Oscuro Final de la Calle - Andrew Madigan - E-Book

Oscuro Final de la Calle E-Book

Andrew Madigan

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Beschreibung

Horvath trabaja para la Firma. Ha sido enviado para localizar a Van Dyke, quien se fugó con su dinero.

A la mañana siguiente, conoce a Lana. Ella también está buscando a alguien, así que se unen. No está seguro de poder confiar en Lana, pero se siente atraído por ella. Y ella es todo lo que tiene.

La ciudad es sucia, violenta y corrupta. Dirigido por el Sindicato, los delincuentes controlan la policía, el alcalde y el ayuntamiento. Las pistas de Horvath no parecen llevar a ninguna parte.

Vaga por la ciudad en busca de pistas, bebiendo espresso, bebiendo whisky y tomando aspirinas como si fueran mentas para el aliento. El peligro sigue cada uno de sus pasos, pero no lleva un arma. Ese es su código; algo que su mentor, McGrath, le enseñó hace años.

Pero en una ciudad que está demasiado rota para arreglarla, ¿Puede Horvath juntar las piezas?

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OSCURO FINAL DE LA CALLE

ANDREW MADIGAN

Traducido porSEBASTIAN OBREGON

Derechos de autor (C) 2021 Andrew Madigan

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado en 2021 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

Editado por Santiago Machain

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

CONTENIDO

1. Golpeando el pavimento

2. Los Hombres Muertos son más Pesados que los Corazones Rotos

3. Ojos de Color Falsos

4. Tienes que moverte en línea recta

5. Hombre Camina Hacia Un Bar

6. Pastelerías & Red Velvet

7. La Colina de Hormigas

8. Tren Nocturno

9. Te edifica, sólo para menospreciarte

10. La Mujer de Rojo

11. Pulpa

12. En un Lugar Calmado

13. Los Niños Están Bien

14. Esperando al Hombre

15. La habitación cerrada

16. Sangre, pus y desayuno

17. Una noche solitaria

18. Dinero

19. Horizonte Irregular De Las Llaves Del Coche

20. Final Oscuro De La Calle

21. Todo Demasiado Humano

22. Sangre y Sémola

23. Tiro largo

24. El Autoservicio

25. El Objetivo en Movimiento

26. Beso de muerte

27. La habitación secreta

28. Los Tipos Duros no Bailan

29. El Hombre Delgado

30. Alto y Bajo

31. País de las Maravillas Duro

32. La Ventana Alta

33. Dejando la Ciudad

Querido lector

Acerca del Autor

“Este libro está dedicado a nadie”.

1

GOLPEANDO EL PAVIMENTO

Horvath se despierta ante el sonido de una cabeza golpeándose en contra del concreto afuera de su ventana. El sonido es apagado y hueco. No hay eco pero puedes sentirlo en tus dientes y huesos. Hay sonidos que pueden hacer a un hombre duro acobardarse. Había puesto un despertador la noche anterior, pero esto no era exactamente lo que él tenía en mente.

Al principio es como un bate de béisbol golpeando una pared de ladrillos a 144 kilómetros por hora. Él piensa sobre esto y mira la preparación, el lanzamiento y la liberación. El impacto. Imagina la pelota, posteriormente, cayendo al suelo como si estuviese exhausta de un largo día de trabajo.

Luego mira los ojos muertos del hombre, el sudor, el doloroso rictus de su boca. Armas y piernas caídas como una muñeca de trapo. Y el otro hombre, montado sobre un cuerpo sin vida. Mandíbula apretada, ojos rojos, venas abultadas. Manos agarrando al hombre por las solapas, enrolladas como puños mientras lo golpeaban hacia la superficial implacable, una y otra vez.

Horvath tira sus piernas hacia el lado de la cama, se araña a sí mismo, bosteza. Enciende un cigarro.

Él estaba soñando con océanos profundos e infinitos desiertos solo algunos minutos atrás, y ahora esto. La vida no es un menú para cenar, piensa. No puedes escoger y decidir o colocar tu orden con una atractiva mesera. No, te traen cualquier cosa vieja y te lo tienes que comer.

Dos más golpeteos de cabeza, pero el sonido es diferente ahora. Más suaves y más precisos. Como un melón de almizcle cortado a la mitad por un machete.

Puede escuchar al hombre afuera, respirando pesadamente. Puede sudar hacia el pavimento, sangre agrupada bajo los cuerpos. O quizás sea solo su imaginación.

Y luego todo se vuelve tranquilo.

La fortaleza del hombre se había secado, como aceite de motor en una cubeta colectora. Todo lo que tienes que hacer es apretar esa nuez y todo sale rápidamente.

Horvath mira los brazos flácidos y las piernas gomosas. Incluso sus párpados están exhaustos. Él sabe cómo se siente el sujeto. Como si no hubiese dormido en años. Vacío, inútil, yendo en círculos. Los brazos flácidos y las piernas de goma. Incluso sus párpados están agotados. Sabe cómo se siente el tipo. Como si no hubiera dormido en años. Vacío, inútil, yendo en círculos. Continuaba en cigarrillos, bourbon, y sopa fría que no se molestaba en recalentar.

El hombre cae, completamente cansado. Él ahora está extendido sobre su amigo como si estuviesen abrazados. Hace una especie de sonido, un suave gemido.

El otro hombre no hace ningún sonido.

Horvath se levanta, se estira, hace un chillido mientras la punta de sus dedos alcanza el techo.

Un último soplo antes de que aplaste el cigarrillo en el cenicero cuadrado de vidrio.

Mira al sillón reclinable, donde sus pantalones arrugados cuelgan sobre el espaldar. El cinturón aún está sujeto, arrugado a través de los broches como un brazo alrededor de la cintura de alguien.

Tiempo para vestirse. Él suspira hacia los pantalones grises.

Zapatos, camiseta, abrigo. Sin corbata.

Billetera, llaves, reloj de muñeca, monedas.

Encendedor, cigarrillos.

Listo para irse.

El elevador es más que un ataúd. Pequeño, oscuro y sin aire. Depresivo.

Silencioso e inmóvil, los pasajeros son más como cadáveres que seres vivos que respiran. De hecho, la mayoría de ellos ya han muerto. Pero aún no lo saben.

Horvath presiona la brillante L.

Las puertas se cierran, y el elevador se mueve.

Los otros pasajeros, un hombre y una mujer, se bajan en el tercer piso.

Hay una abrupta grieta en el vidrio, como un relámpago brillante, y la plata está desvaneciéndose, así que más que una ventana es un vidrio para mirar. De cualquier forma, no le gusta lo que mira. Solía verse como aquel famoso actor, o al menos como su menos atractivo primo, pero ahora, cuando se mira en el espejo, Horvath mira el dibujo de un niño. El tambaleante conserje de una casa embrujada, o un hombre salido de un hospital días atrás.

Una deslustrada placa de latón dice EL EJECUTIVO en letra cursiva que está tan ornamentada que es casi imposible de leer. Horvath se ríe silenciosamente. Ningún ejecutivo se quedó en este basurero, al menos en los últimos 20 años de cualquier forma.

Este es el tipo de hotel donde las personas no se quedan la noche. Se quedan por una hora, o viven aquí por semanas, meses, quizás años. Algunos mueren aquí. O se esconden hasta que es seguro, luego se visten y caminan por la calle con un brillo en su caminar, silbando una vieja tonada hasta que alguien se acera por detrás de ellos y clava un cuchillo en su espalda.

Enciende su cigarro en el momento exacto que observa el letrero de NO FUMAR. De hecho, dice N_FUMAR. La O se ha derretido, incinerada. Y el resto del letrero está cubierta de quemaduras de cigarrillo, como un ama de casa abusada que va a hacer algo uno de estos días.

2

LOS HOMBRES MUERTOS SON MÁS PESADOS QUE LOS CORAZONES ROTOS

Aún está oscuro.

El cielo es gris, como una calzada después de que llueve.

Como esos pantalones de franela mi jefe solía usar. Se detiene en el borde y hace un giro pensativo, mirando a través de la ciudad durmiente.

Sr. Lazlo. Gerente Regional Asistente de Dominion Enterprises. Leslie Lazlo. El Viejo Les.

Siempre usaba un sombrero, llevaba un paraguas. Y esa estúpido alfiler de corbata. Que imbécil. Ese fue mi último trabajo real. Gran Alivio, dice, sin estar seguro si en verdad lo quiere decir.

Mira a su reloj. Nunca estoy en el horario correcto. Antes del amanecer, o aún despierto cuando el sol sale.

Nadie está alrededor. Las calles están vacías. Hay un cable de teléfono a través del camino, recto y alto como un dedo alzado a los labios pidiéndote que estés tranquilo. Incluso las ratas y ratones se han escapado hacia algún lado. No quieren estar cerca cuando los policías lleguen aquí. Tienen mejores cosas que hacer que beber café rancio y repetir la misma historia cien veces hasta que los detectives estén satisfechos.

Horvath camina alrededor hacia el lado del edificio.

Nada se mueve en el alrededor aquí, nada aún, pero de alguna manera puede sentir los camiones de periódicos deslizándose a través de las calles con baches, panaderos amasando masa, una transeúnte anciana poniéndose un gorro de noche y diciéndose a sí misma una historia para dormir. Su vista es tan Buena que puede ver cosas que no están ni siquiera ahí.

Él camina media manzana hacia el lado oeste del hotel y da vuelta a la derecha hacia un callejón. Colchón manchado, basurero azul, algunas bolsas de basuras alrededor de él. El aroma de leche descompuesta e incluso más ajo podrido. Una puerta mosquitera se cierra abruptamente.

El cuerpo se sienta ahí tranquilamente e inmóvil, como si tuviese su retrato pintado.

Pero no hay ningún artista por aquí, ni siquiera alguien con una boina.

Horvath camina a través del callejón. En su mente el suelo estaba hecho de concreto, pero en realidad era asfalto. Él encuentra esto perturbador por razones que no entiende.

Las suelas de sus zapatos se pegan al alquitrán pegajoso.

La rigidez está en sus pies ahora. Él mira hacia el tercer piso y mira la marca de tiza en el cristal de su ventana. McGrath le enseñó eso. Así que siempre sabes dónde estás, incluso cuando estás en el exterior mirándolo.

Un último arrastre antes de mover el trasero en contra de la pared de ladrillo. Se encuentra cerca de un par de latas de aluminio viejas, paradas como una pareja de ancianas discutiendo por un pedazo de fruta en el mercado.

Él camina hacia el basurero y abre la cubierta.

Horvath empuja las mangas de su chaqueta algunos centímetros, se inclina, y toma al sujeto por las muñecas. No está mal, él piensa. 180, 190. Continúa recordando una alfombra enrollada en Cincinnati, algunos años atrás. Su espalda inferior lo recuerda también.

Él arrastra el cuerpo hacia el basurero, pone sus manos en sus caderas y toma algunos suspiros. Estoy muy viejo para esto. Este tipo no es un maniquí barrido y yo no estoy en el IV escuadrón de fútbol.

Desciende hacia abajo, como juez de línea defensiva. Le toma esfuerzo, pero logra levantar el cuerpo sobre sus hombros. Tómalo suavemente. Levántalo con tus piernas. Ahí lo tienes. Él sonríe y lanza el cuerpo a la boca de un basurero. Tengo algunos pocos años buenos en mi aún.

Me sentaría bien un shot de whisky, un gran cinturón inmóvil.

Este es el coro a esa canción que está atrapada en mi cabeza.

Toma algunas bolsas de basura, algunas botellas de cerveza, un tapacubos, lo lanza todo en el basurero. Periódicos, tazas de café, un paraguas roto que se ve como un cuervo muerto. Tres pilas de revistas viejas unidas con un cordel desgastado. Una bolsa de papel con envoltorios de hamburguesas adentro, hechas una bola y arrugadas como la semilla de una ciruela.

Toma un vistazo al basurero. Hay una lona salpicada de pintura a los pies del sujeto. Se recuesta, lo toma, lo pone sobre sus piernas, que aún estaban visibles bajo la basura. Ahí. No lo puedes ver ahora. Básicamente no está aquí. Con alguna suerte, los hombres de la basura no lo encontrarán y llegará al basurero municipal sin que nadie se entere.

Horvath mira hacia sus manos. Están cubiertas en una pegajosa capa de sangre y algo que lo hace pensar en yemas de huevo. ¿Pus? ¿Órganos internos? No sabe mucho acerca de los trabajos internos de un cuerpo humano pero se lo imagina como una pequeña maleta, cada elemento empacado ordenada y limpiamente, todo en su lugar apropiado. Las medias durmiendo dentro de los zapatos, camisetas limpias encima.

Huele sus manos, pero eso no le dice nada, así que las limpia en sus pantalones.

La factura de la secadora. Intenta no pensar en ello.

Despierto ahora, el sol está comenzando salir por las persianas, y Horvath ya ha pasado por un día entero de trabajo. O al menos eso parecía.

El hambre es el puño de un extraño golpeando insistentemente a la puerta.

Se dirige a la parte alta de la ciudad y para en la cafetería en la Quinta y De Lucca por tocino, huevos y dos rebanadas de tostada crujiente. Se lo ha ganado.

3

OJOS DE COLOR FALSOS

Hojea el menú, solo para asegurarse.

La mesera, cuadernillo verde en mano, hombros caídos.

“Tendré el #37”. Señala al ítem, aun cuando ella no está mirando.

Ella asiente, garabatea en su cuaderno, camina hacia el mostrador.

El cocinero está volteando un sartén. Mira a Horvath. Aún es temprano, pero su delantal está tan sucio como el de un carnicero al final de un día duro de matanza.

La enfermera grita, golpeando el papel endeble sobre el carrusel de plata.

No hay nada que hacer mientras espera por el café, ni siquiera un periódico abandonado para leer.

Horvath está buscando una distracción cuando ella aparece. Lo primero que nota es la puntación de tacones de punta en las baldosas.

Se sienta en el mostrador, cuatro taburetes hacia abajo.

Mueve sus ojos sin virar su cabeza. Falda azul de medianoche, apenas arriba de la rodilla. Está envuelta apretadamente a su cintura. Como manos ásperas alrededor de tu garganta, él piensa. Blusa amarilla, delicadamente abotonadas al cuello. Pero no hay nada delicado en sus ojos, que te dice que sabe que todas las palabras de cuatro letras incluso si no las va a decir en voz alta.

Ojos verdes pálidos con una banda de gris alrededor del exterior. Labios rojos, como todo espacio en una ruleta. Pelo oscuro café atado en la punta, con algunos mechones sueltos dejando ver la parte trasera de su cuello. Uñas pintadas en el mismo rojo casino.

Parece familiar. ¿La conozco?

Hojea a través de un Rolodex de caras de mujeres, pero no encuentra nada. Las caras comienzan a verse iguales.

No está, de hecho. La recuerda. Se destaca como un payaso en un funeral de estado. Una verdadera rompecorazones. Sabe que la miro aun cuando no puede verme. Puedo leerlo en sus hombros, sus piernas cruzadas, en los dedos finos tocando ese broche atado a su blusa.

El café ya llega, eventualmente. Como el galope de caballería después de que todos los soldados a pie han sido asesinados.

Horvath intentó recordar si alguna vez tuvo el corazón roto. No lo cree. Mis brazos han sido fracturados. Algunas costillas. Clavículas y nariz, pero ningún problema del corazón. No me quedo por mucho tiempo. El sueña un sueño que estaría muy avergonzado de confesar, incluso a sí mismo.

Cuando la comida llega, la consume como si no hubiese comido por semanas…

Antes de que diga algo, él la siente inclinándose, siente el cambio en su respiración.

“Disculpe”.

Se da la vuelta.

“¿Me puedes pasar la sal?”

“Seguro. Aquí tienes”. Lo desliza a través del mesón grasoso.

Puede sentir al cocinero mirándolo. Sus ojos están sobre él, como el tapete mojado que utiliza para limpiar los derrames.

Pone sal a sus huevos, luego sostiene el salero con una ola. “¿Lo quieres de vuelta?”

“Quédatelo. Estoy bien”.

Le dio un vistazo, dos veces. “Lana”.

“Hola, Lana”.

“No, Lana, como la actriz”.

“Oh de acuerdo, ella”.

“¿Eres un aficionado del cine?”

“No en realidad”.

“¿Qué te gusta entonces?”

“Libros”.

“¿Te gusta leer?”

“Sí.” Trocea el tocino hacia su huevo, en una cama de huevos líquidos. Lo lava con café negro. Amargo, pero hace su trabajo correctamente.

“¿Qué te gusta leer, cómics?”

Se ríe, vira la cabeza.

Su sonrisa es tan delgada que casi no existe. Horvath piensa de maestros, políticos, y hombres de Dios. Siempre hablando, pero cuando tratas de entender sus palabras, no hay nada ahí. Todo se desmorona a polvo en tus manos.

“No, libros reales. Literatura”.

“Oh, bueno. La-di-da. No sabía que estaba lidiando con un académico”.

Se ríe, de verdad en este momento. “También me gusta el misterio, crimen, westerns…”

“¿Todo el paquete, eh? Bueno, te dejo en ello”. Ella hace una pausa. “Lamento molestarlo, profesor”.

“No es ninguna molestia”.

“Bueno, me alegra escuchar eso”. Lana le da una sonrisa más grande, como si dieras un par de monedas a un vagabundo. “¿Cómo dijiste que te llamabas?”

“No lo hice”.

“Lo sé”.

Él baja un asiento y le dice su nombre.

“Te queda bien, supongo”.

“Lo tomaré como un cumplido”.

Sus cejas se arquean. “Si insistes”.

Lana era una verdadera fisgona. Nadie podría discutir con eso. Pero hay algo en sus ojos. Horvath puede verlo, claro como el día, aunque intenta ocultarlo. Puede que me esté hablando, pero está pensando en otra cosa. O alguien más.

“Nunca te había visto aquí antes”, dice.

“Nuevo en la ciudad”. Ella asiente, toma un sorbo de té.

Limpia el resto del desayuno con la última tostada, que ya no está tan crujiente. El autobús Greyhound plateado llega a su memoria. Comió maní, leyó y miró por la ventana a través de seis estados idénticos. Cojines de asiento rotos y baños miserables de estaciones de tren. Teléfonos públicos vestidos con grafiti, con páginas amarillas que tiraban de un corredor y un cordón plateado sin recibidor al final. Todavía puede escuchar al hombre enjuto detrás de él, meciéndose en su asiento y murmurando para sí mismo todo el camino desde el condado de Bucks, Pe hasta Beckley, Virginia Occidental.

“Entonces, ¿eres un habitual aquí?” Horvath se traga los restos de su café.

“Sí, más o menos. Yo vengo a veces”.

“Bueno...” Él paga la cuenta, con 25 centavos extra para la camarera. Por todo el trabajo duro que no hizo y todo el encanto que no tenía. “Quizá vuelva en uno de estos días”.

“Que suertudo que soy”.

Ahora era su turno para una sonrisa estrecha, más un rumor que un hecho frío y duro.

4

TIENES QUE MOVERTE EN LÍNEA RECTA

Horvath sale y mira a ambos lados, pero no tiene idea de dónde ir.

Ha estado caminando mucho durante los últimos meses, desde que los hombres del repositorio le robaron su coche, un Chevy Bel Air del 54. Llegaron en la oscuridad de la noche, cuando él estaba jugando al billar en Duff’s. Le encantaba ese coche, incluso si la transmisión está disparada.

No se siente él mismo, un extraño en una ciudad nueva. La gente camina un poco diferente, habla un poco diferente. Llevan un poco fuera de ropa, e incluso la forma en que beben café no es del todo correcta. Los edificios lo miran con desprecio, como si supieran algo que él no sabe.

Intenta mezclarse, pero no es fácil. Caminando por la ciudad, puede sentir sus ojos quemar su espalda. Saben que no es de por aquí. Su espalda duele y sus pies están cubiertos de ampollas. No ha usado huecos en el fondo de sus zapatos, no aún de cualquier forma, pero sí se siente una pulgada y media más corto

Hombre vivo, las ampollas. Horvath se considera a sí mismo un cliente justamente duro, pero tiene la piel de un ternero. Remando un bote, juntando hojas, caminando por el alrededor con nuevos zapatos, sus manos y se ponen hinchados-sus manos y piernas rasgadas al menor agravio.

5

HOMBRE CAMINA HACIA UN BAR

Horvath tiene tiempo para matar así que comienza a caminar hacia la parte alta de la ciudad, malditas sean las ampollas.

Es el comienzo de la primavera. El sol brilla, los pájaros cantan, las flores están floreciendo, todas esas cosas bonitas.

Estómago lleno, paquete fresco de cigarrillos, sol en su rostro. ¿Qué más desearía un chico?

Se detiene en una tienda de discos y comienza a hojear los álbumes alineados en los contenedores de madera. Ha intentado comprar el nuevo de aquel sujeto joven. Barbudo, mirada de acero. Washington Cualesquier cosa. Alguna otra cosa Washington.

Un dependiente está pasando. Tiene una de esas miradas que Horvath no puede tolerar. Estirado, boca pequeña, mentón respingado, ojos desconfiables. Cabello que pasaba demasiado tiempo en frente del espejo, admirándose. Tenía lentes de marco negro, un pequeño bigote y un sombrero posado en el lado de su cabeza como un hombre que está a punto de salta de un edificio.

Detiene al dependiente, en contra de su mejor juzgamiento. “Discúlpeme”.

“¿Qué es?”

La forma en la que dice esto, sonaba más a ¿Por qué me estás molestando? Tengo cosas que hacer, lugares que conocer.

“Estoy buscando un disco”.

El dependiente le da una mirada de que-me-importa.

“Washington…algo. Joven saxofonista. También saxo, tal vez”.

El dependiente es silencioso, mirándose sus uñas. El tipo trabaja en una tienda de discos, pero piensa que es el Rey de Siam

“He oído cosas buenas”.

“No tengo idea”. El dependiente suspira. “Me refiero, ¿Washington es un nombre bastante común, no lo sabes? Especialmente para músicos de jazz”.

Tiene suerte que no haya bebido, Horvath piensa. Y que no estoy de humor para cualquier cosa dura

“Es el nombre de una ciudad, también”. El dependiente camina hacia el cuarto trasero. Tiene dientes para pulir, líneas para memorizar.

Piensa de todos los Washingtons que han pasado. Sin carisma, olvidables pequeñas ciudades. Sucias, fétidas, cloacas llenas de ratas. Bestias ferales cubiertas en mugre y corrupción en lugar de pelaje. También está Washington, DC, la ciudad más sucia de todas.

Tienen toda una sección de Lester Young. Eso es un buen signo.

Toma el disco que Young hizo con Roy Eldridge y Harry Edison y se dirige a la cabina de escucha. Una rubia peróxida le sonríe del pasillo azul, peor no está en el humor para charlar. Y por la vista de ella, la conversación sería muy corta.

El primer lado comienza a dar vueltas. Cuando la aguja toca la ranura, Horvath piensa en un tranvía rodando a través de la ciudad en rieles de metal.

Lester Young podía soplar como otros hombres podían respirar. No seguía un camino. Cuando lo tocaba, era como un Chrysler conduciendo por el lado de una montaña. Siempre sentías que giraría fuera de control, aunque rara vez lo hacía.

No se molestaba con el Lado 2. No había forma que superara a la primera parte.

A su salida mira a la rubia, que evaluaba a un hombre alto flaco mirando a discos de R&B.

El dependiente mira a Horvath y aprieta sus cejas como un par de erizos peleando. Bastardo barato, él piensa. Ni siquiera compré un periódico.

Es hora para beber así que Horvath se da la vuelta y se dirige hacia la parta baja de la ciudad. Las calles son más sucias pero el whisky es más barato. Esa es una gran ganga, en cuanto a él le concierne.

La Taberna de Smith. Los locales probablemente lo llaman Smittie’s.

Empuja a través de la puerta principal y toma un asiento en el bar.

El lugar es oscuro, casi vacío. Es tranquilo y no hay muchas fotografías en las paredes. Sólo la manera que le gusta.

Dos hombres jóvenes se juntan en la mesa por la ventana, cabezas juntas, usando rostros que tomaron prestados de una película de gánsters. Piensan que son un par de hombres duros. Mira un bulto debajo del brazo, donde cartuchera debería estar.

Una mujer anciana se sienta sola al final del bar. Mira al vaso vacío en frente de ella de la forma en la que verías el traje de un hombre colgado en el closet después de que hubiese muerto. Cae rápidamente y uno de estos días va a tocar fondo.

El bartender parado ahí, mirando a Horvath.

“Whisky, genial”.

El bartender hace el movimiento más pequeño como si pareciese un asentimiento. Sigue esto al alcanzar la barra por una botella de whisky de Centeno sin quitar sus ojos del cliente.

“¿Tienes una rocola?” pregunta.

“No”.

“Genial”.

Le toma un par de segundos, pero el bartender sonríe

Toma algunas bebidas, pero no muchas. Necesita mantener sus ocurrencias acerca de él.

Él piensa acerca de ese disco de Lester Young. Hubiese sido lindo, pero está corto de dinero. Y le gusta viajar ligeramente. Sólo un idiota caminaría todo el día con una bolsa para comprar. Nunca sabiendo cuando la necesitarías en tus manos.

Después de la primera bebida, Horvath comienza a pensar sobre lo rígido que tiró en el tacho de la basura.

Me dijeron que habría cuerpos. Esta es una mala ciudad, y todo el mundo sabe eso.

No era mi tipo. Eso tanto sé. ¿Pero quién era? No tenía identificación o billetera.

¿Qué tiene que ver conmigo? Nada, talvez. Puede ser una coincidencia.

Pero no, Horvath no cree en eso.

Pasó justo al lado de mi ventana. ¿Vieron la marca de tiza? ¿Estaban tratando de decirme algo? Quizás era un mensaje, una pequeña postal sellada en sangre.

Mejor me aseguré. Él alza su barbilla al bartender, quien lo ve peor no mueve una pulgada. Tiene un periódico en su guantilla, pretendiendo leerla.

Después de unos segundos largos, el bartender pone abajo al papel y camina bastante lento como si tuviese un yunque donde sus pies deberían estar. Bosteza, se recuesta hacia el bar, mira a Horvath con ojos como puntos de mira.

No dice nada de la manera que otros hombres dirían Sí, mejor que esto sea bueno.

¿Cuál es el problema con los bartenders?

“¿Qué necesitas, amigo?”

“¿Tienes una cabina telefónica?”

“Sí, en la parte de atrás”. Sacude su cabeza sobre su hombre.

Horvath mira un callejón negro detrás del bar.

“¿Cambio por un dólar?”

El bartender le da el cambio, a regañadientes, y lo golpea en la mesa del bar. “¿Desea que le quite el aire de su vaso?”

“Seguro, que sea doble esta vez”.

El bartender vierte la bebida, la empuja.

“¿Así que, Smith?”

Mira a Horvath con ojos muertos.

“Ya sabes, La Taberna de Smith. ¿Tú eres el dueño?”

El bartender agita su cabeza. “No hay ningún Smith, hasta donde yo conozco”.

“¿Es solo un nombre, eh? ¿No significa nada?”

“Algo así. Un tipo llamado Childers dirige el lugar.” El bartender apunta la doble mirada de sus ojos a Horvath. “¿Por qué lo quiere saber?”

“Solo curiosidad”.

Los hombres están tranquilos ahora, pero el bartender no se aleja.

“Gracias por la bebida”.

El bartender asiente, arrastra sus pies de vuelta a su papel.

Deja el whisky, se bajó del taburete, y caminó alrededor del bar. Uno de los hombres jóvenes por la ventana miró por un segundo, pero luego volvió a su conversación. La mujer anciana ni siquiera nota que está ahí. Sólo sigue mirando a ese vaso vacío.

Dianas, máquinas de cigarrillos, ceniceros que necesitan ser vaciados.

Gran cuarto vacío a la izquierda. Recuerda los viejos días, cuando las mujeres no eran permitidas en el bar. Tenían que sentarse en un lado del cuarto si querían una bebida.

Él camina a través del pasillo, decorado en moho inicial con acentos de Daño por Agua y Putrefacción de la Madera. Creo que llamarías al estilo Ecléctico. Mantienen las luces tenues para que no puedas ver lo decrépito que el lugar está.

Al final del pasillo, hay un rayo de luz proviniendo del cuarto pequeño. Pone su oreja a la puerta. Dos hombres están hablando, discutiendo. Quizás haya tres de ellos. El silencio entra cuando terminan de beber.

El teléfono está en la pared, a su derecha. Pone un par de monedas y llama a Ungerleider, su contacto en la firma.

Es una llamada corta. Ungerleider no tiene mucho que decir porque nunca lo hace. Para él, los gruñidos de una pareja son como una obra de Shakespeare. Horvath se mantiene corto, también. Él solo está cerciorándose. Diciéndole lo que sabe, que no es mucho, y verlo si no tienen nueva información. No lo tienen.

Cuelga y revisa la ranura por cambio. Vacío.

Los chicos en el cuarto trasero están todavía callados. Debe ser hora para callarse, reclinarse y beber. Sonríe. Después de un par de rondas estarán discutiendo otra vez, y luego los golpes entrarán en juego.

Enciende un cigarro y se reclina hacia la pared. Hay algo que no le dijo a Ungerleider. Él encontró algo en el callejón, cerca del cuerpo. Una pista.

Eso es otra cosa que McGrath le enseñó—siempre sosteniéndose atrás, por si acaso.

Además, él no está seguro que sea una pista, no aún. Él necesita hurgarse la nariz primero. La vida está llena de indicios que no llegan a más que callejones sin salida.

6

PASTELERÍAS & RED VELVET

Horvath regresa al Ejecutivo, se quita su suéter, y se recuesta en la cama. El colchón es viejo y flaco, y no huele muy bien, pero eso no le evita quedarse dormido.

Cuando se despierta el sol está tomando su propia siesta.

Horvath se saltó el almuerzo y durmió durante la cena.

Él camina hacia el lavabo, salpica agua fresca en su rostro, se seca con una toalla blanca áspera.

Tiempo para dar otro vistazo a esa pista, si eso es lo que es.

En los bolsillos de su pantalón, una pequeña hoja de papel. Azul pálido con líneas. Rasgada a través de la parte superior y doblada en cuartos.

Dice R. Johnson, con un número de teléfono local. Escritura Temblorosa. Un hombre, él supone.

Hay una guía de teléfono en la mesa de noche. La hojea. 14 Johnsons, pero ninguno con una R.

Intenta con el último número. Johnson, no hay primer nombre.

El número ha sido desconectado. Un callejón sin salida. No está sorprendido, pero usualmente le toma más tiempo antes que se quede sin opciones.

Tiempo para la cena. Le gustaría un filete grueso y papas horneadas. Quizás un tazón de estofado. Un par de whiskys, también. Toda esa comida necesitaría un baño.

Se viste, peina su cabello, y silba una tonada de Pharaoh Sanders mientras sale de la puerta.

En el elevador ve una tarjeta de negocios atascada en la esquina del marco del espejo. La silueta de una mujer desnuda sentándose en un gran vaso de Martini. Él piensa acerca de la castaña con piernas largas de la cafetería.

Presiona la L y espera.

El elevador se para en el Segundo piso, pero no hay nadie ahí.

Algo hace click en la mente de Horvath. Mira de vuelta a la carta.

La ciudad del Paraíso de Ron Johnson’s.

R. Johnson. Saca el papel de su bolsillo y revisa el número. Es el mismo.

No fue un callejón sin salida después de todo.

Toma la tarjeta de negocios y la mete en el bolsillo del pecho de su chaqueta. Parece que tendrá que visitarlos.

Pero antes necesita un poco de combustible.

La cena era perfecta. Whisky fuerte y un filete a término medio que prácticamente usaba una campana alrededor de su cuello.

Su comida vino con arvejas a un lado, que hacía a Horvath sentirse como un fanático de la salud. Muy pronto, él piensa, estaré comiendo dientes de león y sentándome con las piernas cruzadas en una almohada.

Afuera, él camina a la esquina y saca su brazo.

Un taxi se detiene un par de segundos después.

Entra a la parte trasera, se reclina hacia adelante, sostiene la tarjeta de negocios. “¿Sabe dónde es esto?”

El conductor mira de reojo, mueve el mondadientes al otro lado de su boca. “Sí. En la parte baja de la ciudad”.

“¿Cuánto tardará en llegar ahí?”

“20 minutos. Más con tráfico”.

Horvath saca un par de billetes, los entrega al conductor. “Hágalo en 15”.

“Así será, amigo”.

El taxista no parece tener prisa. Se mantiene en el límite de velocidad, se queda en un carril, no sobrepasa a los otros amarillos. Pero 12 minutos más tarde hay un gran letrero brillante y esa mujer nadando como una aceituna en un vaso de Martini.

El tipo sabía que no tomarían 20 minutos, o 30. Horvath agita su cabeza. Todos los ángulos están considerados.

Los clubes nocturnos están por donde mires. Toda la franja está cubierta de neón y luces parpadeantes.

Horvath sale del taxi y camina hacia la entrada brillante. Hay tanto voltaje aquí que en el resto de la ciudad debe haber una escasez de bombillos.

Le da un dólar al portero y entra.

Hay un pequeño bar a su izquierda, parecido a un tiki lounge. Mujeres vestidas en faldas de paja y flores en su cabello sirviendo cocteles con sobreprecio a vendedores gordos de Toledo y Jeff City. Él ha estado aquí un millón de veces, en otras ciudades.

Va directo, hacia un largo y estrecho corredor.

Al final está el lobby, con un guardarropa a la derecha. Una chica en una camiseta escotada está detrás de un mostrador de madera, sonriendo por propinas. Un sólo bombillo cuelga del techo, zumbando.

Hay fotos enmarcadas en la pared, pero no reconoce ninguna de las caras.

A la izquierda, un pequeño café o restaurante con media docena de mesas redondas. Un puñado de trajes grises están sentados solos. Comiendo, bebiendo, fumando. Nadie habla. Un candelabro pesado cuelga del techo como un mal recuerdo.

Asiente a la mesera con chaqueta y sigue moviéndose. Otro corredor, no tan oscuro.

Baño. Escaleras al Segundo piso. Clóset de Suministros. Cabina Telefónica.

Continúa caminando.

Mesa grande de codo, con una mesa de banquero. Al lado, una puerta y una cortina roja terciopelo.

Un hombre grande en un traje oscuro y una frente abultada está parado ahí mirando embobado a Horvath como si los días de las cavernas todavía estuvieren en auge.

“¿Está…aquí por…el entre-te-ni-miento, señor?”

Este es el show, él piensa. Gorila en un traje que puede emitir palabras.

“Seguro. ¿Qué tipo de show es, exactamente?”

“Un bur-le, bur-le. Es una…revista de variedades al desnudo, señor”.

“Suena bien. ¿Cuánto?”

“Dos dólares”.

Horvath le da algunos más. “¿El Sr. Johnson está esta noche?”

El sorprendente gorila hablador mira al lado y la derecho, pero sólo por un segundo. “No, señor”.

“Oh, qué mal. Dime, ¿Tienes algo más esta noche? Sabes, ¿Además de la revista de variedades?”

El hombre le mira como si estuviese hablando Griego Antiguo, o inglés.

“Cualquiercosa… ¿Algo más especial?”

El hombre le mira duramente y por un largo tiempo. “Nada como eso, señor. Disfrute el show.”

Abre la cortina de terciopelo y Horvath camina adentro.

Las mesas son aún más pequeñas aquí, con una pequeña lámpara en el medio de cada una. La pantalla de las lámparas son rojo terciopelo, como las cortinas, pero con borlas dorada.

Es un cuarto enorme, del tamaño de un campo de fútbol.

Una chica de los cigarrillos camina sonriendo como si tuviese tres filas de dientes, quizás cuatro.

La anfitriona le saluda, le invita a una mesa. El dobladillo de su vestido de seda falso es tan corto que puede ver todo hasta Altoona, donde ella creció.

Recoge el menú de cócteles. Cuero falso, borlas doradas. Este lugar tiene tanta clase que tienen que apiñarlo en bodega, o al menos eso es lo que quieres que pienses.

Cuando Horvath abre el menú y mira los precios, se pone su piel de gallina. ¿Quién paga tanto por una bebida? Jesús, espero que me reembolsen por esto. Alcanza al bolsillo de su chaqueta y saca un tarro de aspirina. Lo tuerce para abrirlo, agita un puñado a su palma, las tira.

“¿Quiere un chupito con eso, señor?”

Mira a la mesera, que está usando el mismo vestido que la anfitriona, sólo más corto. “Genial. ¿Tú eres el acto siguiente?”

“Puedo serlo”.

Le sonríe, pero es el tipo de sonrisa que te hace querer darte una ducha después.

“¿Qué te traigo?”

“Honda de Singapur”.

“¿Algo más, señor?” Su charola de bebidas está pintada de círculos mojados.

“No, eso estará bien. Si necesito algo más, hablare con el gerente de mi banco y pediré un préstamo”.

Esta vez la sonrisa es limpia, y real. Casi puede ver a la chica que solía ser, antes que deambulase por este lugar.

La música comienza y, unos minutos después, las cortinas del escenario se abren.

Los hombres aplauden educadamente hasta que la bailarina sale pavoneándose en un vestido de lama dorado. Pelirroja pechugona con buenas piernas y una boca cruel. Un tenue foco la sigue alrededor.

Sin advertencia, la música se hace más ruidosa y las luces del escenario explotan. Ahora puedes ver un montaje de tres partes en la esquina del escenario. El baterista se ve como si estuviese durmiendo. Un cigarro, colgando de la esquina de su boca, utiliza pijamas y un gorro de dormir.

El vestido dorado no se queda por mucho tiempo.

Los aplausos se hacen más fuertes. Algunos silbidos y chillidos.

El bikini de plata viene y se va.

Ahora está ella parada en paños menores, balanceando esas borlas como si su vida dependiese de ello. Y quizás lo hace.

Las borlas son doradas, como en el menú. Verdaderamente de clase.

“Aquí tiene, señor”.

La mesera se mueve, por una propina.

Horvath desliza un billete a su palma.

“¿Johnson aún regenta este lugar?”

“No sabría responderle, señor”.

“Déjame adivinar. ¿Sólo mantienes tu boca cerrada y sirves bebidas?”

“Bueno, hago más que eso”.

“Me imagino.”

La mesera alza una ceja, charola de bebidas vacía en su cadera. Está buscando por otra propina, o quizás un trabajo aparte.

“¿Así que quién es tu jefe? ¿Está cerca?”

“Lo siento, señor. Tengo otras mesas”.

La mesera se aleja y la bailarina exótica se quita lo que queda de su atuendo.

La audiencia aplaude y silba. Los hombres se dan una palmada en la espalda. En verdad están viviendo la gran vida.

Un jaibol y dos bailarinas después, Horvath mira a la mesera a través del cuarto susurrando a un hombre bajo y fornido en un traje barato. Musculoso, por su aspecto.

Señala en su dirección y el hombre mira.

Hora de irse.

Un bailarín se desliza a través del escenario en una nube de cigarrillo, o quizás alambres ocultos.

Se mueve rápidamente, pero no al nivel que no puedas darte cuenta. Cabeza abajo, manos metidas en sus bolsillos.

Pasando el guardarropa, acelera y piensa en McGrath. No cojas tu abrigo. Esa era una de sus favoritas. Nunca sabrás cuando debas hacer una salida rápida, así que viaja ligeramente y mantén tu abrigo cerca.

No es que necesite uno esta noche. Afuera, el calor ha bajado pero alguien subió la humedad a tope. Esta ciudad no es un picnic, eso es seguro.

No hay taxis en el borde así que da la vuelta a la derecha y comienza a caminar.

En el camino principal vira a la izquierda y se mezcla con la multitud. Las aceras están llenas de gente sonriendo yendo a ningún lado.

Después de tres manzanas se detiene y mira a la ventana principal de una tienda. Herramientas Squadrini. Martillos y cinceles están de venta.

Parejas bobas están en sus talones. No el portero gorila, pero dos de sus primos. Chimpancés, quizás.

Quien quiera que sean, no son los mejores. Siguiéndome muy cerca. Mirándome directo a mí. Corbatas llamativas, como si estuvieran en Miami o en algún lugar similar. Trajes muy apretados. Podías ver sus cuerpos abultados como bocio. Agita su cabeza. Así es como atraes calor de los chicos en azul. Estúpido.

O quizás superen a la policía. Los tengo bajo mi mano. No hay necesidad para esconderse más.

Camina algunas manzanas, cruza hacia la luz, da una vuelta.

Los tontos tienen problemas en continuar. Están corriendo a través de la intersección, o intentándolo. Su especie sólo puede permanecer erguida por tan corto tiempo.

Aumenta el paso cerca de una calle cercana. Puesto de diarios, casa de empeño, tabaquera.

Es un bloque corto. Wino se destaca en la esquina como un letrero tambaleante de calle.

Después de la calle que cruza, él mira atrás. El musculoso ha rodeado la esquina. Es oscuro y las calles están repletas de carros. Quizás aún no lo han visto.

Hace un rápido giro a la izquierda en el callejón.

Hay un farol, pero está quemado.

Las paredes de ladrillo en cada lado. Chimeneas. El callejón dirige una fila de tiendas pequeñas.. Carnicero, joyero, antros y restaurants foráneos. Él puede prácticamente ver los manteles rojos y azules, velas derritiéndose en botellas viejas de Chianti. Pollos enteros colgando en las ventanas. Hombre viejo inclinado sobre una mesa de trabajo, lentes de contacto atascados en sus ojos.

Una puerta abierta, restaurante quizás.