Noche de reyes - William Shakespeare - E-Book

Noche de reyes E-Book

William Shakespeare

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Beschreibung

En la ciudad imaginaria de Iliria, el duque Orsino está enamorado de la bella Olivia, quien, debido a la muerte de su hermano, vive aislada del mundo y rechaza el amor del duque.Cuando el barco en el que viajaban los hermanos gemelos Viola y Sebastián, naufraga en las costas de Iliria. La hermosa Viola, es salvada en un bote y creyendo que su hermano ha muerto, decide disfrazarse de un joven paje y trabajar, bajo el nombre de Cesario, al servicio del duque Orsino. Es así que el duque envía al joven Cesario como mensajero de su amor a Olivia, sin saber que Viola se ha enamorado perdidamente de él ni que Olivia se enamorará del mensajero...Así comienza Noche de Reyes, una de las comedias más famosas de William Shakespeare. También conocida como "La duodécima noche" o "Lo que queráis", en esta comedia de enredos es difícil establecer quién es el protagonista. Con astucia shakespeariana, la trama amorosa principal se complica con una serie de confusiones, disfraces y cambios de identidades. Las intrigas románticas y la sátira se unen en esta historia donde los malos entendidos y la atmósfera alegre entretienen al lector en todo momento. -

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Seitenzahl: 106

Veröffentlichungsjahr: 2020

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William Shakespeare

Noche de reyes

(1599-1601)

Jaime Clark

Saga

Noche de reyesTranslated by Jaime Clark Original titleTwelfth NightCopyright © 1623, 2019 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726463118

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Personajes

Orsino, duque de Iliria. Sebastián, hermano de Viola. Antonio, capitán de buque, amigo de Sebastián. Un Capitán, amigo de Viola. Valentín, gentile de la servidumbre del duque. Curio, gentile de la servidumbre del duque. Don Tobías Regüeldo, tío de Olivia. Don Andrés De Secorrostro. Malvolio, mayordomo de Olivia. Fabio, criados de Olivia. Feste (bufón) Olivia. Viola. María, doncella de Olivia, Sacerdote Nobles, alguaciles, músicos y otros. Escena: Una ciudad de Iliria, y la costa cercana a ella.

Acto primero

Escena primera

[Una sala del palacio ducal.]

(Salen el Duque, Curio y otros nobles. Músicos en el fondo.)

Duque: Si es del amor la música sustento, seguid tocando, hartadme de armonía, que hastiado el dulce anhelo enferme y muera. La estrofa repetid: ¡murió tan dulce!; hirió mi oído como blanda brisa que sopla sobre un campo de violetas, robando y dando olor. Cesad; no cantes: no suena ya tan dulce como antes.

¡Tirano amor, cuán vivo y fresco eres! Pues aunque todo cabe en tu ancho seno, como en el mar, en él nunca entra nada, por esforzado y válido que sea, que en precio y en valor no pierda al punto: tan lleno está el amor de fantasía, que él solo de fantástico se precia.

Curio: ¿Queréis cazar, señor?

Duque: ¿Qué, Curio?

Curio: El ciervo.

Duque: Tal hago, y al más noble de los míos. ¡Ay!, cuando á Olivia vi por vez primera, el aire con su aliento embalsamaba; en el instante aquel troquéme en ciervo; y desde entonces como alanos crudos Me acosan mis deseos.

(Sale Valentín.)

¿Qué me manda? Valentín

Valentín: Alteza, perdonad: no obtuve audiencia; mas dióme su doncella tal recado: durante siete soles, ni aun su lumbre verá su hechizo a cara descubierta; mas cual reclusa, con tupido velo, su estancia irá regando cada día con llanto acerbo que los ojos hiere; y todo por amor de un muerto hermano, cuyo recuerdo en su memoria triste quisiera mantener vivo y constante.

Duque: La que alma tiene de tan firme temple que deuda tal de amor rinde a un hermano, Cuál no amará cuando áurea flecha acabe con la legión de los demás afectos que en ella viven; ¿cuándo seso y alma, aquellos altos tronos, ocupados estén, y llenos sus hechizos todos de un solo rey supremo? Preparadme de flores blando lecho: sobre el césped Descansa amor cual bienvenido huésped. (Vanse)

Escena II

[La orilla del mar]

(Salen Viola, un Capitán y Marineros.)

Viola: ¿Qué ti erra es ésta? Capitán: Iliria, noble dama.

Viola: ¿Qué hiciera yo en Iliria? En los elíseos campos mi hermano está. Por dicha, acaso no se ahogó. Marinos, ¿qué os parece?

Capitán: Gran dicha fue salvaros vos, señora.

Viola: ¡Mi pobre hermano! Aun él salvarse pudo

Capitán: Bien pudo; y si os consuela lo probable, sabed que al estrellarse nuestra nao, cuando ibais vos, con esta pobre chusma que se salvó con vos, en nuestro bote, vi a vuestro hermano, cauto en el peligro, atarse a un recio palo que flotaba sobre el airado mar, cuyo recurso esperanza y valor le sugirieron; y como Arión en el delfín montado, le vi en amigo trato con las olas mientras le pude ver.

Viola: Por esa nueva, este oro toma. Que salvarse pudo, mi propia salvación me lo demuestra, y es tu discurso clara prueba de ello. ¿Conoces esta tierra?

Capitán: Bien, señora: apenas distará de aquí tres leguas el pueblo en que nací, y allí criéme.

Viola: ¿Quién manda aquí?

Capitán: Señora, un duque noble de estirpe y corazón.

Viola. ¿Se llama?

Capitán. Orsino.

Viola. Oí su nombre en boca de mi padre. Y era soltero entonces.

Capitán. Tal aún sigue; o lo era ha poco. Un mes hará que ausente estoy de aquí. Se murmuraba entonces -y ya sabéis que charlan los pequeños de todo aquello que los grandes hacen- que loco estaba por la bella Olivia.

Viola. ¿Y quién es ella?

Capitán. Es una virgen casta, hija de un conde, que murió ha un año, dejándola al cuidado de su hijo, Hermano de ella, el cual también ha muerto; Por cuyo amor se dice que ha abjurado La sociedad y vista de los hombres.

Viola. ¡Pudiera yo servir a aquella dama, sin revelar mi condición al mundo hasta que sazonara por mí misma la coyuntura!

Capitán. Fuera, a fe, difícil hacer que os aceptase, pues no admite instancia alguna, ni aun del mismo Duque.

Viola. Nobleza, capitán, en ti se advierte, y aun cuando la natura a veces cerca pútridos restos con hermosa tapia, me inclino a creer que tu alma corresponde a tu exterior aspecto y noble trato.

Te ruego, y con largueza he de premiarte, que calles quien soy yo, y me procures algún disfraz que cuadre felizmente con mi intención. Servir al Duque quiero; tú me presentarás como un eunuco: bien pudiera valerte tu trabajo, pues sé cantar y puedo deleitarle con clases mil de música diversa; lo cual me recomienda a su servicio. En tanto, lo demás al tiempo dejo: tú amolda tu silencio a mi consejo.

Capitán. Su eunuco sed; seré yo vuestro mudo; si charlo, que me ciegue el hado crudo. Viola. Te lo agradezco, capitán. Sigamos. (Vanse)

Escena III

[La casa de Olivia]

(Salen Don Tobías Regueldo y María)

Tobías. ¿Qué diablos quiere decir mi sobrina con tomar tan a pecho la muerte de su hermano? Harto estoy de saber que el pesar consume la vida.

María. A fe mía, don Tobías, es menester que os retiréis más temprano por la noche. Vuestra sobrina, mi señora, se queja seriamente de vuestras malas horas.

Tobías. Quéjese en buen hora, con tal que yo no la oiga.

María. Sí, pero os estaría mejor no exceder los límites modestos de una vida ordenada. Tobías. ¡Me estaría mejor! No he menester que nada me esté mejor: este gabán me está bastante bien para echar con él un trago, y también estas botas; y si no, que se cuelguen con sus propios lazos.

María. Os arruinaréis con tanto beber y trincar. Oí a mi señora quejarse de ello ayer; y de cierto caballero mentecato que trajisteis aquí una noche para que la cortejara.

Tobías. ¿Quién, don Andrés de Secorostro?

María. El mismo.

Tobías. Es uno de los mejores mozos de toda Iliria.

María. ¿Qué hace eso al caso?

Tobías. ¡Cómo! Tiene sus tres mil ducados de renta al año.

María. Pero, con esos tres mil ducados no tiene sino un año; es un majadero y un pródigo. Tobías. ¡Callad! ¡Que digáis vos eso! Toca el violón y habla dos o tres lenguas, palabra por palabra, sin libro, y posee todos los dones naturales que pueden adornar a un hombre.

María. A fe que sí; es decir, a un hombre estúpido: pues además de ser necio, es camorrista, y si no tuviese el don de la cobardía para calmar sus ímpetus belicosos, opinan los sabios que no tardaría en tener el don de una tumba.

Tobías. Por esta mano que son bellacos y embusteros los que tales calumnias le levantan. ¿Quiénes son?

María. Los mismos que aseguran que se emborracha todas las noches en vuestra compañía. Tobías. Cierto, bebiendo a la salud de mi sobrina; beberé a su salud mientras tenga expedito el gaznate y haya qué beber en Iliria. Cobarde y de baja estofa ha de ser el hombre que no quisiera beber a la salud de mi sobrina hasta que le girara el cerebro sobre un pie como un trompo. Calla, muchacha. ¡Castiliano vulgo!, que aquí viene el mismo don Andrés de Secorrostro.

(Sale Don Andrés de Secorostro)

Andrés. ¡Don Tobías Regüeldo! ¿Qué tal, don Tobías Regüeldo?

Tobías. ¡Don Andrés de mis entrañas!

Andrés. Dios os guarde, linda sirena.

María. Y a vos, hidalgo.

Tobías. ¡A ella, don Andrés, a ella!

Andrés. ¿Qué es eso?

Tobías. La doncella de mi sobrina.

Andrés. Buena madama Aella, quisiera conoceros más de cerca.

María. Me llamo María, hidalgo.

Andrés. Buena madama María Aella...

Tobías. No es eso, hidalgo: "a ella" quiere decir: háblala, búscala, requiébrala, empréndela con ella.

Andrés. A fe mía no quisiera emprender nada con ella en presencia de esta compañía. ¿Conque eso quiere decir "a ella'?

María. Quedad con Dios, hidalgo.

Tobías. Como la dejéis ir así, don Andrés, quiera Dios que no vuelvas nunca a sacar tu tizona.

Andrés. Como os vayáis así, dueña mía, quiera Dios que no vuelva nunca a sacar mi tizona. Hermosa dama,

¿pensáis acaso que traéis a un necio entre manos?

María. Yo no os tengo a vos por la mano.

Andrés. Pero me tendréis; aquí está mi mano.

María. Pues bien, hidalgo, los pensamientos son libres: se me antoja que pudierais tener esta mano un rato en la bodega.

Andrés. ¿Por qué, hermosa? ¿Qué significa esa metáfora?

María. Está un poco caliente.

Andrés. No soy tan bobo que no sepa tener las manos calientes. ¿Quién no se calentará a vuestro lado?

María. Eso indica que tenéis el corazón frío... Andrés. ¿El corazón frío?

María. Y la mollera vacía. (Vase)

Tobías. ¡Oh hidalgo mío!, has menester un trago de Canarias. Nunca te vi tan mohíno. Andrés. Nunca, como no fuera que me amohinara el Canarias. Se me antoja que algunas veces no tengo más ingenio que un cristiano, o que cualquier hijo de vecino: como mucha carne de vaca, y creo que eso me entorpece el ingenio.

Tobías. Sin duda.

Andrés. Si tal creyera, renegara de aquel manjar. Mañana, don Tobías, monto a caballo, y a casa.

Tobías. ¿ Pourquoi, querido hidalgo?

Andrés. ¿Qué es eso de pourquoi? ¿Hazlo o deja de hacerlo? Ojalá hubiese empleado en el estudio de las lenguas el tiempo que he gastado en la esgrima, el baile y las riñas de osos. ¡Ay, yo hubiera debido dedicarme a las artes!

Tobías. ¡Ah!, entonces habrías tenido una hermosa cabellera.

Andrés. ¿Por qué? ¿Hubiera mejorado mi pelo con eso?

Tobías. Sin duda: ya ves que no se quiere rizar naturalmente.

Andrés. Sin embargo, me cae bien. ¿No es cierto?

Tobías. A las mil maravillas: como estopa en una rueca; y aún espero ver a un ama de casa tomarte entre las piernas e hilártelo.

Andrés. A fe que me vuelvo a mi casa mañana: vuestra sobrina no se deja ver, y aunque se dejara, apuesto diez contra uno que no me querrá. El Conde, vuestro vecino, la corteja en persona.

Tobías. No quiere tener nada que ver con el Conde: no quiere casarse fuera de su esfera, ni en cuanto a bienes, ni en cuanto a edad, ni en cuanto a discreción; se lo he oído jurar. ¡Ánimo!, que la cosa promete.

Andrés. Me quedaré un mes más. No hay hombre de más extraña condición que yo en el mundo: a veces me da por pasar el tiempo en farándulas y en regocijos.

Tobías. ¡Hola! ¿Eres diestro en achaque de piruetas?

Andrés. No hay quien me gane a eso en toda Iliria, sea quien fuere, exceptuando siempre a mis superiores: tampoco quiero compararme con una persona de edad.

Tobías. ¿Hasta qué grado de perfección has llegado en las seguidillas, hidalgo?

Andrés. A fe, sé hacer una cabriola, y creo que doy el salto de gato tan bien como cualquiera en Iliria.

Tobías. (...)

Andrés. (...)

Tobías. ¿Y guardas ocultas tales dotes? ¿Cuelgas una cortina delante de esas gracias?

¿Temes acaso que se manchen de polvo? ¿Por qué no te vas a misa bailando unas seguidillas, y te vuelves a casa luciendo tu garbo en un bolero? Si yo fuera tú, mi paso constante sería una jota; no hiciera aguas siquiera sin ejecutar una zarabanda.

¿Estás en ti? ¿Es algún paraíso este mundo para que mantengas ocultas tales virtudes? Ya me imaginé, al ver la excelente hechura de tu pierna, que fué formada bajo el influjo de un astro bailarín.

Andrés. Sí, es robusta, y no parece mal con una media color grana. ¿No armaremos nuestro pequeño jolgorio?

Tobías. ¿Pues no lo hemos de armar? ¿Nacimos bajo el signo de Tauro o no?

Andrés. ¿Tauro? Eso significa palos y mala vida.

Tobías. Nada de eso, amigo: significa saltos y brincos. ¡A ver, a ver cómo haces esas cabriolas! ¡Alza! ¡Más alto! ¡Ja, ja! ¡Magnífico!

(Vase)