Padre por contrato - Jane Porter - E-Book
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Padre por contrato E-Book

Jane Porter

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Beschreibung

Mientras criaba al hijo que le había dejado su hermana al morir, Rachel Bern estaba desesperada y sin dinero. Como la familia del padre del niño no había hecho caso de sus intentos de contactar con ella, no tuvo otro remedio que ir a Venecia a hablar con los Marcello. Haber perdido a su hermano había dejado destrozado a Giovanni Marcello. La aparición de Rachel con su supuesto sobrino le cayó como una bomba y creyó que ella tenía motivos ocultos para estar allí. Besarla serviría para revelar el engaño, pero la apasionada química que había entre ambos hizo que Gio volviera a examinar la situación. Quiso imponer un elevado precio por reconocer a su sobrino, pero Rachel no pudo evitar sucumbir a sus exigencias, aunque supusiera recorrer el camino hasta el altar.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Jane Porter

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Padre por contrato, n.º 2612 - marzo 2018

Título original: His Merciless Marriage Bargain

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-119-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

RACHEL Bern tiritaba frente a las imponentes puertas del Palazzo Marcello. Espesas nubes negras cubrían el cielo y la marea, que estaba subiendo, desbordaba las orillas de la laguna y empapaba las calles de Venecia. Pero aquel tiempo tormentoso no era muy distinto del de Seattle. Ella se había criado con lluvia y humedad. Esa mañana no tiritaba de frío, sino de nervios.

Aquello podía salir mal y dejar a Michael y a ella en una situación aún peor. Pero no sabía qué otra cosa podía hacer. Si aquello no atraía la atención de Giovanni Marcello, nada lo haría. Había intentado comunicarse con él de todas las formas posibles, sin resultado. Corría un gran riesgo, pero ¿qué más podía hacer?

Giovanni Marcello, un multimillonario italiano, era asimismo uno de los hombres de negocios más dados a recluirse de Italia. Rara vez se lo veía en público. Carecía de dirección electrónica y de móvil. Cuando Rachel se puso en contacto con su despacho, no se comprometieron a pasar el mensaje al consejero delegado de la empresa, Marcello SpA. Por eso estaba ella allí, frente al Palazzo Marcello de Venecia, la residencia de la familia desde hacía dos siglos. Los Marcello eran una familia de industriales que, en los cuarenta años anteriores, había ampliado sus negocios a la compra de terrenos y la construcción y que, al mando de Giovanni Marcello, había invertido en los mercados mundiales. La fortuna de la familia se había cuadruplicado, y los Marcello se habían convertido en una de las familias más influyentes y poderosas de Italia.

Giovanni, de treinta y ocho años, continuaba dirigiendo la compañía, con sede social en Roma, pero lo hacía desde Venecia, según había descubierto Rachel. Por eso estaba ella allí, agotada por la diferencia horaria, después de haber viajado con un bebé de seis meses, pero resuelta. Giovanni no podía seguir haciendo como si no existieran ni ella ni Michael.

El bebé se había dormido. Le pidió disculpas por lo que iba a hacer.

–Es por tu bien –susurró–. Y te prometo que no me alejaré mucho.

El bebé se removió como si protestara. La agobiaba el sentimiento de culpa. Llevaba meses sin dormir, desde que se había convertido en su cuidadora. Tal vez el niño hubiera percibido lo nerviosa que estaba; o tal vez echara de menos a su madre.

A Rachel se le llenaron los ojos de lágrimas. Si hubiera hecho más por Juliet, después del nacimiento de Michael… Si hubiera comprendido lo angustiada que Juliet se sentía…

Pero el pasado no se podía cambiar, por lo que Rachel estaba allí para entregar al bebé a la familia de su padre. No para siempre, por supuesto, sino durante unos minutos. Necesitaba ayuda. No tenía dinero y estaba a punto de perder el trabajo. No estaba bien que la familia del padre de Michael no lo ayudara.

Tragó saliva y llamó a la puerta. Los fotógrafos que había cerca del edifico la observaban. Era ella la que había avisado a los medios de comunicación que algo importante iba a suceder ese día, algo relacionado con el hijo de un Marcello.

Era fácil hacerlo cuando se trabajaba, como ella, en publicidad, estudio de mercados y atención al cliente de AeroDynamics, una de las empresas constructoras de aviones más grandes del mundo. Normalmente se dedicaba a atraer nuevos y adinerados clientes, jeques, magnates, deportistas y gente famosa, mostrándoles los elegantes diseños y los lujosos interiores de los aviones. Pero ese día necesitaba a los medios para que ejercieran presión en su favor. Las fotos atraerían la atención, cosa que no le gustaría a Giovanni Marcello. Este valoraba su intimidad, e inmediatamente tomaría medidas para que la atención pública disminuyera. Ella no tenía intención de poner a la familia en una situación embarazosa. Necesitaba que estuvieran de su lado, del de Michael, pero lo que iba a hacer podía hacer que se alejaran aún más de ella.

No, no debía pensar así. Giovanni Marcello tendría que aceptar a Michael y lo haría cuando viera lo mucho que su sobrino se parecía a su hermano.

Abrió la puerta un anciano alto y delgado. Por su aspecto, Rachel se imaginó que sería un empleado de la familia.

–Il signor Marcello, per favore –dijo, rogando que su italiano fuera comprensible. Había ensayado la frase en el avión.

–Il signor Marcello non è disponibile.

Ella entendió por el «non» que era una negativa.

–Lui non è a casa? –se esforzó ella en preguntar.

–No. Addio.

Rachel lo entendió perfectamente. Interpuso el pie para impedir que el hombre cerrara la puerta.

–Il bambino Michael Marcello –dijo mientras lo depositaba en brazos del anciano–. Por favor –continuó hablando en inglés– dígale al señor Marcello que Michael tiene que tomarse el biberón cuando se despierte –dejó la bolsa de los pañales que llevaba al hombro a los pies del hombre–. También habrá que cambiarle el pañal, probablemente antes de darle el biberón –añadió tratando de hablar con calma, a pesar de que el corazón le latía a toda velocidad y deseaba volver a abrazar al niño–. Todo lo que necesita está en la bolsa. Si el señor Marcello tiene alguna duda, la información sobre mi hotel está también en la bolsa, además de mi número de móvil.

Dio media vuelta y echó a andar rápidamente porque iba a romper a llorar.

«Lo hago por Michael», se dijo secándose las lágrimas. «Sé fuerte».

No estaría lejos del bebé más que unos minutos, ya que esperaba que Giovanni Marcello saliera en su busca. Si no lo hacía inmediatamente, la buscaría en el hotel, que se hallaba a cinco minutos de allí en taxi acuático.

Sin embargo, cuanto más se alejaba del palazzo y más se aproximaba al taxi que la esperaba, más necesidad sentía de dar media vuelta, volver y resolver aquello cara a cara con Giovanni. Pero ¿y si él se negaba a salir a la puerta? ¿Cómo iba ella a obligarlo para poder hablar con él?

El anciano gritó algo, que ella no entendió, salvo la palabra polizia. Aturdida y con el corazón desgarrado, centró su atención en el taxi, a cuyo conductor hizo señas de que estaba lista para marcharse.

Una mano la agarró del brazo con fuerza. Rachel hizo una mueca de dolor.

–Suélteme.

–Deje de correr –dijo una voz masculina, profunda y dura, en un inglés perfecto, salvo por un levísimo acento.

–No estoy corriendo –contestó ella con fiereza al tiempo que se volvía e intentaba soltarse, cosa que él no le permitió–. ¿Puede darme un poco de espacio, por favor?

–De ninguna manera, señorita Bern.

Supo entonces quién era aquel hombre. Giovanni Marcello no solo era alto, sino muy ancho de espaldas, de cabello negro y espeso, ojos azules, pómulos altos y boca que denotaba firmeza. Había visto fotos suyas en Internet, no muchas ya que no había tantas como de su hermano Antonio, que acudía a todo tipo de acontecimientos sociales. Pero en ellas siempre aparecía elegante e impecablemente vestido. Resplandeciente y con una dura expresión.

A ella le pareció aún más dura en persona. Sus ojos claros, de un azul gélido, brillaron al mirarla. Ella sintió miedo. Le pareció que, bajo su atildado exterior, había algo oscuro, no totalmente civilizado. Dio un paso atrás.

–Ha dicho que no corría –dijo él.

–No me voy a ir, por lo que no hay necesidad de que me avasalle.

–¿Se encuentra bien, señorita Bern?

–¿Por qué lo dice?

–Porque acaba de abandonar a un bebé en la puerta de mi casa.

–No lo he abandonado. Es usted su tío.

–Le sugiero que recoja al niño antes de que llegue la policía.

–Pues que venga la policía. Así el mundo sabrá la verdad.

–Ya veo que no está usted bien.

–Estoy perfectamente. De hecho, no podría estar mejor. No tiene idea de lo difícil que me ha resultado localizarlo: meses de investigación, por no hablar del dinero que me ha costado contratar a un detective privado. Pero, al menos, aquí estamos para hablar de sus responsabilidades.

–Lo único que tengo que decirle es que recoja al niño…

–Su sobrino.

–Y vuelva a casa antes de que la situación se vuelva desagradable para todos.

–Ya lo es para mí. Necesito su ayuda desesperadamente.

–Ni usted ni él son problema mío.

–Michael es miembro de su familia. Es el único hijo de su difunto hermano, por lo que su familia debería hacerse cargo de él.

–Eso no va a suceder.

–Creo que sí.

–Está intentando provocarme.

–¿Por qué no iba a hacerlo? Usted no ha hecho más que irritarme y provocarme durante los últimos meses. Ha tenido la oportunidad de contestar a mis correos electrónicos y llamadas, pero no se ha molestado en hacerlo. Así que, ahora, le devuelvo lo que es suyo –lo que no era cierto. No iba a dejar a Michael allí, pero no se lo iba a decir.

–Ha perdido el juicio si piensa abandonar al hijo de su hermana…

–Y de Antonio –lo interrumpió ella–. Si recuerda lo que aprendió en la escuela, la concepción requiere un espermatozoide y un óvulo; en este caso, de Antonio y de Juliet –Rachel se detuvo y se tragó el resto de las dolorosas palabras que la impedían comer y dormir. Juliet siempre había sido alocada y poco práctica. Soñaba con flores, coches caros y novios ricos–. Los papeles del ADN están en la bolsa. Encontrará la historia médica de Michael y todo lo que se necesita saber sobre sus cuidados. Yo ya he hecho lo que me correspondía. Ahora le toca a usted –hizo un gesto de asentimiento y dio media vuelta. Agradeció que el taxi la siguiera esperando.

Él la volvió a agarrar, esa vez por la nuca.

–No va a irse a ninguna parte, señorita Bern, sin ese niño.

Ella se estremeció. No le hacía daño, pero le cosquilleaba la piel de los pies a la cabeza. Era como si estuviera enchufada a la corriente eléctrica. Al volverse a mirarlo tenía la carne de gallina y un elevado grado de sensibilidad en todo el cuerpo.

Lo miró a los ojos y sintió frío y, después, calor. Se estremeció. No tenía miedo, pero la sensación era demasiado intensa para ser placentera.

–Tiene que dejar de maltratarme, señor Marcello –dijo con voz débil y el corazón desbocado.

–¿Por qué, señorita Bern?

Ella volvió a mirarlo a los ojos, que habían perdido su frialdad anterior y brillaban de inteligencia, deseo y poder. Tenía una presencia física que la dejó sin aliento. Intentó ordenar sus pensamientos. Respiró hondo y le miró la recta nariz y las arrugas a los lados de la boca. Su rostro no era el de un chico, sino el de un hombre, con arrugas, y si él no le cayera tan mal, le hubieran parecido bellas.

–Está dando un gran espectáculo a los paparazzi, por si no lo sabe –susurró ella.

Él frunció el ceño.

–Y el maltrato no quedará bien en los periódicos de mañana. Me temo que habrá muchas fotos incriminatorias.

–Fotos incriminatorias… –él se interrumpió de pronto, al comprender. Bajó la mano al tiempo que examinaba el ancho canal y la estrecha calle que discurría paralela al agua. Ella se dio cuenta en cuanto hubo detectado la primera cámara y, luego, las demás.

–¿Qué ha hecho? –su voz era más profunda y su acento más pronunciado. A ella se le aceleró el pulso. Había ganado el primer asalto, lo cual la asustaba. No estaba acostumbrada a pelear contra nadie y mucho menos con alguien tan poderoso como él.

–He hecho lo que había que hacer –contestó ella con voz ronca–. Se ha negado a reconocer a su sobrino. Su familia aprueba lo que usted diga, así que he tenido que presionarlo. Ahora, el mundo entero sabrá que han devuelto al hijo de su hermano a su familia.

 

 

Giovanni Marcello respiró hondo. Estaba lívido y en estado de shock. Se la había jugado una codiciosa americana, ni más ni menos. Despreciaba a las cazafortunas, gente avariciosa, egoísta y sin alma.

–¿Se ha puesto en contacto con los medios de comunicación y los ha invitado a venir?

–Sí.

Rachel no era distinta de su hermana.

–Estará contenta.

–Estoy contenta de haberlo obligado a salir de su escondite.

–No me estaba escondiendo. Todos saben que esa es mi casa y que, además, trabajo allí.

–Entonces, ¿por qué es esta mi primera conversación con usted?

¿Quién era ella para exigirle nada? Desde el primer momento, su hermana y ella habían querido exprimir a los Marcello. Su hermana, Juliet Bern, no estaba enamorada de Antonio. Solo deseaba su dinero. Y cuando no pudo seguir chantajeándolo, lo intentó con su familia. Y, ahora que ella ya no estaba, era el turno de Rachel.

–No le debo nada; mi familia tampoco. Su hermana ha muerto, al igual que mi hermano. Así es la vida.

–Juliet decía que tiene usted un corazón de hielo.

–¿Cree que es la primera mujer que intenta tender una trampa a Antonio?, ¿o a mí? –ya lo habían engañado una vez, pero había aprendido la lección. Y sabía que no había que confiar en un bello rostro.

–No le he tendido una trampa a nadie. Tampoco me he acostado con nadie. Esto no me resulta placentero, señor Marcello. Me horroriza. No soy imprudente, no me dedico a enamorarme de desconocidos ni a hacer el amor con italianos guapos y ricos. Tengo moral y escrúpulos, y usted no es alguien a quien admire, ni su riqueza lo hace atractivo. Sin embargo, esta puede ayudar a un niño que necesita apoyo.

–Entonces, ¿debo aplaudirla?

–No, simplemente, tenga conciencia, por favor.

Giovanni vio por el rabillo del ojo que un fotógrafo se adelantaba, se agachaba y empezaba a disparar. Lo invadió una oleada de ira. Le resultaba increíble que ella hubiera conseguido sacarlo de su casa y que estuvieran rodeados de testigos.

Desde que dirigía los negocios familiares, había procurado mantener su vida privada fuera de la luz pública. Había tardado casi diez años en recuperar la fortuna y la reputación de la familia. No había sido fácil redimir su apellido, pero lo había conseguido con grandes esfuerzos. Y, en aquel momento, gracias aquella americana, los Marcello volverían a ser pasto de la prensa sensacionalista.

No estaba preparado. Todavía estaba esforzándose en aceptar la muerte de su hermano y se negaba a que su nombre fuera mancillado.

–No pienso continuar esta conversación en la calle. Tampoco voy a dejar que abuse de mi familia. Si hay una historia que contar, seré yo quien lo haga, no usted.

–Es un poco tarde para eso, señor Marcello. La historia la ha captado media docena de cámaras. Le garantizo que, en cuestión de horas, hallará esas imágenes en Internet. La prensa sensacionalista paga…

–Sé perfectamente cómo trabajan los paparazzi.

–Entonces, sabrá con lo que van a trabajar: se me verá entregando al bebé a su empleado, a usted persiguiéndome y a los dos discutiendo frente a un taxi acuático. ¿No hubiera sido más fácil haber contestado a una de mis llamadas?

Él le examinó el rostro. Le recordaba a otra mujer que se parecía mucho a ella.

Otra hermosa morena que…

Apartó de su mente el recuerdo de su prometida, Adelisa, pero el hecho de haberla recordado le sirvió para acordarse también de la promesa que se había hecho a sí mismo de no consentir que ninguna otra mujer se aprovechara de él. Por fortuna, las noticias podían alterarse. Rachel había prometido fantásticas fotografías a los fotógrafos, que estos podrían vender a periódicos y revistas, y Giovanni iba a ayudarla en eso al ofrecerles imágenes significativas que captar, que arruinarían la estrategia de Rachel.

La atrajo hacia sí y la abrazó por la cintura mientras con la otra mano la agarraba de la barbilla. Vio un destello de pánico en los ojos castaños de ella antes de inclinar la cabeza y besarla en la boca.

Ella se puso rígida. Él sintió su miedo y su tensión e inmediatamente suavizó el beso. No tenía por costumbre besar a una mujer cuando estaba airado.

La boca de ella era suave y cálida. La atrajo más hacia sí. Le acarició los labios con la punta de la lengua. Ella se estremeció y él volvió a acariciárselos y jugueteó con el superior. Ella soltó un sonido ronco, no de dolor, sino de placer. A él lo invadió un intenso deseo, que lo excitó.

Ella entreabrió los labios dándole acceso al dulce calor de su boca. Hacía meses que Giovanni no disfrutaba tanto de un beso, por lo que se demoró explorándosela.

Lo suspiros y estremecimientos de Rachel aumentaron su deseo. Hacía tiempo que no lo sentía con tanta intensidad. Hacía año y medio que había roto con su última amante y, aunque había salido con otras mujeres, no se había acostado con ninguna. ¿Cómo iba a haberlo hecho si no experimentaba deseo alguno? La muerte de Antonio lo había dejado insensible, hasta ese momento.

Soltó bruscamente a Rachel y dio un paso atrás. Ella se quedó inmóvil, aturdida, y lo miró desconcertada.

–Eso les proporcionará a sus amigos fotógrafos algo interesante que vender. Veremos qué cuentan los periódicos sobre esas nuevas fotos. ¿Se trata del bebé? ¿O hay algo más? ¿Una pelea de enamorados, un encuentro apasionado, una emotiva despedida?

–¿Por qué? –preguntó Rachel con voz ahogada.

–Porque esta es mi ciudad y esa es mi casa. Y si va a haber una historia, será la mía, no la suya.

–¿Y cuál es esa historia, señor Marcello?

–Vamos a simplificar las cosas. Yo soy Giovanni. Mis amigos y mi familia me llaman Gio. Yo te llamaré Rachel.

–Prefiero el tratamiento formal.

–Pero suena falso –afirmó él al tiempo que le retiraba un mechón de cabello del rostro y se lo colocaba detrás de la oreja. Seguía deseándola, lo cual era una novedad después de tantos meses de dolor y vacío–. Ya no somos unos desconocidos. Tenemos una historia, y los medios se enamorarán de ella.

–La única historia es la verdad. Tienes un sobrino al que te niegas a reconocer.

–¿Es de veras mi sobrino?

–Sabes que sí. Te he mandado su certificado de nacimiento y podemos hacer una prueba de ADN mientras esté yo aquí.

–¿Para demostrar qué? –antes de que ella pudiera contestarle, volvió a atraerla hacia sí y a besarla apasionadamente.

Ella no se resistió, sino que se apoyó en Giovanni mientras él le recorría la boca con la lengua, saboreándola y debilitando sus defensas. Cuando se separó de ella, Rachel lo miró a los ojos en silencio.

–Nunca subestimes a tu oponente, Rachel –dijo él en voz baja mientras le acariciaba la arrebolada mejilla con el pulgar–. Desde luego, no debieras haberme subestimado.

Capítulo 2

 

RACHEL no podía pensar. Apenas era capaz de controlar los miembros de su cuerpo, y mucho menos sus emociones.

El beso la había aniquilado. Había sido maravilloso. Él era maravilloso. Y si Antonio había besado así a Juliet, era comprensible que ella hubiera perdido el juicio por él.

–Ahora vas a pasarme el brazo por la cintura –dijo Giovanni mientras le ponía la mano al final de la columna vertebral– y vamos a volver juntos a mi casa.

–No voy a…

Él volvió a besarla anulando su resistencia. Ella lo agarró del jersey para sostenerse, pero tuvo que apoyarse en su pecho, incapaz de mantenerse en pie.

–Deja de resistirte y pásame el brazo por la cintura –le murmuró él al oído–. Estás haciendo las cosas más difíciles de lo necesario.

–Eres tú quien estás jugando, Giovanni.

–Claro, al juego que quiero.

Ella se lamió el labio superior, aun hinchado. Todavía sentía un hormigueo en la boca a causa de los besos.

–Las reglas no tienen sentido.

–Eso es porque no piensas con claridad. Más adelante las verás claras.

–Pero, para entonces, tal vez sea tarde.

–Es cierto –dijo él acariciándole la ardiente mejilla.

A ella se le aceleró el pulso a causa de la caricia.

–Deja de tocarme.

Él la besó levemente en la mejilla antes de decirle:

–No debieras haber comenzado esto.

Ella cerró los ojos y los labios masculinos le rozaron el lóbulo de la oreja.

–Basta. Se trata de Michael, solo de él –protestó ella, pero con voz débil, que sonó poco convincente incluso para sí misma.

Para él también. Rachel vio un destello de triunfo en sus ojos. Creía que había ganado, y tal vez hubiera ganado aquella batalla, pero no la guerra. Además, ella no iba a asegurar el futuro de Michael si se quedaban hablando en la calle.

O besándose. Ella no besaba a desconocidos. No prodigaba sus afectos. Los hombres la ponían un poco nerviosa, ya que no estaba muy segura de sí misma como mujer. Llevaba años sin tener una cita con un hombre. Juliet le decía a Rachel que gustaría más a los hombres si se relajaba un poco y no se tomaba a sí misma tan en serio, cosa que ella no hacía. Sin embargo, no sabía flirtear y no estaba dispuesta a recurrir al halago para hacer que un hombre se sintiera bien.

Por suerte, en su trabajo no tenía que recurrir a los elogios ni a mostrarse encantadora. Le bastaba con conocer a fondo el avión que tenía que presentar y mostrarse entusiasta sobre él.

–¿Estás lista para entrar? –le preguntó Giovanni besándole la cabeza–. ¿O tenemos que volver a abrazarnos apasionadamente para nuestros amigos fotógrafos?

–¡No! –Rachel le rodeó la cintura con el brazo contra su voluntad y comenzaron a andar, aunque no sentía las piernas.

Aquello era una locura. No podía asimilar lo que acababa de suceder. Tal vez él estuviera loco. Tal vez ella hubiera salido de Guatemala para meterse en Guatepeor. Sus besos y caricias la habían desconcertado.