No me regales rosas, prefiero margaritas con mucho hielo - Tania Martínez - E-Book

No me regales rosas, prefiero margaritas con mucho hielo E-Book

Tania Martínez

0,0
9,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Una historia que te sacará más de una sonrisa y con la que te sentirás identificada. Un grupo de cuatro amigas del instituto se reúnen para celebrar sus cumpleaños. En todo este tiempo sin verse han pasado muchas cosas: matrimonios, hijos que ya se han ido de casa, divorcios, amantes y algún que otro kilo de más. Si eres de las que comienza a estar harta de la imagen de supermujer perfecta, trabajadora, madre, amiga, esposa, hija..., y te preguntas quién nos ha vendido esa moto, este libro es para ti. Tania Martínez nos invita a una terapia entre amigas donde dejarás a un lado los dramas y representarás el papel protagonista. Ahora eres tú la que no pide que te regalen rosas porque prefieres mirar la vida rodeada de margaritas con mucho hielo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 233

Veröffentlichungsjahr: 2025

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harpercollinsiberica.com

 

No me regales rosas, prefiero margaritas con mucho hielo

© 2025, Tania Martínez San Martín

© 2025, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

 

Diseño de cubierta: Rebeca Losada

Imagen de cubierta: Dreamstime

 

ISBN: 9788410642577

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Dedicatoria

Prólogo

1. Espejito, espejito, ¿quién es la más bella?

2. Cincuenta a mis espaldas y… ¿de verdad nos importa un bledo?

3. ¿Alguien ha visto mi autoestima? Debe de estar con mi talla 38

4. ¿Soy yo o aquí hace mucho calor?

5. ¿Y si resulta que Blancanieves y la madrastra se hacen amigas?

6. El misterioso caso de la cintura desaparecida

7. Un sueño reparador

8. El maravilloso mundo del placer. Objetivo: dos orgasmos semanales

9. Hormonas a lo loco y yo con estos pelos

10. El arte de casarse (otra vez) y sobrevivir en el intento

11. Los manolos y su habilidad para mantener nuestra paz mental

12. El día después. Alcohol y estrógenos no son una buena combinación

13. Juventud, divino tesoro. ¿O no?

14. El mundo es mío… si me lo traen al sofá, que salir a buscarlo es muy cansado

15. ¿Alguien se cree que las mujeres nacemos resignadas y tontas de serie?

16. Ha llegado la Navidad y yo sin enterarme

17. Cómo tragarte la píldora de la verdad y no volver a ser una niña buena

18. Crónica de una muerte anunciada en tres tiempos

19. El día después de la tormenta

Epílogo. Disfruta de tu segunda juventud

Dedicatoria

 

 

 

 

 

A la Tania que fui, por haberme traído hasta aquí.

A la Tania que seré, por todo lo bueno que está por llegar.

Y, por supuesto, a todos aquellos que me acompañan en el camino.

Prólogo

 

 

 

 

 

Para las que no me conozcan os diré que estoy entrando de lleno en lo que las revistas femeninas llaman la «middle age» o «segunda juventud»; vamos, así entre nosotras, que acabo de subir al escalón de la década de los cincuenta. Esa a la que a muchas solo con pensarlo les da urticaria y en la que comienza la cuenta atrás quitándose tantos años de encima que llega un momento en el que acaban siendo las hermanas de sus propios hijos. Os situáis, ¿no?

Siendo sincera, he de reconocer que a mí el número, o la década en sí, no me ha caído del todo mal, pero sí tengo la sensación de que he comenzado a escribir la página en blanco de un libro diferente al que había sido mi vida hasta ahora. Y para las que todavía no saben de qué estoy hablando, porque no se han visto en la situación o les queda todavía mucho para llegar a este momento, os diré que además de los síntomas que he comenzado a tener «propios de la edad», en palabras de mi ginecólogo, entre nosotras, lo que nunca hemos querido llamar menopausia, noto que hay algo dentro de mí que quiere abrir mi caja de Pandora. Esa que hace tiempo enterré y miedo me da lo que puede tener dentro y lo que puede conllevar abrirla.

Por si fuera poco, puedo deciros también que cada día que pasa reniego más de la imagen de mujer perfecta: trabajadora, madre, amiga, esposa, hija… Con sinceridad, no entiendo quién nos vendió esa moto. Y reconozco que al hacerlo encima me siento fatal, como si el egoísmo se hubiera apoderado de mí y me preguntara constantemente: «¿Y de lo mío qué?». Parece que ya está harto de esperar a que se cumpla lo que quiere mi yo de verdad —que, para seros sincera, no tengo ni la más remota idea de lo que se trata— y me anima a lanzarme de lleno a dar un portazo a todo aquello que «tenía que ser» y a ser por fin lo que me dé la gana.

¿Y entonces…?

Entonces, aquí estoy a punto de desnudarme por completo frente al espejo de la madrastra de Blancanieves para intentar ver quién soy realmente y adivinar qué es lo que siento y lo que quiero ahora. Así, sin capas ni filtros.

¿También tú te sientes reflejada e identificada conmigo? Pues verás que no estás sola, que todas hablamos largo y tendido, en petit comité, en nuestros círculos íntimos de amigas sobre lo que sentimos, lo que pensamos y los avatares de nuestro día a día en esta nueva etapa desconocida hasta ahora para nosotras.

Verás que esas charlas son oro puro. Te desahogas, te ríes, te identificas y te llevas algún consejo útil para lidiar con lo que te esté sucediendo, ¡eso seguro! ¿Que no puedes más con los sofocos?, pues lo dices y no pasa nada, porque todas estamos en el mismo punto y empieza el trueque de recomendaciones, de potingues, suplementos o tipos de té que nos han ayudado a unas o a otras. Y todos son consejos de primera mano, es decir, de la experiencia y no de un libro de autoayuda.

Me quedo, sin ninguna duda, con el humor que compartimos. Porque, seamos realistas, reírse de esos kilos que se instalan sin invitación o de la memoria que parece estar de vacaciones es lo que nos salva. Nos echamos unas risas juntas y, de pronto, todo parece menos dramático. Esas risas compartidas nos recargan las pilas y nos ayudan a seguir adelante, son un chute máximo de endorfinas.

Así que brindo por esos círculos de amigas que se convierten en casa, que te permiten ser tú misma, sin máscaras ni filtros, porque cuando sales de ellos te sientes más ligera, más comprendida, y con una buena dosis de energía para lo que venga. Invencible, vamos.

¿Y quieres saber de qué hablamos? ¿Qué comentamos? ¿Y cómo vamos sobreviviendo?

Entonces, te animo a entrar en esta historia en la que cuatro amigas que cumplen cincuenta años viven y crean un círculo difícil de romper en el que conversan sobre todo eso y mucho más.

Estoy segura de que te reconocerás en sus conversaciones y en lo que van sintiendo día a día.

Disfruta de tu lectura. ¡María, mi alter ego, y sus amigas te esperan dentro!

 

La autora

1. Espejito, espejito, ¿quién es la más bella?

 

 

 

 

Un, dos, tres. Espejito, espejito… ¡Allá vamos y que sea lo que Dios quiera!

¡Vaya! Parece que no era esto lo que pensaba encontrarme al ponerme cara a cara frente al espejo. Ya podía haber elegido uno de esos espejos que estaban en la feria de las ilusiones que te hacen más alta, más delgada… Pero veo que no ha sido así.

 

 

 

Pues no, la verdad. Sí que venía notando de un tiempo a esta parte ciertos cambios físicos en mi cuerpo, un poco aislados, de los que, para ser sincera, no me quería dar cuenta siguiendo la teoría de que si no los reconoces, no se materializan y siguen sin existir. ¡Y qué os voy a decir! ¡Me han pillado por sorpresa! No me los esperaba tan de golpe y tan de repente. Tampoco frecuento demasiado el espejo… para no enfrentarme con ellos…, pero una es humana y no está dispuesta a que sigan ahí.

A ver, que no os voy a negar que siempre me ha gustado comer y beber esos vinitos con mi marido y amigas…, sin embargo había conseguido tener mis kilos muy bien educaditos. En cuanto me pasaba de la raya, iba al gimnasio y esos dos kilitos de más desaparecían rápidamente con una dieta espartana y cardio a tope. Y, de esta forma, año tras año, llegaba aceptable a entrar en el bikini cada verano. Así que no sé qué ha pasado ahora para que todo sea distinto, pero, sin embargo, presiento que esto no tiene pinta de cambiar de repente y me voy a tener que comer esos dos kilos de más con patatas porque no va a haber forma de quitármelos de encima. A la tumba me voy a ir con ellos. ¡Dios mío, qué horror!

Os voy a confesar que he vuelto a probar la famosa dieta, el cardio, el gimnasio… y como si nada. Ahí siguen conmigo. Y, para colmo, se han instalado donde no deberían: en la tripa, creando el odiado flotador, ese que junto con la entrada en la década de los cincuenta se considera el principio del fin. ¡Anda que no son puñeteros los kilitos! Ya podían haber servido para rellenar los pechos, esos de los que nunca he podido presumir y que ahora encima comienzan a responder a la teoría de la gravedad… Pero, claro, parece que eso no les venía bien y preferían terreno conocido…

¡La verdad, no sé cómo me ha podido pasar esto a mí! Yo que precisamente había tenido que lidiar cuando iba al colegio con ser la más alta y la más delgada de la clase, mira dónde estamos ahora.

No me reconozco en lo que veo en el espejo. ¿Será verdad eso de que me estoy haciendo vieja? ¡Ay, mira, cuerpecito, ahora no me puedes hacer esto! Tanto tiempo imaginando el momento en el que mis hijos se hicieran mayores, se fueran de casa…, para al final quedarme yo en la mía sin moverme porque no puedo con la vida. ¿Qué me está pasando? ¡Si yo nunca he sido depresiva y mucho menos he estado apática, sin querer salir o dándome pereza un plan! Eso por no hablar de los desarreglos y los sofocos, y el hecho de que no me aguanto ni yo. Y no es por nada, pero si lo estoy reconociendo muy evidente tiene que ser, ¡os lo aseguro!

Desde luego es algo grave porque no me encuentro, no me reconozco; que me devuelvan a la de antes, a la que vivía constantemente pensando en todas las mujeres que «debería ser», con la multitarea y el estar corriendo de aquí para allá. No es que fuera la mejor versión de mí, pero por lo menos sabía a qué atenerme. Ya sabes, el dicho de «mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer».

Para colmo, las voces en mi cabeza han comenzado de nuevo. Mi voz interior, la del lado bueno, me da ánimos para volver a intentarlo y recuperar otra vez mi figura y con ella mi autoestima y mi vida, y me anima a ponerme las pilas. Pero, claro, como no podía ser todo de color de rosa, el lado oscuro, el diablillo ha comenzado a chillar literalmente dentro de mi cabeza, y no piropos y palabras bonitas precisamente. No, qué va, él me grita que es culpa mía, que no me esfuerzo lo suficiente, que no tengo fuerza de voluntad, que me lo tengo merecido, que si esto, que si aquello…

No es que sea de mucho alivio con tanta batalla campal interna, pero yo me repito constantemente que estoy empezando otra etapa de mi vida; ni mejor ni peor, simplemente diferente. Y eso no sé si me tranquiliza o me asusta como para salir corriendo. Aunque…, creo que es muy difícil poder escapar de uno mismo.

Mi ginecólogo me ha dicho que mis hormonas están disminuyendo y que eso es lo que está provocando este caos físico, mental y emocional en mí, que estoy entrando en perimenopausia. ¡Toma ya! Y eso no me lo ha dicho mi vocecita interior, ¡no os creáis! Lo aprendí el otro día, resulta que no es la menopausia, pero casi, y que tiene ochenta y nueve síntomas asociados. ¡Ahí lo dejo! Si es que al final nos toca todo, cuando no es el embarazo, es el posparto, y ahora otro tramo de cinco a siete años ¡con un porrón de síntomas! Que sí, que ya me he puesto a investigar y van desde la falta de sueño a los sofocos, pasando por la sequedad de la piel o incluso problemas con las encías. Nada, que me queda claro que a partir de ahora cualquier síntoma o cosa extraña que aparezca es consecuencia de la etapa esta que os digo. ¡Qué cruz! Así que ¿para qué queremos más? Con más peso que nunca y encima empezando con las goteras, ¡madre mía! No sé cómo voy a salir dignamente de esta.

Mi único consuelo es saber que no soy la única, ¡eso ya es un alivio, no te creas! ¡Por lo menos podemos hacer grupitos! Eso sí, cuando nos terminemos de enterar y de ponernos las pilas con el tema, que a mí me ha costado un tiempo no pensar que todo se debía a mi falta de voluntad, a la falta de hacer ejercicio y de muchas más cosas en letras mayúsculas, ya sabéis por donde voy: confiar en mí, cuidarme, dedicarme tiempo, no ser la última de la cadena, mandarlo todo a la mierda…

Y es que, como siempre, cuando se trata de cosas de mujeres sigue siendo algo de lo que no se habla mucho. Parece un tema tabú,porque los cincuenta, la menopausia y todo lo que conlleva se asocia con decrepitud y con vejez. ¡Por favor! Como si dejar de ser fértil significara automáticamente dejar de ser jóvenes y deseadas. Y yo me pregunto: ¿quién fue el iluminado que decidió esto? Pues está claro que un hombre y, como de costumbre, seguimos dejándonos arrastrar por la inercia en todo lo relacionado con estos temas. ¡Oye!, sin embargo, qué rápidos hemos sido a la hora de encontrar un medicamento para los problemas de erección masculina o hemos aprendido a adaptarnos a la inteligencia artificial. Vamos, que en resumidas cuentas nos toca lidiar con todo esto que nos pasa y encima la sociedad nos pide que lo llevemos con dignidad, en silencio y sin molestar a nadie. ¡Venga, hombre! Como si fuera nuestra responsabilidad hacer que pase desapercibido.

Así que, sí, puede que no me reconozca siempre en el espejo, puede que mi cuerpo esté cambiando de formas que no esperaba, pero eso no significa que me rinda. ¡He dicho!

¡Buff! Esto se está poniendo intenso. Mucho trabajo le voy a dar yo al espejo si quiero que me responda que soy la más bella del reino. ¡Anda que no queda curro!

Por cierto, que con tanto ajetreo frente al espejo ni siquiera me he presentado.

Me llamo María y, sí, según parece, soy la protagonista de esta historia. ¡Qué ilusión por fin ser la protagonista de algo!, porque últimamente estoy un poquito de bajón con todo lo de la edad, los cambios y lo que eso conlleva. Además, tengo una sensación rara, como de dejarme llevar y siento que no soy la dueña ni la protagonista de mi propia vida. Trabajo en una revista femenina, de esas que son un mix entre moda y corazón. En la parte personal llevo casada desde hace más de veintisiete años con Jorge, mi marido; vamos, que después de tantos años casados somos una pareja de ejemplares en estado de extinción, de esos que no abundan, y tengo dos hijos mellizos: una niña y un niño de veintitrés años.

Como os estaba contando, me pilláis en un momento raro. A la versión «pública» de mí misma, la podréis ver viviendo una existencia en plan glamurosa, trabajando entre celebrities, personajes del corazón, yendo y viniendo a fiestas, y luciendo vestidos top. Vamos, en estado «fashion me desmayo, no me despiertes al mundo cotidiano».

A la versión «real» de mí misma la vas a encontrar agotada, cansada y harta de tirar del carro. Esa cara B es la que va corriendo a todos los lados para cumplir eficientemente con el trabajo, para mantener el off the record, intentar compaginar la vida de «revista» con la «cruda realidad» y literalmente no morir en el intento. Porque, así entre nosotras, qué manía tienen las revistas de hacernos creer que eso que se ve es la realidad y teñir todo de filtros, como los de las redes sociales, y así mostrarnos una verdad tamizada que nos hace idealizar la vida, pensando que la de unos pocos es tan maravillosa como nos la venden. Y con ello más carga y presión para nosotros y nuestro día a día de rutina y agotamiento.

Los niños han terminado la carrera y han comenzado a trabajar y están pensando en irse pronto de casa. Mi cara A lo está deseando, pero mi cara B no sabe muy bien cómo me lo voy a tomar cuando no me necesiten de la misma manera. Así que estoy entre el yin y el yang todo el rato, que, para mí, siendo sincera, no es algo demasiado habitual. Siempre he tenido las cosas claras y ahora me he vuelto más indecisa, como con más fatiga mental para tomar decisiones y elegir de forma correcta el camino por donde tengo que continuar.

Además, para complicarlo todo un poco más, mi marido acaba de aceptar un ascenso que implica un cambio de ciudad y yo no tengo muy claro si estoy dispuesta a dejarlo todo y salir corriendo tras él, porque si no lo hice con veintidós años, ¿qué sentido tendría hacerlo ahora con cincuenta? ¡Ay, me encuentro en una duda permanente! Cada año que pasa, en lugar de ser todo más sencillo, la cosa se complica…

Estoy en un estado que podría denominar como «modo on» o, lo que es lo mismo, saliendo de la zona de confort a todo gas a cada momento, pero, a la vez, mi cuerpo parece estar gritándome: «¡Stop! ¡No sigas adelante! ¡Para!». Es como si mi cerebro y mi corazón estuvieran en una batalla constante. No sé si esto es normal a mi edad o si simplemente me estoy volviendo loca.

Y es que, a decir verdad, nunca pensé que llegaría a esta encrucijada en la vida. Siempre pensé que con la madurez vendría una especie de sabiduría y seguridad que te permitiría tomar decisiones sin tanta duda. Pero aquí estoy, más confundida que nunca. Con lo que yo he sido, ahora parezco la reina de la incertidumbre. Lo que antes era mi seña de identidad ahora parece desvanecerse. Es como si me encontrara en una cuerda floja, tratando de encontrar el equilibrio entre la María que era y la María que quiero ser, y tengo la sensación de que me terminaré cayendo al vacío. ¡Universo, entérate de que me dan miedo las alturas, así que como para caernos estamos!

Es una sensación extraña, como si estuviera diciendo adiós a la persona que fui durante tanto tiempo y a la vez tratando de dar la bienvenida a una nueva versión de mí misma que aún no conozco.

Quizás lo que realmente necesito es tiempo para mí. Pero, claro, ¿quién tiene tiempo para eso cuando la vida sigue su curso sin detenerse y todo son deberes y obligaciones? ¡Ah, pero qué demonios! Si la vida no se detiene, ¿por qué debería hacerlo yo? Tal vez, en lugar de darle tanto al coco pensando en recuperar lo que ya no soy, y regodearme en ello, debería enfocarme de una vez por todas en lo que puedo llegar a ser en esta nueva etapa. Que de algo tiene que valer la experiencia, ¿no creéis?

Pues sí, esa parece que va a ser la mejor manera de actuar. Así que aquí estoy, lista para enfrentar esta nueva etapa con todo lo que venga, sea bueno o malo. Y si eso significa aceptar que ya no soy la de antes, pues que así sea. Seguro que algo ganaremos en el proceso, que de todo se aprende.

Y si los espejos ya no me devuelven la imagen que quiero ver, pues que se aguanten. ¡No es mi problema! Porque estoy decidida a seguir adelante, con mis kilitos de más, mis dudas y mis inseguridades, pero también con mi fuerza, mi experiencia y mi capacidad para reinventarme una y otra vez.

Porque, al final, no se trata de ser la más bella del reino, sino de ser la más feliz o la más auténtica. Y eso, queridas mías, no hay espejo en el mundo que pueda reflejarlo. 1-0 ganado al espejo.

2. Cincuenta a mis espaldas y… ¿de verdad nos importa un bledo?

 

 

 

 

¡Ay, la edad! Y no te quiero ni contar si esa edad se acerca a los cincuenta: con la cantidad de cambios físicos, emocionales y existenciales que conllevan. Y todos llegan de repente, sin avisar, que ¿para qué van a llegar de uno en uno si pueden venir todos de golpe y así dejarnos agotadas en un segundo? Yo creo que es para que no nos dé tiempo a reaccionar y que así no podamos salir corriendo.

 

 

 

Por fin ha llegado el día. No os imagináis la pereza que me da solo de pensarlo. ¿Por qué tuve que decir que sí? El plan, en un principio, me resultó hasta divertido, pero a medida que iban pasando los días ya no me hacía tanta gracia y la cita en sí empezaba a darme una pereza mortal. Aun así, he decidido seguir adelante, según lo previsto, porque uno de mis propósitos para este año es decir a la vida que sí y apuntarme a cualquier plan que me ofrecieran y solamente anularlo si puedo sustituirlo por uno mejor. Como dice una de nuestras diseñadoras más icónicas, «hasta a la inauguración de una gasolinera hay que ir en ciertos momentos de la vida porque nunca se sabe dónde está esperando tu oportunidad secreta». Así que eso hice aquella noche, porque os diré que tampoco tenía una alternativa mejor.

Todo empezó un mes atrás cuando el teléfono fijo, sí, habéis oído bien, comenzó a sonar con insistencia. Y sabe Dios que no pensaba cogerlo porque al final siempre se aburren y me dejan en paz, que últimamente nunca es nada importante. Solo son teleoperadoras que intentan convencerme una y otra vez para que cambie de compañía telefónica o los de la inmobiliaria para recomendarme que ponga a la venta mi casa, que ahora según parece es un buen momento para hacerlo porque han subido los precios. Pero aquel día eran las once de la noche y el ruido ensordecedor del aparato me estaba angustiando más que mis pocas ganas de moverme para responder a la llamada.

Así que me lancé escaleras abajo para saber quién era el pesado que me estaba llamando con tanta insistencia. Al descolgar apareció una voz profundamente conocida, a la que ubicaba perfectamente, pero de la que no había sabido nada en los últimos veinticinco años. Vamos, la voz que nunca hubiera esperado encontrar al otro lado, y menos aún de mi teléfono fijo.

Así que mi reacción fue la de quedarme petrificada, con el teléfono en la mano como si de una escultura me tratase, en estado de shock. Mi mente se quedó en blanco, incapaz de reaccionar, hasta que unos segundos más tarde en el auricular empecé a escuchar un par de chillidos que me llamaban por mi nombre con desesperación.

—¡¡¡María, María!!! Pero, hija, reacciona. ¡Parece que has oído la voz de un fantasma! Que soy Esther, hija, la del instituto, tu vecina. ¿Te acuerdas? ¿O es que no me has reconocido? Madre mía…, María…, que tú no eres así, que estoy viendo que te me quedas en el sitio y yo al otro lado de este teléfono no puedo hacer nada por salvarte. ¡Reacciona!

—Ay, joder, Esther, no sigas chillando, que, como dices, me va a dar un infarto y yo ya no estoy para muchos trotes. ¡Cómo quieres que reaccione! ¡Si me acabas de dejar muerta! Es como si hubiera entrado en el túnel ese de luz que dicen que ves cuando te diriges hacia la muerte. Y es que algo parecido ha debido de ocurrirme porque nada más oír tu voz se me ha aparecido en la cabeza mi vida en etapas con todas las aventuras y desventuras que hemos vivido tú y yo juntas. Eso sí, en modo reel, que para eso estamos en el siglo XXI. Pero vete al grano, guapa, que seguro que me tienes que contar algo muy importante, que, si no, no desempolvarías tu teléfono para llamarme. Porque… ¿cuánto tiempo ha pasado desde que nos vimos la última vez? ¿Veinticinco o veintisiete años? Que digo yo que algo me tendrás que contar que no sepa y que sea de vital importancia compartir con tu compañera de aventuras en el instituto.

—¡Cómo me conoces! Te llamo para algo superimportante, quiero que te apuntes en la agenda el día de la celebración. Este año cumplimos cincuenta años la pandilla del instituto. ¿Te acuerdas? Almudena, Marta, tú y yo…, Y creo que es el momento de ponernos al día, ¿no? Así que os he localizado a todas y cada una de vosotras y os propongo juntarnos para que celebremos el superevento del año: nuestra fiesta de cumpleaños.

—Venga, ¿qué me estás contando? ¿Tú crees que tengo ganas de celebrarlo? Buff…Bastante tengo con asimilarlo como para poner banderas de colores, gritarlo a los cuatro vientos y llamar a mis amigos para decirles que acabo de pasar a la década de los cincuenta, que ya me he hecho mayor, y que quiero invitarlos a compartir que soy una vieja. Hasta me he comprado un libro de esos que te da consejos de cómo afrontar esta edad y que te dé un poco igual todo. Cincuenta a mis espaldas y a mí me importa un bledo se llama.

—Anda, no seas ceniza. El plan está ya hecho. Haz una lista con las personas que quieres invitar. Que sean diez como máximo y juntémonos todas el fin de semana del 13 de enero para celebrarlo.

—¡No me lo estoy creyendo! No me creo que vaya a decirte que sí a esto.

—María… Hija, de verdad, no has cambiado nada. Sigues siendo una experta en hacerte de rogar.

—Vale, vale, me apetece mucho veros y saber de vuestras vidas, así que… venga. Liémonos la manta a la cabeza y ya veremos cómo acabamos, que nosotras nunca tenemos término medio.

—¡Genial! Sabía que dirías que sí. Por cierto, María, ¿qué haces trabajando en una revista femenina de esas pijas? Te dejé siendo una chica seria y de fiar y no dándole al cotilleo ni relacionándote con ese mundillo tan fino y exclusivo —dijo Esther tan sarcástica como siempre.

—Sigo siendo la misma. No tan seria, hasta soy algo más divertida con eso de la edad, que siempre ayuda a que te dé igual casi todo, pero de fiar he sido toda la vida.

Según colgué el teléfono me desplomé en la silla que tenía al lado tratando de procesar lo que acababa de pasar. ¡No podía ser verdad! Acababa de estar hablando con mi amiga del instituto, como si nos hubiéramos visto ayer mismo y estuviéramos organizando una de nuestras quedadas de fin de semana. ¡Madre mía, qué sensación más extraña!

Era como si el destino nos estuviera dando una segunda oportunidad para reconectar con esas personas que fueron importantes en algún momento y con las que no se había cerrado el círculo y esperaban el mejor momento para reactivarse, aun cuando la vida las había dejado atrás. Como si nos estuviera dando una segunda oportunidad para resolver todo lo que quedó pendiente, para cerrar esos ciclos que nunca terminamos de cerrar.