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Lynne Graham

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Beschreibung

Consigue ya esta pack con 3 magníficas historias de la gran LYNNE GRAHAM. Cautiva del griego Acababa de descubrir que era la madre de su hijo… así que tendría que convertirla en su esposa… El dulce sabor de la venganza Aristandros Xenakis es como una pantera dispuesta a saltar. Brillante, atractivo y tremendamente poderoso, va a probar muy pronto el dulce sabor de la venganza... Eli está desesperada por tener acceso a su sobrina, pero la niña está bajo la custodia de Aristandros... ¡su ex prometido! Amante y esposa Estaba a punto de convertirse en la amante de su marido...

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Seitenzahl: 628

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

www.harlequinibericaebooks.com

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Pack Lynne Graham, n.º 58 - enero 2015

I.S.B.N.: 978-84-687-6126-8

Editor responsable: Luis Pugni 

Índice

Créditos

Índice

El dulce sabor de la venganza

Portadilla

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Cautiva del griego

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Amante y esposa

Portadilla

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Prólogo

Es una niña encantadora –dijo Drakon mientras observaba desde la ventana a la pequeña que jugaba en los jardines de la villa de su nieto–. Me recuerda a alguien. No sé exactamente a quién…

Aristandros entrecerró sus oscuros ojos. No dijo nada, aunque había hecho la conexión genética nada más ver a la niña. Habría sido imposible no hacerla: aquel pelo rubio, tan pálido que casi parecía blanco plateado, y aquellos ojos azul jacinto eran como un carné de identidad. El destino había puesto en sus manos un arma increíblemente poderosa, y no iba a tener reparos a la hora de utilizarla para conseguir lo que quería. Aristandros siempre mantenía su conciencia bajo control. Para él no eran aceptables ni el fracaso ni los premios de consolación. Estaba convencido de que triunfaría… y ganar casi siempre implicaba romper las reglas.

–Pero una niña necesita una madre –continuó el anciano Drakon, que a pesar de sus ochenta y dos años se mantenía erguido como una vara–. Y tu especialidad son las…

–Las modelos guapas –concluyó Aristandros por él, consciente de que su abuelo podría haber utilizado un adjetivo más duro para referirse a las mujeres con que salía–. Timon quiso que yo me ocupara de criar a su hija, y pienso hacerlo.

–Timon era tu primo y compañero de juegos, no tu hermano –replicó su abuelo con expresión preocupada–. ¿Estás dispuesto a renunciar a esa hilera de mujeres preciosas y a esas interminables fiestas por el bien de una niña que ni siquiera es tuya?

–Tengo un servicio de fiar y muy eficiente. No creo que el impacto de Calliope en mi vida vaya a ser tan catastrófico –Aristandros nunca había sacrificado nada por nadie, y ni siquiera podía imaginarse a sí mismo haciéndolo. Pero, aunque no estuviera de acuerdo con los puntos de vista de su abuelo, lo respetaba y estaba dispuesto a escucharlo.

Además, pocos hombres tenían más derecho a hablar con franqueza sobre la responsabilidad familiar que Drakon Xenakis. Hacía tiempo que el nombre de la familia era sinónimo de disfunción y escándalos. Drakon se culpaba a sí mismo por el hecho de que sus hijos hubieran fracasado espectacularmente como adultos con sus desastrosos matrimonios, adicciones y aventuras. El padre de Aristandros había sido el peor de todos, y su madre, la heredera de otra familia de armadores, no se había quedado atrás a la hora de dar muestras de su autoindulgencia e irresponsabilidad.

–Si piensas eso, es que estás subestimando la responsabilidad a que te enfrentas. Una niña que ha perdido a sus dos padres necesitará toda tu atención para sentirse segura. Eres un adicto al trabajo, como lo era yo, Aristandros. Se nos da muy bien hacer dinero, pero no somos buenos padres –dijo Drakon, preocupado–. Necesitas encontrar una esposa dispuesta a ser la madre de Callie.

–El matrimonio no es mi estilo –replicó Aristandros.

–El incidente al que te refieres tuvo lugar cuando tenías veinticinco años –se atrevió a comentar Drakon.

La expresión de su nieto se endureció.

–Aquello fue un breve encaprichamiento del que me recuperé rápidamente –replicó con un encogimiento de hombros.

Pero no pudo evitar experimentar una conocida oleada de amargura. Eli. Sólo tenía que pensar en su nombre para sentir rabia. Siete años atrás había puesto precio a la cabeza de la única mujer que había querido, la única mujer que aún no lograba olvidar. Entonces juró que algún día se vengaría por lo que le había hecho. El noviazgo que nunca tuvo lugar… un rechazo impensable. Sin embargo, ¿no le había hecho Eli un favor en algunos sentidos? La decepción y la humillación que experimentó hicieron que Ari no volviera a bajar nunca la guardia ante otra mujer. En lugar de ello se concentró en disfrutar de los beneficios de su fabulosa riqueza mientras se volvía cada vez más duro y ambicioso.

Aparte de hacerle multimillonario, su éxito profesional le había granjeado muchas envidias y enemigos en el mundo de los negocios. La franqueza con que le estaba hablando Drakon era una experiencia rara para Aristandros, cuyos agresivos instintos le hacían ejercer una poderosa y dominante influencia sobre los demás. Muy pronto, Eli también tendría que hacer una hoguera con todos sus nobles principios y prejuicios y ponerse a bailar a su son. El primer sabor de la venganza prometía ser más dulce que la miel.

Capítulo 1

Eli permanecía sentada y muy quieta en la elegante sala de espera.

Sumida en sus inquietantes pensamientos, apenas notó las miradas de admiración que recibía de los hombres que pasaban cerca de ella, algo que casi siempre solía tratar de ignorar. Su pelo rubio, casi albino, hacía que se volvieran las cabezas casi tanto como sus brillantes ojos azules y su esbelta figura.

–¿Doctora Smithson? –dijo la recepcionista–. El señor Barnes la recibirá ahora.

Eli se puso en pie. Bajo su aparente calma, un intenso sentimiento de injusticia le atenazaba el estómago. Sus ruegos habían sido ignorados, al igual que el sentido común. ¿Cuándo decidiría su familia que ya había pagado lo suficiente por la decisión que tomó siete años antes? Empezaba a sentir que sólo su muerte saldaría aquella cuenta.

El señor Barnes, el abogado al que había consultado hacía dos semanas, un hombre delgado y alto de unos cuarenta años experto en casos de custodias infantiles, estrechó su mano y la invitó a sentarse.

–He pedido consejo a los especialistas de esa área de la ley y me temo que no pueden darle la respuesta que quiere. Cuando donó óvulos a su hermana para permitirle tener un hijo firmó un contrato en el que renunciaba a cualquier derecho que pudiera tener sobre éste

–Lo sé, pero ahora que mi hermana y su marido han muerto, supongo que la situación ha cambiado –dijo Eli, que tuvo que controlarse para no mostrar su tensión.

–Pero no necesariamente a su favor –respondió Simon Barnes–. La mujer que da a luz es considerada la madre legal. Aunque usted sea la madre biológica, no puede reclamar la maternidad. Además, no ha tenido contacto con la niña desde que nació, lo que no ayuda en su caso.

–Lo sé –a Eli aún le costaba asimilar que su hermana Susie la hubiera apartado de su vida en cuanto tuvo una hija. Ni siquiera le había permitido verla–. Pero sigo siendo legalmente la tía de Callie.

–Sí, pero el hecho de que no fuera nombrada tutora en los testamentos de su hermana y su cuñado no le beneficia. Su abogado atestiguará que los padres de Callie sólo estaban dispuestos a nombrar tutor a Aristandros Xenakis. No olvide que él también tiene lazos de sangre con la niña…

–¡Por Dios santo! ¡Aristandros sólo era el primo de su padre, no un tío, ni nada parecido! –dijo Eli, impotente.

–Un primo y amigo de toda la vida que aceptó por escrito responsabilizarse de la niña mucho antes del accidente que mató a su hermana y a su cuñado. Me temo que apenas tendría probabilidades de luchar contra la reclamación por la custodia interpuesta por el señor Xenakis. Es un hombre muy rico y poderoso. Además, la niña es ciudadana griega.

–¡Pero también es un hombre soltero con una terrible reputación de juerguista! –protestó Eli–. No creo que represente la figura ideal de padre para una niña.

–Con ese argumento entra en terreno muy resbaladizo, doctora Smithson. Usted también está soltera, y cualquier tribunal cuestionaría por qué su propia familia no está dispuesta a apoyar su reclamación.

Eli se ruborizó ante el humillante recordatorio de que estaba sola y no contaba con ningún apoyo.

–Temo que mis parientes no se animarían a dar ningún paso que pudiera ofender a Aristandros Xenakis. Mi padrastro y mis dos hermanastros dependen de sus contactos para hacer negocios.

El abogado suspiró.

–Mi consejo es que acepte que apenas tiene probabilidades de ver a la niña y que cualquier intento de obtener su custodia sólo serviría para destruir cualquier futura esperanza de obtenerla.

Eli tuvo que esforzarse por contener las lágrimas que asomaron a sus ojos.

–¿Me está diciendo que no hay nada que hacer?

–Creo que lo más recomendable en sus circunstancias sería que se entrevistara personalmente con Aristandros Xenakis, le explicara la situación y le pidiera permiso para mantener un contacto regular con la niña –aconsejó el señor Barnes.

Eli se estremeció al escuchar aquello. Aristandros la odiaba. ¿Qué esperanzas podía tener de que la escuchara?

–Algún día pagarás por esto –le había jurado siete años antes, cuando ella sólo tenía veintiuno y se hallaba en medio de sus estudios de medicina.

–No te lo tomes así –le rogó ella–. Trata de comprender.

–No. Eres tú la que tiene que comprender lo que me has hecho –replicó Aristandros en tono gélido–. Te he tratado con honor y respeto y a cambio tú me has insultado y has avergonzado a mi familia.

Deprimida, Eli salió del despacho del abogado y se encaminó al espacioso apartamento que había comprado a medias con su amiga Lily, que estaba haciendo prácticas de cirujano. Cuando llegó no estaba en casa. Lily y Eli se habían conocido en la Facultad de Medicina y eran buenas amigas desde entonces.

Como la mayoría de los doctores jóvenes, Eli trabajaba muchas horas y apenas le quedaba energía para otra cosa. Aún no había elegido el color con que iba a pintar su dormitorio. Una pila de libros junto a la cama y un piano en un rincón de la espaciosa sala de estar revelaban cómo le gustaba pasar su tiempo libre.

Antes de perder el valor, llamó a las oficinas centrales de la naviera Xenakis para pedir una cita con Aristandros. Se preguntó si aceptaría verla. ¿Tal vez por curiosidad? El estómago se le encogió ante la perspectiva de volver a verlo.

Apenas podía recordar a la chica que era hacía siete años, cuando se le rompió el corazón por Aristandros Xenakis. Joven, inexperta e ingenua, era mucho más vulnerable de lo que imaginaba. Desde entonces no había conocido a otro hombre, como entonces asumió que sucedería. Con el tiempo había llegado a creer que nunca conocería a alguien con quien quisiera casarse.

¿Sería aquél otro motivo por el que había aceptado donar óvulos a su hermana estéril? Susie, dos años mayor que ella, había sufrido una menopausia prematura cuando tenía poco más de veinte años, y su única esperanza de llegar a ser madre era a través de la donación de óvulos. Susie voló de Grecia a Londres, donde Eli estaba haciendo las prácticas en un ajetreado hospital.

A Eli le conmovió que Susie acudiera a ella. Lo cierto era que, antes de aquel encuentro, Susie se había mostrado tan distante y crítica con su marginada hermana como el resto de la familia. Fue agradable sentirse necesitada, y lo fue aún más saber que Susie prefería un bebé nacido de uno de sus óvulos que de una donante anónima. Aunque, por supuesto, así habría muchas más probabilidades de que el bebé se pareciera más a Susie.

Eli aceptó de inmediato. Ni se le pasó por la cabeza negarse. Susie se había casado con Timon, primo de Aristandros, y disfrutaba de un buen matrimonio. Eli creía que un niño nacido de aquella joven pareja disfrutaría de una vida feliz y segura. Además de hacerse las pruebas y someterse al tratamiento para la donación de sus óvulos, firmó un acuerdo por el que no podría reclamar en el futuro los posibles hijos nacidos de éstos.

–Creo que no lo has pensado lo suficiente –le dijo Lily entonces–. Este proceso no es tan claro como pareces pensar. ¿Y las repercusiones emocionales? ¿Cómo te sentirás cuando nazca un bebé de uno de tus óvulos? Serás la madre biológica pero no tendrás derechos sobre el niño. ¿Envidiarás a tu hermana? ¿Sentirás que el bebé es más tuyo que suyo?

Eli se negó a aceptar que pudiera haber algún problema. Mientras se sometía al proceso de donación, Susie le dijo a menudo que sería una tía estupenda para su hija. Pero, sorprendentemente, la rechazó desde el momento en que nació Callie. De hecho, la llamó para pedirle que no fuera a visitarla al hospital y también le exigió que se olvidara de ella y de su nueva familia.

Aquello dolió terriblemente a Eli, pero trató de comprender diciéndose que Susie se había sentido instintivamente amenazada por la carga genética de su bebé recién nacido. Le escribió varias veces para tranquilizarla, pero no obtuvo respuesta. Desesperada por el giro que estaban tomando los acontecimientos, fue a ver a Timon cuando éste acudió a Londres por asuntos de trabajo. Timon admitió a regañadientes que su esposa se sentía devorada por la inseguridad a causa del papel de Eli en la concepción de su hija. Eli rogó para que el paso del tiempo calmara las preocupaciones de Susie pero, diecisiete meses después del nacimiento de Callie, Timon y Susie murieron en un horrible accidente de coche. Como colofón, nadie puso a Eli al tanto de la muerte de la joven pareja hasta transcurridas dos semanas del accidente, de manera que ni siquiera pudo asistir al funeral.

Cuando finalmente se enteró de la muerte de su hermana se sintió terriblemente sola… y no por primera vez en aquellos últimos años. Su padre murió poco después de que ella naciera, de manera que no llegó a conocerlo, y Jane, su madre, se casó con Theo Sardelos seis años después. Eli nunca se llevó bien con su padrastro, que era un hombre de negocios griego. A Theo le gustaban las mujeres para mirarlas, más que para escucharlas y, enfadado, dio la espalda a Eli cuando ésta se negó a casarse con Aristandros Xenakis. La emocionalmente frágil Jane nunca se había opuesto a las actitudes dictatoriales de su segundo marido, de manera que no tenía sentido recurrir a su apoyo. Los hermanastros de Eli se pusieron del lado de su padre, y Susie se negó a implicarse en el asunto.

Eli se sentó ante el piano y alzó la tapa. Se refugiaba a menudo en la música cuando estaba a merced de sus emociones, y acababa de ponerse a tocar un estudio de Liszt cuando sonó el teléfono. Fue a contestar y se quedó paralizada al comprobar que estaba con un empleado de Aristandros. No protestó cuando éste le pidió que acudiera a Southampton la siguiente semana para reunirse con Aristandros en su nuevo yate, Hellenic Lady; lo único que sintió fue un intenso alivio por el hecho de que estuviera dispuesto a recibirla.

Sin embargo, no podía imaginarse viendo a Aristandros Xenakis de nuevo, y cuando Lily regresó del trabajo abordó el tema en cuanto comprendió lo que planeaba hacer Eli.

–¿Qué sentido tiene que te disgustes de ese modo? –preguntó, con una expresión inusualmente seria en su vivaz rostro.

–Sólo quiero ver a Callie…

–Deja de mentirte a ti misma. Quieres mucho más que eso. Quieres convertirte en su madre, ¿pero qué probabilidades tienes de que Aristandros acepte?

Eli miró a su amiga con expresión taciturna.

–¿Y por qué no iba a aceptarlo? ¿Cómo piensa seguir de fiesta en fiesta teniendo que ocuparse de un bebé de dieciocho meses?

–Pagará a alguien para que se ocupe de la niña. Sabes muy bien que está forrado –le recordó Lily–. Lo más probable es que lo primero que te pregunte es qué tienen que ver sus asuntos contigo.

Eli se puso pálida. Aunque quisiera, no debía olvidar la dureza y hostilidad que probablemente mostraría Ari hacia ella.

–Alguien tiene que ocuparse de los intereses de Callie.

–¿Quién tenía más derecho que sus padres a hacerlo? Sin embargo, tú estás cuestionando su decisión de dejarla a cargo de Aristandros. Lo siento, pero tengo que hacer de abogado del diablo –explicó Lily con pesar.

–Susie estaba obnubilada por la riqueza de los Xenakis –dijo Eli–. Pero el dinero no es lo más importante para criar a un niño.

–¡Es tan grande como un crucero! –exclamó el taxista que había llevado a Eli mientras se asomaba por la ventanilla para contemplar el inmenso megayate Hellenic Lady.

Eli le pagó sin hacer ningún comentario y bajó al muelle.

Un joven trajeado se acercó a ella.

–¿La doctora Smithson? –preguntó con evidente curiosidad–. Soy Philip. Trabajo para el señor Xenakis. Venga por aquí, por favor.

Cuando subieron a bordo, varios miembros de la tripulación les saludaron. Philip condujo a Eli hacia un ascensor mientras le hablaba de las maravillas del barco. Eli se mostró escéptica hasta que se abrieron las puertas que daban a un impresionante y opulento salón, cuyas vistas la dejaron boquiabierta.

–El señor Xenakis estará aquí en unos minutos –le informó Philip mientras la acompañaba a una zona cubierta del puente en la que había unos elegantes sillones tapizados.

En cuanto Eli se sentó, un camarero se acercó a ella y le ofreció algo de beber. Pidió un té, más que nada para tener las manos ocupadas, mientras no paraban de aflorar indeseables recuerdos a su rebelde mente. Lo último que quería recordar en aquellos momentos era cómo se coló por Aristandros la primera vez que lo vio. Estaba pasando las Navidades en Grecia con su madre y su padrastro y en el breve espacio de un mes perdió su corazón.

¿Pero qué tenía de sorprendente lo que sucedió?, se preguntó. A fin de cuentas, Aristandros lo tenía todo: era espectacularmente atractivo, inteligente y muy rico. Y ella llevaba demasiado tiempo centrada en sus estudios y sumergida entre sus libros mientras otras chicas de su edad ya disfrutaban de una intensa vida social y estaban habituadas a relacionarse con el sexo opuesto. Durante aquel mes arrojó por la ventana su sentido común y sólo vivió para Aristandros. Nada más importaba; ni las advertencias de su familia sobre su reputación de mujeriego, ni sus estudios y la carrera por la que tanto se había esforzado hasta entonces. Y entonces, en el peor momento posible, recuperó la cordura y comprendió lo absurdo que era imaginar un futuro de fantasía con un hombre que esperaba que todo el mundo girara en torno a él.

Mientras le servían el té, Eli alzó la mirada y vio a Aristandros a unos metros de ella. Sintió que su estómago se encogía y la taza tembló ligeramente cuando la tomó en sus manos. Apenas podía respirar. Aristandros vestía un impecable traje negro que realzaba su poderoso físico. La brisa agitaba ligeramente su pelo negro, y sus ojos, también oscuros, destellaban al sol. No había duda de que era un hombre increíblemente atractivo. Mientras avanzaba hacia ella con el aire de un felino al acecho, Eli se hizo consciente de una reacción aún más vergonzosa al sentir el calor que emanaba de su pelvis. Se ruborizó intensamente.

–Eli… –murmuró Aristandros cuando ella se puso en pie para recibirlo. Contempló la delicada perfección de sus rasgos, sus intensos ojos azules, la tentadora y rosada carnosidad de su boca. Incluso apenas maquillada, y con su espectacular pelo sujeto atrás, era una belleza natural que pasaba junto a espejos y reflejos sin mirarse ni una vez. Su falta de vanidad fue lo primero que admiró en ella.

Cuando tomó su delicada mano, la notó fría en contraste con la suya.

Aquel repentino contacto físico tomó por sorpresa a Eli, que miró los ojos negros de Aristandros. De pronto, su corazón empezó a latir muy fuerte, interfiriendo con su deseo de mostrar un exterior calmado y seguro. Estaba lo suficientemente cerca de él como para captar el aroma de su piel mezclado con el de la colonia que usaba. Era un aroma conocido para ella, que le enviaba un primitivo mensaje a cada célula de su cuerpo. Sintió que sus pechos se tensaban contra el encaje del sujetador, que sus pezones afloraban… Su debilidad le produjo una intensa decepción que trató de disimular.

–Te agradezco que hayas aceptado verme –dijo rápidamente.

–La humildad no te va –murmuró Aristandros.

–Sólo trataba de ser amable –espetó Eli antes de pensárselo dos veces.

–Estás muy tensa –dijo Aristandros mientras deslizaba la mirada de sus labios a la dulce curva de sus pechos, ocultos por una inocua camiseta blanca. Él podría vestirla de satén y encajes; su entrepierna se tensó ante la imaginería que evocó aquel pensamiento.

Eli sintió que temblaba por dentro. En un desesperado esfuerzo por distraer la atención de Ari, retiró su mano y dijo animadamente:

–Me gusta tu yate.

Aristandros sonrió con ironía.

–No, no te gusta. Lo consideras otro ejemplo de mis hábitos de consumo ostentoso, y crees que debería haber empleado el dinero en cavar unos pozos de agua en África.

Eli se ruborizó hasta la raíz del pelo.

–Supongo que a los veintiún años era una auténtica mojigata, pero hoy en día no tengo unas miras tan estrechas.

–La Fundación Xenakis, que creé personalmente, contribuye con muchas organizaciones benéficas. Creo que eso debería contar con tu aprobación.

El encuentro no estaba transcurriendo como esperaba Eli. Cada palabra de Ari parecía evocar un pasado que ella quería dejar enterrado.

–Ninguno de los dos somos los mismos que éramos entonces.

Aristandros ladeó su arrogante cabeza sin manifestar su acuerdo ni su desacuerdo y la invitó a sentarse de nuevo.

–Me sorprendió que no asistieras al funeral de tu hermana –dijo después de que un camarero le sirviera un café.

–Me temo que no me enteré del accidente hasta varios días después.

Ari alzó las cejas, sorprendido.

–¿Nadie de tu familia se puso en contacto contigo?

–De mi familia directa no. Fue mi tía, la hermana de mi madre, la que me avisó. Fue una situación muy incómoda, porque ella creía que yo ya lo sabía –explicó Eli, reacia–. La noticia me dejó conmocionada, por supuesto. Timon y Susie eran tan jóvenes… Ha sido una terrible pérdida para su hija.

–¿Y tú estás preocupada por Calliope?

–Estoy segura de que ambas familias están igualmente preocupas por ella.

Aristandros sonrió.

–Veo que tu trato con los pacientes te ha enseñado por fin el arte del tacto –dijo burlonamente–. Dudo que haya alguien tan preocupado por la niña como tú pareces estarlo.

–Necesito explicarte algo respecto a Callie…

–¿Crees que no sé que eres su madre biológica? –el tono de Ari fue casi desdeñoso–. Por supuesto que lo sé.

Eli alzó levemente la barbilla.

–Supongo que te lo dijo Timon.

–Sí. Lógicamente, fue una sorpresa. A fin de cuentas, una vez me dijiste que no pensabas tener hijos.

–A los veintiún años no quería tenerlos, y cuando doné mis óvulos a mi hermana en ningún momento me planteé la posibilidad de considerar a Callie hija mía. Era hija de Susie y de Timon.

–Qué desinteresada –murmuró Ari–. Sin embargo, y a pesar de lo que has dicho, estás aquí.

–Sí. Me gustaría mucho ver a mi sobrina.

–¿Es eso lo que has venido a pedirme? ¿Quieres ver una vez a tu sobrina para luego marcharte y no volver? –preguntó Aristandros con evidente incredulidad.

Eli no sabía cómo contestar a eso. Temía ser demasiado sincera y revelar su propósito de convertirse en alguien importante en la vida de Callie.

–Si eso es todo lo que estás dispuesto a permitirme, me conformaré. Algo es mejor que nada.

–¿Tan poco quieres?

Eli se ruborizó, pues no poseía el don del disimulo.

–Creo que sabes que me gustaría algo más.

–¿Hasta qué punto deseas tener acceso a la niña?

–Nunca he deseado nada tanto en mi vida –respondió Eli con sinceridad.

Aristandros dejó escapar una repentina risa que sorprendió a Eli.

–Sin embargo, Callie podría haber sido hija nuestra. En lugar de ello hiciste posible que mi primo y mejor amigo fuera padre y permitiste que tu hermana diera a luz una niña que, desde un punto de vista genético, era tuya a medias. ¿Se te ocurrió pensar alguna vez que eso pudiera haber resultado ofensivo para mí?

Eli se puso pálida.

–No, no se me ocurrió esa posibilidad, y espero que no sigas sintiendo lo mismo ahora que eres el tutor de Callie.

–Lo superé. No soy del tipo sentimental –replicó Aristandros–. Lo que necesito saber ahora es hasta dónde estás dispuesta a llegar para obtener lo que quieres. ¿Qué estás dispuesta a sacrificar?

–¿Estás diciendo que podría establecer una relación duradera con mi sobrina?

Una lenta sonrisa curvó la firme boca de Aristandros.

–Si me satisfaces, el cielo es el límite, glikia mou.

Capítulo 2

Eli se quedó helada al ver la sonrisa de Aristandros. No había olvidado con quién estaba tratando: un hombre muy rico y poderoso al que en otra época hirió en su orgullo, aunque de forma accidental. Pero la conversación estaba entrando en terrenos desconocidos y no sabía qué pretendía con ello Aristandros.

–No estoy segura de haber entendido –dijo con cautela.

–No eres ninguna tonta. Si quieres ver a Callie, sólo podrás hacerlo según mis condiciones.

Eli se levantó y avanzó hacia la barandilla del yate en busca de un poco de brisa para calmar su ansiedad.

–Eso ya lo sé. Si no estuviera dispuesta a aceptarlas, no estaría aquí.

–Mis condiciones son duras –dijo Aristandros sin rodeos–. Tú quieres a Callie, yo te deseo a ti y Callie necesita una mujer que la cuide. Si unimos esas necesidades, podemos llegar a un acuerdo que nos convenga a todos.

«Yo te deseo». Aquélla fue prácticamente la única frase que captó inicialmente Eli. Estaba conmocionada. ¿Aún la encontraba atractiva Aristandros siete años después? Por un instante estuvo a punto de volverse y decirle que él era la respuesta a los ruegos de una médico saturada de trabajo. Aquel aspecto de su vida no sólo había quedado a un lado mientras estudiaba y trabajaba duro para obtener su título; directamente había desaparecido.

Se recordó que ser deseada por Aristandros no la convertía en alguien especial de un grupo selecto. Estaba al tanto de su volátil y enérgica vida amorosa. Según la prensa del cotilleo, su fuerza y habilidad sexual en la cama eran legendarias, casi tanto como su incapacidad para comprometerse en una relación duradera. Al parecer se aburría rápidamente de todas las modelos y actrices, casadas o no, que solía meter en su cama. Había seguido los pasos de su famoso padre como mujeriego.

Nada de lo que había leído hasta entonces en la prensa le había dado motivo para arrepentirse de no haber aceptado casarse con él. Aristandros era tan capaz de adaptarse a las restricciones del matrimonio como un tigre a ser una mascota doméstica. Le habría roto el corazón y la habría destrozado, como su infiel padrastro había destrozado a su madre con sus aventuras extramatrimoniales. Tras veinte años de matrimonio, a Jane Sardelos no le quedaba prácticamente ninguna autoestima.

–¿Estás sugiriendo que, si me acuesto contigo, me dejarás ver a Callie? –preguntó Eli, incrédula.

–No soy tan ordinario como para proponerte eso, y además no me sentiría tan fácilmente satisfecho. Estoy dispuesto a ofrecerte algo que nunca he ofrecido a otra mujer. Quiero que vengas a vivir conmigo.

–¿Vivir contigo? –repitió Eli, anonadada.

–Vivir y viajar conmigo como querida. ¿De qué otro modo podrías cuidar de tu sobrina? No podrías seguir trabajando, por supuesto. Vivir conmigo y ocuparte de Callie sería una dedicación completa.

–Veo que no has cambiado nada –dijo Eli, aunque su corazón empezó a latir con más fuerza ante la posibilidad de ocuparse realmente de su sobrina–. Sigues esperando tener prioridad sobre todo lo demás.

Aristandros ladeó su arrogante cabeza.

–¿Y por qué no? Conozco a muchas mujeres que estarían encantadas de convertirme en su única prioridad. ¿Por qué iba a aceptar un compromiso menor por tu parte?

–¡Pero no puedes convertir a mi sobrina en parte de un trato como ése! Sería algo inmoral y totalmente carente de escrúpulos.

–No sufro de escrúpulos morales. Soy un hombre práctico que no planea casarse para ofrecer una madre a Callie. De manera que, si quieres ser su madre sustituta, tendrás que jugar a esto como yo quiero que juegues.

Le estaba ofreciendo todo lo que anhelaba a cambio de renunciar a todo lo que tanto se había esforzado en lograr.

–Después de siete años, ¿cómo podemos pasar de no tener ninguna relación a vivir juntos? Y además siendo tu querida… ¡Es una locura!

–Para mí no supone ningún problema. Te encuentro increíblemente atractiva.

–Y eso es todo lo que te importa, ¿no? El deseo –espetó Eli con evidente desagrado.

Aristandros se levantó y se acercó a Eli.

–El deseo es lo único que debe preocuparnos, glikia mou –dijo a la vez que deslizaba un dedo por la orgullosa curva de su pómulo–. Te quiero en mi cama cada noche.

Eli apartó el rostro, ofendida

–¡Ni hablar! –espetó, furiosa.

–No puedo obligarte a aceptar, desde luego –concedió Aristandros a la vez que la atrapaba contra la barandilla con su tamaño y proximidad–. Pero soy un hombre testarudo y tenaz. He esperado mucho tiempo a que llegara este día. Muchas mujeres se sentirían halagadas por mi interés.

–¡Todo esto es porque te dije que no hace siete años, porque no conseguiste meterme en tu cama!

Aristandros se quedó muy quieto y sus oscuros ojos destellaron peligrosamente.

–Te dejé decir no porque estaba dispuesto a esperarte. Pero esta vez no estoy dispuesto a esperar.

–¡No puedo creer que tengas el valor para proponerme algo así!

Aristandros sujetó a Eli por ambas manos para impedirle moverse. Inclinó su cabeza hacia ella y murmuró:

–Siempre tengo valor para luchar, koukla mou. Para mí resulta natural luchar por lo que quiero, y estoy dispuesto a arriesgarlo todo para ganar. No sería un auténtico Xenakis si no me arriesgara ocasionalmente a volar cerca del sol.

Estaba tan cerca que Eli apenas podía respirar. Aristandros reclamó sus labios y la besó lentamente, con irresistible pasión. Aquel beso y las sensaciones que evocó en ella eran todo lo que se había propuesto olvidar. El tiempo parecía quedarse en suspenso mientras se sentía perdida en el calor y la presión de la hambrienta urgencia de Aristandros. Su cuerpo pareció arder, sus pezones se excitaron y sintió una cálida humedad entre los muslos. Pero los recuerdos se apoderaron de ella y se apartó bruscamente de Aristandros, desconcertándolo.

–No –dijo con firmeza a la vez que echaba atrás la cabeza.

Una sonrisa lobuna ladeó la boca de Aristandros, que no trató de ocultar su triunfo.

–Ese «no» se parece mucho a una invitación descarada en tus labios.

–No puedes comprarme con Callie. No estoy en venta y no puedes tentarme –dijo Eli con toda la convicción que pudo.

–En ese caso perderemos todos, especialmente la niña. Dudo que haya otra mujer dispuesta a ofrecerle el sincero afecto que tú podrías darle. Aunque estoy seguro de que habría muchas dispuestas a tratar de convencerme de lo contrario.

La mera posibilidad de que alguna cazafortunas se convirtiera en la madre sustituta de Callie amenazó con hacer perder la compostura a Eli.

–Estás siendo cruel –murmuró, tensa–. Nunca hubiera creído que pudieras llegar a serlo tanto.

–Es tu elección –dijo Aristandros con dureza.

–¡No hay elección! –espetó Eli.

–Es una elección que no te gusta, pero agradece tenerla. ¡Podría haberte dicho que no podías ver a Callie y haberte dado con la puerta en las narices!

Eli era consciente de que Aristandros tenía razón. Dadas las circunstancias, el mero hecho de tener una opción era un lujo.

Pero, con las ofertas que recibía a diario, ¿cómo era posible que Aristandros siguiera interesado en ella? ¿Se debería tan sólo a que era una de las escasísimas mujeres que se había atrevido a rechazarlo?

–Supongamos que acepto –dijo, haciendo un esfuerzo por mantener la calma–. Tu interés por mí no duraría ni cinco minutos. ¿Qué pasará entonces con Callie?

–Las cosas no serían así.

Eli tuvo que hacer un esfuerzo por contenerse. Como todo el mundo sabía por la prensa del cotilleo, las ardientes aventuras de Aristandros solían pasar a velocidades supersónicas.

–¿Qué sé yo de ser una querida? No soy precisamente una mujer de tipo decorativo.

Aristandros sonrió, divertido.

–Soy un hombre flexible y abierto a nuevas experiencias.

Tratando de no dejarse afectar por su comentario, Ella volvió a su asiento.

–Si aceptara, ¿cuáles serían las condiciones?

–Tu principal objetivo sería satisfacerme –dijo Aristandros, y vio que Eli apretaba los dientes como si hubiera dicho algo increíblemente grosero–. Por supuesto, no habría otros hombres en tu vida. Tendrías que estar siempre disponible para mí.

–¿La chica dispuesta en cualquier lugar y en cualquier momento para lo que te apetezca? Ésa es una fantasía masculina, Aristandros, no un objetivo alcanzable para una mujer de hoy en día.

–Tú eres lo suficientemente inteligente como para lograr hacer realidad esa fantasía. Centra tus energías en mí y comprobarás que sé ser agradecido. Dame lo que quiero y tú conseguirás todo lo que quieras.

Eli respiró profundamente para tratar de calmar el torbellino que sentía en su interior. A pesar de todo, no debía olvidar que la decisión que tomara podía suponer una diferencia radical para la vida de Callie.

–¿Cuánto tiempo tengo para decidir?

–Ahora o nunca.

–¡Pero eso es abusivo! Me estás pidiendo que renuncie a mi profesión. ¿Sabes lo que significa para mí ser médico?

–Claro que lo sé. A fin de cuentas, en una ocasión elegiste tu carrera por encima de mí.

–Ése no fue el único motivo por el que te rechacé. Lo hice por ambos… ¡nos habríamos amargado mutuamente la vida! –replicó Eli, esforzándose por contener sus emociones–. Pero deja que te advierta de algo que no sería negociable bajo ninguna circunstancia: no estoy dispuesta a tolerar ninguna clase de infidelidad.

Aristandros vio en sus ojos un reflejo de la apasionada joven que recordaba y que lo dejó sin ni siquiera molestarse en mirar atrás.

–En esta ocasión no te estoy pidiendo que te cases conmigo. No pienso hacer ninguna promesa –dijo en tono retador–. Y, pase lo que pase entre nosotros, no pienso renunciar a la custodia de Callie. Timon me confió a su hija para que la criara, y eso es algo sacrosanto para mí.

Eli se contuvo de hacer ningún comentario. Estaba convencida de que Aristandros apenas sabía nada de niños, y menos aún de cómo criarlos.

Él la observó un momento, claramente impaciente por su silencio.

–Ha llegado el momento de tomar tu decisión, glikia mou.

Eli siguió mirándolo en silencio. A pesar de lo que pudiera sentir por él y sus métodos, no podía negar que Aristandros estaba como un tren, y eso era un extra… ¿o no? ¿Pero qué sentiría si llegara a establecer una relación sexual carente de emociones, sobre todo teniendo en cuenta que era totalmente inexperta en aquel terreno? Se obligó a pensar en Callie y trató de acallar su orgullo herido, la sensación de humillación que amenazaba con apoderarse de ella. Si lograba obtener el derecho a ocuparse de Callie, ya aprendería a convivir con lo que ello supusiera.

–De acuerdo –dijo a la vez que alzaba levemente la barbilla–. Pero tendrás que darme tiempo para dejar adecuadamente mi trabajo.

–¿Has terminado? –preguntó el doctor Alister Marlow desde la puerta de la consulta de Eli, que estaba levantando una caja de la mesa. La habitación parecía vacía.

–Sí. Ya me llevé casi todo ayer.

Cuando su colega alargó las manos, Eli le entregó la caja y aprovechó la oportunidad para echar un último vistazo a los cajones. Finalmente se irguió.

–¿Te importa pedir a la señora de la limpieza que esté atenta por si encuentra una foto pequeña por aquí? Era de mi padre y no me gustaría perderla. La saqué del marco hace unas semanas porque se rompió y ahora parece haber desaparecido.

–Estaré al tanto –el doctor Marlow, un hombre alto y fuerte de pelo rubio, miró a Eli con expresión preocupada–. Pareces agotada.

–Ha habido muchas cosas que organizar –Eli no dijo nada sobre el considerable gasto emocional que había supuesto renunciar al trabajo que tanto quería. Iba a echarlo mucho de menos, al igual que a sus colegas.

–No puedo decir que apruebe lo que estás haciendo, porque formabas una parte demasiado valiosa de nuestro equipo –dijo Alister mientras acompañaba a Eli hasta su coche–. Pero admiro el sentido de la responsabilidad que has demostrado al querer hacerte cargo de tu sobrina, y sé que nuestra pérdida será su ganancia. Mantente en contacto, Eli.

Eli condujo hacia su espacioso apartamento, que muy pronto dejaría de ser su hogar. Lily iba a comprar su parte. Eli habría preferido conservarla, pero sabía que habría sido injusto para Lily, que se sentía reacia a aceptar una nueva compañera de piso. No dudaba de que Lily le ofrecería alojamiento de inmediato si llegara a necesitarlo, pero no sería lo mismo que ser dueña de la mitad del apartamento.

¿Cuánto tiempo pasaría antes de que Aristandros se cansara de ella? Sus ojos azules destellaron a causa del resentimiento, pues estaba segura de que aquella relación no iba a durar más allá de unas semanas. ¿Y en qué situación quedaría ella entonces sin trabajo y sin casa? Pero lo que más le preocupaba era la situación en que quedaría Callie, y saber si podría seguir manteniendo una relación con ella. No le había contado a nadie la verdad sobre la relación que iba a mantener con Aristandros. Se había limitado a decir que iba a ocuparse de su sobrina huérfana, cuya vida radicaba en Grecia.

Sin embargo, su amiga Lily barruntaba algo.

–Estoy haciendo verdaderos esfuerzos por comprender todo esto. ¿De verdad quieres tanto a Callie como para renunciar a todo lo que te importa? –preguntó aquella noche mientras cenaban–. Si se te ha despertado el instinto maternal, siempre podrías tener un hijo.

–Pero quiero estar con Callie.

–Y con ese millonario tan sexy, ¿no?

Eli se ruborizó y apartó su plato.

–Aristandros es el tutor legal de Callie y una parte no negociable de su vida.

–Pero te gusta, ¿no?

–No sé de dónde te has sacado esa idea.

–Hace tiempo que me he fijado en que sólo compras revistas de cotilleo para poder leer sobre él y sus hazañas.

–¿Y por qué no? Sentía curiosidad porque lo conocí hace años y Susie estaba casado con su primo –protestó Eli.

–Lo conociste la última Navidad que pasaste en Grecia, antes de que tu familia empezara a tratarte como a una paria, ¿no?

Eli se encogió de hombros.

–Mi padrastro se aseguró de que no perdiéramos la oportunidad de relacionarnos con la riquísima familia Xenakis. Creo que primero nos conocimos de niños, pero no lo recuerdo. Aristandros es cuatro años mayor que yo.

–Intuyo que hay bastante más de lo que me estás contando –confesó Lily–. En aquella época pensé que se te había roto el corazón.

Eli puso los ojos en blanco mientras trataba de reprimir el recuerdo de las noches que se pasó llorando y de los días en que sólo el trabajo le permitió superar la intensa sensación de soledad y pérdida. Pero todo aquello era agua pasada. El tiempo, y la ristra de mujeres que habían pasado desde entonces por la vida de Aristandros, habían demostrado que tomó la decisión adecuada dejándolo.

Sin embargo, al día siguiente iban a recogerla a las nueve y no tenía idea de lo que sucedería a continuación, pues Aristandros no se había dignado a informarle. ¿Se quedarían en Londres una temporada? ¿Conocería a Callie al día siguiente?

Aquella noche, tumbada en la cama, insomne, recordó las vacaciones que pasó en Atenas mientras estaba estudiando medicina. El tiempo volvió atrás y la sumergió en el pasado…

Susie fue a recogerla al aeropuerto. En aquella época su hermana estaba soltera, y parloteó animadamente del exclusivo club al que pensaba llevar a Eli aquella tarde.

–Acabo de terminar los exámenes y estoy muy cansada, Susie. Será mejor que vaya a acostarme y pase por hoy del club.

–¡Pero no puedes hacer eso! Te he conseguido un pase especial. Ari Xenakis y sus amigos van a estar allí.

Susie, empeñada en relacionarse con la alta sociedad y en aparecer regularmente en las revistas de cotilleo, era el ojito derecho de su padrastro. Theo Sardelos consideraba a las mujeres seres frívolos y ornamentales, y la naturaleza seria de Eli y su falta de pretensiones le hacían sentirse incómodo.

Finalmente, para mantener la paz, Eli acompañó a Susie al club. Rodeada de su hermana y las amigas de ésta, que sólo parecían capaces de pensar en los hombres que había en oferta, Eli se aburrió como una ostra. No paraba de oír historias sobre las extravagancias y aventuras de Ari Xenakis. Había dejado a su última novia por carta y los padres de ésta habían tenido que enviarla al extranjero para que dejara de acosarlo. A pesar de que era un conocido mujeriego, Eli notó con asombro que no había una sola chica presente que no estuviera dispuesta a dar un brazo por salir con él. Cuando le señalaron quién era, Eli constató otra causa de su popularidad: era un hombre increíblemente atractivo, de pelo negro, ojos marrones oscuros y el cuerpo de un atleta.

Si una de las chicas del grupo no se hubiera puesto mala, Eli estaba convencida de que Aristandros nunca se habría fijado en ella. Lethia, la amiga adolescente de una de las compañeras de Susie, sufrió un ataque de epilepsia. Eli se quedó conmocionada al ver que todo el mundo la abandonaba a un lado de la pista de baile mientras se retorcía en el suelo. Cuando fue a ayudarla, Susie se puso furiosa.

–¡No te impliques! –siseó, tratando de llevársela de vuelta a la mesa–. ¡Apenas la conocemos!

Eli ignoró a Susie y fue a atender a Lethia, a la que situó en la posición más cómoda posible mientras se le pasaba el ataque. Las otras chicas alegaron no saber nada sobre la salud de Lethia. Eli tuvo que rebuscar en su bolso para averiguar que era epiléptica y que estaba tomando una medicación.

–¿Necesitas ayuda? –preguntó alguien en inglés a sus espaldas.

Al volverse, Eli vio a Aristandros acuclillado a su lado, con una expresión sorprendentemente seria.

–Es epiléptica y necesita ir al hospital porque lleva más de cinco minutos inconsciente.

Aristandros se ocupó de pedir una ambulancia y también se puso en contacto con la familia de Lethia, que le confirmó que había sido recientemente diagnosticada de epilepsia.

–¿Por qué no ha querido ayudar nadie más? –preguntó Eli mientras esperaban a la ambulancia.

–Supongo que la mayoría ha pensado que se ha desmayado por haber consumido alguna droga y no quieren que se les relacione con ella.

–Nadie parecía saber que sufre de epilepsia. Supongo que no quiere que lo sepan –dijo Eli con expresión compasiva–. Te has dirigido a mí en inglés. ¿Cómo sabías que era inglesa?

Cuando Aristandros sonrió, Eli sintió que se quedaba sin aliento.

–Ya había preguntado quién eras antes de que Lethia se desmayara.

Eli se ruborizó, convencida de que sólo se había fijado en ella porque no encajaba en el ambiente. Todas las demás chicas parecían pájaros exóticos con sus vestidos de diseño, mientras que ella llevaba una sencilla falda negra con unas blusa azul turquesa.

–¿Y por qué has venido a ayudar?

–No podía apartar los ojos de ti –confesó Aristandros–. Lethia ha sido sólo una excusa.

–Dejas a las mujeres por carta y luego las llamas acosadoras. No estoy interesada –dijo Eli en griego, idioma que hablaba con fluidez.

–No hay nada más estimulante que un reto, glikia mou –murmuró Aristandros.

Capítulo 3

A las nueve de la mañana siguiente, Eli entró en una limusina plateada y observó cómo cargaban su equipaje en ella. Vestía una discreta falda gris y una blusa rosa. Era consciente de que no tenía precisamente el aspecto de una «querida», pero estaba orgullosa de ello. Y si Aristandros quería perder el tiempo tratando de convertirla en una fulana vestida para impresionar, iba a enfrentarse uno de esos retos que tanto le gustaban.

Apoyó las manos sobre el bolso que llevaba en el regazo. El sexo era sólo sexo, y podía manejarlo. Técnicamente, sabía mucho sobre los hombres. Probablemente no era la mujer más sexy del mundo; a fin de cuentas, había vivido muchos años como si el sexo no existiera. El celibato sólo le había preocupado en una ocasión en su vida, cuando estuvo viendo a Aristandros. Sintió que las mejillas le ardían al recordar el ardiente beso que le dio en el yate.

Un rato después la limusina se detenía ante un elegante edificio. Eli vio con sorpresa el logo de un bufete de abogados en la entrada. En cuanto entró en recepción fue conducida hasta una sala en la que la esperaba Aristandros.

–¿Para qué estoy aquí? –preguntó Eli sin preámbulos.

Aristandros entrecerró los ojos y deslizó la mirada desde las piernas de Eli hasta la evidencia de sus pechos.

–He hecho que los abogados de este bufete redacten un acuerdo legal. Quiero que lo firmes para que no haya malentendidos entre nosotros en el futuro.

Eli se puso pálida.

–¿Y por qué no me lo has dicho hasta ahora? ¡Ya he renunciado a mi trabajo y he llegado a un acuerdo para vender mi apartamento!

–Sí –dijo Aristandros, sin dar la más mínima muestra de arrepentimiento.

–Lo habías planeado así, ¿no? –replicó Eli sin ocultar su irritación–. Ahora que he quemado mis barcos hay menos probabilidades de que discuta los términos del acuerdo, ¿no?

–Lo que me encanta de ti es la falta de ilusiones que tienes respecto a mí, glikia mou –Aristandros sonrió irónicamente–. Esperas que me comporte como un miserable, y eso hago.

Eli hizo un esfuerzo por contener su rabia.

–¿De verdad has hablado de nuestra futura relación con tus abogados? –preguntó, incrédula.

–Siempre trato de anticiparme a los problemas, y una mujer tan resuelta como tú podría dármelos.

–¡Espero que no hayas incluido en el acuerdo que tengo que convertirme en tu querida!

–¿Y por qué no? Eso no va a ser un secreto cuando vivas conmigo y seas vista constantemente a mi lado. No pienso simular que sólo eres la niñera.

La insolente indiferencia que Aristandros estaba mostrando por sus sentimientos enfureció a Eli.

–Realmente te da igual lo que pueda sentir, ¿no?

–A ti tampoco pareció preocuparte mucho lo que pudiera sentir yo cuando tuve que decir a mis amigos y a mi familia que, después de todo, no ibas a convertirte en mi esposa.

Aquellas palabras fueron como una bofetada para Eli. Se puso pálida al recordar la vergüenza y culpabilidad que experimentó siete años atrás.

–Aquello me disgustó mucho, ¡pero no fue culpa mía que decidieras asumir que el hecho de que te amara significase que estaba dispuesta a renunciar a mis estudios de medicina para casarme contigo! –replicó en tono acusador–. No hubo ninguna malicia por mi parte. Aunque no quería casarme contigo, sentía un gran cariño por ti y lo último que quería era hacerte daño.

El gesto de Aristandros se endureció visiblemente.

–No me hiciste daño. No soy tan sensible, glikia mou –dijo en tono desdeñoso.

Pero su enfado y el evidente afán de venganza del que estaba haciendo gala siete años después transmitieron un mensaje muy distinto a Eli. A Aristandros siempre le había gustado darse aires de invulnerabilidad, pero, al parecer, su rechazo le había hecho más daño del que pretendía aparentar.

–Lo que tú digas, ¡pero eso no es excusa para que hayas hablado con unos abogados sobre los posibles problemas de una relación íntima! ¿Acaso no hay nada sagrado para ti?

–El sexo no, desde luego –replicó Aristandros–. Debes ser consciente de que no se trata de un acuerdo de cohabitación y de que no vas a ser mi compañera en ese sentido, de manera que no podrás reclamar nada de mí en el futuro.

–¡Oh, ya capto el mensaje! –espetó Eli, herida en su orgullo–. Estás protegiendo tus propiedades, aunque sabes muy bien que no tengo ningún interés en tu dinero. ¡Si me importara el dinero, me habría casado contigo cuando tuve oportunidad de hacerlo!

La mirada de Aristandros destelló de rabia ante la abierta acusación.

–Toma –dijo a la vez le entregaba un documento que había sobre la mesa–. Léelo y fírmalo.

Eli se sentó en la silla más cercana y empezó a leer el contrato. Se quedó horrorizada ante la crueldad que revelaba. Aristandros había reducido su futura relación a un frío cúmulo de exigencias y prohibiciones.

A cambio del privilegio de cuidar de Callie y de tener todos sus gastos cubiertos por Aristandros, debía compartir su cama cuando él quisiera. Tenía que vivir, vestir y viajar, como y cuando él quisiera. Además, debía aceptar que la vida privada de Aristandros no era asunto suyo y que cualquier interferencia en aquel terreno podría considerarse un incumplimiento del acuerdo. Las condiciones de sus «servicios» eran increíblemente humillantes y detalladas. ¿Cómo se había atrevido Aristandros a hablar de asuntos tan íntimos con sus abogados? ¿Cómo había tenido el valor de dictar unas condiciones tan vergonzosas?

–¡Esto es… indignante! ¿Por qué no me pones directamente un collar y me sacas a pasear como a un perro?

–Quiero que la descripción de tu trabajo sea muy detallada. Soy sincero respecto a lo que quiero y espero de ti. No podrás decir que no te he avisado.

Eli se fue indignando más según iba leyendo. No iba a tener derecho a sacar a Callie de casa sin el permiso de Aristandros y, si lo obtenía, tendría que hacerlo acompañada de vigilancia. Cualquier intento de reclamar algún derecho sobre la niña le haría perder el derecho a verla. Eli se estremeció ante la brutal amenaza y miró a Aristandros. Por su expresión, era evidente que no estaba bromeando. No quería una querida, ni una compañera, por supuesto; quería una esclava.

–Hasta ahora no me había dado cuenta de hasta qué punto me odiabas –murmuró con voz temblorosa.

–No seas ridícula.

–¡Si ni siquiera voy a poder discutir contigo, tampoco voy a poder respirar!

–Espero desacuerdos ocasionales –replicó Aristandros en tono magnánimo–. Pero no pienso aceptar tu continua hostilidad, algo que podría resultar muy incómodo.

Eli se quedó muda. Además de humillante, aquel acuerdo era una auténtica pesadilla. Se sentía como si le estuvieran cortando las alas. Aristandros estaba empeñado en adueñarse de su cuerpo y de su alma.

–Ya hemos perdido bastante tiempo discutiendo –dijo él, impaciente–. Firma de una vez.

–¿No puedo pedir asesoramiento legal antes de firmar? ¡Ni siquiera he terminado de leer el acuerdo!

–Claro que puedes, pero eso retrasaría las cosas al menos otras dos semanas y no podrías ver a Callie hasta entonces.

–Empiezo a entender por qué eres tan rico. Sabes muy bien qué botones pulsar, cómo presionar a la gente…

–Por supuesto –Aristandros abrió los brazos en un fluido movimiento–. Te deseo y estoy programado para luchar por ti.

–Pues luchas muy sucio –replicó Eli antes de seguir leyendo. Aristandros le ofrecía una cantidad mensual para sus gastos extravagantemente elevada, y otra aún más generosa como compensación al final de su relación. ¿Cómo iba a luchar contra él? Lo único que le importaba en aquellos momentos era ver a Callie, cuidar de ella y asegurarse de que recibía el amor que necesitaba. No estaba dispuesta a perder aquella oportunidad.

–¿Vas a firmar o no?

–Si firmo ahora, ¿cuándo podré ver a Callie?

–Mañana.

Eli respiró profundamente y se puso en pie para dejar el documento en la mesa.

–Firmaré.

Aristandros hizo entrar a dos abogados que fueron testigos de la firma del acuerdo. Eli no se atrevió a mirarlo a los ojos, pues Aristandros le había hecho sentirse como una prostituta que estuviera vendiéndole no sólo su cuerpo, sino también su voluntad.

–¿Y ahora qué? –preguntó cuando se quedaron a solas.

–Esto… –Aristandros la rodeó con sus brazos, la tomó por la barbilla, le hizo alzar el rostro y la besó. El cuerpo de Eli reaccionó al instante. La masculina urgencia de Aristandros resultaba increíblemente excitante. Una incontenible oleada de anhelo sexual se adueñó de ella. Impulsada por la tensa sensibilidad de sus pechos y el húmedo calor que rezumó entre sus muslos, se pegó al musculoso y fuerte pecho de Aristandros. Cuando él la tomó por las caderas y la atrajo hacia sí para hacerle sentir su poderosa erección, un ronco e involuntario gemido escapó de la garganta de Eli.

Aristandros apartó su atractivo y moreno rostro y le dedicó una sonrisa de auténtico depredador.

–Fría por fuera y ardiente por dentro, koukla mou. ¿Cuántos hombres más ha habido en tu vida?

Eli lo odió con toda su alma por haberse atrevido a hacerle aquella insolente pregunta.

–Unos cuantos –mintió sin dudarlo, decidida a ocultar que, hasta entonces, sólo él había sido capaz de despertar aquella respuesta en ella–. Soy una mujer apasionada.

La mirada de Aristandros pareció helarse.

–Evidentemente. Pero a partir de ahora toda esa pasión es mía. ¿Comprendido?

Eli adoptó una expresión de mujer fatal y parpadeó.

–Por supuesto –tras un momento de silencio, añadió–: Y ahora, ¿vas a decirme cómo es Callie?

Aristandros pareció sorprendido por la pregunta.

–Es un bebé. ¿Qué puede decirse de un bebé? Es bonita… tranquila, buena; apenas se nota que está.

Eli bajó la mirada para ocultar su preocupación. Un bebé de dieciocho meses debía ser animado, curioso, charlatán… casi todo menos callado y discreto. Evidentemente, su sobrina aún sufría los efectos de la pérdida de sus padres.

–¿Tienes una relación cercana con ella?

–Por supuesto. Y ahora, si eso es todo, la limusina te está esperando. Tienes un compromiso al que asistir.

–¿Dónde?

–Esta noche voy a llevarte a la inauguración de una galería. Necesitarás ropa.

–Tengo ropa.

–Pero no la adecuada para mi vida social. Nos vemos luego –dijo Aristandros antes de salir de la sala.

Eli tomó su copia del acuerdo y volvió a la limusina. El conductor la llevó a un salón de diseño. Era evidente que su visita estaba programada. La condujeron directamente a una sala en la que le tomaron medidas. Unos minutos después le llevaron varios vestidos para que se los probara.

–Al señor Xenakis le gustaba especialmente éste para el acontecimiento de esta tarde.

Asombrada por el hecho de que Aristandros hubiera utilizado su valioso tiempo para preocuparse hasta aquel punto por su aspecto, Eli se contuvo de decir que aquel vestido no era para nada su estilo.

Trató de centrar sus pensamientos en Callie y se probó el vestido sin hacer comentarios. Se mostró igualmente tolerante con el resto de prendas que le llevaron, incluso con la absurda y frívola colección de lencería que le presentaron. Desafortunadamente, la perspectiva de tener que ponerse aquellas provocativas prendas para Aristandros le puso al borde de un ataque de pánico. De pronto lamentó haber hecho gala de una experiencia de la que carecía.

A continuación, el chófer la llevó a un salón de belleza. Mientras la peinaban y maquillaban, Eli pensó con ironía que por algo la llamaba Aristandros koukla mou, «mi muñeca».

Después fue conducida hasta el ático de tres niveles que Aristandros tenía junto a Hyde Park. Lujosas cantidades de espacio parecían partir en todas direcciones desde el impresionante vestíbulo de entrada. Eli fue inmediatamente guiada con su compra hasta el dormitorio principal. Una piscina destellaba tras las puertas de un patio lleno de plantas. Una doncella que se dirigió a ella en griego le mostró con orgullo el amplio vestidor del dormitorio y el opulento baño de mármol.

Eli apenas podía apartar la atención de la enorme cama que ocupaba el centro del dormitorio. Era tan grande que Aristandros iba a tener que correr alrededor de ella para atraparla, pensó absurdamente mientras su corazón empezaba a latir más y más deprisa. Sexo con Aristandros… algo con lo que había soñado siete años antes y que ahora le parecía una amenaza. Pero si, como solía decirse, la práctica llevaba a la perfección, Aristandros debía de haberse convertido en un maestro de aquel arte.

Tras tomar una ducha seleccionó un sujetador de encaje color turquesa y unas braguitas a juego. Tras ponérselos posó ante el espejo y notó cómo se ceñía el sujetador a la plenitud de sus pechos y las braguitas a la curva de sus caderas, por no mencionar otras partes más íntimas. Justo en aquel momento se abrió la puerta sin previa advertencia y Eli se cubrió rápidamente con una toalla.

Aristandros estaba en el umbral de la puerta, más alto y poderoso que nunca.

–Deberías haber cerrado la puerta si no querías compañía –dijo en tono burlón–. Para ser una mujer que ha estado con unos cuantos hombres, y te cito textualmente, pareces muy tímida.

Eli alzó la barbilla con gesto retador.

–¡No hay un gramo de timidez en mi cuerpo!

–Suelta la toalla y demuéstralo.

Eli abrió la mano con que sostenía la toalla y la dejó caer al suelo. Sabía que era una tontería, pero se sentía diez veces más desnuda con aquella ropa interior que si no hubiera llevado nada.

Aristandros la miró sin tratar de ocultar que estaba disfrutando con la visión de sus seductoras curvas.

–Va a merecer la penas desnudarte, glikia mou.

Eli sintió que se le secaba la boca cuando Aristandros dio un paso hacia ella, la tomó con ambas manos por las caderas y la alzó para dejarla sentada sobre el mármol del lavabo.

–¿Qué haces? –preguntó, desconcertada.

–Apreciarte –murmuró Aristandros a la vez que se inclinaba hacia ella y aspiraba el aroma de su piel.

Por fin tenía a Eli donde quería. Aquél fue un momento de suprema satisfacción para él. Apoyó los labios contra la tierna y palpitante piel de la base de su cuello. La saboreó con la punta de la lengua a la vez que alzaba las manos para retirar los tirantes del sujetador de sus hombros y liberar sus respingones pechos de su confinamiento.

–Eres perfecta –murmuró mientras tomaba en una mano uno de sus pechos y acariciaba con el pulgar su rosada cima.

Eli estaba desprevenida para enfrentarse a aquel reto sexual antes del anochecer. La sensibilidad de sus pezones era casi insoportable. Echó la cabeza atrás y un gemido escapó de su garganta mientras Ari seguía acariciándola. Una involuntaria oleada de placer recorrió su cuerpo cuando él inclinó la cabeza y tomó entre los labios uno de sus pezones. Un intenso deseo se estaba apoderando a marchas forzadas de su traidor cuerpo.

Aristandros alzó el rostro para besarla en los labios y hundir la lengua en el cálido interior de su boca a la vez que la acariciaba con dedos expertos entre las piernas, haciéndole estremecerse.

Sin prisas, introdujo sus dedos por el lateral de las braguitas de Eli y los movió en lentos círculos en torno al centro de su deseo. Eli sintió que su voluntad la abandonaba por completo mientras Aristandros la sometía a su erótica maestría. Muy pronto alcanzó el punto en que podría haber llorado de frustración a la vez que le rogaba que la tomara allí mismo.

Un ronco gemido escapó de la garganta de Aristandros cuando ella lo atrajo hacía sí con manos frenéticas, en busca del contacto físico que su posición les negaba.

–Respira hondo, khriso mou –murmuró–. Tenemos que asistir a la inauguración de una galería y yo necesito una ducha…

–¿A la inauguración de una galería? –Eli tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para recuperar su capacidad de pensamiento racional. Fue como salir de un coma. Le abochornó darse cuenta de que Aristandros había estado a punto de seducirla en su baño para luego tratar de irse hacia la ducha mientras ella seguía aferrada a él.

Apartó sus manos de él como si le quemara.

–Por supuesto.

–No tenemos tiempo –Aristandros la alzó del mármol con sus poderosas manos–. No quiero tratarte con prisas –murmuró roncamente–. Quiero disfrutar a fondo de ti.

–¡Tratarme con prisas! –repitió Eli con desdén.

–Me deseas –replicó él con satisfacción–. Llegará el momento en que te dará igual cómo te tome… lo único que te importará será que lo haga.

Aquellas palabras fueron como un cubo de agua fría para Eli.

–¡Jamás! ¡Antes preferiría morirme!

Una sonrisa casi voraz curvó la perfecta boca de Aristandros.