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En Nocturno de la haitiana, el autor prosigue la línea creativa iniciada en Good bye, Filadelfia, ahora asumiendo un hecho histórico cuyo protagonista fuera el mayor general Antonio Maceo y Grajales en el húmedo invierno de 1879, poco después de la célebre Protesta de Baraguá. Con dominio del suspense reconstruye el intento de asesinar en Haití al patriota cubano, y la evocación del conflicto la logra con los genuinos recursos del género policial contemporáneo.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Mención novela del Concurso “Aniversario del Triunfo de la Revolución” 1993 del MININT.
Jurado: Imeldo Álvarez
Hugo Chinea
Enrique Núñez Rodríguez
Edición: María Marí Toledo/ Diseño de cubierta: Zoe Cesar Cardoso/ Realización gráfica: Carla Otero Muñoz
© Joaquín G. Santana. 2019
© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2019
ISBN: 9789592115293
Editorial Capitán San Luis, calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Kohly, La Habana, Cuba.
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El episodio central de esta novela refleja un hecho histórico acaecido en Haití, en medio del clima político imperante en ese país caribeño en el invierno de 1879, con el agregado de las contradicciones entre los principales protagonistas de nuestra guerra de independencia, inmediatamente después de la célebre Protesta de Baraguá que encarnó el general Antonio Maceo.
En aras de no extenderse innecesariamente y puesto que la conjura española en territorio haitiano fue la de mayores dimensiones, esta novela histórica pasa por alto algunas circunstancias que, antes o después, involucraron al Gobierno español en intentos de asesinar al patriota cubano.
Evidencias de esto lo constituye el envío de Manuel Hechavarría, en 1870, a la jurisdicción de Maroto cuartón de Majaguabo, quien fuera hecho prisionero por Maceo, remitido a Máximo Gómez con todas las pruebas de la misión que se le había asignado, y juzgado por un Consejo de Guerra que le condenó a muerte. Asimismo, en 1874, José de las Mercedes Colás, reclutado en presidio con el mismo propósito de atentar contra la vida del general, también fracasó.
Luego de la conjura haitiana en 1879, estos intentos se reeditaron en 1880 en Santo Domingo y Puerto Plata, lo mismo que en 1881 en Jamaica y también en Costa Rica.
El Autor
«En su actividad amorosa era Antonio Maceo hombre de gran discreción. La delicadeza y la reserva en sus relaciones con las mujeres, eran normas tan estrictas de su conducta como lo fue la observancia de la disciplina militar».
RAÚL APARICIO
(Hombradía de Antonio Maceo)
«En cuanto a las mujeres, no diré que fuera misógino, pero sí muy delicado y reservado con las damas. En Tegucigalpa vivimos dos años en la misma alcoba, y en ese transcurso de tiempo no hablamos de ninguna mujer con quien tuviera intimidad. De comandante general de la plaza de Tegucigalpa que era, fue nombrado Comandante General de Puerto Cortés y, antes de partir, se vio obligado a hacerme una recomendación. Ese día tuve conocimiento del hecho, insospechable por su discreción.
EUSEBIO HERNÁNDEZ
(Conferencia pronunciada el 20 de
abril de 1930, en la Academia
Nacional de Artes y Letras.)
El sillón no cesa de inclinarse hacia atrás con la monotonía de la madera vieja que se queja de tanto mecerse\ regresando adelante con el peso ligero de una mujer que el tiempo ha empequeñecido y que mira sin ver\ para volver atrás sobre el piso de pulido granito y de nuevo adelante\ en un interminable movimiento de simetría asombrosa al que todos se han habituado\ porque la abuela hace ya mucho tiempo que no quiere hablar\ que se hace la sorda\ que decidió exiliarse en su sillón hacia atrás y adelante\ sin insistir ya más en que todo lo que ella contaba era cierto y no una leyenda de su cabeza anciana\ la única verdad de su larga existencia renacida con fuerza este preciso día de su centenario\ cien años de alegrías y tribulaciones\ rodeada esta tarde por el pequeño ejército de sus descendientes\ en medio de una fiesta donde abundan memorias de cosas pasadas\ cuando todos la miran como suele mirarse algo muy antiguo\ cual una reliquia silenciosa\ a veces venerable\ a veces un estorbo\siempre en ese sillón de alto respaldo hacia atrás y adelante\ vestidita de blanco\almidonada\ pronunciando los nombres españoles de cubanos que fueron sus amigos y murieron en las largas guerras de la isla hermana que se reconoce como la Mayor de las Antillas\ la última en librarse del dominio español\ iluminada ella\ la haitiana que hoy celebra sus cien años\ por el remoto brillo del recuerdo alegre de una palabra bella que de nuevo estalla en sus oídos con la misma musical transparencia de aquel invierno de 1879\ resonancia y delicia que han sobrevivido más de setenta años en ese subconsciente que se niega a borrar las incidencias de aquellos cuatro meses\ junto a un hombre a quien no volvió a ver pero al que no olvidó pese a su matrimonio con Gastón Revet\ pese a los once hijos que le dio a su marido\ a pesar de los nietos y biznietos y choznos y los sucesos trágicos de Haití en lo que va de esta centuria tensa\ a pesar incluso de que Antonio Maceo, cuyo nombre repite en lo profundo de sus soliloquios hacia atrás y adelante\ avara del tesoro de ese amor que el tiempo no derrota\ ya murió hace tanto que sus huesos son cenizas sagradas del pueblo de la isla a la que dio la vida y por allá le llaman El Titán de Bronce\ cosas que en el día de su centenario esta mujer haitiana recuerda emocionada\ con una impresionante transparencia hacia atrás y adelante\ sorprendiendo a todos los que la rodean porque ha vuelto a hablar\ después de varios años de embelesamiento\ de silencio terco\ de destierro de toda realidad en torno\ y no habla de un tiempo ya pasado en el modo pasado de los tiempos verbales\ sino de riesgos que ahora está desafiando una vez más\ de un presente vivido en el pasado siglo cuando era muy joven\ cuando recién llegada de una intensa residencia europea se reencontró a sí misma en su pasión haitiana\ se enredó en un trance de vértigos y alucinaciones que le devolvieron a sus amadas raíces insulares\ todo como un milagro\ una revelación que empieza a confesar\ y que provoca en la sala del alegre festejo el acercamiento de sus descendietes\ conmovidos e incrédulos\ pero interesados en escucharle cosas ocurridas en el pasado siglo\como si ahora mismo se desencadenaran en las fronteras del amoroso exilio interior de -la abuela\ hacia atrás y adelante\ viviendo lo vivido como si fuera hoy\ narradora y protagonista de una historia sublime\ muy hermosa y triste\en el azul atardecer de los cien años de su natalicio...
(Nicolás Guillen)
Lo contempla a su gusto, le atraen ese perfil casi perfecto y ese pecho ancho, poderoso.
Definitivamente, aunque lo desprecian, ellos no lo conocen, es un hombre al que temen, solo eso, al que odian con la furia salvaje que provoca el temor en los descreídos, en aquellos que violan los límites sagrados de los viejos mandatos divinos: porque desconocen el extraño caudal de energía y misterio que como un río cálido va fluyendo, rondando la existencia de Antonio, un hombre al que no han alcanzado a conocer y les aterroriza, les infunde pavor, eso ella lo sabe, esta mujer haitiana que ha navegado hondo, como ninguna otra persona en Haití, por las aguas profundas de la intimidad del General cubano, y es que también a ella, muchas noches, le ha vibrado en el alma un estremecimiento (Antonio es una inteligencia fuera de todo cálculo, como si fuera capaz de adivinar lo que piensan otros, poseído del instinto de conservación de esos animales que olfatean el peligro, asombrosamente peligroso en medio de dificultades —todo nervio y tensión—, fríamente concentrado en la organización de su defensa ante un posible ataque) y ha sido en esas noches que le ha parecido un hombre de otro mundo, un coloso moreno, una especie de Dios con poderes de telepatía y sorprendentes adivinaciones. No en vano desde el día que lo vio por primera vez, ella, la haitiana, tan ajena a designios y presagios, adivinó contra su voluntad y a despecho de su propio orgullo, que acabaría perteneciéndole en cuerpo y en alma, porque nunca antes ningún otro hombre la miró con esa sutileza, tibia y elegante, de una profundidad que paraliza: haciéndole saber, sin pronunciar palabras, que mucho más allá de esta tierra de negros y franceses, más allá de las lunas y soles caribeñas, en un recodo del camino que andarían juntos esperaba por ellos, en este invierno en 1879, esa confusión de dolor y placer que los mortales llaman el amor.
Lo conoció cuando recién llegaba el General huyendo de conjuras y de intrigas, de los tristes desengaños sufridos en Nueva York y Kingston al intentar reunir las armas necesarias para volver a Cuba, siempre seguro de sí mismo, apostando a favor de los resguardos que protegen su andar por este mundo, donde más de una vez gente que conversa con el Más Allá le ha dicho haber visto a su Ángel de la Guarda, un gigante barbudo y silencioso, caminante de bosques, trepador de montañas, y aunque él no cree sino en lo que ve es un hombre de suerte; nunca queda a merced del desamparo.
En Kingston una mujer leal le compensó de toda la tristeza lacerante que le cerraba el paso, una bella mujer cuyo nombre él pronuncia con agradecimiento —la señora Amalia Marryat—, y cuando lo hace se le endulzan los ojos con las mieles de remotas nostalgias, sin sonrojos ni vacilaciones, para espantar los malos pensamientos de los que andan cazando pecadillos ajenos, porque Antonio es distinto: Antonio siempre actúa sin dobleces, y el amado nombre de María Cabrales, su esposa ante la ley, jamás lo ha silenciado ante ninguna otra, ni de su sangre ni de su corazón lo ha desterrado; él aprendió a querer y a ser querido y a todas les alegra con una intensidad muy diferente: es como esas corales nocturnas solo audibles para ciertos oídos que nacen del fondo de las agitadas corrientes caribeñas y humedecen las costas de estas islas en los claros veranos. Y si algo ella tiene absolutamente comprobado es que Antonio es una fuerza de la naturaleza, un hombre inseparable de una mitología sorprendente, siempre alucinante, flotando a todas horas en esta orilla musical del planeta.
Quien no lo reconozca no entenderá al Caribe.
Ahora que Antonio duerme lo contempla a su gusto, le atraen ese perfil casi perfecto y ese pecho ancho, poderoso y atlético, que respira en calma, liberado de los muchos insomnios de sus campamentos en los montes cubanos. Dicen que fue arriero pero cuesta creerlo: su figura es de un príncipe, sus gestos cortesanos, suave y elegante la cadencia de su conversación, construido parece por las manos de Dios; a su cabeza, sin embargo, le tienen puesto precio los enemigos de la libertad en las Antillas, y él lo sabe y no teme aunque cuida sus pasos, todo lo que hace y lo que dice lo medita, su discreción y su prudencia inspiran respeto. Y también su humildad.
Nunca habla de los recios combates bajo el fuego y la lluvia en que participó, y si algo cuenta de la Guerra Grande que libró en su tierra es para elogiar a alguno de los hombres que peleó a sus órdenes: ni fuma ni bebe este soldado, ni tolera las palabras fuertes que hieren los oídos de las damas, es lo mismo que un tigre, de cristal y de piedra, que en la cerrada jungla del siglo XIX rastrea la armonía y la belleza de las cosas buenas. Aunque Antonio Maceo ha sufrido mucho, nadie lo ponga en duda, más de lo necesario le han hecho padecer. No solo el español; el cubano también. Todo por el bronce de su piel oscura, dorada de sol de sus cabalgaduras por las selvas cubanas, contra viento y marea forjando un mundo nuevo de las ruinas de otro al resplandor de los incendios de los cañaverales, y un huracán de sueños bajo los párpados ahora cerrados.
(Cuando Antonio despierte le hablaré. Quiero dejar en claro que todo lo hice por amor del bueno —se repite la haitiana en su desvelo— pues de imaginarme que haya dudado de mi lealtad se me arrasa de tristeza el alma. Le diré de los riesgos que por él he corrido en Haití y los que aún le acechan esta noche, víspera de su fuga hacia otra isla, ya que el complot urdido por el Consulado no es cosa de juego. Haití es un equilibrio muy riesgoso, una peligrosísima compensación de esos países nuevos que nacen bendecidos por la gracia de Dios y comienzan de pronto a envejecer entre lacras y vicios. Aquí reside gente generosa, le diré, pero Haití es tan pobre, tan pobre e ignorante que no todos sus hijos están preparados para volver la espalda a un puñado de oro a cambio de la vida de un forastero, un hombre que vino de otras latitudes y habla una lengua extraña, un gran señor que aún siendo mestizo como muchos haitianos, tiene una cultura sospechosa y un aire superior que levantan el polvo de la envidia. Hombres de siete meses andan por Haití y el Cónsul de España los conoce; negros que la sangre se les vuelve baba gelatinosa y pestilente ante la tentación. Antonio, por favor, no te prodigues, le diré, adondequiera que vayas no cabalgues de noche ni confíes en nadie. Hoy cuando amanezca partirás y todavía te aguarda el más peligroso de los tramos de esta aventura tuya, siempre comprometido con el doble filo de los riesgos de combatir a España).