50 a mis espaldas y a mí me importa un bledo - Tania Martínez - E-Book
SONDERANGEBOT

50 a mis espaldas y a mí me importa un bledo E-Book

Tania Martínez

0,0
8,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 8,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Si tienes 50 años o estás a punto de cumplirlos ha llegado el momento de plantearte si la vida que tienes ahora es la que soñabas y la que te mereces vivir. Las mujeres a esta edad nos encontramos en la mitad del sándwich, con pareja o sin ella, con hijos o con padres que necesitan y demandan nuestra atención, lo cierto es que estamos exhaustas. Cansadas y llenas de responsabilidades, siempre dejamos para mañana lo más importante: pensar en nosotras mismas. En este libro, Tania Martínez te desvela el método definitivo para cuidar tu salud, abandonar el estrés, mejorar tu día a día y tus relaciones, sentirte joven y reencontrarte contigo misma. RECUPERA TU PODER. ATRÉVETE A SER OTRA VEZ LA DUEÑA DE TU VIDA. Cincuenta años siempre haciendo lo que debías hacer o al menos lo que creías que era correcto, lo que los demás querían que hicieras, muchas veces por comodidad y otras por verte integrada en lo que tú consideras tu familia, tus amigos, tu mundo real, tu día a día. ¿Te reconoces? Y ahora sientes que ha llegado el momento de saber más, de conocer por qué y para qué estás aquí, para poder elegir cómo quieres vivir el resto de tu vida. En tus manos está. Descubre todas las herramientas que necesitas para ser feliz.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 251

Veröffentlichungsjahr: 2022

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por HarperCollins Ibérica, S. A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

Cincuenta a mis espaldas y a mí me importa un bledo. El método definitivo para mejorar tu vida, sentirte joven y volver a ilusionarte

© 2022, Tania Martínez

© 2022, para esta edición HarperCollins Ibérica, S. A.

 

 

Todos los derechos están reservados, incluidos los de reproducción total o parcial en cualquier formato o soporte.

 

 

Diseño de cubierta: María Pitironte

Recursos gráficos: Shutterstock

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

ISBN: 978-84-9139-740-3

 

 

 

Créditos

Dedicatoria

Parte I: ¡Cumples cincuenta!

1. ¿Y ahora qué? ¿Qué esperas de los cincuenta?

2. ¿Esta eres tú?

3. ¿Por qué envejeces?

Cuaderno de trabajo 1: ¿Quién soy? Diagnóstico: cincuenta

Parte II: Así eres. Conócete y acéptate

4. ¿Tu piloto automático está condicionando tu felicidad?

5. ¿Qué es el estrés?

6. ¿Te cuesta dormir?

7. ¿Cómo respiras?

Cuaderno de trabajo 2: Así soy. Me conozco y me acepto

Parte III: Comienza a vivir la vida que mereces

8. Cambia tu alimentación, cambia tu vida

9. Restaurando el sueño reseteas tu vida

10. Reduce tu nivel de estrés

11. El ejercicio como elixir mágico

12. Aprendiendo a respirar

13. El amuleto

Cuaderno de trabajo 3: A por mi destino

 

 

 

 

 

 

A mi padre, por enseñarme a no rendirme y seguir siendo desde el cielo el timón de mi viaje.

A mi marido, por ser parte de mi brújula en esta vida.

A mis hijos, para que descubran que el destino que desean les está esperando siempre que estén dispuestos a dar el primer paso.

 

 

 

 

 

 

Te encuentras aquí, a punto de cumplir cincuenta años y no sabes qué pensar, no sabes a qué atenerte. Siempre, desde que eras pequeña, habías visto a la gente de cincuenta años como personas mayores, y ahora tú estás muy cerca de cumplirlos o justamente los acabas de celebrar. Y te encuentras bien, o por lo menos no te encuentras como suponías que con esta edad te encontrarías. Sin embargo, hay algo dentro de ti que no sabes muy bien qué es, que no sabes cómo explicarlo, que te incomoda, que te hace sentir inquieta, y a la vez te produce desazón. Es como un gusanito que necesita reaccionar, que necesita replantearse ciertas cosas, pero que no sabe bien ni qué es ni por dónde empezar a buscar.

En los próximos capítulos de este libro descubrirás que nada de lo que te está pasando es algo fuera de lo común, que todo eso que sientes, te planteas y te replanteas tiene que ver con el ciclo natural de la vida. Como verás, todo en la vida tiene unos tiempos y ahora por fin ha llegado el momento de dejar de lado la faceta de trabajadora, madre, amiga, hija… y de centrarte en ti misma —ya era hora, ¿no crees?—. ¿Por qué? Porque este nuevo periodo de tu vida te pertenece, porque es el final de una etapa y el comienzo de todo el camino que te queda por recorrer para sentirte —por fin, si es que no lo estás ya— plena.

Este libro va dedicado a las mujeres —sí, a las mujeres, y ahora entenderás por qué—, principalmente a aquellas que ven cómo se aproximan a sus cincuenta años y no quieren ver esta nueva edad como algo negativo, sino como una de las mejores etapas de lo que les queda por vivir. Está dedicado a esas mujeres dispuestas a acercarse a esa madurez con curiosidad y con ganas de disfrutarla al máximo —sí, aceptamos que tal vez también con algo de miedo y de incertidumbre—.

Tengo claro a medida que pasan los años que los cincuenta de hoy son los nuevos treinta: tenemos todo lo que nos hemos propuesto —bueno, igual todo todo… no—, quizá hayamos conseguido más o menos todo aquello con lo que siempre habíamos soñado o puede que estemos a medio camino para conseguirlo. Quizá hayamos construido una familia, con hijos o sin ellos, o puede que estemos con pareja o disfrutando de nuestra vida en soledad. Pero también —y aquí está nuestro gran problema— puede que tengamos un montón de responsabilidades: unos padres que se han hecho mayores y a los que tenemos que cuidar, atender o prestar atención, y un trabajo o unos hijos que nos exigen cada vez más y más dedicación.

Sea cual sea la vida que lleves, ha llegado el momento de hacer balance. Ha llegado el momento de plantearte si la vida que tienes es realmente la que soñabas y si es la que quieres y te mereces vivir. Estarás de acuerdo en que la vida que llevamos las mujeres está llena de cosas que hacer: si eres una mujer que trabaja, quizá todo tu día esté lleno de reuniones o de trabajo al que prestar atención en tus horas de oficina —sí, esas a las que también hemos añadido en los últimos años las videoconferencias en zoom frente a una pantalla de ordenador—. Y que cuando por fin consigues terminar tu día de trabajo y levantarte de la pantalla o volver agotada a casa, tienes tareas en el hogar, tareas con tus hijos, la visita física o virtual a tus padres o tal vez a esa amiga que siempre te dice cuánto te necesita.

La vida se mueve a contrarreloj porque por muchas cosas que te pasen o por muchos intentos que hagas al final sigues en la rueda por llegar a todo, por estar pendiente, por estar conectada con todo y con todos —¡qué bonita, por cierto, es esa vida que vemos en las redes sociales! Todos tan ideales, delgados, guapos y felices. ¡Y por supuesto sin problemas!—. Y en ocasiones incluso todo es más intenso y exigente porque de un tiempo a esta parte se han roto tus rutinas, porque estás siempre en los mismos sitios y con la misma gente, porque la hiperconexión rodea tu vida y no siempre para bien.

Las mujeres, especialmente, somos muy buenas —o al menos eso nos creemos— en ser personas multitarea. Siempre nos hemos enorgullecido de la cantidad de cosas que podemos hacer a la vez: la lista de la compra, los deberes de los niños, el informe a entregar, recordar el cumpleaños de nuestro marido… Bien, pues ha llegado el momento de prestar un poquito más de atención a nuestro cuerpo, nuestra mente y a comenzar a desarrollar nuestro propio camino personal. En esta sociedad de locos, todo lo hemos venido haciendo con prisa y sin pausa para demostrarnos que estábamos de lleno en este mundo, que éramos buenas madres, buenas esposas, buenas hijas. Y en esta carrera por demostrarles todo a todos nos hemos olvidado de lo que nosotras realmente queremos y de lo que nosotras realmente necesitamos.

Con esta locura que nos rodea, ¿cuál es siempre el colectivo más perjudicado emocionalmente, además de nuestros mayores? ¡Las mujeres! ¿Y dentro de las mujeres? ¡Aquellas que rozamos la edad de los cincuenta! ¿Por qué? Porque nos encontramos en la mitad del sándwich, con hijos, que dependen todavía de nosotros y de padres que nos necesitan o demandan la misma atención que nuestros hijos, y estamos exhaustas. Y con estos días tan ajetreados llenos de tareas por cumplir, siempre dejamos para mañana lo más importante: el pensar en nosotras mismas.

 

Y así pasan los días... Y así pasa la vida.

 

¿Sabes que realizar varias cosas a la vez no beneficia al cerebro? Es más, ¿que le perjudica? El cerebro —al igual que nosotras— también se estresa si tiene que estar pendiente de un montón de cosas y eso hace que muchas veces nos olvidemos de hacer o de recordar las cosas más simples en nuestra vida diaria. ¿Cuántas veces has olvidado dónde has puesto las llaves? ¿Cuántas veces has entrado en una habitación a coger algo y ni siquiera sabías qué es lo que estabas buscando? Pues todo esto que te resulta tan familiar es consecuencia de estresar al cerebro con un montón de tareas al mismo tiempo.

¿Sabes también que enfermedades como el cáncer o el alzhéimer atacan en mayor medida —concretamente el doble— a las mujeres que a los hombres? Hasta este momento siempre hemos creído que esto se debía a que las mujeres vivíamos más, y al vivir más era normal que tuviéramos más enfermedades al pasar más años en la edad adulta. Pues esta creencia no es cierta: las mujeres estamos especialmente expuestas a la enfermedad por culpa de nuestra propia falta de cuidado y por nuestra falta de priorización de aquellas cosas que son solo nuestras: nuestro tiempo, nuestro organismo, nuestro cuerpo, nuestro descanso y nuestro objetivo de vida. Sí, has oído bien. ¿Objetivo de vida? ¿Qué es eso? Todo en su momento. Vayamos por partes.

 

 

La regla de vivir más frente a cuidarse menos

 

Pilar tiene cuarenta y nueve años. Vive sola y no tiene hijos. Es profesora en una escuela de secundaria y su pasión es enseñar. Sus alumnos están encantados con su profe porque sus clases son muy amenas, muy entretenidas, y todos reconocen que Pilar es capaz de hacerles fácil cualquier clase de historia por muy arduo que sea el tema que les cuente. Los padres de los alumnos la respetan igualmente y por ello es una de las tutoras más demandadas en la escuela, pues conoce a la perfección a cada alumno. Está tan involucrada en su trabajo que sufre con los problemas que le cuentan sus alumnos o sus padres por igual.

Pilar también es la menor de tres hermanos. Como no está casada ni tiene hijos se hace cargo de su madre, que vive sola. Antes de ir al centro se pasa por su casa, la viste, prepara su comida y después de clase vuelve otra vez para ver si todo sigue bien, para hacerle la compra y para estar un rato con ella. Sus hermanos están muy ocupados con su vida y, además, piensan que como ella no tiene niños, no tiene marido, ¡qué más le dará ir a visitar diariamente a mamá! ¡Así también ella está entretenida! Hace poco su madre se cayó y se rompió la cadera, y Pilar ha tenido que hacerse cargo de contratar a una señora, de ir a ver que todo está bien… Por si fuera poco, en el colegio están pasando por una mala racha porque les faltan profesores y le han pedido a Pilar que haga un turno por las tardes dos días a la semana, ¡como se le da tan bien la enseñanza!

Últimamente Pilar ha comenzado a no dormir demasiado por la noche cuando ella siempre había dormido como un lirón. También ha empezado a engordar un poco, ella que siempre había estado en una talla cuarenta y dos. Se le ha pasado por la cabeza ir al gimnasio para intentar bajar un par de kilos antes del verano y ponerse en forma, pero ahora mismo no tiene tiempo para nada entre la escuela, su madre... y, además, ahora su hermano Pepe se acaba de separar y su madre le ha pedido que esté echándole una mano y apoyándolo.

—¡Pobre niño! —le repite a todas horas su madre—. ¡Qué va a hacer él ahora sin su mujer Paloma! ¡Otra desgracia para esta familia!

 

¿Cómo crees que terminará la historia? Pilar está en una espiral que acabará pasándole factura en su propio cuerpo. Sobre Pilar está recayendo la responsabilidad del cuidado de su madre y la de ser el sostén de su familia al tener que asumir también el apoyo a su hermano recién separado. Adicionalmente, el trabajo consume su tiempo y esfuerzo —se sigue preparando a diario las clases— y no está dedicando ningún minuto de su día, de su semana o de su mes a ella misma, a darle tregua a su cuerpo y a permitir que descanse, se recupere y se regenere.

Pilar sin saberlo sufre el llamado «estrés de cuidador», que unido al estrés habitual de su vida cotidiana y a no cuidar aspectos básicos de su vida, como su alimentación o el ejercicio físico, terminará generando en unos años una enfermedad que puede ir desde depresión hasta otro tipo de enfermedad como tiroides, artritis, alzhéimer, ansiedad, enfermedad cardiovascular, cáncer…

Es una realidad que las mujeres somos más propensas que los hombres a padecer depresión, y este hecho es consecuencia de la sobrecarga de trabajo que tenemos, tanto en lo social como en lo familiar. El efecto de las hormonas, la disminución en concreto del estrógeno en el cuerpo en la época que rodea la edad de la menopausia, es otro factor determinante si no somos capaces de contrarrestarlo mediante otros mecanismos como, por ejemplo, la alimentación, como ahora veremos. Por ello, seamos conscientes de que en el mundo actual en el que vivimos, las mujeres estamos más expuestas a envejecer más rápidamente e incluso a enfermar como consecuencia de nuestra propia falta de cuidado y, en especial, debido a nuestra falta de priorización de aquellas cosas que son solo nuestras: nuestro tiempo, nuestro cuerpo y nuestro descanso.

Claro que nadie a nuestra edad quiere hablar de envejecer, estamos en lo mejor de la vida, ¿por qué vamos a hablar de hacernos viejas? Sin embargo, debemos aprender a hacerlo. Tenemos que ser conscientes de que todas las enfermedades de las que estamos hablando —cáncer, alzhéimer, etc.— son enfermedades que, aunque se manifiestan en una edad más avanzada que en la que nos encontramos (y para las que en ocasiones, como en el caso del alzhéimer, no tienen cura), tienen su origen quince o veinte años antes de que se manifiesten externamente.

Y esta manifestación se debe no solo a los genes, como pensábamos hasta ahora, sino también a nuestra forma de vida y a nuestra manera de no cuidarnos.

 

Todo lo que hagas hoy tendrá reflejo en tu mañana.

 

 

¿Te criaste en la era de las mujeres superwoman?

 

Las mujeres que cumplimos ahora cincuenta años nos criamos con el síndrome de la superwoman completamente implantado como un pequeño chip dentro del cerebro. Si naciste en los setenta y te criaste, como yo, en la cultura de los ochenta, te dejarían cristalino que para tener éxito en la vida tenías que ser perfecta en todo lo que hicieras cada día: trabajo, casa, niños, marido…, sin importar para nada el estado de ánimo o las capacidades reales que tuvieras ese día y en ese momento. Vamos, una supermujer —superwoman, ahora que vuelven a estar de moda los superhéroes; eso sí, en formato femenino, que en algo hemos avanzado—.

Nuestras madres y nuestras abuelas nos repitieron hasta la saciedad que les había costado mucho camino y mucho trabajo llegar hasta donde nosotras nos encontrábamos —y de eso no cabe la menor duda— y que ahora no estaban dispuestas a que nosotras lo tirásemos todo por la borda eligiendo el mejor de los mundos: habíamos querido trabajar, meternos de lleno en el mundo laboral… y de repente nos dimos cuenta de que, además de ello, se nos exigía ser buenas madres y buenas esposas, y encima debíamos sentirnos afortunadas por poder continuar así —si pensábamos otra cosa sobre el asunto en cuestión, a nadie le interesaba demasiado nuestro parecer. Tampoco nos lo planteábamos. Era así y punto—.

En la infancia se nos recordaba que teníamos derecho a trabajar, pero también nos grababan a fuego que no podíamos olvidar que debíamos ser buenas madres, que teníamos que ser aquellas que mantuvieran en perfectas condiciones el núcleo familiar.

Si te resultan familiares en tu día a día algunos de estos síntomas que aparecen a continuación, sabes perfectamente de lo que te estoy hablando:

 

• Te sueles encargar de todo.

• No delegas con la excusa de que nadie puede hacerlo mejor que tú.

• Te quejas continuamente de que nadie te ayuda.

• No pides ayuda aunque la necesitas.

• Piensas que no estás a la altura de las tareas que muchas veces tú misma te exiges.

• No permites mostrarte débil ante nadie.

• Prefieres no deber favores a tu familia o a amigos.

• Crees que pedir ayuda es de débiles.

 

Y así estamos ahora —¿me equivoco?—. Agotadas, desgastadas, quemadas, y preguntándonos qué hemos hecho bien, mal o regular o, lo que es peor, sin tiempo siquiera para preguntarnos qué queremos hacer o cómo queremos hacerlo.

Bien, pues ha llegado el momento de hacerlo. Por nosotras, por nuestra salud, por nuestro bienestar. Grábate a fuego que si no lo hacemos ahora, la factura llegará en forma de enfermedad. Recordemos a Pilar. Ya te he dicho que nadie a nuestra edad quiere hablar de envejecer, pero tenemos que aprender a hacerlo y para ello antes debemos aprender a vivir en paz con nosotras mismas, a aceptar que no somos perfectas y que es fundamental comenzar a pensar más en nosotras y menos en los demás.

 

 

Mi historia personal

 

Te estarás preguntando quién soy yo y por qué estoy hoy aquí contándote todo esto. Tengo cuarenta y ocho años. Soy directiva de una compañía de medios de comunicación, estoy casada y tengo dos maravillosos hijos mellizos de veinte años.

Mi realidad comenzó a tambalearse el día que a mi padre le detectaron frontotemporalidad —una variante compleja de alzhéimer—, a los sesenta y un años, hace ahora doce, a la edad en la que se suponía que iba a comenzar su segunda juventud, después de una vida entera dedicada a su trabajo. Mi madre en ese mismo momento renunció a la suya y la entregó al cuidado de mi padre, y ahora, después de su fallecimiento, está aprendiendo a vivir.

Mis mejores años los entregué a mi trabajo y al cuidado de mi familia. No me arrepiento de nada de aquello, ya que obtuve grandes recompensas, pero sí es verdad que estoy exhausta: cansada, con más peso del que me gustaría, con un desequilibrio hormonal y con ciertas relaciones a mi alrededor tóxicas que demandan mi atención continua y a las que quiero poner fin.

A los pocos días de que mi padre nos dejara a causa de su enfermedad, comencé a leer y a plantearme cuál pudo ser el desencadenante que había podido conducir a que mi padre tuviera precisamente esa enfermedad. En la mitad de los casos detectados, y en una edad tan temprana como la suya, se suele deber a una mutación en un gen, a una herencia genética. ¿Significaba esto que yo estaba condenada genéticamente a pasar por la misma enfermedad que mi padre?

Para el alzhéimer sigue sin existir cura —aunque recientemente se han aprobado avances en un par de fármacos que retrasan en un treinta por ciento su evolución—. No me he hecho las pruebas genéticas para adivinar si tengo el gen y la predisposición para generar la enfermedad —no tengo valor para hacerlo—, sin embargo, sí tenía claro que debía encontrar otras vías que me permitieran hacer algo para intentar alejar mi predisposición a la enfermedad más allá de esperar sentada a que los diferentes científicos que trabajan en la búsqueda de la vacuna la encuentren —no desespero y sé que la encontrarán cuando la enfermedad sea definitivamente una prioridad en coste humano o económico como ha sido la covid—.

Este tipo de enfermedades son cada vez más comunes en todas nuestras familias y no tiene pinta de que vaya a disminuir el número de casos, principalmente porque no estamos dispuestos a modificar nuestros hábitos de vida.

Cuando un tema te toca en persona —aunque todos queremos vivir sanos el mayor tiempo posible— y en ello puede estar en juego, literalmente, tu vida, comienza a ser una obsesión y eso es lo que ha sido para mí.

 

 

Los genes no son determinantes. Sí el estilo de vida

 

Y descubrí para mi sorpresa que los genes no son tan fundamentales como creía, que es y en mayor medida una causa esencial el estilo de vida que llevamos. Aprendí que existen dos tipos de factores: los factores no-modificables, que son los que vienen directamente relacionados con la genética —vamos, que los tienes de nacimiento—, y aquellos que son modificables, que tienen que ver con lo que haces en tu día a día —los cuales sí podemos cambiar—.

En el mundo anglosajón, siempre más avanzado que nosotros en este terreno, vinculan el estilo de vida con el cuidado integral y holístico de la persona, destacando cinco áreas fundamentales: salud física, emocional, social, espiritual y mental, y afirman que si consigues tener todas ellas en equilibrio, tus probabilidades de enfermar son menores y mayores las de poder llevar una vida plena.

Cuando empecé a indagar sobre métodos de prevención, de cambios del estilo de vida, me di cuenta de que la mayor parte de las recomendaciones y métodos de prevención se basaban en los mismos patrones. En el camino que recorrí aparecieron también preguntas acerca de mi yo, acerca de qué quería y en qué me quería convertir, qué necesitaba y en quién me quería apoyar. Y en esta búsqueda he descubierto un montón de herramientas que me han ayudado a estar donde estoy ahora mismo. Me han ayudado a conocerme como persona, a fomentar mi mejor yo y a quererme sin reservas.

Existen determinadas formas de vida que minimizan la aparición de enfermedades, independientemente de los genes que poseas. Y por eso quiero compartir todo eso que he aprendido, porque no me fue fácil llegar a mucha de la documentación que he leído en estos años: primero porque había bastante información en inglés, segundo porque algunos informes eran demasiado científicos, tercero porque toda esa información no estaba actualizada y, por último, porque no creo que hubiera indagado tanto si, literalmente, «no me fuera la vida en ello». En realidad, para mí, era una razón de peso.

Así que he ordenado todo lo que a mí me ha servido y ahora son las líneas que tienes en tus manos. Por eso creo que si vas camino de los cincuenta o ya los tienes debes saber que este es tu momento. Párate un segundo a pensar en ti, en qué quieres tener y que no en diez años. Este libro es una guía para encontrarte y cambiar ciertos hábitos para vivir más tiempo con más salud y con más energía.

Para ello, como veremos, son muy importantes aspectos de nuestra vida en los que, por rutinarios, no reparamos, y son la base de nuestro bienestar presente y futuro:

 

1. La nutrición. Una de las patas básicas del bienestar actual, así como futuro, tiene que ver con el cuidado de la alimentación. En ocasiones creemos que comemos sano, que nos cuidamos, que estamos a dieta, que comemos vegetales o zumos verdes, pero si nos paramos a analizar en detalle las etiquetas y la procedencia de los alimentos que utilizamos, esta puede ser la explicación a por qué el cuerpo no responde favorablemente. Quizá no estamos comiendo tan sano como pensábamos.

2. La actividad física. No va de matarnos en el gimnasio. Pero sí es aquel movimiento que hacemos regularmente. Y realizar esta actividad no solo un día o cuando se acerca el verano es lo que hará que el organismo esté sano.

3. El sueño. Las mujeres especialmente tenemos el complejo de que tenemos que llegar a todo. Nos han educado y nos han enseñado que antes que nosotras están todas aquellas cosas familiares y profesionales de las que formamos parte. Esto hace que restemos siempre horas de sueño a nuestra vida —¡todo por solucionar uno de los tantos problemas de la familia!—. Sin embargo, el sueño es fundamental para que el cuerpo —a través del sistema inmune— pueda repararse diariamente mientras descansamos.

4. La búsqueda de un propósito de vida. Ya en la Antigüedad se escribió mucho sobre por qué estamos aquí y por qué ahora. Los humanos tenemos que encontrar un porqué para sentirnos vivos, para sentirnos conectados con nosotros mismos. Cierto grado de esa llamada espiritualidad es también básico para poder encontrarnos bien con nosotros y con nuestro entorno.

5. Social. Somos personas sociales. Y nos influye la relación con otras personas. No sentirnos acogidos por nuestra comunidad, por nuestros amigos, por nuestra familia, nos hace enfermar y aislarnos. A medida que nos vayamos haciendo mayores, la falta de apoyo puede derivar en depresión, demencia o enfermedades autoinmunes.

6. El estrés. Mantener las emociones controladas es una parte importante de nuestra salud futura. Vivir siempre en el «modo supervivencia» y con altos niveles de estrés día tras día hace que el organismo no funcione de manera correcta. Aprender a reducir el estrés es vital para salir ilesas de esta vorágine de vida que llevamos.

 

Tú, tu entorno y la forma en la que te relacionas con él es más importante que tu genética.

 

 

¿Por qué deberías replantearte tu estilo de vida precisamente ahora?

 

Porque es el momento. Porque estás a tiempo. Las claves para hacerlo son sencillas y son las que se resumen en este libro. Lo más importante son tus ganas de hacerlo y de conseguirlo. En los próximos capítulos trataremos en detalle cada una de las áreas que deberías considerar para sentirte mejor contigo misma. No te preocupes, aunque lo veas como algo raro e inalcanzable, al ir desgajándolo y rompiéndolo en partes lo asimilarás sin problemas.

Este libro contiene todo aquello que a mí me hubiera gustado tener cuando comencé mi búsqueda personal. Por supuesto, no es un sustituto médico ni pretende serlo. Yo no lo soy. Los médicos están para tratar las enfermedades y para recomendarte qué debes y qué no debes hacer cuando tienes síntomas de estar sufriendo una enfermedad. Aquí tan solo encontrarás aquello que he aplicado y que me ha ayudado a cambiar mi estilo de vida y espero que también mi predisposición genética.

Empecemos, por tanto, en este siguiente capítulo, preguntándonos quiénes somos y cuál es nuestro propósito de vida.

 

Es básico saber qué queremos ser para poder llegar a serlo.

 

Llega el momento de mirarte al espejo y de sacar a la persona que realmente eres. Esa persona que está debajo del caparazón que has ido construyendo en función de las creencias y experiencias que has vivido a lo largo de estos primeros cincuenta años de tu vida.

 

 

Diagnóstico cincuenta

 

Cincuenta años siempre haciendo lo que debías hacer o al menos lo que creías que era correcto, lo que los demás querían que hicieras, muchas veces por comodidad y otras por verte integrada en lo que tú consideras tu familia, tus amigos, tu mundo real, tu día a día. ¿Te reconoces? Y ahora sientes que ha llegado el momento de saber más, de conocer por qué y para qué estás aquí, para poder elegir cómo quieres vivir el resto de tu vida. Para ello necesitas ser plenamente consciente de todo lo que está y de todo lo que pasa a tu alrededor, de todo lo que te pasa a ti en relación con tu entorno, de cómo te sientes, de por qué lo sientes y de cómo lo manifiestas.

En este mundo de tanto ruido no nos paramos a escuchar lo que llaman en Oriente nuestro ser interior: ese que actúa de guía y de brújula para dirigirnos hacia aquello que nos proponemos ser —nuestro destino—. Ni siquiera escuchamos al cuerpo, que con sus dolencias y con sus llamadas de atención intenta redirigirnos para que volvamos a encauzar la mente, los objetivos, la salud y los deseos hacia esa meta que nos habíamos propuesto. Tenemos que aprender que nada de lo que pasa en nuestro organismo es aleatorio y que todo pasa por algo.

Los cincuenta años son una edad de transición para la mayoría de las mujeres, principalmente porque en nosotras se producen un montón de cambios —la mayor parte de ellos hormonales— que hacen que no todo funcione de manera correcta, y lo achacamos siempre a que nos estamos haciendo mayores, a que nos estamos haciendo viejas… ¡Qué iba a ser si no! Pero no, no es eso. No nos hacemos viejas.

Todos hemos leído en los medios de comunicación que la esperanza de vida ha crecido y que ahora vivimos casi diez años más de lo que vivían nuestras abuelas. Si eso es así, podemos afirmar que nuestros cincuenta son para las mujeres del siglo xxi los nuevos treinta. ¡Guau! Visto de este modo cambia un poco el cuento. Bueno, un poco sí, no nos vamos a engañar, pero no debemos olvidar que tenemos los nuevos treinta, pero con veinte años más de desgaste, con veinte años más de trayecto a nuestras espaldas.