2,99 €
El libro Cómo casarse con el hombre de tus sueños había servido a la joven Nelle Brown para conquistar el corazón de Keng Hastings, un prometedor ejecutivo de su misma empresa. Había seguido al pie de la letra el consejo del manual, que decía que para lograr atrapar al hombre ideal había que transformarse en la mujer de sus sueños... Por supuesto, luego no supo discernir si él la amaba realmente o si sólo amaba a la mujer que se había inventado. Pero el libro no aclaraba nada sobre aquel asunto...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 198
Veröffentlichungsjahr: 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos 8B
Planta 18
28036 Madrid
© 1997 Lori Herter
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Obedece a tu corazón, n.º 921 - agosto 2022
Título original: Right Husband! Wrong Bride?
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-090-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Si te ha gustado este libro…
HABÍA sido un accidente o… el destino? Nellie Brown no pudo evitar hacerse esa pregunta al escudriñar la tapa del libro que tenía en sus manos.
Hacía un mes alguien la había empujado torpemente en el pasillo de una librería de Chicago que frecuentaba con regularidad. Un libro cayó al suelo cerca de sus pies. Nellie, una muchacha de veinticuatro años, soltera y sin pareja, observó el título con la boca abierta: Cómo casarte con el hombre de tus sueños.
Nellie abrió el libro y buscó el índice. Permaneció allí leyendo y releyendo los títulos de los capítulos hasta que se los supo de memoria. Cuando él no sabe que existes y La timidez puede llegar a ser sensual fueron los que más la intrigaron.
Pero el último capítulo: Deja aparte los titubeos y consigue a tu hombre, la hizo reflexionar. El libro parecía demasiado manipulador como para ajustarse a su forma de ser.
Ella no era para nada de la clase de mujeres que perseguían al hombre que amaban de acuerdo a un plan preestablecido. Realmente, no. El amor tenía que surgir de forma espontánea.
¡Pero le estaba llevando demasiado tiempo! Y parecía que Kent Hastings, el hombre de sus sueños, estaba a punto de desaparecer de su vida para siempre.
Nellie ya llevaba casi un año trabajando como contable para Latham & Elliot. La habían contratado apenas terminó sus estudios universitarios.
El primer día de trabajo le presentaron a Kent, un jefe de contabilidad, cuyo despacho se encontraba contiguo a su escritorio. Se había quedado inmediatamente impresionada por su apariencia. Era guapo, alto y delgado. Tenía los cabellos oscuros y era una persona muy educada.
La primera labor que le encomendaron a Nellie fue una auditoría de una gran fábrica de golosinas de Chicago y la iba a realizar bajo la dirección de Kent. Ella llegó a admirar no sólo la eficacia que tenía ese hombre en el trabajo, sino también su fácil sentido del humor, muy similar al suyo propio, y la calidez de su trato.
Nellie sintió que entre ellos se había establecido una relación especial y pensó que él disfrutaba de su compañía tanto como ella de la de Kent. Cuando terminaron ese trabajo, se dio cuenta de que estaba enamorada.
Por desgracia, pronto advirtió que él no experimentaba profundos sentimientos por ella. Kent le agradeció generosamente por su trabajo y redactó un informe brillante por la labor desarrollada por Nellie, lo cual le proporcionó una magnífica entrada en el mundo laboral.
Pero luego, él pasó a realizar encargos con otros empleados y nunca demostró querer seguir trabajando con Nellie. En los meses siguientes, ella fue asignada a otros jefes de contabilidad para llevar a cabo diferentes auditorías.
La sección de personal que distribuía el trabajo nunca volvió a pedirle que trabajara para Kent. Latham & Elliot era una gran empresa que tenía cerca de mil quinientos empleados distribuídos en diferentes departamentos, por lo que realmente no fue una sorpresa el no volver a coincidir con ese hombre.
Cada vez que lo veía en la oficina, la actitud de Kent era amistosa y demostraba la habitual cordialidad que tenía hacia los demás empleados. Y siempre parecían fracasar los tímidos intentos de Nellie por atraer su atención.
Por ejemplo, cuando habían terminado de realizar la auditoría de la fábrica de golosinas, ella le regaló una caja de chocolatinas con forma de beso para demostrarle que había disfrutado del trabajo junto a él. Kent sonrió y pareció apreciar el presente, pero no tuvo ningún detalle parecido por su parte. Mientras duró el trabajo juntos, había almorzado en su compañía a menudo, pero una vez que hubo finalizado, nunca volvió a invitarla.
Kent estaba a punto de ser ascendido y Nellie disponía de dos semanas para conquistar su corazón. ¿Serían útiles los consejos de ese libro para conseguir casarse con el hombre de sus sueños?
«Atrévete y compra el libro», se dijo a sí misma, al tiempo que apretaba los labios con convicción y sostenía el libro contra su pecho.
Pero cuando estaba haciendo la cola para pagarlo, de pronto sintió escrúpulos.
—Ah, éste es muy conocido —le dijo sonriente la mujer de grises cabellos que estaba en la caja.
—¿Sí?
Nellie deseaba reafirmarse al tener en cuenta el hecho de que otros compradores no habían dudado en adquirirlo.
—Hemos vendido gran cantidad de ejemplares.
Después de envolverlo, la señora le entregó el comprobante de la tarjeta de crédito para que lo firmara.
Nellie estaba tan alterada que escribió mal su nombre y olvidó una L, pero la agregó como pudo antes de devolverlo.
—Espero que no importe —le dijo a la mujer.
Abotonó su abrigo gris pues el día era ventoso y frío, y salió a la calle. Estaba en la avenida Wabash. Se pasó la bufanda por el cuello de forma que también le tapara la nariz y se encaminó al rascacielos de la calle Randolph donde trabajaba.
Se había entretenido demasiado al decidir si compraba o no el libro durante su hora del almuerzo por lo que llegaría al despacho con retraso. ¿Acaso el libro ya ejercía alguna mala influencia sobre ella aun antes de leerlo?
Diez minutos más tarde, entró en el ascensor del espacioso vestíbulo del edificio y se quitó la gorra de lana que llevaba en la cabeza.
De pronto, un hombre alto se apresuró a abrir las puertas a punto de cerrarse completamente y se introdujo en el ascensor. Nellie suspiró en silencio. Era Kent.
Apretó el libro, envuelto en papel, contra su pecho, avergonzada por llevar una guía para atrapar un marido. Se sintió como si él la hubiera descubierto.
Procuró serenarse y le sonrió.
—¡Hola! ¿Vienes de almorzar? —le preguntó con cierto nerviosismo.
—No, vengo de visitar a un cliente —respondió Kent con amabilidad, mientras comprobaba que estuviera marcado el botón del piso veinte en el panel indicador del ascensor.
—Todavía no he comido —añadió.
Nellie deseó, entonces, no haber salido tan temprano para almorzar pues habría podido coincidir con él.
«Dile algo inteligente», pensó ella.
—¿Crees que va a nevar?
«Brillante», se dijo a sí misma con sarcasmo.
No había dudas de que necesitaba el libro.
Kent asintió con la cabeza, mientras se desabotonaba su abrigo.
—Parece… el cielo está cubierto. Me encanta el invierno. Cuando nieva, la ciudad adquiere un aspecto majestuoso que no se aprecia en otra época del año.
Nellie frunció el ceño.
—Sí, supongo que la nieve da un carácter más pintoresco, pero provoca aglomeraciones de tráfico y se nos enfrían los pies.
Kent esbozó una sonrisa y sus ojos azules brillaron juguetonamente al observar a Nellie.
—Sin duda. Hay que ser duro para vivir en Chicago. El clima frío imprime carácter y tonifica. Es bueno para el espíritu.
—No… no había pensado en eso —contestó ella.
Nellie no encontraba nada atractivo en resbalar peligrosamente por las aceras, esquivar los enormes quitanieves y sentir los dedos de los pies entumecidos a causa del frío, a pesar de llevar unas buenas botas.
El ascensor llegó a la planta número veinte y se abrieron las puertas. Ambos salieron. Nellie pretendía decirle algo más, aunque fuera otra observación referida al tiempo, pero se quedó con la mente en blanco.
Kent se volvió para entrar en su despacho.
—Hasta luego —le dijo al mirarla por encima del hombro.
—Hasta luego —repitió ella.
Nellie se sintió decepcionada por haber perdido otra pequeña oportunidad para entablar una conversación con él.
«¿Por qué seré tan tímida?», se preguntó con impaciencia.
Ni sus padres ni su famosa hermana mayor habían demostrado ser tímidos. ¿Por qué lo era ella? Quizás el libro le podría servir de ayuda para remediarlo.
Colgó su abrigo y se sentó para comenzar a trabajar. Un tabique delgado separaba su escritorio del contiguo, ocupado por un joven que había comenzado a trabajar en la empresa al mismo tiempo que ella.
Su nombre era Rudy Jelinek. Tenía los cabellos castaños y era un compañero trabajador y honesto. En varias ocasiones la había invitado a almorzar con él. Nellie no sabía si lo había hecho por estar interesado en ella o porque no le gustaba comer solo.
Rudy había salido a ver a un cliente para realizar un inventario y en el resto de los despachos no parecía haber demasiada gente. En la planta número veinte había veinticinco oficinas, una de las cuales pertenecía a Kent, y unos cincuenta escritorios separados por tabiques, como el de Nellie. Los escritorios estaban ocupados por los contables de plantilla, las secretarias y los responsables del archivo.
Ella escondió el libro en el cajón inferior del escritorio. Se sentía algo culpable, pero también albergaba ciertas esperanzas. Reanudó el trabajo y observó unas notas que le recordaron lo sucedido el día anterior y la desolación que había experimentado.
Había estado estudiando unas notas como en ese momento, cuando Rudy volvió de visitar a un cliente y entró en su despacho.
—Hola, Nellie —le había dicho Rudy—. ¿Has oído las noticias?
—¿Qué noticias? —inquirió ella al observarlo.
—Kent Hastings será ascendido a gerente.
Nelly se quedó boquiabierta.
—¿De verdad?
—Además se trasladará al piso treinta y cuatro.
Nelly pensó que era una equivocación de Rudy. Las oficinas nacionales de Latham & Eliot ocupaban desde el piso dieciocho al veintitrés de ese edificio y las internacionales, el treinta y cuatro y treinta y cinco. La firma tenía sucursales en otros doce países.
Nellie no había conocido a nadie que fuera trasladado al departamento internacional, ni siquiera el gerente.
—¿Por qué lo trasladan allí? —le preguntó a Rudy.
—Me acabo de enterar de la noticia y no conozco los pormenores.
Nellie pensó que alguien le habría informado mal. No podían enviar a Kent a la planta treinta y cuatro. Si lo hacían, ¿cómo haría para volver a verlo?
Después de unos quince minutos, Arnie Hammersmith, contable y el mejor amigo de Kent, había entrado con unos expedientes. Era un hombre alto y pelirrojo.
—Nellie, ¿te has enterado de lo de Kent?
—Me lo contó Rudy. ¿Es verdad que lo envían a la planta treinta y cuatro?
—Así es.
—¡Oh! —dijo ella.
Era incapaz de disimular su decepción.
—¿Y por qué? —inquirió a continuación.
Pareció que Arnie intentaba evitar una sonrisa. Elevó sus cejas rojizas.
—Bueno, parece ser que Kent destaca entre los empleados —le explicó en tono amable—. Trabajó durante muchos años con clientes que poseen sucursales en el extranjero y así pudo entrenarse en ese campo.
—Ya veo —manifestó ella.
—A mí también me ascienden a gerente.
Nellie se sintió tan acongojada que, por un momento, no fue capaz de procesar lo que Arnie le había dicho. Cuando, por fin, se dio cuenta, lo miró e intentó sonreír.
—¿En serio? ¡Enhorabuena! Te lo mereces.
—Pero permaneceré en el departamento industrial, por lo que seguirás viendo mi fea cara —bromeó Arnie.
—Qué bien —dijo ella ausentemente—. Quiero decir… que tienes un rostro muy atractivo —agregó luego.
—Entonces, ¿no te importará seguir viéndolo?
—Claro que no.
—Mmm… ¿qué te parece si algún día almorzamos juntos?
Nellie lo observó sorprendida.
—Bueno. Me encantaría. Pero, ¿por qué? ¿Es que vamos a trabajar juntos otra vez? —inquirió.
Unos seis meses antes, Nellie había trabajado a las órdenes de Arnie para llevar a cabo la auditoría de una fábrica de papel.
—No que yo sepa, pero me agradaría.
—Ah —replicó ella, algo confusa.
—¿Por qué no almorzamos juntos hoy?
Nellie estaba algo alterada y no creía poder probar bocado.
—Gracias, pero hoy no puedo. Ya iremos en otro momento —respondió.
—Entonces, volveré a pedírtelo pronto. ¿Te parece bien?
Nellie esbozó una sonrisa.
—Perfecto.
Después de que Arnie hubo salido, ella se sintió desfallecer. ¡El piso treinta y cuatro! Aunque trabajasen en la misma planta, había días que no veía a Kent. Tampoco volvería a cruzarse con él en el ascensor porque a las últimas plantas del edificio les correspondía otro diferente.
Si no había sido capaz de llamar su atención hasta ese instante, ¿cómo podría llegar a hacerlo si Kent se trasladaba? No habría ocasión. Experimentó tal desolación que podría haber llorado. ¿Durante cuánto tiempo habían compartido la misma planta?
Poco después se encontró con Arnie que salía del archivo.
—Por curiosidad… ¿cuándo trasladarán a Kent al piso treinta y cuatro? —le preguntó.
—Dentro de dos semanas —le contestó él—. Eso me comentó anoche. Cenamos juntos para celebrar nuestros ascensos.
—Dos semanas —repitió ella mientras tragaba saliva.
—¿Es eso todo lo que querías saber? —inquirió Arnie con un divertido guiño de ojos—. ¿Solamente piensas en Kent?
Parecía que Arnie podía leer su pensamiento y disfrutaba con ello. Parecía saber que ella adoraba a Kent. Nellie sonrió avergonzada.
—Sí. Siento haberte molestado.
—No es ninguna molestia. Dentro de dos semanas quizás podrás comenzar a darte cuenta de que hay otros hombres en esta planta.
Después de que Arnie se hubo marchado, Nellie se sentó en su escritorio y miró ausentemente los papeles que tenía frente a ella. ¡Dos semanas!
Durante mucho tiempo había estado convencida de que Kent era el hombre perfecto para ella. Cuando trabajaron juntos, creyó que finalmente había encontrado al hombre de su vida.
Al igual que ella, Kent no tenía especial inclinación por el deporte, aunque su estado físico era muy bueno. La había conquistado el día que fueron a la fábrica de golosinas y ella mencionó que su hermana había ganado una medalla de oro en carrera olímpica.
Kent le comentó, en broma, que cuando había intentado entrar en el equipo de corredores de la universidad, fracasó por tomar la dirección errónea. Cuando Nellie oyó eso, de pronto se sintió a gusto con él… más que con su propia familia.
Kent admitió luego que el único deporte que había practicado era el béisbol, un juego que incluso ella entendía. Él era un admirador de los Cubs y a Nellie le pareció una muestra de lealtad, puesto que los Cubs raramente salían vencedores.
Ambos eran buenos para los negocios y en matemáticas, sus inclinaciones eran más intelectuales. Obviamente se compenetraban tan bien que, en la fábrica, una mujer de mediana edad que se dedicaba a probar las golosinas, le había susurrado que hacían muy buena pareja.
—Tan buena como unos novios que se van a casar —le había insinuado.
«Estamos hechos el uno para el otro», pensó Nellie al arreglar los documentos que había sobre su escritorio.
Aunque Kent no se percatara de eso, ella no debía darse por vencida. Había pasado un año desde que realizaron el trabajo para la fábrica de golosinas y no había sido capaz de encender el deseo de Kent. ¿Qué se necesitaría para hacerlo? Deseó poder llamar a su hermana Jeannie para pedirle consejo, pero ella estaba en Nueva York filmando unos anuncios para la televisión.
—Sé más competitiva —le había dicho una vez.
Pero Nellie no sabía con quién tenía que competir. Esperaba que los consejos del libro que había adquirido le proporcionaran una ventaja decisiva con respecto a otras mujeres que podían existir en la vida de Kent. Tenía que demostrarle que era la única mujer perfecta para él.
Esa noche, en su casa, abrió el libro y echó un vistazo al primer capítulo cuyo nombre era Cuando él no sabe que existes.
La autora hacía más hincapié en la descripción de las causas, cosa que Nellie ya conocía por propia experiencia, que en ofrecer consejos al lector.
Sin embargo, el segundo capítulo, La timidez puede llegar a ser sensual, le dio alguna esperanza. Por ejemplo, comentaba que las mujeres que hablaban demasiado solían agobiar a los hombres y que muchos solteros finalmente preferían la compañía serena que una mujer tranquila podía ofrecerles.
Las mujeres tímidas habitualmente sabían escuchar y a los hombres les encantaba que una mujer les escuchara hablar.
La autora también describía la forma en que una mujer podía descubrir el poder misterioso del silencio. Una mujer tranquila que hiciese al hombre reflexionar sobre lo que ella podría estar pensando, que mantuviera su interés y aumentara su deseo de estar cerca, de forma contraria a lo que ocurría con una gran conversadora, aunque fuese divertida.
También expresaba la autora que ese método de atraer a los hombres se había transformado en un arte perdido.
Greta Garbo era una mujer de pocas palabras y atraía mucho a los hombres. Grace Kelly era fría y escurridiza. Podemos apreciar la calma y radiante serenidad de Gene Tierney en la película Laura y otro ejemplo es la exquisita actriz francesa Catherine Deneuve, cuyos expresivos ojos y rostro eran mucho más memorables que sus palabras. Todas ellas, mujeres que no parloteaban, que elegían cuidadosamente sus palabras y cuyos ojos expresaban un montón de cosas, aun cuando no hablaran. Y fueron admiradas por hombres de todas las edades y continentes.
La autora concluía diciendo que si una mujer no domina el arte de la conversación, eso no tiene por qué convertirse en una desventaja. Al contrario, con un poco de percepción y mucha seguridad en sí misma, el silencio puede llegar a ser una herramienta muy útil.
A la mañana siguiente, mientras se dirigía a la oficina, Nellie se sintió más segura. Si lo que decía el libro era verdadero, quizás ella poseía una cualidad que podía gustar a los hombres, siempre que supiera usarla correctamente.
Al atravesar las puertas giratorias de entrada al edificio, vio a Kent frente a los ascensores. Decidió poner en práctica lo que había leído la noche anterior. En lugar de esforzarse por mantener una conversación, comprobaría si realmente el silencio tenía algún poder.
—Hola, Kent —le dijo al detenerse junto a él—. Te felicito por tu ascenso y estoy contenta por ti.
Kent la miró y sonrió.
—Gracias, ¿ya te lo han contado?
—Las buenas noticias corren rápidamente —respondió ella.
Y luego se calló.
Ambos permanecieron en silencio durante unos instantes hasta que Kent la observó de una forma que parecía preguntarse la razón de ese silencio.
—Hoy no hace tanto frío, ¿verdad? —comentó él.
—No.
Kent contempló el indicador de plantas que había en la parte superior como si estuviera algo molesto.
—Ya llega —dijo al ver que se abrían las puertas.
Le cedió el paso a Nellie y entró detrás. No subió nadie más y las puertas se cerraron. Kent apretó el botón del piso veinte.
Nellie sonreía serenamente al observar los números que se iluminaban en el panel indicador. De reojo, se dio cuenta de que Kent la escudriñaba subrepticiamente.
—Bueno —manifestó Kent como si quisiera romper el silencio—, supongo que no usaré este ascensor muchas más veces. Dentro de dos semanas, me traslado al piso treinta y cuatro.
—Lo sé —respondió ella—. Tienen que apreciarse unas vistas muy bonitas desde allí.
—Desde luego. Mi nuevo despacho es pequeño, pero se puede ver el lago y parte de Grant Park —indicó Kent orgulloso.
—Suena maravilloso —comentó ella.
Las puertas se abrieron. Nellie salió del ascensor y lo miró por encima del hombro mientras se dirigía a su despacho.
—Adiós —le dijo a Kent.
—Adiós —murmuró él perplejo.
Nellie siguió andando. Por dentro, estaba sonriendo.
«Esto ha ido muy bien», pensó.
Su cambio de táctica, de intentar con esfuerzo mantener una conversación a no intentarlo, había atraído su atención y lo había hecho reflexionar.
Nellie recordó algo que le había dicho su hermana con respecto a sus numerosos novios.
—Trata siempre de mantenerlos en la incertidumbre —le gustaba decir a Jeannie.
Y finalmente, Nellie había conseguido hacerlo.
KENT entró en su despacho de forma distraída. Dejó su pesado maletín en el suelo y colgó el abrigo. Dio unos pasos. ¿Qué le sucedía a Nellie? Sabía que lo habían ascendido y no parecía importarle.
No esperaba esa reacción indiferente y experimentó cierta decepción. Realmente, no era algo que le importara. Pero la última vez que habían subido juntos en el ascensor, Nellie había hecho los esfuerzos habituales por mantener una conversación. Y ese día, se había sentido como si fuera una estatua, de pie junto a ella.
Kent parpadeó varias veces. ¿Por qué se preocupaba por Nellie? Tenía una cita con una rubia preciosa a la una de la tarde.
A esa hora, recogió su abrigo y salió rápidamente hacia el Art Institute.
Esa tarde, Nellie leía su nuevo libro en el metro, mientras se dirigía al Near North Side donde estaba ubicado su estudio. Una vez en su casa, calentó sopa para cenar. Una llamada telefónica de su hermana la interrumpió. No sabía nada de ella desde hacía varios meses.
—¡Hola, Nellie!
Jeannie siempre parecía estar contenta y segura de sí misma. Se la imaginaba echando hacia atrás sus cabellos castaños mientras sus ojos verdes brillaban con entusiasmo.
—¡Hola! —le respondió en tono alegre—. Me alegra oírte. ¿Qué tal Nueva York?
—Maravilloso. Me gustaría que estuvieras aquí. ¿Cómo estás? ¿Y el trabajo?
—Muy bien —dijo Nellie de forma poco entusiasta.
—¿Quizás debería haberte preguntado por Kent?
—No lo hagas —protestó.
Jeannie rió.
—Tendré que conocer a ese hombre algún día. Nunca te habías enamorado de esa forma.
—Porque me dedicaba a estudiar y obtener buenas calificaciones. Nunca tuve esa capacidad tuya para… —señaló Nellie.
—Tienes tus propias cualidades, Nellie. Que yo sepa atraer la atención de los hombres no significa que tú no lo puedas hacer también. Me alegra que ya tengas tu propio apartamento. Lo mejor que puedes hacer es alejarte de mamá y papá, y valerte por ti misma. Sabes que soy tu mejor admiradora.
—Lo sé. Yo también te admiro —dijo Nellie cariñosamente.
Estaba muy orgullosa de su hermana mayor, una cotizada presentadora de programas deportivos de televisión que también aparecía en anuncios de zapatillas, refrescos y ropa de deporte. La razón por la que había viajado a Nueva York era la presentación de un nuevo anuncio de zapatillas.
—¿Cómo fue la presentación?
—Magnífica. Querían que cambiara de imagen y me corté el pelo a capas, aunque todavía me llega a los hombros. No me importó porque el resultado es satisfactorio.
—¿Para anunciar zapatillas te pidieron que te cortaras el pelo? —Nellie estaba sorprendida.