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Si queremos que nuestro mensaje cristiano impacte en el entorno social del siglo XXI, necesitamos construir un puente entre los dos milenios que la turbulenta historia del pensamiento cristiano abarca. Urge recuperar las raíces históricas de nuestra fe y exponerlas en el entorno actual como garantía de un futuro esperanzador. Dar a conocer al mundo cristiano actual las obras de los grandes autores cristianos de los siglos i al v es el objeto de la "Colección PATRÍSTICA". En este tomo se incluyen tres obras fundamentales de la producción literaria de Agustín de Hipona: La verdadera religión, en la que plantea la búsqueda de la verdad trascendente; La utilidad de creer, donde explica el asentimiento personal a la fe, y El Enquiridion: tratado de la fe, la esperanza y la caridad, que cubre los aspectos dogmáticos y morales de esa fe revelada
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Veröffentlichungsjahr: 2018
PATRÍSTICA
Lo mejor de
AGUSTÍN
de
HIPONA
TOMO 1
COMPILADO POR:
ALFONSO ROPERO
Editorial CLIE
C/ Ferrocarril, 8
08232 VILADECAVALLS (Barcelona) ESPAÑA
E-mail: [email protected]
Internet: http://www.clie.es
OBRAS ESCOGIDAS DE AGUSTÍN DE HIPONA TOMO 1
Compilado por: Alfonso Ropero
© 2017 por Editorial CLIE
Traducido y adaptado al castellano por Alfonso Ropero
ISBN: 978-84-945561-1-1
eISBN: 9788416845057
Clasifíquese: Teología cristiana / Historia
REL067080
Referencia: 225001
Prólogo a la Colección GRANDES AUTORES DE LA FE
INTRODUCCIÓN: AGUSTÍN, UN HOMBRE PARA TODOS LOS TIEMPOS
El primer hombre moderno
Nacimiento y conversión
Del monasterio al episcopado
El pastor y obispo de Hipona
La influencia de Agustín en el catolicismo y en el protestantismo
Agustín y el descubrimiento de la persona
El anhelo de felicidad, puerta de acceso a Dios
Nota bibliográfica
Libro I LA VERDADERA RELIGIÓN
1 Creencia popular y filosófica
2 Sócrates y su crítica de los dioses
3 Platón indica el camino
El cristianismo ha logrado lo anteriormente imposible
4 El cristianismo realiza las mejores esperanzas de los filósofos
5 Dónde ha de buscarse la verdadera religión
6 La herejía es defecto de la carne
La Providencia en las herejías y el deber del fiel
7 La catolicidad de la fe trinitaria
8 Provecho de las herejías para estudiar mejor la verdad
9 El error de los maniqueos
10 Hay que comenzar por el Creador
11 Origen de la vida y de la muerte
12 Caída en Adán y restauración en Cristo
13 Apartarse de Dios es el mal
14 El pecado es un mal voluntario
15 El dolor por el pecado nos encamina al arrepentimiento
16 Mediante la naturaleza perfecta el Verbo salva la naturaleza caída
17 La libre relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento
18 Todo procede de Dios de la nada
19 Vicio es lo que causa daño
20 El vicio no es sustancia, sino acto
21 Los sentidos dispersan la unidad con Dios
22 El mal no está en lo fugaz, sino en el amor a lo fugaz
23 Ninguna sustancia o forma es mal
24 Razón y autoridad en el camino de salvación
25 La fe, el principio de la unidad
26 Las edades del hombre viejo
Las edades del hombre nuevo
27 Evolución histórica del viejo y nuevo hombre en la tierra
28 Madurez e inmadurez en doctrina
29 El Dios invisible es contemplado en las cosas visibles
La racionalidad es superior a la sensibilidad
30 El sentido interior
La ley de la Verdad
31 La Verdad eterna, ley y norma de juicio
32 La mirada interior y la unidad de las cosas
33 El proceder correcto de los sentidos
34 La unidad y sus fantasmas
35 Tiempo para Dios
36 El Verbo, Verdad, Luz y Vida
37 El culto a la criatura en lugar de al Creador
38 Negación de todo culto religioso
La tentación y la victoria en la Verdad
39 La verdad reside en el interior
La verdad y la duda
40 La hermosura y el orden de la Providencia
41 Belleza en la justicia penal
42 La unidad perfecta de todo lo que existe y nace
43 El Verbo, imagen de Dios y forma de lo creado
44 Quien sirve al Creador es servido por la creación
45 La debilidad nos muestra la fortaleza que nos falta
46 Es invencible quien ama a Dios y al prójimo
47 Quien a Dios ama nada le falta ni nada envidia
48 El amor a la sabiduría
49 De la curiosidad a la verdad
50 La lectura correcta de las Escrituras
51 El estudio de las Escrituras, alimento provechoso
52 Volver de lo temporal a lo eterno
53 El fin del ignorante y la meta del sabio
54 El castigo adecuado al propio deseo
55 Lo que no hay que adorar
Adoramos la Verdad y fuente de toda verdad
La verdadero religión nos une a Dios
LIBRO II LA UTILIDAD DE CREER
1 La dificultad de conocer la verdad
Testimonio autobiográfico
Razón de este libro
2 Objeciones de los maniqueos al Antiguo Testamento
3 Sentido cuádruple del Antiguo Testamento
El ejemplo de Jesús
Acusaciones de interpolación
El sentido alegórico utilizado en el Nuevo Testamento
Cristo descorre el velo del Antiguo Testamento
4 Tres tipos de error en la lectura de un texto
5 Tres clases de escritos
La Iglesia no se ha equivocado sobre el Antiguo Testamento
6 Para entender a un autor, primero hay que amarle
7 El alma, fundamento de toda religión
La cuestión mayoría vs. minoría en la verdad
La imperiosa necesidad de buenos maestros
La universalidad de la creencia católica
8 Experiencia personal de Agustín
9 Creer para entender. Creyentes y crédulos
Creyentes y crédulos
10 La lógica de la fe
Necesidad de adecuación moral
11 Diversos tipos de ánimo y actitudes
12 Necesidad de la fe en la vida común
13 Las dificultades del ignorante
La sabiduría de la doctrina que empieza por la fe
14 El fama universal de Cristo
La autoridad de Cristo viva en sus discípulos
15 La sabiduría de Dios en la curación de nuestra enfermedad
16 La autoridad establecida por Dios
17 Cambio de costumbres y poder que lo realiza
18 Confianza en los buenos maestros
Libro III ENQUIRIDIÓN. TRATADO DE LA FE, LA ESPERANZA Y LA CARIDAD
1 Sabiduría de lo alto
2 Sabiduría es igual a ser piadoso
3 Adorar a Dios mediante la fe, la esperanza y la caridad
4 Planteamiento de la cuestión
5 Cristo, fundamento propio de la fe
6 El corazón primero
7 La fe que ora
8 Relación entre la fe, la esperanza y la caridad
I DIOS PADRE TODOPODEROSO
9 Dios Creador
10 Todas las cosas creadas son buenas
11 El mal como privación del bien
12 La corrupción es propia de lo creado existente
13 El mal no existiría sin el bien
14 El mal no puede existir sin el bien
15 Sólo de la naturaleza puede salir el bien y el mal
16 No podemos saber todo, pero sí la razón de nuestra felicidad
17 La naturaleza ama la verdad y aborrece la mentira
18 Mentir es pecado, pero hay casos más graves que otros
19 Hay unos errores más graves que otros
20 No todo error es pecado
La indudable verdad de nuestro existir
21 El error es un mal de esta vida
22 La mentira es pecado
23 El bien procede de Dios
24 El mal, la ignorancia y el deseo
25 El hombre dotado de libre voluntad
26 La humanidad implicada en el primer pecado
27 Dios sigue sustentando a sus criaturas aunque pecadoras
28 Los ángeles son responsables solamente de sí mismos
29 Los redimidos ocupan el lugar de los ángeles caídos
30 Todo es de gracia
31 La fe es don de Dios, así como las obras
32 Dios predispone la voluntad
II JESUCRISTO EL SEÑOR
33 La ira de Dios y el Mediador divino
34 Un Mediador tan grande
35 Cristo Jesús, Dios y hombre juntamente
36 Cristo, Dios y hombre, es una sola persona
La misma gracia que preservó a Cristo de pecado nos salva del pecado
37 Concebido por el Espíritu Santo de Dios
38 Nacido del Espíritu no como de padre, mas sí de la virgen como madre
39 Nacido del Espíritu, es Hijo de Dios Padre
40 El nacimiento de Cristo nos da a conocer la gracia
41 En qué sentido Cristo-Dios fue hecho pecado
42 El bautismo celebra la muerte y la vida nueva
43 Muerte al pecado en el bautismo
44 Figuras de lenguaje
45 En el primer pecado había muchos contenidos
46 Los pecados de los antepasados pesan en los hijos
47 No hay que especular sobre el alcance del pecado hereditario
48 Solamente Cristo borra el pecado original
49 El bautismo de Juan no era para regeneración
50 Cristo borra el pecado de Adán y el de sus descendientes
51 Renacer en Cristo para justificación
52 El bautismo, representación de la muerte y vida nueva en Cristo
53 La pasión y triunfo de Cristo, modelos de la vida cristiana
54 El juicio final pertenece al futuro
55 Juicio para vida y para muerte
III EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA
56 El Espíritu Santo y su templo
El templo de Dios, que es la Iglesia, es templo de la Trinidad
57 La Iglesia celestial es guardada por Dios
58 Categorías de ángeles
59 No hay que discutir sobre lo que conocemos insuficientemente
60 Utilidad de conocer las asechanzas del diablo
61 La Iglesia está formada por ángeles y pecadores redimidos
62 Cristo reconcilia y reúne el cielo con la tierra
63 Ahora conocemos en parte, luego plenamente
IV EL PERDÓN DE LOS PECADOS Y LA VIDA ETERNA
64 El perdón de los pecados y la pecabilidad del creyente
65 Por medio del arrepentimiento la Iglesia perdona los pecados
66 El perdón de los pecados presentes se hace con miras al juicio futuro
67 La fe que persiste en el pecado es muerta
68 La prueba de fuego de las obras
69 El fuego purificador en la otra vida
70 El perdón divino no da licencia para pecar
71 Por el Padrenuestro se borran las faltas leves
72 La importancia de la limosna y su variedad
73 Amor al enemigo es nuestro mejor acto de compasión o limosna
74 Quien perdona es perdonado
75 La pureza interior por medio de la fe
76 La misericordia comienza por uno mismo
77 Quien peca aborrece su alma
78 Permisión y condescendencia
79 Sólo la Escritura puede revelar la gravedad o levedad de los pecados
80 La práctica vuelve costumbre el pecado
81 Ignorancia y debilidad, causas del pecado
82 El arrepentimiento es un don de Dios
83 El pecado contra el Espíritu Santo
V LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE Y LA VIDA ETERNA
84 La resurrección de la carne
85 La resurrección de los fetos abortivos
86 Si el feto muere es porque tuvo vida
87 Los fetos deformes serán restaurados a su belleza natural
88 Toda carne volverá a su alma original
89 Toda carne se restaurará con perfección
90 En la resurrección no habrá nada discordante
91 La armonía futura entre la carne y el espíritu
92 La resurrección corporal de los condenados
93 Grados de castigo
94 Salvos por gracia, condenados por culpa
95 Entonces se conocerá el designio secreto de la predestinación
96 Dios todopoderoso permite el mal
97 La voluntad humana no puede obstaculizar la divina
98 La elección no depende de la previsión de obras futuras
99 No hay injusticia en Dios
100 Dios usa bien los males
101 Dios cumple su buena voluntad en la mala voluntad humana
102 La voluntad de Dios es invencible
103 ¿Cómo quiere Dios la salvación de todos?
Todos sin distinción de clase, rango o condición
104 La voluntad de Dios en la previsión del pecado de Adán
105 Posibilidad de pecar o no pecar
106 La gracia era necesaria incluso en estado de inocencia
107 Los méritos humanos son dones divinos
108 El pecado hace necesario el Mediador
109 El estado intermedio de las almas
110 En la tierra adquiere el hombre la razón de su condición futura
111 Después del juicio existirán dos ciudades separadas
112 La pena de los condenados será eterna
113 Vida y muerte son eternas
114 La oración pertenece a la esperanza
VI ELPADRENUESTROY LA ORACIÓN
115 Las siete peticiones del Padrenuestro
116 Concordancia entre los evangelistas Mateo y Lucas
117 El amor realiza la fe y la esperanza
118 Las cuatro edades del hombre
119 La gracia libra de la servidumbre
120 Los bautizados muertos antes del uso de la razón son protegidos por Cristo
121 El amor es el cumplimiento de la ley
Conclusión
Índice de Conceptos Teológicos
A la Iglesia del siglo XXI se le plantea un reto complejo y difícil: compaginar la inmutabilidad de su mensaje, sus raíces históricas y su proyección de futuro con las tendencias contemporáneas, las nuevas tecnologías y el relativismo del pensamiento actual. El hombre postmoderno presenta unas carencias morales y espirituales concretas que a la Iglesia corresponde llenar. No es casualidad que, en los inicios del tercer milenio, uno de los mayores best-sellers a nivel mundial, escrito por el filósofo neoyorquino Lou Marinoff, tenga un título tan significativo como Más Platón y menos Prozac; esto debería decirnos algo...
Si queremos que nuestro mensaje cristiano impacte en el entorno social del siglo XXI, necesitamos construir un puente entre los dos milenios que la turbulenta historia del pensamiento cristiano abarca. Urge recuperar las raíces históricas de nuestra fe y exponerlas en el entorno actual como garantía de un futuro esperanzador.
“La Iglesia cristiana –afirma el teólogo José Grau en su prólogo al libro Historia, fe y Dios– siempre ha fomentado y protegido su herencia histórica; porque ha encontrado en ella su más importante aliado, el apoyo científico a la autenticidad de su mensaje”. Un solo documento del siglo II que haga referencia a los orígenes del cristianismo tiene más valor que cien mil páginas de apologética escritas en el siglo XXI. Un fragmento del Evangelio de Mateo garabateado sobre un pedacito de papiro da más credibilidad a la Escritura que todos los comentarios publicados a lo largo de los últimos cien años. Nuestra herencia histórica es fundamental a la hora de apoyar la credibilidad de la fe que predicamos y demostrar su impacto positivo en la sociedad.
Sucede, sin embargo, –y es muy de lamentar– que en algunos círculos evangélicos parece como si el valioso patrimonio que la Iglesia cristiana tiene en su historia haya quedado en el olvido o incluso sea visto con cierto rechazo. Y con este falso concepto en mente, algunos tienden a prescindir de la herencia histórica común y, dando un “salto acrobático”, se obstinan en querer demostrar un vínculo directo entre su grupo, iglesia o denominación y la Iglesia de los apóstoles...
¡Como si la actividad de Dios en este mundo, la obra del Espíritu Santo, se hubiera paralizado tras la muerte del último apóstol, hubiera permanecido inactiva durante casi dos mil años y regresara ahora con su grupo! Al contrario, el Espíritu de Dios, que obró poderosamente en el nacimiento de la Iglesia, ha continuado haciéndolo desde entonces, ininterrumpidamente, a través de grandes hombres de fe que mantuvieron siempre en alto, encendida y activa, la antorcha de la Luz verdadera.
Quienes deliberadamente hacen caso omiso a todo lo acaecido en la comunidad cristiana a lo largo de casi veinte siglos pasan por alto un hecho lógico y de sentido común: que si la Iglesia parte de Jesucristo como personaje histórico, ha de ser forzosamente, en sí misma, un organismo histórico. Iglesia e Historia van, pues, juntas y son inseparables por su propio carácter.
En definitiva, cualquier grupo religioso que se aferra a la idea de que entronca directamente con la Iglesia apostólica y no forma parte de la historia de la Iglesia, en vez de favorecer la imagen de su iglesia en particular ante la sociedad secular, y la imagen de la verdadera Iglesia en general, lo que hace es perjudicarla, pues toda colectividad que pierde sus raíces está en trance de perder su identidad y de ser considerada como una secta.
Nuestro deber como cristianos es, por tanto, asumir nuestra identidad histórica consciente y responsablemente. Sólo en la medida en que seamos capaces de asumir y establecer nuestra identidad histórica común, seremos capaces de progresar en el camino de una mayor unidad y cooperación entre las distintas iglesias, denominaciones y grupos de creyentes. Es preciso evitar la mutua descalificación de unos para con otros que tanto perjudica a la cohesión del Cuerpo de Cristo y el testimonio del Evangelio ante el mundo. Para ello, necesitamos conocer y valorar lo que fueron, hicieron y escribieron nuestros antepasados en la fe; descubrir la riqueza de nuestras fuentes comunes y beber en ellas, tanto en lo que respecta a doctrina cristiana como en el seguimiento práctico de Cristo.
La colección GRANDES AUTORES DE LA FE CRISTIANA nace como un intento para suplir esta necesidad. Pone al alcance de los cristianos del siglo XXI, en poco más de 170 volúmenes –uno para cada autor–, lo mejor de la herencia histórica escrita del pensamiento cristiano desde mediados del siglo I hasta mediados del siglo XX.
La tarea no ha sido sencilla. Una de las dificultades que hemos enfrentado al poner en marcha el proyecto es que la mayor parte de las obras escritas por los grandes autores cristianos son obras extensas y densas, poco digeribles en el entorno actual del hombre postmoderno, corto de tiempo, poco dado a la reflexión filosófica y acostumbrado a la asimilación de conocimientos con un mínimo esfuerzo. Conscientes de esta realidad, hemos dispuesto los textos de manera innovadora para que, además de resultar asequibles, cumplan tres funciones prácticas:
1. Lectura rápida. Dos columnas paralelas al texto completo hacen posible que todos aquellos que no disponen de tiempo suficiente puedan, cuanto menos, conocer al autor, hacerse una idea clara de su línea de pensamiento y leer un resumen de sus mejores frases en pocos minutos.
2. Textos completos. El cuerpo central del libro incluye una versión del texto completo de cada autor, en un lenguaje actualizado, pero con absoluta fidelidad al original. Ello da acceso a la lectura seria y a la investigación profunda.
3. Índice de conceptos teológicos. Un completo índice temático de conceptos teológicos permite consultar con facilidad lo que cada autor opinaba sobre las principales cuestiones de la fe.
Nuestra oración es que el arduo esfuerzo realizado en la recopilación y publicación de estos tesoros de nuestra herencia histórica, teológica y espiritual se transforme, por la acción del Espíritu Santo, en un alimento sólido que contribuya a la madurez del discípulo de Cristo, y que la colección GRANDES AUTORES DE LA FE constituya un instrumento útil para la formación teológica, la pastoral y el crecimiento de la Iglesia.
Editorial CLIE
ELISEO VILA
Presidente
A lo largo de la historia Agustín ha sido una atracción irresistible lo mismo para teólogos que para filósofos y modernamente para psicólogos. Casi desde el principio la Iglesia le tuvo por maestro y le contó entre sus maestros más destacados y consultados. Aquel hombre que tanto creía en la razón y la autoridad se convirtió en razón de autoridad y autoridad de razón para siglos venideros. Los reformadores protestantes del siglo XVI le citan con frecuencia y, en cierto modo, se consideran sus herederos espirituales e intérpretes adecuados. “Agustín –dice Lutero– me agrada más que todos los demás. Enseñó una doctrina pura, y sometió sus libros, con humildad cristiana, a la Sagrada Escritura. Todo Agustín está conmigo”. Fundó monasterios, redactó reglas que hoy perviven en los institutos religiosos que llevan su nombre. Tuvo seguidores heterodoxos tan descollantes como el obispo holandés Cornelius Jansen o Jansenio (1585-1631), impulsor de un movimiento al que pertenecería Blas Pascal. Con razón se preguntaba el historiador protestante Adolfo von Harnack, “¿Dónde en toda la historia de la Iglesia occidental encontramos a un hombre cuya influencia sea comparable a la de san Agustín?”.
Según el doctor Huber, Agustín es un fenómeno único en la historia cristiana. Ningún otro ha dejado rastros tan luminosos y fecundos de su existencia. Aunque nosotros encontremos entre ellos muchas mentes ricas y poderosas, en ninguno de ellos encontramos las fuerzas del carácter personal, la mente y el corazón de Agustín. Nadie lo sobrepasa en la riqueza de percepciones y la agudeza dialéctica de pensamientos, en el estudio a fondo y el fervor religioso, en la grandeza de objetivos y la energía de acción. Agustín, por lo tanto, marca la culminación de la edad patrística y ha sido reconocido como el primer padre de la Iglesia universal. Su carácter nos recuerda al apóstol Pablo en muchos aspectos, con quien él tiene también en común la experiencia de la conversión que le saca de sus errores y le pone al servicio del evangelio. Como Pablo, Agustín podría alardear de haber trabajado más abundantemente que todos los demás. Y como Pablo entre los apóstoles, Agustín determinó preeminentemente el desarrollo de cristianismo, y se hizo más de todo a todos para ganar algunos. Su exposición de la doctrina cristiana es como una fuente clara a la que muchos recurren después de sentirse cansados de un cristianismo superficial. En él se saborea el entendimiento fresco de la doctrina del evangelio. Maestro de naciones y épocas, no sólo dominó la Edad Media, sino la Reforma también. A él está unido lo mejor del pensamiento y de la teología cristianos, en cuanto él vive en estrecha relación la manifestación de Jesucristo en las Escrituras. “Agustín es el puente por el que pasa lo más notable del mundo antiguo al mundo nuevo que nace” (Philip Hughes).
No hay duda, Agustín fue el primer hombre de la modernidad, por eso su influencia sigue vigente. Agustín habla directamente al corazón, desde su propia experiencia de salvación y comunión con la divinidad. En él la religión pierde su carácter abstracto, formal, dogmático, para convertirse en vida, descubrimiento, realidad. Es el primer teólogo existencial del cristianismo.
En él la inteligencia de la fe, de la doctrina, es docta y cálida a la vez. Apela por igual a la razón, a las emociones y a la voluntad. Agustín descubre al hombre el tema vivo y apasionante de Dios, Dios como la realidad más íntima a nosotros que nosotros mismos; el Dios que llama al compromiso, porque en tal encuentro se halla la verdad. Pero, a la vez, el descubrimiento de Dios lleva al descubrimiento de uno mismo. La realidad de Dios nos realiza, por decirlo así.
El argumento de Agustín se coloca en línea con la parábola del hijo pródigo, relatada por Jesús. El hijo pródigo, se dice, entra en sí, despierta a su realidad más íntima, vuelve a Dios, primero como nostalgia, y después como abrazo, en el movimiento de la conversión.
El pecado es como miel de la que se abusa, uno queda preso de patas en él. Por eso, como dice Agustín, hay que imitar a las abejas, cuyas alas les sirven para elevar el vuelo tan pronto han sacado el néctar de la flor. La fe son las alas del alma que se eleva a Dios en el interior del alma. Porque en el interior habita la verdad.
“¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!, he aquí que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tu creaste. Tú estabas conmigo mas yo no estaba contigo. Me tenían lejos de ti las cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Tú me llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillante y resplandeciente y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume y respiré y suspiro por Ti; gusté de ti y siento hambre y sed, me tocaste y me abrasé en tu paz” (Confesiones X, 27, 38).
Reflexionando luego sobre estos episodios, Agustín formula la conclusión general de su búsqueda de la sabiduría. Engañado por el falso racionalismo de los maniqueos, había adoptado el lema “Entender para creer” (Intelligo ut credam), entendido en el sentido del rechazo de la fe a favor de la sola evidencia. Este método, lejos de solucionarle sus dudas, lo había dejado a las puertas del escepticismo propugnado por los filósofos Académicos.
Tras la experiencia de la conversión, y ante la luz que la fe cristiana ha arrojado sobre los mismos problemas que antes le parecían insolubles, formula el método correcto: “Creer para entender” (Credo ut intelligam). El hombre no puede salvarse a sí mismo, tampoco a nivel intelectual, pues la razón está herida y ha de ser sanada por la fe. Ha de comenzar por la fe en la autoridad de la Palabra de Dios, para que, sanada la inteligencia de los errores y el corazón del orgullo y la soberbia, pueda luego ejercitar su razón en la búsqueda de la verdad con la guía constante de la verdad revelada. Más aún, en la conversión al Evangelio, Dios libera al hombre de las ataduras del pecado y lo deja libre para encaminarse sin temor al encuentro de la verdad sobre Dios y sobre él mismo: San Agustín sabe por experiencia propia que los mayores obstáculos en el camino hacia la verdad no son de orden teórico, sino práctico, es decir, de orden moral.
Pero esa fe no es un salto en el vacío, un comienzo totalmente irracional, sino que está apoyada en motivos sólidos de credibilidad, que Agustín desarrolla largamente en muchas de sus obras posteriores a su conversión: las profecías del Antiguo Testamento que se realizan en Jesucristo, sus milagros, su doctrina, su incomparable personalidad, su Resurrección de entre los muertos, y la maravillosa expansión de la fe cristiana por todo el mundo conocido entonces. Así San Agustín termina por redondear su principio metodológico: “Entiende para creer, cree para entender”.
Ofrecemos aquí tres obras reunidas de temática complementaria. En De vera religione (De la verdadera religión) plantea la búsqueda de la verdad trascendente, lo que hace que Agustín adopte un enfoque más filosófico; en De utilitate credendi (De la utilidad de creer), explica el asentimiento personal a la fe, esa realidad maravillosa que se sitúa por encima de la ilusión y la necedad, es una obra más teológica; mientras que el Enchiridion sive de fide, spe et caritate (Tratado de la fe, la esperanza y la caridad), cubre los aspectos dogmáticos y morales de esa fe revelada y descubierta por la experiencia creyente, que se traduce en adoración al Dios verdadero, consistente en “la fe que obra por el amor” (Gá. 5:6), verdadero principio espiritual alrededor del cual gira todo su pensamiento, que aparece repetido una y otra vez.
Entrada principal de la ciudad romana en África del norte de Sbeitla (actual Túnez) y un templo capitolino, construido bajo Antonino Pío hacia el 150 d.C.
En todas ellas Agustín trata las cuestiones más preocupantes del momento que renacen en el seno del cristianismo una y otra vez. La relación entre la fe y la razón, el primado de la verdad, el carácter del Antiguo Testamento, con sus muertes y venganzas, aparentemente enfrentado al del Nuevo, con su amor y perdón. El problema del mal y su origen. Pecado y libertad, gracia y salvación.
Frente a todo tipo de dualismos Agustín mantiene la creencia en la bondad de la creación conforme a la unidad de Dios, que es el supremo Bien, independientemente del cual nada existe. ¿Cómo, pues, ha podido empezar a manifestarse en el universo una voluntad mala, de la que proceden acciones perversas? ¿De dónde viene el mal?
El mal, responde Agustín, es un defecto de ser, es ser y no ser. Sólo Dios es. Todo lo que es creado tiene el ser pero no en el grado de perfección, que corresponde a Dios. La creatura, mudable a inferior, puede decaen a grados inferiores al que les es propio. Esta posibilidad de descenso es un defecto de ser —no un mal en sí—, que acaba en un defecto del bien, que es cuando la voluntad libre se desvía y se separa de su origen, así nace el mal moral. El alma deja a su Creador y se vuelve a las criaturas, como dice al apóstol Pablo (Ro. 1:25). Las cosas creadas son buenas, pero si se hace de ellas un fin se yerra, pues entonces se substituye el Bien supremo por un bien inferior, lo cual es pecado. El mal moral es debido al libre albedrío, que escogiendo entre los bienes hace mal su elección. De esa mala elección o desviación procede el mal físico, el dolor, la inquietud espiritual, las enfermedades. El mal físico es una consecuencia del mal moral y su merecido castigo, no en el sentido de venganza divina, sino de una corrección y purificación, pues por el dolor sabemos qué hay que evitar.
Por su mala elección, el hombre ha perdido su libertad, dejándole el libre albedrío. Tal como se encuentra desde la caída puede conocer y desear el bien de la salvación, pero no puede realizarlo. Es preciso que Dios venga en su auxilio. Es lo que la Biblia llama gracia. Don gratuito de Dios e inmerecido. En la gracia, Dios se da a sí mismo en su Hijo por la salvación del mundo. Sin el amor de Dios no hay posibilidad de salvación, pues la gracia es el Buen Pastor que busca la oveja perdida. El hombre perdió su capacidad de participar de la naturaleza divina, pero es incapaz de recuperarla. Sólo Dios puede hacerlo y de hecho lo hace, por gracia, solamente por gracia. Todas estas y muchas otras son las fecundas ideas que Agustín va desgranando en sus escritos, que convierten su lectura en una asignatura pendiente para todos los amantes de la verdad.
Mapa orientativo de la situación geográfica de la ciudad de Hipona.
Agustín nació el 13 de noviembre del 354 en la ciudad de Tagaste, el moderno Souk Ahras, en Argelia, en el norte de África. Los romanos dominaban ese territorio desde la destrucción de Cartago, antigua colonia fenicia, quinientos años antes. Ésta fue reconstruido por Roma como la metrópoli del África romana. Rica una vez más, la vida transcurría plácidamente dada al negocio y el arte. Ricos senadores italianos mantuvieron estados enormes en África, que ellos raras veces veían, tan propio del latifundismo romano tardío en todas sus colonias. El cristianismo llegó a ser la religión dominante de África, y de allí se extendió a la Península Ibérica y muchos otros lugares. Sólo quedaron intactas las tribus nómadas beréberes, rebeldes ocasionales y refractarias a la cultura romana. Este lapsus misionero iba a obrar contra la Iglesia africana, cuando Mahoma comenzó a predicar el Islam y ganó para su fe todas aquellas tribus paganas descuidadas por el cristianismo, a cuyo asalto se iban a lanzar con una fuerza incontenible, hasta el punto de no dejar ni rastro de la gloria del cristianismo en aquellas tierras.
El latín era el idioma oficial, aunque todavía podía oírse hablar el beréber aborigen y el cartaginés o púnico, ya casi olvidado. Sin embargo el carácter seguía siendo africano, menos sofisticado y más agresivo que el romano, en especial en las regiones del interior de Numidia (Argelia actual), dentro de las franjas del norte del Sahara.
Tagaste era una ciudad bastante grande para tener su propio obispo, pero no suficiente como para contar con un centro de enseñanza. Sus padres, Patricio y Mónica, pertenecían a la clase media puesta en peligro económicamente. Patricio era un funcionario municipal y pagano de ideas que sólo aceptó el bautismo cristiano en su lecho de muerte, aproximadamente en el año 371; Mónica, por el contrario, era una creyente llena de virtudes y muy fervorosa que no dejaba de orar por la conversión de su esposo y de su hijo. Aunque pagano, Patricio no impidió para nada que Agustín recibiera una educación cristiana, matriculado por su madre entre los catecúmenos. Al parecer, tres ideas centrales se fijaron en su espíritu: una, la providencia divina; dos, la vida futura con sanciones terribles y, por último, Cristo el Salvador.
De la niñez de Agustín sólo sabemos lo que él nos cuenta en sus memorias, sumamente selectivas, que forman parte de las Confesiones. Se define a sí mismo como un niño bastante común, alegre y travieso, no amigo de la escuela, cuyos castigos teme; impaciente para ganar la aprobación de sus mayores, pero propenso a actos triviales de rebelión. Hasta los once años permanece en Tagaste estudiando en la escuela del pueblo.
Su padre utiliza su dinero de pequeño propietario para que se traslade a Madaura, ciudad situada a unos 25 kilómetros al sur de Tagaste, y complete allí sus estudios. Madura era la segunda ciudad más importante del África romana. Patricio, orgulloso del éxito de su hijo en las escuelas de Tagaste y Madaura determinó enviarle a Cartago para que completase su formación como abogado. Sólo había un obstáculo, el económico. Esa era la mísera realidad contra la que se se estrellaban las expectativas de otorgar a su hijo una educación brillante, que en aquella época consistía en gramática, retórica y literatura, pues de los abogados se pedía más la elocuencia que el estudio del derecho. Afortunadamente, gracias a la ayuda de un amigo o quizá familiar rico, Romaniano, lograron reunir a duras penas lo suficiente para enviarle a Cartago, ciudad grande y cosmopolita, capital administrativa del estado, en el año 370, donde Agustín sintió las seducciones propias de la gran ciudad, la vida alegre que se ofrecía a los jóvenes estudiantes, por lo general alborotadores. Sus preocupaciones fueron el teatro, los baños y el sexo. Al cumplir 17 años ya comparte su vida con una joven de su edad. Fruto de estas relaciones será su hijo Adeodato (dado por Dios). Esta mujer desconocida, de quien no dice su nombre, permaneció con él más de una década.
En el año 371 muere su padre. Ante este acontecimiento, el muchacho apasionado comienza a ser consciente del gran sacrificio que han realizado sus padres para que él se construya un futuro. Muchos empiezan a considerarle “un joven prodigio”.
En el año 373 comenzó a leer el Hortensio de Cicerón, como parte del curso ordinario del plan de estudios. Esta obra, hoy perdida y de la que sólo conocemos los fragmentos citados por Agustín y otros escritores antiguos, era un protreptico, es decir, un tratado diseñado para inspirar en el lector un entusiasmo para la disciplina de filosofía. En Agustín produjo un efecto profundo, logró su cometido, despertando en él un intenso amor a la sabiduría. Desde entonces Agustín consideró la retórica simplemente como una profesión; ahora su corazón estaba en la filosofía. Ese mismo año, él y su amigo Honorato, a quien dirigirá su escrito La utilidad de creer, pasan a formar parte de la secta de los maniqueos. Puede parecernos sorprendente, pero como él mismo explica, los maniqueos se daban de sabios, cuya religión no consistía en la credulidad de la fe simple, sino en la autoridad y la ciencia con que decían dominar y responder todas las cuestiones.
El dualismo grosero del persa Mani (215-276) se había introducido en África apenas cincuenta años antes como un rival de cristianismo. Agustín mismo nos dice que él fue atraído por la promesa de una filosofía libre de credulidades y una explicación científica de naturaleza y sus fenómenos más misteriosos. Hasta en esto fue Agustín muy semejante a los jóvenes de hoy.
A Agustín le inquietaba el problema del origen de mal, cuyo intento de solución aparece con frecuencia en sus escritos. Lector voraz de toda la literatura maniquea, su afán proselitista le llevó a ganar para su nueva fe a su amigo Alipio y su mecenas Romaniano, que sufragaba los gastos de sus estudios.
La pertenencia de Agustín al maniqueísmo nunca fue completa, sin reservas, pese a los nueve años pasados en sus filas. Obedecía al interés de un hombre angustiado por la verdad, y hasta en sus períodos de más fervor, había algo que no terminaba de convencerle. Quizá por eso nunca pasó de oyente (auditor), el grado más bajo en la jerarquía. El maniqueísmo, que pretendía ser científico y racional, en el fondo no era más que un nuevo tipo de dogmatismo teosófico, y como sistema religioso dejaba mucho que desear.
Los argumentos de los maniqueos en la controversia con los católicos seguían siendo muy parecidos a los utilizados por el gnosticismo moderno: “Las Escrituras han sido falsificadas por la Iglesia.” Pero, en su lugar, los maniqueos no ofrecían la ciencia mejor que prometían. De todo esto da cuenta en su escrito La utilidad de creer y también las Confesiones.
El regreso del hijo pródigo, de Rembrandt. Para Agustín la parábola del hijo pródigo constituye el ejemplo gráfico de la doctrina de la conversión.
Acabados sus estudios volvió a Tagaste para enseñar gramática. Tenía 19 años. Es un buen profesor y cuenta con buen número de alumnos. Su madre, al enterarse que se había hecho maniqueo le echó de casa. Se cree que se hospedó en el domicilio de su benefactor Romaniano. Pero, aparte de este disgusto familiar, Tagaste le quedaba pequeño para sus ambiciones profesionales y cuando muere un amigo suyo se marcha de nuevo a Cartago a enseñar retórica, ya que no puede soportar la pena de su ausencia. Todo esto y el dolor que sintió por la pérdida de su amigo, lo narra con todo lujo de detalles en sus Confesiones. Le acompañan algunos de sus alumnos de Tagaste. En estos años sigue leyendo mucho. También escribe poesía y en varios certámenes consigue algunos premios. Aunque sólo tiene 26 años, publica su primer libro: De Pulchro et Apto (Lo hermoso y lo adecuado), hoy perdido.
Siete años en la gran metrópoli africana hicieron del joven profesor un erudito formidable y un magnifico orador. La educación era entonces una empresa de mercado libre, con cada profesor establecido por separado, labrándose una reputación con la que atraerse los estudiantes, de cuyos honorarios dependía su sustento. Agustín logró abrirse camino y prosperar, lograr fama y dinero, hasta el punto de soñar con la capital del imperio: Roma, la gran Roma, la meca de la vida intelectual y política de entonces. El año 383 Agustín consigue afincarse en Roma y abrir una escuela. Busca alumnos más formales que los anteriores tenidos en Cartago y también desea ganar más dinero. Pero, sobre todo, su aspiración es triunfar en la capital del imperio.
Algunos amigos maniqueos le concertaron una cita con el prefecto de la ciudad de Roma, un noble conservador llamado Simaco, que había sido procónsul de Cartago y que buscaba un profesor de retórica para Milán, residencia de la corte imperial, que leyese ante el emperador los elogios oficiales. Simaco era pagano, en Milán dominaba la poderosa figura de su obispo Ambrosio, antiguo gobernador de Liguria y primo de Simaco. Éste, para hacer un alarde de tolerancia religiosa, no quiso nombrar para el cargo a uno de los suyos, un pagano, ni tampoco a un católico, sino a un maniqueo. A Agustín le vino como anillo al dedo.
Agustín llegó a Milán a fines de 384, tenía sólo treinta años y se trataba de una ocupación privilegiada. Milán era uno de los centros académicos más ilustres del mundo latino. Los círculos católicos estaban compuestos por las familias más pudientes de la ciudad. Agustín se llevó con él a su mujer y a su hijo Adeodato. Su madre, escandalizada, le obligó a expulsarla de su lado y comenzó a buscar un mejor partido para él.
En Milán comenzó a visitar al obispo Ambrosio, atraído por su gentileza y oratoria, así como para complacer los deseos de su madre. Ambrosio era platónico. Según parece, Platón se había puesto de moda en los círculos católicos a través de las interpretaciones particulares de Plotino y Porfirio. La lectura de estos autores iba a despejar las dudas de Agustín para reencontrar el Dios católico de su infancia.
Durante tres años vivió el conflicto de sus obligaciones sociales y sus inquietudes religiosas. Durante un tiempo se entregó a la filosofía de los Académicos, con su escepticismo pesimista, del que le sacó la mencionada lectura de la filosofía neoplatónica. Apenas si leyó las obras de Platón directamente, en su lugar se centró en los escritos del célebre Plotino, egipcio de nacimiento y apóstol de la filosofía platónica como camino de salvación, de quien decía Hegel, que “toda su filosofía nos dirige hacia la virtud y hacia la contemplación intelectual de la eternidad”. Plotino, por su parte, decía: “Trato de hacer que lo divino que hay en nosotros ascienda a lo divino que hay en el Universo”.
Los sermones de Ambrosio contribuyeron a presentarle el cristianismo a una nueva luz intelectualmente respetable, que fueron respondiendo al problema apremiante del origen del mal y la responsabilidad humana en él. Aún le quedaba una objeción específica al cristianismo propia de un hombre dedicado a las letras y la retórica: el estilo poco elegante y bárbaro de las Escrituras. Aquí otra vez Ambrosio, elegante y dueño de la palabra, mostró a Agustín cómo la exégesis cristiana, de corte alegorista, podía dar vida y significado a los textos sagrados. Am–brosio, pues, contribuyó a despejar sus problemas puramente intelectuales con el cristianismo, pero de momento poco más, ¿poco más?
Fachada de la catedral de Milán (siglos XIV-XVI).