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Franco, un joven fotógrafo, se encuentra en una esquina de la ciudad de Buenos Aires con un hecho de violencia que involucra a Paloma, una comentarista de cine que trabaja en un programa de radio. A partir de ese suceso, tejen un vínculo afectivo cargado de circunstancias especiales que lo llevará a transitar por un camino insospechado, poniendo de manifiesto un aspecto esencial de la condición humana: la dualidad entre la razón y la pasión que embargará al personaje central de esta novela. Así, ingresará en un terreno recóndito e impensado que lo involucrará en circunstancias desconocidas, conduciéndolo hasta el lugar menos imaginado.
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Seitenzahl: 494
Veröffentlichungsjahr: 2025
SANTIAGO MARIO ARNEDO
Arnedo, Santiago Mario Operación Maspalomas : una historia de encrucijadas y misterio / Santiago Mario Arnedo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-6367-5
1. Novelas. I. Título. CDD A860
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Capítulos I
Capítulos II
Capítulos III
Capítulos IV
Capítulos V
Capítulos VI
Capítulos VII
Capítulos VIII
Capítulos IX
Capítulos X
Capítulos XI
Capítulos XII
Capítulos XIII
Capítulos XIV
Capítulos XV
Capítulos XVI
Capítulos XVII
Capítulos XVIII
Capítulos XIX
Capítulos XX
Capítulos XXI
Capítulos XXII
Capítulos XXIII
Capítulos XXIV
Capítulos XXV
Capítulos XXVI
Capítulos XXVII
Capítulos XXVIII
Capítulos XXIX
Capítulos XXX
Capítulos XXXI
Capítulos XXXII
Capítulos XXXIII
Capítulos XXXIV
Capítulos XXXV
Capítulos XXXVI
Capítulos XXXVII
Capítulos XXXVIII
Capítulos XXXIX
Capítulos XL
Capítulos XLI
A Magda, Nico y a mi mamá Susana,
inspiradora de mi libertad
Diseño de portada: Antonella Naftulewicz
29 de agosto de 2010
Franco había salido a almorzar al mediodía cerca de la consultora. La calle a esa hora estaba concurrida por miles de transeúntes; los cafés y bares de la zona también estaban repletos de estudiantes de la sede de la universidad que había en la esquina. Allí entre apuntes y libros se entreveraban en interminables debates filosóficos, políticos o simplemente organizaban las salidas del fin de semana. Las aceras marcaban un ritmo frenético de lo que todavía era un fresco mediodía de agosto.
Dobló por Marcelo T de Alvear hacia la 9 de Julio para ir hasta el Teatro Coliseo. Dado que estaba en la cercanía, quería aprovechar e ir a ver que obras había allí en cartel. Al aproximarse al cruce con la calle Libertad, observó a la distancia una pareja que estaba hablando en la vereda de enfrente; en la esquina en diagonal a él. La chica se veía bien vestida, en aparente actitud defensiva, como asustada. El hombre que estaba con ella le hacía ademanes amenazantes con los brazos en alto. Como lo tenía de espaldas, algo lejos para tener una buena visión, no alcanzó a verle la cara, pero identificó que llevaba una campera de cuero negro y que era mucho más alto de ella. De apariencia corpulenta, parecía que le estaba recriminando algo que no podía oír por la distancia y por el ruido ensordecedor del tráfico. Aparentaba ser una discusión de pareja. De repente, vio cómo el hombre la agarró bruscamente de los pelos y la empujó enérgicamente contra la pared haciéndola trastabillar, lo que le hizo perder el equilibrio, provocando que la chica cayera pesada y torpemente en la vereda. Producto del empujón, la cartera que llevaba voló por el aire a unos metros de distancia, perdiendo algunos de sus contenidos que se esparcieron a su alrededor. Pensó que se trataba de un robo, pero el hombre volvió a agarrarla del cabello y la tiró nuevamente con más fuerza que la vez anterior, lo que la llevó a desplomarse en el piso por completo. Al mismo tiempo seguía gritándole cosas que por el bullicio de los vehículos, no alcanzaba a escuchar, mientras ella en posición defensiva intentaba ponerse de pie cubriéndose la cara con sus brazos para no recibir ningún golpe. El agresor lejos de ir por las cosas que habían caído de la cartera seguía recriminando algo a viva voz. Casi instintivamente Franco le gritó:
—¡Pará flaco! ¿Qué hacés?
En ese momento, el paso frente a él de varios colectivos encolumnados, se detuvieron un instante tapándole la visión durante unos segundos, impidiéndole ver qué ocurría del otro lado de la calle. Una vez liberada la vista, observó que el hombre que había agredido a la chica, se había subido raudamente a un auto que estaba detenido justo ahí, y se fue acelerando rápidamente, mientras ella intentaba incorporarse. Al arrancar, alcanzó a escuchar que le gritó: “no te vuelvas a hacer la boluda otra vez”. Todo ocurrió tan repentinamente, que cuando finalmente pudo cruzar la calle para socorrerla, el hombre ya había desaparecido en el auto.
—¿Estás bien, te pegó?— le preguntó, ayudándola a levantarse.
—Sí, estoy bien. No, no me pegó, solo me empujó, por eso me trastabillé y me caí. Gracias — le dijo avergonzada, pretendiendo minimizar el hecho.
—¡Qué pedazo de hijo de puta! ¿Te quiso robar? ¿Cómo te va a tirar al piso así? Tenés que ir a hacer la denuncia a la Comisaría, —le dijo mirando a su alrededor. —Será posible que no haya un solo cana en la calle cuando hacen falta. ¿Dónde están todos los policías?
La chica era de unos treinta y cinco años, delgada, de pelo ondulado castaño oscuro; iba bien vestida, con un pantalón jean azul y una blusa celeste. Llevaba un collar llamativo con una piedra negra engarzada a una cadena dorada y un brazalete haciendo juego en su muñeca izquierda. Estaba totalmente pálida y descompensada por el episodio y su imagen transmitía un enorme estupor por lo ocurrido.
Enseguida se aproximó una señora con unas bolsas de supermercado que venía caminando en dirección hacia ella, que también había observado toda la escena. De cabellos platinados con un andar autosuficiente, de atuendo prolijo, de largas y pasadas épocas de juventud, pero resistiendo con holgura y disciplina el implacable paso de los años, se aproximó y le preguntó:
—¿Estás bien querida?
—Sí, señora no se preocupe, no me hizo nada, fue solo una discusión.
—¿Pero cómo te va a tirar al piso así? ¿Te quiso robar?
—No, no, es mi expareja —dijo la chica avergonzada, acomodándose la ropa.
—¡Habría que meter presos a todos esos tipos para que aprendan lo que es el respeto de una buena vez! —dijo la señora, viendo que la chica ya estaba recuperada. Gesticulando con ademanes de desagrado le agregó.
—¡Cuidate querida, vos sabrás con quién te metés! —y sin más que decir, prosiguió su camino sin antes balbucear algo inteligible.
Lo miró a Franco y mientras se terminaba de incorporar dándose palmadas en el pantalón para quitarse las manchas que le había producido la caída, le dijo con un gesto de encogimiento.
—No te preocupes que no fue nada. Gracias por parar, pero no pasó nada. Gracias.
—¿Estás bien? —insistió él— Te veo pálida. ¿Te puedo comprar una gaseosa en el quiosco?, o sino entremos en esa cafetería de enfrente así te lavas esa mancha de la blusa; mirá cómo te quedó toda sucia; además me parece que te la rompió en el brazo izquierdo.
Ella entre humillada y marcada incomodidad por lo ocurrido respondió:
—Uy, sí, me rompió la manga de la blusa. Dale, mejor entro en esa cafetería, así voy al baño para lavarme un poco, pero vos no te preocupes, andá nomás que debés estar trabajando. ¡Gracias por parar a ver qué pasaba!
—No me voy hasta que te vea recuperada.
—Dale, gracias.
—Después tendrías que ir a hacer la denuncia a la comisaría —le agregó.
Estaba realmente enojado con la situación violenta que había presenciado. No entendía cómo se podía tratar a una persona de esa manera, cualquiera fuera el motivo del enojo que tuviera el agresor.
—No, dejá, no voy a hacer ninguna denuncia. Es mejor así. Vos no te preocupes. No todo se soluciona con denuncias. Él es medio bruto, pero en el fondo no es lo que parece.
—A mí me pareció una bestia. Así no se trata a nadie, menos a alguien, que como te escuché decirle a la señora, fue pareja tuya.
Luego que ambos echaron un vistazo a su alrededor para cerciorarse de que no quedara nada en el piso que se hubiera caído de la cartera de la chica, entraron a la cafetería. Ella se fue directamente al baño, con cierta actitud de pudor. Franco se sentó a esperarla en una de las mesas disponibles que quedaban cerca de la puerta de ingreso, pensando cómo se podía agredir a alguien de la manera que había ocurrido. En cuanto ella salió, lo vio sentado con dos cafés humeantes, recién servidos. Fue en ese instante cuando él la pudo ver bien. Su cara lavada había recuperado el color y la sangre había regresado a sus mejillas. Se había acomodado nuevamente el pelo después del tironeo que había sufrido. Tenía ojos marrones acaramelados con largas pestañas que le proporcionaban una exquisita belleza. Su apariencia era la de una típica chica de Buenos Aires. No supo identificar bien que era, pero algo de ella le resultó profundamente cautivante. Ahora que la veía de cerca, y pasado el mal momento, le pareció más grande de edad; de unos cuarenta años. Cuando ella se sentó, se quitó los anillos y las pulseras que llevaba, para cuidadosamente guardarlos en su cartera. No llevaba aros, o ya se los habría sacado antes. Del bolsillo del pantalón extrajo un pañuelo de papel descartable para secarse las manos que todavía tenía húmedas luego de asearse en el baño.
—¿Me pediste un café?
—Sí, dale, tomátelo así te recuperas bien. Qué susto, ¿no? ¿Seguro que estás bien?
—Sí, quedate tranquilo que ya estoy bien. No te preocupes. Me llamo Paloma, le dijo. Gracias por parar a ver qué pasaba.
—Yo me llamo Franco. Disculpame que me meta en tu vida porque no sé quién sos, pero ¿ahora qué vas a hacer? ¿Te vas a tu casa? ¿Este tipo no te va a seguir, o esperar en la próxima esquina? ¿No podés llamar a alguien que te venga a buscar?
—No, quedate tranquilo que no pasa nada.
—Pero, ¿te puedo preguntar por qué se violentó con vos así?
—Es una larga historia. Es mi expareja. Son temas de celos que no puede controlar. Él siempre fue así; eso lo hace estar un poco agresivo conmigo.
—¡Pero esa no es manera de tratar a nadie! ¿Cómo te va a violentar así? Tenés que ir a hacer la denuncia policial a la comisaría. Si querés te acompaño, y digo que vi todo lo que vi que pasó.
—No, no, gracias, de verdad que no hace falta. Mejor no agrandar el lío. Ya se le va a pasar — dijo ella, claramente tratando de quitarle importancia al hecho, y luego acotó: —Además, no me golpeó ni nada, solo me empujó y yo justo trastabillé y me caí. Eso fue todo.
—Bueno mirá, hacé como quieras. Yo vi otra cosa, pero si vos no querés denunciarlo, será porque tendrás tus motivos. Ahora me tengo que volver al trabajo porque salí a almorzar, y se me fue la hora. Te dejo el teléfono de mi trabajo escrito en esta servilleta, por si te decidís a hacer la denuncia o necesitas que te salga de testigo. Llamame sin problema cuando quieras, que yo me acerco a la comisaria, y cuento todo lo que vi. Creo que tendrías que ir a la que está en Las Heras y Callao. Andá con cuidado que estos tipos son jodidos, empiezan con un empujón como el de hace un rato, y si no los frenás con la policía o la justicia, después terminan en cualquier cosa. Existen miles de casos de violencia de género que terminan mal.
—Sí, dale, no te preocupes. Muchas gracias otra vez por todo. Lamento haberte estropeado tu hora de almuerzo. Debés estar trabajando, ¿no?
—Sí, trabajo en una consultora de servicios audiovisuales, y después por mi cuenta, hago trabajos independientes cuando estoy libre; saco fotos y filmo casamientos, bautismos, cumpleaños, en fin, eventos sociales de todo tipo para decirlo genéricamente.
—Qué interesante, le respondió.
—Sí, a veces sí, pero otras no tanto. Bueno, me tengo que volver a la consultora porque ya tendría que haber estado allí, sino no voy a terminar nunca con los pendientes de hoy.
Casi como tratándose de dos viejos conocidos le dio un beso en la mejilla que ella recibió de manera natural, para luego pararse y decirle que los cafés ya estaban pagados. Luego salió de la cafetería rumbo a su trabajo.
Toda esa tarde no pudo sacarse de su mente la escena de la pelea de la chica en la calle. Una y otra vez se le representaban las imágenes del hombre agarrándola del pelo y tirándola violentamente al piso, gritándole vaya uno a saber qué cosas. Pero sobre todo no pudo sacársela a ella de su cabeza. Algo le había atraído sobremanera, pero no podía identificar exactamente que era. Se preguntaba ¿cómo hacía la gente para juntarse con personas tan violentas? Ella le había parecido una chica que se expresaba de forma educada, que estaba bien vestida y arreglada, pero no entendía que se hubiera vinculado con un hombre así. Tampoco le parecía razonable que no quisiera hacer la denuncia, pero eso podía ser por estar asustada. Quizás, una vez que se hubiera calmado y hablado con su familia, cambiaría de opinión. Se dio cuenta de que no le había pedido ningún dato de contacto, ni número de teléfono. Solo recordaba que le había dicho que se llamaba Paloma.
Franco había nacido en Hurlingham, cerca del barrio inglés donde las construcciones seguían siendo lindas, pero ya no mantenían la grandeza de las iniciales casonas británicas ni el señorío de épocas pasadas. Su niñez había sido la de un típico niño del lugar, adonde iba a jugar con los amigos de la cuadra en patios y jardines que todas las casas tenían. Su escuela secundaria fue solo un paso para hacerse de amigos para toda la vida. Allí descubrió el mundo del amor; su primera novia se la entregó el colegio. Un enamoramiento nacido a instancias de tardes de mates, donde se reunían para preparar las pruebas en casas de compañeras. El interés real de los encuentros no era el estudio, ni la preparación de las materias, sino el despertar romántico por quien inundaba de pasión sus días del secundario. En cualquier caso, le sirvió para aprobar los exámenes del colegio, y para enamorarse por primera vez. Fue en esa época también, donde descubrió su vocación por el cine, la fotografía, y el arte audiovisual en general. Tuvo en tercer año, un profesor de literatura que le trazó un camino que le marcaría la vida. Les recomendaba ver películas de culto basadas en obras literarias, que les narraba en las clases con asombroso entusiasmo y profundidad. Allí bajo la influencia de esas narrativas, empezó a interesarse cada vez más por el arte en sus diferentes formas de expresión. Quedó fascinado con un nuevo mundo que se le presentaba en forma visual, conjugando imagen, sonido, literatura, y expresión. A partir de allí cada vez que pudo, fue a ver las películas que el profesor les recomendaba; incluso en alguna oportunidad hasta había sido él quien le había pedido que le sugiriera alguna más para ver. Eso lo había convertido en un alumno especial de esa materia, que aprobó casi sin estudiar, por su mero interés despertado por el cine como canal de expresión de la literatura.
De contextura mediana, delgado y pelo castaño lacio, representaba acabadamente el prototipo del joven de clase media de la ciudad. Vestía por lo general jeans y zapatillas, cargando siempre su infaltable mochila colgada del hombro izquierdo. No era de fijarse excesivamente en la ropa, pero le gustaba verse bien. Prefería usar camisas sueltas por fuera del pantalón a las remeras que no le representaban su personalidad. No siempre se afeitaba, pero nunca dejaba pasar más de un par de días sin hacerlo, pues su apariencia era un asunto importante para él.
Con su papá había tenido una relación distante. El padre había sido empleado de correos toda su vida y como ferviente fumador desde su juventud había desarrollado hábitos que claramente habían atentado contra su salud, que lo llevaron a una desaparición absurdamente temprana. Cuando llegaba de trabajar solía ir al club del barrio a jugar a las cartas con sus amigos. Fue durante su adolescencia cuando surgieron los mayores desencuentros entre ellos. Cuando el papá entró en la etapa de deterioro físico, nunca pudo superar la dependencia en los cuidados que le brindaba su mamá que lo atendía de la mejor manera posible, a quien habitualmente descalificaba y hacía sentir carente de criterio y sentido común. El destrato que le daba utilizando expresiones humillantes y algunas veces hasta insolentes generaban un ambiente tóxico en la casa. Franco solía defender a su mamá discutiendo con él y asumiendo el rol de protector de quien a su criterio era el sostén emocional de toda la familia, lo que provocó, a pesar del estado convaleciente de su padre, no menos de una cantidad de encontronazos, hasta que la salud de su papá entró en franca decadencia. El proceso de deterioro fue rapidísimo. En un par de meses estaba hospitalizado y ya no pudo recuperarse. Cuando murió, él en ese entonces recién cumplía los diecisiete años. Sin embargo, a pesar de lo penoso de su última etapa de vida, su mamá al enviudar entró en una profunda crisis que le produjo una gran depresión, de la que nunca pudo sobreponerse. Al morir su padre tuvo que ayudar a sostener económicamente a la familia, y una vez finalizado el colegio comenzó una larga historia de transitar por diversos trabajos.
Con su hermana Jimena, no tenía mucho en común. Ella era seis años mayor que él. Por diferencia de edad, de niños, no habían compartido muchas cosas. Ella estuvo destinada a ser la chica perfecta, educada, fina, atenta siempre bien arreglada para que todos destacaran lo linda que era, en cambio él tuvo una crianza más libre. Pensaba que su hermana era una consentida, con quien nunca tuvo mucha afinidad. Jimena vivía desde hacía varios años en Madrid con su actual pareja; un arquitecto mendocino que había conocido en un trabajo. No tenían hijos, y hacía años que no la veía. La última vez había sido cuando habían venido un verano a Buenos Aires, pero solo tenían contactos esporádicos para saludos navideños y para los cumpleaños.
Toda la vida había estado en búsqueda de algo que le gustara para poder dedicarse con entusiasmo y dedicación. Al terminar el secundario, su dificultad por encontrar una carrera universitaria que le gustara, fue un tema verdaderamente traumático para él. Nunca sintió ninguna vocación por alguna disciplina de las tradicionales. Indeciso, sin resolución para encaminar su vida, veía como sus pares elegían con una asombrosa seguridad a que iban a consagrar el resto de sus días. Él no lo supo nunca; siempre se sintió como un caso distinto y raro. Decidir qué hacer fue una situación que le resultó verdaderamente traumática. Siempre estuvo lleno de dudas al respecto. Marchas y contramarchas inundaron su mente durante años llenándola de indecisiones. Había probado estudiar varias disciplinas distintas. Abogacía pensó que sería algo para él, pero al transitar el primer año de facultad, se dio cuenta que no era lo que quería, entonces decidió dejarlo y se anotó en sociología, donde cursó casi tres años, hasta también convencerse de que toda la teoría que aprendía no le redituaría en un trabajo estable, ni le depararía un futuro promisorio, y lo abandonó luego de unos parciales que desaprobó catastróficamente debido a la falta de tiempo en la preparación. Esto le produjo una gran crisis existencial que le generó un periodo de disconformidad consigo mismo, que no le resultó sencillo abordar. Le gustaban las ciencias sociales, pero sentía que su inclinación estaba más orientada al arte, al mundo de la imagen, el cine y la literatura. En paralelo deambuló por mil trabajos; desde ser ayudante de impresión en una editorial independiente que tenía una cooperativa en el barrio de Barracas, a ser cadete de un banco de primera línea en el microcentro, y hasta un verano incluso, se apuntó a trabajar en un bar de la costa, donde el año anterior había estado un amigo suyo que le había informado que necesitaban gente bien predispuesta para la temporada.
Al tiempo comenzó un curso de dirección de televisión en una universidad privada, que también debió abandonar, por los sistemáticos aumentos que sufrían las cuotas mensuales, que tornaron imposible poder pagarlas.
Finalmente, después de mucho pensar por donde seguir, hizo unos cursos de fotografía, aconsejado por un conocido de la zona que tenía un negocio del rubro, al que parecía irle bastante bien. De ahí en más, empezó ayudando al dueño del negocio con fotos en fiestas de casamientos y de cumpleaños. De a poco, se fue involucrando en el mundo de la fotografía. En una oportunidad, la persona para la que trabajaba, le pidió que fuera a cubrir una fiesta de cumpleaños, porque él no podía hacerlo ese día. Lo que había que hacer era relativamente sencillo, y su jefe consideraba que ya tenía suficiente rutina como para poder llevar a cabo el servicio solo. Como le prestaría las cámaras, no tenía nada que perder; además, le pagaría la mitad de lo que se cobrara por la tarea. Así fue como empezó a pensar que podría tomar trabajos por su cuenta, si contaba con equipos propios para hacerlos. A partir de allí, todo el dinero extra que ganaba, lo reservaba para la compra de equipos profesionales de fotografía, pantallas de iluminación más todos los accesorios adicionales para poder llevar a cabo el revelado y la edición de las fotos que tomara.
Cuando pudo comprar en material mínimo necesario para comenzar por su cuenta, hizo un par de trabajos en fiestas de amigos, sin cobrarles más que los revelados de las fotos. Como su sueldo era bajo, y sentía que con el dueño del negocio no tenía una estabilidad laboral, decidió buscar otra cosa más estable para disponer de ingresos que le permitieran alquilarse un departamento en la ciudad. Luego de años trabajando en diferentes lugares, así como periodos de desempleo, ingresó en una pequeña consultora independiente de marketing, donde estaba desde hacía casi cuatro años. Allí tenía un jefe con quien no se llevaba bien. Lo consideraba un inepto y arrogante, pero era uno de los tres socios que tenía la empresa; los otros dos, se dedicaban a la elaboración de encuestas políticas, generalmente para municipios, o provincias, y no tenían relación con él. De alguna forma, aunque no lo soportaba, creía que le había tomado el tiempo, y sabía cómo manejarlo. Además, como su jefe constantemente viajaba periodos bastante largos por el interior del país, se pasaba semanas enteras en la oficina totalmente solo, dado que los otros dos socios no iban nunca. Tenía una rutina de trabajo estable, aunque la mayoría de las veces recibía por mails instrucciones de lo que tenía que hacer, cuando había nuevos pedidos de servicios. Muchas veces al mediodía tenía todo resuelto, por lo que le quedaba el resto de la tarde disponible para estudiar, o hacer cualquier otra cosa.
Cuando murió su mamá hacía cuatro años, coincidió con el momento en que se había mudado a un departamento de dos ambientes al barrio de Saavedra. Su madre desde hacía bastantes años arrastraba severos problemas de salud. Para ese entonces vivía con una tía mayor en una casa de ancianos ubicada en la zona de Devoto. En esa época las visitaba generalmente los días domingos, cuando no tenía trabajo de fotografías para atender. Su fallecimiento lo impactó, pero no lo sorprendió. Sus últimos años habían sido de dolor sin poder disfrutar de la vida. Repentinamente contrajo una infección que su cuerpo no pudo revertir y en muy poco tiempo la llevó a la muerte.
Vivir en Saavedra le gustaba mucho. Alquilaba un pequeño departamento en un piso octavo con vista abierta. Su sueño irrealizable era irse a recorrer Latinoamérica, subiendo por las zonas más vírgenes de Bolivia hasta llegar a México. En el mejor de los casos ingresar a los Estados Unidos para conocer también ese país del norte. Claramente se trataba de entender el continente al que pertenecía, descubrir sus orígenes, sus lenguas vernáculas, sus aromas y texturas. Mucho de lo que había leído y visto a través de los años, le había despertado el interés por un “gran viaje”, para tomar contacto con la gente de las comunidades locales. Conocer las costumbres que todos los pueblos tienen, así como sus comidas, tradiciones, música y arte. También soñaba con sacar fotos que captaran la esencia y el espíritu de cada una de las comunidades que visitara. Sentía que ese viaje era imprescindible para entender su cosmovisión del continente. Su mayor deseo, sin embargo, era seleccionar algunos de los lugares visitados, para poder elaborar documentales que expusieran las diversas realidades de aquellas culturas. Para ello, sin lugar a dudas, necesitaba el financiamiento necesario que le permitiera poder viajar fuera del país, filmar, crear las imágenes que diera origen a su obra. Luego vendrían todos los aspectos comerciales sobre a quién venderle su realización. Pensaba en programas de televisión o museos, o en universidades que tuvieran interés en utilizarlo como elemento de apoyo para materias de estudios relacionados. Cualquiera de ellos podría mostrar interés en adquirir su trabajo. Para llevar a cabo tal anhelo, se había comprado una importante y costosa cámara filmadora que guardaba celosamente, y que solo utilizaba en ocasiones especiales.
A sus veintinueve años solo contaba con un puñado de experiencias de pareja, con resultados diversos. Había estado de novio con su primer entrañable amor del colegio con quien había durado tres años, y luego en dos ocasiones más. Con ninguna había podido sostener un vínculo duradero, y no era un tema que le quitara el sueño. Su principal interés radicaba actualmente en poder afianzarse laboralmente de forma independiente, circunstancia que no creía factible hasta tanto no terminara la carrera universitaria.
Actualmente estudiaba Artes Audiovisuales en la UBA con orientación en Iluminación y Cámara. Iba a clases a la noche a la sede de ciudad universitaria. Le quedaban, en el mejor de los casos, dos años para terminar, que podían llegar a ser dos y medio, o un poco más, según el grado de avance que tuviera, y el tiempo que le dedicara. Los fines de semana los usaba para hacer trabajos extras de fotografía y para estudiar también cuando podía. Los jueves a la noche eran intocables; estaban reservados desde hacía mucho tiempo de forma exclusiva para el fútbol con amigos.
La tarde de trabajo estaba llegando a su fin; le quedaba un pequeño rato más en la consultora para concluir un informe. Supuso que si tomaba unos mates lo ayudarían a hacer pasar el tiempo que le quedaba más rápido. Fue hasta la cocina a enchufar la pava eléctrica para calentar el agua, cuando sintió sonar el teléfono. Al oír el sonido del llamado, rogó que no fuera nada nuevo para hacer ese día. Regresó sobre su andar a levantar el tubo y escuchó una voz femenina que le dijo;
—¡Hola, quisiera hablar con Franco por favor!
—Sí, soy yo, ¿quién habla?
—Soy Paloma, ¿te acordás de mí? La chica que ayudaste hace unas semanas en la calle, cuando tuve una discusión con mi expareja. Vos luego me acompañaste a una cafetería ahí enfrente y tomamos un café ¿Me recordás?
—¡Ah, sí! Claro que me acuerdo de vos. ¿Qué hacés? ¿Cómo estás? ¡Qué sorpresa!
—Bien gracias. Te llamo para pedirte un favor. ¿Vos te acordás que me recomendaste que hiciera la denuncia de lo que ocurrió? Bueno, a los días siguientes yo consulté con mi abogada que me dijo lo mismo; que era imprescindible que la hiciera. El asunto es que hay un detalle que no te comenté la otra vez. Con la persona que me viste discutir en la calle, tenemos un hijo de dos años. En este momento le estoy presentado un reclamo judicial para que me pase dinero, porque no aporta nada para el nene. Mi abogada me dice que sería importante que ella te vea para ver si podemos usar tu testimonio en el caso de alimentos que tengo con él. Es ella quien quisiera hablar con vos un ratito para hacerte algunas preguntas. ¿Vos podrías por favor encontrarte con ella y conmigo en el centro alguna tarde de estas?
—Mirá, primero que nada, me alegra que hayas hecho la denuncia. Por lo demás, dejame ver porque estoy con muchas cosas estos días. Pasame tu teléfono que en cuanto me acomodo con los tiempos, te llamo y te confirmo.
—Sí entiendo. Está bien, fijate. Es que la abogada insiste que así las cosas serían más fáciles para avanzar con el reclamo. Es solo charlar un ratito con ella para ver si le podés aportar alguna información que considere que pueda ser importante en la causa. Yo voy a estar también, y así aprovecho para devolverte el café, ya que la otra vez lo pagaste vos. Es una manera también de agradecerte por haber parado a socorrerme y ver si me encontraba bien aquel mediodía.
—Bueno, contá con eso, pero dejame que me fije cuando puedo, porque como te digo, estoy hasta las manos de cosas estos días. Te llamo seguro en cuanto pueda organizarme un poco, ¿dale?
Paloma le pasó el número de su teléfono celular que él anotó en su cuaderno de trabajo. Quedó en devolverle la llamada esa misma semana. Una rara sensación le invadió todo el cuerpo. Sabía que le iba a decir que sí, y que iba a encontrarse con ella y su abogada, pero sintió que no podía decírselo en ese preciso instante. Estaba seguro que quería volver a verla, pero no sabía para qué. Pensaba que estaba bien ayudarla, y que ésta sería una oportunidad para hacerlo nuevamente; pero al mismo tiempo creía que debía dejar pasar unos días para ver cómo se sentía. ¿Cuánto había transcurrido desde aquella pelea en la calle? Un poco más de dos semanas por lo menos. ¿Cuál sería el riesgo de encontrarse con su abogada? Ninguno pensó. Diría lo que vio y listo; más que eso no le preguntarían. De cualquier manera, dejaría pasar unos días para ver todo más claro, para luego llamarla con una respuesta.
Al llegar a su departamento esa noche, colgó la mochila en el perchero que tenía en la entrada, y sacó el cuaderno donde había escrito el número de teléfono de Paloma. Hizo una doble anotación; en la agenda de papel que tenía encima de la mesa del living, y en los contactos del teléfono celular.
—No le pregunté el apellido, se dijo a sí mismo. La puso en la “p” de Paloma. Después cuando la llamara le preguntaría. Toda esa noche pensó por qué no le había dicho que sí directamente, dado que estaba seguro de que iría a verla. Cuando se acostó, trató de recordar cómo era, pero fue imposible volver a poner en foco sus ojos, su cara y las onduladas mechas de pelo que le cubrían parte de la frente. Se acordaba que tenía todo eso, pero no le fue posible armar el rompecabezas de su imagen y traer a su mente sus facciones. Pensando en ella se quedó dormido.
Era miércoles, y como su jefe estaba de viaje y no tenía ninguna entrega pendiente, decidió tomarse la mañana con tranquilidad. Eran los primeros días donde las temperaturas habían comenzado a subir por encima de los quince grados. Decidió bajar a desayunar al bar de la esquina. Cuando salió de su departamento se topó en el pasillo con la vecina de al lado. Era una señora mayor que vivía con su marido, que se encontraba recluido en silla de ruedas, y que ya casi no salía. Eran polacos y nunca habían tenido trato. La señora apenas lo saludaba cuando era inevitable, con un gesto adusto las pocas veces que la había cruzado. Alguna vez la había encontrado en la planta baja hablando con el portero del edificio en un español muy quebrado. Ella se ocupaba de ir con un changuito a hacer las compras al almacén y verdulería de la cuadra. Al encontrarse, ella ya había llamado el ascensor y con la cabeza le hizo una pequeña reverencia parca a forma de saludo. Luego bajaron juntos sin decirse palabra.
El barrio se iba desperezando de a poco. El mozo que conocía en el lugar, empezaba su jornada por las tardes, así que lo atendió una chica de manera cordial, pero un tanto fría. Era el mismo sitio donde algunas veces al volver tarde y cansado del trabajo, sin ganas de prepararse nada, paraba a comer alguna minuta. Regresar para quedarse solo en el departamento, a veces le resultaba fastidioso, ya que en la consultora por lo general estaba solo. La soledad nunca le había pesado demasiado, pero últimamente hacía algunas semanas que prefería estar en lugares concurridos, rodeado de gente y de sonidos, aunque no le fueran propios. Las japónicas de la cuadra ya mostraban su estado de floración, dando un aviso de estocada final al invierno, que paulatinamente iría despidiéndose por esa temporada. De chico, recordaba que cuando florecían en su casa de Hurlingham, era porque el invierno languidecía en su lecho de muerte, dando ingreso a los venideros días primaverales. Con el arribo de corrientes más cálidas, la gente paulatinamente comenzaba a reemplazar sus atuendos de frío, por el uso de ropas más livianas, de colores más intensos; hasta el humor se transformaba con la llegada de un clima más benigno.
Paloma le había propuesto encontrarse con ella y su abogada a las cinco de la tarde en un café de la avenida Santa Fe. Pensó que la elección del sitio no era muy oportuna, pues imaginó que a esa hora el lugar estaría colmado de gente, convirtiéndolo en inadecuado para una conversación de la naturaleza que iban a llevar a cabo. Seguramente tener gente sentada alrededor escuchando todo el relato, lo inhibiría un poco para contar lo visto en ocasión del episodio de la pelea. De todas maneras, no se hizo demasiado problema; en todo caso si alguien debía sentir incomodidad porque se escuchara lo ocurrido, esa debería ser ella. Al llegar miró a su alrededor, pero no la vio por ningún lado. Ingresó al lugar pasando entre personas que salían y otras que entraban, hasta que encontró una mesa disponible en un rincón contra una pared del fondo del salón, que además resultaba adecuada para tener algo de privacidad. Tuvo que esperar unos minutos hasta que llegara. La reconoció de inmediato en cuando la vio entrar. Al verla recordó instantáneamente las hermosas facciones de su rostro. Como estaba ubicado en parte final del salón, con la mano alzada se hizo ver para direccionarla hacia la mesa donde estaba sentado. Esa tarde estaba vestida con ropa formal, que acompañaba con un par de lentes oscuros que se había colocado sobre el pelo. Vestía un conjunto de dos piezas, de saco con pollera gris que combinaba con una blusa blanca al tono con zapatos de medio taco negros. La acompañó con la mirada todo el recorrido que hizo desde la puerta de entrada a la cafetería, hasta llegar a la mesa sin poder quitarle un segundo los ojos de encima.
—Hola, Franco, ¿cómo estás? Gracias por venir —le comentó saludándolo con un beso en la mejilla.
—¿Hace mucho que estás? Disculpas por la tardanza. Me dijo la doctora Casanova que está algo demorada, pero ya está en camino para acá. Por suerte pude escaparme del trabajo porque tenía que entregar unos informes hoy, pero pude dejarlos listos antes de venir; por eso me demoré un poquito.
—¿Bien, vos? No pasa nada, la esperamos. ¿Informes de qué hacés; vos a qué te dedicás?
—Yo trabajo como comentarista de cine y teatro para medios. Ahora estoy trabajando para una radio AM, en la parte de espectáculos, comentando las nuevas obras de teatro y películas que se van a estrenar la semana que viene. Salgo en un programa de la tarde los días jueves, aunque a veces los martes también. Además, mando grabado flashes con comentarios de las películas que pasan en algunas provincias del norte, y de vez en cuando tengo que viajar, cuando me contratan de alguna radio del interior para estar en vivo en algún programa también.
—¿En serio? Qué buen trabajo que tenés, te lo pasás bien todo el día. A mí me encanta ir al teatro; al cine también, pero más el teatro.
—¡Bueno, sí, la mayoría de las veces veo cosas lindas, pero también el trabajo consiste en ver muchas películas y obras! Generalmente tengo que tomar nota de un montón de cosas mientras las miro. No es un trabajo tan relajado como parece; tengo que averiguar ¿quién es el director, qué actores trabajan, de dónde son, dónde trabajaron antes, dónde está filmada la película, quién hizo el casting, saber sobre el guion, el vestuario, etcétera? Hay un montón de información y datos que tengo que conseguir, que una persona cuando va al cine, o teatro, por lo general no se fija, que yo los necesito como materia prima para poder después hacer mis informes. La gente compra la entrada y solo disfruta del espectáculo que ve; además, a veces tengo que soportar cada porquería que te la regalo. Igual tengo que tomar nota de todo, aunque la película sea mala.
—El cine es muy importante en el mundo del espectáculo —acotó Franco.
—La industria del cine, en un punto, es igual que cualquier otra; no se venden las mejores producciones, sino que vemos lo que las grandes cadenas distribuidoras quieren que veamos. Si una película entra en el circuito comercial, es porque alguna de las empresas internacionales de distribución la hace circular por todo el planeta. Pensá que se hacen miles de películas en todo el mundo, pero nosotros solo accedemos a ver algunas pocas de las que se filman. La gran mayoría son de origen norteamericano, porque las grandes cadenas distribuidoras son de ahí. Ellos son los que manejan el mercado de comercialización y distribuyen lo que nos llega; es muy difícil luchar contra eso. Finalmente, vos solo podés ir al cine a ver las películas que están en cartel. En la India filman más películas que en los Estados Unidos, pero rara vez llegan hasta acá. Por supuesto que allí también hay de todo, e incluso mucha basura, pero lo que vemos en la cartelera de los cines acá, es lo que estas empresas distribuidoras nos mandan.
Mientras sacaba una revista de su cartera, le dijo: —Mirá, casualmente ayer estuve viendo esta película sueca que está acá, y mostrándole la revista se veía un artículo sobre una película de nombre “Noche en Borás” cuyos protagonistas eran un tal André Malmström y Ulrika Wahlgren. Está rebuena, es de espionaje con bastante misterio. Los actores que trabajan son muy conocidos en Suecia. Esta película estuvo nominada como la mejor en su rubro para el festival de San Sebastián, pero perdió con una italiana que es excelente también. Es muy probable que muy poca gente la vaya a ver porque muy pocas salas la van a pasar y además porque no viene promocionada.
De repente alguien se aproximó a la mesa y saludó a Paloma.
—Franco, te presento a mi abogada, la doctora Casanova.
Frente a él se encontraba de pie una señora de unos avanzados cincuenta años de edad. De pequeña estatura, llevaba el cabello corto sobre los hombros con algunas canas mal teñidas. Muy formal en su vestimenta, con un conjunto de pantalón y saco negro. Tenía anteojos demasiado grandes para la forma de su rostro, pero al tener un marco casi invisible, ocultaba de alguna manera su desproporcionado tamaño. Su expresión seria, no descortés, pero de gesto adusto, solo se modificó en una tenue sonrisa de compromiso cuando Franco se levantó para extenderle la mano, y con un gesto cordial la invitó a tomar asiento con ellos en la mesa.
Paloma aprovechó el apretón de manos entre ellos para mirarlo y decirle:
—Desde ya te agradezco a que te prestes a estas preguntas que te quiere hacer mi abogada, pero como ya te comenté por teléfono, son necesarias para avanzar con el reclamo de alimentos que tengo contra mi expareja. No me pasa plata para el mantenimiento del nene, y como me tengo que ocupar de pagar todo yo sola, no me queda más remedio que ir por esta vía. El hecho de la agresión del otro día que vos viste, le agrega, según dice la doctora Casanova, un elemento más para que el juez resuelva más rápido el asunto del dinero que me tiene que pasar.
Mientras Paloma hablaba, la abogada aprovechó para sacar de su maletín a un cuaderno de apuntes y una lapicera. Luego le pidió que le dijera su nombre completo.
—Franco Antonio Carpani.
Seguidamente, luego de tomarle su número de documento de identidad y dirección, le explicó lo importante que era el aporte de su testimonio en el reclamo que estaba haciendo Paloma, y le pidió que relatara con la mayor precisión posible, todo lo que recordaba de los hechos; el día, el lugar, la hora en que había sido, y si creía que podría identificar a la persona que la había violentado aquella vez en la calle.
Franco quería colaborar y dejar la mejor impresión con su relato, pero no estaba seguro de poder identificar a la persona, porque todo había ocurrido muy repentinamente. Le narró que había visto el episodio a medias, entre los colectivos que pasaban en ese momento por la calle, que le habían impedido parcialmente ver con precisión lo que estaba ocurriendo del otro lado de la vereda. Además, al hombre siempre lo había visto de espaldas; no obstante, recordaba que se había subido rápidamente a un auto para arrancar velozmente, y que al cruzar al lugar donde estaba tirada Paloma en el piso, ya no estaba. Lógicamente, le contó que su atención había estado centrada principalmente en cerciorarse de que Paloma no estuviera ni golpeada ni lastimada. Al cruzar la ayudó a incorporarse, mientras ella se recomponía de los empujones que le habían provocado la caída. Luego le preguntó si alguien más se había acercado al lugar en ese momento. Recordó el paso de la señora mayor que venía caminando en dirección hacia donde había ocurrido la pelea, pero dijo no acordarse mucho de ella. Relató que le había preguntado si se encontraba bien, pero como su paso había sido muy fugaz, casi no habían mantenido un diálogo.
La abogada tomó varias notas en el cuaderno de lo que le relató y le repreguntó varias veces sobre sus comentarios. Finalmente, le dijo:
—¿En caso de proponerte ir a declarar al Juzgado, estarías dispuesto a ayudarla a Paloma con tu declaración como testigo de estos hechos de violencia?
—Sí, claro que podría siempre que me avisen con tiempo. Lo haría con mucho gusto porque ese tipo me pareció una bestia. Además, era mucho más grandote que ella y la empujó contra la pared con una fuerza enorme. Tipos así de violentos deberían cuanto menos tener una orden de restricción.
—De hecho, la tiene, pero no la cumple. Es por eso que es importante tu testimonio en el expediente judicial para que no quede como una mera declaración de Paloma que ese señor, por llamarlo de alguna manera, va a negar todo lo que ocurrió, acotó la doctora.
En la medida que iban hablando de todo lo sucedido, lo envolvió la misma sensación de irritación que había percibido aquel día. Nada lo dejaría más tranquilo que contarle al juez lo que había visto para que se lleve adelante el procedimiento que corresponda contra el agresor, y así ayudarla para poner las cosas en su debido lugar.
—Bárbaro, entonces contamos con tu ayuda y vemos si es necesario convocarte, pero al menos ya sabemos que con tu testimonio podemos tener una buena prueba de lo sucedido. Por mi parte esto es todo lo que necesito por ahora.
—Yo tengo que irme ya mismo a una Audiencia porque estoy atrasadísima, así que los dejo —dijo la abogada.
Guardó su cuaderno y lapicera en su maletín, y le extendió la mano a Franco, quien se la recibió en atento saludo de despedida, y dirigiéndose a Paloma le indicó que luego le comentaría bien como seguirían con el asunto. Le dio un beso en la mejilla para luego salir rápidamente de la cafetería.
Cuando quedaron solos, ella lo miró expresivamente a los ojos y le dijo:
—Gracias por todo lo que me ayudás; la verdad es que sos muy atento conmigo.
—Bueno, ya te dije que si puedo colaborar, podés contar conmigo.
—La abogada me dijo que cree que va a ser importante lo que vos puedas aportar con tu declaración. Así queda probado que no estoy inventando lo de la agresión en la calle. Él seguramente como siempre va a negar todo, pero si hay un testigo que vio lo que ocurrió no tiene escapatoria. Es una pena no tener también los datos de aquella señora que pasó justo caminando, porque sería buenísimo tener otro testimonio más que diga lo mismo.
Paloma pidió la cuenta y le dijo que lo disculpara, porque también se tenía que ir, pero no obstante que podían quedar en encontrarse en otra oportunidad con más tiempo para charlar un poco más.
—¿Te parece?
—Sí, dale, cuando quieras me avisas y nos vemos.
Esa tarde además de encontrarla extremadamente seductora, notó nuevamente que algo le cautivaba de ella sin saber a ciencia cierta que era. Le resultaba interesante, provista de una sensualidad muy atrayente; al hablar lo hacía con un tono firme, pero al mismo tiempo su voz era pausada y suave, con un encanto muy particular que la envolvía. Le resultaba fácil conversar con ella. Al charlar sentía una suerte de conexión en el diálogo que fluía de manera natural como si se tratara de dos viejos amigos.
Paloma sacó plata de su billetera y canceló la cuenta.
—¡Dejá! Pago yo, le dijo.
—No, vos estás ayudándome. ¡Lo único que falta es que también pagues la cuenta! Además, ya te había dicho que era mi oportunidad para devolverte el café que me invitaste aquel día.
Al salir se despidieron con un fraternal y profundo abrazo. Le agradeció una vez más la ayuda que le estaba proveyendo, y le expresó cuanto valoraba que la estuviera acompañando en momentos tan difíciles para ella. Quedaron en volver a verse pronto. Ella tomó por la avenida Santa Fe, y él la acompañó con la mirada hasta que cruzó hacia Callao para finalmente perderse entre la multitud.
Los días ya se habían convertido en calurosos y húmedos. Atrás habían quedado las bajas temperaturas del invierno y la primavera parecía haberse ausentado sin aviso, dando paso a un prematuro calor veraniego anticipado, provocando un desconcierto ambiental que tomaba por sorpresa a todos. La tarde avanzaba con amenaza de altas probabilidades de lluvias eléctricas. El cielo plomizo se mostraba totalmente encapotado desde las primeras horas de la mañana. En esos momentos, la llegada de la lluvia era una imperiosa necesidad para combatir el sofocante calor del ardiente asfalto de la ciudad. El agua traería algo de alivio y el frescor apaciguaría momentáneamente las altas temperaturas. A esas horas de la tarde, como si tratase de pleno enero, el vapor que emanaba de las calles se impregnaba en la piel al transitar.
Esa semana habían hablado un par de veces por teléfono para coordinar un próximo encuentro que arreglaron finalmente para el día jueves a la tarde. No salía de su asombro, notaba que algo le sucedía cuando hablaba con ella, o cuando la pensaba. No le resultaba indiferente y más allá de darse cuenta de que le atraía, sentía que le provocaba una excitación totalmente desconocida para él.
Llegó caminando por la avenida Santa Fe hasta Callao, y allí cruzó en diagonal hasta donde se iban a encontrar. Se trataba de una gran librería ubicada en una edificación de estilo, donde antiguamente había funcionado un teatro y que contaba con una amplia y elegante cafetería en el fondo, lugar en el que alguna vez había estado ubicado el escenario. Allí, a manera de ambientación resonaba música clásica a un volumen propicio, casi imperceptible, que le generaba al espacio un tono relajado. La cuidada selección musical naturalizaba el lugar y lo convertía en una suerte de palacio de la literatura. Los frescos pintados en el techo le daban la apariencia de una suerte de templo de la cultura universal, donde centenares de ávidos lectores se congregaban en búsqueda de obras, ensayos, biografías y demás géneros literarios. Se trataba de un lugar donde él había concurrido con frecuencia mientras tuvo un trabajo algunos años atrás en una casa de revelado de fotos, ubicado sobre la calle Riobamba, a dos cuadros de distancia. Habían acordado telefónicamente encontrarse allí.
Al arribar, la cantidad de gente que entraba y salía de la librería era enorme. Tan pronto como ingresó, escuchó la conversación de una familia de brasileños que se habían detenido a mirar los ejemplares de autoayuda, que estaban prolijamente expuestos sobre una gran mesa en la entrada. El aroma del lugar, producto de la acumulación de libros lo hizo sentirse identificado y familiarizado con el sitio. Al acceder al hall central, no pudo dejar de admirar las pinturas de la cúpula. Las imágenes, como ángeles del Renacimiento, eran testigos del deambular de los visitantes que transitaban por el lugar; observando en su eterno silencio, todos los movimientos de la gente que buscaba obras literarias ordenadamente dispuestos por temas en las diferentes estanterías. Ciertos sillones distribuidos estratégicamente en la planta baja para que los lectores pudieran sentarse a ojear cómodamente los libros, estaban casi todos ocupados, mayoritariamente por quienes parecían disponer de tiempo y carecer de apuro. Los candelabros dorados y las luces de estilo encendidas brillaban en todo su esplendor, como en las mejores épocas de galas del teatro que alguna vez supo funcionar allí.
Aunque había llegado temprano a la cita, miró a su alrededor para ver si la encontraba. Quería verla unos instantes, casi secretamente sin ser descubierto, un poco antes de ir a saludarla. Imaginó que ella al llegar iba a pasar por los pasillos mirando libros y que se detendría en alguna mesada para ojear alguno que le interesara. En ese instante, quería aprovechar para observarla detenidamente, contemplarla con atención, y descubrir que era lo que le generaba tanta fascinación. A medida que fueron hablando por teléfono durante esos días, le había despertado un interés inusual por conocerla y tratarla. Sentía que nunca antes había tenido una atracción así por nadie. La encontraba llena de frescura y portadora de un encanto inigualable. Para mantenerse oculto y no ser visto, tomó un ejemplar de psicología que estaba puesto en exposición como una de las obras destacadas de la semana, y se ubicó detrás de una columna en un costado del hall central a la espera de que llegara. Si bien abrió azarosamente el libro por la mitad, su atención nunca estuvo centrada en su texto, pues todo su interés estaba destinado a vigilar si la veía ingresar. A medida que se extendía la espera, lo fue ganando el nerviosismo y la impaciencia. El tiempo parecía haberse detenido en ese momento previo al acordado para el encuentro, y el paso de los minutos que necesariamente debían acortar la espera se hizo prolongado e interminable. El reloj no avanzaba; tenía la sensación que desde hacía un largo rato que la hora permanecía estática.
Cuando su ansiedad ya era evidente y la espera le empezaba a pesar, la vio entrar. Se aproximó como dando pequeñas pisadas en el aire hacia la parte central de la librería. Su pelo castaño oscuro enrulado le caía agraciadamente sobre los hombros, con cierta inclinación hacia su perfil derecho; con botas de agua amarillas por encima de los jeans, y un paraguas de ocasión que ya había cerrado, que le colgaba goteante del brazo izquierdo. Llevaba una blusa azul oscuro, cruzada por un collar artesanal que remataba con una piedra color ámbar. Como si nada del encuentro le importara demasiado, fueron los libros expuestos en las mesadas principales del lugar, los que primero llamaron su atención. Luego de detenerse unos segundos para observar algunos ejemplares, levantó la mirada como buscando si lo veía. Sin mostrar ninguna prisa, ni otro interés distinto, se acercó a otra mesa donde se encontraban las biografías de políticos, deportistas, y celebridades. Apoyado contra una columna, no podía dejar de mirarla atentamente de una manera casi clandestina. Escondido entre las personas que transitaban por el lugar y utilizando las bibliotecas repletas de volúmenes para cubrirse, se aproximó lentamente. Quería acercarse un poco más para verla desde menor distancia, y tener unos instantes para observarla intensamente sin ser visto. Toda ella parecía estar hecha a su gusto y medida. Cuando ella levantó la mirada por segunda vez, giró su cabeza hacia el interior del local como buscándolo, brindándole su perfil derecho. Allí puedo ver la rectitud de su nariz perfecta y la sensualidad de la comisura de los labios. Con un movimiento cuidadoso, vio cómo levantaba otro libro de esa mesa y le preguntaba algo a un vendedor que se encontraba parado junto a ella. Se produjo un pequeño diálogo entre ellos de unos pocos segundos. Cuando el vendedor le respondió su pregunta y se alejó, no aguantó más, se acercó hacia donde estaba y le dijo.
—Hola, ¿cómo estás? Ella al escuchar su voz, giró sobre sí misma, dejó de mirar la obra que tenía entre sus manos; la puso nuevamente sobre la mesa de donde la había levantado, y devolviéndole la mirada con una sonrisa afectuosa le respondió:
—Hola, bien ¿y vos? ¿Hace mucho que llegaste?
—No, yo acabo de entrar — respondió, como si el tiempo que llevaba esperándola lo hubiese puesto en una situación vergonzante de revelar en ese momento.
—Yo también acabo de llegar.
Se fundieron en un abrazo largo con un beso en la mejilla.
Al acercarse percibió el perfume agradable que desprendía. Le parecía que sus ojos marrones eran más claros de los que recordaba, e iba con la cara lavada sin ningún tipo de maquillaje. Las veces que la había visto, siempre usaba anteojos oscuros, y él pensaba que le ocultaban lo más destacado que tenía. Era una mujer de rasgos finos, de ojos profundos y cautivantes. Cuando sonreía se le iluminaba todo el rostro y la encontraba verdaderamente fascinante. Su atracción por ella no era solo física, sino que estaba compuesta por una honda sensación que no tenía claramente identificado, pero que le despertaba emociones diversas que le resultaban difíciles de encasillar en alguno de los espacios que conocía.
—Estaba justo mirando esta biografía de un director de cine italiano que me recomendaron, pero mejor vamos a tomar algo —dijo ella.
A medida que se acercaron a la cafetería, no quería que el nerviosismo le ganara la pulseada, y trataba de hilvanar las palabras que le iba a decir; finalmente con la torpeza propia de los inseguros, le preguntó dónde se quería sentar.
—¿Allá, en aquella mesa está bien, no? —respondió ella, señalando una ubicada casi al fondo, en un rincón.
La calma del sitio era solo interrumpida por un matrimonio con dos hijos hablando en portugués que estaba sentada en una mesa al costado de ellos. Afortunadamente ya habían pedido la cuenta y estaban próximos a levantarse e irse.
Una vez atendidos, y antes que el mozo trajera lo pedido, Paloma le dijo.
—Gracias por preocuparte por toda esta situación.
Franco disimuló una falsa modestia, porque se sintió alagado ya que vio en ese agradecimiento un acercamiento y un reconocimiento que él valoraba sobremanera.
—Mirá, yo siento que te debo una explicación. Te quiero contar bien lo que me pasó, que es parte de lo que vos viste aquella tarde en la calle —expresó ella. Tal vez te ayude a entender por qué sucedieron esas cosas.
—Dale, no siento que me debas nada, pero contame.
—Yo vengo de una familia algo particular. Mi papá nos dejó cuando yo tenía siete años. En realidad, se fue a vivir con otra mujer. En Chacabuco, provincia de Buenos Aires, que es la ciudad donde yo nací y crecí, todos nos conocemos. Cuando pasan estas cosas que los matrimonios se separan, aunque no sepan el motivo que hay detrás de la ruptura, ocurre que la gente toma inmediatamente partido por uno o por otro. A mi papá cuando se fue a vivir con su nueva pareja a otra casa, hubo gente que no le habló nunca más. Imaginate, mi viejo tenía una ferretería que había puesto mi abuelo, que siempre funcionó bien y que nos permitió vivir sin tirar manteca al techo, pero sin sobresaltos económicos. Cuando se enteraron de que mi viejo había dejado a mi mamá con dos nenas chiquitas por otra mujer, la gente del lugar le dio la espalda y dejó de ir a comprarle. Clientes y amigos de toda la vida lo marginaron y dejaron de hablarle; al menos eso es lo que siempre nos contó mi vieja.
—Qué difícil debió haber sido para tu mamá, ¿no?
—Sí, claro. A partir de ahí, mi mamá nos crio sola a mi hermana y a mí. No sé bien qué habrá pasado, pero cuando mi papá se fue de casa, ni mi hermana ni yo tuvimos más contacto con él. Según nos contaron, después de unos años, la mujer con la que se había ido a vivir lo echó de la casa. Luego, con el tiempo, volvió a formar pareja con otra mujer que era de Chivilcoy, con la que tuvo dos hijos varones, que ahora tienen diecinueve y dieciséis años. Yo no tengo ningún contacto con ellos, y te diría que los vi dos o tres veces en toda mi vida. Claro, hay que entender qué con dos hijas por acá, y dos hijos más por allá, el tipo se las habrá visto muy complicadas. Además, por presión social tuvo que vender casi regalada la ferretería, porque le habían hecho la cruz en Chacabuco. En este tipo de lugares donde pasan pocas cosas, estas noticias se desparraman a una velocidad crucero, y vos sabés que solo se tienen amigos cuando uno está bien. Tuvo la suerte de tener un primo segundo, que apenas conozco, que tenía un pequeño taller de confección de ropa de campo, donde hacían bombachas, camisas, ponchos y mamelucos para los que trabajaban en los talleres mecánicos de la zona. Allí estuvo un montón de tiempo desde que vendió la ferretería, hasta que se jubiló hace unos años. Su actual mujer; la de Chivilcoy, me dijeron que es buena mina, lo bancó un montón. Según mi mamá fue engañada, porque mi viejo le había dicho que estaba divorciado cuando la conoció, y la realidad es que mi papá y mi mamá nunca se divorciaron. Como te imaginarás con mi viejo no tengo ninguna relación y no lo veo desde hace muchísimo tiempo. La última vez fue cuando pasé en auto por Chacabuco, y lo vi caminando cansino por la vereda; iba con bastón a paso lento y se movía como muy avejentado.
—Muchas familias tienen historias muy complicadas —acotó Franco.
