No Hablamos De Emma - J.D. Barker - E-Book

No Hablamos De Emma E-Book

J.D. Barker

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Beschreibung

Nueva edición! ¿Cuándo se justifica un asesinato a sangre fría? La detective de Nueva Orleans Nikki Mayeaux ha decidido que es cuando un tecnicismo deja libre a un violador en serie. Hastiada y frustrada, esta última injusticia la lleva a un momento límite. Llega a la casa del monstruo con la intención de poner fin a su reinado de terror, solo para descubrir que alguien más llegó allí primero. Lo encuentra degollado, su cuerpo sin vida abandonado en el asiento delantero de su coche. Solo una persona lo quería muerto más que ella: su última víctima, una chica de solo dieciséis años que había desaparecido en los sórdidos bajos fondos del Barrio Francés, donde los residentes hacen todo lo posible por proteger a los suyos, incluso cuando el suyo es un asesino. ¿Cuándo está justificado un asesinato a sangre fría? Acabar con un asesino. Acabar con un policía. A veces, con ambos.

PUBLISHER: TEKTIME

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Veröffentlichungsjahr: 2025

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NO HABLAMOS DE EMMA

J.D. BARKER

E.J. FINDORFF

TRADUCTORA: Alicia Tiburcio

Copyright 2024 – J.D. Barker, E.J. Findorff

Miércoles

1

Las olas del lago Pontchartrain golpeaban el murallón, mezclando su rocío con la lluvia torrencial de Lakeshore Drive. Nikki recorrió las tres últimas manzanas sin encender los faros hasta aparcar detrás de un baño público en un área de descanso. La tormenta y el frío de enero, habían dejado la carretera desolada a las dos de la madrugada: las condiciones perfectas para librar al mundo de un depredador.

Febrero en Nueva Orleans podía llegar a ser gélido. Nikki apagó el motor y dejó que el fuerte aguacero invadiera sus oídos. El calor del interior se desvaneció rápidamente ante el frío exterior. Sus ojos recorrieron el entorno en busca de cualquier señal extraña, o testigos que pudieran haberla visto detenerse. Un relámpago iluminó la distancia de manera inquietante.

Un trueno posterior retumbó mientras unos guantes de látex se ajustaban cómodamente a sus dedos. Un pasamontañas de punto negro se deslizó sobre su cabeza, aplastando su coleta. Se le llenó la boca de saliva, síntoma evidente de náuseas. Luchar por contenerlo solo empeoraría la situación.

Se levantó la máscara lo suficiente para vomitar frente a su puerta. El resultado fue un puré de zanahorias baby, que le encantaba picar cuando estaba nerviosa. No sirvió de mucho para calmar su estómago. Se limpió la boca y cerró la puerta con cuidado.

Nikki temblaba de sudor bajo unos pantalones de chándal negros y una sudadera negra lisa con capucha. Sacó un revólver de caño corto de debajo de la ropa doblada que llevaba en el asiento del acompañante. Sujetó el arma en una funda de velcro en su tobillo derecho. Al no tener seguro, tenía que tener cuidado de no volarse el pie.

Se enderezó y volvió a mirar a su alrededor. A la izquierda, el lago oscuro se extendía hasta un horizonte más negro todavía. A su derecha, el dique cubierto de hierba ocultaba el barrio de Lakeview. Un escalofrío le recorrió la espalda cuando unos faros se deslizaron por la carretera. Su resplandor rojo trasero pronto se desvaneció.

Es normal que pasen coches al azar, se dijo a sí misma.

Su corazón latía con fuerza, ahogando incluso el sonido de la lluvia. Cuanto más pensaba en acabar con una vida, menos probable era que abriera la puerta, que subiera a aquel dique, expuesta a las inclemencias del tiempo y a posibles testigos.

Bebió un sorbo de agua para humedecerse sus labios secos. Tomó aire, llenando sus pulmones.

Vete a casa, Nik.

Colocó un paraguas negro sobre sus muslos, agarrándolo con fuerza. El objeto le servía de ancla, como algo real en un cuadro abstracto. Como cuando una borracha recostada en la cama coloca un pie en el suelo para detener el mareo. Como sostener la mano de su hermana pequeña mientras exhalaba su último aliento. Habían pasado tres años desde la muerte de Morgan y la sensación seguía presente en la punta de sus dedos.

La puerta del coche se abrió lo suficiente, lo justo para desplegar el paraguas al salir. La lluvia amplificada sobre el plástico sonaba como un filete chisporroteando, o como una silla eléctrica. El vómito de zanahoria había creado un pequeño charco junto a la lluvia caída, pero sus zapatillas de tenis baratas evitaron pisarlo al chapotear en el agua helada. Dando un paso, su tobillo izquierdo rodó sobre una botella, pero se detuvo. Seis centímetros más y el neumático habría aplastado el cristal y provocado un reventón, y ese hombre malvado seguiría con vida.

Fuera del sofocante coche, el entorno se volvió claro. Los latidos de su corazón se calmaron cuando recordó a las chicas que se salvarían con este acto. Se dirigió hacia el dique, desbalanceada sobre su lado derecho debido al peso del arma sobre su tobillo.

Se inclinó mientras ascendía por el resbaladizo dique. El paraguas flotaba sobre su cabeza mientras sus pies aplastaban la hierba irregular. El dique protegía el barrio de Lakeview de las mareas de las tempestades e impedía que cualquiera que disfrutara de la orilla del lago se adentrara en el vecindario.

En la cima de la pendiente había un sendero embarrado utilizado por corredores con restos de pisadas superpuestas. Mientras estaba en la cima, Nikki contempló las hermosas casas de la apartada calle curva. Tanto ella como las casas estaban protegidas y expuestas al mismo tiempo. Breves ráfagas de viento la animaron a seguir.

La majestuosa casa de Herman Napleton se erguía en el centro de la calle, a la vanguardia de la acomodada zona de Lakeview. Nikki imaginó que Napleton nunca había aprovechado estar tan cerca de la orilla del lago. Todo era cuestión de prestigio.

La luz de su porche no era un elemento disuasorio para los delincuentes, sin embargo, con las frecuentes patrullas, no llegaba mucho tráfico a esta calle. A lo largo del lado derecho de la casa de Herman Napleton, el camino de entrada conducía a un garaje para dos coches en la parte trasera. Cuando la gente pensaba en Nueva Orleans, no se imaginaba casas modernas en barrios acomodados.

Nikki descendía resbaló sobre la hierba hasta caer de espaldas con toda la gracia de un ciervo recién nacido. La fría humedad empapó su ropa inmediatamente. Genial. Al menos no se deslizó hasta el fondo.

Se enderezó, dando pequeños pasos sobre la grava. Unos faros la sorprendieron al acercarse a la calle. Se quedó paralizada, expuesta en la oscura tormenta sin ningún lugar donde esconderse. Permaneció inmóvil, mientras el Mercedes de Herman Napleton entraba en su casa. La puerta del garaje se abrió a la derecha. Era el momento perfecto.

2

La lluvia incesante obligó a Herman a concentrarse en la carretera. Cada vez que se detenía en un semáforo o en una señal de stop, el parabrisas se convertía en una pantalla de cine, reproduciendo los deformados globos oculares de la chica mientras él la ahogaba. Su respiración se había sentido tan mal y, sin embargo, tan bien.

Los limpiaparabrisas hacían lo que podían para despejar el diluvio, pero las farolas seguían siendo solo un resplandor difuso. El tráfico nunca congestionaba su barrio. Volver a casa sin problemas era un alivio, pero era previsible. Dentro del garaje seco, aparcó el Mercedes.

Una fuerza invisible tiró de su cabeza contra el asiento. Sus envejecidos reflejos no pudieron evitar que el cuchillo se deslizara por su frágil garganta. Fue testigo del chorro de sangre que salpicó el interior del parabrisas. Lo más extraño fue que no sintió dolor.

Una revelación se materializó mientras la luz se atenuaba y la muerte era inminente. Todo lo que Herman Napleton había hecho hoy, lo había hecho por última vez. ¿Habría elegido una cesta de marisco frito en lugar de ensalada? Se habría tomado el tiempo de disfrutar de sus huevos con sémola. Cinco minutos más debajo de los chorros de una ducha caliente.

Le habría pedido perdón a las mujeres que había matado, aunque solo le esperara el Cielo.

El cuchillo no se detuvo y se hundió en su estómago. Él no lo llamó dolor, sino devastación. El ataque cesó lo suficiente para que esta persona se deslizara entre los asientos y demostrara algo en su cara. Los ojos del atacante se encontraron con los suyos.

Por supuesto, eres tú.

3

Los pies entumecidos de Nikki esquivaban los charcos helados mientras cruzaba la calle hacia la puerta abierta del garaje de Herman Napleton. La ropa pesada y húmeda se le pegaba a la espalda. Una vez en el camino de entrada, se abrazó a la pared lateral de la casa, manteniendo el paraguas cerca de su cabeza. Se detuvo, todavía expuesta a la lluvia. Napleton aún no había salido del coche.

Los faros del Mercedes iluminaban la pared del fondo, formando sombras hostiles desde la estantería. Del tubo de escape salía un fino vaho. ¿Estaba borracho? ¿Se había dormido Herman Napleton al volante?

Nikki dejó un rastro de lodo hasta el garaje. No era demasiado tarde para darse vuelta y huir. Una vez que él la identificara, no habría vuelta atrás. No podía entrar en pánico y perder la razón. Dispárale y huye.

Herman Napleton parecía haberse desmayado contra el volante. Con el paraguas aún bajo, escuchó que Tom Jones cantaba su canción Pussycat desde el interior del coche mientras los débiles gases del tubo de escape le arrugaban la nariz. La puerta del lado del conductor se había abierto un poco, como si él hubiera intentado salir.

Se puso en cuclillas para sacar el revólver de caño corto de la funda del tobillo. Los músculos de los muslos le ardían como si hubiera hecho una serie completa de sentadillas. Se sentía como dentro de un programa de televisión. Sus dedos perdieron fuerza mientras rodeaban el arma. Sus manos temblaban hacia la cabeza de Herman Napleton.

—Solo tienes frío, —siseó entre dientes.

Cuando su dedo tocó el gatillo, la ropa empapada de Napleton le llamó la atención. Se inclinó para observar pero las sombras distorsionaban las formas. Un relámpago iluminó la escena, casi haciéndola apretar el gatillo. Entonces lo vio: la garganta de Napleton estaba rebanada. Sin pegar el rostro contra la ventanilla, vio sangre fresca en su ropa.

Observó un gran mango saliendo de su entrepierna: ¿un cuchillo de cocina?

El trueno subsiguiente hizo vibrar la tierra y la lluvia se precipitó sobre ella. Mezclado con las manchas de sangre de su cara, algo había sido escrito. Desde donde se encontraba no podía percibir qué. Podía ser un número o un símbolo.

Márchate.

Nikki se inclinó para mirar en el asiento trasero. El movimiento de una sombra llamó su atención. La puerta trasera se abrió golpeándola con fuerza, lanzándola contra la estantería antes de caer el suelo. A su alrededor comenzaron a caer objetos al azar. Los faros la cegaron.

En ningún momento soltó su arma. Nikki se retorció en el suelo junto a su paraguas arrugado. Una figura encapuchada salió del asiento trasero y se precipitó hacia la salida. Nikki no podía disparar sin exponerse.

— ¿Emma?

La figura se detuvo, aún de espaldas en la salida del garaje. La larga sombra de esta persona se extendía hacia la lluvia. El cuerpo vestido con ropas holgadas parecía ser de la talla de Emma. Tenía las manos enguantadas. Apuntó con su arma al asesino que no se daba vuelta. Su forma sugería que podía ser Emma Courtland.

—Dispararé.

La persona salió corriendo bajo la lluvia, empapada, sin que Nikki disparara un solo tiro.

— ¡Emma! —Nikki intentó ponerse de pie.

La canción de Tom Jones seguía sonado como burlándose de ella.

No entres en pánico, se dijo Nikki. No podía irse sin revisar la escena.

El arma volvió a su funda. Chequeado.

Nikki palmeó el llavero de su bolsillo con cremallera. Chequeado.

Recogió el paraguas destrozado. Chequeado.

Nikki utilizó el paraguas para ocultarse de las cámaras de video mientras abandonaba la propiedad bajo la incesante lluvia. ¿Por qué iba tan despacio? Solo la adrenalina la llevó al otro lado de la calle, hasta el dique. Arregló el paraguas doblado lo mejor que pudo, esta vez trepando a cuatro patas como un mono, casi tropezando de nuevo hasta llegar al otro lado.

Se detuvo a pocos metros de su coche para recuperar el aliento, conteniendo un eminente ataque al corazón. Se frotó el pecho sobre los rápidos latidos. La lluvia amainó. Sus pies la llevaron más allá de su coche aparcado hasta Lakeshore Drive, vacío de transeúntes. Cruzó la carretera hasta llegar al borde del murallón frente a las agitadas olas.

Arrojó primero el paraguas destrozado, golpeando el borde del agua antes de ser arrastrado. Esa no era la principal preocupación. Sacó la funda del tobillo con el arma, realizando su mejor lanzamiento de softball con su mano. Voló veinte metros hacia el lago. Aunque no había disparado ni una sola vez, el revolver debía desaparecer.

Su ropa le pesaba sobre su cuerpo mientras caminaba de vuelta al coche. No había actividad al otro lado del dique. Era la única persona del planeta allí. Abrió la puerta del acompañante con un toque en la manija. Sacó el llavero y lo lanzó hacia el asiento del conductor. Se quitó toda la ropa excepto su ropa interior, que metió en una bolsa de plástico de la basura. Lo último fueron unas zapatillas deportivas baratas que habían dejado huellas de barro en el garaje.

Se dejó caer en el asiento del acompañante para secarse los pies fríos. Un enorme escalofrío la dejó inmóvil por un momento. Con un enorme gemido, obligó a su cuerpo a deslizarse desde el lado del acompañante hasta el asiento del conductor. Encendió la calefacción al máximo. La ropa seca del asiento del acompañante fue un alivio, pero no logró detener sus temblores.

La canción de Tom Jones seguía grabada en su cabeza.

4

Keith Teague se reclinó en la bañera y se metió la pistola en la boca, apuntando al tronco encefálico. Sabía que si apuntaba al lateral de la cabeza tenía más posibilidades de sobrevivir. La gente se sacudía o se retorcía. Era probable que se desviara. Podía encontrarse conectado a una máquina o reventarse los nervios ópticos quedándose ciego y sin pensión.

Apretar el cañón con la boca no le provocó la misma reacción visceral que la primera vez que intentó suicidarse, hacía ya varios años. Aquel acto inicial y desesperado le había ofrecido una subida de adrenalina que nunca volvió a alcanzar. En este momento, era más como un ejercicio mecánico.

Disfrutó el momento. Una pistola en la boca lo relajaba lo suficiente como para pensar, lo cual no tenía sentido. Tal vez estar tan cerca de la muerte ponía la vida en perspectiva. Hacía que sufrir las partes difíciles fuera más fácil, sabiendo que apretar el gatillo acabaría con todo. ¿Qué importaba un día más si esto era todo lo que quedaba?

Las disculpas a Nik rondaban su cabeza. Ella lo había perdonado, pero aquellas palabras parecían huecas. Su lengua se dobló bajo el cañón del arma mientras tragaba. En lo más profundo de su subconsciente pensó que si no dejaba una carta explicando las cosas, no apretaría el gatillo.

Ya era suficiente.

Se colocó el arma sobre el pecho, presionando con la mano. Quedaba el residuo metálico del aceite para armas. Se inclinó hacia delante con la boca sobre el grifo, dejando que la saliva se escapase de su boca. El aceite del arma le cubrió la lengua. Escupió y enjuagó con agua del grifo.

Desde el salón se podía oír un trillado episodio de Los Simpson. Salió de la bañera, que consideraba su diván de psiquiatra. Terapia con armas, bromeó en su cabeza. La ola de culpabilidad pasó y la idea de hacer borrón y cuenta nueva. La lluvia había cesado, pero siempre se vislumbraban nubes más grises en el horizonte.

Sin previo aviso, su teléfono móvil sonó con un tono único que un compañero policía había descargado para él. La voz de Roy Kent, de Ted Lasso resonó con su característica aspereza británica.

—No. No. No…mierda.

A veces, jugaba a contestar justo después de la palabrota

Carraspeó, se dio una palmada en la cara y respondió a la llamada de su jefe en el segundo no de Roy Kent. —Tran, ¿a qué debo este placer mañanero?

—Pareces animado. ¿Ya te has levantado?

—Me despertó un rayo. ¿Qué te despertó a ti?

—Herman Napleton fue asesinado. Te necesito en la escena.

5

Seguía lloviznando cuando Nikki se detuvo en la acera de su edificio. El día anterior había estacionado en la calle para evitar las cámaras del aparcamiento. Desechadas todas las pruebas, no debía preocuparse. Cada detalle contaba.

Los vecinos se quejaron de que la cámara de vigilancia del vestíbulo estaba estropeada. Ella utilizó el punto ciego a su favor. Como ocurría a menudo en Nueva Orleans, algunos de los inquilinos más jóvenes llegaban a casa a todas horas, pero los testigos borrachos eran terribles.

¿Emma la golpeó para matar a Herman Napleton?

Nadie había llamado ni enviado mensajes. Su amable y siempre atento vecino de al lado se quedaba en casa a esas horas, pero no alcanzó a verla llegar. Se sentó envuelta en una manta en la mesa de la cocina, donde una rejilla de ventilación cercana le daba calor en los dedos entumecidos y arrugados de los pies. Las luces de la Crescent City Connection sobre el Mississippi se veían a través de la puerta corrediza de cristal de su balcón.

La brillante pantalla de un ordenador portátil estaba frente a ella. Se sumaba a la iluminación exterior. Abrió una vieja noticia sobre la acusación de violación de Emma Courtland contra Herman Napleton, publicada tres meses atrás. Emma no podía ser nombrada en la noticia, ya que era menor de dieciséis años.

El artículo se centraba más en la ineptitud policial que en la investigación. El reportero especulaba sobre cómo pruebas cruciales contra un hombre de negocios blanco y rico desaparecieron de la sala de pruebas como si hubieran sido maipuladas por unos idiotas ineptos. Nunca se presentaron cargos.

Pero, ¿y la copia del vídeo?, especulaba el periodista.

De alguna manera, el archivo se estropeó mientras estaba en la red segura del NOPD (Departamento de Policía de Nueva Orleans). La Fiscal de Distrito Simone Collins se negó a acusar a Herman Napleton, el dueño del Hotel Grand Esplanade. Nikki estuvo bastante en desacuerdo con la decisión de Collins.

Se apretó más la manta escocesa sobre el cabello rebelde y húmedo. El calor de su cuerpo aumentó lo suficiente como para detener los escalofríos. ¿Cómo sería su día cuandose supiera? Muchas cosas habían salido mal, pero al menos no había dejado nada en la escena. Incluso si la identificaban como la sospechosa que apuntaba con el arma, solo se sabría que había estado presente en la escena del crimen.

Bueno, excepto obstrucción a la justicia.

Nikki cambió a una pestaña relacionada con las redes sociales de Emma. No había publicado nada más allá del momento en que se adoptó el estilo punk callejero, hacía un año. El siguiente artículo marcado describía la infiltración de los punks callejeros en Nueva Orleans. Informaba al lector de los veinteañeros que recorrían el barrio, pidiendo comida y alcohol, acosando a los turistas. Casi ninguno era adolescente, pero no había ningún requisito de edad.

Emma tendría la misma edad que Morgan, la hermana pequeña de Nikki, si hubiera sobrevivido al accidente de coche. Estas dos chicas podrían haber sido buenas amigas.

Su lado rebelde había crecido en Nikki más de lo que ella podía admitir. Emma no era una sustituta de Morgan, pero tal vez solo un referente. Nikki compartió la angustia de Emma cuando la fiscal anunció la devastadora noticia de que no se acusaría a su violador. El fracaso del sistema judicial había sido la gota que colmó el vaso.

Junto al celular de Nikki había café rancio hecho en el microondas. Quiso preparar una cafetera nueva, pero no se sentía motivada. El amanecer llegaría pronto. Un repentino tono de llamada de los hermanos Neville la hizo volver a la realidad. La identificación indicaba Lan Tran.

Nikki disimuló su voz para parecer adormecida. —Lan, ¿qué pasa?

—Siento despertarte. Ha pasado algo, tómate un minuto para aclarar tu mente.

Nikki dejó pasar un momento. —Estoy sentada. ¿De qué se trata?

—Herman Napleton fue encontrado asesinado.

—Estás bromeando. —Ella se centró en la foto de Napleton en el artículo.

—Una de sus empleadas lo encontró muerto en el garaje. Teniendo en cuenta su compromiso y las circunstancias especiales, es hora de que la detective Nikki Mayeaux debute como jefa de homicidios.

— ¿Jefa? —Sus ojos ardientes se cerraron—. Bueno, me voy a levantar. ¿Supongo que no hay nadie detenido?

—No. A pesar de la víctima, sigue siendo un homicidio.

—Solo llevo un mes en la brigada. ¿Crees que debería llevar el caso?

—La Fiscal Simone Collins podría tener algo que decir al respecto, pero sí, lo creo.

— ¿Por qué se opondría la Fiscal del Distrito?

Se echó a reír. —Uh, tú Emma. De alguna manera todavía te culpa de que el móvil de Napleton desapareciera de la sala de pruebas y de que el vídeo se dañara.

—Que espere su turno.

—No te preocupes por Collins. No estarás sola. Voy a enviar a Teague para ayudar.

— ¿Tienes que hacerlo?

—Keith me dijo que ustedes dos arreglaron las cosas cuando te transfirieron. ¿Hay algún problema?

—Ningún problema. Sí, de acuerdo. Voy para allá. Um, ¿algo que deba saber?

—No hables con los medios.

Nikki cerró la computadora portátil. —Irónico, ¿no?

— ¿Qué?

—Me trasladaron de Víctimas Especiales por el caso Napleton, solo para acabar en Homicidios investigando su asesinato.

Lan bostezó. —Cosas raras que suceden.

Nikki terminó la llamada con un poco de alivio al saber que la policía no estaba llamando a su puerta. Era mejor que controlara la investigación. En el peor de los casos, podría tener que arrestar a Emma Courtland, una chica por la que había luchado mucho hacía unos meses. Su manta cayó sobre la silla mientras se levantaba apoyándose en sus débiles rodillas.

Después de que sus pies hubieran recobrado calor se dirigió al cuarto de baño. Un cepillo la ayudó a recogerse el cabello en una coleta y luego se aplicó un ligero toque de maquillaje y corrector sobre la irritación del pasamontañas. Suficientemente bien.

Iba a ser un día largo.

6

Nikki llegó a la escena del crimen de Napleton unos treinta minutos después de recibir la llamada del teniente Tran. Los policías del Tercer Distrito habían bloqueado la calle. Algunos curiosos madrugadores se reunieron en lo alto del dique, en las inmediaciones, desvaneciendo los rastros anteriores dejados por Nikki.

Los colores rojo y azul de las patrullas parpadeaban a ritmo de discoteca. La cinta de precaución colgaba de todo lo posible, abarcando la propiedad de los Napleton. Nikki esquivó a los uniformados con su placa colgada del cuello. Uno de ellos le indicó quiénes habían sido los primeros en llegar.

Nikki leyó la chapa identificadora con su nombre. —Buenos días, agente Pérez. ¿Qué tenemos?

Pérez aparentaba unos treinta años, con aspecto maduro. —El ama de llaves...

—El ama de llaves está bien, sigue.

—El ama de llaves. La dejaron a las 5:30 de esta mañana. Ella descubrió a la víctima en su coche en el garaje, pero lo encontró después de entrar en la casa. Dice que la casa estaba cerrada, pero la puerta derecha del garaje estaba abierta. La puerta izquierda del garaje estaba cerrada también. Llamó al 911.

— ¿No tocaron nada?

—Ella dijo que no. Mi compañero y yo aseguramos la escena.

—Espera, te necesitaré más tarde. —Nikki pasó junto a él, echando un vistazo a las cámaras de video instaladas en las esquinas delantera y trasera de la casa. Era su cuarta visita oficial a la casa desde la investigación de la violación. Sacó guantes de látex. Un agente le entregó bolsas de plástico para los pies.

El Mercedes seguía funcionando. Esta vez, un molesto locutor de radio ponía voz a algún estúpido programa matutino en lugar de a la canción que nunca volverá a nombrarse. Nikki abrió primero la puerta del acompañante. Metió la mano para apagar el motor.

El teléfono Android Galaxy de Napleton estaba en un soporte del tablero, salpicado de sangre. Lo sacó del soporte y pulsó el botón lateral, pero necesitaba una contraseña. La cara de Herman era imposible. Caminó hacia el lado del conductor y abrió la puerta.

Nikki tomó el dedo índice de la mano izquierda de Napleton y presionó la huella contra el sensor en una posición natural. El celular se desbloqueó.

—Genial, —susurró—. ¿Tienes algún video nuevo, Herman? —Ella buscó en su galería. No sería tan estúpido de guardarlos en su teléfono personal.

Tardó unos segundos en desbloquear la pantalla. Ella se acercó al cuerpo encorvado y lo colocó de nuevo en la posición en que lo había encontrado.

A continuación, Nikki necesitaba ver mejor la cara de Napleton. Sus dedos intentaron tirar de la cabeza hacia atrás, pero el rigor mortis impedía realizar cualquier movimiento. Hizo más fuerza y consiguió distinguir el número cinco que se extendía desde la parte superior de la frente hasta la barbilla.

— ¿Estás tocando el cuerpo?, —dijo una voz desde atrás.

El detective Keith Teague se cruzó de brazos, vestido con pantalones de vestir y chaqueta, ojeras oscuras bajo los ojos y bolsas azules sobre los zapatos. Su cabellera parecía peinada con algún producto. La barba le crecía en la cara como algas oscuras.

—Estoy segura de que a criminalística no le importará que haya echado un vistazo.

—Debes estar contenta.

— ¿Contenta?

—De que esté muerto. No sobre quién lo hizo.

Cambió de posición. —Ah, ¿y quién lo hizo?

Keith se golpeó la sien con el dedo enguantado. —Hmm, si usamos naipes para identificar a cada uno de los sospechosos...

—Es demasiado pronto para eso. —Liberó su rebelde coleta para volver a recogérsela.

—Tú tienes tus naipes con los sospechosos. Yo tengo los míos. —Fingió sostenerlas como en una mano de póquer—. ¿Tienes alguna de Emma Courtland?

—No puedo hacer esto contigo.

—Mírame. —Keith se puso serio—. Si tú y yo somos buenos, demostrémoslo.

— ¿Siguiéndole el juego a tus bobadas lo demostrarás?

Lo enfatizó como sosteniendo sus cartas. — ¿Tienes algo de Emma Courtland?

Nikki caminó cerca de los artículos caídos de los estantes. —No tengo la carta. Paso.

—Ahí está. —Keith parecía sincero, con esos ojos de cachorro que siempre suelen salirse con la suya—. Entonces, ¿estamos bien para trabajar juntos?

—Estamos bien. No va a ser lo mismo, deja de intentar parecer encantador. No lo necesito.

—Bien, mientras vayamos con pies de plomo.

Nikki sonrió con satisfacción. —Mira, admito que Emma es una posibilidad. Pero un hombre como Herman Napleton debe haber tenido muchos enemigos. Solo el video anónimo que me enviaron lo demuestra.

Presentó la evidencia del asesinato de Herman como un abogado en un tribunal. —Un cuchillo en la ingle es personal. Esa marca en la cara parece pintalabios negro, y Emma Courtland usa pintalabios negro.

—Asesinato resuelto, —cortó.

—Alguien afectado por un mal negocio no le clavaría un cuchillo en la ingle.

— ¿Te envió Lan a espiar?

—Para nada. Él solo quiere una segunda opinión.

Nikki le mostró la puerta trasera abierta refutando lo dicho. —El respaldo del asiento trasero está bajado. El asesino se escondió en el maletero, luego bajó el asiento para salir mientras aparcaba. Agarró la cabeza de Napleton por detrás, le atravesó la garganta con la hoja y luego le apuñaló el torso. Entonces, él o ella terminaron con él dejándolo todo ensangrentado.

—Y se tomó el tiempo de escribir el número cinco en su cara.

— ¿Puedes asegurar que es un cinco?

—Bueno, mira cómo empieza. —Su dedo hizo un trazo al aire mientras hablaba—. Y luego baja, y si usas tu imaginación, puedes adivinar que es un número. Parece la parte superior de un cinco.

Parpadeó varias veces. —Qué maravilloso eres.

—Eso afirmo todos los días. —Continuó—: ¿El número cinco tiene algún significado para Emma?

Nikki se inclinó cerca de él. —No digas su nombre en público hasta que esté confirmado.

—Tienes razón. Entonces, ¿qué opinas de los objetos que cayeron de la estantería allí?

— ¿El asesino perdió el equilibrio?

Tres miembros de criminalística entraron en el garaje llevando sus equipos. Troy Ozwald lideraba el equipo, al que en toda la Central llamaban como Oz. Era de mediana edad y parecía tranquilo gracias a que tenía una hija preadolescente. Nikki agradeció que su equipo estuviera trabajando.

Se peinó el fino pelo rubio californiano hacia atrás con los dedos. —Buenos días, detectives. ¿Quién lleva la voz cantante esta bonita mañana?

—Yo. ¿Puede alguien traer una ronda de café?

—Avísenme si encuentran a algún imbécil. —Oz se alejó para instruir a los otros técnicos forenses y al fotógrafo sobre dónde empezar. Se volvió hacia Nikki—. ¿Algo fuera de lo común?

— ¿Por dónde empiezo? ¿Puedes procesar su teléfono primero? Además, quiero mantener el cinco escrito en negro de su cara fuera de los medios. Díselo a tu gente.

Keith añadió: —Nikki le movió la cabeza.

—Chismoso. Te pegaban mucho en el colegio, ¿no? —Cayó en su vieja forma de tratarlo sin darse cuenta.

—Se amable. —Oz le ofreció una expresión paternal—. ¿Ves esos guantes que lleva, Keith? Seguro que no ha dejado huellas.

—También apagué el motor.

—No hay problema.

Mientras Nikki y Keith se dirigían a la casa, el agente a cargo, Miguel Pérez, se acercó alegremente con un uniforme planchado. — ¿Qué puedo hacer, detectives?

Nikki extendió el brazo. —Encontrar a algunos ayudantes e interrogar a los vecinos sobre cualquier cosa que hayan oído o visto.

Pérez retrocedió, diligente con sus obligaciones.

—Espera, Nikki, —Oz gritó—. Tienes que ver esto.

— ¿Qué hay?

Oz levantó una pequeña zapatilla deportiva ensangrentada con ribetes amarillos. —Estaba escondida bajo el asiento del acompañante. ¿Quizás se cayó mientras el sospechoso corría?

— ¿Hay otra zapatilla? —Preguntó Keith.

—Todavía no he encontrado otra. —Oz la sujetaba por el cordón.

Un cosquilleo imaginario se extendió por los pies de Nikki. —Nadie saldría descalzo en esa fría tormenta si no tuviera que hacerlo.

7

El ama de llaves fue interrogada mientras estaba sentada en una banqueta en una espectacular cocina con adornos blancos y negros. El refrigerador se integraba perfectamente en los módulos. Nikki dejó a un lado su observación propia del canal HGTV y dedicó a la joven ama de llaves, Cristal Domínguez, su más cálida sonrisa. Una taza tibia servida de una elegante máquina de café expreso esperaba sobre la encimera de mármol.

Nikki la miró desde el lado opuesto de la isla. —Entonces, señorita Cristal, ¿preparó este café antes o después de encontrar al señor Napleton?

Cristal hablaba con un acento hispano que Nikki no podía ubicar. —Lo hice antes.

— ¿Cuándo se dio cuenta de que el señor Napleton no estaba en casa?

Cristal frunció los labios indicando que estaba tratando de mantener la compostura. —Siempre está levantado cuando hago café. No hace ruido, así que fui a ver. No estaba en el dormitorio. Miro fuera y la puerta del garaje estaba abierta. —Se detuvo antes de llorar.

—Su muerte es impactante, Srta. Cristal, pero necesito saber si algo fue alterado aquí esta mañana... ¿Algo extraño le llamó la atención?

—Todo normal. ¿Quién le hizo esto a un hombre tan bueno? —Preguntó Cristal.

Nikki tragó saliva ante su reacción al considerarlo un hombre agradable. —Supongo que el Sr. Napleton era bueno con usted.

—Muy bueno.

—Odio ser tan directa. ¿Alguna vez la obligó a tener relaciones sexuales?

Sus profundos ojos marrones se abrieron de par en par. —Oh, no. ¿Por qué pregunta algo así? Me ayudaba a enviar dinero a El Salvador.

—Una cocina como esta debe tener un buen juego de cuchillos culinarios. ¿Dónde los guarda el Sr. Napleton?

—Allí. Solo hay que dar un empujón. —Cristal señaló un gran cajón entre el fregadero de acero inoxidable y la cocina Viking.

Nikki usó el nudillo para empujarlo un poco. Se abrió solo con un suave clic. Dentro había una vitrina de madera hecha a medida, con estrechas ranuras para cada cuchillo. No faltaba ninguno. Los mangos no coincidían con el utilizado en el asesinato. —Son hermosos.

— ¿Lo mataron con un cuchillo? —Cristal se apretó el pecho, visiblemente afectada.

— ¿Alguien había amenazado al Sr. Napleton?

Los ojos de Cristal se desviaron. —Sobre sus... problemas, intentaba ser reservado.

— ¿Problemas?

—La, ah, falsa mentira-verdad. —Sus mejillas se sonrojaron—. Qué pena. Le hizo daño. La Sra. Napleton se mudó. Esa chica apareció.

— ¿Qué chica?

—Esa chica mentirosa. Vino varias veces. Se paró en el césped. Se quedó mirando la casa. Se lo conté al Sr. Napleton. Me dijo que no me preocupara. Le dije que sí me preocupaba.

Nikki le mostró una foto de Emma en su celular. — ¿Esta chica?

—Sí, pero estaba muy maquillada. —Su mano se arremolinó alrededor de su cara—. Maquillaje oscuro. Asustaba.

— ¿Cuándo fue la última vez que la vio?

—El sábado, sí. —Gira la cabeza y mira al techo—. ¿Qué hago ahora? ¿Va a volver a vivir aquí la Sra. Napleton? Yo le caía bien.

—No lo sé. —Nikki se compadeció de ella.

Keith entró en la cocina, guardando su móvil. —He puesto al día a Tran. Te importa si le pregunto a la señorita...

—Cristal, —dijo el ama de llaves.

—Señorita Cristal. ¿El Sr. Napleton tenía un llavero extra para el Mercedes?

Señaló un cajón de la esquina. —Todas las llaves se guardan allí.

—Empuja y se abre, —explicó Nikki—. ¿Crees que el sospechoso lo tenía?

—Oz encontró una segunda llave. —Todavía enguantado, Keith usó el pulgar para presionar el cajón. Golpeó unos cuantos cachivaches—. Buscaremos huellas en los cajones.

— ¿Ninguna llave?

Nikki no contestó. — ¿Esa chica, Emma Courtland, entró alguna vez en la casa?

Sacudió la cabeza. —No mientras yo he estado aquí. No.

—Emma debe haber estado aquí en algún momento.

—Keith. —Se movió detrás de Cristal, haciendo una mueca.

—Oh, perdón. No quise decir eso.

—Vuelvo enseguida, Srta. Cristal. —Nikki llevó a Keith del brazo a la sala de estar—. ¿Seguro que eres detective? No hables de sospechosos o pruebas delante de testigos.

Se pellizcó el puente de la nariz. —Culpa mía. Estoy acostumbrado a los asesinatos de bandas o a los asesinatos domésticos. A nadie le importa una mierda lo que digamos allí.

—No estoy tan segura de que Lan no quiera que te haga de niñera. El centro de atención estará sobre nosotros de aquí en adelante. Yo soy jefa, no tu ex-novia. La prensa está obligada a encontrar a Emma y hacer preguntas. Discreción, por favor.

Sus hoyuelos aparecieron. —Eres guapa cuando resuelves asesinatos.

Nikki tomó aire. —Así que, nuestro NN...

—NN. Entonces vendrá el FBI.

Ella lo ignoró. —Nuestro sospechoso de alguna manera se las arregló para conseguir el llavero a menos que Mary Napleton se lo llevara cuando se mudó.

—Tenemos que interrogar a su mujer.

—Gracias por el dato. Vamos. Registremos la casa.

La decoración de la casa de Herman Napleton reflejaba el Hotel Grand Esplanade, del cual era dueño. Nikki supuso que su esposa Mary podría ser la responsable del diseño interior. Se exhibían artículos de Mardi Gras, recuerdos de Nueva Orleans, así como cuadros impresionistas y arte moderno.

Tenía un cuadro Perro Azul de Rodrigué, otro símbolo de estatus. De la pared principal colgaba un espejo gigantesco con el nombre Grand Esplanade grabada en el cristal. O Herman no pasaba mucho tiempo en casa, o Cristal la mantenía perfecta.

—Ningún juguete sexual raro, —dijo Keith, saliendo del dormitorio—. Nada fue alterado. Diría que no fue un robo.

—Ven a ver esto. —Nikki abrió la puerta de una pequeña habitación que contenía varios monitores apilados. Un CBU de computadoras estaba debajo de una mesa. A pesar de todas sus ganas de destruir el disco duro, Nikki sabía que no se había equivocado. —Es la sala de seguridad de Herman con video. Ve a buscar a Oz.

8

Un cosquilleo en la cara de Dread lo despertó. Se frotó la mejilla y maldijo cuando el insecto rebotó en sus dedos. Una cucaracha salió disparada hacia el refugio más cercano. Aquellas criaturas voladoras eran lo más molesto de Nueva Orleans.

Se tapó la cabeza con la manta en un intento de seguir durmiendo. Cada cosquilleo o picor se sentía como si un insecto le estuviera recorriendo el cuerpo. Ambos brazos empujaron las mantas hasta su cintura con disgusto. Los otros chicos marginales del almacén dormían a pierna suelta, muertos para el mundo. La mayoría no se despertaba hasta el mediodía.

Dread a veces dormía con la ropa puesta. Unos vaqueros holgados, una camiseta rota y una sudadera azteca de imitación con capucha lo abrigaban lo suficiente durante el invierno sureño. La axila le apestaba, así que no levantaba los brazos. El desodorante no se encontraba entre los artículos de aseo de los chicos itinerantes.

Al revisar su móvil en la mañana vio que nadie se había puesto en contacto con su teléfono prepago.

Se rascó la barba de tres días. A pesar del dolor, pronto tendría que volver a hacerse las rastas con la palma de la mano. Tal vez su afro podría ser natural. Su propio bostezo lo tomó por sorpresa.

Antes de calzarse las botas, las dio vuelta y palmeó las suelas, por si más cucarachas habían intentado encontrar un hogar. Su cuello crujió cuando se estiró a derecha e izquierda. El hambre le encogía el estómago. Se le antojó una hamburguesa de Lucky Dog.

Su madre, cuando estaba sobria, le cocinaba tortitas los fines de semana en Oklahoma. Eran voluntarios en el refugio cuando ella estaba sobria. Su sobriedad parecía una montaña rusa. Una noche, un cliente la mató en un callejón.

Nunca conoció a su padre, ni a un padre, en tal caso. Huir de una mala situación era una historia común en estos chicos marginales, que no eran chicos en absoluto.

El almacén vacío del West Bank ofrecía refugio de primera calidad, como si todos ellos fueran cucarachas. Cada colchón representaba un espacio privado de cada chico marginal. Entre ellos se observaban obras de arte originales hechas por estos chicos, libros y comida. El líder llamado Rot gobernaba el almacén, así que todos se respetaban. En su pequeño reino, el Rottweiler llevaba la corona.

Dread esquivó objetos desechados en el suelo de camino al rincón de Emma. La aceptaban a pesar de ser tan joven. Alguien le había puesto el nombre de Pequeñita, pero no encajaba. Emma usaba su verdadero nombre. Su colchón estaba vacío. Su mochila había desaparecido.

Los escalones de metal industrial conducían al pasillo del segundo piso. Nadie se inmutó ante el golpeteo de las suelas de Dread sobre las rejillas. Sus anillos repiqueteaban cada vez que se agarraba a la barandilla. Algunos de los chicos se movieron. La visión de una decena de personas viviendo en condiciones de comunidad lo reconfortó al saber que no estaba solo.

Llamó a la puerta antes de encontrarse con Rot y la compañía que había traído a su habitación privada. Ambos estaban desnudos bajo las sábanas. Había parafernalia de drogas esparcida por el suelo. Había ropa por todas partes.

Rot medía más de metro ochenta, con grandes músculos que lucían varios tatuajes sobre una piel bronceada. La chica pálida parecía frágil. A Dread le pareció translúcida y joven. El hedor a sexo llenaba la habitación como una vela perfumada.

— ¿Qué? —Se dio vuelta y tiró de la manta para quitársela a la chica, dejando al descubierto sus pechos. La guapa chica no mostró ni un ápice de pudor.

— ¿Has visto a Emma? —Dread se apoyó en la puerta.

Rot levantó las mantas. — ¿Emma? ¿Estás aquí, chica? —Miró a su cita—. ¿Dónde está Emma? ¡Aquí, chica! —Silbó, esperando un comentario que no llegó—. ¿Cómo carajo voy a saberlo?

Los párpados de Dread cayeron. —Nunca se levanta tan temprano. Estoy preocupado.

—Te preocupa que tu princesa de piel color café se cogiera a alguien y no volviera anoche. No quieres apretar el gatillo porque te asusta la ley. Ella se escapó de ti.

—Que te jodan, hombre. Me voy.

—Oye, ¿hay café ahí abajo?

— ¿Tengo pinta de Starbucks?

— ¿Por qué no nos haces un café, cabrón?

—Me voy.

— ¡Oye, oye, oye!

Dread volvió a la habitación con ligero interés.

Rot agitó la mano sobre la chica desnuda. — ¿Qué te parece Flower? Es un año más joven que Emma, y la policía no me ha puesto las esposas.

—Eso no es algo de lo que estar orgulloso.

— ¿Tú estás orgulloso? Voy a llevarla a The Crush para que Percy la vea. Hermosas tetas, ¿verdad?

—No me preguntes eso. —Dread mostró cierta compasión—. ¿Tienes quince años?

—Y cuatro meses. —Encendió un cigarrillo.

—Jesús... —Dread se frotó el puente de la nariz.

Rot se inclinó hacia ella. —Recuerda. Fuera de estas paredes, tienes dieciocho años, nena. —Volvió a mirar a Dread—. Percy tiene que dejarla bailar.

—Sería estúpido si te dejara entrar. No te ofendas, Flower. Rot, estás de diez a veinte años de cárcel sin libertad condicional.

La chica frunció el ceño. —He estado con hombres mayores.

—Encontré a Flower fuera de Tipitina's. Cuando vi esta cara, este cuerpo, dije, vamos a ganar dinero.

Dread se apartó del marco de la puerta. —Cuidado con este tipo. Es un manipulador y rompecorazones. Y no de una manera romántica.

—Tienes razón. Es un controlador. —Ella soltó una risita.

— ¡Vamos! —Rot lanzó un vaso de plástico vacío a Dread que casi le da.

Dread salió del almacén del West Bank, convenientemente situado cerca del río, frente al Barrio Francés. Podía ver la conexión con Crescent City si se ubicaba en el tejado del almacén. No disponía de transporte inmediato. Necesitaba caminar varias manzanas para tomar el ferry que cruzaba el Mississippi. Se metió las manos en los bolsillos y emprendió su camino.

Recorrer las calles le dio a Dread tiempo para despejarse. Inspiró y expiró, liberando una bocanada de vapor. Emma había estado fuera toda la noche. Se le hacía un nudo en el estómago a medida que pasaban las horas y ella no aparecía. Una chica de dieciséis años necesitaba protección en su mundo. Emma necesitaba a alguien que se asegurara de que un tipo como Rot no le hincara el diente, como con Flower.

Curioso, se había ido de Oklahoma para no preocuparse por nadie nunca más.

9

El vídeo de vigilancia de Herman Napleton revelaría los errores cometidos por Nikki y también por Emma. Nikki y Keith esperaron en la escena del crimen de Napleton a que Oz se cambiara los guantes y los botines. El ama de llaves mantenía una conversación unilateral en español en la cocina. Cuando se hizo evidente que Oz no vendría enseguida, Nikki se sentó para calmarla.

Keith miró por la ventana. — ¿Saliendo con alguien?

—No hace falta que llenes el silencio.

—Solo curiosidad.

Oz entró en la habitación con cara de emoción. —Tenemos el video. Perfecto.

—Sí, nunca le pasa nada malo a los videos.

—No lo arruinarás, ¿verdad? —Oz la miró—. El malware que destruyó el video procedía del teléfono que lo grabó.

—Y el teléfono desapareció.

—El técnico renunció, e instalamos una nueva protección antivirus. No volverá a ocurrir.

Nikki preguntó: — ¿Tienes que llevarte el aparato a tu oficina para descifrar la encriptación?

Oz hizo girar el CPU y localizó una lista de contraseñas tachadas pegada con cinta adhesiva a un lado de él. —No estoy preocupado por los hackers. Haré una serie de pruebas para asegurarme de que no haya nada dañino.

—Estupendo.

Con tres clics del mouse, se reprodujo un video de esa misma mañana. Las lentes de la grabadora exterior tenían cubiertas, lo que ofrecía una visión clara del Mercedes de Herman entrando en la propiedad bajo la lluvia torrencial. La cámara trasera seguía captando imágenes. La mayor parte de la pared trasera del garaje no se veía.

—Es una buena instalación de Lorex. Es continua, lo que la mayoría de la gente no hace. —Oz miró a ambos—. Está grabando en un bucle de cuarenta y ocho horas.

Keith preguntó: — ¿Por qué no graba ninguna actividad?

—Los detectores de movimiento tienen un alcance menor que la visión real de la cámara.

Nikki se dio cuenta. —Así, la grabación continua captará cosas que el detector de movimiento no, como una persona cruzando la calle.

A pesar de la fuente de iluminación del garaje, el video era oscuro y distante. Las luces de freno del Mercedes brillaron unos instantes y luego se apagaron. Segundos después, Nikki se vio a sí misma en la pantalla, oculta bajo el paraguas. Contuvo la respiración.

— ¿Qué, qué? —Dijo Keith—. ¿No estaba el asesino en el coche?

—No lo sé. Eso pensé. Ve a la cámara frontal, Oz. Uno o dos minutos antes.

Mientras se reproducía, distinguieron una imagen que caía por la ladera del dique. Luego, la figura cruzaba la calle.

Keith dijo: —Vinieron del otro lado del dique. Deberíamos hacer que los uniformados registraran toda la zona que lleva al lago.

—Precintaré el dique. Cuando el suelo se seque, podría haber algunas huellas de zapatillas que nos sean útiles. No es una posibilidad, pero sonaba bien.

— ¿Avance rápido?

—Sí, deja que siga. —Nikki se centró en Keith observándolo de reojo. El video estaba recortado en la parte superior de la puerta del garaje, solo permitiendo una visión borrosa de la mitad inferior de Nikki.

—No estoy seguro. ¿Es una pistola?

—Eso parece, —dijo Nikki—. Napleton podría tener una herida de bala que no vimos.

La puerta trasera del vehículo se abrió con fuerza, sacando a Nikki fuera de cuadro. El resto del video se reprodujo con un individuo con ropa holgada huyendo de la propiedad tras detenerse en la entrada.

—Tenías razón. El asesino se escondió en el maletero. Lo mató desde el asiento trasero. Sigue sin explicación el invitado misterioso o la persona a la que le falta una zapatilla. ¿Notaste que se detuvieran en algún momento? —Preguntó Keith.

—Es como si hubieran oído algo. ¿La otra persona gritó? —Nikki se preguntó en voz alta.

—Lástima que el audio no lo tomó.

Oz intervino. —De cualquier manera, ambos escaparon sin mostrar sus rostros. Podemos analizarlo mejor con el software que tengo en mi despacho, pero por mi experiencia, no voy a averiguar gran cosa.

Nikki volvió a hacerse la coleta. —Esto es algo inesperado.

— ¿Una segunda persona quería matarlo? —Keith reflexionó.

—Un tipo popular, —dijo ella—. Todavía tenemos una tercera persona sospechosa, también. Ambas personas tenían sus zapatillas.

—Cierto, las tenían puestas, —estuvo de acuerdo Keith.

—La persona del asiento trasero, el asesino, es más o menos del tamaño de Emma.

—Sí, lo es.

—Bien, Oz. Vuelve a cuando Herman dejó la casa. Establezcamos una línea de tiempo.

—Sí. —Dejó escapar una palabrota cuando el video saltó demasiado lejos en un gran lapso de tiempo, deteniéndose cerca del mediodía. Una joven entró en escena, de pie delante de la casa.

—Esa es Emma, —soltó—. El ama de llaves dijo que venía a veces.

—Si vas a asesinar a alguien, es inteligente hacer un simulacro, ¿verdad, Nik?

Cierto. La cara de Nikki se sonrojó. —Tendremos que examinar todo esto en la comisaría.

—Haré una copia. —Oz giró en la silla para enfrentarse a ellos—. Nos llevaremos la grabadora.

— ¿Por qué esconderse en la parte trasera, —preguntó Keith—, cuando podrías esperarlo en la propiedad? ¿Matarlo cuando saliera del coche como planeó esta segunda persona?

—Se asegura que nadie la rastree hasta la escena.

—Eso es premeditado.

—Estoy de acuerdo. —Oz tiró de los cables del ordenador.

— ¿Y si no se estaba escondiendo? ¿Y si Napleton sabía que ella estaba allí atrás pero no se imaginó que ella quitaría el respaldo del asiento trasero?

Nikki frunció el ceño. —Lo más probable es que no la llevara a su casa.

—Además, no la dejaría llevar un cuchillo.

—No, no lo haría. —Nikki se detuvo para contestar su celular mientras Aaron Neville entonaba el tono de llamada—. Hola Lan, ¿marcaste el número equivocado? Keith está aquí leyendo su libro Detección para Principiantes.

—Parece que se llevan bien.

—Estamos viendo los videos de la casa de Napleton. Pondré todo esto en mi informe.

—No estoy llamando con ninguna novedad. Una mujer fallecida fue reportada bajo el paso elevado de la I-10 en Claiborne.

—Estamos un poco ocupados aquí.

—Entiendo, Nik. Pero querrás ir para allá. Keith me dijo lo que Oz encontró en el auto. A esta víctima le falta una zapatilla.

10

Situado en el límite del Barrio Francés, el tramo de Claiborne Avenue que bordeaba la elevada I-10 era deprimente de día y sórdido de noche. Debajo de la interestatal había una amplia extensión de hormigón, solo interrumpida por enormes columnas. Allí estaban aparcados vehículos municipales y maquinaria de construcción, pero la gran superficie se había utilizado para cualquier cosa, desde una ciudad de tiendas de campaña hasta una exposición de coches.

Nikki fue la primera en llegar, tras sugerirle a Keith que parara en un P.J.'s a buscar un café. Él se ofreció sin chistar. Las bocinas y los motores acelerados del tráfico matutino resonaban en todas direcciones bajo la interestatal.

Una mujer policía interrumpió su conversación con otros tres agentes para ir al encuentro de Nikki. La placa de identificación que llevaba prendida en el uniforme decía L. «Jonesy» Jones. Medía casi dos metros y tenía una gran simetría facial. Llevaba el cabello castaño recogido en un moño. Estaría guapa después de un día de peluquería. Jonesy acompañó a Nikki hasta el lugar donde se encontraba la chica muerta.

—La encontraron hace media hora. —La policía sopló aliento caliente en sus manos, deteniéndose ante una larga hilera de barreras, que eran divisores de hormigón utilizados para desviar el tráfico.

Nikki captó su aprensión. — ¿Qué hay, Jones?

—Todo el mundo me llama Jonesy. —Su mano hizo un gesto hacia el cuerpo—. Tiene mordeduras de rata... No necesito esa imagen metida en mi cabeza.