Oasis de pasión - Heidi Rice - E-Book

Oasis de pasión E-Book

Heidi Rice

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Beschreibung

La mujer que había en su cama… ¡se convertiría en su esposa!   El príncipe Kamal debía encontrar esposa o perdería el derecho al trono. Ninguna mujer parecía menos adecuada que la obstinada princesa Kaliah, hasta que ambos se enfrentaron en un importante acontecimiento y su animosidad se convirtió en íntima pasión. Al descubrir que Liah era virgen, Kamal creyó que su honor lo obligaba a casarse con ella. Pero no era eso lo que la independiente princesa deseaba. Así que la única manera que encontró de arreglar las cosas fue secuestrarla en el oasis privado en que se hallaba para hacerla entrar en razón. Sin embargo, el tiempo que pasaron solos obligó a Kamal a reconocer que el deseo había influido tanto como el sentido del deber en su proposición de matrimonio.

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Seitenzahl: 184

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Heidi Rice

© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Oasis de pasión, n.º 3090 - junio 2024

Título original: Stolen for His Desert Throne

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788410627932

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

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Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL príncipe Kamal Zokar, que pronto sería coronado rey de la tribu de los zokari, se hallaba en el potrero del hipódromo donde se celebraba la famosa carrera de caballos anual de Narabia. Al recordar la reunión del día anterior con Uttram Aziz, el jefe de los ancianos de la tribu, frunció el ceño.

Los minaretes del palacio de Narabia, donde gobernaba el jeque Zane Khan, brillaban al sol matinal, tras los muros de piedra que rodeaban las cuadras y la pista, y banderas de todos los países ondeaban al viento, mientras un grupo de caballos árabes se situaba en la línea de salida.

Sin embargo, Kamal no prestaba atención a nada de aquello.

«Maldito sea Uttram Aziz y sus constantes intentos de desafiarme. Y sobre todo, maldita sea su intención de impedirme ser coronado».

La ira y el resentimiento lo dominaban desde la reunión del día anterior.

«Es la ley, Kamal. Debes estar casado antes de la ceremonia de la coronación, que se celebrará el mes que viene, o perderás el derecho al trono».

Nacido en una familia pobre y marginada, se había abierto camino con esfuerzo hasta convertirse en el coronel más joven del ejército de Zokar y ahora, tras haber amasado una fortuna gracias a sus inversiones en la industria minera del país, estaba a punto de convertirse en su rey. Hacía dos meses que el jeque anterior había muerto sin heredero y le había nombrado su sucesor.

Kamal no dudaba que la decisión del jeque se había basado en la conveniencia. Zokar necesitaba inversiones y Kamal era un hombre de negocios que había triunfado, además de haber demostrado su capacidad de liderazgo. Al principio dudó en aceptar, pero cuando decidió subir al trono, Aziz y sus partidarios intentaron evitarlo a toda costa. Y el ultimátum del día anterior lo había frustrado aún más.

Debía buscar esposa, y no cualquier esposa, sino una perteneciente a la realeza, según le había dicho Aziz, para compensar la baja clase social de la que provenía y su falta de educación y refinamiento

Kamal tragó saliva, pero se atragantó debido a la furia que sentía. Para ser buen gobernante, no necesitaba ser refinado. Era inteligente y ambicioso y estaba dispuesto a conseguir las inversiones que necesitaba Zokar para situarse en el siglo XXI.

A tal fin, ya había invertido una pequeña parte de su fortuna. Pero los miembros más conservadores de la élite que gobernaba el país, representada por Aziz y sus partidarios, insistían en obstaculizarle el camino.

Estaba harto.

Observó el palco real, donde se hallaban Khan y su hermano, el príncipe Raif, de la tribu de los kholadi, y la familia de ambos, acompañados de otros gobernantes locales. Kamal se estremeció.

Se había ahorrado la ceremonia de inauguración con la excusa de que debía reunirse con sus hombres en las cuadras para ver la carrera principal.

Respetaba a Khan, que se había esforzado en hacer progresar su reino tras el duro reinado de su padre. Khan le había ofrecido su inmediato apoyo al ser nombrado sucesor al trono, un apoyo que Kamal necesitaba para allanar el camino con el resto de los ancianos de los zokari.

Por suerte ni Khan ni su hermano habían reconocido a Kamal, a quien habían visto hacía quince años.

Pero Kamal seguía recordado la humillación que experimentó ese día. Era un niño desnutrido que los había servido cuando llegaron a visitar el país. Lo había fascinado el orgullo de la poderosa voz del jeque al presentar a su heredera, la princesa Kaliah, de cinco años de edad, a los ancianos de los zokari.

Por desgracia, se hallaba tan absorto en la conversación que no se dio cuenta de que había un cojín en su camino. Tropezó y los platos se le cayeron al suelo. Todos se volvieron a mirarlo.

Volvió a sentir vergüenza al recordar los azules ojos de la princesa Kaliah llenos de compasión. Había comenzado a recoger los pedazos cuando apareció Hamid, su jefe, deshaciéndose en excusas por su torpeza, antes de azotarlo con el cinturón.

El dolor físico se vio superado por el que experimentó su orgullo al oír el ruego de la niña a su padre: «Papá, dile a ese hombre que pare. No está bien que pegue a ese pobre chico del servicio».

Khan intervino, desde luego, reprochando su comportamiento a Hamid.

El recuerdo aún le dolía a Kamal. Por eso no quería haber acudido a aquel acontecimiento.

Ya era malo estar en deuda con Khan, pero sería peor la humillación que sentiría si este lo reconocía.

La princesa no estaba en el palco real. No quería volver a ver a esa niña mimada y arriesgarse a que lo reconociera, aunque era improbable, ya que ahora medía más de un metro ochenta y tenía veintinueve años.

Los gritos de la multitud aumentaron cuando los caballos ocuparon su posición tras la línea de salida.

Tragó saliva y, por fin, el nudo que la furia le había formado en la garganta desapareció.

El dolor y la ira que había padecido de niño le habían servido para no darse nunca por vencido ni ceder antes de conseguir lo que deseaba. Por eso salvaría el último obstáculo: volvería a Zokar con una esposa y conseguiría el trono de una vez por todas.

Sonrió con amargura. Habría considerado la posibilidad de que Kaliah Khan ocupara ese puesto, si la joven hubiera aprendido a ser humilde a lo largo de los años, pero tenía fama de ser una mujer alocada.

–Príncipe Kamal, la carrera está a punto de comenzar. Su Majestad y la reina Catherine quieren que se reúna con ellos en el palco real.

Kamal se volvió. Era uno de los consejeros de Khan, que le sonreía.

–Veré la carrera desde aquí.

Necesitaba más tiempo para prepararse para la penosa experiencia de socializar en la fiesta posterior a la carrera. No se le daban bien las conversaciones triviales.

El consejero hizo una reverencia.

–Por supuesto, Alteza.

El hombre se marchó al tiempo que el público gritaba. Un nuevo caballo galopaba hacia la línea de salida. Era más pequeño que los demás, una yegua. Kamal contempló al jinete, alto para ser yóquey y muy delgado. Su forma de montar era fascinante, totalmente ajustada al magnífico caballo.

Sonó el disparo de salida, cuando el caballo aún galopaba hacia la línea de salida. La multitud enloqueció, mientras el animal corría a toda velocidad para unirse al resto. La emoción se apoderó de Kamal. No le gustaban mucho las carreras de caballos, como ninguna otra actividad de ocio, pero admiró la poseía del movimiento del animal y su forma de avanzar hasta situarse en primera línea.

De pronto, al misterioso jinete se le cayó la gorra y una larga melena oscura ondeó al viento. Kamal observó que el atuendo de seda que llevaba se ceñía a unos pequeños y firmes senos por la fuerza del viento.

¿Era una mujer?

Cuando el caballo pasó frente a él, Kamal vio mejor la fiera expresión del jinete y notó el esfuerzo que hacía por mantenerse sobre el animal.

El miedo se apoderó de él.

El caballo corría desbocado, con los flancos sudorosos. ¿La mujer lo controlaba o se limitaba a intentar no caerse?

Kamal entró en una de las cuadras y se montó en uno de los caballos que estaba ensillado. Tomó las riendas y se dirigió a la pista reprendiendo en silencio a aquella imprudente mujer. Seguía teniendo miedo.

Cuando llegó a la pista, la mujer se hallaba tan inclinada sobre el caballo que era evidente que estaba exhausta. Kamal espoleó el caballo y adelantó a la yegua al tomar una curva, resuelto a rescatar a aquella idiota antes de que se desnucara.

 

 

–Vamos, bonita, lo estamos consiguiendo –la excitación corría por las venas del cuerpo agotado de Kaliah.

«Vamos a ganar y demostraré que no soy una completa inútil».

Se aferró a las riendas y espoleó a Ashreen. Necesitaba aquella victoria para demostrar a su familia, a Narabia y a sí misma, que tenía lo que había que tener para ganar en un mundo de hombres.

Pero, sobre todo, para demostrar al canalla de Colin, del que creía haberse enamorado en Cambridge, que se había equivocado al llamarla «perra frígida».

Le pareció que volaba. Tal vez si no hubiera estado tan decidida a ganar habría controlado mejor a la yegua, pero ya era tarde. Ashreen también presentía la victoria.

De repente, un jinete desconocido que montaba un semental blanco la adelantó en la curva.

¿De dónde había salido? ¿Y qué hacía delante de ella?

El caballo era mucho más grande que la yegua. El jinete era un sombra negra, grande, poderosa y amenazante sobre el blanco animal.

Liah creyó que era un jinete del Apocalipsis que iba a llevársela al infierno.

–¡Apártese de mi camino! –gritó, pero la voz se la llevó el viento. Los brazos le pesaban una tonelada y estaba demasiado cansada para apartar a Ashreen de aquel jinete.

La yegua alzó el hocico, aspiró el olor del caballo y disminuyó la velocidad, como si también la intimidara el enorme semental.

–¡Ashreen, no! –gritó Liah.

La línea de llegada se hallaba a unos cientos de metros. Pero antes de que consiguiera que el caballo acelerara, el jinete se colocó a su lado. Su rostro estaba parcialmente cubierto por la barba, pero vio la fiera concentración de sus ojos y su brillo furioso.

¿Por qué estaba enfadado? Era a ella a quien estaba echando de una carrera que había estado a punto de ganar.

–Suelte las riendas. Yo la agarraré para subirla a mi caballo.

–¿Está loco? –gritó ella, pero aflojó los dedos instintivamente.

Se quedó sin aliento cuando su fuerte brazo la asió por el abdomen y la lanzó a la silla como a una muñeca de trapo.

Oyó rebotar las pezuñas de Ashreen, mientras el animal corría hacia la línea de llegada y dejaba atrás a su ama. Gruñó al verse tumbada boca abajo sobre la silla del jinete. Sus fuertes muslos le golpeaban el estómago. Liah aspiró el aroma de su cuerpo, especiado, almizclado y fresco. No tuvo tiempo de gritar, mientras el caballo seguía las órdenes del jinete, cuya mano le presionaba la espalda. El hombre guio al caballo fuera de la pista y se detuvieron a escasos centímetros de la valla.

La multitud comenzó a lanzar vítores, como si aquello hubiera estado planeado para divertirla. Liah sintió náuseas. La subida de adrenalina se convirtió en una oleada de furia.

¿Qué había sucedido? ¿Quién era aquel loco? Había estado a punto de matarlos y la había hecho perder la carrera. Le dolía todo el cuerpo, pero lo más herido era su orgullo.

El resto de los caballos pasó a su lado, mientras el hombre la sentaba en su regazo, de modo que ella le vio el rostro. Sus penetrantes ojos castaños le resultaron familiares.

¿Lo había visto antes?

Tenía un lejano recuerdo de aquellos ojos.

Nada más le resultaba conocido. Y la asaltó la idea de que, si hubiera visto a aquel hombre antes, no se le habría olvidado.

Era muy alto y musculoso, con una gran cicatriz en la mejilla izquierda. La intensidad de su mirada al contemplarla hacía los ángulos de su bronceado rostro aún más espectaculares.

No se diría que era guapo, pero su masculino rostro dejaba sin aliento.

Y era muy atractivo.

Liah apartó ese estúpido pensamiento de la mente al tiempo que la excitación se unía en su vientre a la sensación de náusea.

–¿No se ha hecho daño? –preguntó él.

La pregunta la hizo volver a la realidad.

Le apartó el brazo.

–Claro que no, pero no ha sido gracias a usted, imbécil. ¿Cómo se le ha ocurrido agarrarme así? Nos podíamos haber desnucado.

Él frunció el ceño y la miró con ojos brillantes de furia.

–Le he salvado la vida, estúpida –le espetó con condescendencia.

Ella estalló, incapaz de reprimir la incredulidad ante su arrogancia.

–¿Está loco? Estaba a punto de ganar.

–El caballo se había desbocado, y usted no tenía la fuerza para controlarlo.

«¿Que no tenía fuerza?».

Captó el tono de desdén masculino contra el que llevaba luchando toda la vida en algunos ámbitos, a pesar del incansable apoyo de sus padres y del consejo que gobernaba su país.

Se apartó el cabello de los ojos.

–Ah, ya lo entiendo. Ha decidido rescatarme, aunque era innecesario, porque soy una débil y frágil mujer, ¿no?

Lo fulminó con la mirada, pero él no se inmutó.

–¿Es usted una mujer? –preguntó él con sarcasmo–. Es difícil saberlo, ya que va vestida de hombre y se comporta como una niña mimada.

Liah estaba indignada y fuera de sus casillas. Respiró hondo para reprimir el deseo de borrarle de un puñetazo aquella mirada desdeñosa.

Nunca había pegado a nadie y no iba a comenzar en aquel momento, sobre todo porque su mandíbula parecía tan firme que probablemente se rompería los dedos, si lo intentaba. Pero tuvo que hacer un gran esfuerzo para contenerse.

Dejó de mirarlo a los ojos, pero volvió a sentir una inmensa humillación al ver a su padre abrirse paso entre la multitud, seguido de su madre.

Liah se percató de que los espectadores, la gente a la que un día gobernaría, había escuchado la conversación con el hombre que la tenía en su regazo.

«¡Estupendo! ¿Cómo voy a recuperar su respeto, después de esto?».

–Déjeme bajar –insistió volviendo a empujarle el brazo.

No quería enfrentarse a la ira de su padre en aquella postura. Pero aquel imbécil, en vez de soltarla, la apretó con más fuerza para mantenerla en su sitio.

Pelearse con él empeoraría las cosas, así que esperó a que llegara su padre. La expresión de su rostro le indicó que había ido demasiado lejos y que se había metido en un buen lío. Rogó que no quebrantara su regla de oro de no castigarla en público.

La madre lo agarró del brazo y le murmuró algo.

Liah respiró aliviada. Su madre siempre conseguía calmarlo. Pero el padre le dirigió una severa mirada, antes de dirigirse al hombre a caballo.

–Príncipe Kamal. Mi esposa y yo le agradecemos que haya salvado a nuestra hija.

¿Aquel hombre era un príncipe? ¿En serio? ¿Príncipe de dónde? Más bien parecía y se comportaba como un bandido.

–No me ha sal… –empezó a decir Liah, pero su padre alzó la mano.

–Cállate, Kaliah –dijo, furioso–. Ve a cambiarte para la fiesta de esta noche. Ya hablaremos de esta… situación más tarde, después de que haya conversado con el príncipe.

Ella se mordió el labio inferior para contenerse y no defender lo que había hecho, mientras la impotencia le hacía un nudo en el estómago. Si aquel idiota no la hubiera «salvado», habría ganado la carrera y su padre entendería por qué había puesto en peligro su seguridad.

–Lo haría, si este señor me dejara bajar.

–Si me lo hubiera pedido educadamente, me lo habría pensado, Alteza.

Ella observó el brillo burlón de sus ojos y la mueca de sus labios.

Pensó, llena de furia, que aquel desgraciado se estaba divirtiendo, que le encantaba ponerla en ridículo delante de sus padres y sus súbditos.

Se esforzó para no morder el anzuelo. Todos seguían mirándolos.

–Por favor, poderoso príncipe Kamal –dijo pestañeando con coquetería, como si fuera la idiota que él se imaginaba–. ¿Me haría el favor de bajarme?

«Antes de que te dé un puñetazo».

El brillo de los ojos de él aumentó. Y un cosquilleo recorrió el cansado cuerpo de Liah despertando zonas que ella no deseaba que lo hicieran.

¿A qué se debía? Ni siquiera soportaba a aquel hombre, y eso que lo acababa de conocer.

Él apartó el brazo y ella saltó del caballo con toda la dignidad que le fue posible, aún llena de furia. Todos, incluido su padre, la miraban como si fuera una niña traviesa, en vez de una princesa.

Alzó la barbilla y echó a andar. Mientras la multitud le abría paso, le pareció que la seguía la sonrisa burlona del príncipe.

Se excitó al pensar que tendría su mirada clavada en el trasero.

¿Qué demonios le pasaba?

Se mordió el labio inferior hasta hacerse sangre.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

PAPÁ, ¿no lo dirás en serio? Ese hombre es un imbécil machista y arrogante que me ha arrebatado la victoria para la que llevaba meses entrenándome. No quiero pasar ni un segundo en su compañía y mucho menos toda la noche como su guía personal.

El castigo que su padre quería infligirle era excesivo. Prefería morirse a acompañar al príncipe Kamal durante la fiesta de esa noche. Seguro que aprovechaba la oportunidad para comportarse, aún más, como un idiota autoritario.

Su padre alzó la vista del escritorio y la miró entrecerrando los ojos.

–Precisamente por eso quiero que lo hagas.

–Pero yo…

–¡Basta! El mundo no gira a tu alrededor, Liah. Es la primera vez que el príncipe Kamal sale de Zokar tras ser nombrado heredero del trono. Me ha parecido que no se encontraba a gusto en el palco real. Va a gobernar un país vecino y su pasado no lo ha preparado para acontecimientos como el de esta noche.

«¿Qué pasado?», se preguntó Liah. Pero descartó la pregunta, ya que no le interesaba.

–Como princesa heredera, debes hacer que se sienta cómodo entre nosotros.

A Liah se le hizo un nudo en el estómago al escuchar el tono decepcionado de su padre.

Era un gran gobernante y había dedicado la vida a Narabia. Su madre y él habían hecho evolucionar la cultura y tradiciones del país durante los veinte años anteriores, de modo que ahora todos tenían acceso a la educación y la sanidad.

Nombrar a su hija heredera, sin esperar a tener un hijo varón, fue un paso importante. Pero ¿cómo iba a decirles, cuando ellos confiaban tanto en su hija, que carecía de seguridad en sí misma?

No quería decepcionarlos. Y aunque estaba completamente de acuerdo con su padre en que una mujer podía gobernar el país tan bien como un hombre, no estaba segura de que ella fuera esa mujer.

Sus padres habían educado a sus hermanos y a ella como gobernaban el país: buscando acuerdos. La dejaron que pasara los veranos de su infancia en la granja de sus primos porque le encantaban los caballos y la mandaron a estudiar a Estados Unidos y al Reino Unido porque ella quería hacerlo.

El problema era que era impulsiva y obstinada. Le resultaba imposible cambiar ese aspecto de su personalidad, por mucho que lo intentara.

–Muy bien, lo haré, pero solo porque me lo pides. Sigo creyendo que el príncipe es un idiota y que no necesitaba que me salvara.

–Lo sé –afirmó su padre sonriendo.

Liah notó que el nudo del estómago se le aflojaba. Sabía que exasperaba a su padre con frecuencia. Se enfadaban mutuamente, probablemente porque se parecían mucho. Pero sabía que la quería mucho y que eso no cambiaría, por muchas veces que ella metiera la pata.

«Menos mal».

–Eres una jinete excepcional, Liah.

Ella percibió en su voz lo orgulloso que estaba. Siempre lo había estado, incluso cuando era una niña, porque creía que podía conseguir lo que quisiera si se esforzaba.

–Pero si vuelves a hacer algo así –continuó su padre mesándose el cabello– tendré que castigarte para el resto de tu vida.

–Entendido.

Liah soltó una carcajada. Ambos sabían que era una vana amenaza, pero ella notó la ansiedad en su voz.

–Te prometo que seré la perfecta anfitriona con el príncipe Kamal. Y que haré todo lo posible para no decirle que es idiota –lo cual, a decir verdad, iba a requerir todo el autocontrol que poseía.

 

 

Kamal oyó que llamaban a la puerta y maldijo entre dientes mientras contemplaba el trozo de tela negra que le colgaba del cuello. Debía de ser un empleado de Khan para escoltarlo hasta la fiesta.

Una fiesta a la que no tenía ningunas ganas de acudir.

El esmoquin y la camisa se los habían confeccionado para que se adaptaran a su musculoso cuerpo, pero se sentía un impostor. No estaba acostumbrado a la ropa formal europea; prefería las túnicas del desierto. Pero debía acostumbrarse a ella, ya que planeaba hacer un viaje por Europa antes de la coronación, suponiendo que encontrara una esposa adecuada.