho ruido y pocas nueces E-Book

William Shakespeare

0,0

Beschreibung

"Los hombres aconsejan y dan palabras de consuelo para el dolor que no sienten, pero cuando lo prueban, su consejo se vuelve pasión.""Mucho ruido y pocas nueces" fue escrita en 1599 y es considerada como una de las grandes comedias del escritor británico William Shakespeare. Expertos en la obra de Shakespeare consideran "Mucho ruido y pocas nueces" como parte de una trilogía romántica junto a "Como gustéis" y "Noche de reyes". Esta comedia romántica está ambientada en Mesina, Italia, y empieza con la visita de don Pedro de Aragón y sus secuaces al gobernador de Mesina, Leonato, después de luchar en una de las múltiples batallas en las que han participado. Durante esta visita, uno de los caballeros de don Pedro se enamora de la hija del gobernador, Hero, y don Pedro decide poner en marcha un plan para hacer posible la unión entre Claudio, su soldado, y Hero. Como suele ocurrir en este tipo de comedias, el plan fracasa, y pone en marcha un seguido de malentendidos y desgracias que acabarán con la falsa muerte de Hero. Pero por suerte, no todo acaba en desgracia y Shakespeare nos brinda un final feliz lleno de amor y alegría."Mucho ruido y pocas nueces" ha sido adaptada para la gran pantalla varias veces. La versión más exitosa hasta la fecha fue estrenada en 1993 y fue dirigida y protagonizada por Kenneth Branagh (My Week with Marilyn, Harry Potter y la cámara secreta, Thor). -

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 116

Veröffentlichungsjahr: 2021

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



William Shakespeare

Mucho ruido y pocas nueces

 

Saga

Mucho ruido y pocas nueces

 

Original title: Much Ado About Nothing

 

Original language: English

 

Copyright © 1612, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726672190

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

Personajes:

DON PEDRO, príncipe de Aragón DON JUAN, su hermano bastardo CLAUDIO, joven noble de Florencia BENEDICTO, joven noble de Padua LEONATO, gobernador de Mesina ANTONIO, hermano suyo BALTASAR, criado de don Pedro BORACHIO y CONRADO, compañeros de don Juan DOGBERRY, alguacil VERGES, corchete FRAILE FRANCISCANO UN ESCRIBANO UN PAJE HERO, hija de Leonato BEATRIZ, sobrina de Leonato MARGARITA y ÚRSULA, doncellas de la servidumbre de Hero Mensajeros, ronda, acompañamiento, etc.

 

ESCENA: Mesina

Acto Primero

Escena I

Delante de la casa de Leonato.

 

(Entran LEONATO, HERO, BEATRIZ y otros personajes, con un MENSAJERO.)

LEONATO: Veo por esta carta que don Pedro de Aragón llega esta noche a Mesina.

MENSAJERO: Debe de hallarse muy próximo, pues no estaba a tres leguas de aquí cuando le he dejado.

LEONATO: ¿Cuántos caballeros habéis perdido en esta acción?

MENSAJERO: Sólo unos pocos de cierto rango, y ninguno de renombre.

LEONATO: Una victoria vale por dos cuando el vencedor regresa al hogar con las filas completas. Hallo aquí que don Pedro ha colmado de honores a un florentino llamado Claudio.

MENSAJERO: Muy merecidos por su parte y justamente otorgados por don Pedro. Ha superado las promesas de su edad, realizando bajo apariencias de cordero hazañas de león. Verdaderamente, ha superado las mejores esperanzas a un extremo que no esperéis pueda deciros cómo.

LEONATO: Tiene aquí en Mesina un tío que se alegrará muchísimo al saberlo.

MENSAJERO: Ya le he enviado unas cartas y ha mostrado sumo júbilo; a un grado tal que el gozo no pudo exteriorizarse con la moderación debida sin una marca de tristeza.

LEONATO: ¿Rompió a llorar, tal vez?

MENSAJERO: Con gran abundancia.

LEONATO: ¡Un tierno desbordamiento de ternura! No hay rostros más leales que los que así se bañan en llanto. ¡Cuánto mejor es llorar de alegría que alegrarse del lloro!

BEATRIZ: Por favor, el signior Mountanto ¿ha regresado de la guerra o no?

MENSAJERO: No conozco a nadie así llamado, señora. Ninguna persona de viso había en el ejército con semejante nombre.

LEONATO: ¿Por quién preguntáis, sobrina?

HERO: Se refiere mi prima al signior Benedicto de Padua.

MENSAJERO: ¡Oh! Ha regresado, y tan jovial como siempre.

BEATRIZ: Fijó un cartel aquí en Mesina, retando a Cupido al arco; y el bufón de mi tío, al leer el reto, le contestó por Cupido y le desafió a la saetilla de cazar gorriones. Decidme, ¿a cuántos hombres ha dado muerte y se ha engullido en estas guerras? ¿A cuántos ha matado tan sólo? Porque, a la verdad, yo he prometido comerme todo lo que matara.

LEONATO: A fe, sobrina, que tratáis con excesiva dureza al signior Benedicto; pero él se desquitará con vos, no lo dudo.

MENSAJERO: Ha prestado buenos servicios en estas guerras, señora.

BEATRIZ: Tendríais víveres rancios, y os ayudó a comerlos; es un valentísimo gastrónomo; posee un estómago excelente.

MENSAJERO: Es también un buen soldado, señora.

BEATRIZ: Un buen soldado ante una dama; pero ¿qué es frente a un caballero?

MENSAJERO: Un caballero frente a un caballero, un hombre frente a un hombre, adornado con toda clase de honrosas virtudes.

BEATRIZ: Eso es, efectivamente; no otra cosa sino un hombre adornado; mas, en cuanto al adorno... Bien, todos somos mortales.

LEONATO: Señor, no toméis en mal sentido las palabras de mi sobrina. Hay una especie de guerra chistosa entre ella y el signior Benedicto. Jamás se encuentran sin que se entable entre ambos una escaramuza de ingeniosidades.

BEATRIZ: ¡Ay! Nada suele ganar en ello. En nuestra última contienda, cuatro de sus cinco sentidos salieron malparados, y ahora no le queda más que uno para el gobierno de todo su ser. Así que, si le resta ingenio bastante para mantenerse en calor, consérvelo, a fin de distinguirse de su caballo, por cuanto es el único atributo que le queda para pasar por una criatura racional. ¿Quién es ahora su compañero inseparable? Cada mes tiene uno nuevo, que jura ser hermano suyo.

MENSAJERO: ¿Es posible?

BEATRIZ: Y tan posible. Lleva sus fieles amistades a la moda de su sombrero. Varía siempre a tenor del último figurín.

MENSAJERO: Noto, señora, que el caballero no está en vuestros libros.

BEATRIZ: No; si lo estuviese, quemaría mi biblioteca. Pero decidme, os ruego, ¿quién es su íntimo? ¿No hay ahora ningún joven quimerista que quiera hacer con él un viaje a los infiernos?

MENSAJERO: Las más veces se acompaña del muy noble Claudio.

BEATRIZ: ¡Oh Dios! Se pegará a él como una epidemia. Se contagia con mayor celeridad que la peste; y el que la coge, inmediatamente se vuelve loco. Dios asista al noble Claudio. Si ha contraído la enfermedad Benedicto, le costará por lo menos un millar de libras el verse curado.

MENSAJERO: ¡Quiero ser de vuestros amigos, señora!

BEATRIZ: Sedlo, buen amigo.

LEONATO: ¡Nunca perderéis el juicio, sobrina!

BEATRIZ: No, mientras no haga calor en enero.

MENSAJERO: Don Pedro se acerca.

(Entran DON PEDRO, DON JUAN, CLAUDIO, BENEDICTO,

BALTASAR y otros.)

DON PEDRO: Querido signior Leonato, salís al encuentro de vuestraincomodidad. La costumbre del mundo es evitar gastos, y vos vais en busca de ellos.

LEONATO: Jamás entró en mi casa la incomodidad en figura de vuestra gracia, pues cuando la incomodidad se marcha, el bienestar se queda; pero cuando vos me abandonáis, la tristeza permanece y la ventura es la que nos da su adiós.

DON PEDRO: Aceptáis vuestra carga demasiado gustosamente.

Supongo que será ésta vuestra hija.

LEONATO: Muchas veces me lo dijo así su madre.

BENEDICTO: ¿Lo dudabais, señor, cuando se lo preguntasteis?

LEONATO: No, señor Benedicto, pues erais un niño entonces.

DON PEDRO: Volved por otra, Benedicto. De aquí conjeturamos lo que sois, siendo ya un hombre. En verdad, la hija no desmiente al padre. Sed feliz, señora, ya que os parecéis a un padre tan honrado.

BENEDICTO: Si el signior Leonato es su padre, no quisiera ella por toda Mesina llevar su cabeza sobre sus hombros, por mucho que se le asemeje.

BEATRIZ: Me asombra que sigáis hablando todavía, signior Benedicto. Nadie repara en vos.

BENEDICTO: ¡Cómo! Mi querida señora Desdén, ¿vivís aún?

BEATRIZ: ¿Es posible que muera el Desdén, cuando puede cebarse en tan buen pasto como el signior Benedicto? La propia galantería se trocara en desdén si estuvierais vos en su presencia.

BENEDICTO: Fuera entonces la galantería una renegada. Pero lo cierto es que todas las damas se prendan de mí, exceptuada solamente vos; y quisiera hallar en mi corazón que mi corazón no fuera tan duro; porque, a la verdad, no amo a ninguna.

BEATRIZ: ¡Qué incalculable dicha para las mujeres! De otra manera se verían importunadas por un pretendiente enojoso. Gracias a Dios y a mi temperamento frío, soy en eso del mismo parecer que vos. Prefiero oír a mi perro ladrar a un grajo que a un hombre jurar que me adora.

BENEDICTO: Dios mantenga siempre a vuestra señoría en esa disposición de ánimo. Así se verá libre uno u otro caballero de los infalibles arañazos en la cara.

BEATRIZ: Si fuese una cara como la vuestra no podrían afearla los arañazos.

BENEDICTO: Bien, sois una extraordinaria adiestraloros.

BEATRIZ: Más vale un ave con mi lengua que un animal con la vuestra.

BENEDICTO: Así marchase mi caballo con la rapidez de vuestra lengua y mantuviese tan bien el aliento. Pero seguid vuestro camino, en nombre de Dios; he terminado.

BEATRIZ: Siempre acabáis con un par de coces. Os conozco de antiguo.

DON PEDRO: He aquí el resumen de todo, Leonato: signior Claudio y vos, signior Benedicto, mi querido amigo Leonato nos invita a todos. Le he comunicado que nos quedaremos aquí un mes cuando menos y él desea cordialmente que algún acontecimiento prolongue nuestra estancia. Me atrevo a afirmar que no es hipócrita, sino que lo desea de corazón.

LEONATO: Si lo jurarais, señor, no juraríais en falso. (A DON JUAN.) Permitidme que os dé la bienvenida, señor. Habiéndoos reconciliado con el príncipe vuestro hermano, os debo toda clase de atenciones.

DON JUAN: Os lo agradezco. No soy hombre de muchas palabras, pero os lo agradezco.

LEONATO: ¿Place a vuestra gracia pasar el primero?

DON PEDRO: Vuestra mano, Leonato; pasaremos a la vez.

(Salen todos, menos BENEDICTO y CLAUDIO.)

CLAUDIO: Benedicto, ¿has reparado en la hija del signior Leonato?

BENEDICTO: No he reparado en ella, pero la he mirado.

CLAUDIO: ¿No es una damita ingenua?

BENEDICTO: ¿Me preguntáis, como hombre honrado, mi parecer franco y sencillo, o queréis que os responda según mi costumbre, como enemigo declarado de su sexo?

CLAUDIO: No, te ruego que me contestes con juicio sensato.

BENEDICTO: Pues, a fe, se me antoja demasiado bajita para un alto elogio, demasiado morena para un claro elogio y harto diminuta para un elogio grande. Sólo puedo hacer de ella la siguiente recomendación: que si fuera otra de la que es, sería fea, y que no siendo sino como es, no me gusta.

CLAUDIO: Piensas que estoy de broma. Te suplico me digas con franqueza lo que te parece.

BENEDICTO: ¿Queréis comprarla, que tomáis tantos informes de ella?

CLAUDIO: ¿Podría el mundo comprar semejante joya?

BENEDICTO: Ya lo creo, y un estuche para encerrarla. Pero ¿habláis en tono serio, o representáis el burlón Jack, para contarnos que Cupido es un buen cazador de liebres y Vulcano un insigne carpintero? Vamos, ¿en qué clave hay que cantar para ir acorde con la canción?

CLAUDIO: A mis ojos es la más encantadora dama que vi jamás.

BENEDICTO: Yo veo todavía sin anteojos, y no advierto semejantes hechizos. He ahí a su prima, que, a no hallarse poseída de la cólera, la superaría en hermosura tanto como el primer día de mayo al último de diciembre. Mas espero que no intentaréis convertiros en marido, ¿no es eso?

CLAUDIO: No respondería de mí, aunque hubiese jurado lo contrario, si Hero consintiese en ser mi esposa.

BENEDICTO: ¿Ésas tenemos? ¡Por mi fe! ¿No habrá en el mundo un solo hombre que no quiera llevar su gorra de un modo sospechoso? ¿No lograré ver nunca un solterón de sesenta años? ¡Adelante, por vida mía! Puesto que te empeñas en doblar tu cuello al yugo, ostenta la marca y pasa los domingos suspirando. Mirad, don Pedro vuelve en busca vuestra.

(Vuelve a entrar DON PEDRO.)

DON PEDRO: ¿Qué secreto os detiene aquí que no habéis acompañado a Leonato a su casa?

BENEDICTO: Quisiera que vuestra alteza me constriñese a hablar.

DON PEDRO: Te lo ordeno por tu obediencia de súbdito.

BENEDICTO: Ya lo oís, conde Claudio. Puedo guardar un secreto como un mudo; estad convencido de ello. Pero la obediencia... Fijaos bien; se trata de la obediencia... Está enamorado. ¿De quién? Eso es lo que debe preguntarme ahora vuestra gracia. Advertid cuán breve es la respuesta: de Hero, la hija menor de Leonato.

CLAUDIO: Si así fuera, así se diría.

BENEDICTO: Como el viejo cuento, señor: «Ni es así, ni así fue; empero, a la verdad, no permita Dios que así sea».

CLAUDIO: Si mi pasión no cambia pronto, no quiera Dios que sea de otra manera.

DON PEDRO: Amén, si la amáis, que la dama es muy digna de ello.

CLAUDIO: Habláis así para sondearme, señor.

DON PEDRO: Por mi honor, que expreso mi pensamiento.

CLAUDIO: Pues a fe mía, señor, que hago otro tanto.

BENEDICTO: Y por mi doble honor y fe, señor, que os imito.

CLAUDIO: Que la amo es lo que sé.

DON PEDRO: Que es digna de ello, me consta.

BENEDICTO: Pues yo ni sé cómo se la pueda amar, ni me consta que sea digna de que se la ame. Ésta es mi opinión, de que no haría desdecirme el fuego. Me dejaría morir en el brasero por ella.

DON PEDRO: Tú siempre fuiste un hereje obstinado en negar culto a la hermosura.

CLAUDIO: Y jamás pudo sostener su papel sino violentando su voluntad.

BENEDICTO: Que me haya concebido una mujer, es cosa que le agradezco; que me haya criado, también es cosa por la cual le doy mis más humildes gracias; pero que sobre mi cabeza resuene una cadencia de cuerno de montería, o que mi bugle cuelgue de un invisible cinturón, que todas las mujeres me perdonen. Porque no quiero hacerles la injusticia de desconfiar de alguna de ellas, me reservo el derecho de no fiarme de ninguna. Y por último —y esto será lo más conveniente para mí—, me propongo vivir soltero.

DON PEDRO: Antes de morir, he de verte palidecer de amor.

BENEDICTO: Me veréis palidecer de cólera, de enfermedad o de hambre, señor; pero no de amor. Si me demostráis alguna vez que el amor me ha quitado más sangre de la que pueda recobrar con la bebida, sacadme los ojos con la pluma de un coplero y colgadme a la puerta de un burdel como signo del ciego Cupido.

DON PEDRO: Bien; pues si no quebrantas esa fe, proporcionarás un lindo tema de discurso.

BENEDICTO: Si la quebranto, colgadme en una botella como a un gato y tirad al blanco sobre mí; y al que me acertare, dadle una palmada en el hombro y llamadle Adán.

DON PEDRO: Bien, como aventura el tiempo: Tiempo llegará en que el toro salvaje se entregue al yugo.

BENEDICTO: El toro salvaje puede; pero si el prudente Benedicto se entregara, arrancadle los cuernos al toro e incrustádmelos en la frente; y que me retrate luego un pintor de brocha gorda; y tal como suele escribirse en gruesos caracteres: «Aquí se alquila un buen caballo», poned debajo de mi efigie: «Aquí podéis ver a Benedicto, el hombre casado».