Nuestra noche de pasión - Catherine Mann - E-Book
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Nuestra noche de pasión E-Book

Catherine Mann

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Beschreibung

Ninguna mujer había conseguido que la olvidara Nadie conocía a Elliot Starc mejor que Lucy Ann Joyner. Sin embargo, después de una inconsciente noche de pasión, su amistad quedó completamente destrozada. Cuando Elliot se enteró de que Lucy había tenido un hijo suyo, decidió que quería una segunda oportunidad. Deseaba la posibilidad de convertirse en el padre que él nunca tuvo y de que la amistad llegara a ser algo más. Sin embargo, ¿podría Lucy perdonar los errores que él había cometido y creer que deseaba mucho más que un matrimonio por el bien de su hijo?

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Seitenzahl: 174

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Catherine Mann

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Nuestra noche de pasión, n.º 2029 - marzo 2015

Título original: For the Sake of Their Son

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5811-4

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Publicidad

Capítulo Uno

 

Elliot Starc llevaba toda la vida enfrentándose al peligro. Primero, a manos de su violento padre y, más tarde, como piloto de Fórmula 1, cuando utilizaba sus viajes por todo el mundo para facilitarle información a la Interpol. Sin embargo, jamás se habría imaginado que lo secuestrarían, y mucho menos durante la despedida de soltero de su mejor amigo.

Furioso por la situación en la que se encontraba, trató de recuperar la serenidad. Entonces, se dio cuenta de que estaba maniatado. Trató de librarse de las esposas y de averiguar dónde se hallaba, pero estaba completamente desorientado. Lo último que recordaba era que estaba en Atlanta, Georgia, en una despedida de soltero. En aquellos momentos, estaba esposado y tenía una venda en los ojos. Solo sabía que estaba en la parte posterior de un vehículo que olía a cuero y a lujo. No escuchaba nada que pudiera darle pistadas. Tan solo el ronroneo de un motor bien afinado. El sonido de una lata de refresco al abrirse. Las suaves notas de una canción que se escuchaba tan bajo que podría estar reproduciéndose a través de cascos.

–Está despierto –susurró una voz profunda.

–Maldito sea… –replicó una segunda voz.

–Eh…

Elliot trató de gritar, pero tan solo consiguió producir un ronco sonido. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo.

–Sea lo que sea lo que está pasando aquí, podemos pedir un rescate…

Un largo zumbido fue la única respuesta. Inconfundible. Una pantalla que se cerraba para dar intimidad en el interior de un coche. Después, silencio. Soledad. Ninguna posibilidad de gritarle a los que estuvieran en…

¿Se trataría tal vez de una limusina? ¿Pero quién secuestraba a alguien utilizando una limusina?

Cuando el coche se detuviera, estaría preparado. En el momento en el que pudiera ver, ni siquiera necesitaría las manos. Le habían entrenado en siete formas diferentes de defensa personal. Sabía utilizar los pies, los hombros y el peso de su cuerpo.

Habían salido de la autopista al menos hacía ya veinte minutos. Podría estar en cualquier parte y Dios sabía que tenía enemigos por todo el mundo debido a su trabajo con la Interpol y sus triunfos en el mundo de las carreras. Además, tenía muchas exnovias furiosas…

Al pensar en las mujeres, hizo un gesto de dolor. Podría estar en Carolina… En casa. Demasiados recuerdos. Malos en su mayoría, a excepción del halo de brillante luz que suponía Lucy Ann Joyner. Sin embargo, hasta eso había estropeado.

Maldita sea.

Se centró de nuevo en el presente. El sol estaba empezando a filtrarse por la venda que le cubría los ojos. Por más que lo pensaba, no lograba imaginarse cómo le habían podido poner una venda en los ojos en la despedida de soltero de Rowan Boothe en un casino de Atlanta. Elliot se había escabullido para encontrar una botella de buen whisky escocés, pero antes de que pudiera agarrar la botella, alguien le había dejado inconsciente.

Si por lo menos supiera por qué le habían secuestrado… ¿Buscaban su dinero o acaso alguien había descubierto su secreta relación con la Interpol?

Había vivido su vida a tope, totalmente decidido a compensar su infancia. Tan solo se lamentaba de una cosa: su larga amistad con Lucy Ann había ardido más rápidamente que cuando tuvo un accidente en el Gran Premio de Australia el año anterior…

El coche se detuvo en seco. Se agarró los pies para no caer rodando al suelo y trató de permanecer relajado para que los secuestradores pensaran que se había vuelto a dormir. No obstante, se preparó por si surgía la oportunidad de enfrentarse a sus adversarios. No se rendiría sin presentar batalla.

Desde que había abandonado sus humildes raíces, había sido un hombre con suerte. Había evitado el reformatorio a cambio de recibir preparación militar en un centro para jóvenes con problemas. Allí, se hizo un grupo de amigos, inadaptados como él. Tomaron diferentes caminos en la vida, pero permanecieron unidos por su amistad y su trabajo para la Interpol. Desgraciadamente, ninguno había conseguido evitar que le secuestraran en la despedida de soltero a la que todos asistían.

La puerta se abrió y alguien se inclinó sobre él. Le quitaron la venda bruscamente y Elliot vio que, tal y como había imaginado, se encontraba en el interior de una limusina. Sin embargo, le sorprendió quiénes eran sus secuestradores.

–Hola, Elliot, amigo mío –le dijo Malcolm Douglas, su antiguo compañero de instituto, que era quien le había pedido que fuera a buscar la botella de whisky en la despedida de soltero–. ¿Te has despertado bien?

Conrad Hughes, otro de sus traidores amigos, le golpeó suavemente el rostro.

–A mí me parece que está bastante despierto –dijo.

Elliot contuvo una maldición. Le habían secuestrado sus propios camaradas en la despedida de soltero.

–¿Me puede explicar alguien qué es lo que está pasando aquí? ¿Qué es lo que estáis tramando los dos? –les preguntó furioso–. Espero que tengáis una buena razón para haberme traído hasta aquí de este modo…

–Lo verás muy pronto –le aseguró Conrad mientras le daba una palmada en la espalda.

Elliot salió del coche aún esposado y vio que se encontraba en medio de un espeso bosque.

–Me lo vais a decir ahora mismo si no queréis que os dé una buena paliza.

Malcolm se apoyó en la limusina.

–Inténtalo con las manos esposadas. Sigue hablando así y no sacaremos la llave.

–Sí, muy gracioso –replicó Elliot con frustración–. ¿No se supone que las bromas se le gastan al novio?

Conrad sonrió.

–Ah, no te preocupes por eso. Seguramente Rowan se estará despertando ahora mismo y estará a punto de descubrir su nuevo tatuaje.

Elliot extendió las muñecas esposadas y preguntó:

–¿Y cuál es la razón de esto? No soy yo el que se casa.

Malcolm se separó del coche y le indicó con la cabeza que echara a andar hacia una parte del pinar mucho más espesa.

–En vez de explicarte el porqué, dejaremos que lo averigües tú solo. Ven con nosotros.

Al adentrarse unos pasos en el bosque, reconoció el lugar en el que se encontraban. No había cambiado mucho. Era su casa. O, más bien, el lugar en el que había estado su casa cuando era un pobre niño con un padre alcohólico. Una pequeña granja a las afueras de Columbia…

A pesar de que para Elliot aquel lugar había sido un infierno, aquel día lucía el sol. Salió a un claro para encontrarse en un familiar sendero de tierra que terminaba en una cabaña junto a la que se erguía un enorme roble de al menos cien años. De niño, Elliot había jugado en innumerables ocasiones junto a aquel árbol, deseando que pudiera quedarse allí para siempre porque aquel pequeño remanso de paz era mucho más seguro que su casa.

Se había escondido con Lucy Ann Joyner allí, en la granja de su tía. A los dos les gustaba el santuario que les ofrecía aquel lugar, aunque solo fuera durante unas pocas horas. ¿Por qué le habían llevado sus amigos hasta allí?

El sonido que produjeron unas ramas le atrajo la mirada. De entre ellas apareció una mujer. Elliot se detuvo en seco. De repente, el significado de todo aquello quedó claro. Sus amigos estaban provocando un encuentro once meses después, dado que Lucy Ann y él eran demasiado testarudos como para dar el primer paso.

Tragó saliva al pensar que podría ser que ella hubiera requerido su presencia, que se hubiera arrepentido de su decisión de apartarlo de su vida.

Elliot no estaba tan seguro de que se pudiera olvidar el pasado tan fácilmente. Se sentía muy nervioso ante la perspectiva de volver a hablar con ella.

La miró a placer, con avidez, como la tierra reseca absorbe el agua. Miró la delicada espalda, el cabello castaño que le caía por los hombros… Once meses sin ella. Su amiga de toda la vida había salido huyendo después de una increíble noche que había terminado con su amistad para siempre.

En un solo día, la única persona en la que había confiado por encima de todos los demás había cortado todo vínculo con él. Elliot jamás había permitido que nadie se le acercara tanto, ni siquiera sus amigos. Lucy y él tenían una historia en común, un vínculo compartido que iba más allá de la amistad.

O, al menos, eso había pensado él.

Como atraído por un imán, se acercó al columpio. Aún llevaba puestas las esposas, pero avanzó en silencio, sin dejar de observarla. Las delicadas líneas de su cuello evocaban deliciosos recuerdos. El modo en el que el vestido le dejaba delicadamente al descubierto un hombro le recordaba a los años en los que ella se vestía gracias a la ropa usada que le daban sus vecinos.

De repente, una ráfaga de viento hizo que el columpio se girara, de modo que ella quedó frente a frente con Elliot.

Él se detuvo en seco.

Sí, era Lucy Ann, pero no estaba sola. Ella lo miraba con los ojos abiertos de par en par. Parecía completamente atónita. Resultaba evidente que, igual que Elliot, desconocía lo que los amigos de él habían planeado. Antes de que él hubiera terminado de procesar la desilusión que sentía por el hecho de que ella no hubiera colaborado en todo aquello, su mirada se detuvo en lo que más le sorprendió.

Lucy Ann tenía entre los brazos un bebé muy pequeño, y le estaba dando el pecho.

 

 

Lucy Ann apretó a su hijo contra el pecho y contempló anonadada a Elliot Starc, el amigo de su infancia, su antiguo jefe y amante de una sola noche. El padre de su hijo.

Se había imaginado mil veces el momento en el que le diría lo de su hijo, pero jamás se lo había imaginado de aquel modo, con Elliot presentándose de improviso y esposado. Era evidente que él no había ido allí voluntariamente.

Una parte de ella ansiaba correr hacia él para confiar en la amistad que una vez habían compartido. Sin embargo, otra parte de ella, la parte que se había percatado de la presencia de dos de los amigos de Elliot y de las esposas que él llevaba puestas, le decía todo lo que necesitaba saber: Elliot no había visto la luz de repente y había ido a disculparse con ella por ser un canalla de primera categoría. Lo habían llevado allí contra su voluntad.

Que se fastidiara. Ella también tenía su orgullo.

El bebé que tenía en los brazos le impedía salir corriendo hacia la cabaña de su tía. Se apartó al niño del pecho y se cubrió, se colocó al pequeño en un hombro y comenzó a darle suaves golpecitos en la espada sin dejar de mirar a Elliot, tratando de averiguar qué era lo que él estaba pensando.

El modo en el que él la miraba le decía claramente que ya no podía demorar las explicaciones. Debería haberle hablado de Eli antes. Al principio, no había encontrado el valor para hacerlo. Luego, se había puesto furiosa por el hecho de que él se comprometiera con la maravillosa Gianna. Este hecho la ayudó a mantener las distancias. No quería ser la causa de que él rompiera su compromiso. Decidió que se lo diría cuando estuviera casado y Elliot no se sintiera obligado a ofrecerle nada. A pesar de todo, el hecho de que él fuera a casarse con la atractiva y perfecta heredera le daba náuseas.

Elliot estaba frente a ella, alto y fuerte. El cabello rubio muy corto, los hombros rellenaban perfectamente la camisa negra y los vaqueros le quedaban un poco por debajo de las caderas. Tenía barba incipiente y los ojos verdes que, con la mirada entornada, le daban el aire de chico malo que llevaba toda su vida representando.

Ella se puso de pie y apartó la mirada de Elliot para observar a sus amigos. Los dos disfrutaban aún de las mieles del matrimonio y parecían pensar que todo el mundo quería hacer lo mismo. Sin duda, esa era la razón de que hubieran llevado a Elliot hasta allí.

–Caballeros, ¿creen que podrían quitarle las esposas y luego marcharse para que él y yo podamos hablar civilizadamente?

Conrad, que era dueño de un casino, se sacó una llave del bolsillo y se la enseñó.

–Puedo hacerlo –dijo. Entonces, miró a Elliot–. Confío en que no vayas a hacer nada tan estúpido como montar una pelea por esta bromita.

Elliot sonrió secamente.

–Por supuesto que no. Estoy en minoría. De todos modos, tengo los brazos demasiado dormidos como para poder hacer nada.

Malcolm le quitó las llaves a Conrad y le abrió las esposas. Elliot se las quitó y se masajeó las muñecas. Luego, estiró los brazos por encima de la cabeza.

–Malcolm, Conrad. Sé que vuestras intenciones eran buenas al hacer esto, pero tal vez sea hora de que los dos os marchéis. Elliot y yo tenemos muchas cosas de las que hablar –dijo Lucy Ann.

Eli eructó por fin y Lucy lo volvió a colocar tumbado entre sus brazos. Era consciente del peso de la mirada de Elliot.

Malcolm le dio una palmada en la espalda a Elliot.

–Ya nos darás las gracias más tarde.

Conrad miró a Lucy Ann.

–Llámanos si necesitas algo. Y lo digo en serio.

Sin más, los dos hombres se marcharon tan rápido como habían llegado. Ella estrechó a Eli tiernamente entre sus brazos. Elliot se metió las manos en los bolsillos.

–¿Cuánto tiempo llevas con tu tía?

–Desde que me marché de Montecarlo…

–¿Y cómo te mantienes?

–Eso no es asunto tuyo –le espetó ella.

Elliot habría podido averiguar todo lo que hubiera querido gracias a sus vínculos con la Interpol. Pero ni siquiera se había molestado y eso era lo que más le dolía. A lo largo de todos aquellos meses, había pensado que él se molestaría en buscarla, que se habría dado cuenta de que estaba embarazada y habría atado cabos.

No había sido así.

–¿Que no es asunto mío? –replicó él dando un paso al frente–. ¿De verdad? Yo creo que los dos conocemos muy bien la razón por la que sí es asunto mío.

–Tengo mucho dinero ahorrado de los años que pasé trabajando para ti. Además, trabajo por mi cuenta para completar mis ingresos. Creo y mantengo sitios web, con lo que saco lo suficiente para salir adelante. Mira –dijo ella, ya con la paciencia agotada–, has tenido meses para hacerme todas estas preguntas y has preferido permanecer en silencio. Si hay alguien que tiene derecho a estar enfadado, esa soy yo.

–Tú tampoco me llamaste y creo que tienes una razón mucho más importante para haberte comunicado conmigo –repuso él señalando a Eli con la cabeza–. Es mío.

–Pareces muy seguro.

–Te conozco. Veo la verdad en tus ojos.

Lucy Ann no podía decir nada al respecto. Tragó saliva para aclararse la garganta y recuperar el valor.

–Se llama Eli y sí, es tu hijo. Tiene dos meses.

Elliot se sacó las manos de los bolsillos.

–Quiero tenerlo en brazos.

A Lucy se le hizo un nudo en el estómago. Le entregó a Eli y observó el rostro de Elliot. Por una vez, no era capaz de interpretar sus gestos, lo que resultaba muy extraño, teniendo en cuenta la gran sincronía que había habido entre ambos.

En aquellos momentos, era como un desconocido para ella.

Entonces, cuando Elliot la miró por fin, ella vio que la máscara se le caía del rostro y dejaba al descubierto unos ojos desgarrados por el dolor.

–¿Por qué me lo ocultaste?

–Estabas prometido con otra mujer. No quería interferir.

–¿Es que no tenías intención de decírmelo? –le preguntó él con incredulidad.

–Por supuesto que pensaba decírtelo, pero cuando ya estuvieras casado. No quería ser la responsable de que rompieras con el amor de tu vida –respondió ella con cinismo.

–Mi compromiso con Gianna terminó hace meses. ¿Por qué no te pusiste en contacto conmigo entonces?

En eso tenía razón. Aunque no le gustara admitirlo, había echado mucho de menos a Elliot. Habían formado parte el uno de la vida del otro durante tanto tiempo…

–La mitad de las veces no era capaz de encontrarte y la otra mitad, tu nueva secretaria personal no tenía ni idea de dónde estabas.

–No creo que te hayas esforzado mucho, Lucy Ann. Lo único que tenías que hacer era hablar con alguno de mis amigos. ¿O acaso lo has hecho? ¿Es esa la razón de que me hayan traído aquí hoy? ¿Porque tú hablaste con ellos?

Ella lo había considerado en varias ocasiones, pero se había echado atrás en el último minuto.

–Ojalá pudiera decirte que sí, pero me temo que no. Uno de ellos debe de haber estado investigándome a pesar de que tú nunca viste la necesidad de hacerlo.

Elliot levantó la ceja al escuchar aquel comentario.

–Eli es lo que importa en todo este asunto, no nosotros.

–Ya no hay nosotros –le espetó ella–. Tú lo terminaste cuando te marchaste asustado después de una noche de sexo.

–Yo no huyo…

–Perdóname si tu todopoderoso ego se siente herido…

Elliot suspiró y miró a su alrededor. Escuchó el motor de la limusina y comprobó que el ruido indicaba que el coche se alejaba de allí… sin él. Se volvió de nuevo para mirar a Lucy Ann.

–Con esto no conseguimos nada. Tenemos que hablar razonablemente sobre el futuro de nuestro hijo.

–Estoy de acuerdo –dijo ella. Entonces, se acercó a Elliot y le quitó al bebé de los brazos–, pero hablaremos mañana, cuando los dos estemos más tranquilos.

–¿Y cómo sé que no vas a desaparecer con mi hijo?

Su hijo. En la voz de Elliot, se había reflejado un fuerte sentimiento de posesión. Lucy Ann lo estrechó con más fuerza contra su cuerpo para tranquilizarse. Conseguiría controlar sus sentimientos hacia Elliot. No permitiría que nada ni nadie interfiriera en el futuro de su hijo.

–Llevo aquí todo este tiempo, Elliot. Tú no has querido encontrarme. Ni siquiera ahora. Han tenido que traerte tus amigos.

Elliot caminó alrededor de Lucy Ann y agarró la cuerda que sujetaba el columpio hasta que se volvió a detener frente a ella. La piel de Lucy Ann pareció cobrar vida al recordar sus caricias y al notar el agradable aroma de su loción de afeitado.

Se aclaró la garganta.

–Elliot, creo sinceramente que deberías…

–Lucy Ann –le interrumpió él–, por si no te has dado cuenta, mis amigos me han dejado aquí. Solo. No tengo coche –añadió. Se acercó un poco más a ella–. Por lo tanto, tanto si hablamos como si no, tendrás que aguantarte con mi presencia.

Capítulo Dos

 

Elliot permaneció inmóvil, un hecho que demostraba su autocontrol a pesar de la frustración que le corría por las venas. El hecho de que Lucy le hubiera ocultado su embarazo y el nacimiento de Eli… De algún modo, a lo largo del año que había transcurrido desde la última vez que vio a Lucy Ann, no se había podido deshacer de la esperanza de que todo volviera al modo en el que habían sido las cosas entre ellos antes. La amistad que compartían lo había ayudado a lo largo de los peores momentos de su vida.

Por desgracia, había comprendido que ya no había vuelta atrás. Lo que había existido entre ambos había cambiado irrevocablemente.

Tenían un hijo en común.

–Bueno, Lucy Ann. ¿Y ahora qué?