Narrativa de Carmen Lyra. Relatos escogidos - Carmen Lyra - E-Book

Narrativa de Carmen Lyra. Relatos escogidos E-Book

Carmen Lyra

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En esta obra se compilan un total de dieciocho relatos de la escritora costarricense Carmen Lyra (seudónimo de María Isabel Carvajal), todos ellos publicados en diarios y revistas entre 1911 y 1936. Carmen Lyra es conocida por la autoría de la colección infantil Cuentos de mi tía Panchita y por la novela juvenil En una silla de ruedas, esta faceta de escritora de textos de carácter infantil es la que ha destacado la historiografía y la crítica literaria costarricense. Sin embargo, su obra también incluye ensayos, trabajos periodísticos -discursos y artículos de debate- y, por supuesto, relatos. La Editorial Costa Rica se complace en publicar esta antología, cuyo objetivo principal es que las nuevas generaciones de lectores puedan acercarse a otra dimensión de la labor literaria de Lyra. Marianela Camacho

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Carmen Lyra

Narrativa de Carmen Lyra

Relatos escogidos

Selección, nota y edición: Marianela Camacho Alfaro Prólogo: Isabel Ducca

Nota de la editora

En esta obra se compilan un total de dieciocho relatos de la escritora costarricense Carmen Lyra (seudónimo de María Isabel Carvajal), todos ellos publicados en diarios y revistas entre 1911 y 1936. Se trata de una selección cuya tendencia estética es, principalmente, el realismo social, también llamado realismo crítico o socialrealismo.

Como criterio de edición, se estableció organizar los relatos según la fecha de escritura o publicación, de los más antiguos a los más recientes, con la finalidad de que se observe la evolución narrativa de la autora. Además, no se estableció un mínimo o máximo de extensión de los textos seleccionados. Finalmente, se realizaron ajustes ortográficos, con base en los cambios recientes propuestos por la Real Academia Española, y ortotipográficos, según nuestro propio manual de estilo editorial.

Los relatos aquí incluidos se caracterizan por presentar lo que Álvaro Quesada catalogó como una “actitud crítica, opuesta a la actitud anecdótica (...) por incorporar nuevos puntos de vista, y aspectos inéditos, en la plasmación” de la realidad costarricense.[1] De tal modo, esta narrativa se construye desde una perspectiva crítica de las condiciones políticas y socio-históricas imperantes en la sociedad de la época; de ahí, que se

[i]ntroduce la tragedia, la degradación o la injusticia, en el mundo de las tradiciones patriarcales (...) convierte las relaciones sociales, económicas o políticas (...) en recursos necesarios para explicar el comportamiento o el destino de los personajes (...) transforma al ser humano en elemento capaz de apreciar y tamizar con sus dolores, necesidades y aspiraciones, el valor ritual de la tradición y la costumbre. Finalmente, y como consecuencia de todo lo anterior, expresa una imagen ambivalente de la realidad, que pone en duda, o rompe, con la valoración unívoca y el mundo cordial y armonioso del costumbrismo anecdótico.[2]

El germen de esta narrativa social tiene como antecedente histórico nacional la crisis del régimen oligárquico liberal y del capitalismo agrario de las primeras décadas del siglo xx, provocada, a nivel mundial, por el descenso de los precios del café, la crisis económica producto de la Primera Guerra Mundial; en el ámbito nacional, por las reformas tributarias del gobierno de Alfredo González Flores (1914-1917) y la posterior dictadura de Federico Tinoco (1917-1919), por la consolidación del enclave bananero en la zona atlántica del país. Aunado a lo anterior, surgen las “nuevas ideas” de reforma social que desembocan en la aparición de organizaciones obreras, gremiales y sindicales, en las que participan intelectuales, escritores, maestros, estudiantes, trabajadores de diversos sectores productivos, etc.[3]

Así pues, frente a las contradicciones de la sociedad costarricense en un periodo en el que el modelo oligárquico entra en crisis y es objeto de cuestionamientos por parte de diferentes sectores sociales, surge una literatura de denuncia en la que se modifica la imagen de la realidad y de los personajes; también aparece un narrador “cuyo discurso refracta las palabras, los sueños, las ansias y necesidades de sus personajes”,[4] tal como se aprecia en el siguiente texto, extraído del relato “Humildes cántaros rotos”:

Juan Colorado se preparó a ir por bejuco. Indispensable era hacer algo, no podía estarse mano sobre mano con semejante chapulinada que tenía buen diente.

En una madrugada, bajo un temporal que lo mandaba Dios Padre y con un frío de los que se estilan en esas alturas, salió de su casa y se incorporó a los bejuqueros que pasaban.

Tres leguas lo menos tuvieron que hacer para llegar a la mancha del bejuco que podía abastecerlos a todos.

Muy avanzada la tarde regresó, abrumado por la carga, con el vestido hecho una sopa y los pies destrozados. Hizo otro viaje dos días después entre la tristeza de la niebla y el frío, para procurarse el bejuco necesario.

La cita anterior refleja la superación del modelo costumbrista, pues no se trata de la descripción de la figura del campesino “estereotipado y pintoresco”, sino de un personaje trabajador en el que se evidencia miseria y desamparo, que sufre junto a su familia, así como la inclemencia y hostilidad del mundo que lo rodea.

Asimismo, en el mundo narrado se verifica un recrudecimiento del lenguaje; la inclusión de temáticas y rasgos antes ausentes o inéditos en la literatura nacional, como la migración del campesino a la ciudad, las condiciones de vida de la pobreza extrema, la tensión producida por la injusta distribución de la riqueza, las circunstancias inhumanas de trabajo o vivienda, la marginación social, la insensibilidad y la falta de conciencia moral de las clases dominantes, entre otros.

Un buen ejemplo de lo antes señalado se retrata en el siguiente pasaje de la “Serie Cothnejo-Fishy”:

Cuando se trata de viajes, el Dr. González Cothnejo y su esposa Soledad, son los reyes de la conversación. Nadie ha hecho lo que ellos: darle la vuelta al mundo y visitar la India y el Japón. Lo que no cuentan es de dónde cogieron el dinero para hacer este viaje. Pues no se trata de nada deshonroso, de ningún robo: el Dr. González Cothnejo vendió el café de sus beneficios ganándose el ciento por ciento, mientras pagaba a sus peones salarios de hambre (...) todas estas gentes se comen unas a otras: los invitados censuran ciertas contravenciones de los huéspedes en lo tocante a las reglas que hay para servir el té como lo sirven las personas de educación esmerada; la familia que ha ofrecido el té habla de la voracidad de ciertas señoras que creyeron que todos los sándwiches, quequitos, panquetitos, frutas azucaradas, etc., eran para ellas nada más. Entretanto los criados de esta familia de dinosaurios, sudan la gota gorda dejando todo limpio y en su lugar. Generalmente lo que les toca son las boronas que han quedado en las bandejas (...)

Destacable es el empleo, como técnica narrativa, de la construcción de un personaje colectivo que se refiere a los desposeídos, a los trabajadores, etc. Al respecto, W. Mackenbach señala que “[c]oncretamente, se ha visto el papel de esta narrativa en función de una (re)definición de la identidad nacional desde un nuevo sujeto colectivo: la clase obrera en general y el proletariado rural en particular”.[5] Al mismo tiempo, como parte de los rasgos de este tipo de literatura se presenta la protesta social en contra de las condiciones opresivas de trabajo y de vida inhumanas.

El final del cuento “Palco de platea en el cielo” ilustra cómo se delinea dicho personaje colectivo de seres desarraigados; de campesinos desplazados en busca de trabajo; de mujeres, ancianos o niños desamparados, que evidencian una visión diferente, por qué no subversiva o transgresora, con respecto a los discursos y prácticas sociales establecidos:

Sí, que se resignen los pobres con su vida triste y humillada a fin de que los ricos gocen en paz de sus privilegios. Toda la vida ha habido ricos y pobres. ¿Qué importa que haya mujeres que trabajan 15 horas para ganarse tres colones? ¡Cómo les dolerá la espalda a estas mujeres después de haber estado quince horas agachadas sobre la máquina!

Pero hay que resignarse. Toda la vida ha habido ricos y pobres. Los pobres sirven para que los ricos den limosna y se ganen de este modo un palco de platea en el Cielo.

Además, en narraciones como “¿Qué habrá sido de ella?”, “Al margen del libro de Job” y “Las Madamas Bovary” se intuye un cierto “enfoque feminista, que explora la denuncia de las humillaciones y frustraciones producidas por la discriminación sexual, social e intelectual”[6] de las mujeres por parte de una sociedad estructurada con base en un sistema esencialmente patriarcal.

Una pieza representativa de esta selección es “Bananos y hombres”, serie de cinco relatos cortos publicados por entregas en Repertorio Americano en 1931, pues constituye la primera incursión de las letras costarricenses[7] en la problemática social, política y humana de los enclaves bananeros; en especial, pues expone y al mismo tiempo denuncia la explotación, las condiciones de vida infrahumanas de los trabajadores de las bananeras en la zona Atlántica, región que hasta entonces no participaba de la geografía o del imaginario literario nacional.

Con respecto al estilo narrativo, sobresale la utilización, primero, de frases breves, de una sintaxis poco compleja; segundo, de un discurso irónico, satírico o con un tinte humorístico, que sirve para poner de manifiesto la explotación, la miseria, la opresión, la indiferencia, esto es, las contradicciones sociales; por último, uso de giros coloquiales y formas lingüísticas populares, principalmente, en boca de los personajes. A continuación se citan algunos ejemplos tomados de los relatos que componen los “Cuadros de la Escuela Maternal”:

—Sí, sí, lo que es en otra no me meto. Esos indinos llegan donde uno primero hechos una melcocha, y después que hacen su gracia si te vide no me acuerdo. Y uno de tonto, creyendo que va a salir de apuros les cree

(…)

—Mula, sinvergüenza, ¡alzá ese chiquito!

(…)

—¿Verdá que los santos no son de palo? –pregunta Alicia.

En definitiva, estos relatos evidencian la visión crítica y problematizadora de su autora a partir de la construcción de un narrador y de una estructura narrativa que retan al lector a actualizar en el ahora las historias contadas: a producir sentido desde la mediación de su propia experiencia de mundo.

* * *

Carmen Lyra es conocida por la autoría de la colección infantil Cuentos de mi tía Panchita y por la novela juvenil En una silla de ruedas, esta faceta de escritora de textos de carácter infantil es la que ha destacado la historiografía y la crítica literaria costarricense. Sin embargo, su obra también incluye ensayos, trabajos periodísticos –discursos y artículos de debate– y, por supuesto, relatos. En consecuencia, la Editorial Costa Rica se complace en publicar esta antología, cuya finalidad es, por un lado, que las nuevas generaciones de lectores puedan acercarse a otra dimensión de la labor literaria de Lyra y, por otro, que su obra siga siendo analizada, criticada, deconstruida.

Marianela Camacho Alfaro

San José, 2011

Prólogo

Una invitación para leer a Carmen Lyra

Se supone que el objetivo de un prólogo es presentar, en este caso, a la autora y su pensamiento. Pero es imposible sintetizar, en unas líneas, la vida, la trayectoria y la riqueza del aporte de María Isabel Carvajal a la Costa Rica que le tocó vivir. Por lo tanto, esperamos poder realizar una sugestiva invitación, con la finalidad de que el lector y la lectora emprendan un acercamiento a una de las mentes más lúcidas y brillantes que nuestro país ha dado. Y, como toda invitación, dará algunas indicaciones para que quien inicie esta travesía no se sorprenda, y sepa, desde un inicio, con quién se encontrará y hacia qué rumbos lo o la puede llevar la lectura.

Más conocida como Carmen Lyra, por su seudónimo de escritora, María Isabel Carvajal recorrió la vida nacional desde 1888 hasta 1949. El imaginario oficial, que siempre tiene una visión esquemática, prejuiciosa y reduccionista para homogenizar identidades y etiquetar las que considera perjudiciales para su moral dominante, recibió a la niña, nacida en San José, como hija “natural” por haber nacido fuera de matrimonio. El epíteto la marca de tal manera que el Hospital San Juan de Dios le impidió profesar como monja en 1906, por esa razón.[8]

Otra categoría aun más fuerte le fue asignada en 1948. La Junta de Gobierno, presidida por José Figueres Ferrer, la expulsó del país el 29 de abril. Desde el 23 de abril, había buscado asilo en la Embajada de México, como protección, al saber que se la buscaba. Según cuenta una de sus compañeras de lucha, el avión que abordó junto al líder comunista, Manuel Mora Valverde, fue ametrallado sin mayores consecuencias. La “indeseable” o “non grata”, para la Segunda República que se fundaría a partir de esa fecha, salió rumbo a México de sesenta años y enferma de cáncer.

En 1949, solicitó permiso para volver a morir en su tierra y le fue negado. El 20 de mayo de ese año arribó el cadáver de la escritora a Costa Rica. Según los testimonios recogidos entre sus conocidos y amigos, en el Cementerio Obrero, lugar donde pidió ser enterrada, se dio la orden de abrir el féretro para comprobar que se trataba de su cadáver, pues la Junta de Gobierno temía que trajera armas.

¿Por qué tanta saña contra una mujer débil, indefensa y enferma? Parece paradójico que una Junta de Gobierno triunfante temiera tanto a una mujer como para exilarla, negarle su entrada al país en vida y, además, revisar su féretro en el cementerio. ¿Cuál era la fuerza y el poder de esta indefensa mujer que, además, era bajita y menudita? El poder de una mente analítica, de un pensamiento creativo y la congruencia entre lo que pensaba, sentía y lo que hacía, parece ser que la convertían un ser altamente peligroso para quienes manejaban los destinos de nuestro país.

Algunas pinceladas sobre su trayectoria política

En 1910, formó parte del “Centro Germinal”, colectivo de tendencia anarquista. Durante su participación en sus filas, fue directora de la revista Renovación, expresión de dicho movimiento político en nuestro país. Participó activamente en la lucha contra la dictadura de los hermanos Tinoco. En 1919, encabezó la manifestación de educadoras josefinas contra ese régimen; dicha manifestación culminó con la quema del diario oficial La Información.

Lideró el movimiento de solidaridad para con la lucha de Augusto César Sandino, el líder antiimperialista nicaragüense, en la década del veinte. En 1931, ingresó al Partido Comunista, del que formó parte de su dirección intelectual y política hasta su muerte. Como parte de su militancia política, asumió un papel destacado en la elaboración del periódico Trabajo, voz oficial del Partido Comunista, desde 1931 hasta 1948. Como consecuencia de su compromiso político, fue suspendida de su función como maestra por un artículo publicado en defensa de dos comunistas que habían sido expulsados del país. El secretario de Educación era, en ese momento, Teodoro Picado.

Ya enferma en 1948, al calor de los sucesos de la guerra civil, denunció el carácter fascista de la persecución emprendida contra los militantes comunistas.

Juego de miradas

Joaquín Gutiérrez Mangel contaba que, de niño, jugaba fútbol en lo que hoy es el Parque Morazán; ahí, en una plaza, se reunía con sus amigos para la “mejenga”. Y todos los días, a la misma hora, pasaba una señora bajita, que caminaba con “pasitos cortos” y apresurados. Y todos los días, a la misma hora, debían interrumpir el juego para no lastimar a la señora de “pasitos cortos”. Los chiquillos, después de la pausa obligada, continuaban su juego, pero él la seguía con la mirada intrigado y percibiendo algo misterioso en ese personaje de su infancia. ¿Quién le diría a ese niño que la iba a considerar un día su maestra? Demos la palabra a don Joaquín para que nos aclare qué le enseñó Carmen Lyra:

Cuando ya éramos amigos caminábamos un día hacia su casa y pasamos frente a dos niñitas, de unos siete años, que estaban sentadas en una grada de un cajón de puerta. Una de ellas era una niña pobre, con su ropita pringosa y con un niño de un año en sus rodillas, tal vez su hermanito, con los mocos salidos y la camisilla corta mostrando la barriga. La otra era una niña rica, vestida de organdí, con una hermosa muñeca en la falda, de esas que abren y cierran los ojos y dicen mamá por el ombligo.

Apenas habíamos pasado Chabela se volvió a preguntarme:

—¿Vio, Joaquín?

—¿Vi qué?

—¿No vio a esas dos niñitas?

—Sí, claro, las vi, ¿y qué?

—¡Ah, entonces no vio! ¿No vio la mirada de envidia mutua que se dirigían?

Así había sido: yo no había visto, Chabela sí. (…)

Decía don Miguel Montaigne, tan sabio siempre, que pensar es más importante que saber, pero que más importante aún es ver. Y ambos habíamos mirado lo mismo, pero Chabela había visto y yo no.[9]

Don Joaquín continúa su reflexión y nos relata cómo esa llamada de atención de María Isabel le sirvió para tomar conciencia de que si quería ser escritor, tendría que aprender a ver. Si hubo algo especial en Carmen Lyra, como mujer, educadora, pensadora y militante política, fue su mirada. Todo su entorno fue objeto de observación; nada le fue indiferente y sus ojos se posaron en la injusticia humana para denunciarla y combatirla. Su trayectoria, como escritora y militante política, se puede formular como un proceso complejo de descubrimiento, observación, análisis y, por último, explicación de la opresión.

El camino de la escritura de Carmen Lyra se constituyó en una luz para percibir aquellos “rincones” de la sociedad donde se oculta la tristeza, el odio o la desesperación que causa la injusticia. Las relaciones opresivas o relaciones asimétricas fueron la gran preocupación desde sus inicios en las letras hasta los últimos escritos en el periódico Trabajo. De forma que hasta los cambios en su estilo literario se explican por su incansable observación, análisis y explicación del porqué existen las relaciones asimétricas.

Toda su obra literaria y periodística fue pensada para explicar el carácter explotador y deshumanizado del capital extranjero y el papel de siervos que adquieren los políticos, los sacerdotes y los intelectuales locales. En casi todos sus trabajos, combina muy hábilmente la narración con la argumentación. Sus premisas, aunque queden ocultas en un primer nivel de lectura, estructuran el sentido global de sus escritos para que el lector se distancie de la voz oficial y reflexione sobre la realidad.

De la vida cotidiana entresaca símbolos y nombres emblemáticos para desentrañar su sentido oculto y plantear un proceso de ruptura con la visión de mundo dominante. Le arrebata, por decirlo de una manera sintética, a los símbolos oficiales su poder, pues contrasta el significado que la sensibilidad dominante les otorga con el dolor de los y las protagonistas de sus relatos, quienes representan a las víctimas de la sociedad patriarcal, la religión católica o las duras condiciones de trabajo. La realidad de la opresión[10] se enfrenta en su universo literario al símbolo dominante para neutralizarlo o aniquilarlo.

En ese combate ideológico, es posible deslindar componentes de la teología de la liberación, la teoría de género y la violencia doméstica, así como aportes para la educación popular. Todas estas formulaciones fueron establecidas como propuestas teóricas tiempo después de que Carmen Lyra las planteara desde sus narraciones literarias o desde sus artículos periodísticos en Trabajo.

La narración literaria

Esta antología reúne los textos más representativos de su narrativa literaria. La amplitud y complejidad de toda su obra no ha sido publicada completa hasta el momento.[11] Su escritura abarca literatura infantil, además de los conocidos y populares Cuentos de mi tía Panchita, y tiene obras de teatro para niños. Una novela de formación o juventud, quizás la más conocida de sus narraciones, En una silla de ruedas. Hay una serie de narraciones literarias publicadas a lo largo de varias décadas en diferentes revistas, de las cuales se reúnen aquí las que presentan una clara intención de denuncia y han sido ubicadas por los críticos como de realismo social.

Además, existe toda una producción periodística que no ha sido seleccionada y publicada. Esa producción corresponde a todos sus artículos en el periódico Trabajo y constituye un acervo para la memoria social e histórica del pueblo costarricense. Personajes de la política costarricense e internacional son cuestionados por su complicidad con el poder explotador; o bien, otros aparecen como modelos para la sensibilidad popular por su humanismo o su lucha política. Hasta del cine de la época y las tendencias de Hollywood se ocupó María Isabel Carvajal.

Una mirada que escudriña y analiza

Las narraciones reunidas en esta antología le permitirán a la lectora o al lector descubrir una imagen de Costa Rica que no corresponde con los estereotipos que la voz oficial ha pregonado. La observación de un país conflictivo y con grandes injusticias inicia en 1911, cuando en “Carne de miseria”, la voz narrativa se indigna frente a la miseria pero, también, frente al conformismo de unos padres de familia que traen hijos al mundo para ser devorados por el hambre y la enfermedad; y llega hasta 1936, cuando publica “Palco de platea en el cielo” y “Los diez viejitos de Pastor”.

En el primer texto, el amor de unas costureras por su máquina de coser es el símbolo de una explotación que ellas no ven pero que la voz narrativa denuncia, pues los “polacos” y los sacerdotes, cómplices del franquismo en España, se adueñan de la vida de esas pobres mujeres crédulas e ingenuas. En este relato, combina la crónica periodística con la ficción para darnos una visión de un barrio pobre del San José de principios del siglo xx.

Los pies de un peón agrícola, en el otro texto de 1936, le cuentan a la niña como si se tratara de una función de títeres la “biografía de cada uno”. Desde una metonimia, la voz narrativa comunica las andanzas del peón por todo el país. El cuerpo humano, en particular los pies, es esculpido por las condiciones en las que nace, crece y se desarrolla. En este texto, como en “Bananos y hombres”, se atisba en el horizonte imaginativo de Carmen Lyra, un nuevo modelo de redentor: el trabajador que se indigna frente a la injusticia, no pone la otra mejilla y hace justicia por su propia mano.

“Bananos y hombres”es una serie de relatos en la que se plantea un microcosmos, donde las relaciones humanas están perneadas por las condiciones que impone la compañía bananera. El universo simbólico estructura una visión muy particular de la realidad. Las aguas, sobre todo las del Reventazón y el Parismina, acechan la vida de los trabajadores y ocultan peligros. En el último relato, el Hospital San Juan de Dios se convierte en el desaguadero de toda esa “gente de las fincas”. El agua, o sea la realidad, lleva y trae a los personajes como “esos pedazos de palo que van en la corriente de los ríos”. El símbolo de la cruz abre el primer relato; Estefanía, la mujer que deambula por las fincas bananeras, aparece como la nueva crucificada; un nuevo tipo de redentor cierra la serie, otorgándole un sentido liberador desde una nueva visión del Evangelio.

La familia se describe, en algunos relatos, como un espacio conflictivo, donde se tejen, entretejen, explotan y afloran tensiones y contradicciones que, casi siempre, tienen un origen social y económico y llevan a los personajes a situaciones límite. En sus narraciones, las relaciones familiares están perneadas por el autoritarismo de las madres, la ausencia emocional de los padres o con una presencia abusiva. En las exhaustivas descripciones de la psicología de los personajes, contrasta el sueño de realización humana con la opresión familiar, religiosa o afectiva.

Donde priva la pobreza, aunque exista la solidaridad y la integración familiar, el caos se hace presente por un trabajo que no compensa ni siquiera para la sobrevivencia, por los precios del mercado o el abuso de la autoridad. La infancia es la que más sufre las consecuencias de una realidad que aniquila los sueños y la sensibilidad. Por ejemplo, una simple inquietud de un niño acerca de cómo es una dulzaina, convierte a ese objeto en el símbolo de toda la creatividad y sensibilidad que le son negadas a los pobres desde el nacimiento.

La religión y su institucionalidad contrastan en su afán de lucro y de mercantilismo con la buena fe de los feligreses. Esa fe transparente y dadivosa choca, en el universo ideológico de la escritora, con la frialdad, la castración de la juventud de mujeres abandonadas o heridas por el fanatismo religioso de familiares y amigos. Las flores y los espacios naturales se oponen a los símbolos religiosos para resaltar los deseos, la gama de sensaciones, emociones y deseos frustrados que se pierden en la oscuridad de los caminos y que la voz narrativa va recordando, para despertar la reflexión.

La vocación sacerdotal, impuesta por el afán de reconocimiento social, se describe mediante la oposición entre el espacio cerrado, como una jaula del seminario, y el bosque, la montaña y los ritos de la agricultura que renuevan la vida. La simbología religiosa, en lugar de deparar el calor humano y la plenitud, siembra la incertidumbre y el vacío.

Por otra parte, encontramos un modelo femenino muy complejo pues la identidad de los personajes está en concordancia con su posición social. La burguesa tiende, constantemente, a la frivolidad, la cursilería y la indiferencia frente al sufrimiento ajeno. Por otra parte, los personajes femeninos, en medio de la pobreza, tienden a presentar angustia, dolor, frustración y problemas de personalidad, producto de las condiciones en las que viven. Ramona: “¡…nombre bueno para un pedrón de la calle!”, se constituye en el arquetipo de la mujer agredida. Carmen Lyra, en “¿Qué habrá sido de ella?”, vislumbra lo que se formulará teóricamente como el ciclo de la violencia doméstica, a finales de la década del sesenta.

Los personajes femeninos de clase media pierden su identidad y autonomía por vivir pendientes de la moda, por ser bellas para alcanzar su ideal: un matrimonio que las haga felices. La dependencia femenina del varón y el modelo de sumisión femenina son observados y descritos minuciosamente para denunciar y rechazar el matrimonio como institución social. Desde una voz masculina que aparece como narrador, se problematiza el ansia de amor que culmina en el abandono y renuncia de sí mismas.

Símbolos consagrados de la sensibilidad dominante, como La Llorona y la guaria morada, son desarticulados para llevarnos a reflexionar acerca de la violencia patriarcal. En 1922, el personaje legendario y la flor nacional se unen en un relato para remover la imagen idealizada de la maternidad en una sociedad patriarcal, para abogar por la debilidad de la mujer y, una vez más, pedir clemencia y amor por la “caída”. La victimaria y la filicida son producto de una violencia invisibilizada que el narrador despliega para mostrar el rostro del dolor y el abandono, pues:

Guaria vive en esta honrada sociedad como esas desventuradas flores que caen en las garras de algún botánico maniático, quien para conservarlas en toda su pristina apariencia, las manipulan con preparaciones químicas y las estrujan sin piedad.

Esa guaria no ha sido la única que cayó en las garras de alguien que la estrujó y la manipuló. La opresión patriarcal, religiosa o capitalista no tuvo piedad, en los textos, para la infancia, las mujeres, los jóvenes, las esposas, los maridos, las empleadas domésticas o las mariposas. La vida, en sus múltiples manifestaciones, aparece marchita frente a un poder que destruye para perpetuarse, tal y como María Isabel Carvajal lo comprobó en su propio caminar.

Hemos abierto una ventana para despertar los deseos de cruzar el umbral. Esperamos que usted, amiga o amigo, retorne de ese viaje por las narraciones de Carmen Lyra, con la misma sensación que tuvimos cuando la leímos por primera vez: ¡el asombro y la admiración de haber hallado un tesoro escondido!

Isabel Ducca D.

Narrativa de Carmen Lyra

Relatos escogidos

Carne de miseria

Ahora me pregunto y no sé por qué, hoy, de pronto, cuando estábamos en la clase de lectura, la recordé y levanté mis ojos hacia el lugar vacío. Sigue el banco abandonado, solo; ya ella, mi pobre chiquilla, no volverá a ocuparlo. He sentido como si de allí saliera una bocanada de silencio, de un silencio de tumba que ha llenado mi alma de pena.

Mi libro, mis discípulas inclinadas sobre las suyas, el rumor agradable que formaban sus vocecitas, al confundirse, todo se extinguió para mí, ante aquel recuerdo que tan a menudo desciende y cae entre la sala como una lluvia de tristeza.

* * *

¡El día aquel!

Afuera el sol tan brillante, las montañas tan azulitas, el cielo tan puro y nosotras tan contentas. Yo reía y las pequeñas hacían coro.

—Hoy es un buen día –me decían–. ¡Qué ganas de trabajar!

De pronto entró Mencha, con su aire de triste triunfo, que tiene todo aquel que llega de primero con una noticia, por más dura que sea.

Me parece oírla, descargando como un puñetazo que atonta, la nueva triste.

—¡Murió Rosario!

Nadie contestó. Todas las cabezas se inclinaron agobiadas por aquel dolor.

En la sala reinaba una calma desconsoladora.

—Mejor que haya muerto –dijo una acercándose a mí–. ¡Estaba tan enferma!

Sus palabras cayeron entre aquel silencio y se perdieron en él.

Miré a mis discípulas. Todos los rostros estaban pensativos. Casi todas las cabecitas descansaban en las manos.

Volví los ojos al lugar abandonado, sobre el cual flotaría de aquel día en adelante la sombra de la muerte. La desoladora procesión de miradas de mis discípulas siguió tras las mías. “Nunca más la veremos aquí sentada”, dijeron aquellos ojos.

La que había sido su compañera estaba toda encogida en el extremo del banco y miraba con recelo a su lado.

—¿Recuerdan –dijo una– tan pálida y flaca que estaba?

—Nunca jugaba –añadió otra–, siempre silenciosa y quietecita. Nosotras la convidábamos, pero ella no quería. “No puedo –nos decía–, se me doblan las piernas”.

¡Ah! ¡Sí, la pobre figura flacucha y triste! Aquella cabeza que se abría como una flor de miseria entre las encantadoras cabecitas rientes de sus compañeras, estaba ante mí con sus cabellos lacios enmarcando el rostro amarillento y arrugado como el de una viejecita; los ojos hundidos, mirando con su mirada apagada, cual dos llamas que se concluyen; la boca entreabierta, de labios exangües, enseñando los dientes amarillentos, largos, y las encías pálidas.

—¡Rosario, triste chiquilla, tu niñez se acabó sin que la mariposa de la alegría hubiera venido a posarse sobre tu corazoncito!

Me parecía verla, en los ratos de recreo, apoyada en un árbol, mirando con sus grandes ojos jugar a sus compañeras. A veces su rostro se animaba, y sonreía al mirar algunas travesuras de las niñas.

—¿Por qué no juega, Rosario?

—No puedo. ¡Qué va!