Pack Bianca y Deseo marzo 2021 - Varias Autoras - E-Book

Pack Bianca y Deseo marzo 2021 E-Book

Varias Autoras

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Beschreibung

Una pasión oculta Cat Schield Una misteriosa mujer a la que no podía resistirse… En el paraíso con su enemigo Annie West "No saldría contigo ni por un millón de dólares" "¿Y por dos?" El precio de una pasión peligrosa Jane Porter La vida podía cambiar como consecuencia de mezclar el placer con el trabajo.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

E-pack Bianca y Deseo, n.º 229 - marzo 2021

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-310-2

 

Índice

 

Una pasión oculta

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

En el paraíso con su enemigo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

El precio de una pasión peligrosa

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Paul Watts entró en el ascensor del hospital y presionó el botón de la cuarta planta con más fuerza de la necesaria. Dos horas más tarde, se iba a marchar de Charleston para asistir a una conferencia de una semana sobre ciberseguridad. Su instinto le decía que estaba cometiendo un error. La salud de su abuelo, que tenía ochenta y cinco años, no mejoraba. Grady había tenido que ingresar en el hospital seis días antes a causa de un edema cerebral que le había ocurrido como complicación del gravísimo ictus que había sufrido tres meses atrás y que le había afectado al habla y que le había dejado paralizado un lado del cuerpo. La familia estaba muy preocupada por que Grady no durara mucho más. Por eso, Paul estaba teniendo dudas sobre su viaje.

Aunque Grady había cedido el cargo de director gerente del imperio naviero de la familia hacía ya una década y había delegado la dirección de la empresa en el padre de Paul, Grady había seguido siendo el presidente del consejo. Como no era de los que se quedaban de brazos cruzados, había seguido estando activo en su jubilación asistiendo a las reuniones de varias organizaciones y manteniendo una gran vida social.

Paul, que estaba acostumbrado al incansable vigor, la testarudez y la franqueza sin paliativos de su abuelo, no podía comprender por qué Grady no luchaba por ponerse bien y, gracias a la tensa relación que había entre ambos, no era muy probable que consiguiera una respuesta. Su distanciamiento era un dolor que nunca desaparecía, pero Paul se negaba a lamentar su decisión de labrarse una carrera en el mundo de la ciberseguridad en vez de unirse al negocio familiar. Detener a los malos satisfacía su necesidad de justicia de un modo que jamás lo haría dirigir el negocio naviero de la familia.

Las puertas del ascensor se abrieron y Paul salió al rellano. Al pasar junto al puesto de las enfermeras, saludó con una breve inclinación de cabeza y tomó el pasillo que conducía hasta la habitación de su abuelo.

Sus pasos fueron perdiendo brío a medida que se acercaba al lugar donde Grady yacía tan quieto y derrotado. Nadie podría decir nunca que Paul era un pusilánime, pero temía que lo que se iba a encontrar en cuanto entrara en la habitación. Todos los aspectos de su vida se habían visto influidos por la personalidad arrolladora de su abuelo. La fragilidad de Grady en aquellos instantes causaba en Paul un profundo desaliento. Igual que su abuelo parecía haber perdido las ganas de vivir, la seguridad de Paul se había convertido en desesperación. Sería capaz de hacer cualquier cosa que insuflara a Grady el deseo de presentar batalla.

Al llegar a la puerta, se detuvo y respiró profundamente. Entonces, escuchó música al otro lado de la puerta. Una mujer estaba cantando una melodía dulce y motivadora. Paul no reconoció la voz. No pertenecía a ningún miembro de su familia. Tal vez era una de las enfermeras. ¿Había descubierto alguna de ellas que su abuelo adoraba la música?

Paul abrió la puerta y entró en la habitación. La imagen que vio lo hizo detenerse en seco. Grady estaba tumbado, totalmente inmóvil, con la piel pálida como la cera. Si no hubiera sido por el tranquilizador pitido del monitor que le controlaba el corazón, Paul habría creído que su abuelo ya había fallecido.

Al otro lado de la cama, de espaldas hacia la ventana, una desconocida le sostenía la mano a Grady. A pesar de la amable expresión de su rostro, Paul se puso en estado de alerta. Ella no era la enfermera que había esperado. Se trataba de una mujer guapa, esbelta, de unos veinticinco años. Llevaba puesto una especie de disfraz formado por un vestido de campesina de color lavanda y una peluca rubia peinada con una gruesa trenza adornada con flores de mentira. Unos enormes ojos castaños dominaban un delgado rostro de pronunciados pómulos y afilada barbilla. Parecía una muñeca que hubiera cobrado vida.

Paul se quedó tan sorprendido que se olvidó de moderar la voz.

–¿Quién es usted?

La pregunta resonó en la habitación, provocando que la mujer interrumpiera en seco su canción. Abrió los ojos de par en par y se quedó inmóvil, como una cierva deslumbrada por los faros de un coche. Entreabrió los rosados labios por la sorpresa y respiró profundamente. Sin embargo, Paul le disparó otra pregunta sin darle tiempo a responder la primera.

–¿Qué está usted haciendo en la habitación de mi abuelo?

–Yo… –susurró ella mirando hacia la puerta.

–Venga, Paul, tranquilízate –dijo una voz a sus espaldas. Era Ethan, el hermano menor de Paul. El tono de su voz encajaba mejor con una habitación de hospital que la de Paul–. Te he oído desde el pasillo. Vas a molestar a Grady.

Paul se percató de que su abuelo había abierto los ojos y que movía la boca como si tuviera una opinión que quisiera compartir. El ictus le impedía formar las palabras que le permitían comunicarse, pero no había duda de que Grady se encontraba muy agitado. Movía la mano derecha. La mirada de la mujer pasó de Paul a Grady y luego una vez más a Paul.

–Lo siento, Grady –dijo Paul mientras avanzaba hacia la cama de su abuelo. Entonces, apretó los dedos del anciano y notó cómo le temblaban–. He venido a verte. Me sorprendió ver a esta desconocida en tu habitación –añadió mirando de nuevo a la mujer–. No sé quién es usted –añadió en un susurro–, pero no debería estar aquí.

–Claro que debe estar aquí –anunció Ethan colocándose junto a su hermano y comportándose como si presentarle a Paul a una mujer disfrazada fuera lo más normal del mundo.

La falta de preocupación de Ethan hizo que a Paul le subiera la tensión.

–¿La conoces?

–Sí. Es Lia Marsh.

–Hola –dijo ella, con una voz dulce y limpia como un fino cristal.

En cuanto Ethan entró en la habitación, se había empezado a mostrar más relajada. Evidentemente, consideraba al hermano de Paul como su aliado. Le ofreció a este una tímida sonrisa. Sin embargo, si creía que una sonrisa iba a bastar para borrar las sospechas de Paul, estaba muy equivocada. A pesar de todo, él descubrió que la ansiedad que llevaba días atenazándolo se aliviaba un poco. Una confusa e inesperada sensación de paz se apoderó de él cuando los nublados ojos verdes de Grady se posaron en Lia Marsh. Parecía contento de tenerla a su lado, a pesar de su extraño disfraz.

–No entiendo lo que esta mujer está haciendo aquí –insistió Paul.

–Ha venido a alegrar al abuelo –respondió Ethan mientras colocaba una tranquilizadora mano sobre el hombro de Grady–. Yo se lo explicaré a Paul.

¿Qué había que explicar?

Durante la conversación de los dos hermanos, la mujer apretó la mano de Grady.

–He disfrutado mucho del ratito que hemos pasado juntos –dijo ella. La musical voz creó un oasis de tranquilidad en la habitación–. Vendré a verte de nuevo más tarde.

Grady dejó escapar un ruido de protesta, pero ella ya se había apartado de la cama. Paul ignoró las protestas de su abuelo y le interceptó el paso.

–De eso nada –afirmó.

–Lo comprendo –dijo ella, aunque su expresión reflejaba tristeza y desaprobación. Miró a Ethan y sonrió–. Hasta luego.

Se dirigió hacia la puerta dejando tras ella el rastro de un perfume floral. Paul no pudo evitar aspirarlo. La energía de la habitación pareció caer en picado en cuanto ella desapareció por la puerta. Paul se quedó atónito al comprobar que sentía un desconcertante deseo de llamarla para que regresara.

¿Quién era y por qué iba vestida así? También quería saber por qué había decidido tatuarse un delicado lirio en la parte interior de la muñeca. Se preguntó cómo su hermano podía haberse dejado engañar por aquella aparente ingenuidad cuando lo más probable que era que todo fuera fingido.

Agarró a Ethan del brazo y lo sacó de la habitación, ansioso por obtener respuestas sin molestar a Grady. Cuando ambos estuvieron en el pasillo, cerró la puerta y miró a su alrededor.

–¿Quién es? ¿Qué diablos está pasando? –le espetó a su hermano.

–Lia es amiga mía –suspiró Ethan.

–Nunca la habías mencionado antes –dijo Paul mesándose el cabello–. ¿Y la conoces bien?

–Lo suficiente. Mira, creo que estás viendo problemas donde no los hay.

–¿Se te ha olvidado que Watts Shipping y también varios miembros de nuestra familia han sido víctimas de ciberataques a lo largo del año pasado? Por eso, cuando me presento en la habitación de Grady y veo que hay una desconocida a solas con él, me preocupo.

–Confía en mí. Lia no tiene nada que ver con eso. Es muy amable y solo quiere ayudar. Grady ha estado muy deprimido. Pensamos que una visita suya podría alegrarle.

Paul se negaba a creer que su reacción fuera exagerada. Ethan se estaba preparando para sustituir como director gerente de Watts Shipping a su padre, que se iba a jubilar al año siguiente. ¿Por qué no se tomaba su hermano en serio aquellos ataques?

–Pero iba vestida como una… una…

–¿Princesa Disney? –completó Ethan sonriendo–. Más concretamente, Rapunzel de Enredados.

–De acuerdo, pero no has respondido a mi pregunta. ¿Dónde la conociste? ¿Qué sabes de ella? –insistió Paul.

Cuando conocía a la gente por primera vez, Paul solía evaluarlos como si fuera una investigación y, a menudo, le costaba darles el beneficio de la duda. ¿Era suspicaz por naturaleza? Probablemente. Si tenía que serlo para mantener segura a su familia, lo sería.

–¿Puedes dejar de pensar como un poli durante dos segundos?

Paul se tensó. No solo era Grady el que no había apoyado su decisión de unirse al departamento de policía de Charleston después de la universidad y de fundar, años más tarde, su propia empresa de ciberseguridad.

–¿Cuál es su objetivo?

–No tiene objetivo. Es exactamente lo que parece.

Paul lanzó un bufido de reprobación. ¿Una fanática del cosplay?

–¿Qué más sabes de ella?

–No sé… –dijo Ethan con impaciencia–. Es muy agradable y sabe escuchar.

–Sabe escuchar –repitió Paul. Se imaginó que Lia Marsh se había aprovechado de la desesperación de Ethan por la enfermedad de su abuelo–. Supongo que le has contado todo sobre Grady y nuestra familia.

–No creo que sea un gran secreto…

–Sea como sea, has traído a una completa desconocida, alguien de quien apenas sabes nada, a conocer a nuestro abuelo moribundo –replicó Paul sin ocultar su irritación–. ¿En qué estabas pensando?

–Estaba pensando en que a Grady podría venirle bien recibir una visita de una persona dulce y cariñosa que canta maravillosamente –respondió Ethan mientras lo miraba con tristeza–. ¿Por qué siempre tienes que imaginarte lo peor?

Paul miró fijamente a su hermano. Ethan se comportaba como si aquella explicación tuviera todo el sentido del mundo. Paul, por el contrario, no podía comprender qué clase de excentricidad empujaba a una persona a ir paseándose por todas partes como si fuera un personaje de cuento.

–Estaba disfrazada. Simplemente no lo entiendo.

–Se dedica a eso.

–¿Se gana la vida así?

–¡Por supuesto que no! –exclamó Ethan–. Se disfraza para ir a visitar a niños enfermos. La adoran.

Paul lanzó una maldición.

–¿Y de qué la conoces?

–Soy cliente –contestó Ethan frunciendo el ceño.

–¿Qué clase de cliente?

–Eso no importa. Lia es estupenda y tus problemas de confianza ya cansan.

Un pesado silencio cayó entre los dos hermanos. A Paul no le gustaba tener roces con su hermano y no estaba seguro de cómo arreglar aquella situación. Se llevaban menos de un año y, de niños, los dos habían estado muy unidos a pesar de que sus diferentes gustos e intereses. A Paul le fascinaba la tecnología y se podía pasar horas convirtiendo componentes electrónicos en aparatos útiles mientras que Ethan era más social y prefería los deportes a las horas de estudio. Los dos habían sacado excelentes notas en la secundaria y la universidad y, cuando Paul decidió que no se iba a unir al negocio familiar, empezó a crecer entre los dos hermanos una sutil tensión.

–Sería mejor que me dijeras qué es lo que está pasando porque sabes que voy a investigar para descubrir quién es exactamente Lia Marsh.

 

* * *

 

Lia Marsh contuvo el aliento cuando salió de la habitación y se marchó rápidamente por el pasillo vacío. El corazón se le había acelerado y tenía las palmas de las manos sudorosas. Aunque Ethan no le había ocultado la naturaleza sospechosa de su hermano, ella no había estado preparada para la hostilidad de Paul ni para el modo en el que su furia acrecentaba su ya imponente carisma. Como no estaba acostumbrada a que ningún hombre la afectara, Lia consideró lo ocurrido igual que lo haría con un arañazo en Misty, su adorada caravana. Inesperado y poco deseable.

Abrazaba toda la alegría que la vida pudiera ofrecerle y renegaba de la negatividad con la meditación, los cristales y la aromaterapia. A menudo utilizaba aquellas mismas técnicas de sanación espiritual con los masajes. Un hombre de negocios como Ethan Watts jamás abriría la mente a aquellas prácticas espirituales pero nunca había que prejuzgar a la gente.

Aquel encuentro había provocado un revuelo en sus emociones con una turbadora mezcla de excitación y miedo, ocasionado por una repentina atracción física y la aversión que Lia tenía hacia el conflicto.

Distraída por su propio conflicto interior, a Lia le resultó imposible volver a meterse en su papel de Rapunzel mientras avanzaba por el pasillo iluminado por potentes luces blancas de hospital. Recorría las paredes grises con la mirada mientras el aire, con su característico aroma a desinfectante, la envolvía por completo.

Bajó por las escaleras para dirigirse a la tercera planta, la de pediatría. Recogió su bolso del puesto de enfermeras. Desde que se presentó como voluntaria hacía unos meses, había visitado con frecuencia el hospital y las enfermeras de pediatría se habían acostumbrado a sus disfraces. Agradecían todo lo que levantara el ánimo de los pacientes y les ayudara a desconectar de las pruebas y los tratamientos.

Se dirigió al ascensor. Cuando las puertas se abrieron, entró y apenas se percató de las reacciones del resto de los pasajeros por su disfraz. Minutos más tarde, salía al sol. Respiró profundamente y espiró, deseando poder olvidarse de la preocupación que le había ocasionado su encuentro con Paul Watts. Entonces, apretó el paso con la esperanza de poder dejar atrás aquellos sentimientos.

El accidente de tráfico que destrozó su furgoneta y provocó daños a su adorada caravana la había obligado a alquilar un pequeño apartamento en King Street hasta que pudiera permitirse comprar un coche. Aquel alojamiento temporal estaba a unos veinte minutos andando del hospital.

Tan absorta estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que un hombre estaba apoyado contra un todoterreno aparcado frente a su apartamento hasta que él se apartó del coche y se interpuso en su camino. Al sentir que alguien le bloqueaba el paso, Lia se sobresaltó.

Paul Watts tenía la clase de ojos verdes que le recordaban a Lia a un tranquilo pinar, pero el escepticismo que irradiaba de él le advertía de que tuviera cuidado. A pesar de eso, su cercanía despertaba la misma química que ella había sentido en la habitación del hospital.

No era en absoluto su tipo. Era demasiado obstinado. Demasiado terrenal. Cruel. Decidido. Tal vez aquella era precisamente la atracción.

–Me ha costado encontrarla –afirmó Paul.

Ethan le había dicho que Paul había sido policía y que, en aquellos momentos, dirigía su propia empresa de ciberseguridad. Se le puso el vello de punta al pensar que podría investigar su pasado, en el que había cosas que prefería que permanecieran enterradas para siempre.

–Y, sin embargo, lo ha hecho –replicó ella.

No se podía creer que la hubiera localizado en el tiempo que a ella le había costado llegar andando hasta su casa. No estaba acostumbrada a estar en el radar de nadie. Para la mayoría de sus clientes, ella era la masajista que utilizaba sus manos y una voz muy relajante. Los niños del hospital veían tan solo a su personaje favorito. Gozaba con su anonimato.

–¿Está bien Grady?

–Sí, está bien. Al menos, no está peor.

–Yo no lo conocía antes del ictus, pero Ethan me dijo que era un hombre muy duro y fuerte. Podría salir adelante.

–Podría, pero es como si se hubiera rendido.

–Ethan me comentó que, estos últimos años, parecía obsesionado con reunirse de nuevo con su nieta. Tal vez si la encontrara…

–Mire –le espetó Paul–, no sé qué es lo que está tramando, pero tiene que mantenerse alejada de mi abuelo.

–Yo no estoy tramando nada –insistió Lia mientras sacaba la llave del bolso y se dirigía a la puerta principal del edificio–. Lo único que quiero es ayudar.

–Él no necesita su ayuda.

–Claro. De acuerdo. ¿Ha terminado ya?

Abrió la puerta y la empujó con la intención de cerrarla de nuevo cuando estuviera dentro del edificio para poder así escapar de Paul. Entonces, él volvió a hablar.

–¿No tiene curiosidad por saber cómo la he encontrado?

A pesar de la agitación que sentía, Lia se detuvo en la puerta y lo miró de soslayo. Aunque a Paul le sobraba seguridad en sí mismo y poder, ella no carecía de puntos fuertes. Tendría que combatir su insistencia con descaradas armas de mujer.

–En realidad –dijo mientras se giraba para mirarlo y esbozaba una descarada sonrisa. Por lo que Ethan le había contado, Paul se regía por la lógica en vez de por los sentimientos. Desafiar al experto en ciberseguridad para que se enfrentara a sus sentimientos seguramente terminaría explotándole en la cara–, estoy más intrigada de lo que a usted le gustaría.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

King Street pareció desvanecerse a su alrededor mientras Paul valoraba cómo responder a la desafiante sonrisa de Lia. La expresión de su rostro no era sexual, pero eso no consiguió aliviar la atracción que se apoderó de él exigiéndole que actuara. Apretó los puños para ahogar el impulso de tomarla entre sus brazos y deslizarle los labios por el cuello en busca de aquella deliciosa fragancia.

¿Cuál era su objetivo? El dinero, evidentemente. Después de conocer a Ethan, resultaba evidente que se lo había puesto como objetivo utilizando la enfermedad de su abuelo para ganárselo. ¿Estaba planeando que Ethan pagara sus deudas o que invirtiera en algún negocio?

–Ophelia Marsh, nacida el uno de marzo –comenzó, decidido a ponerla nerviosa con una rápida enumeración de sus datos personales.

–Como dato curioso –le interrumpió ella–, estuve a punto de nacer el veintinueve de febrero. Sin embargo, parece que yo no quería celebrar mi cumpleaños cada cuatro años.

Aquella incesante retahíla de palabras, llenas de energía y buen humor, agriaron aún más el ánimo de Paul.

–Bien, nacida el uno de marzo en Occidental, California…

–Pisciana.

–¿Cómo?

–Que soy Piscis. Ya sabes, el signo del zodiaco. Dos peces nadando en direcciones opuestas. Igual que tú eres una cabra.

Paul suspiró. Los horóscopos no eran nada más que tonterías, pero eso no le impidió preguntar.

–¿Que soy una cabra?

–Capricornio. Acabas de celebrar tu cumpleaños.

–¿Y cómo lo sabes?

Él era el experto en seguridad, el brillante investigador que acosaba a los ciberdelincuentes y mantenía a salvo los datos de sus clientes. Que una desconocida supiera algo tan personal como su fecha de nacimiento hizo que saltaran las alarmas.

–Me lo dijo Ethan.

–¿Y por qué haría él algo así?

–¿Y por qué no? –replicó ella mirándole como si fuera algo evidente–. Le gusta hablar sobre su familia y el hecho de conocer vuestros signos me ayuda a imaginaros a todos. Tú eres Capricornio. Tu madre es Libra. Ella es la pacificadora de la familia. Tu padre es Sagitario. Es hablador y tiende a perseguir sueños imposibles. Ethan es Tauro. Testarudo, fiel y con un lado muy sensual que adora la buena comida.

Aquel rápido resumen de su familia era tan exacto que las sospechas de Paul alcanzaron niveles aún más altos. Evidentemente, aquella mujer había estado investigando a los Watts con algún nefasto propósito en mente. ¿Qué estaba tramando? Había llegado el momento de seguir con los datos que él conocía.

–No te quedas mucho tiempo en ningún sitio –dijo, recordando lo que había conseguido sacar sobre ella–. Nueva York, Vermont, Massachusetts, ahora Carolina del Sur… Has estado en todos esos lugares en los últimos doce meses. ¿Por qué?

En su experiencia, los que se dedicaban a aprovecharse de los demás trabajaban en una zona hasta que las cosas se ponían demasiado caliente. Los movimientos de Lia Marsh encajaban perfectamente con alguien que no tramaba nada bueno. Tal vez era hermosa y poseía una naturaleza dulce y generosa, pero para Paul todo aquello iba en su contra. Conocía de primera mano lo fácilmente que la gente se deja llevar por las apariencias.

–Soy una nómada. Me gusta la vida en la carretera. Así fue como me crie –dijo mientras le observaba y sonreía al ver la expresión del rostro de Paul–. Nací en una autocaravana y en mi primer año de vida viajé casi ocho mil kilómetros. A mi madre le cuesta quedarse mucho tiempo en un lugar.

Él pertenecía a una familia que había vivido durante generaciones en la misma zona de Charleston, ni siquiera se podía imaginar el estilo de vida del que ella hablaba.

–¿Acaso huía tu madre de alguien? ¿De tu padre? ¿O de un novio?

–No. Simplemente era muy inquieta –respondió ella encogiéndose de hombros.

–¿Y tú? ¿Eres inquieta tú también?

–Supongo –dijo ella. Algo se le dibujó en el rostro, pero desapareció demasiado deprisa como para que Paul pudiera analizarlo–, aunque suelo quedarme más tiempo que ella.

Paul decidió cambiar de tema. No estaba allí para saber de su familia, sino porque necesitaba adivinar qué estaba tramando para poder decidir el peligro que ella representaba para su familia.

–¿Dónde os conocisteis Ethan y tú?

–Lleva un mes siendo cliente mío.

–¿Cliente?

–Trabajo para Springside Wellness –respondió, confirmando lo que Paul ya había averiguado sobre ella. Era un balneario que funcionaba como estudio de yoga y espacio de terapias alternativas. Tonterías de esas del cuerpo, mente y alma–. Ethan es uno de mis clientes.

Su hermano ya le había explicado cómo conocía a Lia, pero a Paul le costaba imaginarse a su hermano haciendo yoga y reflexología.

–¿Qué clase de cliente?

–Soy masajista. Viene una vez a la semana. Le dije que probablemente debería venir con más frecuencia porque está muy estresado.

Aquella respuesta condujo a Paul por un camino inesperado.

–Vaya, eso es perfecto…

En realidad, no lo era. La imagen de Lia dándole un masaje a Ethan ocupó inmediatamente su pensamiento, por lo que la suprimió con rapidez.

–No entiendo a qué te refieres y no tengo tiempo para descubrirlo. Tengo que estar en el trabajo dentro de una hora y me lleva un tiempo quitarme el disfraz. Me alegro de conocerte, Paul Watts.

Él no reflejó el mismo sentimiento en sus palabras.

–Solo recuerda lo que te he dicho de mantenerte alejada de mi abuelo.

–Ya te he dicho que lo haría.

Con un elegante aleteo de los dedos, se despidió de él y desapareció por la puerta principal del edificio. Paul quedó solo en la acera. A pesar de que ella le había prometido que mantendría las distancias, se sentía muy nervioso. La lógica le decía que aquella era la última vez que veía a Lia Marsh, pero su instinto le decía todo lo contrario.

Le envió a su hermano un mensaje antes de volver a ponerse detrás del volante. En el mensaje le urgía a que reiterara a Lia que Grady le estaba totalmente vedado.

La tensa respuesta de Ethan resaltó aún más la tensión entre los dos hermanos y que parecía estar acrecentándose. La distancia cada vez mayor que había entre ellos frustraba a Paul, pero no se le ocurría cómo arreglarlo.

Decidió dejar en un segundo plano a Ethan y el problema de Lia Marsh y centró su atención en algo concreto, algo que podía controlar: la conferencia y lo que esperaba sacar de ella.

 

 

Por mucho que Ethan hubiera disfrutando viendo cómo su hermano se quedaba totalmente atónito al conocer a Lia ataviada con un disfraz de Rapunzel, en cuando Paul se marchó para investigarla, la satisfacción de Ethan desapareció. Era propio de su hermano salirse por la tangente en vez de enfrentarse al verdadero problema: la salud de su abuelo. Del mismo modo, Paul había evitado la desilusión de Grady cuando él prefirió escoger una carrera en las fuerzas de seguridad en vez de unirse a Watts Shipping. Tampoco había comprendido Paul los sentimientos enfrentados de Ethan por ser el segundo plato a la hora de tomar las riendas.

Ethan reconocía que él era el mejor de los hermanos para dirigir la empresa familiar, pero quería conseguir el puesto por sus propias habilidades y no porque Paul lo hubiera rechazado. Y no solo era su orgullo lo que estaba en juego. Ethan era adoptado y, en una ciudad tan preocupada por el linaje de una familia como Charleston, no saber quiénes eran sus verdaderos, se había convertido en una sustancia tóxica que corroía la tranquilidad de su espíritu.

Aunque nadie le había hecho sentirse nunca ajeno a la familia, en todas las fotografías de la familia Watts, el cabello y los ojos oscuros de Ethan le hacían destacar entre el resto de los Watts. Como no deseaba causar a su familia dolor alguno, se guardaba para sí sus sentimientos, pero, últimamente, estos afloraban cada vez más y viciaban su relación con Paul.

Había compartido algunas de estas preocupaciones con Lia. Ella sabía escuchar bien, atentamente y sin juzgar. Ciertamente era algo rara, pero a Ethan le resultaban encantadoras sus excentricidades. El hecho de que Paul las considerara tan sospechosas le empujaba aún más a defenderla.

Trató de refrenar su intranquilidad y volvió a entrar en la habitación de su abuelo. Grady tenía los ojos abiertos, con una mirada algo triste. ¿Había escuchado a los hermanos discutiendo en el pasillo? Antes de que le diera el ictus, Grady le había confiado a Ethan que le preocupaba su distanciamiento con Paul y la tensión que iba creciendo entre ellos. Ethan sabía que Paul estaba también frustrado, pero ninguno de los dos hermanos había dado paso alguno para superar aquellos años de distanciamiento.

–Siento lo de antes –murmuró Ethan mientras tomaba asiento en la silla que había junto a la cama–. Ya sabes cómo se puede llegar a poner Paul.

Grady movió los labios, pero no pudo formar las palabras que quería expresar. Por primera vez en mucho tiempo, aquello pareció frustrarle.

–Él se preocupa por ti –siguió Ethan–. Ver a Lia aquí lo ha sorprendido mucho. ¿Te ha gustado su disfraz de Rapunzel? –añadió con una sonrisa–. Los niños de pediatría la adoran.

Grady comenzó murmurar algo parecido a una canción que Ethan no reconoció. Entonces, de repente, dijo una palabra.

–Ava.

Ethan se quedó atónito de que Grady hubiera dicho, o más bien cantado, el nombre de su hija.

–Te refieres a Lia.

Se preguntó cómo su abuelo pudo haber confundido a su hija con Lia. Ava Watts era rubia y con los ojos verdes, por lo que no guardaba ningún parecido con Lia, que tenía el cabello oscuro y los ojos castaños. Entonces, Ethan frunció el ceño. ¿Había ido Lia alguna vez a visitar a Grady sin disfraz o siempre lo había hecho de Rapunzel? Tal vez Grady pensaba que era rubia. Además, estaba la diferencia de edad. Si Ava hubiera seguido con vida, estaría por la cuarentena. El ictus había afectado el lado izquierdo del cerebro de Grady, donde estaban la lógica y la razón. Podría ser que estuviera algo confuso.

Ava tenía dieciocho años cuando huyó a Nueva York. La familia le perdió la pista poco después. No fue hasta cinco años más tarde cuando descubrieron que había muerto, dejando huérfana a una niña. La pequeña había sido adoptada, pero nunca habían podido descubrir más porque el expediente había sido sellado.

–Ava… bebé… –aclaró Grady.

–¿Crees que Lia es la hija de Ava?

Grady asintió con mucho entusiasmo. Ethan se quedó atónito. Evidentemente, Grady se estaba aferrando a la nada. Cada año que pasaba le obsesionaba más encontrar a su nieta desaparecida.

–¿La hija de Ava está aquí? –preguntó Constance Watts desde la puerta–. ¿Dónde? ¿Cómo?

Ethan se volvió hacia su madre. Estaba a punto de explicarle lo que estaba ocurriendo cuando los dedos de su abuelo le agarraron con fuerza la muñeca. La mirada de Grady tenía la determinación de antaño, lo que llenó de alegría a Ethan.

–Ethan… –dijo su madre mientras se acercaba a la cama.

–Lia –canturreó de nuevo Grady, más agitado aún dado que estaba tratando de hacerse entender.

–¿Lia? –preguntó Constance mientras observaba a su suegro y luego a su hijo para obtener alguna respuesta–. ¿Quién es Lia?

Sin embargo, cuando consiguió su respuesta, fue Grady quien se la proporcionó.

–Ava… bebé.

 

 

Después de su encontronazo con Paul Watts el día anterior, el último lugar en el que Lia esperaba encontrarse era sentada en el coche de Ethan de camino al hospital para visitar al abuelo de este.

–No estoy segura de que esto sea muy buena idea –dijo Lia temblando al recordar su encuentro con Paul Watts–. Tu hermano me dejó muy claro que no quería que yo me acercara a vuestro abuelo.

–El trabajo de Paul le hace sospechar de todo el mundo –respondió Ethan–, y la enfermedad de Grady le ha puesto aún más nervioso. Hay que añadir a eso el hecho de que no le gustan las sorpresas, lo que explica por qué reaccionó tan exageradamente al encontrar a una desconocida junto a la cama de su abuelo. Además –añadió, dedicándole una sonrisa llena de encanto–, tú estabas vestida de Rapunzel.

–¿Estás seguro de que a Paul no le importará que vaya a visitarle?

–Quiere que Grady se ponga bien, como el resto de nosotros.

–No es lo mismo que no le vaya a importa que yo le visite –señaló. Las evasivas de Ethan empeoraban aún más su estado de nervios. La mala opinión que Paul parecía tener sobre ella le importaba más de lo que le gustaba admitir.

–Mira, Paul no está en la ciudad en estos momentos, así que no tienes que preocuparte por la posibilidad de encontrarte con él. Visita a Grady algunas veces más y sé el rayo de sol que le permita mejorar. Cuando Paul regrese, Grady estará mucho mejor y Paul se dará cuenta de que ha sido por ti.

–Creo que estás exagerando… –susurró, aunque le gustaban las alabanzas de Ethan. Cada vez que iba a visitar a Grady, le tomaba la mano y le cantaba, llenando de energía sanadora su frágil cuerpo.

–Confía en mí. No estoy exagerando nada. Tus visitas lo han transformado.

–Pero si solo he ido a verlo cuatro veces –murmuró, decidida a insuflar cautela a la situación–. No creo haber causado tanto impacto.

–Te subestimas –dijo Ethan mientras hacía entrar el coche en el aparcamiento y lo estacionaba en un espacio vacío–. Ayer, empezó a comunicarse un poco cantando, tal y como tú le sugeriste. Eso le ha dado mucho ánimo y se está poniendo mejor. Ya lo verás.

Lia estaba deseando ver cómo mejoraba Grady. Creía en el poder de la sanación espiritual y confiaba en poder contactar con la energía de todos los seres vivos y provocar un cambio. No siempre funcionaba. Algunos problemas en concreto necesitaban soluciones más mundanas. Por ejemplo, el eje roto de su caravana y su destrozada furgoneta. En ese caso, la meditación no servía. Necesitaba dinero y un mecánico. Sin embargo, después de pedir ayuda, el universo le había proporcionado un trabajo maravilloso, estupendos compañeros de trabajo y un lugar en el que vivir que se podía permitir. Se le había ofrecido una solución en un momento de su vida en el que se encontraba desesperada.

Ethan apagó el contacto y se volvió a mirarla con una ansiosa sonrisa.

–¿Lista?

–Claro –respondió Lia, aunque en realidad distaba mucho de estarlo.

Cuando llegaron a la cuarta planta y se fueron acercando a la habitación de Grady, Lia vio que una figura familiar emergía de su interior.

–Hola, Abigail –le dijo a la enfermera–. ¿Cómo está Grady hoy?

Durante un instante, la enfermera pareció no reconocerla. Entonces, se fijó un poco más en Lia y la miró asombrada.

–¡Lia! No te había reconocido sin el disfraz.

–Estoy segura de que Grady tampoco me va a reconocer –comentó ella mirando a Ethan.

–El señor Grady te reconocerá, vas a ver. Se va a poner muy contento de que hayas venido hoy a verlo. Tu idea de animarlo a cantar ha hecho maravillas. Está muy contento de volver a comunicarse con la gente.

–Eso es estupendo –dijo Lia encantada.

–Su familia y todo el personal nos pusimos muy contentos ayer cuando la situación pareció dar un vuelco. Ha mejorado tanto que el médico cree que se podrá ir dentro de unos pocos días.

–¡Vaya! Esa es una maravillosa noticia.

–Estamos muy contentos de que ella se presentara cuando lo hizo –afirmó Ethan–. Ha hecho un milagro.

–Por favor, parad –protestó Lia. Se sentía incómoda con tantos halagos–. El mérito debería ser para todos vosotros, que tan bien le habéis estado cuidando todo este tiempo.

–Hay un límite para lo que la medicina es capaz de hacer cuando el deseo de seguir viviendo ha desaparecido –dijo la enfermera.

–El poder de la mente. La gente no se lo cree –afirmó Ethan.

–Así es –apostilló Abigail antes de marcharse de nuevo al puesto de enfermeras.

Ethan agarró a Lia por el codo y la condujo al interior de la habitación. La primera vez que visitó a Grady, lo encontró inmóvil e inconsciente. Aquel día, estaba totalmente despierto y mirándola con atención. La mirada del anciano le recordó a la de Paul, lo que le provocó un escalofrío.

Grady movió los dedos y ella le tomó la mano. Le apretó suavemente la mano, sorprendida por el afecto que sentía por alguien a quien apenas conocía.

–Hola, Grady –le dijo Lia con la voz llena de afecto–. Soy Lia. Probablemente no me reconozcas sin mi disfraz. ¿Cómo te encuentras hoy? Tienes muy buen aspecto.

Grady apretó los dedos contra los de ella mientras la reconocía con dos palabras cantadas.

–Ava hija.

Ethan le había explicado la desesperación del anciano por reunirse con su nieta desaparecida antes del ictus, llegando incluso a especular que la enfermedad del anciano había sido ocasionada por la desesperación de no encontrarla.

–Eso es, Grady –dijo Ethan sonriendo a Lia–. La hija de Ava ha vuelto a casa por fin.

Encantada al escuchar la noticia, Lia miró a Ethan y notó el modo en el que el guapo empresario la miraba a ella, como si quisiera decirle algo. El corazón comenzó a latirle con fuerza al comprender lo que Ethan estaba tratando de decirle. Miró a Grady e hizo ademán de protestar. Sin embargo, antes de que ella pudiera decir nada, vio el amor con el que Grady la miraba. No. No a ella. A su nieta desaparecida.

Se volvió para mirar a Ethan.

–¿Qué es lo que está pasando?

–Lo que está pasando es que Grady cree que tú eres su nieta –le respondió Ethan mientras le apretaba el codo con la mano y le suplicaba con la mirada que le siguiera la corriente–. Le he explicado cómo te localizó Paul a través de una de esas empresas de análisis genéticos. Hace mucho que el sueño de Grady es volver a reunirte con tu familia. Y ahora aquí estás.

Lia se quedó sin palabras. La posición en la que Ethan la había colocado era insostenible. Sin embargo, ver la alegría en los ojos del anciano la empujó a morderse la lengua. Aquello no podía estar ocurriendo. Tenía que decir la verdad. Ella no era la hija de Ava Watts. Afirmar que lo era solo podía ocasionarle problemas.

–Tenemos que hablar sobre esto –le susurró a Ethan en voz baja. Entonces, colocó la mano sobre el hombro de Grady–. Volvemos enseguida.

Lia salió rápidamente al pasillo, seguida de Ethan.

–¿Has perdido la cabeza? ¿Cómo has podido decirle que soy su nieta? –le espetó en cuanto se aseguró de que estaban solos–. Y encima metes a Paul en todo esto. Se va a poner furioso…

–Grady ha llegado él solo a esa conclusión –le explicó Ethan–. Y la razón por la que he metido a Paul en esto es para ayudar a reparar la tensa relación que hay entre Grady y él.

–Tu hermano jamás va a seguirte la corriente en esto.

–Lo hará cuando vea el modo en el que Grady se está recuperando. De la noche a la mañana, sus posibilidades de recuperación han cambiado y solo porque cree que tú eres su nieta. Reunirse con ella era su mayor deseo y ahora tiene una razón para vivir.

–Pero yo no soy su nieta. ¿Por qué piensa que lo soy? Yo no me parezco a ningún miembro de vuestra familia –protestó, aunque sintió que se le encogía el corazón al pensar que Ethan pudiera sentirse incómodo por sus palabras.

–Podrías ser la hija de Ava –dijo Ethan levantando las manos con gesto suplicante–. Llevamos años tratando de encontrarla sin suerte alguna. Ya te dije que, después de que mi tía muriera, su hija fue adoptada y los registros fueron sellados. Creer que tú eres ella le ha dado a mi abuelo una razón para seguir adelante. ¿De verdad quieres volver a entrar ahí y romperle el corazón? Ha estado muy deprimido desde el ictus. En menos de una semana, lo ha devuelto de las puertas de la muerte.

Lia cerró los ojos y se pasó algunos segundos escuchando los latidos de su corazón. Aquello no podía estar ocurriéndole, pero así era.

–No puedo hacerlo.

Además de estar mal, aunque accediera temporalmente a hacerse pasar por la nieta de Grady Watts, estaba segura de que Paul no le permitiría hacerse pasar por la hija de Ava.

–Claro que puedes. Te dedicas a hacer que la gente se sienta mejor.

–Sí, pero no de este modo –protestó Lia–. Y no quiero mentir a tu familia.

–Lo comprendo, pero a ellos no se les da bien mantener secretos. Nunca hemos podido dar una fiesta sorpresa o algo parecido sin que alguien de la familia se enterara. Para que esto funcione, tenemos que ocultarles la verdad para no correr el riesgo de que alguien se vaya de la lengua y te delate.

–¿Y Paul? –le preguntó–. Estoy segura de que ya ha indagado sobre mí lo suficiente como para saber que yo no soy vuestra prima.

–Deja que sea yo quien se ocupe de mi hermano.

–Maldita sea, Ethan –susurró ella mientras se secaba las palmas de las manos sobre los pantalones–. No puedes engañar a tu abuelo de esta manera.

–Puedo si eso significa que Grady sigue con vida…

–Pero es mentira –insistió Lia, pero sintió que su determinación perdía peso bajo el entusiasmo de Ethan–. Es una mentira muy grande y muy peligrosa. Además, ya sabes que yo no pensaba quedarme mucho más tiempo en Charleston. Misty está arreglada y casi he ahorrado lo suficiente como para reparar mi furgoneta –añadió. Aunque era cierto, Lia no tenía lo suficiente para comprar un vehículo fiable–. Ya va siendo hora de que me marche de aquí.

–Tan solo tienes que quedarte un par de semanas hasta que Grady esté completamente recuperado. Entonces, podremos decirle que los del laboratorio de ADN cometieron un terrible error… lo he pensado todo mucho y sé que todo saldrá bien.

Si Lia no le hubiera tomado mucho aprecio a Ethan desde que empezó a darle masajes hacía seis meses, jamás le habría ayudado y mucho menos hubiera considerado un plan tan descabellado, pero el dolor que Ethan sentía por la enfermedad de su abuelo le había llegado al corazón. Además, Ethan conseguía que todo sonara tan razonable… Un par de semanas y luego podría marcharse de allí. ¿Qué importaba unas cuantas mentiras más encima de las que ya estaba contando?

–Pero yo estaría mintiendo no solo a Grady, sino a toda tu familia. Es una crueldad hacerles algo así.

–Lo he pensado mucho también, pero, si lo hacemos bien, se pondrán tan contentos de que Grady vuelva a estar recuperado que eso hará que la desilusión de que tú no seas nuestra pariente sea más fácil de soportar.

Ethan le agarró las manos y la envolvió con una oleada de su carisma.

Lia estaba pensando cómo poder negarse cuando las puertas del ascensor se abrieron y salió una esbelta mujer con un elegante traje color pistacho. Su expresión se iluminó al verlos.

–Ethan –dijo mientras se dirigía hacia ellos–. Me alegro de verte aquí.

–Hola, mamá –respondió él mientras inclinaba la cabeza para besarle en la mejilla–. Esta es Lia.

Constance Watts era la perfecta matriarca del sur, con su cabello rubio bien peinado y un delicado hilo de perlas. Observó con avidez los vaqueros y la camiseta barata que Lia llevaba puesta y esta se preparó para la censura. Sin embargo, Constance se limitó a sonreír afectuosamente.

–Ethan me ha hablado de ti –dijo, con su cautivador acento sureño lleno de emoción.

–¿Sí?

–Por supuesto. Me dijo que Paul te encontró a través de un servicio de pruebas genéticas.

–En realidad, yo…

–Está abrumada –le interrumpió Ethan apretándole el brazo con la mano y apretándole suavemente–. ¿Quién puede culparla? Encontrar por fin a su verdadera familia después de tantos años es un acontecimiento muy especial.

Entre la necesidad de Ethan y la alegría de su madre, Lia se sintió como si estuviera atrapada en arenas movedizas. Sin poder evitarlo, comenzó a asentir.

–La hija de Ava está por fin en casa –murmuró Constance mientras daba un paso al frente para abrazar a Lia–. Vas a hacer tan feliz a Grady…

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

Paul estaba atravesando el vestíbulo del hotel de camino a la primera ponencia cuando su teléfono móvil empezó a vibrar. Sacó el teléfono y vio que se trataba de su madre. Su primera reacción fue el pánico. ¿Habría empeorado la salud de Grady?

–¿Qué ocurre? –le preguntó al contestar–. ¿Está Grady bien?

–Está bien. De hecho, está mejor que bien –respondió encantada Constance Watts–. Solo quería decirte que Grady va a salir hoy del hospital.

–¡Qué estupenda noticia! –exclamó Paul, asombrado–. Entonces, ¿ha decidido luchar?

–Sí. Gracias a Lia.

–¿Lia? –repitió Paul. Escuchar aquel nombre le hacía sentirse como si hubiera tocado un cable de alta tensión–. No entiendo… ¿Cómo puede ser ella responsable que de la salud de Grady haya mejorado?

–No me puedo creer que me preguntes eso. Ethan me dijo que tú la habías encontrado.

–¿Cómo? ¿Es que esa mujer ha estado visitando a Grady?

Constance se echó a reír.

–Lleva días constantemente a su lado. Tenerla junto a él ha hecho que la recuperación de abuelo sea algo prácticamente milagroso. Todo el hospital no deja de hablar al respecto.

–¿Grady se está poniendo mejor? –insistió. El alivio que sentía era casi capaz de hacerle olvidar el otro detalle: Lia estaba visitando a Grady a pesar de que él le había pedido que se alejara de él.

Evidentemente, Paul había subestimado lo decidida que ella estaba a interferir con su familia. En cuanto regresara a casa, se encargaría de que hiciera las maletas.

–… la hija de Ava esté entre nosotros.

–Lo siento, mamá. Hay mucho ruido aquí. ¿Puedes repetirme lo que acabas de decir?

–Te he dicho que Grady está encantado de que hayas encontrado a la hija de Ava.

–Yo…

–¿Cuándo vas a venir a casa? Grady ha estado preguntado por ti.

Por primera vez en su vida de adulta, Paul Watts se quedó sin palabras. El cerebro de Paul trataba febrilmente de descubrir qué era lo que estaba ocurriendo en Charleston. Había seguido investigando sobre Lia y su vida pasada y lo que había descubierto reforzaba sus sospechas de que era una especie de timadora.

–Mamá, tengo que dejarte –le dijo. No quería ser grosero con ella, pero necesitaba hablar inmediatamente con su hermano–. ¿Te puedo llamar más tarde?

–Por supuesto. ¿Cuándo vas a volver a casa?

Paul tenía pensado regresar al cabo de tres días, pero…

–Voy a acortar mi viaje y voy a tomar un avión hoy mismo.

–¡Eso es maravilloso!

 

* * *

 

Las horas que transcurrieron entre el despegue y el aterrizaje le dieron tiempo a Paul para contactar con el resto de su familia y empezar a imaginar lo que estaba pasando. La situación había progresado más de lo que nunca hubiera imaginado. Lo que realmente le escocía era lo contento y despreocupado que se encontraba todo el mundo con la llegada de una desconocida que afirmaba ser la hija de Ava. Lia había engatusado a sus padres, a sus tíos y a sus primas. Nadie le escuchaba cuando les decía que no sabía nada de aquella mujer. Lo único que les importaba era que la hija de Ava había regresado a casa y que Grady, por arte de magia, había mejorado mucho.

En cuanto llegó a Charleston, se dirigió directamente a la casa de Grady. El coche de Ethan no estaba. La conversación que Paul quería tener con él tendría que esperar.

Paul se dirigió al dormitorio de su abuelo y se preparó para encontrar la luz tenue y el ambiente silencioso que había desde que su abuelo sufrió el ictus. Sin embargo, lo que se encontró fue todo lo contrario. Lo que vio lo dejó atónito. ¿Qué demonios estaba pasando allí?

Alguien había abierto las cortinas para permitir que la luz iluminara todo el espacio. La canción de Elvis Presley, All shook up, resonaba con fuerza en un altavoz que el anciano tenía sobre la mesilla de noche. La estancia olía a lavanda y a romero, un aroma que le llenó a él de energía y le hizo sentirse mucho más tranquilo de lo que había estado en mucho tiempo. Frunció el ceño al ver el origen de tanta conmoción.

Se dio cuenta de que había sido Lia la que había transformado por completo la habitación de su abuelo para convertirla en un espacio alegre y festivo. Por primera vez desde el ictus, Grady estaba sentado, totalmente erguido, en la cama, apoyado sobre un buen montón de almohadas. Su mirada estaba prendida de la mujer que estaba a su lado. Lia no paraba de hablar mientras masajeaba suavemente el brazo de Grady.

Una asombrosa colección de sentimientos se apoderó de él al ver a su abuelo tan feliz y tan saludable. Alivio. Alegría. Enojo. Lia era la responsable de todo aquello. Parecía totalmente normal, sin el maquillaje y el disfraz de princesa. Llevaba puesta una camiseta gris y unos leggins negros que hacían destacar sus estrechas caderas y esbeltos muslos. Una sedosa coleta de cabello castaño le caía delicadamente sobre el hombro mientras los mechones sueltos enmarcaban un rostro de afilada barbilla y hermosos labios rojos. Unos pendientes de aro se meneaban contra la fina mandíbula.

El primer impulso de Paul fue sacarla de allí y alejarla de su abuelo. No confiaba en ella a pesar de no haber encontrado nada concreto en su pasado que apoyara sus sospechas. Solo porque no la hubieran atrapado no significaba que ella no estuviera tramando algo malo. Tampoco ayudaba lo rápidamente que ella había encandilado a toda la familia hasta el punto de que todos la consideran una de los suyos.

A pesar de todo, Paul fue consciente de que había algo más, algo caliente y turbador por debajo de su profunda irritación. Era como si su ira hubiera despertado un insistente e instintivo deseo. Maldijo la aparición de tan inoportuna lujuria hacia Lia Marsh. Verse distraído por anhelos físicos era lo último que necesitaba.

Como si por fin algo le alertara de su presencia, Lia miró hacia él. Las miradas de ambos se cruzaron. El placer se apoderó de Paul al ver que ella se mordía el labio y se sonrojaba. Durante un instante, Paul se preguntó qué ocurriría si el deseo que sentían fuera recíproco.

Apartó sin piedad aquel pensamiento. ¿Qué importaba si se sentía atraída por él? Entonces, se le ocurrió que tal podría utilizarlo para su ventaja…

Sus pensamientos debieron reflejársele en el rostro porque Lia frunció el ceño. Irritado por haberse dejado en evidencia, Paul frunció el ceño también. Con un gesto de temor, ella miró de nuevo a Grady y su sonrisa se iluminó con lo que parecía ser un afecto sincero. Paul sintió que se le hacía un nudo en la garganta al ver la imagen.

–Mira quién está aquí –murmuró ella señalando a Paul.

Grady giró la cabeza y sonrió con tanta alegría que a Paul se sintió abrumado por una felicidad incontenible. Era como si los años de distanciamiento entre ellos hubieran desaparecido de repente.

–Paul.

Al oír que su abuelo pronunciaba tan claramente su nombre, Paul se quedó atónito. Evidentemente, todo lo que le habían contado sobre la mejora tan milagrosa de Grady no había sido exagerado. Entonces, escuchó que su abuelo hacía resonar rítmicamente un pequeño tambor que tenía a su lado sobre la cama.

–Eso significa que te acerques –le explicó Lia.

Asombrado totalmente por lo que estaba ocurriendo, Paul se acercó a su abuelo y le apretó suavemente el brazo.

–¿Cómo te encuentras hoy?

En realidad, la pregunta era totalmente innecesaria. La salud de Grady no se parecía en nada al inválido que había sido hacía una semana. Lo que estaba viendo en su abuelo en aquellos momentos era exactamente el cambio que había deseado, pero, ¿a qué coste?

–Feliz.

Un tamborileo de los dedos acompañó el canto de Grady. A pesar de que la voz resonaba cansada y sin tono alguno, pronunció la palabra con sorprendente claridad. Sin embargo, a pesar de su alegría, a Paul le turbaba la mirada de cariño con la que su abuelo observaba a la joven que le masajeaba el brazo.

–Lia casa.

–¿Por qué el tambor? –le preguntó Paul a Lia. Aún no se podía creer lo rápidamente que había mejorado su abuelo.

–Investigué un poco sobre la recuperación de los ictus cerebrales y descubrí que la música y el ritmo pueden ayudar a mejorar el estado de ánimo de un paciente, capacitarles para comunicarse y mejorar su habla –respondió Lia sonriendo cariñosamente a Grady–. Mañana vamos a aprender los ritmos de la respiración y también a practicar la meditación con música.

–¿Y qué se supone que hace todo eso?

–Bueno, en realidad no entendí muy bien la explicación médica –dijo ella–, pero tenía algo que ver con el modo en el que el cerebro procesa la información y en cómo la música puede afectar eso de un modo positivo. Creo que es la razón por la que Grady es capaz de cantar, pero no de hablar.

Paul sintió una extraña sensación en el pecho. Por el modo en el su abuelo sonreía a Lia, resultaba evidente que la mejora de Grady tenía mucho que ver con el regreso de su nieta, aunque, en realidad, Lia no era la hija de Ava y a Paul no le gustaba nada la mentira que Ethan y ella habían urdido.

¿Qué iba a hacer? Grady había recuperado sus deseos de vivir por la llegada de Lia. ¿Podría Paul encontrar el modo de librarse de ella sin causarle daño a su abuelo?

–¿Puedo hablar contigo un momento? –le preguntó a Lia cuando ella terminó de masajear el brazo del anciano.

–Grady tiene una sesión con su fisioterapeuta dentro de diez minutos.

–Entonces, te espero junto a la piscina.

Mientras esperaba a que Lia llegara, Paul comenzó a andar arriba y abajo junto a la piscina. Dada la mejora de Grady, ya no estaba convencido de que deshacerse de Lia fuera la mejor opción. Además, la situación estaría mucho más clara si hubiera aparecido algo en el pasado de Lia que le hubiera hecho sospechar, pero no tenía nada en concreto para demostrar que ella podría no ser tan transparente como parecía.

Cuando Lia llegó, Paul no perdió el tiempo en dejarle muy clara su postura.

–Cuando te dije que te mantuvieras alejada de mi abuelo, no tenía ni idea de que la situación se descontrolaría tanto. No sé en qué estabais pensando mi hermano y tú, pero esto no puede seguir.

–Tienes razón. No debería haber permitido que Ethan me convenciera para mentir a todo el mundo. Lo siento. Es que Ethan estaba tan desesperado por ayudar a tu abuelo… Y, efectivamente, creer que yo soy su nieta ha hecho que mejorara.

Paul la observó atentamente, decidido a ver más la verdad más allá de la inocencia de su rostro.

–Has conseguido asegurarte de que todo el mundo se sienta unido a ti.

Lia parpadeó al escuchar tan deliberada acusación.

–Era de esperar. Todos piensan que soy la niña que perdieron hace mucho tiempo. ¿Has decidido ya cómo vas a dar la noticia a todos de que soy una impostora?

–Desgraciadamente, no estoy seguro de poder hacerlo. La verdad destrozaría a mi abuelo.

–Entonces, ¿qué es lo que vas a hacer?

–No lo sé… –dijo. Tenía que hablar con Ethan.

Lia entornó los ojos. Parecía confusa.

–Entonces, ¿por qué querías hablar conmigo?

–Yo…

¿Qué podía decir Ethan? ¿Que no había dejado de pensar en ella desde que se marchó? ¿Que, a pesar de no confiar en ella, la encontraba fascinante? Quería saberlo todo sobre ella, y no solo porque su misterioso pasado y limitada huella digital despertaran su curiosidad. Parte del comportamiento de Lia no encajaba fácilmente en patrones explicables. Por ejemplo, ¿por qué se disfrazaba e iba a visitar a los niños al hospital? Algo tan altruista era totalmente contrario a lo que haría una oportunista, a menos que jugara con las simpatías de los padres de los niños con algún fin. No lo sabría nunca a menos que consiguiera conocerla mejor.

Además, estaba la atracción física que ella le inspiraba. Incluso en aquellos momentos, al tiempo que su pensamiento lo llevaba por caminos sombríos, no podía dejar de admirar sus largas pestañas ni de preguntarse si los gruesos labios serían tan suaves como parecían. La ropa informal que llevaba puesta hacía destacar un cuerpo tonificado con suaves curvas. Se imaginó colocándole las manos en las caderas para estrecharla contra su cuerpo. Bajando la cabeza y deslizándole los labios por el cuello hasta el lugar en el que este se unía con el hombro. Escucharla gemir de placer mientras la apretaba contra su creciente erección y le hundía la lengua en la boca…

–¿Paul? ¿Te encuentras bien?

–No, no estoy bien. Ethan y tú me habéis puesto en una posición insostenible por tener que mentir a Grady –replicó él, saliendo de su ensoñación.

–Lo sé y lo siento –replicó Lia. Le colocó una mano sobre el brazo. El contacto parecía abrasarle a través de la ropa–. Sin embargo, no tendrás que preocuparte por eso mucho tiempo. Dentro de un par de semanas, en cuanto Grady esté más restablecido y todo apunte a que se va a recuperar del todo, le explicaremos que el laboratorio que realizó la prueba genética cometió un error y yo me marcharé.

–¿Y por qué estás haciendo esto? –le preguntó Paul. Necesitaba comprender desesperadamente–. ¿Qué sacas tú de todo esto?

Algo apareció en los ojos de Lia muy brevemente. Entonces, ella se recompuso rápidamente y esbozó un gesto de completa inocencia.

–Nada.

¿Nada? La cautela volvió a apoderarse de Paul. No sonaba a verdad porque, lo que había visto en aquella décima de segundo, había sido toda la confirmación que necesitaba. Lia Marsh no estaba tramando nada bueno.

 

 

Lia se dio cuenta de que Paul no creía su afirmación y decidió que sería mejor explicarse un poco.

–En realidad, no quiero nada de tu abuelo ni de tu familia. Solo quiero ayudar.

Pronunció aquellas palabras con toda su pasión, preguntándose si algo de lo que ella pudiera decir conseguiría aplacar las sospechas de Paul.

Cuando él llegó a la habitación de su abuelo, la primera reacción de Lia no había sido pánico, sino un claro e innegable deseo. Era tan guapo… Sus anchos hombros y su gran altura le aceleraban los latidos del corazón mientras que su apostura empujaba sus deseos hacia un terreno muy peligroso.

En aquellos momentos, mientras la observaba con el ceño fruncido, Lia se vio de nuevo abrumada por su atractivo sexual. La luz del sol provocaba reflejos dorados en el rubio cabello y hacía destacar aún más su fuerte estructura ósea. En los breves momentos en los que no estaba frunciendo el ceño, sus rasgos eran tan atractivos como los de un muchacho. Lia deseaba que la sonriera, un deseo ridículo considerando que Paul había dejado totalmente clara la opinión que tenía sobre ella.

Antes de que Paul pudiera responder, su teléfono empezó a sonar. Él miró la pantalla e hizo un gesto de disgusto.

–Tengo que contestar.

En el momento en el que él centró su atención en la llamada, Lia regresó hacia la casa. Quería comprobar cómo estaba Grady antes de marcharse a su apartamento. Dado que Paul había regresado a casa, decidió que cuanto menos tiempo pasara junto a él, mucho mejor para ambos.

Cuando estaba a punto de llegar a la casa, vio que la madre de Paul descendía por la escalera que llevaba a la terraza. La sonrisa de Constance le dio a Lia una falsa sensación de pertenencia que le hizo sentir muy culpable por el engaño que ella representaba.

–Por fin te encuentro –dijo Constance–. ¿No está Paul contigo?

–Tenía que contestar una llamada.

–Seguramente será de su trabajo. Te juro que ese hijo mío no hace más que trabajar.

–Ethan me dijo que es muy bueno en su profesión.

–Se le da muy bien el trabajo con ordenadores y está completamente comprometido con la detención de delincuentes. En realidad, causó un gran revuelo en la familia que él decidiera trabajar para el departamento de policía al salir de la universidad en vez de hacerlo para Watts Shipping. Sin embargo, tenía que hacer lo que le pedía el corazón.

–Atrapar delincuentes parece ser su pasión.

–Sí, pero en realidad, desde hace dos años, se ha convertido más bien en una obsesión.

–¿Por qué?

–La empresa de un amigo suyo fue atacada por piratas informáticos, que le introdujeron un virus que afectó a cuatro millones de dominios, provocándoles que se filtraran datos de clientes sensibles, como las tarjetas de crédito. Esto estuvo ocurriendo durante seis meses antes de que se dieran cuenta. La mala prensa que le produjo ese incidente le provocó la pérdida de casi todas las cuentas más importantes y le dejó sin nada.

–¿Atrapó Paul a los responsables?

–Al final sí, pero no lo suficientemente rápido como para poder evitar lo que al final le ocurrió a Ben.

–¿Y qué le ocurrió a su amigo?