Otelo - William Shakespeare - E-Book

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William Shakespeare

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Beschreibung

Otelo, un noble moro al servicio de la República de Venecia, experimentado para la guerra y recientemente nombrado regidor en Chipre, se ve envuelto en medio de una intriga apasionante por el amor que éste profesa por su esposa Desdémona. Yago, alférez de Otelo, un hombre envidioso, malévolo y astuto, es el hilo conductor de esta tragedia y es el principal culpable de hacer que Otelo esté inmerso en dicha desbordante pasión y el gran causante de la tragedia que se avecina.

"Otelo", tragedia del maestro William Shakespeare, fue escrita hacia 1604 y probablemente representada el mismo año. "La historia original del moro de Venecia", de Gianbattista Giraldi Cinthio (1565), sirvió a William Shakespeare para crear "Otelo", la única de sus "grandes tragedias" basada en una obra de ficción que posee una fuerza y dramatismo que la hace inolvidable.
La obra se divide en cinco actos, el primero se desarrolla en Venecia y los otros cuatro, en Chipre.

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William Shakespeare

Otelo

Tabla de contenidos

OTELO

Dramatis personae

ACTO PRIMERO - Escena I

Escena II

Escena III

ACTO SEGUNDO - Escena I

Escena II

Escena III

ACTO TERCERO - Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

ACTO CUARTO - Escena I

Escena II

Escena III

ACTO QUINTO - Escena I

Escena II

Notas a pie de página

OTELO

William Shakespeare

Dramatis personae

DRAMATIS PERSONAE [*]

O TELO, el moro [general al servicio de Venecia]

B RABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia]

C ASIO, honrado teniente [de Otelo]

Y AGO, un malvado [alférez de Otelo]

R ODRIGO, un caballero engañado

El D UX de Venecia

S ENADORES [de Venecia]

M ONTANO, gobernador de Chipre

C ABALLEROS de Chipre

L UDOVICO, noble veneciano [pariente de Brabancio]

G RACIANO, noble veneciano [hermano de Brabancio]

M ARINEROS

El G RACIOSO, [criado de Otelo]

D ESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabancio]

E MILIA, esposa de Yago

B IANCA, cortesana [amante de Casio]

[Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acompañamiento]

ACTO PRIMERO - Escena I

Entran R ODRIGOy Y AGO.

R ODRIGO

¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo

que tú, Yago, que manejas mi bolsa

como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.

Y AGO

Voto a Dios, ¡si no me escuchas!

Aborréceme si yo he soñado

nada semejante.

R ODRIGO

Me decías que le odiabas.

Y AGO

Despréciame si es falso. Tres magnates

de Venecia se descubren ante él

y le piden que me nombre su teniente;

y te juro que menos no merezco,

que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado

de su propia majestad y de su verbo,

los evade con rodeos ampulosos

hinchados de términos marciales

y acaba denegándoles la súplica.

Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».

Y, ¿quién es él?

Pardiez, todo un matemático [1],

un tal Miguel Casio, un florentino,

ya casi condenado a mujercita,

que jamás puso una escuadra sobre el campo

ni sabe disponer un batallón

mejor que una hilandera…si no es con teoría

libresca, de la cual también saben hablar

los cónsules togados. Mera plática sin práctica

es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,

y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,

en Chipre y en tierras cristianas y paganas,

me deja a la zaga y a la sombra

del debe y el haber. Y este sacacuentas

es, en buena hora, su teniente, y yo,

vaya por Dios, el alférez de Su Morería [2].

R ODRIGO

¡El colmo! Yo antes sería su verdugo.

Y AGO

Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado:

los ascensos se rigen por el libro y el afecto,

no según antigüedad, por la cual el segundo

siempre sucede al primero. Conque juzga

si tengo algún motivo para estar

a bien con el moro.

R ODRIGO

Yo no le serviría.

Y AGO

Pierde cuidado.

Le sirvo para servirme de él.

Ni todos podemos ser amos, ni a todos

los amos podemos fielmente servir.

Ahí tienes al criado humilde y reverente,

prendado de su propio servilismo,

que, como el burro de la casa, solo vive

para el pienso; y de viejo, lo licencian.

¡Qué lo cuelguen por honrado! Otros,

revestidos de aparente sumisión,

por dentro solo cuidan de sí mismos

y, dando muestras de servicio a sus señores,

medran a su costa; hecha su jugada,

se sirven a sí mismos. En estos sí que hay alma,

y yo me cuento entre ellos.

Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,

si yo fuera el moro, no habría ningún Yago.

Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.

Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia,

sino que aparento por mi propio interés.

Pues el día en que mis actos manifiesten

la índole y verdad de mi ánimo

en exterior correspondencia, ya verás

qué pronto llevo el corazón en la mano

para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy [3].

R ODRIGO

Si todo le sale bien,

¡vaya suerte la del Morros!

Y AGO

Llama al padre. Al moro despiértalo,

acósalo, envenena su placer, denúncialo

en las calles, irrita a los parientes de ella,

y, si vive en un mundo delicioso,

inféstalo de moscas; si grande es su dicha,

inventa ocasiones de amargársela

y dejarla deslucida.

R ODRIGO

Aquí vive el padre. Voy a dar voces.

Y AGO

Tú grita en un tono de miedo y horror,

como cuando, en el descuido de la noche,

estalla un incendio en ciudad populosa.

R ODRIGO

¡Eh, Brabancio! ¡ Signor Brabancio, eh!

Y AGO

¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones!

¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija

y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!

B RABANCIO [ se asoma] a una ventana.

B RABANCIO

¿A qué se deben esos gritos de espanto?

¿Qué os trae aquí?

R ODRIGO

Señor, ¿vuestra familia está en casa?

Y AGO

¿Y las puertas bien cerradas?

B RABANCIO

¿Por qué lo preguntáis?

Y AGO

¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!

¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el alma!

Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro

está montando a vuestra blanca ovejita. ¡Arriba!

Despertad con la campana a los que roncan,

si no queréis que el diablo os haga abuelo.

¡Vamos, arriba!

B RABANCIO

¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio?

R ODRIGO

Honorable señor, ¿me conocéis por la voz?

B RABANCIO

No. ¿Quién sois?

R ODRIGO

Me llamo Rodrigo.

B RABANCIO

¡Mal hallado seas! Te he prohibido

que rondes mi casa; te he dicho

con toda claridad que para ti no es mi hija,

y ahora, frenético, lleno de comida

y bebidas embriagantes, vienes

de malévolo alboroto turbando mi reposo.

R ODRIGO

Señor, señor…

B RABANCIO

No te quepa duda

de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza

para hacerte pagar esto.

R ODRIGO

Calmaos, señor.

B RABANCIO

¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;

yo no vivo en el campo.

R ODRIGO

Muy respetable Brabancio, acudo a vos

con lealtad y buena fe.

Y AGO

¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar de allegados y parientes?

B RABANCIO

¿Y quién eres tú, desvergonzado?

Y AGO

Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro están jugando a la bestia de dos espaldas [4].

B RABANCIO

¡Miserable!

Y AGO

Y vos, senador.

B RABANCIO

Rodrigo, de esto me responderás.

R ODRIGO

Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme:

si por vuestro deseo y sabia decisión,

como en parte lo parece, vuestra bella hija,

a esta hora soñolienta de la noche,

no es llevada, sin otra custodia

que la de un gondolero de alquiler,

a los brazos groseros de un moro lascivo…

Si todo esto lo sabéis y autorizáis,

llamadnos con razón atrevidos e insolentes.

Si no, faltáis a las buenas costumbres

con vuestra injusta condena. No penséis

que, adverso a las normas de cortesanía,

he venido a burlarme de Vuestra Excelencia.

Lo repito: vuestra hija, si no le disteis

permiso, se rebela contra vos entregando

belleza, obediencia, razón y ventura

a un extranjero errátil y sin patria.

Comprobadlo vos mismo:

si está en su aposento o en la casa,

caiga sobre mí toda la justicia

por haberos engañado.

B RABANCIO

¡Encended luces! ¡Traedme una vela!

¡Despertad a toda mi gente!

He soñado una desgracia como esta

y me angustia pensar que es real.

¡Luces! ¡Luces!

Sale.

Y AGO

Adiós, te dejo. En mi puesto

no es prudente ni oportuno ser llamado

a declarar contra el moro y, si me quedo,

habré de hacerlo. Sé que el Estado,

aunque por esto le lea la cartilla,

no puede despedirle: le han confiado

con muy clara razón la guerra de Chipre,

que ya es inminente, pues, si quieren salvarse,

de su calibre no tienen a nadie

capaz de llevarla. Por todo lo cual,

aunque le odio como a las penas del infierno,

las necesidades del momento me obligan

a mostrar la enseña y bandera del afecto,

que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle,

lleva la cuadrilla al Sagitario[5],

que allí estaré con él. Adiós.

Sale.

Entran B RABANCIOy criados con antorchas.

B RABANCIO

La desgracia era cierta. No está,

y el resto de mi vida miserable

será una amargura.— Dime, Rodrigo,

¿dónde la has visto? — ¡Ah, desdichada! —

¿Dices que con el moro? — ¡Ser padre para esto! —

¿Cómo sabes que era ella? — ¡Quién lo iba a pensar! —

¿Qué te dijo? — ¡Más luces! ¡Despertad a toda

mi familia! — Y, ¿crees que se han casado?

R ODRIGO

Yo creo que sí.

B RABANCIO

¡Santo Dios! ¿Cómo salió? ¡Ah, sangre traidora!

Padres, desde ahora no os fiéis del corazón

de vuestras hijas por meras apariencias.

¿No hay encantamientos que puedan corromper

a muchachas inocentes? Rodrigo,

¿tú has leído algo de esto?

R ODRIGO

Sí, señor, lo he leído.

B RABANCIO

¡Despertad a mi hermano! — ¡Ojalá fuera tuya! —

Unos por un lado, otros por otro.— ¿Sabes

dónde podemos capturarla con el moro?

R ODRIGO

A él creo que puedo hallarle, si os hacéis

con una buena escolta y me seguís.

B RABANCIO

Pues abre la marcha. Llamaré en todas las casas;

me darán ayuda en muchas.— ¡Armas!

¡Y traed a la guardia nocturna! —

Vamos, buen Rodrigo; serás recompensado.

Salen.

Escena II

Entran O TELO, Y AGOy criados con antorchas.

Y AGO

Aunque he matado hombres en la guerra,

por principio de conciencia no puedo

matar con premeditación. Los escrúpulos

suelen estorbarme. No sé cuántas veces

he estado por hincárselo aquí, bajo las costillas.

O TELO

Más vale que no.

Y AGO

Sí, pero él parloteaba y decía

palabras tan groseras e insultantes

contra vos que mi escasa caridad

apenas me servía para sufrirlo.

Mas decidme, señor, ¿estáis ya casado?

Tened por cierto que el senador

es muy estimado, y la fuerza de su voto

puede doblar a la del Dux. Si no os descasa,

os impondrá cortapisas y castigos

con todo el campo libre que la ley

deje a un hombre de su mando.

O TELO

Que haga lo imposible.

Mis servicios a la Serenísima

acallarán sus protestas. Se ignora

(y pienso proclamarlo cuando sepa

que la jactancia es virtud)

que soy de regia cuna y que mis méritos

están a la par de la espléndida fortuna

que he alcanzado. Te aseguro, Yago,

que, si yo no quisiera a la noble Desdémona,

no expondría mi libre y exenta condición

a reclusiones ni límites por todos

los tesoros de la mar. ¿Qué luces son esas?

Y AGO

Es el padre con sus hombres.

Más vale que entréis.

O TELO

No. Que me encuentren. Mis prendas,

mi rango y la paz de mi conciencia

darán fe de mi persona. ¿Son ellos?

Y AGO

Por Jano [6], creo que no.

Entran C ASIOy guardias con antorchas.

O TELO

¡Servidores del Dux y mi teniente!

La noche os sea propicia, amigos.

¿Alguna novedad?

C ASIO

El Dux os saluda, general,

y requiere vuestra pronta presencia;

inmediata si es posible.

O TELO

¿Conocéis el motivo?

C ASIO

Parece ser que noticias de Chipre.

Algo apremiante: esta noche las galeras

enviaron a doce mensajeros, uno tras otro,

todos muy seguidos, y los cónsules

ya están levantados y reunidos con el Dux.

Os han convocado urgentemente.

Al no haberos hallado en vuestra casa,

el Senado envió en vuestra busca

a tres cuadrillas.

O TELO

Mejor si me habéis hallado vos.

Hablaré con alguien en la casa

y voy con vos.

[ Sale.]

C ASIO

Alférez, ¿qué hace él aquí?

Y AGO

Es que tomó al abordaje una nave de tierra;

si la presa es legal, ¡menuda fortuna!

C ASIO

No entiendo.

Y AGO

Se ha casado.

C ASIO

¿Con quién?

[ Entra O TELO.]

Y AGO

Pues con…— ¿Vamos, general?

O TELO

Vamos.

C ASIO

Aquí viene otro grupo en vuestra busca.

Entran B RABANCIO, R ODRIGOy guardias con antorchas y armas.

Y AGO

Es Brabancio. En guardia, general,

que viene con malas intenciones.

O TELO

¡Alto!

R ODRIGO

Señor, es el moro.

B RABANCIO

¡Ladrón! ¡Abajo con él!

Y AGO

¿Tú, Rodrigo? Vamos, aquí me tienes.

O TELO

Envainad las espadas brillantes, que el rocío

va a oxidarlas.— Señor, dominaréis mucho más

con la edad que con las armas.

B RABANCIO

Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija?

Estabas condenado y tenías que embrujarla.

Lo someto al dictamen de los cuerdos:

si no la encadena la magia, no se entiende

que muchacha tan dulce, gentil y dichosa,

tan adversa al matrimonio que rehusó

a nuestros favoritos más ricos y galanos,

se exponga a la pública irrisión, abandonando

su tutela para caer en el pecho tiznado

de un ser como tú que asusta y repugna.

Que el mundo me juzgue si no es manifiesto

que lanzaste contra ella tus viles hechizos,

corrompiendo su tierna juventud

con pócimas y filtros que embotan los sentidos.

Haré que lo examinen: se puede probar,

es verosímil. Así que te detengo

por ser un corruptor, un oficiante

de artes clandestinas y proscritas.—

¡Prendedle! Si se resiste,

reducidle por la fuerza.

O TELO

¡Quietos todos, los de mi bando y el resto!

Si mi papel me exigiese pelear,

no habría necesitado apuntador.—

¿Dónde queréis que responda a vuestros cargos?

B RABANCIO

En la cárcel, hasta que seas llamado

cuando lo disponga la ley y la justicia.

O TELO

Y, si obedezco, ¿cómo voy

a complacer al Dux, que me manda

llamar por medio de estos mensajeros

para un asunto perentorio del Estado?

G UARDIA

Es cierto, Excelencia. El Dux

convocó al consejo, y me consta

que os mandó llamar.

B RABANCIO