Once años de espera - Andrea Laurence - E-Book

Once años de espera E-Book

Andrea Laurence

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Beschreibung

¿Se convertiría por fin en su esposa? Años atrás, Heath Langston se casó con Julianne Eden. Sus padres no habrían dado su aprobación, por lo que cuando el matrimonio quedó sin consumar, los dos siguieron caminos separados sin decirle a nadie lo que habían hecho. Una desgracia familiar obligó a Heath y a Julianne a regresar a la ciudad en la que ambos nacieron, y a la misma casa. Heath estaba ya harto de vivir una mentira. Había llegado el momento de que Julianne le concediera el divorcio que ella llevaba tanto tiempo evitando... o de que cumpliera la promesa que se reflejaba en las ardientes miradas que le dedicaba.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Andrea Laurence

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Once años de espera, n.º 2042 - mayo 2015

Título original: Her Secret Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-6274-6

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Epílogo

Capítulo Uno

–En esta ocasión, el ataque al corazón que ha sufrido su padre ha sido bastante serio.

Aquellas palabras no consiguieron sino incrementar la preocupación que Heath Langston sentía por el estado de salud de su padre de acogida. Estaba en el exterior de la habitación de hospital de Ken Eden, escuchando el diagnóstico del médico. Se sentía indefenso y eso no le gustaba. Era el más joven de los muchachos Eden, pero poseía su propia empresa de publicidad. Él solo había desarrollado una de las campañas publicitarias más exitosas del año anterior. Estaba acostumbrado a que todo el mundo esperara que él tomara las decisiones.

Sin embargo, aquel asunto era mucho más serio. La única hija biológica de Ken y Molly Eden no había dejado de llorar desde que llegó al hospital. Le gustaba ver sonreír a Julianne, pero no era capaz de encontrar nada con lo que hacer una broma en aquellos momentos.

Los cinco hijos de los Eden habían acudido con prontitud a la granja familiar en Cornwall, Connecticut, en el momento en el que se enteraron de que Ken había sufrido un ataque al corazón. Heath se marchó rápidamente de Nueva York sin saber si su padre de acogida estaría vivo cuando llegara al hospital. Sus padres biológicos murieron en un accidente de automóvil cuando él solo tenía nueve años. Ya era un hombre hecho y derecho, pero se sentía destrozado ante la posibilidad de perder al hombre que había ejercido de padre desde que perdió al suyo propio.

Heath y Julianne habían sido los últimos en llegar y estaban escuchando la información que los demás ya conocían.

–Ahora está estable, pero hemos tenido suerte –prosiguió el médico–. Esa aspirina que Molly le dio podría haberle salvado la vida.

La menuda figura de Julianne estaba de pie delante de él. A pesar de las serias palabras del médico, Heath no podía apartar la mirada de ella. Se parecía mucho a Molly, era menuda pero poderosa. En aquellos momentos, parecía incluso más pequeña de lo normal. Tenía los hombros caídos y la mirada en el suelo. Al llegar al hospital llevaba el largo cabello rubio suelto, pero después de estar sentada una eternidad en la sala de espera, se lo había recogido de manera improvisada. Se echó a temblar al escuchar las palabras del médico. Heath le colocó una mano sobre el hombro para tranquilizarla. Todos sus hermanos habían acudido con el apoyo de sus prometidas, pero tanto Julianne como él estaban solos. Sentía mucha pena por ella. No le gustaba ver a la alegre y segura artista tan desanimada. Aunque los dos habían crecido en la misma casa, para Heath ella jamás había sido una hermana sino su mejor amiga, su compañera de fatigas y, durante un breve espacio de tiempo, el amor de su vida.

Saber que se tenían el uno al otro en aquel momento de profunda tristeza hacía que se sintiera mejor. Esperaba que aquella noche los dos pudieran olvidarse de su tumultuoso pasado y centrarse en lo que era más importante. Dado que Julianne no se apartó de su lado, Heath pensó que ella sentía lo mismo que él. En circunstancias normales le habría dado un amistoso empujón y habría evitado el contacto físico. Aquel día no fue así.

Al contrario. Se apoyó contra él para buscar su apoyo. Heath apoyó la mejilla contra los dorados mechones de su cabello y aspiró profundamente el aroma que emanaba de él y que él tenía impreso en sus recuerdos. Julianne suspiró y le provocó una extraña sensación de anhelo en la espalda. Esa sensación hizo que la voz del médico se convirtiera en un murmullo en la distancia. No era el momento más adecuado, pero Heath gozó con aquel contacto.

Tocar a Julianne era algo que no le ocurría con frecuencia y que, por lo tanto, era muy valioso. Ella jamás había sido una persona que demostrara físicamente sus sentimientos, al contrario de Molly, que abrazaba efusivamente a todos los que conocía. Con Heath, la distancia había sido aún mayor. A pesar de lo ocurrido entre ambos hacía ya muchos años, y fuera de quien fuera la culpa, en un momento como aquel lamentaba profundamente la pérdida de una buena amiga.

–Va a necesitar cirugía a corazón abierto. Después, tendrá que estar unos días en la UCI hasta que podamos pasarle a planta.

Aquellas palabras hicieron que Heath se sintiera muy culpable por lo que estaba pensando en aquellos momentos. Aquel pensamiento bastó para que él pusiera de nuevo distancia entre ellos.

–No me gusta crear expectativas, pero creo que al menos estará con nosotros una semana. Podría ser que necesitara hacer rehabilitación. Tal vez podría estar en casa si tuviera una cama en la planta baja y pudieran ustedes contar con la ayuda de una enfermera. Después de eso, va a tener que tomarse las cosas con calma unos meses. Nada de levantar peso ni de subir escaleras. Esta Navidad tampoco podrá ir a cortar árboles, eso seguro.

Esas palabras le ayudaron a tomar una decisión. Con todo que estaba ocurriendo, Heath había pensado tomarse unos meses libres para regresar al vivero de árboles de Navidad que tenían sus padres adoptivos en la granja. Las navidades anteriores, se había descubierto un cuerpo en una finca que había sido propiedad de su familia y recientemente había sido identificado como Tommy Wilder, un niño de acogida que había estado breve tiempo en la granja. Tommy llevaba muerto casi dieciséis años, pero la investigación policial tan solo estaba empezando a cobrar forma.

Por mucho que odiara admitirlo, había llegado el momento de regresar a casa y responder por lo que había hecho. En la granja ya solo quedaban Ken y Molly y, aunque ellos no sabían nada de la verdad de la desaparición de Tommy, tenían que enfrentarse a la investigación policial solos. Según Xander, su único hermano biológico, el estrés sufrido por Ken ante el temor de que el sheriff Duke pudiera arrestarle había sido lo que le había conducido al hospital.

Ya era bastante desgracia que una persona hubiera muerto por los errores de Heath. Si le ocurría algo a otra persona, en especial a alguien tan inocente como Ken, Heath no podría soportarlo.

El médico se marchó y Julianne y él regresaron a la sala de espera, donde estaba reunida el resto de la familia. Sus tres hermanos y sus prometidas estaban sentados en la sala. Todos parecían muy cansados y preocupados.

–Voy a regresar a la granja hasta que papá esté mejor –le anunció al grupo–. Así podré ocuparme de todo.

–Sé que solo estamos a principios de octubre, pero la Navidad llegará antes de que nos demos cuenta –dijo Wade, el hermano mayor–. El último trimestre del año es una pesadilla. No puedes hacerte cargo de todo tú solo.

–¿Y qué opciones tenemos? Todos estáis muy ocupados. Mi socio puede dirigir Langston Hamilton durante unos meses sin mí. Y tengo a Owen –añadió Heath refiriéndose al más antiguo y más fiel de los empleados del vivero de El Jardín del Edén–. Él me podrá ayudar con los detalles. Cuando llegue la Navidad, contrataré a algunos de los chicos del instituto para que me ayuden a empaquetar y a transportar los árboles.

–Yo también voy a regresar a casa –anunció Julianne.

Toda la familia se volvió para mirarla. Julianne había guardado silencio desde que llegó de los Hamptons, pero solo Heath parecía darse cuenta del significado de su decisión. Se ofrecía voluntaria para regresar a casa aun sabiendo que Heath estaría allí. Aunque ella visitaba la granja de vez en cuando, raramente coincidía con sus hermanos a excepción de las celebraciones navideñas.

A pesar de lo menuda y frágil que parecía, había dureza en su mirada. Heath conocía bien aquel gesto. El duro brillo de la determinación. Sus ojos eran fríos como esmeraldas y él sabía que no sería fácil disuadirla de la decisión que había tomado. Cuando Julianne se decidía a hacer algo, no había manera de hacerle cambiar de parecer.

Julianne era escultora. Tanto su estudio como su galería estaban en los Hamptons. No era la clase de trabajo que se pudiera abandonarse tan a la ligera.

–¿Y la gran exposición de tu galería el año que viene? –le preguntó Heath–. No puedes permitirte perder dos o tres meses de trabajo para venir aquí.

–Estoy pensando crear un nuevo estudio –dijo ella.

Heath frunció el ceño. Julianne tenía un estudio en su casa, que compartía con el novio que tenía desde hacía un año y medio. Para ella, era un récord personal, y todos pensaban que Danny sería el definitivo. Que fuera a buscar un nuevo estudio significaba que también buscaba un nuevo sitio en el que vivir. Y posiblemente una nueva relación.

–¿Te ha ocurrido algo con Danny? –le preguntó su hermano Brody.

Ella frunció el ceño a su hermano y luego miró a los demás con un gesto de tristeza en el rostro.

–Danny y yo ya no somos… Danny y yo. Se marchó hace un mes, por lo que vendí la casa y estoy buscando algo nuevo. No hay razón para que no pueda regresar aquí durante unos meses mientras que papá se recupera. Puedo ayudar en la granja y trabajar en mis esculturas cuando el vivero esté cerrado. Cuando papá se encuentre mejor, buscaré un lugar propio.

Heath y los demás la miraron dubitativamente, lo que provocó que ella se sonrojara.

–¿Qué pasa? –les preguntó con las manos en las caderas.

–¿Por qué no dijiste nada de que habías roto con Danny o de que habías vendido tu casa? –observó Xander.

–Porque tres de vosotros os habéis prometido recientemente –explicó ella–. Ya me resultará bastante duro tener que ir sola a todas vuestras bodas, por lo que no me moría de ganas de deciros a todos que había fracasado en otra relación más. Estoy destinada a ser la solterona de la familia.

–No creo que eso sea posible, Jules –comentó Heath.

Julianne lo miró fija y fríamente.

–Lo importante –añadió un segundo después, ignorando las palabras de Heath– es que voy a poder regresar a casa para echar una mano.

Por el tono de su voz, Heath supo que la discusión había terminado por el momento. Entonces, se dirigió al resto de sus hermanos.

–La hora de visita ha terminado por hoy, aunque nos va a costar mucho trabajo apartar a mamá del lado de la cama de papá. Creo que los demás deberíamos marcharnos y regresar a la granja. Ha sido un día muy largo y muy estresante.

Entraron silenciosamente en la habitación de Ken. Resultaba un espacio muy tranquilo, cuyo silencio solo se rompía por los latidos que reflejaba el monitor que controlaba su corazón. Había una luz encima de la cama, iluminando a Ken. Estaba casi tan pálido como las sábanas que lo cubrían. Una máscara de oxígeno le ocultaba el rostro.

Molly estaba sentada en una butaca junto a él. Tenía una expresión alegre en el rostro, aunque eso era más por el bien de Ken que por otra cosa.

Ken giró la cabeza para observar a sus hijos. Resultaba irónico que todos ellos fueran personas ricas y poderosas y que, no obstante, no pudieran hacer nada para ayudarle.

–Aquí ya no hay mucho que hacer –dijo Ken con dificultad–. Marchaos todos a casa y descansad. Yo no voy a moverme de aquí en unos días.

Julianne se acercó a él y le tomó la mano. Se la estrechó cariñosamente y se inclinó sobre él para darle un beso en la mejilla.

–Buenas noches, papá. Te quiero.

–Yo también te quiero, bichito.

Ella se dio la vuelta rápidamente y se apartó para que los demás se pudieran acercar a saludar a su padre. Estaba tratando de no llorar para no disgustar más a Ken.

Uno a uno se acercaron para darle las buenas noches. A continuación, salieron de la habitación para dirigirse a la granja de sus padres.

Wade y Tori se marcharon a su casa, dado que vivían muy cerca. Heath fue el último en llegar.

Hacía veinticinco años, el viejo granero se había transformado en una especie de casa de huéspedes, en la que se alojaban los niños de acogida que vivían en El Jardín del Edén. Tenía dos enormes dormitorios y baños en la planta de arriba y una gran sala común con una cocina en la planta baja. El granero contaba con todas las comodidades que los chicos podían necesitar.

Heath observó cómo Julianne aparcaba su Camaro rojo descapotable más cerca de la casa principal. Era una casa preciosa, pero no tenía espacio para todos. Solo contaba con el dormitorio de Ken y Molly, con el de Julianne y con uno para invitados.

Ella se detuvo en el porche buscando las llaves. Parecía perdida. Normalmente, Julianne era una mujer segura de sí misma.

Heath sacó su bolsa de viaje del maletero del Porsche y siguió a los demás al interior del viejo granero. La dejó sobre la mesa de madera y miró a su alrededor. La sala no había cambiado mucho desde entonces, a excepción de la televisión de pantalla plana que Xander había adquirido durante su última visita.

Se sentía cómodo al volver allí, con su familia.

–Chicos –les dijo a sus hermanos y a sus prometidas–, creo que voy a dormir en la casa grande esta noche. Después del día que hemos tenido, no me gusta que Jules esté sola.

Xander asintió y le dio una palmada en el hombro.

–Es una buena idea. Os veremos por la mañana.

Heath recogió su bolsa y recorrió la distancia que le separaba de la casa.

Julianne sabía que debía meterse en la cama. Había sido un día muy largo y muy duro, pero no tenía sueño. Se había despertado preocupada por su trabajo y por el fracaso de su relación.

Se hizo una infusión de manzanilla en la cocina. Tal vez eso lograra tranquilizarla para poder dormir. Estaba sentada a la mesa, tomándose la infusión, cuando oyó que alguien llamaba suavemente a la puerta. Esta se abrió casi inmediatamente, y antes de que ella pudiera levantarse. Heath apareció en la cocina.

–¿Qué pasa? –le preguntó ella sobresaltada–. ¿Ha llamado el hospital? ¿Hay algún problema?

Heath negó con la cabeza, haciendo que un mechón de su cabello castaño claro le tapara los ojos. Levantó las manos en gesto de rendición y ella se dio cuenta de que llevaba su bolsa de viaje en el hombro.

–No, no pasa nada. Papá está bien –le aseguró–. Simplemente no quería que estuvieras sola aquí en la casa esta noche.

Julianne exhaló un suspiro de alivio y se volvió a sentar. Tomó un largo sorbo de la infusión caliente e hizo un gesto de dolor. Después del día que había tenido, no necesitaba a Heath cerca de ella, distrayéndola con su presencia. Aún recordaba el peso de la mano de Heath cuando él se la puso sobre el hombro y la reconfortante calidez del torso de él contra la espalda. El contacto había sido inocente, pero ella había disfrutado tanto con él… Decidió que era mejor olvidarse de aquel recuerdo para centrarse en la salud de su padre.

–Estaré bien sola.

–No –replicó él tras dejar la bolsa en el suelo y sentarse frente a ella.

Julianne suspiró y se pellizcó el puente de la nariz. Se le estaba poniendo un fuerte dolor de cabeza y aquello era lo último que necesitaba.

Cuando miró a Heath, sintió que se perdía en las suaves profundidades castañas de sus ojos. Heath siempre estaba contento. Siempre estaba dispuesto a hacer una broma o a contar un chiste. Sin embargo, aquella noche su expresión era diferente. Parecía preocupado, pero no por Ken. Al menos, no del todo. Estaba preocupado por ella.

Como siempre.

Julianne no se mofaría del empeño de Heath por protegerla. Siempre se había tomado extraordinarias molestias para hacerlo. Ella sabía que, fuera de día o de noche, podía llamarlo y él acudiría enseguida a su llamada, no solo porque fueran familia, había mucho más, y aquella noche Julianne no estaba dispuesta a enfrentarse a ello.

–Gracias –dijo ella por fin. No iba a obligarle a que regresara al granero. No tenía energía suficiente y, además, resultaría agradable tener a alguien en la casa con ella. Sabía que él respetaría los límites.

–Resulta raro estar aquí sin mamá y papá –comentó él mirando a su alrededor.

Era cierto.

–¿Te apetece una infusión? –le preguntó.

–No, estoy bien. Gracias.

Julianne deseó que él hubiera aceptado la infusión para, de ese modo, haber tenido algo que hacer. No habían estado los dos solos desde que ella se marchó a la universidad hacía once años. Había tantos pensamientos y tantos sentimientos a los que no quería enfrentarse. Mirar a Heath a los ojos provocaba que todo volviera a resurgir. La ardiente atracción, un abrumador sentimiento de…

–Entonces, ¿qué ha ocurrido entre Danny y tú? –le preguntó Heath de repente.

–Decidimos que queríamos cosas diferentes, eso es todo. Yo quería centrarme en mi arte y en desarrollar mi carrera. Todo ha ocurrido muy deprisa y no quiero dejar que se me escape la oportunidad. Danny quería que diéramos un paso más en nuestra relación.

–¿Te pidió que te casaras con él?

–Sí –respondió ella.

Trató de no permitir que los recuerdos de aquel incómodo momento se apoderaran de ella. Ella le había dicho repetidamente que no estaba interesada en el matrimonio en aquellos momentos y que los hijos no formaban parte de sus planes de futuro. Sin embargo, Danny le había pedido que se casara con él de todos modos.

–Yo le dije que no lo más cortésmente que pude, pero él no se lo tomó muy bien. Después de eso, decidimos que si no íbamos a ir hacia delante, nos estábamos estancando. Por eso, él se marchó.

Danny era un hombre estupendo. Divertido y sexy. Al principio, no había tenido demasiado interés por sentar la cabeza, lo que, dada la situación de Julianne, era perfecto. Ella tampoco quería ir demasiado en serio. No se habrían ido a vivir juntos si él no hubiera necesitado un lugar en el que alojarse. Debió de verlo como un paso en la relación en vez de algo práctico dictado por la economía. Con el tiempo, había sido más fácil seguir juntos que romper y afrontar las consecuencias.

–¿No querías casarte con él?

Julianne lo miró y movió la cabeza con exasperación. Era una pregunta ridícula. Heath sabía muy bien por qué ella lo había rechazado.

–No. Sin embargo, aunque hubiera querido, ¿qué le habría podido decir, Heath?

Se produjo un largo e incómodo silencio.

–Jules… –dijo Heath por fin.

–Mira, sé que he sacado yo el tema, pero no quiero hablar de esto esta noche –replicó ella. Se terminó la infusión y se levantó–. Con lo de papá y lo de Tommy, no puedo con más dramas.

–Está bien, pero considerando que vamos a pasar los próximos meses juntos, tienes que afrontar el hecho de que tenemos que hablar al respecto. Ya lo hemos ignorado durante demasiado tiempo.

Julianne se había imaginado que aquello ocurriría. Tenía que enfrentarse con su pasado de una vez por todas.

Julianne observó al hombre que le robó el corazón cuando era demasiado joven. Incluso en aquellos momentos, la suave curva de sus labios era motivo suficiente para que el deseo se le despertara. No le costaba esfuerzo alguno recordar lo que había sentido cuando él la besó la primera vez en París. El susurro de los labios de Heath sobre su cuello mientras admiraban la Sagrada Familia en Barcelona…

Sus padres pensaban que habían enviado a sus dos hijos más jóvenes a un emocionante viaje de graduación por Europa. Lo que no sabían era que la libertad y los románticos escenarios que visitaban hacían surgir la pasión entre su hija y el más joven de sus hijos de acogida.

–De acuerdo –dijo–. Cuando papá esté estable y tengamos tiempo para hablar estaré lista para enfrentarme a ello.

Heath entornó la mirada. Ella supo inmediatamente lo que él estaba pensando. No la creía. Julianne llevaba años dándole excusas. Probablemente pensaba que ella disfrutaba con todo aquello, pero eso distaba mucho de ser cierto. Se sentía atrapada entre el hecho de no querer perderlo y el no saber qué hacer con Heath si lo tenía por fin a su lado.

Hacía muchos años, cuando los dos tenían dieciocho años y estaban lejos de casa, él la había deseado. Y ella lo había deseado a él. Al menos eso era lo que Julianne había creído. Era joven e inocente. A pesar de la atracción que le ardía en las mejillas cuando él la tocaba, había descubierto que no podía entregarse plenamente a él.