No somos los Beatles - Roberto Fuentes - E-Book

No somos los Beatles E-Book

Roberto Fuentes

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Beschreibung

Cuatro amigos de la zona sur de Santiago forman una banda de covers de los Beatles. Violeta, una de sus integrantes, decide perder la virginidad con uno de sus dos mejores amigos, pero no sabe con cuál. Al hablarlo con ellos no queda nada claro, excepto dos cosas: que no será nada de fácil y que, pase lo que pase, mantendrán intacta su amistad. A través de las letras de las canciones de los Beatles, traducidas y adaptadas al castellano, los cuatro irán descubriendo aquellas cosas que hacen del fin de la adolescencia una de las etapas más memorables de la vida. Violeta, Paul, John y Dina llevan la música en la sangre: sus padres y madres también fueron amigos y tuvieron una banda, y ahora ellos están a punto de develar el misterio que los separó hace décadas.

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I.S.B.N.: 978-956-12-3664-6

I.S.B.N. Digital: 978-956-12-3670-7

1ª edición: mayo de 2022

Diseño de portada:

Collage compuesto por Juan Manuel Neira

en base a imágenes de Freepik.com

© 2022 por Roberto Fuentes Morales.

Inscripción Nº 2022-A-2713. Santiago de Chile.

© 2022 de la presente edición por Empresa Editora Zig-Zag S.A. Santiago de Chile.

Derechos exclusivos para todos los países.

Editado por Empresa Editora Zig-Zag S.A.

Los Conquistadores 1700, piso 10, Providencia.

Teléfono (56-2) 2810 7400

[email protected] / www.zigzag.cl

Santiago de Chile.

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

Liverpool

Un día le pregunté a John si sabía dónde cresta quedaba Liverpool. Era la primera vez que le preguntaba algo así y en un tono algo pesado, lo admito. Lo conocía desde siempre y llevábamos casi una semana sentados uno al lado del otro debido a que la profesora jefe me había castigado por hablar demasiado con Paul. John usaba lentes y se sentaba adelante por lo mismo y ahora yo lo acompañaba. Siempre he odiado sentarme adelante, pero era eso o una suspensión. Llevaba una semana evitando hablarle a John, más que nada para que no me castigaran de nuevo por conversadora y, segundo, debido a que John se había burlado de mí por ese castigo y quería, tontamente, castigarlo a él también con mi silencio. Pero a veces se me olvidaba todo y le hablaba algo de igual forma.

–No puedes vivir sin mí –me dijo la primera vez que le hablé sentada a su lado.

Y la segunda y la tercera fue igual y de ahí en adelante hasta que le dije un día que lo había perdonado por ser tan huevón; al menos con eso logré que riera y me dijera algo distinto al “no puedes vivir sin mí”. Siempre eran conversaciones tontas, obvio, nada muy profundo, para pasar el rato, que es para lo que sirven los hombres.

A John le gusta jugar al seductor. Es lindo y mis compañeras de curso y otras niñas del colegio están loquitas por él. Se deja una especie de jopo en el pelo, al estilo de cantante de baladas sesentero y usa lentes del mismo modelo de los que usaba John Lennon. Él se cree John Lennon. Y Paul, en menor medida, también se cree Paul McCartney, y quizás no es tan lindo como John, pero no es para nada feo.

John llevaba una semana repitiendo a todo el mundo que junto a Paul querían conocer Liverpool y que trabajarían durante todo el verano después de salir del colegio para irse por un par de meses para allá. Me tenía chata.

–¿Sabes dónde cresta queda Liverpool? –fueron mis palabras exactas y definitivamente en un tono que denotaba molestia.

–En Inglaterra –me contestó él.

–Eres un genio –le dije muy burlesca.

–¿Y qué quieres que te diga? –preguntó.

–¿Cómo llegarás de Londres a Liverpool?

–En bus, supongo.

–Son trescientos cincuenta y seis kilómetros. Cuatro horas, al menos, en bus. También hay un tren que es más rápido y en avión es poco más de una hora.

–¿Cómo sabes tanto?

–¿Cómo sabes tan poco si andas hinchando a todo el mundo con tu viajecito a Liverpool?

Ahí se detuvo la conversación, pues ahora ambos estábamos molestos y el profesor de Inglés entraba a la sala.

Dina antes se sentaba con John y ahora se tuvo que sentar con Paul. Dina y John prácticamente no se hablaban y ambos se habían sentado juntos por el asunto de los lentes. Ella también los usaba, pero era menos miope que mi amigo. La profesora jefe insistió en eso del cambio. Entre ellos no se tenían mala ni mucho menos, pero solo se comunicaban para lo esencial. John nos decía que ella era quizás un poco extraña, ausente, pero que de igual forma le simpatizaba. Como resultado de eso, ahora Dina y Paul se sentarían juntos forever, pues ambos son piola, así que supuse que se llevarían bien. Bueno, yo también he cursado toda la enseñanza media con ella y para mí era invisible. Es que ella es muy callada, ordenada y estudiosa, pero salvo por el primer atributo somos iguales. Y de seguro después de terminar el cuarto medio ella entrará a la universidad a estudiar alguna carrera humanista, pues siempre anda leyendo algo distinto de las lecturas obligatorias.

–¿Ya te joteaste a Dina? –le preguntó John a Paul en el recreo.

Yo había notado que Paul en el cuaderno tenía escrito “Liverpool” con distintos tipos de letras. Paul es medio artista, dibuja muy bien. No sé lo que Paul le contestó a John, pero yo debo haberlos interrumpido.

–¿Saben que llueve mucho allá? –insistí en el tema.

Ambos me miraron con cara de duda. Luego imagino que me ignoraron, pues siguieron conversando sobre Dina. Paul había conversado con ella en un día lo que John no había hablado en semanas. Mi mente se fue a las ecuaciones que nos había dado de tarea la profesora de Matemáticas. Quería resolverlas luego para poder seguir traduciendo una canción de los Beatles que era Love me do. Esto último no era una tarea del colegio, era un proyecto que teníamos los tres.

–Liverpool es muy helado –comenté–. Corre un viento que te congela, te llegan a castañear los dientes, pero te puedes proteger con los grandes y antiguos edificios que abundan por todas partes.

Miré los ojos de Paul y descubrí que tenía uno café oscuro y otro café claro, casi verdoso. Somos amigos desde muy pequeños y no me había dado cuenta de ello. Usa una melena tipo Beatles, cómo no, y eso hace que sea difícil mirarle los ojos con detenimiento. Su pelo es castaño claro. Tiene un par de espinillas en la frente que se tapa con la chasquilla, pero cuando mueve la cabeza, la chasquilla se alborota y se pueden ver.

–Llueve ciento ochenta días al año –me dijo Paul sin ningún aspaviento y se ganó mi respeto. Me quedé mirando a John.

–¿Uno de cada dos días? –preguntó John–. Es mucho.

–Son novecientos milímetros de agua al año –expliqué–, acá en Santiago deben ser unos doscientos milímetros a lo más.

Asintieron. No sabían qué más decir, seguro.

–Si van –dije–, vayan en el verano de allá, invierno de acá.

–No somos tan huevones –dijo John–, entendemos lo de los hemisferios.

–O llevamos un par de paraguas gigantes –dijo Paul.

Y los imbéciles rieron.

Me quedé en silencio porque era fome el chiste, pero ellos no paraban de reír. Luego recordé los ojos de Dina y descubrí que sus ojos eran iguales a los de Paul. Lindos y escasos. Ella no es fea tampoco. Si se llegaran a casar los hijos tendrían sus ojos. Quizás ella es un poco gordita para el gusto de mi amigo. Los hombres son imbéciles y les importan mucho esas cosas. Nunca me había fijado en ella, pero ahora se sentaba con mi amigo y conversaban. Quizás ahora ella se fijaría en mí por ser amiga de Paul y notaría mi delgadez, mi falta de músculos, mi nariz levemente torcida, mis ojos chinescos y mi pelo negro azabache difícil de peinar.

Llevábamos recién tres semanas en clases. Era tercero medio y creo que nos sentíamos grandes, pero lo negábamos.

Paul vio a Dina y la llamó con nosotros. Fue inteligente. De esa forma se libraban de mí y de mis legítimas dudas sobre el conocimiento que ellos tenían de Liverpool.

Dina llegó sonriente y nos saludó de beso a mí y a John. Era callada, pero no tímida. Su aliento olía a menta y era agradable sentirlo, pero solo se limitaba a mirarnos y nadie hablaba. Qué irritante. Debía hacerla hablar. Necesitaba sentir más ese olor a menta. Pero ahora todos nos limitábamos a mirarnos de vez en cuando y ella se divertía con la situación. Quizás si yo decía más datos sobre Liverpool ella metería la cuchara. Pero Dina se me adelantó.

–Ayúdame con las ecuaciones y después te ayudo con la traducción –me dijo.

–Eh, bueno –dije confundida.

–Yo le conté del proyecto –dijo Paul.

Y ahí recordé que ella era seca para el inglés y para casi todo, en realidad. En Matemáticas no le iba mal, pues era estudiosa, pero era lo que más le costaba y lo más fácil para mí. Yo hacía los cursos de especialidad matemática y recordé que ella también los hacía.

–¿Por qué no estás en el humanista? –le pregunté de vuelta.

–Porque esa área ya la domino bien –me dijo sonriendo, y me hizo sentir tonta.

Descubrí que sus dientes eran blancos, perfectamente ordenados y del tamaño preciso. Los míos eran algo grandes, como los de Paul, pero más ordenados que los de él. John, bueno, todo en él era perfección.

Cuánto valesu dolor

El papá de John, el papá de Paul y mi papá, junto a otro integrante, formaron una banda tributo a los Beatles. Todos ellos eran profesores de Música y se habían conocido en la universidad. De ahí también son nuestras mamás y ellas también son profesoras de Música. Crearon esta banda mientras estudiaban y siguieron con ella incluso después cuando trabajaban haciendo clases. Se juntaban a ensayar todas las semanas y fin de semana por medio tenían presentaciones que les representaban algún ingreso extra. Entre los cuatro se habían comprado una camioneta tipo Combi, como la de Scooby Doo, y en ella llevaban los instrumentos, y cuando eran más jóvenes también iban nuestras mamás. Hay varias fotos donde salen todos arrejuntados y felices, sobre todo felices.

El papá de John las hacía de Lennon, el papá de Paul las hacía de McCartney y mi papá de Harrison. Ringo lo hacía el tío Julio. Así le decíamos. Llamábamos tío y tía a todos. Vivíamos todos cerca, en departamentos en la comuna de San Miguel. Yo tenía siete años cuando papá se despidió de mí y de mamá antes de irse a una tocata para allá arriba, en la comuna de Las Condes. Hueles a Violeta, me decía papá antes de despedirse y me besaba la nariz. Esa tarde pasaron a buscarlo los demás integrantes de los Silver Beatles (nombre que tuvieron los Beatles un poco antes de ser conocidos mundialmente) y se dirigieron a su presentación. Mamá me ha contado que fueron muy respetados dentro del circuito. Tenían pedidos de tocatas por montones, pero ellos solo se presentaban semana por medio, pues no querían abandonar a su familia. “Abandonar a su familia”. Qué tontera. Qué imbécil paradoja.

Con los años mamá me contó que en el camino de vuelta a la camioneta se le reventó un neumático, la Combi se fue contra un camión y luego volcó, deteniéndose en un poste de luz. El único sobreviviente fue el tío Julio que estuvo una semana en coma. Luego se recuperó. Él era el único soltero y sin hijos. Tenía una polola con la que rompió y se fue a vivir al sur. Hace tres años apareció por la casa y un día, cuando llegué del colegio, lo encontré en la cocina junto a mamá. Al principio no lo reconocí, pero luego, cuando sonrió, recordé que jugaba conmigo a la pinta cuando venía a visitarnos. Solo atiné a soltar la mochila y corrí a abrazarlo. Era lo más cerca de estar con papá de nuevo.

Lloramos un rato abrazados.

–Discúlpame –me dijo–, yo era quien manejaba esa noche.

–Fue un accidente –le dije.

Luego me besó la frente y se fue sin decir nada más. Mamá lloraba desde la cocina.

Solo después de dos años me atreví a contarles ese episodio a mis amigos. Ambos me miraron un rato en silencio y luego cada uno me tomó una mano. No dijeron nada, no hacía falta.

John y Paul tienen padrastros. Dos viejos muy buena onda. Además, tienen hermanitas. John tiene a Emilia de cinco años. Y Paul tiene a Sofía de cuatro años. Mamá nunca se emparejó con nadie más, o al menos nunca ha traído algún pololo a casa.

John y Paul le deben sus nombres al fanatismo de sus padres por los Beatles. Yo salí mujer y mamá fue quien se impuso y me llamó Violeta, por Violeta Parra, nuestra cantante preferida. Por suerte mamá tiene un carácter fuerte o quizás me hubiese llamado Yoko Ono, o algo así.

Mis amigos desde siempre han estado obsesionados por homenajear a sus padres. Y querían crear su propia banda tributo y trataban de sumarme a mí. Había dos problemas. Mi reticencia y el no tener instrumentos eléctricos porque son muy caros. Ambas cosas se resolvieron al mismo tiempo. Yo les dije que aceptaba pertenecer al grupo con la condición de que tocáramos canciones de Violeta Parra también. Aceptaron a regañadientes. Y sobre los instrumentos les dije que no se preocuparan.

–¡Cómo no nos vamos a preocupar! –gritó John.

–Seremos los Beatles Unplugged –les dije.

Ambos se quedaron pensando un momento y luego sonrieron. Así que hacemos arreglos de las canciones para tres guitarras acústicas. Yo a veces toco pandero o un pequeño bombo, hago los coros y canto las canciones de Violeta. Soy la que más sabe de música del grupo y ellos lo aceptan. Fui yo la que les propuse el proyecto de cantar las canciones de los Beatles en español. No es solo traducirlas, más bien se trata de adaptarlas respetando el espíritu de la canción. Así fue como lo fuimos haciendo poco a poco, ellos también ayudaban y opinaban. Todo esto mientras cursábamos tercero medio. También ayudó Dina.

Muchas veces discutimos sobre quiénes eran mejores, los Beatles o Violeta Parra. Para mí era una discusión inconducente, innecesaria, tonta, pero me gustaba discutir con ellos. Mis amigos me refregaban en la cara que los chicos de Liverpool habían conseguido veintisiete canciones número uno en el ranking mundial. Yo respiré profundo para darme tiempo de pensar en la respuesta:

–Mientras ellos cantaban “She loves you, yeah, yeah, yeah”, Violeta cantaba “El minero ya no sabe / Cuánto vale su dolor”.

Se quedaron callados y con la boca abierta.

–Te lo concedo –dijo Paul después de varios segundos.

–Nos cagaste –dijo John.

Virgen

Cumplí los dieciséis años a principios del año pasado y estaba aburrida de ser virgen. Con mis amigos éramos todos vírgenes. Para ellos el tema era un tema de orgullo masculino; más bien para Paul, porque a John le daba lo mismo en realidad. Para mí era algo que me hastiaba. El tema estaba en el aire siempre y a cada rato alguna compañera te lo preguntaba. Una vez me pillaron de malas y contesté:

–Creo que sigo siendo virgen, aunque lo hice con un perro, ¿eso vale o no?

Francisca, mi compañera que se había atrevido a preguntarme sobre mi virginidad, hizo una mueca de asco y se retiró enojada.

No soy muy popular, tampoco la más odiada, pero amigas mujeres no tengo, solo compañeras y a veces puedo compartir con ellas y pasar un rato agradable, pero mis amigos siempre han sido John y Paul. Y como quería ponerle un punto final al tema de la virginidad, y como no pololeaba ni estaba cerca, decidí que debía acostarme con uno de mis amigos, alguien por quien profesara al menos cariño, y no con cualquier huevón. El problema a continuación era con quién de los dos. John era más lindo, pero con Paul me sentía más cercana. John tenía un cuerpo más atlético, pero imaginaba a Paul más cariñoso conmigo. John tenía más posibilidades de hacerlo antes con una chica, pues era muy popular, pero no se veía tan interesado en el tema como Paul, y ese desmedido interés de Paul me hacía dudar, imaginaba que se iba a ir cortado al segundo. Cómo no podía decidirme, les comenté el tema a ellos.

–¿Me estás hueveando? –preguntó John.

Paul solo soltó una risita nerviosa.

–Estoy chata de ser virgen –dije–. Y no hablo de caliente. Igual me calienta el tema, obvio, no soy de fierro, pero quiero que esto no sea más tema.

–¿Primero no deberías pololear? –preguntó Paul.

–Miren quién lo dice –dije–. Estás verde por tirar y te importaría una raja estar pololeando o no, pero como yo soy mujer, si no lo hago dentro del pololeo soy maraca.

John soltó una sonora carcajada.

–No quise decir eso –dijo Paul.

–Ahora, puede ser que no les interese tirar conmigo –dije–. Lo entiendo. Tengo menos curvas que un cubo.

–A mí no me pareces mal –dijo John todavía divertido con la situación.

–No es eso –dijo Paul–. Es que eres mi amiga.

–Con mayor razón –dije–. En general, y me disculpan chicos, encuentro a los hombres muy huevones y básicos. No veo cómo puedo llegar a interesarme o enamorarme de uno. ¿Y si no me enamoro hasta los cincuenta años?

–Hay vibradores y tienes manos y dedos –dijo John.

–Esas cosas no se conversan así –dijo Paul.

–Somos amigos –dije.

–¿Y si tiramos una moneda al aire? –preguntó John.

–¿Quieren perder la virginidad o no? –pregunté.

–Yo sí –dijo Paul–. Lo sabes.

–No me quita el sueño –dijo John–. Pero tú eres mi amiga y eso lo encuentro atractivo.

–Me dejan donde mismo –dije.

–Hagamos un trío –propuso John.

–Ni cagando –dijo Paul–. Yo no quiero verte tu culo peludo y menos otras partes.

–¿Tienes miedo de que te guste? –le preguntó John.

–Tú no me gustas –dijo Paul–. Eres hombre.

–Creo que eso de hacer un trío es mucho –dije–. Solo quiero perder mi virginidad con alguien al que le tenga cariño. No debería ser tan difícil de entender. Para mí no es tan importante, quizás en el futuro sí, y no quiero mirar hacia atrás y sentirme mal por acostarme con cualquier imbécil. No soy una perra en celo. Y nada de tríos. Solo quiero saber si estarían dispuestos cuando me decida por uno de ustedes.

–Ya te dije que sí –dijo John.

Paul se rascó la cabeza y se quedó un rato mirando hacia el suelo.

–Lo haré con gusto –dijo finalmente queriendo parecer gracioso, pero le salió fingido, aunque tierno.

–Te vas a transformar en la Yoko Ono de Beatles Unplugged –dijo John.

–Hablemos de otra cosa –propuso Paul.

–Hice dos versiones en español de los Beatles –dije.

–¿Cuáles canciones? –preguntó John.

–Love me do es una, dije. Es muy tonta, y traducida es peor, no me gustó como quedó pero no se podía hacer mejor. En cambio From me to you me quedó bacán. Y quiero que nos juntemos a tocarla y enseñárselas para que la cantemos para el bingo del colegio. De verdad me gustó como quedó.

El recreo estaba terminando y empezaba a hacer frío. Los chicos se quedaron callados. Intuí que querían ver las versiones en español y desde mi chaqueta de buzo saqué las hojas con las canciones. Empezaron a leer una cada uno y no sabía cuál leía cuál. Eso me causó gracia y empecé a sonreír. Eran nervios. Si no les gustaba los iba a mandar a la cresta.

–Es poco lo que se podía hacer –dijo John y me devolvió el papel.

–Me encantó –dijo Paul.

–Nadie dice “me encantó” –dijo John–. Es muy gay.

–¿Quién es gay? –preguntó Dina que apareció frente a nosotros.

–Yo –dijo John–. Y estoy enamorado de Paul.

John tomó la cara de Paul con ambas manos y le besó la nariz.

–Huevón tonto –dijo Paul algo avergonzado.

–Estaba mostrándoles versiones en español de canciones de los Beatles –dije para salvar a Paul.

–Y también estábamos hablando de cómo tener sexo –dijo John–. Los tres somos vírgenes.

Paul me quedó mirando y yo traté de hacerme la fuerte, pero hablar del tema frente a Dina me daba un poco de vergüenza, lo admito.

Ella sonrió. Y lo hizo como un adulto frente a tres niños.

–Si quieren puedo ayudar en las traducciones –dijo Dina.

–Son adaptaciones –aclaré.

–Bueno –dijo Dina–. Imagino que primero se traducen y luego se adaptan.