Nubes de otoño - Debbie Macomber - E-Book

Nubes de otoño E-Book

Debbie Macomber

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Beschreibung

Querido lector: Seguramente ya sabes que Rachel, mi mujer, me ha dejado. Está embarazada y dice que no soporta más la tensión que hay en nuestra casa. Jolene, mi hija de trece años, está celosa de ella. Puede que sea culpa mía. Al quedarme viudo, la mimé demasiado... Jolene estaba leyendo por encima de mi hombro hace un momento y dice que no es verdad. Que fue Rachel la que lo echó todo a perder. Pero eso sí que no es cierto. En realidad, la cuestión es cómo voy recuperar mi vida. Ni siquiera sé dónde está Rachel. No está con Teri Polgar, ni con ninguna de sus amigas del salón de belleza. La otra cuestión es cuándo madurará Jolene y dejará de comportarse como una mocosa malcriada. No soy el único del pueblo que tiene problemas, claro. A Linc Wyse, su suegro está intentando hundirle el negocio. ¿Y conocéis a Charlotte Rhodes? Pues parece que está perdiendo la memoria, y su familia está preocupada por ella y por Ben. Están pasando montones de cosas. Pero Rachel siempre se entera de todo mejor que yo. Si tenéis idea de dónde está mi mujer, llamadme, por favor. Bruce Peyton Los libros de Debbie Macomber ambientados en Cedar Cove son irresistiblemente deliciosos y adictivos Publishers Weekly

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Debbie Macomber. Todos los derechos reservados.

NUBES DE OTOÑO, Nº 129 - marzo 2012

Título original: 1105 Yakima Street

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá.

Traducido por Victoria Horrillo Ledesma

Editor responsable: Luis Pugni

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

™TOP NOVEL es marca registrada por Harlequin Enterprises Ltd.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-566-5

Mujer: YURI ARCURS/DREAMSTIME.COM

Paisaje: SUBBOTINA/DREAMSTIME.COM

ePub: Publidisa

Para mis primas especialísimas, Teresa Seibert y Cherie Adler

LISTA DE PERSONAJES:

Algunos vecinos de Cedar Cove, Washington:

Olivia Lockhart Griffin: juez de familia de Cedar Cove. Madre de Justine y James. Casada con Jack Griffin, director del Cedar Cove Chronicle. Viven en el número 16 de Lighthouse Road.

Charlotte Jefferson Rhodes: madre de Olivia y Will Jefferson. Casada con el viudo Ben Rhodes.

Justine (Lockhart) Gunderson: hija de Olivia. Madre de Leif. Casada con Seth Gunderson y propietaria, junto con su marido, del restaurante The Lighthouse, destruido en un incendio. Justine abrió luego el Salón de Té Victoriano. Los Gunderson viven en el número 6 de Rainier Drive.

James Lockhart: hijo de Olivia y hermano menor de Justine. Vive en San Diego con su familia.

Will Jefferson: hermano de Olivia e hijo de Charlotte. Divorciado y anterior mente instalado en Atlanta, tras su jubilación regresó a Cedar Cove, donde compró la galería de arte de la localidad.

Grace Sherman Harding: mejor amiga de Olivia. Bibliotecaria. Viuda de Dan Sherman. Madre de Maryellen Bowman y Kelly Jordan. Casada con Cliff Harding, un ingeniero jubilado y criador de caballos instalado en Olalla, cerca de Cedar Cove. Antes vivía en el 204 de Rosewood Lane (ahora en alquiler).

Maryellen Bowman: hija mayor de Grace y Dan Sherman. Madre de Katie y Drake. Casada con Jon Bowman, fotógrafo.

Zachary Cox: contable, casado con Rosie. Padre de Allison y Eddie Cox. Viven en Pelican Court, 311. Allison estudia en la universidad de Seattle y su novio, Anson Butler, ha ingresado en el ejército.

Rachel Peyton (antes Pendergast): trabaja en un salón de belleza. Casada con el viudo Bruce Peyton, que tiene una hija, Jolene. Separada recientemente. Los Peyton viven en el número 1105 de Yakima Street.

Nate Olsen: suboficial de Marina, regresó hace poco a Cedar Cove y anterior mente mantuvo una relación con Rachel.

Bob y Peggy Beldon: jubilados, son los dueños de la pensión Thyme and Tide, en el número 44 de Cranberry Point.

Roy McAfee: detective privado y ex agente de la policía de Seattle. Tiene dos hijos adultos, Mack y Linnette. Casado con Corrie. Viven en la calle Harbor, número 50.

Linnette McAfee: hija de Roy y Corrie. Vivía en Cedar Cove y trabajaba como auxiliar de enfermería en la nueva clínica médica. Después de su boda con Pete Mason, se fue a vivir a Dakota del Norte.

Mack McAfee: bombero y auxiliar médico, se trasladó a Cedar Cove y posteriormente se casó con Mary Jo Wyse. Tienen una hija, Noelle, y viven en el 1022 de Evergreen Place.

Gloria Ashton: ayudante del sheriff de Cedar Cove. Hija natural de Roy y Corrie McAfee.

Chad Timmons: trabajó en la clínica de Cedar Cove. Tiene una relación intermitente con Gloria.

Troy Davis: sheriff de Cedar Cove. Viudo. Padre de Megan. Ahora casado con Faith Beckwith, su novia del instituto. Faith se instaló en Cedar Cove después de enviudar y alquiló el número 204 de Rosewood Lane.

Bobby Polgar y Teri Miller Polgar: él es un ajedrecista de renombre internacional; ella, peluquera en el salón de belleza del pueblo. Viven con sus trillizos en Seaside Avenue, 74.

Christie Levitt: hermana de Teri Polgar. Vive en Cedar Cove y está casada con James Wilbur, amigo y chófer de Bobby Polgar.

Dave Flemming: pastor metodista del pueblo. Casado con Emily. Viven en Sandpiper Way, 8 y tienen dos hijos varones.

Shirley Bliss: viuda y pintora, madre de Tannith (Tanni) Bliss. Tiene una relación amorosa con el pintor Larry Knight.

Miranda Sullivan: amiga de Shirley. También viuda. Trabaja como ayudante de Will Jefferson en la galería de éste.

Shaw Wilson: amigo de Anson Butler, Allison Cox y Tanni Bliss. Estudia Bellas Artes en California.

Linc Wyse: hermano de Mary Jo (Wyse) McAfee. Anterior mente radicado en Seattle, abrió un taller mecánico en Cedar Cove. Casado con Lori.

Lori Wyse (antes Bellamy): procede de una rica familia de la zona.

Leonard y Kate Bellamy: padres de Lori, viven en Bremerton.

Beth Morehouse: adiestradora de perros y propietaria de un vivero de árboles de Navidad. Se trasladó a Cedar Cove recientemente. Divorciada y madre de dos hijas que estudian en la universidad. Vive en el 1225 de Christmas Tree Lane.

CAPÍTULO 1

El sol se estrellaba en las ventanas del café del paseo marítimo de Bremerton. Sentada a una mesa, Rachel Peyton miraba la calle y de vez en cuando bebía un sorbito del zumo de manzana que había pedido. Era viernes a última hora de la tarde y había quedado allí con un amigo después del trabajo. No dejaba de pensar en su matrimonio con Bruce, de preguntarse por qué se había desintegrado tan rápidamente. Se habían casado precipitadamente en diciembre anterior y menos de diez meses después ya se habían separado. Rachel volvió la cabeza para mirar hacia Cedar Cove. El pueblo estaba situado al otro lado de la bahía de Sinclair, pero podía haber estado al otro lado del Pacífico.

Sentía que no podía volver a casa, a Cedar Cove, a Yakima Street, y sin embargo no tenía elección. Se había marchado tras su última discusión con Jolene, su hijastra. Bruce era consciente de la tensión que había entre ellas, pero nunca había intentado afrontarla adecuadamente, convencido de que se resolvería por sí misma con el tiempo. Se había ofrecido de mala gana a ir a terapia con Jolene o (más probablemente) sin ella. Pero eso era poco, y llegaba demasiado tarde. Nada había cambiado y, como resultado de ello, la tensión en la casa se había vuelto insoportable. Ahora que estaba embarazada, Rachel había decidido marcharse, por el bien de su cordura y por el de su salud y la del bebé. Había mentido a Bruce; le había dicho que tenía un sitio donde quedarse, en casa de una amiga cuyo nombre no le había dado. Pero se había registrado en un hotel de Bremerton.

El problema era que necesitaba conservar su empleo si quería mantenerse sola, lo que significaba que tenía que encontrar un apartamento en Cedar Cove o cerca de allí. Todo se complicaba, además, porque el embarazo no estaba siendo fácil. Sufría fuertes mareos matutinos y tenía la tensión peligrosamente alta. Era comprensible, teniendo en cuenta la crispación que reinaba en su casa. De no ser por el bebé, tal vez hubiera encontrado fuerzas para soportar a Jolene. Quizás hubiera estado dispuesta a dedicar todas sus energías a desentrañar la complicada maraña de emociones de su hijastra y ofrecerle el refuerzo constante que parecía necesitar.

La situación se había vuelto mucho más difícil desde que Jolene sabía que estaba embarazada. Rachel no sólo era ya, a sus ojos, una rival por el afecto de Bruce, sino que había cometido una falta mucho peor al aportar a la familia otro hijo o hija que le robaría parte de la atención que quería sólo para sí.

Lo que más asombraba a Rachel era lo unidas que habían estado antes de su boda con Bruce. Ella, que había crecido sin su madre, se había interesado especialmente por Jolene y había sido para ella en parte una amiga y en parte una figura maternal. Entre ellas se había establecido un vínculo fuerte cuando la niña tenía apenas seis años, un año después de que su madre muriera en un accidente de tráfico. Bruce la había llevado a la peluquería para que le cortaran el pelo y Jolene le había contado con tristeza cuánto echaba de menos a su mamá. Rachel se había sentido inmediatamente atraída por ella porque se identificaba con su situación. Aún recordaba con viveza lo que había sentido cuando murió su madre y tuvo que marcharse a vivir con su tía, una mujer a la que apenas conocía.

Con el paso de los años, Jolene y ella habían estado cada vez más unidas… hasta que Rachel cometió el error de casarse con su padre. A decir verdad, Jolene había querido que Rachel y Bruce esperaran hasta que hubiera tenido tiempo de hacerse a la idea. Bruce, sin embargo, no había querido ni oír hablar del asunto. Quería que se casaran. Y ella también, aunque le había pedido que retrasaran la boda para no molestar a Jolene. Pero, al final, la inercia de sus planes se había impuesto sobre cualquier otra consideración.

Al principio, después de su primer encuentro con Bruce, Rachel no había pensado que pudiera ser algo más que un amigo. Era el padre de Jolene y confiaba en ella para que la ayudara con la niña. Durante años no había habido el más mínimo indicio de interés amoroso por ninguna de las dos partes. Rachel estaba saliendo con Nate Olsen, un brigada de la Marina al que había conocido después de pujar por él en una gala benéfica de una asociación humanitaria local: la Subasta del Perro y el Soltero. Nate había sido destinado fuera del estado poco después de su boda con Bruce, pero ahora había vuelto. Últimamente habían estado en contacto y era con él, de hecho, con quien había quedado en encontrarse allí.

Durante un tiempo habían pensado seriamente en casarse. Pero para cuando Nate le pidió por fin que tomara una decisión, ella se había dado cuenta ya de que estaba enamorada de Bruce. Y sorprendentemente, casi como un milagro, Bruce la quería también. A partir de ahí, todo se había precipitado.

Rachel tenía que reconocer que era cierto lo que se decía sobre las bodas hechas con tantas prisas. Había estado demasiado dispuesta a creer a Bruce cuando le aseguraba que Jolene se acostumbraría. A fin de cuentas, decía él, no eran dos desconocidas.

Jolene, sin embargo, no se había acostumbrado. El cariño que le tenía a Rachel se había transformado en una actitud pasiva-agresiva y, después, en franca hostilidad. Rachel, que no quería disgustar a su marido, se había esforzado por desviar el rechazo de su hijastra. El embarazo no había sido planeado, y había confiado en mantenerlo en secreto unos meses, pero Bruce se había empeñado en decírselo a Jolene. Otro error. Un error que había conducido a aquello.

Se abrió la puerta de la cafetería, pero Rachel no levantó la vista hasta que Nate Olsen se deslizó en el asiento, frente a ella.

—¿Rachel?

Ella levantó los ojos y lo obsequió con una débil sonrisa. Nate entornó ligeramente sus ojos azules.

—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.

—No hace falta que lo digas. Tengo un aspecto horrible.

—No, horrible, no —contestó—. Es sólo que estás… muy pálida.

Nate le había enviado un e-mail al regresar a Bremerton. Creía que debía avisarla de que había vuelto, por si se encontraban por casualidad. Como tenía tantas cosas en la cabeza, Rachel no había prestado mucha atención a su mensaje, ni había contestado. Había querido a Nate hacía tiempo. Pero ahora era una mujer casada.

Después, estando ya en el hotel, sin nada que hacer, había ido a un centro de negocios para conectarse a Inter net y echar un vistazo a su cuenta de correo. Movida por un impulso había contestado al mensaje de Nate, diciéndole que su matrimonio se estaba desmoronando. Tras cambiar un par de mensajes breves, Nate había sugerido que se encontraran. Ella había aceptado su invitación.

—La última vez que estuve en el médico supe que tenía anemia —tampoco ayudaba que no fuera capaz de retener nada en el estómago. Los mareos de por la mañana se prolongaban casi todo el día, y tenía el estómago tan revuelto y estaba tan incómoda que apenas podía comer. Había perdido peso cuando debía estar ganándolo.

—Me alegro de que me hayas escrito.

—Seguramente no debería haberlo hecho —pero no sabía con quién más hablar. No podía recurrir a sus amigas; serían las primeras personas a las que iría a ver Bruce. La separación ya iba a ser bastante difícil sin necesidad de involucrar también a sus amistades.

—Lo que te decía iba en serio —continuó Nate—. Si alguna vez necesitas algo, llámame. Tú sabes que haré todo lo que esté en mi mano.

Cuando la camarera se acercó a la mesa con una jarra de café, Nate dio la vuelta a su taza de cerámica y la camarera procedió a llenarla.

A Rachel se le saltaron las lágrimas al oírlo.

—Lo sé.

—¿Qué puedo hacer?

Ella no estaba segura.

—Como te decía en mi e-mail, he… he dejado a Bruce y a Jolene —no hacía falta decir que aquello encajaba perfectamente en los planes de su hijastra. No había duda de que Jolene estaría eufórica por volver a tener a su padre para ella sola.

—¿Así están las cosas, entonces?

Rachel bajó la mirada y su cabello oscuro cayó hacia delante.

—Hablé… hablé con Teri y quiere que me vaya a vivir con ella.

—¿Vas a hacerlo?

—No puedo. Será el primer sitio donde vaya Bruce. Le dije que iba a mudarme a casa de una amiga. Al principio pensé en tomarle la palabra a Teri, pero no puedo hacerle eso. Bobby y ella no paran, tienen tres hijos.

—¿Tres?

—Teri tuvo trillizos.

Nate se echó a reír. Era la reacción habitual cuando la gente se enteraba de lo de los trillizos.

—Teri siempre lo hace todo a lo grande, ¿eh? —murmuró.

Conocía a Teri, así que sabía también que, si alguien podía afrontar aquella situación, era su amiga. Pero, por capaz que fuese, Teri no necesitaba en casa a una amiga destrozada, además de tener que ocuparse de tres bebés.

—Entonces, si no te vas a casa de Teri, ¿adónde irás?

—No sé —lo único que importaba era salir de la casa lo antes posible. Tenía una habitación en un hotel, pero era una solución demasiado cara para ser permanente. A aquel paso, acabaría con sus ahorros en una semana. Además, Bruce no tardaría en descubrir dónde estaba y, cuando lo descubriera, haría todo lo posible por convencerla de que regresara a casa. Y Rachel no estaba dispuesta a que eso ocurriera mientras no se resolviera la situación con Jolene.

Nate bebió café en silencio, pensativo. Por fin dijo:

—También podrías venirte a vivir conmigo.

Rachel levantó la cabeza bruscamente. No podía ni pensarlo. Si Bruce se enteraba de que vivía con Nate, se sentiría traicionado. Y Jolene tendría más munición que usar contra ella.

—Te agradezco el ofrecimiento, de verdad, pero no puedo hacer eso.

—¿Por qué?

—No puedo, Nate. ¿Qué pensaría Bruce?

—¿Tienes que decírselo?

—Yo… —abrió la boca para protestar, pero se limitó a decir—: Querrá saberlo.

—Claro que querrá saberlo, pero no tienes que contárselo todo. Lo importante es que estés en un lugar cómodo donde puedas cuidarte.

Rachel se quedó mirándolo.

—¿Estás sugiriendo que mienta a mi marido?

—No que le mientas, exactamente. Lo que digo es que no le des todos los datos. Da la casualidad de que la casa en la que vivo es de un amigo mío. Yo tengo una habitación, pero hay otra disponible. Por desgracia Bob está destinado fuera ahora mismo, así que estaríamos solos. Así que entiendo que no te sientas cómoda con la idea.

Ella suspiró. Se sentía dividida. Parecía una buena solución, pero no se imaginaba cómo reaccionaría Bruce si averiguaba la verdad. Nate y él no se tenían mucho aprecio, por razones obvias.

—Tal vez te sea más fácil decidir si te digo que estoy saliendo con alguien.

Así fue, en efecto.

—¿Vais en serio? —preguntó Rachel.

Nate se encogió de hombros.

—Bastante, sí. Paso la noche con Emily tres o cuatro noches por semana. Así que tendrías la casa para ti sola casi todo el tiempo.

—¿Cuánto te cobra Bob por el alquiler?

Nate mencionó una cifra más que razonable y añadió:

—No tendrías obligación de cocinar, ni de limpiar, ni nada por el estilo, si estás pensando en eso.

—Ah —se mordisqueó el labio mientras sopesaba su oferta.

—Antes de que contestes, ¿por qué no vienes a echar un vistazo a la casa? —Rachel titubeó—. Te gustaría desaparecer una temporada, ¿verdad? —así era, y Nate lo sabía—. ¿Irte a algún sitio donde Bruce y su hija no vayan a buscarte?

Rachel asintió despacio.

—Por mí no tienes que preocuparte —añadió Nate—. Te quise mucho, Rachel, pero eso es cosa del pasado. Aun así, me importas, y por eso te ofrezco esto. Si lo que te preocupa es lo que pueda pasar entre nosotros por vivir en la misma casa, permíteme asegurarte que ahora mismo no va a pasar nada.

—De acuerdo —musitó ella—. Iré a ver la casa.

—Bien —Nate dejó dinero para pagar las bebidas y se deslizó del asiento.

Rachel se levantó y enseguida se sintió mareada. Se habría tambaleado si Nate no la hubiera agarrado del brazo.

—¿Cuánto tiempo llevas sin comer?

Ella cerró los ojos e intentó recordar.

—Un poco. Pero estoy bien.

—No, no estás bien. Escucha, y no me lleves la contraria. Después de ver la casa, te prepararé algo de comer.

—¿Sabes cocinar?

—Me sorprende que no recuerdes mis muchos talentos.

Su sonrisa era el bálsamo que necesitaba Rachel; su amistad, el sostén gracias al que superaría aquel revés.

Siguió a Nate hasta la dirección de Bremerton que le dio. La casa estaba en un barrio cercano a la base de la Marina. Construida tras la Segunda Guerra Mundial, tenía dos plantas, un gran porche y contraventanas. Estaba pensada para una familia.

Rachel sintió una extraña emoción al verla. Su madre había sido madre soltera y su tía nunca se había casado. Ella había anhelado toda su vida formar parte de una familia. Al casarse, sintió que por fin había encontrado su sitio. Tenía un marido y una hijastra, y el amor los unía a los tres. Aquel sueño no tardó mucho en hacerse añicos y ahora estaba de nuevo fuera…

El bebé se movió y Rachel apoyó la mano sobre su vientre y deseó que su hijo llegara a conocer algún día el cariño de un padre, una madre y una hermana mayor.

—¿Quieres entrar? —preguntó Nate, asiéndola de nuevo del codo como si temiera que fuera a caerse sobre la acera.

Ella no contestó, pero lo acompañó por el camino de entrada, hasta los escalones.

—Hago lo que puedo por tener la casa limpia, pero ten presente que soy un chico y que las tareas domésticas no ocupan los primeros puestos en mi lista de prioridades.

Rachel esbozó una sonrisa.

—Lo recordaré.

La casa no estaba en mal estado. Había unos cuantos periódicos y revistas aquí y allá, pero no había platos sucios en el fregadero, ni trastos en el cuarto de estar. Los muebles eran grandes y oscuros, muy poco de su gusto, pero estaban bien.

—Voy a enseñarte la habitación que está libre —dijo Nate, y la llevó por el largo pasillo. Se rió.

—¿Qué pasa? —preguntó ella, curiosa.

—Te he prometido que no iba a haber nada romántico entre nosotros, y lo primero que hago es llevarte al dormitorio —sacudió la cabeza—. Perdona, pero es muy irónico.

Rachel se rió suavemente.

—Supongo que suena un poco… comprometedor.

La habitación que le enseñó era muy sencilla. Tenía tan poca personalidad que podría haber sido la habitación de un hotel. No había ni un solo cuadro en las paredes, ni signo alguno de que alguna vez hubiera estado ocupada. La colcha parecía gastada; seguramente la había comprado Bob, hacía años.

—Ya te he dicho que no era nada del otro mundo.

Rachel se fijó en las puertas del pasillo.

—¿Dónde está la tuya? —preguntó.

—Arriba. Los otros dos dormitorios están en la planta de arriba.

Eso significaba que posiblemente no se tropezarían en plena noche, lo cual la hacía sentirse un poco menos culpable ante la perspectiva de engañar a su marido.

—Bueno —dijo él, y se apoyó en la jamba de la puerta con los brazos cruzados—, ¿qué te parece?

—Yo… —se detuvo. Se imaginó de nuevo lo que diría Bruce si descubría que vivía allí. Eso complicaría las cosas mucho más de lo que ya lo estaban. Claro que, como había dicho Nate, no tenía por qué contárselo todo a Bruce. Al menos, de momento. Sólo tenía que decirle una cosa: que estaba bien.

—Eres un buen amigo, ¿lo sabías? —lo decía en serio. Creía en la sinceridad de Nate, aunque le hubiera dolido que prefiriera a Bruce.

Él sonrió.

—Haría cualquier cosa por ti, Rachel, ya lo sabes.

—De acuerdo, acepto. Ya tienes compañera de casa. Pero con una condición.

—Claro.

Lo miró a los ojos.

—No puedes decirle a nadie que vivo aquí. A nadie, ¿de acuerdo?

Nate arrugó el ceño y se frotó la barbilla.

—La casa es de Bob, así que a él no puedo ocultárselo, y creo que debo decírselo a Emily, pero puedo pedirles que no se lo digan a nadie.

—Está bien, puedes decírselo a Bob y a Emily, siempre y cuando estén dispuestos a ser discretos.

—Se lo dejaré claro. Pero ¿a quién crees que podríamos decírselo?

—A tus amigos, o a los suyos. Te asombraría ver a qué velocidad vuelan las noticias en Cedar Cove. Puede que se lo digas sin darle importancia a un compañero de trabajo y esa persona conozca a Bruce y que una hora después mi marido se presente aquí. No es un hombre agresivo, ni violento, pero creo que no se tomaría bien saber que compartimos casa.

—Está bien, trato hecho —Nate le tendió la mano.

—Yo también cumpliré mi parte del trato —prometió ella, sacudiendo la cabeza—. Procuraré ser una buena compañera de casa. Pagaré mi parte del alquiler a tiempo y…

—Eso no me preocupa, Rachel —la interrumpió él—. Imagino que no puedes decírselo a Teri, ¿no?

Eso iba a ser doloroso. Rachel se lo contaba todo a Teri. Era su mejor amiga desde hacía años. Pero Nate tenía razón; no podía decírselo a nadie, ni siquiera a Teri. Bruce sin duda le preguntaría, y ella no podía arriesgarse a que Teri divulgara accidentalmente dónde vivía. Lo que no sabía no podía contarlo.

—No, creo que no voy a decírselo —dijo.

Por duro que le resultara, era necesario.

CAPÍTULO 2

Cuando sonó la alarma en el parque de bomberos de Cedar Cove, Mack y sus compañeros se pusieron de inmediato en acción. Les dieron la dirección en el momento en que Mack saltaba al camión. Le sonaban las señas, pero no tuvo tiempo de pensar en ello. Sólo cuando el camión enfiló la avenida Eagle Crest se dio cuenta de que era la casa de Ben y Charlotte Rhodes.

Mack había estado allí muchas veces para llevar a su hija Noelle a ver a sus abuelos. El humo que salía de la casa procedía de la parte de atrás, donde estaba la cocina.

Mack y otros dos bomberos sacaron la manguera y corrieron hacia la casa llevándola entre los tres. El camión llevaba casi dos mil litros de agua, lo cual les permitía comenzar a apagar el fuego sin perder el tiempo conectando la manguera a un hidrante. Unos minutos después llegaría otro camión cuyos bomberos conectarían la manguera a la boca de riego más próxima.

El corazón de Mack latía con violencia mientras corría hacia la parte trasera de la casa, sosteniendo la gruesa manguera. Oía ya la otra sirena a lo lejos.

Ben, Charlotte y algunos vecinos estaban en la calle, contemplando la escena. Charlotte tenía una expresión horror izada, como si no pudiera creer lo que estaba pasando. A su lado, Ben le rodeaba el hombro con el brazo con aire protector. Parecía igual de impresionado que su esposa.

Ocupado con el incendio, Mack no tuvo oportunidad de hablar con ellos hasta que consiguieron extinguir el fuego, unos minutos después. Por suerte sólo parecía dañada la cocina. El jefe de la brigada habló con Ben mientras Charlotte se retorcía las manos. Parecía tan nerviosa y angustiada que Mack se le acercó con la esperanza de poder tranquilizarla.

—¡Ay, Mack! ¡Cuánto agradezco que estés aquí! —exclamó Charlotte con los ojos llenos de lágrimas.

—No te preocupes —dijo él en tono sedante—. El fuego ya está apagado.

—Ha sido culpa mía —sollozó ella—. Seguro que he hecho algo. Ay, ¿por qué no habré tenido más cuidado? Últimamente me distraigo tan fácilmente…

—Aún no se ha determinado el origen del incendio —dijo Mack diplomáticamente, a pesar de que sospechaba que Charlotte tenía razón—. Las causas podrían ser varias.

En una casa tan vieja, eran frecuentes los problemas eléctricos.

—Pero era yo quien estaba en la cocina —dijo Charlotte con una vocecilla.

—Puede que haya sido un cortocircuito —respondió Mack con la esperanza de que se calmara. Un instante después un coche paró al otro lado de la calle y de él se apeó Olivia Griffin. Llevaba traje y tacones y estaba claro que acababa de salir del juzgado, donde trabajaba como magistrada.

—¡Mamá! ¡Mamá! —gritó mientras cruzaba corriendo la calle sin pararse siquiera a ver si había tráfico.

Charlotte se volvió y corrió hacia ella. Se abrazaron con fuerza un momento.

—¿Estáis bien?

—Sí, sí —le aseguró Charlotte mientras las lágrimas rodaban por sus pálidas mejillas.

—¿Y Harry?

Mack no había visto al gato de la familia, y había estado demasiado ocupado para acordarse de él.

—Ben lo sacó de casa —explicó Charlotte. Miró a su alrededor como si no estuviera segura de dónde se había escondido—. Pobre Harry, estará aterrorizado. Ya sabes que no suele salir… —su voz se desvaneció.

Mack conocía poco al gato. Cada vez que iba de visita con Mary Jo y Noelle, Harry les dejaba muy claro que estaba dispuesto a tolerarles, pero nada más. Tras aceptar los saludos respetuosos a los que se creía con derecho, solía ignorarlos por completo y se retiraba a su lugar de costumbre en el respaldo del sofá. También le gustaba mucho tumbarse en el alféizar de la ventana que daba al jardín delantero. Seguramente estaría escondido en alguna parte, debajo del porche o entre los arbustos. Si no aparecía pronto, Mack ayudaría a buscarlo.

El jefe de la brigada parecía haber acabado de hablar con Ben, que se reunió con ellos.

—Mack —dijo, aturdido. Llevaba desordenado el cabello blanco, normalmente bien peinado, como si se hubiera pasado los dedos por él una y otra vez—. Gracias por cuidar de Charlotte —dijo con voz ronca.

Mack no creía haber hecho nada fuera de lo normal.

—Mack, ¿qué hay de los daños de la casa? —preguntó Olivia.

—Los están valorando —contestó—, pero parece que el fuego sólo ha afectado a la cocina.

—¡Cuánto me alegro de que hayáis llegado a tiempo! —murmuró Charlotte.

—Mamá, Ben… —su hijo, Will Jefferson, subió corriendo el último tramo de la calle empinada y cruzó el césped. Por lo visto había llegado corriendo desde su galería en Harbor Street, donde vivía y trabajaba. Estaba sólo a unas manzanas de distancia, pero cuesta arriba.

—No ha pasado nada —le dijo Olivia—. Mamá, Ben y Harry salieron a tiempo.

—Gracias a Dios —Will se inclinó y se puso las manos en las mejillas, resoplando mientras intentaba recuperar el aliento—. No sabía qué pensar cuando me llamaste —le dijo a Olivia.

—La señora Johnson me dejó un mensaje en el juzgado —le dijo Olivia a su madre—, y luego llamé a Will.

—Espero no haberte asustado demasiado —dijo la vecina de al lado con la frente fruncida. Estaba a unos pasos de distancia—. Vi el fuego y llamé a los bomberos, pero Ben había avisado ya. Luego pensé que, si fuera mi casa, querría que mis hijos supieran lo que estaba pasando. Por eso llamé al juzgado. Espero no haber metido la pata.

—Claro que no —contestó Olivia con convicción—. Si algo les pasa a mi madre o a Ben, no dude en avisarme. Sea lo que sea —añadió con énfasis.

—Lo mismo digo —dijo Will.

—Sí —dijo Charlotte, buscando el brazo de su hija—, me siento mucho mejor ahora que mis hijos están aquí.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Will, todavía un poco jadeante. Miró a Ben y a Mack y viceversa.

—No estoy seguro —contestó Ben, y se volvió hacia Charlotte.

—Preparé la comida como hago siempre, sopa de pollo con fideos, y luego me senté con Ben. Estábamos leyendo cuando Ben dijo que olía a humo —Ben asintió—. Yo no olía nada, así que no me preocupé. Acababa de recibir mi nueva revista de cocina, con veintiocho recetas nuevas para preparar los calabacines, y estaba concentrada leyendo. Luego, de pronto, Ben dio un grito y soltó su libro…

—Sí —dijo su marido, retomando el relato—. Vi llamas.

—Por suerte él supo reaccionar, porque a mí me entró pánico. Lo primero que pensé fue que teníamos que apagar el fuego, pero entonces se prendieron también las cortinas de la cocina y… y ya era demasiado.

Mack hizo una mueca: intentar apagar el fuego por su cuenta era el mayor error que solían cometer los propietarios de las casas que se incendiaban.

—Enseguida me di cuenta de que no podíamos hacer nada —prosiguió Ben—, así que saqué a Charlotte y a Harry de la casa y llamé a emergencias desde mi móvil.

Mack se alegró de que Ben hubiera conservado la calma. Había mucha gente que se quedaba dentro de la casa para llamar a los servicios de emergencias, poniéndose así en mayor peligro.

—Es lo mejor que podías haber hecho —dijo—. Lo primero es siempre sacar a todo el mundo de la casa y luego llamar a los bomberos.

—¿Qué va a pasar ahora? —le preguntó Olivia.

—El departamento de bomberos investigará la causa del incendio —les dijo él.

—¿Cuándo llegará el perito? —preguntó Ben.

—Dentro de un par de horas, normalmente.

—¿Qué hay de la olla eléctrica? —preguntó Charlotte de repente, agarrando el brazo de Ben—. Tenía la cena dentro. ¿No deberíamos intentar encontrarla?

—Mamá, creo que no debes preocuparte por la cena —contestó Will—. Yo diría que no vas a recuperarla.

Mack no recordaba haberla visto, pero había estado concentrado en apagar el fuego.

—¿Puedes darme algún consejo para hablar con los del seguro? —le preguntó Ben—. ¿Se pondrán ellos en contacto con nosotros o tengo que avisarles?

—Tendrás que notificárselo.

—La información de contacto está en casa —masculló Ben.

—¿Es la misma compañía con la que tienes contratado el seguro del coche?

—Sí.

—Entonces el número estará en la tarjeta.

La normativa del estado de Washington exigía que se llevara en el coche un documento acreditativo de que se tenía seguro de automóviles, de modo que Ben debía de tener la tarjeta en la cartera o en la guantera del coche.

—Claro —Ben hizo una mueca—. Creo que estoy más aturdido de lo que creía.

—Es comprensible —dijo Mack. Miró hacia atrás para asegurarse de que no lo necesitaban y vio que había llegado Andrew McHale, el perito experto en incendios. Antes de que pudiera decirles quién era, Andrew desapareció al otro lado de la casa.

—¿Cuánto tiempo vamos a tener que estar aquí fuera? —preguntó Charlotte—. Espero que a las cinco se haya ido todo el mundo. A Ben le gusta ver su serie favorita a esa hora.

—Mamá… —Olivia le palmeó suavemente la mano—. No vais a poder quedaros en casa de momento. Va a haber que reformar la cocina por completo. Es posible que pasen varias semanas antes de que la casa vuelva a estar habitable.

—¿No podemos volver? —preguntó su madre, confusa—. ¿En varias semanas? ¿Por qué?

Mack se dio cuenta de que no había comprendido lo que le había dicho su hija.

—La cocina está destrozada —dijo Will, hablando despacio y con claridad.

—Ya lo sé, querido, pero el resto de la casa está bien.

—Aun así, no podéis vivir ahí dentro hasta que no esté reparada la cocina.

—Pero… —Charlotte se volvió hacia Ben como si le pidiera ayuda.

Mack comprendió que estaba confusa y desorientada. No parecía comprender la gravedad de lo sucedido.

—Pero… ¿adónde vamos a ir? —preguntó con aire desvalido.

—Dependiendo de la cobertura que tengáis, la aseguradora puede pagaros la estancia en un hotel mientras se hacen las reparaciones necesarias —explicó Mack.

—¿En un hotel? —Charlotte sacudió la cabeza como si la idea le repugnara.

—Podéis quedaros en mi casa, mamá —dijo Will—. Está cerca de aquí y…

—No es buena idea, Will —terció Olivia—. Tú vives en la galería de arte. No es sitio para mamá y para Ben. Se quedarán con Jack y conmigo.

Su marido apareció justo en ese instante, como si Olivia lo hubiera llamado. Jack Griffin, el editor del periódico local, también cubría noticias cuando era necesario. Seguramente había reconocido la dirección. Se acercó a ellos acompañado por un fotógrafo. Su omnipresente gabardina ondeaba junto a sus costados mientras atravesaba el césped.

—Imagino que os estaréis preguntando por qué he convocado esta reunión —dijo, poniendo una nota de humor.

Mack sofocó una carcajada.

—Jack, no es momento para bromas —dijo Olivia, y lo abrazó. Parecía aliviada por que estuviera allí.

—¡Ay, Jack! Dicen que no podemos volver a entrar —se lamentó Charlotte—. Me temo que todo esto es culpa mía.

—Nadie te está culpando —dijo Will.

—Quiero que mamá y Ben se queden en casa con nosotros hasta que esté arreglada la casa —insistió Olivia.

—Por supuesto que sí —Jack sacó una libreta de reportero, un cuaderno de espiral, y dijo al fotógrafo que tomara instantáneas de los bomberos, que se preparaban para marcharse.

—¡Jack! —Olivia lo miró con furia.

—¿Qué pasa?

—No irás a entrevistar mi madre, ¿verdad? ¿Es que no ves lo disgustada que está?

—Eh… —Jack Griffin tuvo el buen sentido de mirar compungido a su suegra—. Soy periodista, Olivia, y esto es una noticia.

—No me molesta, cariño —le dijo Charlotte a su hija, dándole palmaditas en el brazo—. Ben es nuestro héroe, nos ha salvado a Harry y a mí… Ay, cielos. ¿Dónde está Harry?

—Nosotros lo buscaremos, mamá —Olivia se volvió hacia su marido—. ¿Por qué no hablas con Mack? —sugirió—. Él puede explicártelo todo.

Mack sacudió la cabeza. Lo más apropiado era que Jack hablara con el jefe de la brigada.

—Estoy seguro de que el jefe Nelson contestará encantado a sus preguntas —le indicó al jefe de la brigada y Jack se alejó con el bolígrafo en la mano.

Mack lo vio tomar notas diligentemente y asentir con la cabeza varias veces mientras hablaba con el bombero. En cierto momento miró hacia su suegra y arrugó el ceño, y Mack comprendió que seguramente la culpa del incendio la había tenido Charlotte, como se temía. Debía de haberse distraído y haber dejado algo al fuego; quizá la sopa de la que había hablado.

—Vais a venir a casa con nosotros —estaba diciendo Olivia cuando Mack volvió a fijarse en ellos.

—Pero Olivia…

—Mamá, no podéis quedaros aquí, ni tampoco en casa de Will. ¿Dónde dormiríais?

—Lo mejor será que vayáis a casa de Olivia —dijo Will mientras Ben asentía—. Mi apartamento es muy pequeño y sólo hay un dormitorio. Yo puedo dormir en el sofá si hace falta, pero la verdad es que es más lógico que os quedéis en casa de Olivia.

Charlotte asintió con un gesto.

—Tengo que recoger unas cuantas cosas. Ben, ¿puedes buscar a Harry?

—Voy contigo —se ofreció Mack—. Es preferible que no os acerquéis a la cocina hasta que el perito acabe el atestado y los del seguro se pasen por aquí.

Luego, Mack y Ben se fueron a buscar al gato. Lo encontraron unos minutos después, escondido debajo del porche delantero.

—Todo esto es culpa mía —estaba diciendo Charlotte cuando regresaron. Meneaba la cabeza como si quisiera borrar el recuerdo de esa tarde—. ¡Harry! —estiró los brazos para tomar al gato—. Ay, mi pequeño… —acarició la ancha cabeza del gato y miró a Olivia—. Sigo sin saber qué ha pasado.

—No te preocupes, mamá.

—Si vamos a pasar varias semanas en tu casa, te ayudaré todo lo que pueda —prometió su madre—. Limpiaré y haré la comida y no os molestaremos ni pizca.

—Mamá, no sois ninguna molestia.

—Haré dulces para Jack —dijo Charlotte, y se le iluminaron los ojos—. Ya sabes cuánto le gustan mis dulces.

—Jack no necesita que le hagas dulces, mamá.

—Entonces le haré un asado. A Jack le encantan mis asados.

—A Jack le encanta la comida, mamá —dijo Olivia—. La verdad es que no se me ocurre ni una sola cosa que hagas que no se coma como si estuviera muerto de hambre.

Charlotte sonrió con orgullo.

—Jack tiene mucho criterio. ¿No lo he dicho siempre?

—En efecto —Olivia puso los ojos en blanco—. Vamos, mamá, Mack y yo os ayudaremos a recoger lo que necesitéis, empezando por el transportín del gato. Luego nos iremos a casa.

—¿Estás segura? —preguntó Charlotte.

—Claro que sí —respondió Olivia, y enlazó a su madre por la cintura.

Ben y Charlotte Rhodes estarían bien, se dijo Mack mientras los seguía. Tenían familia.

CAPÍTULO 3

Chad Timmons se paseaba de un lado a otro por su apartamento de Tacoma, tan absorto en sus pensamientos que estuvo a punto de chocar con la pared. Lo cual venía a demostrar su teoría de que aquella mujer era para él una distracción sin remedio.

Desde el momento en que había conocido a Gloria Ashton, su relación había sido intermitente. Como un viento impredecible, Gloria soplaba a veces fría y a veces caliente. Lo peor de todo era que él lo había aguantado. Pero ya estaba harto. No pensaba seguir soportando sus juegos. Porque eso eran: juegos. Juegos en los que él siempre llevaba las de perder, porque Gloria cambiaba constantemente las normas. Un día no quería saber nada de él. Y al siguiente se le echaba encima.

Muy bien. Chad había decidido acabar de una vez con aquella situación. Y se había atenido a su decisión. Hasta que Roy McAfee había entrado en su vida como un meteorito a su paso por la Tierra. El cráter que había abierto era lo bastante grande para enterrarlo.

Gloria estaba embarazada… de él. Estaba a punto de ser padre.

Eso sí que era cambiar las normas…

De pronto todo tenía sentido. Después de pasar la noche con ella, Chad estaba seguro de que podían resolver sus diferencias. Estaba eufórico, tenía la cabeza en las nubes, era un tópico andante. Luego, al descubrir que ella se había marchado sin decir palabra, se había sentido abandonado y estúpido. Gloria le había escrito una nota, sí, pero eso no explicaba nada. Así pues, Chad había decidido ter minar con ella de una vez. Se había despedido de la clínica de Cedar Cove, se había mudado a Tacoma y aceptado un empleo como médico de urgencias.

Incluso había empezado a salir con otra mujer. Joni Atkins era mucho menos caprichosa e indecisa que Gloria.

Un bebé…

Todavía le costaba trabajo asimilar la noticia que le había dado Roy. Si él estaba asombrado, podía imaginarse la reacción de Gloria. Sus sentimientos hacia él y ante la posibilidad de tener un futuro juntos parecían, como poco, indecisos y ambivalentes. Se había trasladado a la zona del estuario de Puget hacía un par de años, en busca de sus padres biológicos. Los adoptivos habían muerto en un accidente de avioneta y prácticamente no le quedaba familia. Después había descubierto algo que le había sorprendido. Sus padres adoptivos se habían casado finalmente, y tenía un hermano y una hermana.

Gloria le había contado todo aquello la primera noche que habían pasado juntos, la noche que se conocieron. Habían pasado de ser perfectos desconocidos a ser amantes a velocidad pasmosa. Gloria se avergonzaba de ello y, francamente, él también.

Después, ella le había pedido tiempo para intentar trabar relación con su familia biológica. Lo había logrado, pero eso no había cambiado nada entre ellos. Cada vez que Chad intentaba acercarse a ella, se encontraba con una férrea resistencia. Luego volvió a suceder: Gloria aceptó salir con él y acabaron en la cama, después de lo cual ella volvió a mostrarse avergonzada y arrepentida.

Y ahora estaba embarazada.

No se lo había dicho, aunque Chad imaginaba que había ido a darle la noticia el día en que se encontraron en el aparcamiento del hospital. Pero ¿cómo iba a adivinar él lo que quería? Por lo que a él respectaba, habían acabado. Eso era lo que ella quería, a juzgar por la nota que le había dejado. Si había cambiado de idea, era demasiado tarde, o eso sentía Chad en aquel momento. Había pasado página y le había aconsejado que ella hiciera lo mismo.

Roy, el padre biológico de Gloria, había corrido un gran riesgo al ir a verlo. Gloria les había pedido que no le dijeran nada de su embarazo, y Corrie, su madre biológica, había accedido a ello. Pero Roy no.

Corrie McAfee se quedó embarazada estando en la universidad y Roy no supo que era padre hasta que su hija ya había sido adoptada. Al parecer, aquello seguía siendo una herida abierta entre los padres de Gloria. Roy no estaba dispuesto a que volviera a repetirse la historia, pero Corrie creía que esa decisión sólo podía tomarla Gloria. Finalmente, Roy se había asegurado de que Chad recibía la noticia, en contra de los deseos de su mujer y su hija.

Chad no había decidido aún qué iba a hacer. Le preocupaba que Gloria, que trabajaba como ayudante del sheriff, padeciera demasiado estrés en el trabajo. Debían pasarla a oficinas. Quería hablar con ella, explicarle lo importante que era que se cuidara, que comiera bien, que tomara vitaminas y fuera al médico con regularidad. Y aunque sabía racionalmente que ella sin duda estaba haciendo todo lo que debía, quería que se lo confirmara, no podía remediarlo.

Echó mano de las llaves del coche. Hacía varias semanas que su vida había dado un vuelco y, de momento, no había hecho otra cosa que enfurecerse, angustiarse e intentar decidir qué podía hacer. Había llegado el momento de hacer algo.

Al llegar a Cedar Cove, se detuvo en la librería del pueblo y compró un libro de nombres de bebés y algunos otros que solía recomendar a sus pacientes. Quizá fuera derrochar el dinero, porque Gloria ya podía tenerlos, pero no le importó. Así se sentía mejor. Pero, como sabía que Gloria no quería verlo, pensó en pedirle a Roy McAfee que le diera los libros.

Sacó la dirección del despacho del detective privado de la tarjeta que le había dado el propio Roy. Aparcó en la empinada colina y contempló el paseo marítimo, que aquel día de septiembre era un hervidero. Cedar Cove había sido su hogar durante cinco años, y no se había dado cuenta de lo mucho que lo echaba de menos.

El tótem de la biblioteca llamó su atención. Abría sus alas de águila como si quisiera abrazar a todo el pueblo. Chad había almorzado muchas veces en el parque del paseo marítimo. Otra de sus actividades favoritas era visitar el mercado de los sábados. Recordaba haber comprado verduras tan frescas que aún tenían tierra prendida a las raíces. Vio a un par de piragüistas remando cerca del puerto deportivo. Sus golpes de remo, rítmicos y precisos, levantaban ondas tras ellos. La calle Harbor estaba llena de gente que iba de compras o salía del trabajo.

Chad respiró hondo antes de apartar la mirada que se extendía allá abajo. Cuadró los hombros, echó a andar hacia la oficina de Roy y entró.

El mostrador de recepción estaba vacío. En la sala de espera había unas cuantas sillas pegadas a la pared y una mesa con algunas revistas atrasadas.

—¿Eres tú, Mack? —preguntó Roy McAfee desde el despacho del fondo.

Chad siguió el sonido de su voz.

—Soy Chad Timmons —dijo antes de entrar en el despacho. Se quedó junto a la puerta, indeciso.

—Chad… —McAfee se levantó de su silla y le tendió la mano—. Me alegro de verte. Me preguntaba cuánto tardarías en aparecer.

—Posiblemente más de lo que debería —confesó Chad. Se dejó caer en la silla, delante de McAfee y dejó la bolsa de libros sobre la moqueta. El despacho estaba decorado austeramente. Un escritorio, una silla de piel y un par de librerías. Las paredes estaban desnudas, salvo por un gran plano de la ciudad.

—Imagino que la noticia te descolocó un poco.

Chad soltó un bufido.

—Eso es poco —luego preguntó—: ¿Cómo está Gloria?

—Por lo que me dice Corrie, tiene mareos por la mañana, pero aparte de eso parece estar bien —hizo una pausa y añadió—: Claro que en estos momentos mi mujer no me tiene mucho aprecio. Todavía no me ha perdonado que te lo haya dicho.

—Lo siento.

—No te preocupes. No es problema tuyo —Roy le quitó importancia al asunto haciendo un ademán.

—¿Sabe Gloria que lo sé?

Roy se inclinó hacia delante y meneó la cabeza.

—Yo no se lo he dicho, y dudo que Corrie lo haya hecho.

—En otras palabras, probablemente no.

Roy hizo un gesto de asentimiento.

—Yo diría que no.

Chad no se sorprendió.

—Hay una cosa que me gustaría que le dieras —levantó la bolsa de libros.

Roy le echó un vistazo; luego volvió a mirar a Chad.

—¿Estás seguro de que no quieres dárselo tú? Chad no estaba seguro de nada.

—Creo que por ahora lo mejor será que me quede en segundo plano. Por lo que me dijo Gloria, no quiere saber nada de mí. Así que creo que conviene que se lo des tú.

Roy tardó unos segundos en responder mientras observaba a Chad.

—No estoy de acuerdo —dijo por fin.

Se abrió la puerta de la calle.

—¿Papá?

Roy se puso en pie.

—¡Aquí!

Mack McAfee entró en el despacho y se detuvo de golpe al ver a Chad.

—Perdón, ¿interrumpo algo? —preguntó, mirándolos alternativamente.

—En absoluto —contestó su padre mientras volvía a sentarse.

Mack entornó los ojos.

—Nos conocemos, ¿no?

Chad dijo que sí con la cabeza.

Mack se sentó a su lado.

—Ah, sí, ya me acuerdo. Saliste una temporada con mi hermana Linnette.

—Muy poco tiempo —y había sido un desastre. Lo había complicado todo. Mientras Gloria trababa relación con su hermana, que ni siquiera sabía que eran familia, Linnette se había encaprichado de él. Y al ver lo que Linnette sentía por él, Gloria se había retirado.

—Chad me ha pedido que le dé unos libros a Gloria —explicó su padre.

—¿A Gloria? —Mack giró la cabeza para mirarlo—. ¿Por qué a Gloria?

—Bueno, la verdad es que… también he salido con ella.

Mack sonrió.

—Parece que tienes mucho éxito.

Chad respondió con una sonrisa débil.

—Sí, eso parece.

—No sabía que a mi hermana le gustara leer —comentó Mack, relajándose en su silla y apoyando el tobillo en la rodilla contraria—. Pero ¿por qué no le das tú los libros si habéis salido juntos?

—Son un par de libros sobre el embarazo y otro sobre nombres para bebés —dijo Chad.

—¿Qué? —Mack bajó la pierna—. ¿Gloria y tú…? ¿Quieres decir que…? ¿Que tú eres el padre?

Chad se limitó a asentir con un gesto.

Mack no supo cómo reaccionar por un instante. En su cara se reflejaban emociones contradictorias: enfado, confusión y, por último, duda.

—Te aseguro que para mí también fue una sorpresa —dijo Chad e intercambió una sonrisa con Roy.

—Pero… pero tú eres… eres médico —tartamudeó Mack—. Si alguien sabe de métodos anticonceptivos, tendrías que ser tú.

—Tienes toda la razón —respondió Chad—. Pero ocurrió.

—Ésa tiene que ser la excusa más patética del mundo. ¿Qué piensas hacer al respecto? —preguntó Mack con aspereza.

Su enfado estaba justificado, y Chad se lo tomó a pecho.

—Eso depende de Gloria. Por ahora ni siquiera sabe que lo sé.

—¿Por qué no?

Mack lo miró con rabia y Chad miró a Roy con la esperanza de que respondiera él.

—El caso es que tu hermana nos pidió expresamente que no se lo dijéramos a Chad. Tu madre aceptó, pero yo me negué.

—¿Y se lo has dicho a espaldas de mamá? —Mack sacudió la cabeza como si ya supiera la respuesta y le pareciera mal—. ¡Y a espaldas de Gloria!

—Le dije a tu madre lo que iba a hacer. Y no le gustó. De hecho sigue sin gustarle —Roy se reclinó en la silla con el ceño fruncido—. Le llevaré los libros a Gloria y le explicaré que te lo he dicho.

Chad arrugó el entrecejo. No estaba preparado para que Gloria lo supiera…

—Es hora de que le cuente a mi hija que fui a verte.

—No —dijo Chad bruscamente—. Todavía no.

Roy parpadeó.

—¿Por qué no?

Chad intentó aclarar sus ideas.

—En primer lugar, porque quiero que sea ella quien venga a ver me. En algún momento se dará cuenta de que me necesita. Aunque sólo sea para firmar los papeles de adopción. Los tiempos han cambiado, Roy. Ahora los padres también tienen derechos. Además, estoy pensando en criar al bebé yo solo —la idea se le había ocurrido hacía unos días. Aún no había tomado una decisión, pero esa posibilidad iba cobrando fuerza.

—Espera… ¿Gloria ha decidido dar al bebé en adopción? —preguntó Mack. Cerró los puños y miró a su padre con dureza—. No se lo permitirás, ¿verdad?

—No es decisión nuestra —le recordó Roy.

—Sí, pero… Está bien, pero antes de que eso pase prefiero que lo criemos Mary Jo y yo —dijo en tono crispado—. Si Chad no lo quiere —obviamente, creía que Chad era muy capaz de rehuir aquel deber—. Ese bebé es de nuestra propia carne.

—Más mía que vuestra —murmuró Chad. Pero no tenía sentido discutir la cuestión hasta que supieran cuáles eran las intenciones de Gloria.

Roy parecía ligeramente divertido por la reacción de su hijo.

—¿No crees que deberías hablarlo con Mary Jo antes de ofrecerte a algo así?

Mary Jo estará de acuerdo conmigo.

—No tiene sentido hablar de eso —dijo Chad—. Nadie saber qué va a hacer Gloria. Quizá cuando se decida tengamos que hablar otra vez.

Ambos asintieron.

—De momento —añadió Chad—, lo único que os pido es que le deis estos libros a Gloria.

—¿Quién le digo que se los envía? —preguntó Roy. Chad se encogió de hombros.

—Deja que crea que son tuyos.

—¿Estás seguro? —preguntó Mack.

—Sí, estoy seguro. Quiero que sea ella quien me lo diga. No, lo necesito. Fue ella quien se marchó. Puede que sea mi orgullo el que habla, no lo sé, pero me sentiría mucho más cómodo si ella tomara la iniciativa.

Roy dejó que sus palabras quedaran suspendidas en el aire un momento antes de responder:

—Esperaré un poco, si eso es lo que quieres. Pero, por el bien de mi matrimonio, creo que conviene que confiese cuanto antes.

Chad lo entendía.

—De acuerdo. Adelante, díselo a Gloria —no le apetecía, pero Roy ya le había hecho un favor.

—Yo le llevaré los libros —se ofreció Mack—. Últimamente hablamos mucho.

—¿Ah, sí? —Roy levantó las cejas, extrañado.

Roy también sentía curiosidad, pero no se atrevía a preguntar.

—Gloria tuvo que decirle al sheriff Davis que está embarazada, y a partir de la semana que viene estará en las oficinas.

Chad se sintió aliviado al saberlo. Pero Mack desvió la mirada mientras hablaba, y eso le indujo a pensar que se estaba callando algo.

—¿Por algún motivo en concreto?

—Bueno, es el protocolo habitual cuando una agente se queda embarazada —Mack se removió en su asiento, visiblemente incómodo por el giro que había dado la conversación—. Pero, bueno, la verdad es que Gloria tiene treinta y cinco años y su ginecólogo quiere que sea especialmente cauta.

—¿Se lo ha dicho a su madre? —preguntó Roy.

—Creo que sí.

Roy suspiró y Chad dedujo que Corrie no le había dicho nada porque todavía estaba enfadada con él.

—El médico le ha mandado una ecografía.

—¿Para cuándo? —Chad procuró contener su ansiedad. Había tratado muchos embarazos y a muchos bebés a lo largo de su carrera, pero ninguno de ellos era suyo. Y aunque sabía que muchas mujeres tenían bebés a edad tardía, no podía evitar preocuparse por Gloria.

—No puedo decírtelo.

—¿No puedes porque no lo sabes o porque ella no estaría de acuerdo? —preguntó Chad ásperamente.