Pack Bianca abril 2016 - Varias Autoras - E-Book

Pack Bianca abril 2016 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

Un pasado oscuro Annie West ¿Solo un peón en la partida de Salazar? Donato Salazar no podía olvidar su trágico pasado y no tenía intención de perdonar al responsable. Dejar plantada a la hija de su enemigo sería la guinda del pastel de su venganza, y la bella Elsa Anderson era sin duda lo bastante dulce. A medida que se acercaba la fecha de la boda, una cuestión pesaba con fuerza en la mente de Donato: Amar, honrar… ¿y traicionar? Suave melodía Maya Blake Aquel milagro fue más dulce que la más suave de las melodías. El multimillonario Zaccheo Giordano salió de la cárcel un frío día de invierno con una sola idea en la cabeza: vengarse de la familia Pennington, responsable de que hubiera acabado allí. Y pensaba empezar con su exprometida, Eva Pennington. El regalo de su inocencia Lynne Graham Puesto que esperaba que su matrimonio fracasara, ¿podía apoderarse del precioso regalo de su virginidad? Lo último que deseaba Gaetano Leonetti era encadenarse a alguien mediante el matrimonio, pero, para convertirse en consejero delegado del banco de su familia, su abuelo le exigía que buscara a una chica "corriente" para casarse. Luna de miel en oriente Jane Porter ¡Si esperaba que se comportara como una mujer débil y manipulable, aquel arrogante iba a llevarse una sorpresa! Cuando el jeque Mikael Karim pilló a la conocida modelo Jemma Copeland en pleno desierto burlando las leyes de Saidia, solo pudo pensar en una cosa: en que le había servido en bandeja la oportunidad de vengarse de la destrucción de su familia. Bastaba con que pusiera a Jemma ante una elección inevitable: prisión o matrimonio.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Pack 93 Bianca, n.º 93 - abril 2016

I.S.B.N.: 978-84-687-8265-2

Índice

Créditos

Índice

Un pasado oscuro

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Suave melodía

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

El regalo de su inocencia

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Luna de miel en Oriente

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 1

Por supuesto que lo harás. Sabes que lo harás.

Reg Sanderson dejó de servirse el whisky para mirar fijamente a su hija. Como si pudiera someterla a su voluntad como había hecho años atrás. Elsa sacudió la cabeza y se preguntó cómo era posible que un hombre pudiera estar tan centrado en su propia importancia como para no darse cuenta de que el mundo había cambiado. Elsa había cambiado desde que se marchó. Incluso Fuzz y Rob habían cambiado últimamente, pero su padre no se había dado cuenta. Estaba demasiado centrado en las maquinaciones de sus negocios. Aunque ya no se trataba solo de trabajo. Su último plan era una intolerable mezcla de asuntos personales y laborales.

No era de extrañar que Fuzz hubiera salido huyendo. Felicity Sanderson podía ser voluble y caprichosa como solo podía serlo la hija favorita de un hombre muy rico, pero no era ninguna estúpida.

Elsa miró a su padre e ignoró la frialdad de sus ojos. Había necesitado años de práctica para mantenerse firme ante su brutal comportamiento, pero ahora le salía de forma natural.

–Esto no tiene nada que ver conmigo. Tendrás que solucionarlo tú solo.

¿Quién iba a pensar que Reg Sanderson acudiría a rogarle a su hija mediana, a la que tanto tiempo había ignorado? Aunque no hubo ningún ruego cuando la llamó por teléfono furioso, exigiéndole que acudiera al instante a su casa de la playa porque su hermana Felicity estaba a punto de destrozar su vida.

–Por supuesto que tiene que ver contigo – bramó él. Entonces se contuvo e hizo una pausa para dar otro sorbo a su whisky–. Eres mi única esperanza, Elsa.

Esta vez el tono fue más conciliatorio, casi conspiratorio.

A Elsa se le erizó el vello de la nuca y sintió tensión en el vientre. Su padre gritaba cuando no conseguía al instante lo que quería. Pero cuando había que temerlo de verdad era cuando fingía estar de tu lado.

–Lo siento – se mordió el labio y se recordó que no había necesidad de disculparse. Pero los antiguos hábitos eran difíciles de erradicar. Alzó la barbilla–. Es una idea absurda, y aunque no lo fuera no podría hacerme pasar por Felicity. No estoy…

–Ya, por supuesto que no estás a la altura de tu hermana. Pero con un cambio de imagen y algo de entrenamiento, lo conseguirás.

Elsa mantuvo la compostura. En el pasado, las constantes referencias de su padre a cómo no podía compararse con su hermana mayor en aspecto, gracia, alegría, encanto y elegancia habían sido su cruz en la vida. Ahora sabía que en la vida había cosas más importantes que intentar, sin éxito, estar a la altura de las expectativas de su padre.

–Iba a decir que no estoy interesada en conocer a ninguno de tus compinches de trabajo, y mucho menos casarme con uno.

Elsa se estremeció. Se había escapado de su horrible padre en la adolescencia y nunca había mirado atrás. Aquel hombre con el que su padre quería hacer negocios estaría cortado por el mismo patrón: sería posesivo, egoísta y poco honrado.

–Estoy segura de que, si le explicas la situación, lo comprenderá – Elsa se levantó del sillón de cuero blanco, agarró el bolso y se dirigió hacia la puerta.

–¿Comprenderlo?

A su padre se le quebró un poco la voz, y aquello transfiguró a Elsa. A pesar del temperamento volátil, podría jurar que aquello era lo más parecido a una emoción real que le había visto en años. Incluso cuando su madre murió, lo que derramó fueron únicamente lágrimas de cocodrilo.

–Donato Salazar no es de los que comprenden. No eres consciente de lo mucho que lo necesito. Sugerí el matrimonio para consolidar nuestros lazos empresariales y estuvo de acuerdo en considerarlo – el tono de su padre dejaba claro que aquello era un honor para él. Y eso que se consideraba a sí mismo el cénit de la sociedad y del mundo empresarial de Sídney.

–Necesito el dinero de Salazar. Sin él me hundiré, y será pronto. Necesito un lazo personal para mantenerme a flote. Un lazo familiar – tenía un tono desagradable y su mirada expresaba maquinación.

La idea de que la inmensa fortuna de su padre corriera peligro tendría que haberla sorprendido, pero no fue así. A Reg Sanderson le gustaba correr riesgos.

–No confías en él, y sin embargo quieres que se case con tu hija – Elsa le miró con repugnancia.

–Vamos, no seas tan mojigata. Me recuerdas a tu madre – alzó el labio–. Salazar puede darle a una mujer todo lo que el dinero puede comprar. Estarás cubierta durante toda tu vida.

Elsa no dijo nada. Conocía la valía de su madre y sabía que el dinero no podía comprar las cosas importantes de la vida. Pero aquella discusión no tenía sentido. Fuzz había preferido huir antes de tener que conocer al tal Salazar, y Elsa no tenía intención de sacrificarse por los planes de su padre. Además, aquella personificación del éxito empresarial no estaría interesado en quedarse con la «otra» hija de Reg Sanderson. Con la sosa y poco interesante que se ganaba la vida trabajando. Era una chica normal, una enfermera que se dedicaba a visitar a los enfermos en su casa. No tenía nada en común con una persona exitosa. Elsa se giró otra vez hacia la puerta.

–Sin el dinero de Salazar lo perderé todo. El negocio, esta casa. Todo. Y si eso sucede, ¿qué crees que les pasará a tus hermanos? – se detuvo el tiempo suficiente para que un escalofrío recorriera la espina dorsal de Elsa. – ¿Qué pasa con el dinero que tu hermano necesita para su nuevo proyecto? – su tono destilaba veneno–. Ese en el que Rob está tan involucrado que ha dejado el negocio familiar. El que da de comer a tu hermana Felicity. Y a su novio – escupió las palabras.

Elsa se dio la vuelta. El pulso le latía con fuerza en el cuello.

–Ese dinero es de Rob, no tuyo.

Su padre se encogió de hombros y la miró de soslayo.

–Tomé… algo prestado para cubrirme – debió de notar la ira de Elsa, porque la atajó antes de que pudiera hablar–. Si yo me hundo, ellos también. ¿Cómo crees que se tomarán que haya desaparecido el dinero que necesitan para terminar su maravilloso resort?

Los ojos claros de su padre rezumaban triunfo.

Elsa sintió una furia impotente. Su padre había robado a Rob y aun así esperaba que ella le ayudara.

Sin duda era consciente de que lo que sentía por sus hermanos era una debilidad que podía explotar.

Elsa había experimentado un profundo alivio cuando Fuzz y Rob escaparon finalmente de la influencia de su padre. Había envenenado sus vidas durante demasiado tiempo. Si perdían aquella oportunidad de hacer algo por sí mismos…

Estiró los hombros como un prisionero que se fuera a enfrentar a un pelotón de fusilamiento.

–De acuerdo – le espetó–. Le conoceré.

Pero solo para explicarle que su hermana Felicity ya no formaba parte del acuerdo. Sería directa. ¿Qué hombre en su sano juicio esperaría que el matrimonio cimentara un acuerdo de negocios?

–Por fin está aquí – la voz de su padre vibró con afabilidad–. Me gustaría presentarte a mi hija Elsa.

Ella se quedó un instante de pie, viendo cómo el atardecer transformaba el puerto de Sídney en un espejo de tonos cobrizos y melocotón. Luego aspiró con fuerza el aire y se giró.

–Elsa, cariño – el saludo de su padre la hizo parpadear. Era la primera vez que se dirigía a ella de aquel modo. Se lo quedó mirando fijamente. En el pasado habría dado cualquier cosa por que la tratara con aprobación y cariño.

Su padre dijo algo más. Elsa escuchó el nombre de Donato Salazar y empastó una sonrisa. Se dio la vuelta hacia el hombre que estaba a su lado y alzó la vista.

Algo le atravesó el estómago, un golpe que la hizo tambalearse.

El hombre que tenía delante no pertenecía al mundo de las fiestas de su padre. Aquel fue su primer pensamiento. Aquellos eventos se manejaban entre la modernidad y lo sórdido. Este hombre era demasiado… rotundo para ser alguna de aquellas dos cosas. La palabra que le surgió en la cabeza fue «elemental». Era como una fuerza de la naturaleza, un líder.

La segunda palabra que le vino a la mente fue «bello».

Incluso la tenue cicatriz que le atravesaba la mejilla enfatizaba su belleza en lugar de enmascararla.

Era bello como podía serlo el risco lejano de una montaña, con su pico helado que seducía a los montañeros y a la vez resultaba traicionero. Como podía serlo una tormenta en el mar, letal pero magnífica.

Lo que la llevó al tercer pensamiento: «peligroso».

No era solo su absoluta inmovilidad, la atención con la que la escudriñaba como si fuera una ameba colocada bajo el microscopio. Ni que su hermoso rostro estuviera como tallado en planos rectos, sin ninguna curva. A excepción de aquella boca fina y perfectamente dibujada que llamó la atención de Elsa.

En su vida profesional había visto labios curvados en sonrisas de alegría o de alivio, o apretados por el dolor y la tristeza. Pero nunca había visto unos labios así, que indicaban sensualidad y crueldad al mismo tiempo.

Aquella boca tan bonita se movió para articular unas palabras que Elsa no consiguió captar porque tenía el cerebro nublado.

–Lo siento, no he entendido.

–He dicho que es un placer conocerla, señorita Sanderson – los labios se curvaron hacia arriba, pero Elsa tuvo la absoluta certeza de que lo que Donato Salazar sentía no era placer.

Lo confirmó cuando lo miró a los ojos, que eran de color azul oscuro y estaban enmarcados por unas cejas negras. Tenía una mirada entre observadora y… ¿molesta?

–Encantada de conocerle, señor Salazar.

–Vamos, no hace falta ser tan formales – intervino su padre. Nunca Elsa agradeció tanto su presencia. Resultaba casi benigna en comparación con el hombre que estaba a su lado–. Llámala Elsa, Donato.

El hombre alto asintió y ella se fijó en que el pelo oscuro le brillaba como el ala azulada de un cuervo. Y que tenía un hoyuelo en la barbilla.

–Elsa – su voz sonó profunda y resonante–. Y tú llámame Donato.

Tal vez fuera el brillo de sus ojos, o el frunce satisfecho de aquellos labios, o el hecho de que finalmente hubiera superado el primer impacto que le causó. Pero de pronto, Elsa volvió a ser ella misma.

–Muy amable por tu parte, Donato. Tengo entendido que eres de Melbourne. ¿Vas a quedarte mucho tiempo en Sídney?

–Eso depende de varias cosas – su padre y él intercambiaron una mirada fugaz–. Por el momento no tengo planes de volver.

Elsa asintió con naturalidad, como si aquellos planes no incluyeran casarse con la hija de Reg Sanderson. Pero aquello no iba a suceder.

–Esperemos que siga haciendo buen tiempo durante tu estancia. Sídney hay que disfrutarla con sol – como si ella se pasara la vida en el yate de su padre bebiendo champán y comiendo.

Se llevó una mano al estómago vació. Fuzz se había marchado unas horas antes de esta fiesta en honor al hombre con el que su padre quería que se casara, y Reg había hecho venir a Elsa nada más salir del trabajo. Como de costumbre, el alcohol fluía por todas partes, pero la comida todavía no había hecho su aparición.

–Ah, el tiempo – Donato seguía manteniendo la seriedad en la mirada, pero sus labios esbozaron un tenue gesto de superioridad–. Un comienzo de conversación educado y predecible.

Elsa fingió sorpresa para ocultar su molestia. Ya había sido durante bastante tiempo fuente de diversión para los sofisticados amigos de su padre. Sus años de patito feo la llevaban a irritarse cuando la trataban con condescendencia.

–Entiendo. En ese caso, por favor, escoge tú otro comienzo de conversación, a ser posible educado.

Los ojos de Donato mostraron un brillo que parecía aprobatorio.

–Elsa, de verdad… – comenzó a decir su padre.

–No, no. El tiempo me parece un buen tema – se inclinó hacia ella y Elsa captó un estimulante aroma a café y a piel masculina–. ¿Crees que podemos esperar una tormenta veraniega más tarde? ¿Con rayos y truenos, tal vez?

Elsa miró a su padre, que tenía una expresión gélida, y luego otra vez a Donato Salazar. Sabía que su padre estaba sudando con aquel encuentro y no le importaba lo más mínimo. Estaba dividida entre la admiración y la rabia.

–Cualquier cosa es posible, dadas las condiciones atmosféricas que tenemos.

Donato asintió.

–Encuentro muy estimulante esa perspectiva – no se había movido, pero de pronto el aire que los rodeaba pareció enrarecerse–, cuéntame más – murmuró con su voz rica y profunda como el sirope–. ¿Qué condiciones atmosféricas provocarían electricidad en el aire?

Estaba jugando con ella.

Había notado su instantánea y profundamente femenina respuesta hacía él, aquel temblor en el vientre, el sonrojo, y le divertía.

–No tengo ni idea – le espetó–. No soy meteoróloga.

–Qué decepción – sus palabras eran como seda. Tenía la mirada clavada en ella, como si Elsa fuera un espécimen curioso–. A la mayoría de la gente que conozco le gusta hablar de las cosas que saben.

–¿Te refieres a que les gusta lucirse mostrando sus conocimientos?

La insinuación quedaba clara. La gente intentaba atraer la atención de aquel hombre. Su padre se aclaró la garganta, dispuesto a interrumpir una conversación que no estaba saliendo como él tenía pensado.

Pero entonces Donato se echó a reír y aquel sonido provocó en Elsa un escalofrío. Tenía una risa sorprendentemente atractiva para ser un hombre con aspecto de poder interpretar el papel de príncipe de la oscuridad sin ningún esfuerzo. El problema estaba en que la risa, el humor de su mirada y aquella sonrisa repentina le convertían en alguien mucho más cercano.

Elsa se estremeció. El corazón le latía con fuerza contra las costillas, y sentía algo parecido a la mantequilla fundida entre las piernas. Parpadeó para reponerse. Ella no se derretía a los cinco minutos de conocer a un hombre.

–Me disculpo en nombre de mi hija – su padre le lanzó a Elsa una mirada glacial.

–No hay necesidad de disculparse – Donato seguía sin apartar la vista de ella–. Tu hija es encantadora.

–¿Encantadora? – repitió Reg antes de recuperarse rápidamente–. Sí, por supuesto. Es alguien poco común.

Elsa apenas escuchó las palabras de su padre, estaba atónita.

¿Encantadora? Nunca en su vida la habían descrito de aquel modo.

–Debe de estar orgulloso de tener una hija tan inteligente y directa.

–¿Orgulloso? Sí, sí. Claro que sí – su padre necesitaba mejorar sus dotes de actuación. Normalmente mentía con mucha facilidad, pero Elsa no le había visto nunca tan desesperado.

–Y además es muy guapa.

Aquello había ido ya demasiado lejos. Había hecho todo lo posible rebuscando en el armario de su hermana algo adecuado. No iba a enfrentarse a una multitud de estrellas sociales con la ropa de trabajo y los zapatos planos. Pero no se hacía ilusiones. Fuzz era la que hacía girar las cabezas, no ella.

–No hay necesidad de hacerme la pelota. Y preferiría que no se hablara de mí como si no estuviera delante.

–¡Elsa! – parecía que a su padre le iba a dar un ataque. Estaba rojo y era como si los ojos se le salieran de las órbitas.

–Te pido disculpas, Elsa – aquella voz aterciopelada la hizo estremecerse otra vez–. No pretendía insultarte.

–No eres tú quien debería disculparse, Donato – su padre se acercó y la agarró del brazo con fuerza–. Yo creo que…

–Yo creo – le interrumpió Donato con suavidad– que ya puedes dejarnos solos para que nos conozcamos mejor.

Su padre se lo quedó mirando durante un instante. Normalmente era muy rápido y muy ácido en sus respuestas. Así que verle perdido suponía una experiencia nueva.

¿Quién era aquel hombre capaz de asustarle tanto?

–Claro, claro – su padre empastó una sonrisa–. Tenéis que conoceros mejor. Os dejaré solos – le dio un último pellizco en el brazo a su hija y la soltó antes de marcharse como si no le importara.

Elsa le vio alejarse y quiso gritarle que volviera. Algo ridículo, ya que se había pasado la mayor parte de su vida evitándole. Y teniendo en cuenta que nunca había sido un padre protector.

Pero el nudo que sintió en el estómago al volver a cruzar la mirada con la de Donato Salazar le hizo saber que realmente necesitaba protección.

Capítulo 2

Donato miró aquellos ojos claros y sintió el impacto como si alguien hubiera arrojado una piedra a unas aguas tranquilas.

No eran unos ojos normales. De hecho, no había nada de normal en Elsa Sanderson. Esperaba encontrar a la típica hija de papá, y en cambio…

¿En cambio qué?

Todavía no lo sabía, pero tenía intención de averiguarlo.

No le gustaba que le pillaran con la guardia bajada. Años atrás, en la cárcel, bajar la guardia podría haberle costado la vida. Y casi le costó un ojo. Entonces convirtió tener el control en el objetivo de su vida, ser él quien manejaba las riendas, no volver a reaccionar ante fuerzas que no podía controlar.

Hacía mucho tiempo que nadie le pillaba por sorpresa, y no le gustaba.

Aunque sí le gustaba lo que veía. Y mucho.

Para empezar, aquellos ojos. Eran como el mercurio. De un tono indefinido entre el azul y el gris, que se convirtió en frío plateado cuando se enfadó con él. Donato había sentido su desaprobación como una puñalada de hielo en el vientre.

Y sin embargo, su respuesta fue preguntarse qué aspecto tendrían sus ojos cuando estuviera atrapada por la pasión. Con él dentro de su cuerpo, sintiendo cómo se estremecía. No era de extrañar que estuviera irritado. Elsa había interceptado sus pensamientos, interfiriendo momentáneamente en sus planes.

No era lo que esperaba ni lo que quería. Ningún hombre buscaba aquella repentina sensación de no ser ya dueño de su destino. Un destino pérfido que al parecer todavía le reservaba algunas sorpresas desagradables.

Al diablo con el destino. Hacía años que Donato había dejado de ser su víctima.

–Por fin solos – murmuró observando cómo Elsa apretaba los labios.

Así que a ella tampoco le gustaban las chispas que saltaban entre ellos. Pero además de su cautela y la desaprobación, Donato percibió también desconcierto. Como si no reconociera la espesura del ambiente como lo que realmente era: atracción carnal.

Instantánea. Absoluta. Innegable.

–No tenemos necesidad de estar solos. Con quien tienes que tratar es con mi padre – Elsa alzó la barbilla con gesto beligerante.

Donato sintió un nudo en el estómago. ¿Cuánto hacía que una mujer no reaccionaba así ante él? No con desdén por sus orígenes, sino desafiante. Los últimos años habían estado plagados de mujeres deseosas de agarrarse a lo que pudieran: sexo, dinero, estatus, incluso a la emoción de estar con un hombre de oscura reputación. ¿Cuánto hacía que una mujer que deseaba le resultaba difícil de conseguir?

Porque se había dado cuenta de que deseaba a la señorita Elsa Sanderson con un ansia primaria que seguramente a ella la desconcertaría. A él le perturbaba, y eso que pensaba que no podría escandalizarse ya por nada.

–Pero esta noche se trata de socializar. Esto es una fiesta, Elsa – pronunció su nombre muy despacio, disfrutando de su sabor casi tanto como disfrutó de la respuesta en aquellos ojos brillantes.

Ah, sí, la señorita Sanderson lo deseaba tanto como él a ella. El modo en que se humedeció los labios con la punta de la lengua. La manera en que dejó caer los párpados, como si anticipara el placer sexual. La rápida elevación de sus preciosos senos bajo la seda azul de su ajustado vestido.

Los pezones se le endurecieron y se dispararon hacia él. Donato tuvo que contenerse para no ponerle las palmas de las manos en el pecho. Quería sentir su peso en las manos. Quería más de lo que podía tomar allí, en una de las terrazas de la mansión de su padre que daba al puerto.

Se guardó las manos en los bolsillos traseros de los pantalones y vio cómo entornaba los ojos, retándole a quedarse mirando su cuerpo.

–¿Te perturbo, Elsa?

Si no quería que admirara la vista tendría que haberse puesto otra cosa, no un vestido que le marcaba las curvas como un envoltorio de plástico. En eso al menos no le había sorprendido. Esperaba que la hija de Sanderson fuera como su padre, más exhibición que sustancia. Pero entonces Elsa se giró para mirarle y supo con absoluta certeza que era distinta.

–Por supuesto que no – a Donato le gustó su tono bajo y confiado, muy distinto a las risas estridentes de las mujeres que rodeaban la piscina–. ¿Tienes por costumbre perturbar a la gente?

No era un tono coqueto, sino muy serio, como si estuviera tratando realmente de entenderlo.

Donato dio un paso adelante y ella se quedó muy quieta. Se le dilataron las fosas nasales. ¿Estaría aspirando su aroma, como él aspiraba el suyo? Descubrió que olía a… ¿arveja? El olor de un jardín antiguo.

Le asaltó un recuerdo. El de un jardín soleado. Su madre riéndose, algo extraño, y Jack explicándoles con paciencia la diferencia entre las malas hierbas y las preciadas plantas de semilla.

¿Cuánto tiempo hacía que no pensaba en eso? Pertenecía a otra vida.

–¿Donato?

Se puso tenso al darse cuenta de que ella había alzado la mano como si fuera a acariciarle. Luego la dejó caer a un lado. Donato no supo si sentirse aliviado o arrepentido.

Quería tocarla. Lo deseaba mucho. Pero no allí. Una vez que se tocaran ya no habría marcha atrás.

–Algunas personas me encuentran perturbador.

A Elsa le resultaría reconfortante creer que tenía ese impacto en todo el mundo. Pero para ella su respuesta resultaba completamente personal, como si algo les uniera.

–¿Y por qué?

Donato alzó sus oscuras cejas. A Elsa le costaba trabajo creer que hubiera en el mundo alguna mujer que no cayera redonda ante aquellos rasgos de ángel caído.

–¿Qué sabes de mí?

Ella se encogió de hombros.

–Solo que mi padre quiere hacer negocios contigo. Por lo tanto, debes de ser rico y poderoso.

Guardó silencio antes de hacer algún comentario maleducado. Lo que tendría que hacer era suavizar el camino para darle la noticia de que su hermana no iba a jugar a las casitas con él.

–También sé que eres de Melbourne y que estás de visita en Sídney para un proyecto importante.

–¿Eso es todo? – la miró de un modo penetrante, como si quisiera atravesar la ropa de su hermana y llegar a la mujer sin ornamentos que había debajo.

Su traicionero cuerpo se calentó y le temblaron un poco las rodillas.

–Eso es todo – no había tenido tiempo para hacer una búsqueda en Internet. Apenas había podido buscar ropa adecuada para la ocasión tras el encuentro con su padre.

–¿No te interesan los negocios de tu padre?

–No – Elsa no se molestó en dar más detalles. Lo que su padre hiciera ya no era cosa suya. Excepto si amenazaba a Rob y a Fuzz–. Bueno…

Donato alzó una mano para silenciarla.

–No te expliques. Resulta refrescante conocer a alguien suficientemente sincero para admitir que solo le interesa el dinero, no cómo se consigue.

–No me has entendido – hacía que pareciera una sanguijuela.

–¿Ah, no? ¿Por qué?

Elsa decidió entonces ser cauta y sacudió la cabeza.

–Da igual. No es relevante.

No volverían a encontrarse nunca. Preocuparse por lo que Donato pudiera pensar de ella era un signo de debilidad. Además, se negaba a que él, Donato Salazar, supiera cosas de ella. El conocimiento era poder y él parecía ser de los que lo utilizaban sin compasión.

–Entonces, ¿qué es relevante?

–La razón por la que estás aquí esta noche. Felicity.

–He venido para conocerla – Donato dirigió la mirada hacia las terrazas superiores, que estaban llenas de gente.

–No ha podido estar aquí esta noche.

–Eso me dijo tu padre.

Elsa se preguntó qué más le habría contado. Se apostaba todos sus ahorros a que no había admitido que Fuzz había huido a Queensland con tal de no enfrentarse a este hombre. La idea de que su hermana estuviera en algún sitio sin champán helado, baños de espuma y público adorándola le resultaba inconcebible. Pero Rob había dicho que estaban alojados en un viejo motel y que se las arreglaban con un camping gas y duchas frías mientras terminaban las reformas.

Fuzz se había enamorado por primera vez. Matthew, amigo de Rob y ahora socio en el negocio, era un hombre decente, honrado y trabajador, una excepción en el círculo social de su familia. La decisión de Matthew de convertir el desprestigiado hotel que había heredado en un moderno resort fue el catalizador que Rob y Fuzz necesitaban para romper con Sídney y con su padre.

–Así que estás aquí sustituyendo a tu hermana – la voz de Donato le atravesó las venas como si fuera alcohol puro–. ¿Qué podría haber más placentero?

Le cambió la expresión, su mirada se hizo más penetrante, se le agudizaron las líneas del rostro. Tenía aspecto de depredador.

–¡No en el sentido que estás pensando! – le espetó Elsa.

–¿Sabes qué estoy pensando? – alzó de nuevo aquellas cejas oscuras.

–¡Por supuesto que no!

¿Cómo era posible que la desestabilizara tan fácilmente? Había invertido muchos años aprendiendo a mantener sus pensamientos y sus emociones bajo control.

Pero con Donato no podía. Se sentía insegura y fuera de lugar, así que decidió cambiar de tema.

–Estoy segura de que disfrutarás de esta noche. Las fiestas de mi padre tienen muy buena fama.

Un chillido agudo cortó el aire y fue seguido de una zambullida en la piscina. Se escucharon risas y luego otra zambullida.

–Eso parece – Donato no cambió de expresión, pero utilizó un tono de voz helado que daba a entender que no tenía tiempo para juegos festivos–. Aunque yo he venido a conocer a tu familia. A conocerte a ti, Elsa.

Allí estaba otra vez aquel temblor de excitación cuando dijo su nombre. Elsa se frotó los brazos desnudos con las palmas para disimular la carne de gallina. Se dio cuenta de su error demasiado tarde, cuando la mirada de Donato se clavó en su movimiento. No hacía frío. Donato supo que estaba reaccionando a él.

Elsa se dio la vuelta y se apoyó en la barandilla de la terraza fingiendo mirar la vista del puerto. Él estaba a un metro de distancia, pero sentía como si se estuvieran tocando. ¿Cómo era posible?

–Hasta esta noche no supe que tu padre tuviera tres hijos. Solo había oído hablar de dos.

Aquello no era una sorpresa. Reg Sanderson nunca presumía de su aburrida hija mediana como lo hacía de su inteligente hijo y de su preciosa hija mayor. Hasta aquella noche, Elsa había sido persona non grata.

–Felicity y Rob están más unidos a él. Rob incluso trabajó para él – hasta que vivir tan de cerca el negocio de su padre acabó con su entusiasmo. Rob era abogado de empresa, y Elsa sospechaba que había visto demasiadas cosas de las tácticas empresariales de su padre.

–Pero no he visto fotos tuyas con tu hermana en la prensa.

Elsa parpadeó.

–¿Lees las páginas de sociedad? – parecía un hombre interesado solo en finanzas y política.

–Te sorprendería saber lo que leo.

Ella frunció el ceño.

–Para ti es importante saber quién se deja ver en las fiestas de perfil alto, ¿verdad?

–Lo que me importa es conocer a la gente con la que voy a hacer negocios.

Elsa se puso tensa.

–Tu negocio es con mi padre, no con Felicity ni conmigo.

Donato se encogió de hombros.

–¿No es lógico que me interese por tu familia?

Teniendo en cuenta que pensaba formar parte de ella, era lo normal. Elsa sintió cómo se le encogía el estómago. Un sonido la llevó a girar la cabeza. Un camarero bajaba por las escaleras con una bandeja llena. Elsa se le acercó buscando una distracción de las sensaciones que le provocaba Donato.

–¿Algo de beber, señora? ¿Caballero?

–¿Quieres champán, Elsa? – Donato estaba justo a su espalda. ¿De verdad había creído que lograría escapar tan fácilmente?

–Agua, por favor.

–Una elección sensata – Donato agarró dos vasos de agua con gas y despidió al camarero con una inclinación de cabeza antes de pasarle uno de los vasos a Elsa.

–Gracias – murmuró ella dándole un sorbo–. En cuanto a la proposición de mi padre…

–¿Cuál de ellas?

Elsa se lo quedó mirando. ¿Es que acaso había más de una? Por supuesto que sí. El viejo tendría sin duda un saco lleno de propuestas para Donato con la intención de sacarle todo el dinero que pudiera.

–La de Felicity – Elsa dio otro sorbo a su vaso para librarse de la sequedad de garganta–. Va a estar fuera mucho tiempo.

Donato asintió y Elsa dejó escapar un suspiro de alivio.

Por supuesto que no estaba interesado en la sugerencia de su padre de que se casaran. Donato Salazar podía escoger a cualquier mujer. Pero era demasiado educado para decirle a su padre que su idea resultaba innecesaria y anticuada.

–No va a volver a Sídney.

–Eso tengo entendido – Donato hizo una pausa–. ¿Puedo preguntar por qué?

–No es ningún secreto. Está trabajando en Queensland dirigiendo un proyecto muy importante de decoración de interiores.

–¿De veras? – Donato alzó una ceja–. No sabía que tu hermana trabajara.

Elsa sintió una punzada de calor en el vientre. En esta ocasión no fue excitación sexual, sino vergüenza por su hermana.

Era cierto. A sus veintisiete años, su hermana mayor nunca había tenido un trabajo pagado. Pero aquello estaba cambiando. Fuzz estaba comprometida con aquel proyecto.

Elsa estiró la columna vertebral todo lo que pudo.

–Fuzz… Felicity forma parte del equipo de diseño encargado de un resort muy importante de Queensland – bueno, sería muy importante cuando estuviera terminado.

–¿Es el resort en el que ha invertido tu hermano? Tu padre me contó que había dejado la empresa familiar para volar solo. Pero que sigue en el mismo campo, hoteles y ocio.

–No es exactamente lo mismo. Mi padre ha hecho su riqueza con el juego, las máquinas de póquer y los casinos.

–No solo con el juego – la respuesta llegó muy deprisa y a Elsa le sorprendió la sequedad del tono–. Tu padre tenía también otros intereses.

A Elsa le pareció que curvaba el labio superior con gesto despectivo.

–Felicity tiene otra razón para estar en Queensland – tenía que dejar claro que el plan de su padre resultaba imposible–. Está viviendo con su compañero. Trabajan juntos.

–Entonces, ¿es una relación estable?

–Completamente – al menos, más que las anteriores relaciones de su hermana–. Sé que mi padre sugirió que conocieras mejor a Felicity – no era capaz de utilizar la palabra «matrimonio»–. Pero, dadas las circunstancias, eso no es posible.

–Lo entiendo perfectamente – Donato curvó los labios en una sonrisa y se le acercó un poco más–. Tu padre ha pensado que nuestros negocios en común se verían beneficiados por un lazo familiar. Sugirió el matrimonio.

–Eso no es una opción. Felicity ya tiene pareja – insistió ella.

–Espero que sea muy feliz – Donato alzó su vaso a modo de brindis–. Solo puedo decir que es una suerte que tu padre tenga otra encantadora hija que pueda ocupar su lugar.

Capítulo 3

Elsa se quedó mirando aquellos ojos que no reflejaban ni pizca de burla.

Se le erizó el vello de la nuca. Ella ocupando el lugar de su hermana.

Durante una décima de segundo experimentó una sensación de triunfo ante la idea de ser suya. De experimentar toda aquella intensidad, no como un espécimen a estudiar, sino como amante.

Deslizó la mirada por aquellos hombros tan anchos, por el cuerpo masculino que había bajo el traje hecho a medida. ¿Qué se sentiría entre aquellos brazos?

Dio un paso atrás y derramó un poco de agua del vaso.

–No soy la sustituta de mi hermana – las palabras le salieron haciendo un esfuerzo.

–Por supuesto que no. Eres una persona única – afirmó Donato con una sonrisa.

–No seas condescendiente conmigo.

–Te pido disculpas. Pensé que preferirías que fuera sincero.

–Por supuesto que sí – Elsa agarró el vaso con ambas manos.

Donato la escudriñó con la mirada.

–Entonces, déjame decirte que nada me apetece más que la perspectiva de conocerte mejor.

No había en sus palabras nada lascivo, ni tampoco en su expresión. Y sin embargo, aquellas palabras, «conocerte mejor», ocultaban una gran profundidad. Conocer implicaba conocimiento carnal.

Tendría que haberse sentido horrorizada, pero no fue así.

Le deseaba. En aquel momento. Con una inmediatez que superaba toda su cautela.

–No digas tonterías. No tenemos nada en común.

–Yo creo que sí, Elsa – Donato hizo una pausa, como si estuviera saboreando su nombre–. Tu padre y sus negocios, por ejemplo.

Ella se apartó y dio media docena de pasos antes de girarse para mirarle. Para su enfado, Donato salvó la distancia que los separaba.

–No estás interesado en conocerme a mí – un hombre como Donato Salazar querría una mujer de perfil alto que pudiera lucir como un trofeo. No una sosa como ella.

El alto cuerpo de Donato se cernió sobre ella como si se viera atraído por la misma fuerza que urgía a Elsa a acercarse a él.

Entendía la atracción, incluso entendía el atractivo de lo peligroso, a pesar de que siempre había escogido en la vida el camino más prosaico.

Y sin embargo nunca había experimentado un deseo así. La inundaba, le hacía imaginar cosas imposibles. Como agarrar a Donato del cuello de la camisa y acercar su rostro orgulloso y marcado al suyo. Quería saborearle, perderse en la pasión que sabía que se ocultaba bajo aquel barniz de educada calma.

A Donato le salió el aire por las fosas nasales, y de pronto respiró con agitación, como si le hubiera leído la mente. Llevó la mirada a su boca.

El aire de la noche se hizo más intenso.

–No sé nada de ti.

–Pero eso no importa, ¿verdad? – su voz cálida la envolvió–. Eso no evita que sientas lo que estás sintiendo.

Elsa abrió la boca para espetarle que no sentía nada.

Pero Donato la estaba mirando fijamente, esperando que se pusiera nerviosa y negara aquella conexión entre ellos. No sería una falsa. Eso supondría admitir el miedo, y no quería.

Elsa alzó la barbilla.

–No sé a qué clase de mujeres estás acostumbrado, Donato, pero quiero que sepas que no pienso actuar de forma impulsiva con un desconocido.

–¿Por muy tentador que resulte? – Donato puso voz a los pensamientos de Elsa–. ¿Crees que yo no estoy tentado? – le preguntó con tono aterciopelado–. ¿Crees que no deseo deslizar las manos por tu lujurioso cuerpo? ¿Sentir tu calor, saborearte y hacerte saber lo mucho que me deseas?

Elsa se quedó sin aliento. Él deslizó la mirada hacia sus senos y un fuego hizo explosión dentro de ella. Estaba ardiendo, y tenía la sospecha de que nadie podría apagar aquel incendio excepto Donato.

–No importa lo que tú desees, Donato – alzó la cabeza para encontrarse con su mirada fija–. No va a pasar.

Él la miró con mayor fijeza todavía y la ansiedad se apoderó de Elsa. Se preguntó si no habría sido un movimiento poco inteligente lanzarle semejante desafío.

–Nunca digas «de este agua no beberé», Elsa.

La intensidad de su mirada la asustó. De pronto sintió que no hacía pie. Quería estar en su apartamento en pijama y viendo una película acurrucada en el sofá.

–Quiero conocerte, Elsa.

–¿Cómo? ¿Sexualmente? – Elsa dejó el vaso en la mesa más cercana para evitar derramarlo.

–Me gusta que digas exactamente lo que piensas, Elsa. Es refrescante.

Ella se puso en jarras y dio un paso adelante, aunque enseguida se dio cuenta de su error y se detuvo en seco. Pero se negó a recular a pesar de que estaba tan cerca que podía inhalar su embriagador aroma masculino.

–Ya te he dicho que no seas condescendiente conmigo, Donato.

Él sacudió la cabeza.

–Solo digo la verdad – aseguró antes de esbozar una sonrisa–. ¿Que si quiero tu cuerpo? Sin duda. Juntos seríamos magníficos. Pero quiero más. Quiero entenderte.

De todas las cosas que podía haber dicho, de todas las que había dicho hasta el momento, aquella fue la que la dejó sin defensas.

Ningún hombre había querido nunca entenderla. Ni su padre, que solo quería que fuera guapa y frívola y le levantara el ego, ni los hombres con los que había salido.

–¿Por qué? – Elsa ladeó la cabeza–. Somos desconocidos. Y no me digas que porque crees que la idea de mi padre sobre lo de casarse es un buen plan. Quiero la verdad.

Se mantuvo con la espalda recta, preparada para recibir una oleada de furia. Estaba acostumbrada a toda una vida lidiando con el temperamento volátil de su padre.

–¿Crees que te mentiría?

–Los hombres suelen hacerlo cuando quieren algo.

–No tienes muy buena opinión de los hombres – Donato parecía más curioso que ofendido–. Pero aplaudo tu cautela. Demasiada gente se pone en riesgo y luego se ve en situaciones que no puede controlar.

Su voz encerraba un tono sentido que la sorprendió. No podía imaginarse a nadie aprovechándose de Donato.

–¿A ti te ha pasado alguna vez?

Transcurrió un largo instante antes de que Donato contestara.

–Por supuesto. Pero con una vez fue suficiente. No volverá a suceder – sus palabras encerraban certeza absoluta.

Elsa deseó poseer semejante convicción. Debería apartarse de Donato Salazar y del peligro que representaba.

–¿Por qué yo? – apretó las mandíbulas–. Aquí hay muchas mujeres glamurosas.

–¿Crees que tú no eres glamurosa?

–Conozco mis limitaciones. Pero eso no importa – Elsa ignoró la tensión que sintió en el estómago.

Donato dejó el vaso de agua al lado del suyo y Elsa se preguntó si intentaría acercarse más. Pero lo que hizo fue meterse las manos en los bolsillos del pantalón. El movimiento enfatizó el poder de sus anchos hombros y de sus fuertes muslos.

–Creo que a ti sí te importa. Y mucho.

Elsa se pasó las manos sudadas por el vestido. El vestido de su hermana. Fuzz tendría un aspecto delicado y bellísimo con él puesto. Pero a Elsa parecía que le iban a reventar las costuras y le quedaba demasiado corto.

–Me equivoqué al decirte que eras guapa. Eso es para las niñas pequeñas, y tú eres toda una mujer. La única mujer que quiero tener en mi cama.

Elsa contuvo el aliento de forma audible.

–Eres espectacular. El fuego de tus ojos, esa boca seductora, las caderas, las largas piernas. Quiero…

–¡Ya es suficiente! – Elsa se llevó la mano al corazón. Le latía con tanta fuerza que parecía que se le quería salir del pecho–. No estamos hablando de mi aspecto ni de a quién quieres llevarte a la cama.

–¿Ah, no? – respondió Donato con sonrisa pícara.

Elsa se bajó el vestido de seda por los muslos.

–No. Estamos hablando de que es totalmente innecesario que te cases con algún miembro de la familia Sanderson.

–¿Innecesario? Sí.

¡Por fin! Elsa sintió como si le quitaran una enorme piedra del pecho.

–Pero resulta apetecible – la mirada de Donato recorrió las sinuosas líneas de su cuerpo.

Si otro hombre la hubiera mirado así, Elsa le habría pegado una bofetada. Y sin embargo ahora sacó pecho como si disfrutara de aquella mirada posesiva.

–¿Perdona? – lástima que las palabras sonaran más susurradas que ultrajadas.

–Ya me has oído, Elsa. No te hagas la tonta.

–¡No me hago la tonta! – ¿acaso el mundo se había vuelto loco?–. No puedes decirme en serio que crees que el plan de mi padre tiene algún sentido.

–Lo cierto es que me parece una idea excelente – los ojos de Donato se clavaron en los suyos.

–Debes de estar de broma – miró aquellos ojos azules fijos y esperó a ver alguna señal de que Donato estaba bromeando.

Pero no llegó ninguna. Elsa cruzó los brazos sobre el pecho.

–Eso no va a pasar. Felicity no se casará contigo.

–Ya me lo has dicho – Donato se inclinó hacia delante y le sostuvo la mirada–. Te estás repitiendo. ¿Te pongo nerviosa?

–¿Nerviosa? No – Elsa agarró con fingida naturalidad el vaso de agua y le dio un sorbo lento.

–Entonces, ¿es otra cosa? – su voz era como un ronroneo oscuro.

En lugar de tranquilizarla, despertó en ella el instinto de supervivencia. Donato no era ningún gatito doméstico. Parecía más bien una pantera ojeando su próxima víctima.

–Me vienen varias cosas a la cabeza, Donato, pero soy demasiado educada para decirlas.

Su risa suave le recorrió las venas como miel caliente.

–Ha sido todo un placer conocerte esta noche, Elsa. No esperaba divertirme tanto.

–¿Te divierto? – ella apretó las mandíbulas y le desafió con la mirada a reírse de ella.

–No es la palabra que utilizaría – Donato cortó la risa de golpe. Tenía una expresión sombría.

–No quiero saber nada más.

Él alzó las cejas.

–¿De verdad? No te hacía una cobarde, Elsa.

Ella sacudió la cabeza.

–No te tengo miedo – estaba demasiado ocupada teniendo miedo de la extraña en la que se había convertido al estar con él.

–Bien, eso hará que las cosas sean mucho más agradables.

–¿Qué cosas?

Donato se balanceó sobre los talones.

–Nuestra relación.

–No tenemos ninguna relación. Voy a dejarte aquí y voy a pasar el resto de la velada disfrutando de la fiesta y no volveremos a vernos.

Aquella certeza le cayó como una patada en el estómago. A pesar de los aspectos negativos de la noche, Elsa se sentía con más energía y vigor que nunca.

–¿Por qué? ¿Hay algún hombre esperándote? – Donato sacó las manos de los bolsillos y se cruzó de brazos. Aquel movimiento lo transformó de espectador indolente a adversario beligerante.

–No me espera nadie – podría haberse mordido la lengua. Donato sacaba su lado más inconsciente, el que normalmente mantenía a raya.

–Perfecto. Así no tendré que pisar a nadie.

Elsa observó su expresión petulante y el vaso húmedo se le deslizó por los dedos, estrellándose contra el suelo tras mojarle las piernas desnudas.

–¿Estás bien? – Donato dio un paso adelante, estaba tan cerca que le robaba el aire.

–Estoy bien, estoy bien – Elsa dio por hecho que era agua lo que le corría por la espinilla, no sangre de algún pequeño corte. Ya lo miraría luego.

Dio un paso atrás y se apoyó contra la pared de piedra. Tragó saliva para contener el pánico.

–Ha sido un día muy largo y estoy cansada – hizo un esfuerzo por hablar con normalidad–. Búscate a otra para tus jueguecitos.

Donato la miró fijamente durante un instante y luego asintió y se apartó a un lado.

–Me subestimas, Elsa. No estoy jugando a nada. Te llamaré por la mañana.

–¿Para qué? No hay necesidad.

No había asomo de sonrisa en las facciones de Donato cuando contestó.

–Para conocerte mejor antes de la boda, por supuesto.

–Déjalo ya, Donato. La broma ha terminado – Elsa pasó por delante de él para marcharse.

Para su horror, Donato se dio la vuelta y se colocó a su lado en dos zancadas.

–Te acompaño a casa.

–Puedo ir sola.

–Estás cansada. Te haré compañía.

Elsa se detuvo en seco, se giró y alzó una mano para ponerle el dedo índice en el pecho.

–Ahora me vas a escuchar – para su sorpresa, él dio un paso atrás antes de que le tocara.

–No lo hagas – afirmó con expresión impávida. Pero el pulso le latió con fuerza en la sien.

–¿El qué? – ¿no le gustaba que le invadieran su espacio vital? Bien, pues a ella no le gustaba ser el blanco de sus bromas. Elsa se puso en jarras y se acercó todavía más.

–No es una buena idea, Elsa.

–¿Por qué no? ¿Tú puedes dar caña pero no aguantas que una mujer se enfrente a ti por tus crueles jueguecitos?

Donato apretó los labios y compuso una sonrisa que no se parecía a ninguna de las que había esbozado antes. Esta no encerraba ni pizca de humor. Tenía la expresión de un cazador satisfecho.

–Al contrario, Elsa – pronunció su nombre como saboreándolo–. No sabes las ganas que tengo de verte enfrentada a mí.

Elsa se preguntó confundida si él también se los estaría imaginando juntos, ella con las piernas enredadas alrededor de su cintura. Tragó saliva e intentó no sonrojarse.

Pero entonces vio la tensión en el cuello y los hombros de Donato, se fijó en cómo apretaba los puños.

–No intentes confundirme, Donato. No te gusta que esté tan cerca de ti.

–Valiente pero equivocada – Donato estiró los dedos y Elsa se sintió de pronto demasiado cerca de él–. No quiero que estés cerca de mí, quiero que estés contra mí, piel con piel, sin que haya nada entre nosotros. Quiero ver cómo te sonrojas, y no solo por excitación, sino por el éxtasis.

Elsa contuvo el aliento. Sentía el cuerpo en llamas.

–He reculado – murmuró él–, porque cuando nos toquemos, quiero que estemos solos para que podamos terminar lo que hemos empezado.

Elsa era un manojo de nervios. Y eso solo sirvió para que se enfadara más.

–¿Esperas que me crea que si te toco una vez no serías capaz de controlarte? – alzó las cejas. A pesar del modo en que su cuerpo respondía, no era tan ingenua.

–Sé que ninguno de los dos querrá retirarse una vez que hayamos… conectado – dejó caer aquella palabra–. ¿Quieres comprobarlo?

El cerebro de Elsa emitió una señal de alarma y ella dio un paso atrás. Respiraba con agitación y el corazón le latía a toda máquina.

–No, no quiero tocarte. Ni ahora ni nunca. No volveré a verte, Donato. Adiós.

Estiró los hombros, se dio la vuelta y caminó por la terraza en dirección a las luces y la gente. Una parte de ella esperaba que Donato la detuviera, pero la dejó ir. Al final no había sido tan difícil. Había destapado el farol de Donato y ahí terminaba la cosa.

Lo que sentía no era desilusión. Era alivio por no tener que volver a verle jamás.

Capítulo 4

Donato vio a Elsa marcharse. Creía que nada relacionado con Reg Sanderson podría sorprenderle, y sin embargo su hija le había dejado paralizado.

Elsa. Saboreó su nombre.

Tal vez había sido un error apartarse de ella. Tal vez, si no hubiera mantenido las distancias, habría hecho añicos el espejismo de que ella era distinta.

Pero haría falta algo más que un alivio rápido contra el muro del jardín para saciar lo que tenía dentro.

Y eso, se dijo, casaba a la perfección con sus planes.

En eso era en lo que debía concentrarse. En la venganza. Siempre había sabido que sería dulce. Con Elsa como bono añadido, sería deliciosa.

Se dirigió con paso lento a la casa. Allí no había nadie con quien le apeteciera estar. Solo Elsa. A pesar de sus fanfarronadas, había leído su miedo. Una mujer sensata. Pero él calmaría aquellos miedos y se aseguraría de que disfrutaran del tiempo que estuvieran juntos

Se detuvo para decirle a un camarero lo del vaso roto en el piso de abajo, y en aquel momento apareció Sanderson. Sus pálidos ojos parecían casi febriles, desmintiendo su postura despreocupada. Donato sintió una punzada de satisfacción. Había esperado mucho aquel momento. Demasiado. Tenía intención de disfrutar de cada segundo del descenso de Sanderson hacia la ruina.

–¿Estás solo, Donato? – torció el gesto–. ¿Dónde está esa hija mía? No me digas que te ha dejado solo…

–Elsa estaba cansada.

–¿Cansada? Ya le daré yo para estar cansada – bramó–. Voy a…

–Es mejor que descanse esta noche – Donato mantuvo un tono suave aunque deseaba agarrar a Sanderson del cuello y agitarle hasta que le castañearan los dientes.

¿Porque le odiaba con toda su alma o por cómo hablaba de Elsa? ¿Acaso no se daba cuenta aquel hombre de lo valiosa que era la familia? ¿No le salía proteger a su hija de un hombre al que todos consideraban implacable y peligroso?

¿Qué clase de hombre vendía a su hija a un desconocido?

Donato ya conocía la respuesta. Reg Sanderson. El malnacido que había destruido demasiadas vidas ya.

Sería un servicio público además de un placer verle recibir lo que se merecía.

La oscuridad se apoderó de él. No, no quería verle muerto, que era lo que se merecía. Donato estuvo a punto una vez de matar a alguien y desde entonces había aprendido mucho. Así era mejor. Le bastaba con ver sufrir a Sanderson.

–Tendría que haberse quedado aquí contigo. Te pido disculpas.

Donato alzó una mano.

–No importa. La veré mañana.

–¿De verdad? – el otro hombre adquirió una expresión muy seria–. Entonces, ¿está interesado? ¿En Elsa?

¿Por qué le sorprendía tanto? Sanderson no sospechaba que su hija era una joya. Era tan ciego como deplorable.

Donato había visto fotos de la hermana de Elsa, una chica rubia con evidente encanto. Pero, si de verdad buscara novia, no escogería a Felicity Sanderson. Al parecer, no era una persona de fiar.

¿De verdad pensaba Elsa que su hermana se quedaría con su nuevo amante o estaba intentando protegerla del peligro que él, Donato, representaba?

La idea de Elsa intentando proteger a alguien de él resultaba ridícula, teniendo en cuenta la superioridad de su poder y sus recursos.

–Ha sido un placer conocer a alguien tan inteligente y refrescante – Elsa le había intrigado en cuanto la vio.

Sanderson no ocultó su satisfacción. Tenía una sonrisa hambrienta.

–Es maravilloso que hayáis conectado tan bien. Confiaba en que así fuera, pero con Elsa nunca se sabe. A veces puede ser un poco…

–¿Un poco qué?

Sanderson se encogió de hombros y le dio un sorbo a su bebida.

–Sinceramente, a veces puede ser demasiado franca. Aunque en el buen sentido, por supuesto. Refrescante, como tú dices.

Sanderson esbozó una sonrisa conspiradora que parecía indicar que eran buenos amigos, y Donato tuvo que reprimir el impulso de pegarle un puñetazo en la cara. Había hecho muchas cosas en su momento, algunas que la sociedad consideraba inaceptables. Pero nada le había puesto tan enfermo como fingir temporalmente que era amigo de Sanderson.

–Prefiero la sinceridad a los clichés educados – sobre todo si esos clichés ocultaban secretos sucios–. Conocer a tu hija me ha ayudado a sentir que te conozco mejor. Y eso es importante si vamos a trabajar juntos.

–Confiaba en que lo vieras así – Sanderson hizo una pausa y luego dijo con cautela–, entonces, ¿quieres seguir adelante con la sociedad y el préstamo?

La inmovilidad le traicionaba. Estaba tenso como una cuerda.

Donato sintió una oleada de satisfacción.

–Por supuesto. Esta es una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar – había necesitado años de preparación para llegar a aquel punto, y ahora estaba por fin en posición de destruir a Sanderson económica y socialmente. Si no podía meterlo entre rejas por sus delitos, al menos vería cómo perdía lo que más le importaba–. Mi equipo está listo para reunirse mañana contigo a las diez y ultimar los detalles.

–¿Tú no estarás allí? – los ojos de Sanderson reflejaban preocupación. Estupendo. Había llegado la hora de que descubriera que no podía seguir huyendo de las consecuencias de sus acciones.

–Mi equipo está capacitado para encargarse de la reunión. Yo tengo pensado estar con Elsa, conocerla mejor.

–Seguro que eso le encantará.

Al principio no, Donato lo sabía, pero conseguiría que cambiara de opinión. Lo estaba deseando.

–¿Significa eso que te gusta mi idea de una boda Salazar-Sanderson?

Donato lo observó detenidamente, desde su bronceado permanente hasta su cabello dorado y el lustre que solo podía adquirir la gente con mucho dinero. Pero eso no disimulaba las líneas que tenía alrededor de la boca, el brillo avaricioso de sus pálidos ojos azules o el ángulo pendenciero de su mandíbula.

Él sabía cómo era Sanderson. Al imaginárselo como padre, no le extrañaba que su hija mayor fuera una belleza sin nada dentro. Pero ¿qué pasaba con la segunda?

–¿Donato? – Sanderson sonaba ahora un tanto impaciente.

–¿La idea del matrimonio? – Donato se tomó su tiempo, disfrutando de la incomodidad del otro hombre–. Creo que es excelente.

Sanderson abrió los ojos de par en par un instante antes de que su rostro adquiriera una expresión calculadora.

–Elsa es una chica especial, y tiene mucha suerte.

A pesar del dinero que tenía, Donato no se hacía ilusiones. No con sus antecedentes penales. Era la clase de hombres al que los padres intentarían mantener lejos de sus hijas.

Y sin embargo, Sanderson estaba lanzando a su desprevenida hija en brazos de Donato. ¿Había algo que aquel hombre no haría por dinero?

–¿Y Elsa está de acuerdo? – sus ojos pálidos se clavaron en él.

–Elsa entiende lo que quiero. Pronto ultimaremos los detalles.

–Será un placer recibirte en nuestra familia – Sanderson hizo amago de estrecharle la mano, pero Donato fingió no darse cuenta y se giró para agarrar una copa de vino de la bandeja del camarero que pasaba por ahí en ese momento–. Por la boda que nos convertirá en familia – Sanderson alzó su copa.

Donato contuvo una náusea ante la idea de estar tan relacionado con aquel hombre. Sanderson había destruido a la única persona que Donato había querido en su vida. La única que le había querido a él. Había destrozado a otras muchas sin importarle un rábano. Pero él se aseguraría de que Sanderson pagara con creces.

–Por la boda – murmuró–. Que sea pronto, ¿no te parece?

–Sin duda – Sanderson asintió–. Aunque Elsa podría…

–Estoy seguro de que podré convencerla para que sea pronto – la idea de persuadir a Elsa hacía que le hirviera la sangre. Contaba las horas para volver a verla. Nunca le había pasado algo así.

El otro hombre asintió.

–Sabía que serías el hombre perfecto para ella. Es una chica encantadora, pero necesita mano firme.

¿Así era como Sanderson había manejado a su familia? Los investigadores contratados por Donato se habían centrado en la actividad empresarial de Sanderson, sobre todo en sus pequeños y sucios secretos financieros, no en su familia. Sintió simpatía por ellos, incluso por la superficial Felicity. Pero sobre todo por Elsa. Elsa, la de los ojos recelosos que no creía que fuera guapa.

–No te preocupes. Yo me encargo de Elsa.

–Bien – Sanderson agitó su vaso de whisky–. Supongo que querrás casarte en Melbourne, así que sugiero…

–No, no podría hacer eso. Sé que la familia de la novia es quien organiza la boda. Sé que querrás darle a tu hija una boda de mucho boato – Donato sonrió al ver la consternación de Sanderson. Seguramente no había contado con hacerse cargo de la factura de tan magna celebración.

–Eso es muy amable por tu parte, pero tú eres un hombre discreto. Elsa entenderá que quieras celebrar una boda sencilla.

Donato negó con la cabeza.

–No se me ocurriría privarla de esto. Cuanto mayor sea la celebración, mejor. Marcará el comienzo de nuestra asociación – aquello le hizo sonreír–. Hagamos que sea el acontecimiento social del año. Sé que es complicado organizar un evento de estas características con tan poco tiempo, así que te ayudaré un poco.

–Gracias, Donato. No te voy a decir que no.

–Bien. Te prestaré ayuda con los preparativos. Conozco a la persona perfecta, tiene buen ojo para la calidad y comprende que no queremos reparar en gastos – le puso una mano a Sanderson en el hombro cuando le iba a interrumpir–. No me des las gracias. Es lo menos que puedo hacer.

A Sanderson le cambió la expresión durante un instante, pero enseguida volvió a enmascararla.

–Y ahora, ¿te importaría darme el móvil de Elsa? Se me olvidó pedírselo antes.

Resultaba interesante que Sanderson no tuviera el número de su hija, a la que consideraba tan «especial», guardado en el móvil. Tuvo que entrar a buscarlo, y Donato se quedó fuera sopesando los acontecimientos de la noche.

Sanderson había mordido el anzuelo. En cuanto a aquella absurda proposición de casar a su hija con Donato… era la apuesta de un hombre desesperado.

Pero Donato le seguiría el juego. Saber que su enemigo se había gastado su último crédito en una boda por todo lo alto que nunca se celebraría sería la guinda del pastel. Sanderson no solo se quedaría completamente arruinado, sino que la farsa de aquella «no boda» le convertiría en un paria social. Se merecía mucho más, pero con eso bastaría.

Solo había una cosa que le preocupaba. Cuando Sanderson sugirió en un principio que se casara con Felicity, Donato no tuvo ningún problema. Sabía que Felicity tenía un corazón de teflón. Disfrutaría de la notoriedad y de la compensación económica que Donato le daría cuando se cancelara la boda.

Pero Elsa era distinta. Todavía no la tenía calada y eso le hacía dudar. Nunca entraba en negociaciones sin conocer a su rival. O en este caso, a su socia.

Sus labios se curvaron en una sonrisa de satisfacción. No, daba igual si esta vez le daba alas. Encontraría una manera de compensarla. Pero no tenía intención de alejarse. No solo porque aquello encajara perfectamente con su plan de venganza, sino porque deseaba a Elsa.

Y su intención era disfrutar al máximo de ella y del cortejo.

Capítulo 5

Hola? – Elsa arrastró el teléfono a la oreja y se hundió en la cama. Era demasiado temprano para que alguien llamara un sábado por la mañana.

–No te despiertas de buen humor, ¿verdad, Elsa? – la voz profunda que le llegó por la línea telefónica le provocó un cosquilleo en la piel desnuda.

Se puso en alerta al instante y abrió los ojos de par en par para observar cómo la luz de la mañana se filtraba entre los pliegues de las cortinas del dormitorio.

–¿Quién eres? – la voz le salió remilgada, como de institutriz, pero no podía hacerlo mejor.

Se había ido a dormir con el sonido de la voz de Donato en los oídos, incluso había soñado con ella cuando por fin consiguió dormir un poco. No era justo enfrentarse a ella ahora sin haber tenido tiempo para recomponerse.

–Como si no lo supieras, dulce Elsa. ¿Te he despertado? – las palabras funcionaron como una caricia que se deslizó por su piel tirante, arrancándole las últimas trazas de sueño.