No me delates - NAIARA PHILPOTTS - E-Book

No me delates E-Book

Naiara Philpotts

0,0

Beschreibung

"NUNCA OLVIDES QUIÉN ES EL VERDADERO PROTAGONISTA. Aisha Miau es un fenómeno de Viewtube. Pero detrás de las cámaras y los aros de luz, tan solo es... Vibel. Y nadie puede saberlo o Aisha estaría acabada. Cuando el primer día de clases cree que nada más podría salir mal, Vibel conoce a Ezra. El carismático chico nuevo con ojos como el mar que... ... halló su teléfono perdido. Descubrió su identidad secreta. Y ahora la tiene en sus manos. Pero lo que empieza como una amistad a la fuerza, entre tensiones, risas y percances, hace que la chica comience a cuestionarse todo. Si sus dos mitades son igual de importantes, ¿por qué su vida gira en torno a su alter ego famoso? Para poder descubrir quién es realmente, Vibel deberá hacer las paces con Aisha. Y allí estará ese chico dulce, tonto y terriblemente perseverante para sostenerle la mano mientras aprende que ella también merece vivir su propia gran historia."

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 556

Veröffentlichungsjahr: 2025

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



NUNCA OLVIDES QUIÉN ES EL VERDADERO PROTAGONISTA.

 

Aisha Miau es un fenómeno de Viewtube.

Pero detrás de las cámaras y los aros de luz, tan solo es… Vibel.

Y nadie puede saberlo o Aisha estaría acabada.

 

Cuando el primer día de clases cree que nada más podría salir mal, Vibel conoce a Ezra. El carismático chico nuevo con ojos como el mar que…

 

… halló su teléfono perdido.

Descubrió su identidad secreta.

Y ahora la tiene en sus manos.

 

Pero lo que empieza como una amistad a la fuerza, entre tensiones, risas y percances, hace que la chica comience a cuestionarse todo. Si sus dos mitades son igual de importantes, ¿por qué su vida gira en torno a su alter ego famoso?

 

Para poder descubrir quién es realmente, Vibel deberá hacer las paces con Aisha. Y allí estará ese chico dulce, tonto y terriblemente perseverante para sostenerle la mano mientras aprende que ella también merece vivir su propia gran historia.

Naiara Philpotts

Buenos Aires (1995). Es editora y autora. Escribe desde los 11 años. Es fanática de las historias de fantasía, romance y ciencia ficción. Si no está escribiendo, probablemente esté jugando videojuegos, maratoneando una serie o viendo documentales de true crime. También se hypea con animes y mangas shonen, shojo y seinen (si tienen gore, mejor).

Tiene dos gatos, Mitu y Gatete (cat lover).

Es usuaria verificada de Wattpad. Publicó su primera novela No sigas la música (Penguin Random House) en 2023, la cual ganó dos premios Wattys.

 

¡Visítala!

@naiiphilpotts

Para los que sienten que ser uno mismo nunca es suficiente.

   

   

PLAYLIST

Ver aquí

CAPÍTULO 1 Comienza la magia

Secrets – One Republic

–¡Carajo! Se me metió adentro. –Me giro a mirarlo y una sensación de sorpresa me recorre. Quiero asesinarlo–. ¡Quítalo! ¡Me duele!

Suelto un suspiro y, por un instante, lo ignoro. ¿Cómo puede ser que, después de años usando lentes de contacto, aún no sepa ponérselos? Termino de atar mi cabello en una coleta alta y me levanto del sofá. Todavía falta que me ponga el millar de horquillas que sujetan mis mechones rebeldes. Si seguimos así, no vamos a terminar más.

Me acerco a él, que sigue dando saltitos de desesperación frente a su escritorio, y revoleo los ojos con pereza.

–A ver... ¡quédate quieto! –demando. Necesito que aparte las manos de sus ojos o no podré hacer nada–. En serio. ¿Otra vez? Lo tienes debajo del párpado. Eres un imbé...

No puedo continuar la frase. Ver a Brolin con los ojos llorosos y lágrimas en sus mejillas me deja sin aliento por un instante. Por mero acto de empatía e imitación, mis ojos se empiezan a aguar. Tengo que parpadear con rapidez porque no quiero que se me corra el maquillaje.

–Siéntate –le pido con seriedad–. Te aseguro que esta será la última vez que te ayudaré.

–Creo que... –hace una pausa para soltar un chillido de dolor mientras se reclina en su silla gamer–... ya van tres o cuatro veces que te oigo decir eso.

Niego con la cabeza y, como si fuera una cirujana, lo obligo echar el cuello para atrás. Tomo aire y lo contengo. Con las yemas de mis dedos le levanto el párpado y, con suaves movimientos, trato de enderezar la lentilla. Lo hago con delicadeza y mucho cuidado, no quiero lastimarlo. Temo rasguñarlo con mis largas uñas.

Luego de unos críticos segundos y de escuchar a Brolin decir que se quedaría ciego, consigo mi cometido. La lente colorida se da vuelta y se desliza hasta quedar en su posición. Aparto mis manos de él y, sin darme cuenta, suelto el aire que tenía contenido.

–Vibsha –chilla, alargando la A de aquel estúpido apodo, mientras, parpadea como un desquiciado–. ¡Me salvaste! ¿Ves por qué odio usar estas mierdas?

–Entonces no las uses –le digo mientras me giro para continuar con mi peinado.

No responde. Sin embargo, me detiene y me abraza por la espalda.

–Gracias, Vibsha. –Por un instante, mi corazón da un vuelco: sigue siendo un chico. Inspiro para calmar las emociones que se despiertan en mi cuerpo hasta que me doy cuenta de que huele a naranjas y chocolate. Saboreo por un instante, pero frunzo el ceño.

Qué asco. ¡Es la culpa de los estúpidos caramelos que está promocionando! Lo miro a los ojos y me devuelve una mirada felina. Literalmente. Porque sus lentes de contacto simulan ser los ojos rasgados de un gato.

Lo aparto quitándome sus brazos de encima, como si removiera una sanguijuela de mi cuerpo. Él se ríe de mí y toma un pañuelo descartable para terminar de secarse las lágrimas. Niego con mi cabeza y continúo arreglándome sin prestarle mayor atención.

–Será mejor que nos apuremos –le digo–. No puedo quedarme mucho tiempo hoy. Tengo que volver al colegio.

–¿Es necesario que vayas? –comenta con un dejo de reproche en su voz. Sé que le molesta trabajar a las apuradas y aún no se acostumbra a que mis vacaciones terminaron.

–Sep. Soy menor de edad. Recuérdalo. Además, es el tercer día de escuela y ya falté a tres clases –informo con desgano mientras termino de recogerme el pelo con las horquillas.

–Pero no por mí...

–Lo sé, pero yo hoy no debería estar aquí. Si no fuera por la porción de video borrada, no tendríamos que repetir lo que ya grabamos.

Veo cómo se tira en su cama y me regala la carita de perrito mojado que vuelve loca a sus fans. Lo ignoro como al pronóstico en un día de lluvia cuando me advirtieron que lleve paraguas. Sigo con lo mío. Tomo mi peluca aguamarina y me la coloco procurando que no se vean los mechones castaños de mi pelo real.

Luego, me concentro en el maquillaje. Necesito mi labial turquesa, pero en mi portacosméticos no está. Lo más probable es que lo haya dejado en casa. Por si acaso, decido levantarme e ir a revisar mi mochila. Con suerte, se cayó en el fondo o algo por el estilo.

Mientras estoy agachada en el suelo, Brolin se para de un salto y se me acerca como un niño que quiere un juguete. Con falsa timidez, me pregunta si tengo un lápiz delineador negro o marrón. Pongo mis ojos en blanco, porque es obvio que sí tengo, y le aviento mi estuche antes de que se ponga fastidioso. El gesto lo toma por desprevenido y le pego en la cara. Él tiene su propio set de maquillaje, pero siempre me pide mis cosas. ¡No parece tener diecinueve años!

–¡Gracias! Eres la mejor amiga que tengo. –Me da un sonoro beso en la mejilla y se marcha dando saltitos hasta el espejo–. Apúrate, Vibsha.

“Amiga”. Supongo que luego de hablar durante tantos meses él puede verlo así. No obstante, siento que todo en él es una fachada y no es una persona sincera. Pero no es su culpa ni debe hacerlo a propósito. Se acostumbró tanto a su personaje que ya no diferencia cuál es su verdadero yo, pero creo que me gustaría conocerlo.

Lo sigo, cansada. Me duele la cabeza. Aún no me acostumbro a tener que madrugar. Mi cuerpo me pide horas de sueño que no puedo darle. En vacaciones me convierto en una especie de bebé gigante: como y duermo cuando tengo ganas.

Al final, mi labial turquesa no está. No obstante, es algo solucionable. Tomo una sombra de ese color y lo mezclo con un poco de brillo transparente. Me pongo la alquimia en mis labios y le sonrío al espejo. Por último, me trenzo el cabello falso y me lo amarro con una liga con una estrella gigante. Brolin se delinea sus ojos con negro para acentuar su mirada felina.

–Como siempre, preciosa –me susurra al oído de manera seductora y yo me obligo a suprimir las ganas de pegarle un puñetazo en el estómago–. Pero te falta esto... ¡Cierra los ojos!

Espío y noto que está tratando de abrir con torpeza un frasquito de purpurina con forma de estrellas; es algo viejo, lo debe de haber encontrado al revisar mi estuche. Me río por lo bajo. Con su dedo me pone el producto en las mejillas. La piel de mis brazos se me eriza ante el contacto con sus manos.

Solo es el idiota de Brolin, me digo. Y uno de los influencers más codiciados...

–¡Pero en la primera parte del video no las tengo! –le reclamo.

–No importa, no tiene por qué ser perfecto. Además, la editora puede dejar un mensaje de que la parte final se tuvo que volver a grabar.

–Pero no digan cuándo, o mis padres me matarán.

–¿Y te crees que el Sr. Aisho a mí no? –responde con un gesto de horror en el rostro–. Aunque tu mamá me da más miedo…

Me río. Tiene un buen punto. Saca su móvil del bolsillo y nos tomamos una selfie. La sube a Mynstagram como si fuera un recuerdo. Aprecio el detalle, aunque de seguro es porque mi mamá también lo sigue y pretende seguir vivo unos cuántos años más.

Observo cómo salí en la foto y veo que no está nada mal. Digo, Aisha no está nada mal. Como siempre, luce como una muñeca, pero es falsa. Su cabello turquesa hace juego con el maquillaje. Sus ojos fucsias y sus largas pestañas postizas acentúan su mirada juguetona y divertida. ¿Quién no querría pasar el rato con Aisha?

Anxious, por su lado, también salió bastante bien. Debo admitir que su cabello teñido de color rojo fuego, los ojos felinos y la ropa de skater boy –aunque de eso tenga poco– le sientan a la perfección. Aunque su estilo no es muy original, todos lo aman. Su personalidad es hipnótica en la cámara.

Brolin está ante su computadora y vuelve a chequear que todo esté correctamente conectado para que nada falle esta vez. Cuando me da el okey, me acerco con mi silla y me coloco unos auriculares que tienen luces rosadas.

–Yo estaba de este lado, ¿verdad? –pregunto para corroborar.

Él asiente, pero de todos modos hace clic en la primera parte del video. Es increíble, nos vemos casi iguales a como estuvimos hace días.

–¡Hola, hola, hola! –escucho su particular saludo triple con tonos de voz diferente–. Aquí, Anxious. ¿Cómo están todos? Hoy tengo una supersorpresa para ustedes. Nos acompaña...

–¡Aisha Miau, por aquí! –Veo que hago un doble signo de victoria con mis dedos mientras saco mi lengua–. Es un honor para mí volver a compartir pantalla con este chico guapo –Hago una pausa llevándome un dedo a mis labios y finjo dudar; luego, continúo casi en un susurro–: Siempre y cuando no juguemos a nada, ya saben... no debe de haber superado la humillación de la última vez... Y eso que yo soy pésima en los videojuegos, ¡miau!

–Ay, por favor. Ese día no estaba inspirado, eso está...

–Oh, por Dios, apágalo. No puedo con el cringe. Nunca me acostumbraré a ver mis propios videos –digo tapándome la cara con las manos.

–Por eso prefiero los streams –dice él–. Menos edición, más espontaneidad y libertad.

Pero menos control, pienso.

–¿Lista? –pregunta y yo asiento. Él mira a cámara y por lo bajo hace una cuenta regresiva con sus dedos para que esté atenta. Y entonces, cuando llega a cero, comienza la magia.

Anxious estalla en carcajadas de manera natural en respuesta a un chiste que hice yo y quedó grabado en la porción de video anterior. Luego, me empuja con gracia y se acerca hasta que nuestras sillas se chocan. Se pega a mí y me toma la mano, pero esta vez su cercanía no me incomoda porque en este momento, él ya dejó de ser Brolin, como yo dejé de ser Vibel. Ahora solo nos concentramos en nuestro trabajo: entretener a nuestros seguidores.

CAPÍTULO 2 Te arrancaste el ojo

Overwhelmed – Royal & the Serpent

Calor, humedad y sudor. La peor combinación. Tengo sed y mi bolso pesa. Me golpea la cadera mientras corro. Tengo el cabello hecho un desastre a causa de haberme quitado las horquillas con prisa. Los mechones castaños caen desenfadados y bañan mi frente, pero no de la manera bonita que podría sonar en un libro de romance. La realidad es que se me pegotean en la cara. Los saboreo por un instante. Delicioso: salado con un toque de crema desmaquillante.

Hago una mueca de desagrado, al tiempo que trato de escupirlos. Sin embargo, me cuesta. No tengo tiempo para detenerme. Estoy agitada y no hice siquiera tres calles. Doblo en una esquina poco transitada y aprovecho los segundos de libertad para seguir alistándome. Trato de meter la camisa blanca dentro de la cinturilla de la falda plisada, mientras que, con mis dientes, sostengo la corbata verde del uniforme. Me sorprende poder hacer todo eso cuando también estoy haciendo otras tareas complejas como pensar, divagar y respirar. Alguien debería darme una medalla de oro por ser capaz de dominar semejante multitasking.

Me doy una palmadita en la espalda de manera mental, como muestra misericordiosa de cariño antes de morir. Mi vida corre peligro. Si no estoy para la séptima hora de clases mis padres me asesinarán. No puedo permitirme otra falta. Las clases han comenzado esta semana y ya he faltado a varias horas. Sus gruñidos enfurecidos diciendo que me cortarán el wifi me taladran la sien. Cierro mis ojos y ahogo un quejido agónico.

–¡No! Por favor, todo menos eso.

¿Por qué tengo que ser alumna del instituto donde ellos trabajan? ¡Maldición! No puedo dedicarme a flojear en paz, aunque bueno... quizá –un quizá muy, pero muy pequeñito– por eso me cambiaron de colegio el año pasado.

Quién haya dicho que los profesores son confiables es un total mentiroso. La sala de maestros es un nido de víboras. Cotillean más sobre la vida privada de sus alumnos, que nosotros de ellos. Y si tienes la –mala– fortuna de ser estudiante y familiar directo de uno de los miembros del cuerpo docente, siempre estarás en la mira. Incluso en los diálogos silentes o de manera indirecta. Parece que esperan con ansias el momento justo en el que falles para así convertirte en la decepción del año.

Gracias, papi. Gracias, mami. Sin presiones, me digo para mis adentros.

Estoy a unas pocas calles de la parada del bus. Si Dios lo quiere, si Buda lo quiere, si los semáforos se alinean en verde, si no llueve, si nadie se suicida con mi transporte y si no se abre un portal interdimensional en el medio de la ciudad, yo podría estar puntual en la clase de Deportes. Nadie notaría mi falta y todos felices. O, al menos, yo.

Mis piernas comienzan a tensarse y temo que me esté por dar un calambre. No sería extraño. Los deportes no son lo mío. Mi tiempo es limitado y tengo que elegir: o ejercito mi cuerpo o ejercito mi mente. La elección es obvia; prefiero alimentar mi cerebro con buenas historias: animés, series, películas, cómics, libros, mangas, videojuegos en la dificultad extrafácil.

Trato de ignorar el hormigueo que punza en mis pantorrillas y me obligo a continuar. Pienso que hoy es miércoles y que solo faltan dos días para el fin de semana. El consuelo no es mucho, pero me ayuda a despejar la mente para continuar corriendo.

Ya casi llego, solo me faltan dos calles. Tomo mi teléfono móvil para ver la hora y suspiro de alivio: todavía voy bien con el tiempo.

Lo quiero colocar a tientas en el bolsillo de tela enrejada donde debería tener una botella de agua deportiva pero no puedo. Tengo que apartar los ojos de la acera y voltear a ver por qué es que no cabe. Bajo mi ritmo para no matarme y camino ligero mientras insulto a la funda de goma rosa, con forma de conejo vestido con un traje de superhéroes, que me impide guardarlo.

Y...

El dolor repentino de un choque se extiende por todo mi cuerpo. Me detengo abruptamente. Mi hombro se acaba de estampar con una figura maciza, semiagachada, que estaba encadenando su bicicleta en la entrada de un edificio de departamentos.

Vibel, acabas de chocar a alguien, me avisa mi subconsciente y vuelvo a la realidad, prestando atención en lo que me acaba de pasar. Ahora todo tiene sentido.

–¡Oye! Fíjate por dónde vas –se queja una voz masculina que se ha caído sobre la bicicleta.

Trago saliva en seco y subo la mirada, poco a poco mientras el muchacho se levanta. Tiene puestas unas zapatillas Wans de tela negra, superpasadas de moda, que lucen viejas y gastadas. A gritos, parecen pedir la jubilación. Al subir los ojos, me topo con un pantalón de jean clásico con agujeros en las rodillas. Estoy segura de que, si tuviera tiempo, sonreiría ante su sentido de la moda llegué-veinte-años-tarde-al-mundo. Sin embargo, noto que también lleva una sudadera azul con bolsillos, es de hilo y se ve buenísima. Mi instinto de compradora compulsiva, y que ama la ropa de hombre, grita. Me acaba de cerrar la boca.

Mi pequeño análisis ocurre en el mismo tiempo que dura el chasquido de unos dedos. Clavo mis ojos en el piso, vuelvo a tomar aire y me preparo para seguir corriendo. Prefiero quedarme sin saber quién es mi víctima enojada así que, sin verlo a la cara, balbuceo unas disculpas ininteligible.

–¡Lo siento, lo siento debo irme! –Me hierve el rostro y no sé si es por la vergüenza o la carrera.

Sigo corriendo. No puedo dejar que eso me atrase. Giro en la siguiente esquina y veo que el bus está por llegar a la parada en donde yo me tengo que subir.

–¡Mierda! ¡Carajo! ¡Mierda! ¡Maldición! ¡Ay!

Una fuerza animal me domina y corro lo más rápido que puedo. El conductor, un alma piadosa, me ve y espera. Subo a trompicones y, antes de pedirle el boleto, le agradezco y le regalo las mejores de mis sonrisas.

El señor me mira a los ojos y frunce el entrecejo, confundido. Luego, se ríe. No quiero ni imaginar lo deplorable que debe ser mi apariencia para oírlo farfullar la palabra “adolescentes”. Pero nada de eso importa. Es un ser de luz, bondadoso y amable. No como el conductor de ayer que no freno al verme correr con la lengua afuera.

Ah, gracias a este hombre aún estoy a tiempo. ¡No llegaré tarde!

Apoyo la tarjeta magnética que cuelga de mi bolso como si fuera un llavero y pago mi boleto virtual.

El bus está más que lleno, si es que eso acaso podría ser posible. Trato de inmiscuirme entre la marea humana y empiezo a caminar por el pasillo mientras huelo el espantoso aroma del calor humano. Consigo un pequeño lugar para sostenerme cerca de donde están sentados un niño y su madre.

Me dejo caer sobre el caño, que se supone está para sostenerte, y apoyo un momento mi cabeza. Estoy exhausta, tanto que podría dormirme parada. Quizá lo hago y no me doy cuenta ya que, cuando vuelvo a abrir los ojos, es por murmullo lejano de una conversación sin sentido.

No-puede-tener-sentido.

–¡Que sí mamá, no te miento! –grita, emocionado–. Te digo que lo vi. Yo mismo. ¡Y es verdad! Es un alien.

–Está bien, te creo –la mujer se ríe y apoya su mano cariñosamente en el pelo del niño para despeinarlo con suavidad.

–Son rosa fuerte... –duda–. ¿Cómo era que se llamaba ese color? Mmm... el que empieza con F.

–¿Fucsia? –pregunta dándole la respuesta y finge sorpresa–. Oh, vaya, ¡eso es increíble!

–¡Sí! Ese.

Me enderezo de golpe. Un sudor frío me recorre la espina dorsal. Abro mis ojos. Pienso que escuché mal y me permito despabilarme. Me rasco el puente de la nariz y bostezo. Poco a poco, muevo mi cuello en un semicírculo y parpadeo varias veces. Debo haber oído mal. El calor humano me está atontando. El aire está tan viciado que me debe haber hecho confundir.

–¡Mira, mamá! ¿Los viste? –El niño chilla con asombro, su voz sale en un hilillo tan agudo que hasta el conductor, delante de todo, lo debe de haber oído–. ¡Te dije que esa chica tenía ojos fucsias!

Me quedo helada. Carajo. Parpadeo múltiples veces hasta que me doy cuenta de que, en efecto, tengo las lentillas puestas. No puedo ser más tonta porque no me da la vida. Abro el bolsillo grande de mi bolso y saco el enorme portacosméticos lleno de maquillajes. Con una mano, lo sostengo y, con la otra, revuelvo entre los objetos hasta que encuentro un pequeño frasquito contenedor.

¡No puedo llegar al colegio así!

Me embarco en la tarea titánica de quitármelas mientras me parece estar en un bus tirado por los mismos caballos del infierno. ¿Acaso el maldito conductor no podría ser más delicado? El señor dejó de ser el tipo bondadoso y piadoso que frenó mal para que yo pueda subir en cuanto comenzó a conducir como si estuviera dirigiendo una montaña rusa.

Voy apoyada gracias a mi cadera y un pie que he metido debajo de un asiento contra el cual hago presión. Me siento como una acróbata profesional de circo al hacer algo así sin romperme la cabeza o salir despedida por alguna ventana. Vuelvo a pensar que mis habilidades de multitasking merecen ser reconocidas.

–¿Me sostiene esto por un segundito? –le digo a la madre del niño y le doy el frasco plástico de los lentes de contacto.

Cuando la mujer lo agarra, sorprendida por mi petición, aprovecho para volver a meter en mi bolso cruzado el estuche de maquillaje. Luego, sin temor a quitarme un ojo, me llevo los dedos a la cara y me quito una lentilla fucsia. Los cuidados que tuve con Brolin acaban de desaparecer. Sin embargo, tengo práctica.

–Ábrame uno, ¡por favor! –pido al borde de la desesperación. La mujer accede, asustada por mi reacción. Sin caerme, golpear a alguien o perder mi lente, logro guardarla. Ahora solo falta la otra.

–¡QUÉ ASCO! Te arrancaste el ojo –me dice el niño, emocionado, entre una suerte de preocupación y admiración morbosa–. Eso fue genial. ¿Duele?

Sonrío de lado y le regalo un guiño. Repito el proceso con mi otro ojo. Esta vez no tengo que decirle a la señora que me abra el frasco, ya lo tiene preparado.

–¡Muchas, muchas gracias! En serio...

La mujer me dice que no fue nada y agita sus manos para aflojar la tensión. Por primera vez, noto que varias personas me están mirando, intrigadas. ¡De seguro los gritos del niño los atrajeron a mí! Bajo mi mirada al suelo.

Todos son mayores, ninguno se debe haber dado cuenta. Calma.

Trato de pensar en otra cosa y me concentro en el paisaje urbano que se mueve por la ventana. Veo alejarse un enorme instituto que me resulta familiar.

Sí. Me acabo de pasar de parada.

CAPÍTULO 3 Aquella película vieja de la niña con telequinesis

Good 4 u – Olivia Rodrigo

Cambiarse de ropa con el cuerpo húmedo entra en el top #5 de cosas desagradables. Tengo el cuerpo pegajoso y, cualquier mínimo roce con la ropa me da asco, quiero arrancármela. Me está comenzando a dar comezón. Solo quiero darme un baño, aunque tirarme en la piscina del colegio podría ser una buena opción.

El uniforme de deporte es incómodo. O al menos me aprieta. Me miro de reojo el busto y, sí, creo que usar la camiseta del año anterior no será buena opción, como le dije a mi mamá durante el verano.

Al menos, las clases son solo con las chicas, pienso, aún malhumorada por la carrera extra que tuve que hacer al pasarme de parada. No estaba en mis planes entrar en calor de esa forma y, mucho menos, hacerlo bajo el rayo del sol.

A lo lejos, escucho el timbre que marca el inicio de las clases. Será mejor que me apresure, ya voy un minuto tarde. Podría ser peor, por lo que estoy tranquila, no obstante, la profesora no es la misma del año pasado y eso me inquieta.

No tengo agua, porque me la olvidé en el casillero, por lo que tomo una pequeña toalla para el sudor y me ajusto mi coleta. Por último, decido llevarme el celular que guardé en el bolso. Sin embargo, hay un problema.

Mi teléfono móvil no está.

La desesperación comienza a subir por mi cuerpo mientras me araña por dentro. La certeza me abrasa y el horror hierve mi sangre: me robaron en el bus. ¡Es que no hay otra opción! Como estaba lleno de gente, algún aprovechado lo debe de haber tomado de mi bolsillo mientras estaba distraída quitándome los lentes de contacto.

Por las dudas, busco dentro de mi bolso. Sé que lo que estoy haciendo es inútil. Yo sé bien dónde lo puse... ¡y ahora no está! Revuelvo mis cosas. Saco todo lo que puedo y lo aviento a mis pies.

No. No. ¡Y no! No está por ningún lado. Con rapidez, guardo todas mis cosas antes de que alguien vea mi peluca. Solo tengo ganas de llorar. La impotencia me domina. No sé qué hacer. Mis padres no saben que vi a Brolin. Ellos fueron muy claros sobre mi canal durante época de clases y, en estos tres días, mucho caso no les he hecho.

¿Por qué tuvo que pasarme esto? Le pego un puñetazo al casillero de los vestuarios y... ¡auch! Duele más de lo esperado. Maldigo en voz alta, ya que en las películas parecen de papel y nadie se queja.

Miro la hora en el reloj digital de pared: ya pasaron quince minutos desde que comenzó la clase. Siento que es inútil presentarme tan tarde, pero igual lo hago: tengo que preservar mi orgullo... o lo poco que queda. Además, será más fácil decirles a mis papás “perdí mi móvil” que “perdí mi móvil y falté a clases”.

Con los ojos aguados y sobándome los nudillos de la mano, camino hacia la profesora. Su apariencia de villana no ayuda demasiado. Me siento tan sensible que creo que soy capaz de pedirle un abrazo, a pesar de que su aura inspire terror. ¡Quiero mi móvil! ¡Mi vida entera está ahí dentro! Quiero hacerme bolita y llorar por una semana entera.

Dentro del gimnasio está fresco. Gracias al calor de los últimos días del verano, las clases se realizan bajo techo. La profesora está a un costado y toca su silbato con insistencia. Algo sucedió, pero no sé qué. Por un momento, su apariencia física me recuerda a la actriz que interpretó a la directora malvada en aquella película vieja de la niña con telequinesis.

–Lo siento... –me disculpo–. Tuve un inconveniente. No volverá a pasar.

Todo esto es culpa de Brolin. Si yo no hubiera ido a su departamento, no me hubiese subido a ese transporte del infierno. ¡Él insistió en corregir ese video para ViewTube y, como idiota, acepté! No debí haber hecho algo así un día de clases. ¡Mis papás me van a matar! ¡Estoy tan enojada que quiero estrangularlo!

En sí, muy en el fondo sé que él no tiene la culpa de lo que me sucedió. Que me robaran, digo. Eso es algo mío, mi propia mala suerte. No obstante, estoy tan frustrada que ese idiota egoísta se convirtió en el blanco de mis insultos.

Suelto el aire contenido con frustración mientras la mujer que tengo frente a mí me analiza.

Ah, maldito Brolin... Yo fui la que decidió el día y la hora.

La mujer me mira con severidad y me regaña sin misericordia. Dejo de oírla a la cuarta queja. Algunas de mis compañeras me observan con lástima, pero ninguna viene a mi lado a hacerme compañía durante la tortura psicológica. No se los reprocho: yo tampoco lo haría, no somos amigas.

–Da quince vueltas alrededor de la cancha de básquet –ordena. La observo, angustiada–. ¿Qué esperas? ¿Una invitación? ¡Empieza, ya!

Obedezco. Sin darme cuenta, mientras corro, las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos. Me muerdo la mejilla interna y me obligo a ser fuerte. Me seco la cara a tientas. No quiero que nadie me vea en esta condición, lo sentiría demasiado humillante.

Freno antes de empezar la segunda vuelta y el silbato pita en cuanto me detengo. Ya no puedo más. Hoy corrí más de lo que me moví en toda mi vida. Estoy muy cansada y mi cuerpo me lo hace saber. Me cuesta respirar. Cierro los ojos y me apresuro a apartar las nuevas lágrimas que cubren mi rostro. Tengo la cara hirviendo. No lo sé con certeza, pero sé que tengo la cara roja.

La directora de la película me regaña de nuevo –sí, la similitud le va como anillo al dedo– y, tras mirarme con decepción, me dice que para la clase siguiente tengo que entregar un ensayo de tres mil palabras que hable sobre “La responsabilidad del adolescente hacia el deporte”.

–De alguna manera debes compensar esa actitud antideportiva que tienes –aclara con indignación.

Vuelvo mis manos puños. Me clavo mis uñas en las palmas para relajarme. Trato de explicarme con ella, pero es en vano. Todo lo que digo lo toma como excusa.

–Quedas suspendida por esta clase, pero... como estoy de buen humor, no lo dejaré asentado en los informes.

Una lágrima amenaza por caerse por mi rostro, pero me la limpio antes de que se deslice.

–Si no me permitirá hacer ningún ejercicio... –murmuro bajo, mi voz está a punto de quebrarse–, ¿podría retirarme? Realmente no me siento bien.

–No vuelvas otra vez con tus excusas baratas. Yo también tuve quince años. Ve a las gradas a esperar o verás cómo el ensayo de pronto se convertirá en uno por semana, hasta que acabe el año.

No tengo ganas de pelear, así que hago lo que me pide. Ni siquiera tengo ganas de decirle que tengo dieciséis años y que en unos meses cumpliré diecisiete.

¡Este día no podría ser peor! Un quejido se me escapa cuando me acomodo en el rincón más apartado de los asientos. Escondo mi cabeza entre mis rodillas y me abrazo a mí misma. Quiero contenerme lo máximo posible, pero es muy difícil. El llanto sale sin que yo se lo pida. El regaño de la profesora me dejó aún más sensible.

Sé que pronto podré tener un celular nuevo y ni siquiera será un gasto para mis padres. Puedo pagarlo gracias a lo que gano en internet, así que el dinero no es el problema. El asunto es el robo. Nunca me había sucedido algo así. Me siento indefensa e impotente. Quiero mi teléfono de vuelta, quiero mis cosas, quiero mis fotos, quiero mis aplicaciones. Agradezco tener todo guardado en la nube y las aplicaciones bancarias con huella digital... Pero yo quiero mi teléfono, ¡ahora!

Me siento como una idiota. De a poco, me voy hundiendo en una nube de negatividad en donde todo el panorama se pinta peor. La furia se mezcla con la impotencia. El tan solo imaginar el dolor de cabeza que me causará bloquear el aparato y cambiar mis contraseñas, me revuelve el estómago. Si la bruja de la profesora me hubiera dejado ir, podría haber corrido al departamento de informática para comenzar a proteger mis datos.

Y además de todo esto... todavía queda algo aún más importante que tendré que solucionar.

Mis padres no saben que hoy me reuniría con Brolin. Me regañarán por mentirles y me castigarán. Incluso, pueden ser capaces de no permitirme comprar un nuevo móvil para que escarmiente. Me agarro la cabeza de solo atisbar esa opción... ¡No, no, no!

Le doy un puñetazo a la banca y mi mano se lastima más. Me muerdo el labio interno para no soltar un chillido.

Lo único que deseo es largarme de aquí.

De alguna forma, sobrevivo a la media hora más larga de mi vida.

–¿Estás bien? –Una dulce voz me saca de mis pensamientos al acercarse a mí–. ¿Vibel?

No me volteo a ver, no es necesario porque sé quién es: Brinna. Ella apoya su mano en mi hombro y yo me niego a levantar el rostro. Es obvio que no le importo, y solo está acá por el chisme.

Además de compartir clases, lo único que tenemos en común es un proyecto de Biología en el que tuvimos que trabajar juntas el año pasado. Por obra del destino, el día que se formaron los grupos, ella faltó. El profesor la emparejó conmigo porque yo también había faltado. Simple y sencillo.

–Eh... sí. –Trato de sonar convincente–. Todo está bien.

En el fondo, sé que Brinna no es una mala chica. Sin embargo, me cuesta confiar en las personas, sobre todo, si son entrometidas. Me giro tan solo por un momento para sonreírle por cortesía y sus ojos verdes se clavan en los míos. No me siento con ánimos de hablar con nadie. Además, no quiero que me digan que exagero o que no fue nada. Mucha gente suele opinar eso cuando no es su teléfono el que se pierde.

–¿Segura? –insiste y se acerca hacia mí, dubitativa.

–Sí, todo bien. Solo me duele un poco el estómago –respondo–. Gracias por preocuparte.

¿Estómago? ¿Una excusa peor no había, Vibel?

–Bueno... pero si necesitas algo, me avisas, ¿sí?

Junto fuerza sobrehumana y vuelvo a sonreír. Camino ligero hasta los vestuarios y la dejo atrás. Bajo mi mirada y la clavo al suelo. No quiero cruzarme con ninguna chica, de repente, interesada en mi vida.

–Bastante dura la maestra, ¿no? –comenta angustiada, al aire, una alumna de piel morena y ojos claros, con las puntas del cabello rosadas, del otro segundo. La miro de arriba abajo, pero no le respondo. Nunca la había visto, creo que es nueva.

Tomo de mi mochila la bolsa de los artículos de limpieza personal y me dirijo a una ducha libre. Mi madre no pasará a buscarme hasta que saque el coche del estacionamiento de maestros, así que suele demorarse unos minutos, por lo que da igual si me apresuro o no.

Me permito relajarme por unos instantes. El agua tibia me ayuda a aclararme y, después de llorar en silencio durante un buen rato, salgo y me visto con una muda de ropa limpia.

Al mismo tiempo que cepillo mi cabello sin secármelo, decido que en cuanto llegue a casa dormiré hasta mañana. No tengo ganas de pensar qué excusa daré por el celular ni recibir más regaños por hoy.

Salgo a esperar a mi madre. El sol ya no pica y corre una brisa muy agradable que a mí me da frío. Se nota que el otoño está cerca. Agarro la sudadera deportiva, del verde oscuro de la escuela, y me la pongo. Lo último que quiero es resfriarme. Aunque, si lo pienso bien, faltar al colegio a causa de fiebre podría ser una ventaja. Lo dudo por unos momentos, pero al final termino subiendo el cierre.

Me escondo bajo la capucha y meto mis manos dentro de las mangas. Me queda algo holgada, porque elegí una talla más grande.

Solo faltan unos minutos para el interrogatorio habitual del día.

Me siento en el borde de las rejas del colegio a esperar. Papá se fue hace horas; hoy en la noche da clases en la Universidad de San Adriel. Espero que ni él ni mi mamá me hayan enviado mensajes porque si no, sospecharán que algo no anda bien.

Cerca, alguien chistea, pero no miro para ver quién es.

–¡Ey, tú! –Es un chico–. ¡La chica linda!

Lo mismo del año pasado se repite. El desfile de novios que tienen mis compañeras ha comenzado. Suspiro con un regusto de envidia y entrecierro los ojos.

Escucho pasos y distingo una silueta masculina caminar junto a una bicicleta. Debe ser lindo que tu pareja te venga a recoger al instituto...

Sin embargo, de la nada, el chico se para frente a mí y me toca el hombro. Por inercia, suelto un chillido agudo mucho más alto de lo que me hubiera gustado y pego un salto.

–Te estaba llamando.

–¿A mí?

A veces, me sorprende mi propia estupidez. Si alguien me toca para llamarme la atención y me dice que me estaba hablando, ¿para qué preguntar algo tan obvio? Subo mi mirada por apenas un instante y noto que él me sonríe.

Dios mío, esa sonrisa no puede ser real, me quedo viéndolo fijo como boba y, después de unos segundos, me obligo a parpadear para verlo con atención entre mis pestañas pasadas por agua.

Él frunce levemente el entrecejo, como si esperara algo de mí.

Tengo ganas de desaparecer, ¿qué es lo que quiere? Vuelvo a agachar la cabeza. Tengo los ojos muy rojos, mi pelo chorrea agua, me robaron, me regañó la bruja de Deportes como para que, además, un chico guapo venga fastidiarme.

–Hola –saluda, aún con esa estúpida pero encantadora sonrisa en el rostro.

Asiento con mi cabeza a modo de saludo, solo por educación, y giro mi rostro en un claro gesto de que lo seguiré ignorando y no me interesa darle mi atención si no me dice qué es lo que quiere.

Me siento muy mal como para hablar y, mucho menos, si esa persona es alguien que no conozco. Está empezando a ponerme incómoda. No sé si me ve como presa, si necesita una dirección que no conozco o si planea raptarme y cortarme en trocitos. Solo sé que quiero pararme y huir pero, de forma muy casual, su bicicleta me cierra el paso.

Mi imaginación comienza a volar. Aún hay algunos alumnos pululando por los alrededores. Algunos conversan, otros esperan como yo. También, puedo oír a Billy, el jardinero, cortando el césped con su enorme carrito; ese que es amarillo y suele ser la víctima favorita de los de tercero, días antes de graduarse.

Por el rabillo de mi ojo noto que él está buscando algo en sus bolsillos. Pienso en esa acción como una oportunidad para huir y amago a pararme; pero un color rosa muy llamativo me obliga a frenar.

–¿Esto es tuyo? –Me enseña el teléfono con funda de conejo vestido como superhéroe.

Me paro de un salto y me abalanzo para quitárselo de su mano, ocasionando que la bicicleta se tambalee. Abrazo a mi teléfono como una niñita que necesitaba a su peluche perdido y me permito soltar unas lágrimas de emoción. Sonrío sin poder creérmelo.

Ahora sí, lo miro de verdad. Él me devuelve la sonrisa. Observo que tiene ojos azules y que tiene puesta una sudadera del mismo color que me parece familiar.

–No lo puedo cre-creer. En se-serio –tartamudeo, estoy nerviosa pero por la emoción–, es que no sé ni qué decir. ¡En serio, en serio...! –vuelvo a repetir como bobalicona–, me salvaste.

–¿De verdad? –pregunta, divertido mientras se quita la capucha y me encandilo al ver cómo los últimos rayos de sol pegan sobre su cabello castaño oscuro–. Bueno, no fue nada.

–Es que, me estaba muriendo por esto. Te debo una enorme. Mil, mil gracias. De verdad. Pensé que no lo recuperaría...

–No te preocupes, está todo bien.

–Lo siento, debes creer que soy una idiota –digo, apenada.

–¿Por qué?

–Porque lo único que hago es agradecerte, cuando recién, lo único que quería hacer era huir ya que no sabía si buscabas cortarme en pedacitos. –El chico suelta una carcajada. Sé que, si no estuviera cansada, sería capaz de sonrojarme o, mejor, ni siquiera hubiera dicho esa tontería en voz alta–. Lo lamento.

–Tranquila, no te preocupes. Me imagino. –Mientras él habla, yo observo sus facciones; un calor extraño comienza a subir por mi cuerpo, parece un cosquilleo eléctrico. Me doy cuenta de que de verdad es muy guapo.

Entonces... ¿soy la chica linda? Trago saliva.

–¿Cómo lo encontraste? ¿Se me cayó? –pregunto tratando de sonar casual, un poco menos efusiva.

–Como encontrar... yo no lo encontré. Solo lo levanté del piso –admite. Frunzo el ceño y lo miro confundida mientras él le da unas palmaditas a su bicicleta–... cuando me golpeaste.

Toda la escena regresa a mí mente. Al salir del departamento de Brolin, por correr, me choqué con alguien. No quise verle la cara para no sentirme culpable de mi propia torpeza. Mierda: es él.

–Oh. Dios. Qué vergüenza. Te juro que no soy así de torpe –miento descaradamente–. Al menos, no tanto... o no usualmente. –Cierro mis ojos al tiempo en que me deshago en disculpas; la estoy embarrando más–. Me encontraste en un mal día. En serio, perdóname por haberte atropellado y... solo muchas gracias.

–No fue nada –hace una pausa imperceptible y baja la voz–, Aisha.

CAPÍTULO 4 Tú eres Aisha Miau

Why – Sabrina Carpenter

Me quedo estática mientras mi mundo comienza a derrumbarse con un ensordecedor chasquido de fondo. Lo miro a los ojos. ¿Escuché bien? ¿Me dijo Aisha? Tiene que ser un error.

–¿Disculpa?

–Tenía muchas ganas de conocerte, Vibel –continúa él.

Un hueco crece en mi estómago. Me siento desconcertada, él lo debe notar, porque me sonríe con condescendencia. El cálido calor abandona mi cuerpo para transformarse en un sudor seco, pastoso y palpable. El chico lanza una carcajada que me obliga a fruncir el ceño. No entiendo qué es lo que le parece gracioso.

–¿Cómo sabes mi nombre? –pregunto con cautela y comienzo a asustarme.

–Te preocupas por eso y no sobre cómo es que llegue aquí. –Se lleva una mano a la barbilla–. ¿De verdad?

Siento que mi cara se pone de todos los colores posibles. Arde, y no me gusta. Me está haciendo sentir incómoda y quiero desaparecer. Él tiene un punto. Es un desconocido y me estuvo esperando hasta encontrarme, pero ¿cómo lo supo? No creo que haya podido seguirme en la bicicleta con todas las vueltas que da el bus.

La teoría del psicópata vuelve a aparecer en mi mente y ahora no suena tan exagerada. ¡Estoy en una pesadilla! Necesito que este día acabe de una vez por todas.

–Oye, no es para tanto –se apresura a explicarse–. Te seguí. Y también te llamé, pero no pude alcanzarte. Reconocí tu uniforme –señala el escudo del instituto en mi uniforme deportivo– y decidí esperar.

El aire que tenía contenido en mis pulmones se escapa sin pedirme permiso. Tiene razón. Quizá estoy exagerando. Simplemente pudo haber leído en la barra de notificaciones algún mensaje que me mandaron y supuso que me llamo Vibel o Aisha...

Tranquila. Todo está bien.

Incluso, si alguien me llamó, pudo haber atendido. Aunque no sé qué opción es peor, porque si fue alguno de mis padres, estaré en problemas.

De todos modos, no puedo culparlo. Estoy segura de que en su situación, yo también hubiera caído en la tentación de revisar el teléfono de alguien ajeno. No obstante, el saber que mi celular tiene activo el desbloqueo a través de huella digital –¡incluso activé el escáner biométrico!– me relaja. En mi imaginación, sonrío victoriosa porque estoy segura de que no pudo revisar demasiado.

–Mmm... Bueno, me tengo que ir –menciono y aprovecho el momento justo para marcar mi retirada–. En serio, gracias por traerme el móvil y, sobre todo, esperar a que saliera –le sonrío lista para dar la media vuelta–. Significa mucho para mí. Se nota que eres un buen chico.

Fingiré demencia. Sí, eso es lo mejor. Quedarme más tiempo con él es contraproducente para mi estado mental. Me giro con la intención de cruzar la calle hasta que llegue mi madre. Sin embargo, y por un momento en ese mismo instante, me arrepiento por ser tan tímida y cerrada. Al menos, debería preguntarle su nombre; pero mi falta de experiencia con el sexo opuesto, y que él sea tan guapo, me acobarda.

¿Preguntarle su nombre? ¿Es que soy estúpida? Sí, como no... ¡Vibel, ese chico tiene tatuado “problemas” en su frente.

No doy ni dos pasos cuando él me intercepta agarrándome del brazo. Una leve esperanza masoquista se enciende en mi alma, pero se apaga tan pronto oigo lo que tiene para decir.

–No te preocupes, Aisha Miau. Te aseguro que no fue nada esperarte aquí.

Me detengo en seco, con medio paso sostenido en el aire. ¿Qué? De vuelta: ¿qué? ¿Lo oí bien? No. No es ningún error. Él realmente acaba de llamarme por mi nickname de las redes sociales. Miles de opciones viajan por mi cerebro al punto de ocasionarme un cortocircuito y empezar a hiperventilar.

¿Lo enfrento? ¿Lo ignoro? ¿Lo asesino? ¡No, no puedo! Hay testigos y de seguro la policía llegaría pronto. Maldición, ¡¿qué hago?! El miedo me acobija y me paralizo, a pesar de tener unas ganas intensas de gritar. Nunca creí que me podría causar tanto terror oír mi secreto en la boca de otro. ¿¡¿No sé qué hacer?!?

–¡Ey! –Me toca el hombro. La próxima vez que vuelva a hacer contacto físico conmigo me orinaré encima–. ¿Vibel? ¿Estás bien?

–Me confundes con alguien más –digo.

¡¿?!

Ni siquiera proceso mi respuesta. Solo atino a bajar mi vista al suelo, de espalda a la calle, y a abrazarme a mi celular. En estos momentos, no sé si estoy tan aterrorizada como para llorar una semana seguida o podría ir presa por cometer un homicidio.

Trato de pensar las cosas con claridad, me obligo a encontrar una explicación. Lo único que se me ocurre es la posibilidad de que él sea un fan y que, a causa de las lentillas fucsias, se haya confundido. Eso explicaría por qué no se quedó mi celular y su interés por devolvérmelo.

Pronto notará que lo que dice es una tontería. Cualquier friki común y corriente podría ponerse lentes de contacto de colores para lucir genial, ¿o no?

–No, claro que no, Vibel. –Siento que me responde mi pregunta mental de manera automática–. Tú eres Aisha Miau. Encontré todo en tu teléfono.

–¿Qué? ¿Lo hackeaste? –chillo mandando a la mierda mi coartada perfecta de la confusión o inventarme una prima imaginaria.

¡Si él revisó mi teléfono, estoy muerta!

–No es difícil. ¿Tu año de nacimiento? ¿Lo dices en serio? –Arquea una ceja con autosuficiencia, lo que me da ganas de romper su bonita nariz de un golpe–. Lo adiviné en mi tercer intento. Supuse que debíamos tener la misma edad.

–¿Año de nacimiento? No mientas. ¡Se desbloquea con la huella o mi rostro! –Señalo con mi dedo índice el símbolo del escáner dactilar. Sin darme cuenta, he subido mi voz.

–Sí, sí... Pero cuando uno crea ese tipo de seguridad, también se te pide poner una forma de bloqueo adicional con contraseña –me explica con paciencia, pero puedo ver que tiene ganas de reírse–. Además, no me culpes. Estaba aburrido esperándote. Y, bueno..., soy humano; la curiosidad es algo inherente a nuestra especie.

Cierro los ojos con pesadez. ¿Qué era lo que significaba “inherente”? Ay, ¡no lo sé! Siento ganas de vomitar: primero, por dejar que me explicara algo tan obvio que me había olvidado de que existía –por la emoción de las configuraciones biométricas, dejé descuidada la protección de mi celular– y, segundo, porque tiene razón.

–Además, admito que me volvía loco saber qué clase de selfies se sacaría la chica de ojos fucsia. –Me guiña un ojo y mis ganas de vomitar se acrecientan tres veces más. Él debe haber notado mi reacción porque se ríe–. ¿Entonces lo admites?

–No entiendo qué es lo gracioso –respondo, claramente irritada.

–¿Lo admites por negación? –sonríe de lado.

–¿Qué?

–O sea... porque no lo estás afirmando, pero tampoco negando –explica, otra vez, y mis ganas de darle un puñetazo aumentan.

–Oye... es-escucha –comienzo a balbucear y, lo que es peor, mi voz sube y amenaza con rozar la histeria con chillidos agudos–. No juegues con esto. Es mi vida. No te metas. Nadie lo sabe y nadie debe saber que yo soy Aisha Miau. –Termino la frase casi a los gritos–. ¡Es mi secreto!

No me doy cuenta de mi exabrupto hasta que él da un paso para quedar frente a frente y me tapa la boca con su mano. Abro mis ojos con sorpresa y, con mi única mano libre, trato de apartarlo.

–Shh... shh... Calma. Así te delatarás sola –dice en un susurro para ayudarme a bajar la voz.

Suspiro y cierro mis ojos. Cuento hasta tres y una lágrima comienza a descender por mi mejilla. En cuanto cae sobre sus dedos, él quita su mano con delicadeza. Carraspea. Luce demasiado confundido, casi culpable.

Me llevo mi mano a la boca y me la tapo con el dorso. Los nervios me están agobiando al punto que creo que puedo colapsar en cualquier instante.

–Por favor. Nadie puede saberlo –digo entre hipidos; más lágrimas comienzan a caer y trato de apartarlas. Si mis seguidores se enteran de quién soy en verdad, todo lo que construí se derrumbará. Me tacharán de fraude–. Nadie.

A mi espalda, una bocina suena y me sobresalto; no tengo ni que voltearme a ver para saber quién es porque reconozco enseguida el coche.

–Mierda. Es mi madre. ¡Necesito seguir hablando contigo! Necesito convencerte para que cierres tu boca.

Él me sonríe. Algo en su gesto me calma y me altera por partes iguales. Carraspea nuevamente y se mete la mano en el bolsillo del jean. Saca su teléfono y lo agita en mi dirección:

–Y lo harás –me responde con una sonrisa–. Te dejé mi número.

Puedo jurar que él me guiña un ojo de manera divertida, pero no puedo seguir conversando con él en estos momentos.

Me seco cualquier rastro de lágrimas, tomo aire y camino con resignación hacia el auto de mi mamá. Al subirme al auto de estilo familiar, la saludo. No obstante, ella no lo hace. Sus primeras palabras son otras:

–¿Quién es ese chico? –pregunta con un interés casi palpable. Veo la emoción en sus ojos. Sin embargo, se está imaginando algo que no es.

–No lo sé –contesto y me doy cuenta de que, en verdad, no sé quién es.

–Vamos... Estaban hablando con mucha confianza... –Mueve sus cejas y busca un tipo de respuesta que ni en un millón de años me veo capaz de darle–. ¿Quién?

Chasqueo mi lengua con fastidio. Mi humor es ya lo suficiente pésimo como para tener que soportar una conversación de este estilo. Me siento desnuda ante ese chico, porque sabe la cosa más importante de mi vida, lo que jamás le conté a nadie: mi mayor secreto guardado. Juego con desventaja, y eso me aterra.

–Ay, no sé, mamá –respondo elevando mi tono de voz, claramente agobiada por su insistencia–. Solo me pidió una dirección –contesto lo primero que se me cruza por la cabeza; enseguida nota que miento.

Mamá bufa y se queja por mi repentino mal humor mientras se coloca un mechón de pelo tras la oreja, pero como lo tiene tan corto, veo cómo se cae. Ahora tengo que tolerar la lista de Cien cosas malas sobre mí mientras volvemos a casa. Decido que no voy a hablar más con ella durante el resto del viaje.

¿Por qué todo se tenía que ir a la mierda tan rápido? ¿Por qué?

Apoyo mi cabeza sobre la ventana y por momentos oigo el monólogo que da mi mamá sobre mi mala actitud. Estoy tentada a escuchar música, pero sé que eso será peor. Quiero disculparme, porque sé que la culpa es mía. No obstante, cuando estoy a punto de hacerlo, ella dice algo que me inflama al punto de hacerme implosionar:

–Seguro estás así porque sigues menstruando...

Y eso es lo último que elijo escuchar hasta llegar a casa. Revuelvo en mi bolso en busca de mis auriculares. La culpa se ha esfumado. Me los coloco y, antes de escoger qué oír, le envío un mensaje desesperado al chico que acabo de conocer.

CAPÍTULO 5 Tirip, tirip, tirip

Alien – Sabrina Carpenter

Entro a mi habitación y me siento en la cama mientras me seco el cabello. Acabo de salir de la ducha, aun adormilada por la siesta que tomé en el auto. Mamá no me despertó al llegar.

Apenas me acomodo, un ladrido de Gato me saca de mis pensamientos y Perro reclama mi atención al enredarse entre mis pies. Mi perro, Gato, un cachorro regordete de color beige, se me abalanza como si no me hubiera visto en cinco años y me llena de lametones. Perro, en cambio, espera que le dé algún snack extra mientras suelta un largo maullido. Mi gato se mueve despacio, ya que está un poco pasado de kilos y es bastante adulto. Yo digo que tiene curvas porque tiene un hermoso pelo largo de color gris.

–¿Me extrañaron? –me agacho a recoger a Perro del suelo y rasco su pequeña cabecita gris–. ¿Sabes que eres el gato más lindo del universo?

Responde claramente que sí. Sin embargo, es interrumpido por mi teléfono que suena.

Tirip.

Lo ignoro mientras termino de secarme el pelo, asumiendo es algún grupo. Luego, me cuelgo la toalla alrededor de mis hombros y, con un cepillo, lo desenredo sin mucho cuidado. Camino hacia mi tocador y de uno de mis cajones saco un secador.

Tirip.

De nuevo, ese tono. Es un mensaje.

Tirip.

Tirip. Tirip.

Mi mente ignora la situación y busca excusas para no asimilar lo que probablemente está ocurriendo.

Tirip.

–¡Seguro eres tú! –grito y arrojo la toalla al suelo–. ¡Maldito!

Gato se asusta por mi reacción y sale corriendo. A paso firme, voy hasta mi mesita de noche y tomo mi celular que estaba conectado al cargador. Ya tiene la batería llena, por lo que lo desenchufo.

Me percato de que mi mano tiembla cuando lo desbloqueo. Trago saliva y bajo la barra de notificaciones para leer desde ahí; no obstante, los mensajes que envió “Desconocido ” son bastante más largos de lo que hubiese creído, por lo que estoy obligada a abrir la aplicación de mensajería para leer por completo lo que escribió.

Así que necesitabas seguir hablando conmigo...

¿No te parece que vas un poco rápido?

Ni siquiera me conoces y ya me necesitas...

... ¿Hola?

¿Estás?

El estómago se me revuelve. La cena fue hace tan solo un momento, por lo que creo que voy a vomitar. Cuando dije que lo necesitaba no me refería a... ¡A eso! Debería saberlo. No todo es una broma. Es un confianzudo; él no me conoce a mí como para escribir esas cosas en negrita.

Además, ¿qué clase de psicópata escribe los mensajes tan perfectos? No detecto errores de ortografía, coloca todos los signos e incluso hasta pone los puntos finales.

Tirip.

El móvil vibra entre mis dedos y lo ignoro con toda la paciencia que puedo juntar en una milésima de segundos. Gruño justo en el momento en que Gato ha decidido regresar a mi habitación y vuelve a asustarse. Dejo mi móvil en la mesita de noche y recojo al cachorro con mis manos.

–Tranquilo, chiquito, la cosa no es contigo –le digo, bajito, y lo bajo al suelo para dejarlo libre.

Vuelvo a centrar mi atención en aquel chico.

Oye... Al menos no me dejes en visto. Me da ansiedad.

¿Ansiedad? Sí, claro... ¡Ni siquiera debe saber lo que es tener ansiedad!

Mis dedos sudan y no sé qué responder. Suelto un suspiro. Yo también odio ese miserable aviso de lectura delator. Asimismo, me molesta ver que pensamos igual.

Stalkeo su cuenta y me maldigo a mí misma por sentir una punzada de decepción al notar que no tiene foto de perfil. Tomo valor y le respondo.

No c qe decir

Quizás.... todo esto es diver tido para ti...

Pero para mi es my importante

*muy

Lee mis mensajes de manera automática en cuanto se envían. Mi estómago se retuerce al ver su nivel de interés: tenía nuestra conversación abierta.

No. Debo estar imaginando cosas donde no las hay. Tranquila, me digo. En un momento veo que escribe y deja de escribir. Mi corazón se encoge cada vez que desaparece la animación de escritura.

Me llamo Ezra.

Lo dice tan de pronto que tengo que releer su mensaje unas cuantas veces. Me quedo estática. Por algún motivo, ese mensaje me sacó de eje. No me esperaba que dijera eso. El nudo en mi estómago se ajusta aún más. ¿Qué es todo esto? ¿Por qué me siento así? ¿Por qué no lo puedo identificar?

Si me agendas como “Ezra ”, no me ofendo.

Vibel, tranquila. Es solo una cara bonita que te va a extorsionar. No pasa nada, puedes con ello, me obligo a pensar.

No tengo que hacer tanto escándalo. Es solo un nombre que, además, puede ser falso. Pero, de algún modo, tengo la certeza de que no me está mintiendo. Sería absurdo mentir con algo así, ¿no?

Tirip.

Como no respondo, él continúa.

Hola, Ezra, ¡encantada de conocerte! Soy Vibel, pero ya me conociste.

Ruedo mis ojos con pesadez al mismo tiempo que me doy cuenta de que debo suprimir la sonrisa idiota que me genera su mensaje.

¡Dios! Esto es malo.

Tirip.

Tirip.

¿No?

¿Nada?

Corro hasta la cama y salto. Tomo uno de mis almohadones y lo estrujo con todas mis fuerzas para liberar adrenalina. Necesito aclarar mi mente. Tengo mi cabeza hecha un remolino. Hace tiempo que no tenía este tipo de contacto social con un chico que me generara algo.

No te mientas, nunca lo tuviste, me digo a mí misma.

Tirip.

¿Te estás por ir a dormir? Si quieres, te dejo descansar.

Algo en mi interior se pone en alerta. A pesar de todo, no quiero dejar de hablar con él. ¡Me desespera no entenderme ni a mí misma! Por un lado, pienso que si lo ignoro, se dejará de fastidiar, pero... por algún motivo, no quiero que dejemos de hablar tan rápido.

Sin embargo, otra parte de mí desearía nunca haberlo conocido. No necesito que mi vida se vuelva más caótica de lo que ya es.

Debo mantenerlo cerca, por el bien de mi secreto, obvio, resuelvo para mis adentros.

No... simplemente no c qe contestarte

Oh, bueno... Entonces tengamos una videollamada.

Pego un salto y trastabillo con el borde de la cama. Otra vez, su respuesta fue automática. No tardó ni un solo segundo en responderme. Parpadeo y vuelvo a leer. Debe estar bromeando, ¿cierto? Trato de reírme tanto en voz alta como por mensaje; pero no puedo.

¿Qué demonios está buscando?

Tirip.

¿No quieres?

Preferiría qe no. Es raro...

¿Te da vergüenza?

Y, a continuación, me envía un sticker de alguien que se muere de la risa. Frunzo el ceño mientras mis piernas comienzan a temblar. Estoy nerviosa. Tan solo con leer la palabra vergüenza, mi cara se enciende: él no se equivoca.

Vamos... ¡Un ratito! Será como otro de tus videos

Imagíname como uno de tus seguidores

Touché. Eso me ha dado justo en el ego.

Ya verá quién soy, pienso mientras me acomodo un poco el cabello para lucir un poco más presentable. Sin embargo, aún está demasiado húmedo. No me lo terminé de secar por distraerme. ¿¡Para qué me bañé de nuevo?! Las duchas rápidas del colegio no me gustan del todo, así que suelo optar por darme un mejor baño en casa.

Corro al tocador y trato de arreglarme. ¿Y si lo ato en una coleta alta? Sé que me hacen ver más madura y seria, pero está tan mojado que no me parece una buena opción. Decido que mejor lo dejo suelto, ya que bastante tiempo está amarrado por mis pelucas.

Por un momento, me recorre el impulso de pintarme los labios y ponerme perfume, pero termino por regañarme a mí misma. Primero, nadie se pinta los labios de forma casual antes de irse a dormir; segundo, no podrá olerme...

Espera, Vibel, ¿perfume? ¿Quieres que te huela?

Con todo el valor del mundo e ignorando mis pensamientos impuros, le respondo:

Nunk dije qe me diera vergenza

Cuando se confirma el aviso de lectura, aprieto el botón para realizar la videollamada sin dudarlo. Para mi sorpresa, tarda varios segundos en atender.

–¿Ahora tenías vergüenza tú? –pregunto de manera insidiosa en cuanto atiende mi llamada, mientras sonrío de lado. Me siento superior e inflo mi pecho como un globo por el orgullo.