Pack La Casa Real de Karedes 3 - Varias Autoras - E-Book

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Varias Autoras

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Beschreibung

"Reina del desierto" de Carol Marinelli. 9º de la saga. A punto de perder su reino, Xavian iba a casarse para obtener poder… Su noche de bodas sería puramente un deber. Sin embargo, cuando retiró el velo que cubría a la nueva reina, vio a una mujer nerviosa, desnuda y bañada en aceites aromáticos, y tan bella como las estrellas del desierto. Aquella reina merecía un lecho nupcial digno de Las mil y una noches, y entre sus brazos, Xavian descubrió que, aunque quizá no tuviera reino, poseía la fuerza y el poder de mil reyes. Aquella reina inocente podría ser su perdición… "El rey bárbaro" de Jennie Lucas. 10º de la saga. Kareef era tan indómito como el desierto, un príncipe bárbaro, un líder reverenciado. En otro tiempo había amado a una joven, pero la fuerza de sus sentimientos casi logró destruirlos a ambos. ¡La única mujer a la que podría amar le estaba vedada! Incapacitada para darle hijos, no era adecuada para ser su reina; sin embargo, Jasmine era la única que podía calmar la tormenta que azotaba su corazón desde la última vez que la había hecho suya. El jeque Kareef Al´Qadir debía elegir entre convertirla en su amante o aceptar su destino como rey… "El deseo del jeque" de Trish Morey. 11º de la saga. Tiempo atrás el jeque Rafiq Al'Ramiz había dejado su tierra natal, destrozado por la traición de la mujer que amaba. Con el corazón endurecido y tras haber amasado una fortuna, debía volver a su país: su pueblo lo necesitaba. Más poderoso que nunca, ¡la venganza ocupaba un lugar importante en su agenda! Al ver de nuevo a Sera, descubrió que la imagen que guardaba en la memoria de una tentadora mujer sin corazón no se correspondía con las discretas túnicas y los ojos tristes de su antiguo amor. ¡Sin embargo, él estaba decidido a cobrarse una vieja deuda! "Seducción en el desierto" de Annie West. 12º de la saga.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Pack La casa real de Karedes 3, n.º 56 - diciembre 2014

I.S.B.N.: 978-84-687-4745-3

Editor responsable: Luis Pugni

Índice

Créditos

Índice

La casa real de Karedes

Árbol genealógico

Reina del desierto

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

El rey bárbaro

Portadilla

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

El deseo del jeque

Portadilla

Créditos

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

Epílogo

Seducción en el desierto

Portadilla

Créditos

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Quince

La casa real de Karedes

Hace muchos años había dos islas mediterráneas gobernadas bajo el reino de Adamas. Pero una amarga contienda familiar separó el reino y las islas empezaron a gobernarse de manera separada. La familia griega Karedes reinaba en Aristo y los jeques Al’Farisi gobernaban las tierras desérticas de Calista.

Cuando el rey de Aristo falleció, se descubrió que Stefania, una hija ilegítima, ¡era la heredera al trono!

El jeque de Calista, Zakari, la sedujo sin piedad para que se casara con él y poder obtener el poder absoluto, pero se asombró al conocer su pureza y sucumbió ante el amor. Actualmente el reino se gobierna bajo el espíritu de la esperanza y la prosperidad.

Pero una marca negra se cierne sobre la familia real de Calista. Cuando eran niños, tres de los hermanos del rey Zakari fueron secuestrados por unos piratas. Dos regresaron sanos y salvos, pero el más pequeño fue arrastrado por el mar y nunca se encontró, dándolo por muerto. Entonces, durante la boda de Zakari y Stefania aparece un extraño entre ellos. El gobernador de Qusay, un reino vecino. Un extraño que tiene cicatrices en las muñecas provocadas por las sogas de los piratas. Un extraño que no conoce su pasado, ¡sólo su futuro como rey!

¿Qué pasará cuando Xavian, el rey de Qusay, descubra que está viviendo una vida equivocada? ¿Y quién ocupará el trono de Qusay si se desvela la verdad?

Prólogo

Layla no cerró los ojos mientras las doncellas la cubrían con un velo. Se miró en el espejo mientras su pronunciado escote, sus pálidas piernas y los delicados tatuajes de henna desaparecían bajo las capas de su vestido dorado. Después contempló como su larga melena oscura, su rostro maquillado y sus labios carnosos también desaparecían, hasta que lo único que quedaba al descubierto eran sus ojos.

Unos ojos que parpadeaban con nerviosismo al percatarse de que cuando le retiraran el velo, no sentiría alivio alguno. No significaría que estuviera en su casa, en el palacio de Haydar, donde podría relajarse. No, cuando le retiraran los velos estaría ante su nuevo esposo, en el desierto de Qusay, en su noche de boda.

El rey Xavian Al’Ramiz, el hombre con el que había estado prometida desde su infancia, había decidido cumplir con su compromiso después de muchos años y convertirla en su esposa.

Él la había hecho esperar, y lo que era más importante para Layla, había hecho esperar a su país.

Layla era la mayor de siete hermanas. Su madre había fallecido intentando tener un heredero, Layla había escuchado los gemidos de rabia cada vez que su madre daba a luz una heredera, y los habitantes de Haydar se mostraban reacios ante la idea de ser gobernados por una reina.

Pero su padre había sido muy listo. Muchos años antes había realizado un trato con el Rey de Qusay, cuyo matrimonio había producido un único heredero, acerca de que ambos se casarían. Xavian tranquilizaría a la gente de Haydar, y por supuesto tendrían un hijo, que algún día gobernaría ambas tierras.

Puesto que la boda no se había celebrado, tras la muerte de su padre Layla se había convertido en reina. Los ancianos querían que gobernara sólo en nombre, para poder aconsejarla y mantener al pueblo a salvo, pero ella pretendía tomarse su papel en serio. Ella había decidido reafirmarse, negándose a firmar nada o sumarse a algo con lo que no estuviera de acuerdo.

Y en cuanto a su compromiso matrimonial, Xavian había estado demasiado ocupado con su vida de soltero para abandonarla. Había tenido que cambiar tras la muerte de sus padres, pero Layla había madurado mucho esperando a que él decidiera contraer matrimonio. Layla había gobernado su tierra a su manera, y la responsabilidad la había vuelto más sabia. Xavian había esperado demasiado como para exigir que ella estuviera conforme y entregara todo dócilmente a un hombre que no tenía interés alguno en su reino, ni en ella como esposa.

La reciente muerte de sus padres había provocado una reevaluación urgente de la situación, y el príncipe playboy había regresado de Europa para ocupar el puesto de Rey de Qusay. Layla sabía que era un líder nato y que gobernaba a su pueblo durante tiempos difíciles. Nunca habían hablado. Ella sólo lo había visto una vez desde la distancia y simplemente había oído hablar de su comportamiento decadente, pero en los últimos tiempos se había dedicado a seguirlo de cerca y escuchaba sus discursos, elocuentes y autoritarios. Ya no era el príncipe Xavian, sino un verdadero rey.

Y un rey necesitaba una esposa.

Era un asunto de trabajo.

Layla era consciente de ello y, sin embargo, aunque lo había observado desde la distancia, había visto como el hombre que algún día sería su esposo vivía su vida de forma libertina, y eso había provocado que se pusiera celosa en lugar de enojada. Celosa por el hecho de que estuviera bien visto que Xavian tuviera amantes, y que viviera libre y locamente, mientras ella esperaba.

Layla tenía veintiséis años.

Y aquella noche, por fin, era su turno.

Aquella noche, independientemente de que fuera por un matrimonio de compromiso, y aunque fueran a pasar separados la mayor parte de sus vidas, aquella noche, él la llevaría a Qusay Desert.

Aquella noche, Layla se encontraría con su marido… De pronto, se alegró de llevar los velos, porque se había sonrojado. Aquella noche, el rey Xavian Al’Ramiz se convertiría en su amante.

Su único amante.

Curiosamente, ella deseaba que él fuese un poco menos apuesto, que el rostro que ella había visto en los periódicos, en la televisión y en Internet no fuera tan atractivo. Había observado detenidamente su imagen, incluso parando las secuencias y conteniendo el aliento cuando parecía que él la miraba con sus ojos negros. Sin duda, su aspecto era el de un miembro de la realeza. Su nariz romana, sus pómulos pronunciados y su espeso cabello oscuro. Provenía de un buen linaje.

Además, mostraba seguridad en sí mismo. Ella lo había observado desde la distancia, cuando debido a sus agendas habían coincidido en los mismos actos. Layla, oculta tras un velo, había observado a su futuro esposo, confiando en que aquellos ojos negros la descubrieran, que él le dedicara una sonrisa, o cualquier gesto que indicara curiosidad acerca de su futura esposa.

Xavian no le había dedicado nada.

Menos que nada. El año anterior, él había permanecido a su lado durante la coronación de la Reina Stefania de Aristo y simplemente la había ignorado.

El recuerdo del desprecio que mostró aquel día, y del evidente aburrimiento que mostraba ante la unión venidera seguía humillando a Layla.

–Su Alteza…–ella cerró los ojos con impaciencia cuando Imran, uno de sus consejeros, entró en la habitación aprovechando que ya estaba cubierta por los velos para darle algunos detalles de última hora, y para pedirle algunas instrucciones antes de que su reina se tomara una semana libre y dejara sus deberes oficiales.

–Y necesitamos que firme de manera urgente la propuesta rectificada de la mina de zafiro…

¡Era el día de su boda!

Pero el deber era prioritario y como reina de Haydar tenía muchos deberes. Un séquito la había acompañado a Qusay para la boda; un equipo de consejeros, las doncellas y Baja, su dama de honor principal.

Los consejeros y los respetables ancianos se habían lamentado el primer día en que la reina pronunció su opinión y se negó a admitir que continuar con su manera anticuada de hacer las cosas. Para su desagrado, Layla continuó imponiéndose y recordándoles que puesto que era la reina, las decisiones finales las tomaba ella…

Resultaba agotador estar continuamente comprobando las cifras y los hechos, sabiendo que su equipo estaba siempre en busca de un momento de debilidad para poder meter un documento sin que ella se percatara, o esperando a que se le pasara una cláusula… Ellos deseaban que Haydar permaneciera como siempre, en lugar de aprovechar las grandes oportunidades que la riqueza de la tierra ofrecía a su pueblo.

–¡Todo esto puede esperar! –Layla fulminó a Imran con la mirada–. Hoy no firmaré nada. Todo puede esperar a que regrese.

–Tienen que comenzar las perforaciones…

–¡Comenzarán a mi regreso! –exclamó Layla–. Cuando haya leído la enmienda y si doy mi aprobación –a pesar de sus duras palabras, las lágrimas se asomaban a sus ojos pintados. Unas lágrimas que no quería que Imran viera, así que se volvió hacia la ventana para contemplar el océano de Qusay.

¡Era el día de su boda!

¿No tenía derecho a ser nada más que una mujer durante un día y una noche?

¡Al parecer no!

–También tenemos que hablar sobre la posibilidad de extender la visita del rey a Haydar… –Imran no daba tregua.

–No podemos hablar hasta que me haya casado –respondió Layla dándole la espalda–. Ahora, sí me permites que continúe con mi boda, pronto podré centrar mi atención de nuevo en Haydar –al ver que no se marchaba, Layla continuó–. Permite que te lo repita: nada, quiero decir nada, puede ser aprobado en mi ausencia.

–Por supuesto –contestó Imran–. Aunque por supuesto, si fuera urgente, confiaría en el comité de ancianos…

–Imran –se volvió hacia él con una mirada firme y sin lágrimas en los ojos–. Llevaré mi ordenador conmigo y, si por algún motivo no pudierais contactar conmigo a través de ese medio, tomarás un helicóptero y me visitarás en el desierto.

–Habría pensado que preferiría que no la molestaran –dijo Imran.

–Ya te lo he dicho antes, Imran… Nunca creas que conoces mi pensamiento.

–Por supuesto, Alteza.

Él se marchó y, aunque sólo faltaba un momento para su boda, el nudo de tensión que tenía en el estómago sólo debía a Imran.

–Respira, Layla –dijo Baja con amabilidad.

Baja, su querida Baja, la mujer que permanecía en silencio durante las reuniones pero que lo escuchaba todo. Baja, la que veía las lágrimas que ella derramaba algunas noches. Baja, la única persona que comprendía verdaderamente el peso que cargaba diariamente sobre sus hombros.

–Aprovechará el tiempo que he estado fuera para hacer algo… –dijo Layla.

–Sería estúpido –dijo Baja–. Tus órdenes han sido muy claras.

–Ellos le dan la vuelta a mis palabras.

–Entonces, escríbelas.

Layla le estaba muy agradecida a Baja por su inteligencia y su paciencia, y casi confiaba en ella plenamente.

Casi… porque Layla había aprendido hacía mucho tiempo que en la única persona en quien podía confiar era en ella misma.

–Lo haré.

–Pero primero has de casarte –dijo Baja.

La guiaron a través del palacio de Qusay, por sus corredores cubiertos con fotos de antepasados. Resultaba más sencillo concentrarse en un cuadro de la pared, en las amplias puertas que se iban abriendo, o en el sonido de sus velos al caminar, que intentar asimilar que tan sólo un momento después ella estaría al lado de Xavian.

El calor del desierto la golpeó nada más salir al exterior. La guiaron por un camino banco y entre cuidados jardines. Un verdadero oasis. Los pájaros revoloteaban en los árboles, moviendo las alas tan deprisa como Layla movía las pestañas mientras esperaba a su prometido.

La ceremonia sería pequeña. La semana siguiente, tal y como era tradición en Haydar, cuando a ella ya le hubieran retirado los velos por ser una mujer casada, recibirían a los dignatarios y a los gobernadores en un evento formal, pero ese día sólo estarían el juez y los ancianos más respetados de ambas tierras que ejercerían de testigos.

Layla esperaba a la sombra de un naranjo, escuchando el sonido continuo de las fuentes.

Él la había hecho esperar diez años, así que, ¿qué importaban diez minutos más?

Le ofrecieron una silla, pero Layla la rechazó. Permaneció de pie, enojada. ¿Era posible que aquel hombre dejara más claro lo poco que la respetaba?

Ella deseaba caminar.

Deseaba darle la espalda a las tradiciones, exigir un medio de transporte y decirle a él dónde podía meterse su acuerdo matrimonial.

–El rey llegará enseguida.

Ella se miró las manos y vio que tenía los puños cerrados, tuvo que pisar fuerte para no darse la vuelta y marcharse, que apretar los labios bajo el velo para evitar decir algo de lo que su pueblo se arrepentiría si lo hiciera.

–Quizá Su Alteza debería sentarse… –le ofrecieron la silla una vez más. Uno de los jueces ya se había sentado y se estaba abanicando. «Podrían sacar algunas bebidas», pensó Layla, «o cortar algunas naranjas para que pudieran refrescarse mientras deciden qué se debe hacer cuando un rey se niega a aparecer en su propia boda».

Aquella obligación era un calvario.

Estar de pie.

Sentir vergüenza.

Esperar.

Layla lo hacía por su pueblo. Seguiría adelante con aquel matrimonio si eso era lo que dictaba la tradición, pero mientras permanecía allí de pie, a punto de desmayarse y negándose a sentarse, se prometió que él pagaría por su comportamiento ofensivo.

Si él pensaba que él podía tratarla tan mal, si pensaba que ella obedecería dócilmente sus órdenes, estaba muy equivocado.

El rey Xavian debería haber investigado un poco más. Debería saber que tras aquel velo se ocultaba una mujer fuerte y orgullosa.

Que tras aquella multitud de consejeros había una gobernadora que era fuerte, o demasiado fuerte según ellos.

Esa noche le diría claramente lo que pensaba acerca de su comportamiento. «No tiene ni idea de lo que le espera», pensó Layla con una pequeña sonrisa de satisfacción. Pero pronto desapareció…

Mientras él continuó haciéndola esperar.

Capítulo 1

El rey Xavian Al’Ramiz leyó la carta otra vez.

Era una de las muchas que había recibido dándole la enhorabuena por la boda.

Era del rey Zakari de Calista, le daba la enhorabuena y le decía que esperaba saludarlo formalmente la semana siguiente en la recepción oficial.

Era la tercera carta.

La primera le mostraba su condolencia por la muerte de sus padres y lo invitaba a pasar unos días en el palacio de Calista.

Xavian lo le había respondido. Había quemado la carta.

Después había recibido otra en la que le agradecía el regalo que el pueblo de Qusay había enviado por el nacimiento de su hijo, el príncipe Zafir.

Xavian tampoco había contestado pero había guardado la carta algunos días, sacándola para leerla una y otra vez, hasta que al final decidió tirarla al fuego.

Y después la tercera.

«No hay nada indecoroso en ella», pensó Xavian mientras leía la carta por enésima vez. No sabía qué era lo que buscaba en aquellas palabras. Tenía cientos de cartas como aquella, sin embargo, con aquella no podía evitar intentar leer entre líneas…

Su prometida lo estaba esperando y él sabía que era imperdonable que llegara tan tarde, sin embargo, continuó cavilando sobre la carta.

Era una carta formal del rey Zakari de Calista y de su esposa la reina Stefania de Aristo. Su matrimonio había reunificado el reino de Adamas. «Entonces, ¿por qué Zakari había decidido escribir con papel del reino de Calista en lugar de emplear el papel con el emblema de Adamas?», se preguntaba Xavian. Miró el escudo de armas, pasó un dedo sobre el emblema, y no pudo comprender por qué le preocupaba, pero lo hacía.

Estaba preocupado desde el día de la coronación de la reina Stefania, desde que ella lo miró a los ojos y él percibió sorpresa…

«No, no era sorpresa», se dijo Xavian. Ella había estado a punto de desmayarse y él había hablado con ella hasta que su marido se percató de que había un problema y, con cuidado, la sacó de allí. Resultó que estaba embarazada, y con eso se explicó todo.

Pero no era así.

Porque el problema de su alma había comenzado antes de que Stefania lo saludara… Él había pasado por la fila de felicitaciones, ejerciendo su papel de rey. El corazón había comenzado a latirle muy deprisa… Ése latido que lo despertaba por las noches, y que sentía en ese mismo instante.

Aunque no podía aceptarlo como tal, era producto del miedo.

–Todo está preparado, Alteza –Xavian no se volvió cuando Akmal, el visir, entró en la habitación–. Su prometida lo espera.

Él podía reconocer un ligero tono de inquietud en la voz de Akmal. Después de todo, su prometida, la reina Layla de Haydar, llevaba un rato esperándolo. Todo estaba preparado para que comenzara la ceremonia y, sin embargo, el novio no había aparecido. Akmal se había dirigido de nuevo a la cámara real para asegurarse de que no le había sucedido nada a Xavian, encontrándolo tal y como lo había dejado la última vez, de pie, junto a la ventana, sujetando una carta en la mano y contemplando el océano.

–Iré enseguida.

–Alteza, le sugiero que…

–¿Has oído lo que he dicho? –Xavian se volvió furioso, recordándole a su ayudante quién era el rey. Vestido con el uniforme militar de Qusay, el pecho decorado con medallas, las piernas cubiertas por unas botas de cuero negro, la espada enfundada en un lateral y el cordón dorado sujetando su kufiya, la presencia de Xavian era imponente. Xavian era un hombre alto, fuerte y de anchas espaldas, no necesitaba medallas ni espadas para imponer respeto.

–Ella puede esperar hasta que esté preparado.

–Alteza –Akmal sabía que no debía discutir así que hizo una pequeña reverencia y se marchó.

Otra vez solo, Xavian continuó contemplando el océano.

Sabía que ella podía esperar.

Había esperado diez años para que llegara ese día. Estaba prometido con ella desde la infancia, y debían de haberse casado diez años antes, pero él había elegido no hacerlo para disfrutar de su libertad.

Pero aquello había terminado.

Xavian salió a la terraza y deseó que tuviera vistas al desierto y no al océano. Al desierto, donde él encontraba la paz. Al desierto, donde esa noche llevaría a su esposa.

Qué aburrido estaba de esa idea.

Desde que sus padres se mataron en un accidente de avión, sus consejeros habían trabajado contra reloj. Su vida de playboy estaba a punto de terminar. Era un rey, y los reyes no vivían como príncipes. Los reyes se casaban y tenían herederos, y había llegado el momento de que Xavian hiciera lo mismo. Tras tres meses de luto, la boda que había estado retrasando debía celebrarse.

Dadas las circunstancias harían una pequeña ceremonia. Era inapropiado realizar una gran celebración después de una pérdida tan importante. Al día siguiente se informaría al pueblo de que el rey se había casado, y él se retiraría al desierto con su esposa antes de celebrar la recepción oficial. Tras otro periodo de duelo se celebraría la coronación, y entonces el pueblo lo festejaría. ¿Quizá fuera una doble celebración? Los consejeros habían insinuado que nueve meses después de la boda estaría bien que hubiera un príncipe en camino.

Akmal le había aconsejado a Xavian que se abstuviera de tener encuentros sexuales una semana antes de la boda para asegurarse de que su semilla fuera abundante y potente. Era un consejo que Xavian había elegido ignorar.

¡Siempre era abundante!

Aquello no era más que un matrimonio de conveniencia. Haydar trataba de salir adelante bajo el mandato de una mujer, y la presencia fuerte y ocasional de Xavian ayudaría a guiar el país.

Por supuesto, tendría una amante. O varias, quizá.

No tenía intención de dormir solo por las noches.

La inquietud que sentía Xavian no era debida a los nervios provocados por la boda, y no era el orgullo lo que hacía que negara que se sentía inquieto. Mucho antes de que se anunciara la boda, mucho antes de que sus padres se mataran, sentía cierta inquietud en el alma.

Un problema que no era capaz de definir.

A veces, cuando miraba la carta buscando alguna pista que probablemente fuera inexistente, pensaba que estaba volviéndose loco.

A veces se despertaba por las noches con el corazón acelerado. Recordaba que una bella mujer estaba a su lado en la cama, sin embargo, se levantaba y se vestía, o la enviaba a la habitación de las amantes. No era así como le gustaba estar. Tenía el corazón acelerado y le costaba respirar mientras contemplaba el océano. Sentía nauseas, como si estuviera allí. Notaba que el sudor se formaba en su frente, y como si su cuerpo se meciera con las olas. Igual que otras veces, le ardían las cicatrices que tenía en las muñecas. Recorrió el extenso océano con la mirada sin saber qué era lo que buscaba, y después miró a otro lado, deseando que se calmara su corazón y aquella locura terminara. Trató de consolarse con la idea de que pronto estaría en el desierto.

¡Sí!

Acabaría con la boda, llevaría a su esposa al desierto, consumaría el matrimonio y, al día siguiente, podría pasear… Podía dejarse llevar por el corazón de la tierra que gobernaba e intentar encontrar la paz.

Un poco más animado, entró de nuevo en la habitación con la carta en la mano. Se detuvo frente a una vela y observó cómo el papel color crema se arrugaba mientras las llamas consumían el escudo de armas de Calista. Después, lo tiró a la antigua chimenea, igual que había hecho con el resto de las cartas, y se dirigió a su boda.

Cuando abrió la puerta, Akmal estuvo a punto de caerse hacia el interior de la habitación. Xavian se detuvo para echarle una mirada reprobatoria al visir y atravesó el palacio caminando con seguridad.

Al llegar a los jardines, el comité de ancianos se puso en pie para recibirlo.

Su prometida no se volvió. Estaba de pie, vestida con una túnica dorada y la cabeza cubierta por los velos. Cuando Xavian se acercó a ella, bajó la mirada al suelo.

¡Él no esperaba encontrarse con aquello!

Haydar era un lugar estricto con las tradiciones. Las mujeres permanecían cubiertas hasta después de la boda. Pero a pesar de las generosas capas de tela, no se disimulaba la forma redondeada de su cuerpo.

«Qué bien», pensó Xavian. Una amante gorda e inexperta para fecundar. ¿Es que sus obligaciones no tenían fin?

Como concesión a los tiempos modernos, los ancianos de Haydar habían aceptado que pudieran hacerse fotos para anunciar que la ceremonia se había celebrado. Aunque no era momento de grandes celebraciones, la unión era una buena noticia para la gente de Haydar y Qusay.

El juez le preguntó a Layla si sería una esposa fiel, si serviría a su esposo, si le daría hijos y si cuidaría de él y de sus descendientes.

Ella asintió y habló con un tono muy suave.

De nuevo, el juez le preguntó.

Y ella volvió a decir que sí.

Se repitió una tercera vez, y Xavian se fijó en que ella pestañeaba, aunque aún no lo había mirado.

–Lo haré.

Entonces, llegó el turno de Xavian.

¿Cuidaría de ella y la mantendría?

Fue todo lo que le preguntaron, y sólo una vez.

Un rey no tenía que repetir las cosas.

–Sí.

Ella levantó la vista y sus miradas se encontraron. Xavian notó que se calmaba ligeramente. Sus ojos eran claros, brillantes y muy bonitos… ¡Quizá podía pedirle que los mantuviera abiertos toda la noche!

Todo terminó en unos instantes. Sus miradas se habían encontrado durante menos de un segundo, sin embargo, la imagen había sido capturada y por la mañana se vería alrededor del mundo. El jeque Xavian Al’Ramiz de Qusay y también de Haydar, y su prometida la reina Layla Al’Ramiz de Haydar, y también de Qusay.

La tan esperada unión era oficial.

–Marcharemos hacia el desierto dentro de una hora… –se dirigió a su esposa por primera vez–. ¿Confío en que mis ayudantes están siendo de utilidad?

Ella no contestó. Sólo asintió con la cabeza sin dejar de mirar al suelo.

–¿Necesitas algo? –intentó darle conversación, pero sólo consiguió que ella contestara con un movimiento de cabeza. Ella se negaba a mirarlo con sus bonitos ojos de color violeta, y Xavian suspiró irritado.

–Te veré dentro de una hora.

«Está claro que será una noche muy poco interesante», pensó Xavian mientras se dirigía a sus aposentos provocando que la pisada de sus botas resonara sobre el suelo de mármol pulido.

Capítulo 2

–¡No voy a pasar un mes allí! –Xavian frunció el ceño mientras Akmal lo ayudaba a quitarse el uniforme militar y a ponerse la túnica del desierto para prepararse para su luna de miel–. Sólo acepté pasar una semana en Haydar.

–Lo comprendo, señor, pero nuestros consejeros simplemente responden ante lo que han oído de la gente… –tragó saliva–. La reina estaba revisando lo que iba a publicarse en prensa y pidió que…

–¿Qué? –Xavian volvió la cabeza y dejó de mirarse en el espejo–. ¿Por qué has de preocuparla con esos detalles?

–Ella pidió verlo –dijo Akmal–. También pidió que se quedara un mes en su tierra… Opina que a los habitantes de Haydar les gustaría ver al nuevo rey en la nueva residencia durante un tiempo, para que obtengan la sensación de que también está ahí para ellos. Ellos necesitan esta unión, señor…

Xavian no estaba nada impresionado. Una semana en el desierto era necesaria. Una semana: con su nueva esposa por las noches y paseando por el desierto durante el día. Tras la recepción había aceptado pasar una semana en Haydar para tranquilizar al pueblo. Allí saludaría formalmente a los habitantes de su nuevo reino, firmaría los documentos necesarios y, aparte de las apariciones formales y de las noches ocasionales que pasaría junto a su esposa durante su periodo fértil, podría continuar con su trabajo.

Pero en Haydar había cierto clima de tensión y Xavian lo sabía. La mujer dócil y poco habladora con la que se había casado apenas era capaz de conseguir que sus asesores la respetaran, y mucho menos su pueblo. Pero Xavian era un hombre duro. A veces tenía demasiada presión por parte de su comité de ancianos ya que se oponían al cambio, pero Xavian era un gobernador estricto y desempeñaba su papel con seguridad. Él nunca dudaba, nunca se cuestionaba si tenía razón. Sí, escuchaba a sus asesores, reflexionaba, pero siempre tomaba sus decisiones, y una vez tomadas, no había quien las cambiara.

Nadie se atrevía a hacerlo.

«¡Ser reina debe de ser un infierno!», pensó Xavian con una sonrisita.

–Dos semanas… –dijo Xavian.

Akmal frunció el ceño con preocupación puesto que ya había hablado con la reina.

–Dile que estoy dispuesto a estar en su país dos semanas…

–Creo que sería mejor estar un mes en Haydar…

Se oyó una voz dulce en la habitación y Akmal y el ayudante quedaron sorprendidos al ver que Layla entraba sin que la hubieran invitado en los aposentos del rey.

–No puede estar aquí… –Akmal se apresuró a cruzar la habitación para sacarla de allí, pero la mirada de sus ojos azules lo detuvieron.

–Haga el favor de llamarme Alteza… –dijo tras el velo.

Akmal hizo una reverencia. El pobre hombre se debatía entre seguir el protocolo real y proteger a su señor. Pero Xavian no estaba enfadado sino que estaba disfrutando y sonreía ligeramente mientras Akmal trataba de calmar a ambos.

–Alteza, estaba a punto de ir a verla para informarle de la decisión del rey.

–Qué aburrido –dijo ella. Ya no miraba a Akmal, sino a Xavian, y él dejó de sonreír–. Que aburrido es que un matrimonio tenga que hablar mediante consejeros. Podrías informar al rey de que, por desgracia, en este asunto la reina no puede aceptar. La gente de Haydar necesita ver que el nuevo rey ejerce su papel con gusto y quiere ayudarlos, y con una visita breve no conseguirá apaciguarlos.

–Alteza…–Akmal comenzó a transmitir sus palabras–. La reina ha dicho…

–¡Silencio! –espetó Xavian a su visir–. Déjanos.

Mientras Akmal y el ayudante salían de la habitación, Xavian se acercó a Layla. Ella no se movió, y apenas pestañeó. Sólo se le veían los ojos, y esa vez no bajó la mirada cuando él se acercó.

–He considerado tu petición –dijo Xavian–. Y puesto que me tomo en serio mis nuevos deberes…

–¡Tan en serio que ni siquiera te molestaste en llegar a tiempo a tu boda!

¿Cómo se atrevía?

Ella no debía cuestionarlo, no debía mostrar que se había percatado. En cambio debería de estar orgullosa de que el rey de Qusay fuera su marido, y sin embargo, lo recibía con quejas y exigencias.

–Tenía mis motivos para llegar tarde –no tenía por qué contarle sus motivos, ni darle explicaciones.

Nunca había tenido que dar una explicación, sus decisiones, su palabra, su presencia siempre había bastado. ¿De veras creía que iba a quedarse allí a contarle sus motivos?

Ella estaba esperando una explicación.

Xavian puso una triste sonrisa. Quizá debería contárselo, y observar cómo reaccionaba cuando descubriera que su nuevo esposo a veces pensaba que se estaba volviendo loco. Que a veces las cicatrices de sus muñecas le ardían de manera que pensaba que iba a abrírsele la piel. Que a veces cuando estaba tranquilamente sentado podría jurar que oía reírse a un niño. Él podía imaginar su cara de susto, ¡sobre todo cuando le dijera que creía que el niño era él!

–Me hiciste esperar casi una hora –dijo sin dejar de mirarlo–. Y no me ofreciste ninguna explicación, sin embargo, pretendes que crea que te tomas en serio tus obligaciones. ¡Lo de hoy era una obligación! –Layla apretó los labios bajo el velo–. Y la desempeñaste terriblemente.

–¡Silencio!

Extendió la mano como si fuera a darle una bofetada.

En ese momento, Xavian, que nunca había pegado ni pegaría a una mujer, se percató de que la rabia que lo invadía iba dirigida a sí mismo.

Ese día había desempeñado sus funciones de manera incorrecta. Y había llegado tarde. Raramente, lo admitía, pero para ser un buen gobernador a veces era necesario. Y por ello, en lugar de darle una bofetada, hizo algo extraño.

–No lo hice por ti. No lo hice para que me esperaras, ni para eludir mis responsabilidades o mofarme de nuestro matrimonio… –Xavian no podía creer que estuviera hablando de esa manera, que estuviera dando explicaciones–. Me llegó una carta. Debí de haberla dejado para después. Sabía que podría distraerme –tragó saliva antes de continuar–. Y así fue.

–Estoy segura de que tienes muchas cosas en que pensar –admitió ella–. Yo también he echado de menos a mis padres hoy, pero tu pérdida es más reciente. Acepto tus disculpas.

Xavian no se había disculpado, ¿o sí? ¿Había que decir lo siento para formular una disculpa?

Xavian continuó.

–Si el pueblo quiere pasar más tiempo con el nuevo rey, te concederé un mes. Por supuesto, la gente de Qusay también querrá más tiempo con su nueva reina. Sugiero que después de nuestra estancia en el desierto, pasemos una semana aquí, en lugar de dirigirnos directamente a Haydar después de la recepción formal.

¿Qué estaba haciendo? Xavian hablaba despacio, sin embargo su mente funcionaba muy deprisa. Se estaba comprometiendo a pasar seis semanas con ella. Una en el desierto, una en Qusay y un mes en Haydar. Seis semanas con ella… Seis semanas cuando deberían de haber sido dos… Seis semanas con aquella mujer que lo había retado… Seis semanas con una mujer que no había bajado la vista, y que se atrevía a sostenerle la mirada mientras contestaba con un tono de voz suave.

–Será un honor para mí pasar algún tiempo cerca del pueblo de Qusay.

–Bien –dijo Xavian.

Ella seguía mirándolo y Xavian estuvo tentado de retirar el velo que cubría a su esposa para ver a la mujer con la que dormiría durante las siguientes semanas. Pero, por supuesto, no lo hizo. Abrió la puerta y, una vez más, Akmal estuvo a punto de caerse dentro de la habitación.

–¿Supongo que lo has oído? –dijo Xavian–. Nos quedaremos en Qusay durante una semana después de la recepción. Después, la reina y yo pasaremos un mes en Haydar. Puedes anunciar esa información junto con la foto de la boda.

Layla asintió y salió de la habitación. En la puerta, se detuvo para dirigirse a Akmal.

–Tráeme la noticia para que de mi aprobación después de que haya sido redactada –se volvió un instante hacia Xavian–. Me gusta revisar todos los artículos de prensa personalmente… Estoy segura de tú haces lo mismo.

Xavian seguía resentido cuando el helicóptero despegó para llevarlos al desierto. ¿Cómo se había atrevido Layla a entrar en sus aposentos para manifestar sus exigencias? ¿Cómo se atrevía a decirle lo que era inteligente hacer? ¿Cómo se atrevía a hablarle como si fuera su igual? Él era el rey de Qusay... El rey de un país rico y próspero que producía petróleo y esmeraldas, una tierra donde el pueblo florecía bajo un potente liderazgo. ¡Era Haydar quien necesitaba un potente liderazgo para sacarlos de la Edad Media! Era ella la que lo necesitaba para calmar su inquietud.

Xavian estaba molesto consigo mismo, por haberle ofrecido una explicación, por comprometerse con ella. El no quería una esposa, y desde luego no quería tener a alguien cerca continuamente.

Ya tenía bastante lidiando con su propia compañía.

¡Y él no se había disculpado!

Se sentía tentado a darle una palmadita en el hombro y decírselo.

La arena dorada que se extendía bajo el helicóptero no conseguía calmarlo. Estaba decidido a recordarle a Layla cuál era su lugar. Baja, su dama de honor, los había acompañado y él notó su expresión de desaprobación cuando agarró la mano de su esposa, sorprendiéndose al sentir sus delicados dedos. Por primera vez, tenía ganas de descubrir lo que se escondía bajo los velos que cubrían a aquella mujer.

–Nos aguarda un festín –dijo Xavian, sonriendo para sí al ver que ella pestañeaba bajando la vista–. Y cuando hayamos comido, otro festín nos espera.

El personal de la residencia del desierto salió a recibirlos y desenrolló una larga alfombra desde el helicóptero hasta la gran tienda. Por supuesto había más empleados de lo normal, porque no sólo era una luna de miel, sino que el servicio de Layla también estaba allí para recibir a la pareja real.

Normalmente, Xavian iba al desierto para estar solo. Bueno, ocasionalmente se reunía allí con una amante, pero aquel era un lugar de retiro y no estaba seguro de cómo se sentiría compartiéndolo. Y debía compartirlo, al menos en esa ocasión.

Estaba casado.

De las paredes de las tiendas y de los techos de los pasillos habían colgados pequeños cascabeles para que la pareja recién casada se enterara de cuándo se acercaban los sirvientes y su sonido se escuchaba mientras ellos se adentraban en la morada del desierto. El incienso invadía el ambiente, las alfombras persas estaban cubiertas de pétalos. La sala principal estaba decorada de manera tradicional, las alfombras adornaban las paredes de la tienda y los sofás bajos estaban cubiertos de coloridos almohadones y colchas de terciopelo. También había algunos instrumentos musicales, y espejos antiguos que reflejaban la luz tenue de las velas y los quinqués. Había una mesa baja con platos y vasos de oro con piedras preciosas. Los platos estaban llenos de comida deliciosa y un músico ambientaba el lugar con una dulce melodía.

Era perfecto. Entonces, ¿por qué ella no hacía ningún comentario?

¿Quizá estaba abrumada? ¿Quizá le preocupaba que la residencia real del desierto de Haydar pareciera poca cosa comparado con tanto esplendor? ¿O quizá estaba preocupada porque debía descubrirse ante su esposo?

Xavian observó en silencio mientras Baja ayudó a Layla a quitarse las múltiples capas doradas que cubrían su cuerpo. Xavian contenía la respiración con anticipación, percatándose de lo mal que había juzgado la silueta que poco a poco le iban desvelando. Era un cuerpo femenino y redondeado. Él se acercó despacio, contemplándola. Después de todo, aquella noche no sería tan mala. Ella lucía un vestido dorado con pedrería que realzaba su figura. Su tez era increíblemente pálida. En los tobillos le habían dibujado unas flores con henna, y ascendían por sus piernas provocando que él las recorriera con la mirada. Pero Xavian no tuvo tiempo de contemplarlas, puesto que Baja estaba retirando el velo que cubría el rostro de Layla y, durante un instante, Xavian se sintió perdido mientras le descubrían a su esposa.

Ella era increíblemente bella.

Mucho más de lo que había imaginado.

Su melena negra, espesa y rizada caía sobre sus hombros, enmarcando su delicado rostro. Sus mejillas estaban ligeramente sonrosadas, sus labios carnosos y tentadores, temblaban ligeramente como muestra de su nerviosismo. Era tan encantadora, delicada y femenina que Xavian se preguntaba si no habría malinterpretado sus duras palabras. Estaba seguro de haberlas malinterpretado, porque de aquellos labios sólo podían salir dulces palabras.

Él le ofreció la mano para guiarla hasta la mesa, pero ella no la aceptó.

–Me gustaría echar un vistazo a los alrededores.

–Por supuesto –dijo Xavian–. Te los mostraré –pero ella ya estaba avanzando por su morada.

Layla se volvió hacia Baja.

–¿Dónde está mi ordenador?

Mientras la mujer se disculpaba por el descuido, Xavian decidió que ya había tenido bastante.

–Es tu luna de miel, ¿no pretenderás trabajar?

–¿Eh? –ella se volvió y Xavian no pudo evitar fijarse en sus labios.

Unos labios carnosos que deseaba alimentar con la fruta que había sobre la mesa para después besarlos de manera apasionada.

–No creí que fuéramos a pasar toda la semana conociéndonos... –sonrió–. Tenía entendido que querías pasar tiempo en el desierto.

–Por supuesto, pasaré mis días en el desierto –dijo Xavian–. Está bien que pase algún tiempo con la naturaleza y que le pida su sabio consejo.

–¿Y yo tengo que acompañarte? –preguntó con el ceño fruncido–. Estaré encantada…

–¡No! –Xavian tuvo que esforzarse para no ser desagradable–. Ese tiempo lo dedico a la reflexión, a solas.

–Ya veo –ella asintió, como para agradecérselo, y se volvió hacia Baja.

–En ese caso, quiero mi ordenador.

–El helicóptero ya se ha marchado –dijo un sirviente, y después añadió–, Alteza.

–Bien –fulminó al sirviente con la mirada–. Entonces llegará pronto al palacio y podrá volver inmediatamente con mi ordenador. Después de todo… –le dedicó una sonrisa a Xavian–. No pretenderán que esté todo el día por aquí sin hacer nada mientras mi esposo reflexiona en el desierto. Tengo un país que gobernar.

Ella sabía que estaba siendo desagradable, pero ése era su plan. No quería desvelar sus verdaderos sentimientos, porque Layla, aparte de nerviosa estaba aterrorizada. Había pasado nerviosa todo el día, en los jardines del palacio, mientras pasaban los minutos y su prometido no aparecía. Él no quería contraer aquel matrimonio y su tardanza le había demostrado la poca consideración que tenía hacia ella.

Todo eso lo había pensado mientras esperaba en los jardines del palacio, pero cuando apareció el que sería su futuro esposo, su enfado fue reemplazado por un fuerte temor. Ella sabía que él era muy atractivo, conocía la reputación que tenía con las mujeres, y cuando anunciaron su boda, se había puesto nerviosa, igual que habría hecho cualquier otra mujer, ante la idea de perder su virginidad con el que se suponía era un amante formidable.

Y entonces, él se había puesto a su lado. Y su presencia, mezclada con el aroma masculino que desprendía de su cuerpo, había provocado que su rabia fuera sustituida por la inquietud de lo que sucedería después del matrimonio. ¡Y ese momento estaba a punto de ocurrir!

Ella atravesó el dormitorio y, al ver la enorme cama, sintió un nudo en la garganta y miró a otro lado. Descorrió una cortina y contempló el baño donde la prepararían para que se presentara ante él. Había espejos por todos lados, una gran bañera en el centro, flanqueada por taburetes desde donde la enjabonarían las doncellas.

–¿Te gustaría que te mostrara los jardines ahora? –su sarcasmo provocó que Layla sonriera de verdad por primera vez.

–He contemplado tu espléndida arena mientras aterrizábamos –respondió Layla con humor, mientras Baja fruncía el ceño por no haber captado la broma–. Debe de costar mucho trabajo mantenerla tan bien.

–¡Horas! –dijo Xavian.

Layla sintió ganas de reír pero se contuvo. No era el momento de bajar la guardia, era ella quien tenía que marcar la pauta.

No importaba que él fuera el hombre más atractivo y sensual que había visto nunca, no importaba que aquel fuera el hombre con el que compartiría su cuerpo y su cama, y no importaba que ella deseara salir corriendo al verlo. Era importantísimo que mantuviera el control y dejara claro cuáles eran sus intenciones desde el principio.

Quizá el pueblo pensara que era una reina pasiva, pero si Xavian pensaba que iba a aceptar todo sin rechistar, ¡debía percatarse de que su esposa tenía opinión propia!

–Vamos a comer –Xavian interrumpió su pensamiento con su orden–. Nos espera nuestro festín de boda.

Layla se sentó junto a la mesa bajita, de rodillas. Una doncella sirvió zumo en dos copas doradas. Layla sabía lo que era. Una bebida de miel mezclada con veinte almendras molidas y cien piñones para aumentar la excitación. A esa extraña mezcla le añadían semillas de amapola molida para ayudar a la desinhibición. Y tendrían que tomársela cada noche mientras estuvieran en el desierto. Ella permitió que él le diera de beber la potente mezcla que prometía su completa excitación, y tuvo que esforzarse para tragar el líquido pegajoso que él vertía deprisa. Demasiado deprisa para su tensa garganta. Se le derramó un poco por la barbilla, y ella recogió las gotas con el dedo. Puesto que debía beberse hasta la última gota, se chupó los dedos y, al agarrar la copa para darle de beber a Xavian, se percató de que estaba temblando. No quería hacerlo.

No quería darle de beber para alimentar su candor.

Él era tan masculino.

Y pronto lo agradecería. Pronto, agradecería que el hombre que sería su único amante y el padre de sus hijos, los futuros herederos de Haydar, tuviera un físico excelente.

Sólo tenía que pasar aquella noche, ver a un hombre desnudo por primera vez, desempeñar su deber como esposa, y así, algún día, nada de aquello le parecería extraño.

Inclinó la copa y vertió el líquido despacio en la boca de Xavian. Lo observó tragar, fijándose en los labios que pronto estarían posados sobre los suyos y temiendo la presión de aquel cuerpo contra el de ella.

Baja le había contado por encima qué era lo que podía esperar, y le había prometido que le contaría más cuando la preparara.

Él se terminó la poción y ella permaneció a su lado.

Como era lo correcto.

El festín de la boda había sido preparado con mucho cuidado. A diferencia del magnífico festín con el que se servirían las mesas durante la recepción formal, la comida de aquel día había sido elegida para que la pareja no se llenara demasiado y sus sentidos se mantuvieran alerta. El menú consistía en dulces y frutas suculentas que les darían energía y favorecerían la fertilidad, y que debía comerse con los dedos.

No mantuvieron conversación alguna, simplemente se miraban mientras se daban de comer el uno al otro. En una ocasión, él se inclinó hacia delante, tanto que ella pudo sentir el calor de su piel mientras él le retiraba el cabello para que pudiera comerse la fruta, y ella sintió un nudo en el estómago pensando en lo que sucedería después. Él inhaló su aroma y ella, al sentir su respiración contra el cuello, se puso nerviosa, pensando en que aquella noche descubriría el secreto, la recompensa, la respuesta que tanto había buscado durante las noches solitarias.

Layla observó como Xavian partía una granada y le ofrecía la mitad. Los granos endulzaron su paladar. Después, bebió un poco de té de menta para refrescarse la boca y vio que él recorría su cuerpo con la mirada, posándola sobre sus pechos y provocando que se pusieran turgentes. Entonces, él la miró y vio que se había sonrojado. La miró a los ojos y ella se quedó sin respiración. Era como si tuviera la lengua adormilada, demasiado tirante como para poder humedecerse los labios con ella. Y deseaba que él la besara en la boca, disfrutar de su sabor, y no únicamente del de la fruta.

Xavian se percató de que ella estaba preparada.

Llegó el momento, y ella deseó haber podido quedarse un rato más en la mesa. Que él la hubiera besado, que la velada no fuera tan formal, que estuvieran a solas. Su extraño atractivo, su aroma, la manera en que la miraba, habían conseguido que el deseo se apoderara de ella. Pero Baja la acompañaba para darle un baño mientras Xavian se dirigía a la cama. Nunca había sentido tanto pavor, pero jamás había estado tan excitada.

Por un lado deseaba huir hacia el desierto, pero también deseaba que llegara el momento. En el baño, las doncellas la asearon y la untaron con aceites esenciales. En Haydar, le habían adornado el cuerpo con henna. Aparte de las flores de los tobillos y las manos, en el vientre le habían pintado una mariposa. Ella se estremecía al pensar en que Xavian podía besarla en esa zona…

Pero Baja le decía que esperara algo diferente.

Le contó que a lo mejor la besaba en alguna ocasión, pero que el rey se ocuparía de todo. Ella se levantaría el camisón. Junto a la cama habría más aceite y, con un poco de suerte, el rey lo utilizaría. Si no, como el agua del baño que se había dado contenía gran cantidad de aceite, su cuerpo estaría suave y preparado.

Baja le aseguró que no les llevaría mucho tiempo. Dos o tres empujones bastarían para quitarle la virginidad. Y puesto que el rey no se habría protegido, había comido bien y estaría embriagado por el aroma de los aceites en los que se había bañado, terminaría pronto.

Pero Layla quería más… Más de lo que había visto en la mesa.

–¿Puedo acariciarlo? –preguntó Layla. Era una mujer perfeccionista, buena en todo y, de pronto, también quería ser una buena amante para su esposo. Pero Baja se rió, e incluso las doncellas soltaron una risita. Ellas conocían todo acerca del rey Xavian y de su interminable lista de mujeres. Baja tenía un primo que trabajaba en el palacio de Qusay y sabía que había amantes que estaban esperando para ver al rey en cuanto regresara.

A Layla sólo se la necesitaba por un motivo. ¡No debía preocuparse por ese tipo de cosas!

–Sus amantes ya se ocupara de eso por ti –Baja trataba de tranquilizarla, pero sus palabras cayeron como pedradas sobre el cuerpo de Layla. Un sentimiento de celos se apoderó de ella. Celos hacia las desconocidas que se ocuparían de las necesidades más íntimas de su esposo.

–No se preocupe, Alteza –continuó Baja, llamándola por su tratamiento, como siempre hacía delante de las doncellas–. Sólo tendrá que sufrir sus atenciones un par de veces al mes, hasta que se quede encinta, y después podrá descansar durante al menos un año.

Le colocaron un camisón sobre su cuerpo aceitado, le cepillaron el cabello y le pintaron los labios antes de darla por terminada.

Layla abrió las cortinas y entró en sus aposentos.

La habitación estaba iluminada por velas y lámparas de aceite. La música seguía sonando en el área principal de la tienda, rompiendo el silencio del desierto. Su melodía seductora estaba destinada a facilitarle el camino hasta sus brazos.

Él estaba en la cama, desnudo, bajo la sábana de seda que cubría la parte inferior de su cuerpo. Su torso y sus brazos musculosos estaban al descubierto. En sus muñecas se veían unas cicatrices oscuras. Al principio, Layla pensó que también lo habían pintado con henna, pero luego confirmó que eran cicatrices. Dejó de mirarle las manos y lo miró a los ojos, observando cómo la expresión arrogante de su rostro se suavizaba una pizca mientras ella se acercaba a él.

Durante un instante, ella deseó ser su amante, y no su esposa.

El aceite provocaba que la tela del camisón se pegara a su cuerpo mientras se subía a la cama junto a él.

–No estés nerviosa.

–No lo estoy –dijo Layla, temblando.

Él la besó. Ella notó la presión de sus labios sobre la boca y cómo introducía la lengua en su interior. Intentó besarlo también, moviendo la boca igual que él.

Nunca había besado a nadie y deseaba tener más experiencia. Se sentía avergonzada por su inocencia. No era capaz de disfrutar del beso, sólo podía sentir su miembro erecto presionándole el muslo, y su tamaño hizo que se sintiera ligeramente mareada. Confiaba en que empleara el aceite como lubricante.

Ella se levantó el camisón.

–No hay prisa –dijo él, echando la cabeza hacia atrás. Quería seguir besándola para que se relajara. Para que, al menos, intentara disfrutar de su obligación conyugal.

–Preferiría que terminara cuanto antes –dijo ella.

«Así, yo también», pensó Xavian, mientras se preguntaba si quedaría muy mal llamar a una amante en su luna de miel.

Le encantaba el sexo. Nunca tenía suficiente y siempre estaba preparado. Pero la mujer altiva que se había metido en su cama no tenía nada que ver con la mujer sensual a la que había alimentado y preparado. Sinceramente, si ése era su deseo, ¡él también quería que terminara!

Era un hombre considerado. Metió los dedos en el líquido dorado que había junto a la cama y le embadurnó la piel rosada. Al sentir el calor de su entrepierna, se excitó aún más.

Layla vio que su miembro crecía todavía más y sintió un nudo en la garganta. Notaba que él tenía la mano allí, y al ver su gran erección, estuvo a punto de marearse. Él vio que estaba mirándolo y notó esa mezcla de terror y fascinación. Con el dedo, le acarició su sexo y se detuvo sobre su clítoris.

Ella deseó cerrar las piernas. No le parecía bien que él la acariciara allí.

–Ahora, tú me untarás de aceite –a él le gustaba acariciarla, le gustaba sentir la humedad de su cuerpo en los dedos.

Layla podía sentir la presión que él ejercía en su entrepierna y que provocaba que sintiera un revoloteo en el estómago, mientras metía los dedos en el aceite.

Baja no le había advertido acerca de aquello. Ella no quería tocarle el miembro, pero pensó que quizá ayudaría a que después todo resultara más fácil. Se obligó a hacerlo, tomó un poco de aceite y lo untó sobre su cuerpo, mirando hacia otro lado para no fijarse en sus impresionantes proporciones. Pero involuntariamente volvió a posar la mirada en él. Era tan diferente a como esperaba. Bajo sus dedos, la piel era suave como el terciopelo.

–Más…

Él seguía acariciándola. Y a ella no le gustaban las extrañas sensaciones que experimentaba. Quería tener más control, así que terminaría con aquella diversión. Estaba en el momento más fértil. La boda la habían organizado en función de su ciclo menstrual. Su manera de reaccionar ante él la molestaba. Era el momento de ser valiente, de que aquello terminara, de recuperar la cabeza.

–Ahora –retiró la mano de Xavian de su entrepierna y se tumbó–. Hazlo ahora.

Xavian estaba cansado de sus juegos. Había notado que ella se había relajado un instante, sin embargo, se resistía a disfrutar de sus caricias.

Una lástima, porque era una mujer muy bella. Y podría besar de maravilla si aprendiera, y conocer el placer si se lo permitiera.

–Quítate el camisón –dijo Xavian.

Ella obedeció y separó las piernas.

Xavian estaba nervioso.

Por primera vez, sentía una pizca de temor mientras empujaba suavemente sobre la entrada del cuerpo de una mujer. Se fijó en su cuerpo para mantenerse excitado e inclinó la cabeza para lamerle un pecho. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna por parte de ella.

Layla estaba aterrorizada pero no podía demostrarlo. Nunca podría mostrarle a nadie sus temores privados. Era una reina: siempre en control, siempre segura de sí misma.

Xavian acercó el rostro al de ella y notó las lágrimas en su mejilla. Estaba a punto de penetrarla y sabía que ella quería que aquello terminara cuanto antes, que a pesar de sus lágrimas silenciosas, tenía que hacerlo, y él estaba enfadado.

Enfadado porque se negaba a intentar disfrutarlo, enfadado por sus maneras de mártir, enfadado porque lo hubiera apremiado para que terminara cuando él quería besarla y darle placer.

Una extraña ternura se apoderó de él en el último momento. No eran sus lágrimas saladas lo que lo habían conmovido, ni si belleza la que hizo que se cuestionara su deber. Era ella.

Esa imagen de ella que había visto en la mesa y, durante un instante, en su cama.

Pero más que eso, era la mujer que había entrado en su habitación para decirle que debería haberlo hecho mejor la que lo intrigaba. Ella había insistido en conseguir lo mejor de él y él estaba dispuesto a dárselo.

Aquella mujer estaba nerviosa y Xavian se sentía culpable.

Ella había esperado a casarse con él.

Por supuesto. No podía ser de otra manera. Él debía tomar a una mujer virgen como esposa.

Pero debido a su negativa a comprometerse durante años, él le había negado ese placer. Le habían negado el bienestar y el consuelo. Eso era lo que el sexo significaba para Xavian. Un manera de escapar, un a forma de vivir el momento.

Él podía ofrecérselo a ella, si ella se lo permitiera.

Él había imaginado un futuro diferente, un futuro que también podría ser de ella y quisiera aceptarlo. Un lugar para ambos. Él deseaba que ella también lo viera, que se desapareciera el deber y la conformidad, que el consuelo que él estaba encontrando esa noche también lo encontrara ella.

–No tiene por qué ser así –titubeó él antes de probar sus lágrimas con los labios–. No tiene por qué ser un deber –la besó en la mejilla e intentó ofrecerle consuelo, pero ella volvió la cabeza.

–Tus amantes pueden yacer contigo –dijo Layla–. Deja que sean ellas quienes te digan lo maravilloso que eres… Yo sólo quiero terminar.

–¿Por qué iba a yacer con una amante? –le susurró Xavian al oído.

–Porque eso es lo que harás… Yo estaré en Haydar, tú estarás aquí…

Así que estaba celosa. Xavian sonrió de manera triunfal, sin embargo, al pensar en sus palabras se percató de un detalle.

La mujer que yacía a su lado estaba al mismo nivel que él.

Y no sólo por el hecho de que fuera una reina. Ella lo retaba, y curiosamente, Xavian quería algo más de ella.

¿Toda ella, quizá?

–¿Para qué vamos a querer tener amantes si nos satisfacemos el uno al otro? –se había retirado de su entrepierna, con una mano le acariciaba el trasero y con la otra uno de sus senos. Entonces, acercó la cabeza a su pezón y se lo mordisqueó–. Tenemos una flota de aviones a nuestra disposición… –la miró–. Y siempre está el teléfono.

Ella se rió al imaginarse susurrándole por teléfono desde la cama, sorprendida por la excitación que le producía pensar en los juegos que podían jugar, y en el hecho de que pudieran construir sus propias vidas, y de que las costumbres antiguas no tenían por qué continuar.

–Mi deber es satisfacerte, Layla –introdujo su pezón en la boca y succionó con fuerza hasta que ella se retorció de placer–. Y, a pesar de mi actuación anterior, sí me tomo en serio mis deberes… No querrás irte por el mal camino…

–¿El mal camino?

–Si no estoy a la altura que debería estar un esposo… –dijo Xavian, deslizando la lengua por su cuerpo hasta llegar al dibujo de la mariposa y sintiendo la suave curvatura de su vientre en la mejilla.

Layla se percató de que él le atribuía los mismos derechos que tenía él. Ella sabía que eso sucedía. Su hermana Nov estaba casada con un príncipe impotente para las mujeres y Nov tenía permiso para tener un amante de manera discreta… Era diferente porque su hermana era una princesa y Layla era una reina, pero ¿por qué iba a necesitar un amante?

Xavian comenzó a acariciarla de nuevo mientras le besaba el vientre, contándole con las manos y la boca que tenía derecho a disfrutar, transportándola a un nuevo mundo, compartiendo con ella el secreto de que aquel era su derecho. Y entonces, movió la cabeza hacia abajo y besó una mariposa diferente. En ese momento supo que ella era suya.

Cómo le gustaban las mujeres.

Cómo le gustaba sentir que se volvían locas bajo sus manos. Pero nunca había sentido tanto placer como cuando el cinismo de Layla se derretía bajo sus labios. Le acarició el clítoris con la lengua y notó cómo le temblaban los muslos. Al oír que gemía, supo que estaba preparada. Pero primero quería conseguir que lo besara, así que posó los labios sobre los de ella y, esa vez, Layla lo besó.

Ella introdujo la lengua en su boca y le mordisqueó el labio. Después, él la besó de manera apasionada e introdujo los dedos en su cabello. Presionó su cuerpo contra el de ella, casi olvidándose de su inocencia, porque Layla estaba desesperada por que la poseyera. Ella sollozó cuando él la penetró, y aterrado por su propia ferocidad, temiendo haber sido demasiado brusco, él levantó la cabeza, vio sus lágrimas y se amonestó a sí mismo… Pero Layla estaba desatada bajo su cuerpo, como si fuera libre. Como si él la hubiera liberado, porque ella lo besaba en la mejilla y lo sujetaba para que la penetrara. Primero despacio, y después cada vez más deprisa. Y con cada movimiento, ella deseaba más.

–Ha terminado… –Baja había estado paseando de un lado a otro pero al oír gemir a su señora se sentó con las doncellas, orgullosa de su reina y alegrándose de que aquella noche hubiera terminado para ella. Pero los gemidos continuaron, y las doncellas permanecieron sentadas con la cabeza agachada–. Pronto habrá terminado…

Layla quería que aquello no terminara nunca.

A pesar de que le habían contado qué era lo que podía esperar, ella había soñado cómo podría ser aquella noche ¡pero nada se ajustaba a la idea que se había hecho! Xavian la había trasladado a un lugar donde Layla podía ser ella misma, una mejor persona, una verdadera mujer. Y él la abrazaba mientras la poseía y con cada movimiento le provocaba una sensación diferente, pero sobre todo, hacía que se sintiera segura. Le ardían los muslos, sentía tensión en el estómago y notaba la mejilla de Xavian junto a la suya. Lo único que oía era su respiración mientras él se movía despacio. Ella arqueó las caderas para que la penetrara más deprisa, pero él no se dejó llevar. Si acaso, comenzó a moverse más despacio todavía, mientras ella le suplicaba con los movimientos de su cuerpo.

Nada más penetrarla, Layla había sentido una quemazón. Sin embargo, mientras se movía despacio, notaba un dolor diferente. Layla pronunció su nombre, suplicando. Apenas reconocía su propia voz, aquel sollozo, aquel gemido que provenía de sus labios. Clavó los dedos en su espalda, pidiéndole que se moviera al mismo ritmo que ella, sin embargo, él no obedeció. Ella se estremeció y él la penetró con más fuerza al ver que se deshacía bajo su cuerpo. Xavian quería reunirse con ella, pero la llegada al clímax era maravillosa. El aire parecía más limpio, los sonidos más vívidos, los colores más brillantes. Él deseaba permanecer allí, encontrar la respuesta de lo que sucedería si se quedara, si se aventurara a un lugar desconocido…

La besó en los labios y la miró a los ojos, mostrándole una manera diferente.

–Así es como podría ser.

Ella creía que su cuerpo estaba agotado, pero no era cierto. Él la abrazó y comenzó a besarle los párpados, la boca, el rostro, las orejas mientras la penetraba al ritmo que ella arqueaba las caderas. Ella gemía y suplicaba porque sentía que estaba al límite pero no se atrevía a aventurarse. Xavian ya había pasado la frontera y se movía muy deprisa. De pronto, se quedó quieto y derramó su esencia. Ella se estremeció con fuerza y comenzó a sacudir el cuerpo mientras él se vaciaba en su interior. Entonces, él la acarició despacio, provocando que volviera a la realidad y experimentara un sosiego que no había experimentado nunca.

Mientras sus cuerpos se enfriaban y él la besaba para darle la bienvenida al mundo real, repitió:

–Así es como podría ser.