2,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
Una noche mágica que lo cambiará todo Lo que se suponía que iba a ser una aventura de una noche se transformó en mucho más para Matthew Wheeler. Evangeline, la misteriosa mujer que conoció en un baile de máscaras, lo impulsó a salir de su exilio autoimpuesto. Por fin podría olvidar su trágico pasado y perderse en esa mujer tan increíble. Pero dejarse ir tenía un precio… El anuncio del embarazo de Evangeline hizo que la realidad se impusiera en su castillo veneciano. ¿Estaban preparados para hacer pública su aventura secreta? ¿O su romance terminaría con la luz de un nuevo día?
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 163
Veröffentlichungsjahr: 2014
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Katrina Williams
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Noche en Venecia, n.º 1985 - junio 2014
Título original: Pregnant by Morning
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-4291-5
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Matthew Wheeler no entró en la refriega del Carnaval de Venecia para beber y divertirse, sino para convertirse en otro. Se ajustó la máscara que le cubría la mitad superior del rostro. Era incómoda, pero necesaria.
–Vamos, amigo –dijo Vincenzo Mantovani, el hombre que tenía al lado, a la vez que le palmeaba el hombro–. Vamos a reunirnos con los demás en el café Florian.
–Va vene –Matthew se ganó una sonrisa del italiano, que se había apuntado a ser su guía aquella tarde. Vincenzo se apuntaba a mucha cosas mientras fueran divertidas, temerarias o poco aconsejables, lo que lo convertía en la compañía adecuada para un hombre que quería conseguir todo aquello pero que no tenía idea de cómo.
De hecho, Matthew se habría conformado con olvidar a Amber durante unas horas, pero el fantasma de su esposa lo seguía a todas partes.
Vincenzo siguió chapurreando inglés mientras entraban en el café Florian. Como la mayoría de los venecianos, Vincenzo era muy sociable con los extranjeros, y no había tardado en entablar relación con el estadounidense que vivía en el solitario palacio contiguo al suyo, palacio que daba al Gran Canal y que Matthew consiguió en una subasta como regalo de bodas para Amber, aunque nunca llegaron a ir Italia en los once meses que estuvieron casados.
Matthew tomó un sorbo del café que su nuevo amigo había conseguido casi mágicamente y trató de sonreír. Si pretendía dejar de pensar en Amber, así no iba a conseguirlo. Su único propósito aquella tarde era convertirse en alguien que no estaba llorando la muerte de un ser querido, en alguien que no soportaba sobre sus hombros el peso y la responsabilidad de las expectativas de su familia, en alguien que encajara en el hedonista ambiente del Carnaval.
Pero resultaba difícil convertirse en otra persona después de haber sido un Wheeler desde su nacimiento.
Matthew poseía, junto a su hermano, su padre y su abuelo, la empresa inmobiliaria Wheeler, que llevaba más de un siglo funcionando en Texas. Matthew había creído firmemente en el poder de la familia y la tradición hasta que perdió a su esposa y luego a su abuelo. La pena y el dolor lo paralizaron hasta tal punto que la única solución que encontró fue irse. Había estado estaba huyendo de la vida, pero había llegado el momento de encontrar un modo de volver a Dallas, de volver a ser el hombre que había sido.
Las playas de México no habían bastado para darle una respuesta. Machu Pichu solo había servido para dejarlo exhausto. Los nombres de los demás lugares en los que había estado habían empezado a difuminarse y había comprendido que debía hacer algo diferente. Tras deambular por medio mundo había aterrizado en Venecia, y allí pensaba seguir hasta que la vida real volviera a parecerle mínimamente soportable.
Hacia las once, Vincenzo condujo a un montón de amigos a su casa, donde se iba a celebrar un baile de máscaras. Debido a la estrechez de las calles por las que circulaban tenían que ir casi en fila india, y para cuando Matthew entró en el palacio contiguo al suyo ya estaba lleno de gente y de luces.
Dentro, un conserje uniformado tomó su capa. Una vieja mesa labrada en maderas nobles bloqueaba el paso a la sala principal, una rareza con un gran recipiente de cristal en el centro lleno de teléfonos móviles.
–Es una fiesta de teléfonos.
La grave voz que sonó a sus espaldas hizo que Matthew se volviera en busca de su dueña.
Era una mujer enmascarada que vestía un delicado traje azul y blanco bordado y con muchos pliegues. El escote no era pronunciado, pero el suave contorno de sus pechos atrajo la mirada de Matthew. De la parte trasera del vestido surgían unas alas de mariposa plateadas.
–¿Tan evidente es mi desconcierto? –preguntó.
–Eres estadounidense –dijo ella con una sonrisa.
–¿Y eso explica por qué no sé lo que es un fiesta de teléfonos?
–No, eso se debe a que eres más maduro que la mayoría de las personas que hay aquí.
De manera que debía conocer a los demás invitados. Aquella pequeña mariposa era interesante. La mayor parte de su rostro estaba cubierto, con la excepción de una boca de labios carnosos pintados de rosa. Unos rizos color caramelo caían sueltos en torno a sus hombros desnudos. Deslumbrante. Su voz era seductora, profunda, y poseía un timbre que afectó de inmediato a Matthew.
–Siento curiosidad. ¿Te importaría explicarme de qué se trata?
–Las mujeres dejan su móvil en el recipiente de cristal y los hombres eligen uno al azar. Ligue instantáneo.
–La verdad es que no sé qué pensar de un juego así –dijo Matthew con escepticismo.
–¿No piensas elegir uno cuando acabe la fiesta?
Aquella era una pregunta compleja. El viejo Matthew habría dicho que no sin dudarlo. Nunca había tenido una aventura de una noche en su vida, y nunca se había planteado tenerla. Aquello habría sido más propio de su hermano Lucas, que probablemente habría elegido dos teléfonos.
Pero Matthew no poseía el talento de su hermano en lo referente a las mujeres. Sabía desenvolverse con total soltura en el mundo de los negocios y en su círculo social, pero nada más. No tenía idea de cómo ser viudo a los treinta y dos años, de manera que, ¿qué habría hecho Lucas en aquellas circunstancias?
–Depende –dijo a la vez que señalaba el recipiente con un gesto de la cabeza–. ¿Está el tuyo ahí?
La mujer negó con la cabeza a la vez que dejaba escapar una ronca risita.
–No es mi estilo.
Matthew experimentó una absurda mezcla de alivio y decepción al escuchar aquello.
–Tampoco el mío, aunque puede que en este caso hubiera hecho una excepción.
–Yo también –replicó la mujer con una sonrisa, y a continuación giró sobre sus talones y se fue.
Matthew observó cómo se esfumaba por la puerta que daba al salón principal, donde fue inmediatamente absorbida por la multitud. Resultaba intrigante sentirse tan fascinado por una mujer debido a su voz. ¿Debería seguirla? ¿Y cómo no hacerlo después de un indicio tan claro de interés? Sin pensárselo dos veces, salió tras la mujer mariposa.
Un montón de bailarines moviéndose al son de una incongruente música electrónica dominaba el espacio de la planta baja del palacio. Pero ninguna de las mujeres tenía alas.
En torno a la zona de baile había varias mesas de juego, con ruletas incluidas, pero Matthew no la localizó entre los jugadores. De pronto, un destello de plata llamó su atención y vio las puntas de las alas de mariposa desapareciendo en otra habitación. Cruzó entre la multitud de bailarines molestando lo menos posible y siguió a lo único que había logrado despertar su interés en aquellos últimos dieciocho meses.
Al detenerse bajo el arco que separaba ambas habitaciones la vio. Estaba junto a un grupo de personas, concentrada en algo que Matthew no pudo distinguir, aunque tuvo la impresión de que se sentía tan sola como él en medio de aquella multitud.
Los aficionados al tarot rodeaban a madama Wong con tanto interés como si conociera los números que iban a salir en la lotería. Evangeline Le Fleur no era aficionada al tarot ni a la lotería, pero le divertía observar a la gente. Cuando madama Wong volvió otra carta y la multitud dejó escapar un murmullo, Evangeline notó un cosquilleó en el cuello y sintió que alguien la estaba observando.
El tipo del vestíbulo.
Cuando sus miradas se encontraron sintió un delicioso cosquilleo recorriéndole el cuerpo. Durante su breve conversación había sentido que aquel hombre había escuchado con verdadero interés sus palabras sobre la absurda fiesta de móviles que había organizado Vincenzo.
Últimamente nadie parecía interesado en lo que tuviera que decir, a menos que fuera para responder a la pregunta «¿qué vas a hacer ahora que ya no puedes cantar?». Lo mismo podían haberle preguntado qué pensaba hacer después de que clavaran la tapa de su féretro.
El traje del hombre estaba muy bien cortado, y lo más probable era que mereciera echar un vistazo a lo que había debajo. Los labios que asomaban bajo la máscara eran fuertes y carnosos, y sus manos parecían muy… habilidosas.
La música pareció disolverse mientras el hombre avanzaba decididamente hacia ella sin mirar a los lados.
Observó cómo se acercaba sin molestarse en ocultar su interés. El misterio de su rostro enmascarado hacía que resultara aún más atractivo, al igual que el hecho de que no supiera quién se ocultaba tras la máscara. ¿Cuándo era la última vez que había estado con alguien que no supiera cómo se había hundido su carrera, o los Grammy que había ganado?
Durante una temporada se había codeado con los nombres más conocidos del mundo del espectáculo, y había tenido tanto éxito que ni siquiera había necesitado un apellido. El mundo la conocía simplemente como Eva.
Pero de pronto se había quedado sin voz y se había visto a la deriva y sola.
–Ahí estás –murmuró él al alcanzarla–, empezaba a pensar que te habías ido volando.
–Las alas solo funcionan a partir de medianoche –dijo ella, riendo.
–En ese caso, más vale que me dé prisa. Me llamo…
–No –la mariposa apoyó un dedo sobre los labios de Matthew–. Nada de nombres. Aún no.
Al notar por la expresión de Matthew que habría querido meterse su dedo en la boca gustoso, lo retiro antes de permitírselo. No había duda de que aquel desconocido resultaba excitante, pero ella tenía un saludable instinto de supervivencia, y los amigos de Vincenzo solían moverse por el lado más salvaje de la vida…
–¿Vas a consultar tu futuro? –Matthew señaló con un gesto de la cabeza a madama Wong , que los miró mientras bajaba las cartas.
–Venga. Siéntese.
Cuando el rubio y atractivo desconocido apartó una silla de la mesa y se la ofreció, Evangeline no encontró un modo de negarse amablemente sin llamar la atención, de manera que se sentó.
Después de que un matasanos del tres al cuarto le hubiera destrozado las cuerdas vocales, Evangeline había pasado tres meses recorriendo todas las consultas de medicina alternativa que había ido encontrando, pero nadie había logrado curarle la voz, ni el alma. En resumen, aquella no era la primera vez que se hacía echar las cartas del tarot, aunque no tenía muchas esperanzas puestas en que fuera a obtener algún resultado práctico.
Madama Wong terminó de extender las cartas sobre la mesa y frunció el ceño.
–Tiene un gran conflicto en su vida, ¿verdad?
Tras escuchar aquella obviedad, Evangeline se limitó a permanecer en silencio.
La mujer volvió a mirar las cartas.
–Ha sufrido y ha perdido algo que valoraba mucho –madama Wong señaló una carta concreta–. Esta resulta confusa. ¿Está tratando de concebir algo?
–¿De concebir? –repitió Evangeline, que tuvo que respirar profundamente para tratar de calmar los latidos de su corazón, repentinamente acelerados–. No, claro que no.
–La concepción se manifiesta de muchas formas, y solo es un comienzo. Es el paso posterior a la inspiración. Ha sido inspirada y ahora debe hacer algo con esa inspiración.
Evangeline tragó con esfuerzo. La música había sido bruscamente silenciada en su interior y no había sido capaz de escribir una sola nota desde la infernal intervención quirúrgica.
–Tengo que volver a echarlas –madama Wong reunió de nuevo las cartas y volvió a barajarlas.
Paralizada y muda, Evangeline trató de negar con la cabeza. Los ojos empezaron a escocerle, claro indicio de que no iba a tardar en ponerse a gritar de manera descontrolada. Necesitaba una palabra clave para salir de aquella situación. Su mánager siempre solía decirle una para que la utilizara si los periodistas le hacían alguna pregunta demasiado incómoda. Solo tenía que pronunciarla y él acudía en su rescate. Pero ya no tenía mánager, ni palabra clave. No tenía nada. Había sido rechazada por todo y por todos, por la música, la industria discográfica, los fans. Por su padre.
–Según recuerdo me habías prometido un baile.
El hombre alto, rubio y atractivo la tomó por el codo y la hizo levantarse de la silla con un delicado pero firme tirón.
–Gracias –añadió Matthew mientras miraba a madama Wong–, pero ya le hemos robado suficiente tiempo. Buenas tardes.
A continuación giró sobre sí mismo y se alejó de la mesa con Evangeline tomada del codo.
Para cuando se detuvieron en un apartado que había entre el salón principal y la habitación en que se hallaba la lectora de cartas, el pulso de Evangeline había vuelto a recuperar su ritmo habitual. Parpadeó antes de mirar a su salvador.
–¿Cómo te has dado cuenta?
Matthew no se molestó en simular que no había entendido.
–Estabas tan tensa que la silla prácticamente vibraba. Deduzco que el tarot no te atrae demasiado.
–No especialmente, gracias –al ver que Matthew no preguntaba nada más, cosa que Evangeline agradeció, miró a su alrededor simulando buscar un inexistente camarero–. Creo que no me vendría mal una copa de champán. ¿Y a ti?
–Por supuesto. Enseguida vuelvo –dijo el desconocido antes de perderse entre la multitud.
El desconocido volvió enseguida con dos copas de champán. Evangeline sonrió mientras brindaba con él en un intento de mostrarse valiente. No había duda de que era un hombre muy atractivo y con una gran intuición, pero ella no iba a ser buena compañía aquella noche. Estaba pensando qué estrategia seguir cuando, al mirar por encima del hombro del desconocido, vio que entraba en el salón su peor pesadilla.
Era Rory. Con Sara Lear.
El disco de debut de Sara, llenó de acarameladas canciones pop, seguía sólidamente instalado en el número uno de las listas. La pequeña estrella no llevaba máscara, sin duda para disfrutar de la gloria del estrellato. Rory tampoco llevaba máscara, probablemente para asegurarse de que todo el mundo supiera con quién estaba Sara. Tenía gran habilidad para orientar su propia carrera y la de su grupo, con el que pretendía encabezar el cartel de uno de los principales conciertos de aquel verano.
Cuando la dejó, Evangeline tiró por el retrete el anillo de compromiso que le había regalado, y se dio el gusto de mandarlo al diablo cuando le pidió que se lo devolviera.
Rory y Sara avanzaron por el salón como si fueran los dueños del palacio. Seis meses atrás habría sido Evangeline la que habría ido del brazo de Rory Cartman, perdidamente enamorada, en la cima de su carrera y aún ciega a la crueldad de un mundo que adoraba el éxito pero despreciaba todo lo que se quedaba atrás.
El dolor de cabeza que había empezado a sentir comentó a intensificarse.
Terminó el champán de un trago y trató de pensar en una forma de salir de allí sin que Rory y Sara la reconocieran. No estaba dispuesta a soportar las miradas de pena que recibiría si tenía un encuentro público con el hombre que le había destrozado el corazón y la mujer que la había sustituido en su cama.
–¿Más champán? –preguntó su compañero.
Rory y Sara se habían detenido a pocos metros de Evangeline y el desconocido enmascarado.
Los momentos desesperados requerían soluciones desesperadas. Sin pensárselo dos veces retiró la copa de la mano de su salvador, dejó las dos copas en un borde que había a sus espaldas y lo aferró por las solapas del esmoquin. Tras mirarlo un instante, tiró de él y lo besó.
En el momento en que sus labios se encontraron, el nombre de Rory Cartman se esfumó de su mente como una simple voluta de humo arrastrada por el viento.
Matthew solo tuvo instante para darse cuenta de lo que iba a pasar. Pero no fue suficiente. En cuanto la mujer de alas de mariposa presionó los labios contra los suyos sintió que su cuerpo se incendiaba. Tomó el rostro de la desconocida entre las manos y le hizo inclinar la cabeza hacia un lado. Un pequeño y delicioso gemido escapó de la garganta de Evangeline a la vez que lo atraía aún más hacia si.
Matthew besó a aquella mariposa sin nombre hasta que dejó de pensar, incapaz de detenerse, casi incapaz de mantenerse en pie. Un incendiario deseo sustituyó su capacidad de razonar. Era como si ya hubieran hecho aquello muchas veces. Pero estaba besando a una desconocida, una desconocida sin nombre, y eso no estaba bien, no debería estarlo… Pero sentía que estaba muy bien.
Aquella mujer ni siquiera era su tipo. Demasiado deslumbrante, demasiado sensual, demasiado bella. No se imaginaba presentándola a su madre, o llevándola a la inauguración de algún museo en el que se codearían con la élite de Dallas. Pero eso le daba igual. Por primera vez desde la muerte de Amber se sentía vivo. El corazón le latía con fuerza en el pecho, la sangre le corría ardiente por las venas, y una mujer lo estaba besando. Finalmente, Evangeline se apartó de él y lo miró a los ojos, jadeante.
–Lo siento.
–¿Por qué?
Mientras había durado su matrimonio, Matt no había besado a otra mujer que a Amber y, como reintroducción al arte del beso, aquella había sido increíble.
–No debería haber hecho eso –dijo ella.
–Claro que sí.
Evangeline respiró profundamente, lo que hizo que sus pechos presionaran tentadoramente contra el de Matthew.
–Tengo que hablarte claro. He visto llegar a mi ex y he utilizado esta pobre excusa para esconderme de él.
–Creo que la excusa ha estado muy bien.
Una temblorosa sonrisa curvó los labios enrojecidos de Evangeline.
–Debería aclararte que no tengo por costumbre ir besando a desconocidos.
–Eso tiene fácil arreglo. Me gustaría presentarme para dejar de ser un desconocido.
–Eso estaría muy bien, porque estoy bastante segura de que voy a volver a besarte.
Matthew experimentó un cálido estremecimiento. Aquella noche era otra persona y, ya que las cosas parecían estar yendo tan bien, ¿por qué fastidiarlas?
–Matt. Me llamo Matt.
La palabra surgió sin ningún esfuerzo de entre sus labios, aunque en realidad en su vida había sido Matt. Pero en aquellos momentos le gustaba mucho el nombre de Matt. Matt no vivía aterrorizado pensando que nunca iba a salir del pozo en que se encontraba. Matt no había huido de todas sus responsabilidades ni permanecía gran parte de la noche despierto, agobiado por los sentimientos de culpabilidad.
–Es un placer conocerte, Matt –dijo Evangeline con una sonrisa–. Puedes llamarme Angie.
–¿Quién es tu ex? Lo digo por evitarlo.
–Está sentado en aquel sofá con una rubia.
Matthew localizó rápidamente a la pareja a la que se refería la mariposa.
–¿Acaso no recibieron la invitación? –preguntó con ironía–. Decía claramente que era un baile de máscaras.
–Me gustas –dijo Evangeline a la vez que asentía con firmeza.
–Y tú a mí.
–Eso está bien, porque tengo intención de utilizarte. Espero que no te moleste.
–Supongo que eso depende de lo que quieras hacer conmigo, aunque espero que sea algo en la línea del beso que me has dado para ocultarte de tu exnovio.
Al parecer, Matt también sabía flirtear. No había otra explicación para aquella respuesta tan explícita. Cuando vio que Evangeline se humedecía los labios con la lengua a la vez que le miraba los suyos, la evidente reacción de la parte baja de su cuerpo casi lo sorprendió.
–Acabas de convertirte en mi nuevo novio –dijo ella.